Tatiana pensó en Alexandr durante toda la jornada del jueves, mientras trabajaba en el montaje de los lanzallamas. Cuando salió del trabajo, él la estaba esperando. Esa noche no le preguntó por qué había venido y él no se lo explicó. No traía regalos ni preguntas. Sencillamente vino. Apenas si hablaron; de cuando en cuando sus brazos chocaban y una vez, cuando el tranvía frenó bruscamente, Tatiana cayó sobre él y Alexandr, con el cuerpo firme, la sujetó por la cintura para ayudarle a recuperar el equilibrio.
—Dasha insistió para que vaya a tu casa esta noche —le dijo a Tatiana en voz muy baja.
—Ah, está muy bien. Mis padres estarán encantados de volver a verte. Esta mañana estaban de muy buen humor. Ayer, mamá consiguió hablar por teléfono con Pasha, y al parecer se lo está pasando muy bien… —Se interrumpió. De pronto se sintió demasiado triste como para decir nada más.
Caminaron lo más lentamente posible hasta la parada del tranvía número 16 y viajaron en silencio, codo con codo, hasta que se apearon en la parada del hospital Gresheski.
—Nos vemos, teniente. —Quería decir Shura, pero no se atrevió.
—Nos vemos, Tatia.
Aquella noche fue la primera vez que los cuatro se encontraron en Quinto Soviet y fueron a dar un paseo. Compraron helados, un batido y una cerveza, y Dasha se aferró al brazo de Alexandr como una lapa. Tatiana se mantuvo a una distancia cortés de Dimitri y utilizó todo su escaso arsenal de facultades para no mirar a Dasha aferrada a Alexandr. Tatiana se sorprendió al comprobar lo profundamente desagradable que le resultaba ver a su hermana tocando a Alexandr. Le parecía infinitamente preferible que Dasha se reuniera con él en algún lugar de un Leningrado nebuloso, inexplorado e inimaginable, fuera de su vista.
Alexandr parecía tan despreocupado y contento como lo estaría cualquier soldado que va del brazo con alguien como Dasha. Apenas si miraba a Tatiana. ¿Qué tal se veían Dasha y Alexandr juntos? ¿Formaban una bonita pareja? ¿Más bonita que ella y Alexandr? No tenía respuestas. No sabía cuál era su aspecto cuando estaba cerca de Alexandr. Sólo sabía cómo era ella cuando estaba cerca de Alexandr.
—¡Tania! —Dimitri se dirigía a ella.
—Perdona, Dimitri, ¿qué has dicho?
¿Por qué le había gritado?
—Tania, te decía si tú no crees que Alexandr tendría que sacarme de la división de fusileros y enviarme a algún otro destino. ¿Quizá con él en la motorizada?
—No sé. ¿Es posible? ¿No tienes que saber conducir un tanque o algo así para estar en la motorizada?
Alexandr sonrió. Dimitri no dijo nada.
—¡Tania! —exclamó Dasha—. ¿Cómo sabes lo que tienes que hacer en la motorizada? Cállate. Alexandr, ¿vas a cruzar ríos y lanzarte sobre el enemigo? —Soltó una risita.
—No —intervino Dimitri—. Alexandr primero me manda a mí. Para comprobar que es seguro. Después va él, y consigue otro ascenso. ¿No es así, Alexandr?
—Más o menos, Dima —respondió Alexandr, que ahora caminaba a la par de su compañero—. Aunque algunas veces cuando voy, te llevo conmigo.
Tatiana apenas si les escuchaba. ¿Por qué Dasha caminaba tan pegada a él? ¿Cómo podía ir y llevar a Dimitri con él? ¿Eso qué significaba?
—¡Tania! —dijo Dimitri—. Tania, ¿me estás escuchando?
—Sí, por supuesto. —¿Por qué insistía en levantar la voz?
—Pareces distraída.
Dasha dirigió a su hermana una mirada fugaz.
—No, no, en absoluto. Es un anochecer muy bonito, ¿verdad?
—Vigila, porque es muy capaz de desmayarse cuando menos te lo esperas.
—¿Quieres cogerte de mi brazo? Parece como si fueras a caerte al suelo.
En cuanto los jóvenes se marcharon, Tatiana se metió en la cama, se tapó la cabeza con la manta y simuló estar dormida incluso cuando Dasha se acostó a su lado y le susurró mientras la sacudía suavemente:
«Tania, Tania. ¿Estás dormida, Tania?». Tatiana no quería hablar con Dasha en la oscuridad propicia a las confidencias. Sólo quería decir su nombre una vez en voz alta. Shura.