El poli que había llamado a Hope Harlingen para darle la noticia de la sobredosis de Coy, Pat Dubonnet, era ahora un oficial curtido, un top kahuna, de la comisaría de Gordita Beach. Doc se encontró detrás de la oreja un Kool doblado, lo encendió y reflexionó sobre algunos detalles de la situación. Pat y Bigfoot habían aparecido casi a la vez, al comienzo de sus respectivas carreras en la South Bay, casi en el mismísimo trozo de playa donde vivía Doc, en los tiempos de las guerras entre Surfers y Lowriders. Pat se había quedado, pero Bigfoot, que enseguida se ganó una reputación tan sólida como experto en pacificación asistida por porras que la gente del centro de la ciudad lo consideró una obvia opción de reclutamiento, había cambiado de destino. A estas alturas, Doc llevaba por allí el tiempo suficiente para haber visto ir y venir a unos cuantos de esos personajes, y para darse cuenta de que siempre dejaban tras de sí residuos de historia. También sabía que Pat aborrecía más o menos intensamente a Bigfoot desde hacía años.
—Es hora de hacer una visita —decidió— a la Central de la Hippyfobia.
Pasó por delante de la comisaría de Gordita Beach dos veces antes de reconocerla. El lugar había sido transformado de arriba abajo por cortesía del dinero federal antidroga: de un despacho de recepción al lado del muelle con un hornillo cutre de dos filamentos y una jarra de café instantáneo había pasado a ser un palaciego paraíso del policía, con máquinas de café expreso del tamaño de locomotoras, su propia minicárcel, un depósito de vehículos lleno de armamento rodante que de otro modo estaría en Vietnam y una cocina con un equipo de reposteros que trabajaban todo el día.
Tras abrirse paso cautelosamente entre un grupo de aprendices de policía que canturreaban por allí salpicando de bruma las palmeras enanas, los judíos errantes y las diefembaquias, Doc localizó a Pat Dubonnet en su despacho, metió la mano en su bolso bandolera con flecos y sacó un objeto de unos treinta centímetros de largo envuelto en papel de plata.
—Ten, Pat, expresamente para ti.
En un abrir y cerrar de ojos, el detective había cogido, desenvuelto y hasta ingerido la mitad al menos de la larga salchicha y el bollo que venía en la oferta Con Todo Incluido.
—Resucita a un muerto. Me asombra que tenga hambre. A propósito, ¿quién te ha dejado entrar?
—Me hice pasar por un camello soplón, se lo tragan siempre, todas esas caras me resultan nuevas, unos novatos todavía, supongo.
—No tanto como para quedarse aquí más de lo que se vean obligados. —Aunque Doc lo observaba atentamente, no vio cómo desapareció el resto del perrito caliente—. Mira este sitio miserable. El Desastre Interminable. Todo el mundo se va, pero adivina quién, por sus pecados, permanecerá atascado para siempre aquí, en Gordita, sin nada más que detenciones de tres al cuarto, chavales en el muelle traficando con los tranquilizantes de sus madres, cuando debería estar en West L.A. o en la Hollywood Division, como poco.
—El centro del universo de los polis, claro. —Doc asintió comprensivamente—. Pero no todos podemos ser Bigfoot Bjornsen, ¿verdad que no?…, uy, quería decir que ¿quién quiere ser él en realidad? —Añadió esperando no haber ido demasiado lejos, dada la salud mental de Pat, frágil aún en sus mejores días.
—A estas alturas —respondió sombríamente Pat con un temblor en el labio inferior—, aceptaría un cambio de vida incluso con él, sí, trocaría lo que tengo por lo que haya detrás de la puerta con el regalo sorpresa de ese programa de la tele, aunque fuera la calabaza de consolación, si quieres decirlo así, dada la categoría de Bigfoot, ¿sería tan mal trato?
—Qué raro, Pat, porque, según tengo entendido, últimamente lo está pasando mal. Aunque, claro, tú lo sabrás mejor que yo.
Pat entornó los ojos.
—Estás muy preguntón hoy, Sportello. Me habría dado cuenta antes de no estar tan preocupado por cuestiones profesionales que nada tienen que ver contigo. ¿Te está molestando Bigfoot otra vez? Llama a la línea abierta de Asuntos Internos, es gratis, apunta: 800-POLICORRUPTO.
—Yo jamás he presentado una queja ni nada parecido, no, teniente, entiéndeme, es sólo por lo desesperado que estoy, tío, me exprime hasta la última gota, si hasta el más tirado de los mendigos que piden calderilla por Hollywood Boulevard pasa de mí, pero no ese Bigfoot, ése no.
Se podía ver la lucha que se estaba librando en la mente de Pat entre dos reflejos de poli: la envidia de la carrera de otro poli contra el aborrecimiento a los hippies. Se impuso la envidia.
—¿Llegó a decirte una suma?
—Hizo una lista de gastos —Doc empezó a improvisar y vio que las orejas de Pat cambiaban claramente de ángulo—: personales, del departamento. Le dije que siempre había creído que estaba mejor relacionado. Se puso filosófico. «La gente se olvida», dijo, «tanto da lo que hayas hecho por esos tipos en el pasado, nunca puedes contar con ellos cuando los necesitas».
Pat negó con la cabeza.
—Y con los riesgos que ha asumido… Una lección para todos nosotros. En este oficio hay algunos cabrones muy desagradecidos, ¿verdad? —Había adoptado una expresión parecida a las que ponía Art Fleming en Jeopardy, como si se supusiera que Doc tuviera que adivinar ahora a qué oficio se refería concretamente.
Por su parte, Doc replicó con la mirada fija y vacía de hippy que podía significar cualquier cosa, y que si se sostenía el tiempo suficiente podía desconcertar a cualquier cabeza cuadrilátera de uniforme, hasta que Pat desvió la mirada murmurando:
—Oh, sí, te entiendo. Chachi. Claro —añadió tras un momento de reflexión— que él tiene todos esos ingresos residuales.
A esas alturas, Doc ya no tenía ni idea de qué estaban hablando.
—Procuro mantenerme alerta para no perderme esas reposiciones en la tele —aventuró—, pero por alguna razón siempre me duermo antes de que lleguen las de Bigfoot.
—Bueno, pues el Señor de las Noticias a las Diez ha conseguido otro caso del siglo desde que se cepillaron al gorila de Mickey Wolfmann… Que otros se queden con Benedict Canyon y Sharon Tate y demás, para un jefe de investigación espabilado este caso puede ser una fuente inagotable de pasta.
—Quieres decir…
—Seguro que harán una película para la televisión, ¿no?, pase lo que pase. Bigfoot conseguirá salir en los créditos de guión y producción, y hasta es posible que se interprete a sí mismo, el gilipollas, pero ag, son asuntos del undécimo mandamiento, olvida lo que he dicho.
—Por no mencionar lo que pasará si consigue encontrar a Mickey, va a ser un héroe para el público.
—Sí, si lo consigue. Pero ¿y si está demasiado metido, demasiado cerca de todo eso? En algún momento empieza a joderte la capacidad de juicio, como a los médicos que no pueden operar a los miembros de su propia familia.
—¿Mickey y él son tan íntimos?
—Colegas del alma, según la leyenda. Eh. ¿Crees que Bigfoot también es judío?
—Pensaba que era sueco.
—Puede ser las dos cosas —replicó Pat un poco a la defensiva—. Puede haber judíos suecos.
—Lo que sí hay es caramelitos suecos —añadió intentando sólo ser amable.