Ivy se despertó con el sol en los ojos. Antes de recordar la visita de Tristan y de que Beth dijera con voz adormilada «Esta noche he soñado que venía Tristan», Ivy supo que se había marchado para siempre. No era un sentimiento que pudiera explicar, sólo una clara sensación de que ya no estaba con ella y de que no volvería. La lucha por aferrarse a lo que habían tenido juntos, el deseo de volver atrás en el tiempo en busca de Tristan, y el sueño de vivir con él en otro mundo se habían extinguido en su interior. Sentía una paz nueva.
Ese domingo, Maggie, Andrew y Philip se habían levantado y se habían marchado temprano. Las chicas tomaron un desayuno-comida con calma, tras lo cual Beth y Suzanne recogieron sus cosas y las llevaron al coche de Beth. Suzanne aguardó hasta entonces para formular la pregunta que Ivy esperó en varias ocasiones que le hiciera la noche anterior.
—He sido buena —comenzó Suzanne—. Toda la noche pasada y esta mañana no he dicho nada indebido.
—Te comiste dos brownies que no deberías haberte comido —le recordó Ivy. Observó divertida mientras Beth llamaba la atención de Suzanne y le hacía rápidos gestos como cortándose la garganta. Pero nadie podía silenciar a Suzanne.
—Beth me dijo que, si te mencionaba eso, me embutiría en la boca una bola de papel.
Beth lanzó las manos al aire.
—Pero tengo que preguntártelo. ¿Qué pasa con Will y contigo? Me refiero a que él te salvó la vida. ¿Me equivoco?
—Will me salvó la vida —corroboró Ivy.
—Entonces, ¿qué…?
—Le dije a Suzanne que necesitabas tiempo para poner las cosas en orden —intervino Beth.
Ivy asintió con la cabeza.
—¡Pero es que está totalmente colgado de ti! —exclamó Suzanne, exasperada—. Está perdidamente enamorado… Lleva meses así.
Ivy no contestó.
—Cuando adopta esa expresión de tozudez, no lo puedo soportar —se quejó Suzanne a Beth—. Se pone idéntica a su hermano.
Entonces, Ivy se echó a reír —suponía que Philip y ella tenían, en efecto, un ramalazo de cabezonería—, pero se negó a añadir nada más acerca de Will.
Una vez sus amigas se hubieron marchado, Ivy se dirigió a la casa del árbol de Philip, deteniéndose por el camino en el lecho de crisantemos dorados donde Ella estaba enterrada. Rozó las flores con dos dedos y continuó su camino. Beth tenía razón, había muchas cosas que poner en orden. El martes por la noche le había contado a la policía cuanto sabía del caso contra Gregory; todo salvo el intento de chantaje de Will. Sabiendo que era un error, Ivy no había dicho nada acerca de la nota que había encontrado en la habitación de Gregory.
Aquella noche, había logrado convencerse a sí misma de que la policía ya lo sabía todo sobre Will. Había pensado que los agentes habrían localizado el dinero del chantaje cuando Will lo ingresó. Ése era el motivo por el que Donnelly había ido a casa de Will, se dijo ahora mientras trepaba por la escalerilla de cuerda de la casa del árbol. Pero Ivy sabía que al final tendría que hablarle a la policía de la nota. La vida y la muerte de Caroline habían dejado bien claro lo peligroso de guardar grandes secretos.
Llegó a lo alto de la escalerilla y cruzó el estrecho puente que conectaba ese árbol con el sucesivo. Tras apartar unas cuantas ramas, se sentó en el suelo de madera. A lo lejos, al norte, divisaba un pedacito de río, un trocito de cinta azul. Se tumbó de espaldas y contempló los diminutos trozos de cielo, ahora no mucho mayores que estrellas, pero pronto, con la caída de las hojas, el cielo sería la única techumbre de la casa. «Así debe ser», pensó. El cielo era también el tejado de los ángeles.
«Ángeles, cuidad de Will», rezó. Era lo mejor que podía hacer por él ahora. No podía confiar en él. Y nunca amaría a nadie que la hubiera traicionado como él lo había hecho. Sin embargo, su corazón volaba a su encuentro. «Ángeles, ayudadlo, por favor».
—Eh, ¿esta casa no tiene timbre?
Ivy dio un respingo al oír la voz de Will, y rodó en seguida sobre su vientre para mirarlo por las rendijas que había entre los tablones.
—No.
Él permaneció unos instantes en silencio.
—¿No hay llamador?
—No. —Su mente iba toda velocidad, ¿o era su corazón? Deseaba que se le ocurriera una frase ingeniosa para rechazarlo. Deseaba que no la hiciera sufrir.
—¿Tal vez unas palabras mágicas?
Ivy no contestó. Will retrocedió entre la hierba, intentando vislumbrar el interior de la casa. Ella levantó la cabeza y lo miró por encima del borde.
—Si hay unas palabras mágicas, te aseguro que querría que me dijeras cuáles son, Ivy, porque he estado pensando mucho tiempo y estoy justo a punto de dejarlo correr.
Ella se mordió el labio.
—¿Sabes? —prosiguió Will—. Cuando dos personas escapan de la muerte por los pelos, suelen tener algo de que hablar. Aunque antes de ese momento no se conocieran, después suelen tener algo que decirse. Pero tú no me has dicho nada. He intentado darte un poco de tiempo. He intentado darte un poco de espacio. Lo único que quiero es…
—Gracias —dijo Ivy—. Gracias por arriesgar tu vida. Gracias por salvarme.
—¡No es eso lo que quería! —replicó Will, enojado—. Gratitud es lo último que yo…
—Bueno, deja que te diga lo que yo quiero —gritó Ivy desde arriba—. Sinceridad.
Will miró hacia lo alto con expresión desconcertada.
—¿Es que no he sido sincero? —inquirió. Era como si se hubiera olvidado por completo del chantaje—. ¿Cuándo?
—Encontré tu nota, Will. Sé que le hiciste chantaje a Gregory. No se lo he dicho aún a la policía, pero lo haré.
Él frunció el entrecejo.
—Pues díselo —repuso alzando la voz, lleno de frustración—. ¡Adelante! Ya lo saben, pero si tienes la nota, será una prueba más para los archivos de la policía. Simplemente no entiendo… —Comenzó a alejarse de la casa, luego se detuvo—. Espera un momento. ¿Crees que yo…? No es posible que hayas pensado que quería sacar dinero, ¿verdad?
—Ése suele ser el motivo de un chantaje.
—¿Crees que yo te habría traicionado de ese modo? —le preguntó con incredulidad—. Ivy, fue un montaje…, conseguí que los Celentano me ayudaran, y lo grabé en vídeo… para tener algo que llevarle a la policía.
Ivy se sentó y se acercó más al borde de la plataforma.
—En agosto —explicó Will—, cuando tú estabas en el hospital, Gregory me llamó y me dijo que habías intentado suicidarte. Yo sabía lo mucho que echabas de menos a Tristan, pero sabía también que eras una luchadora. Aquella mañana estuve en la estación para echar un vistazo e intentar averiguar qué se te había pasado por la cabeza. Cuando me iba, encontré la chaqueta y la gorra. Las cogí, pero durante semanas no supe ni cómo ni si podían guardar relación con lo sucedido.
Will echó a andar, agachándose a coger ramitas y rompiéndolas con las manos.
—Cuando empezó el instituto —dijo—, me tropecé con unas fotos de archivo de Tristan en la oficina del periódico. Me lo imaginé todo de repente. Sabía que no era propio de ti saltar al paso del tren, pero sí era propio de Eric y de Gregory engañarte para que cruzaras las vías. Recordé cómo Eric había jugado al gallina con nosotros, y, al principio, le culpé a él. Más adelante me di cuenta de que aquello era mucho más que un juego.
—¿Por qué no me lo contaste antes? —preguntó Ivy—. Deberías habérmelo contado antes.
—Tú tampoco me lo contaste todo —le recordó él.
—Intentaba protegerte —explicó Ivy.
—¿Qué diablos pensabas que estaba haciendo? —Tiró las ramitas al suelo—. Imaginé que Eric había muerto porque iba a cantar. No sabía por qué Gregory quería matarte a ti, pero me imaginé que, si había matado a su mejor amigo, iría a por ti por peligroso que fuera. Casi funcionó. Le di la cinta al teniente Donnelly el martes por la tarde, pero Gregory ya había tendido su trampa.
Hizo una pausa e Ivy se desplazó hasta el mismísimo borde de la plataforma, dejando colgar las piernas, agarrándose con fuerza a la cuerda que se balanceaba cerca de ella.
—Creíste que te había traicionado —dijo Will con voz apagada e incrédula.
—Will, lo siento. —Sabía por el tono en que hablaba que lo había herido profundamente—. Me equivoqué. Lo siento de verdad —se disculpó, pero Will se alejó de ella—. Cometí un error. Un gran error —añadió al cabo de unos segundos—. Intenta comprender. Estaba muy confusa y tenía mucho miedo. Pensé que me había traicionado a mí misma al confiar en ti… y que había traicionado a Tristan al enamorarme de ti. ¡Will!
Aferrándose a la cuerda, se dejó caer del borde de la plataforma y se columpió para apartarse de la casa. Pero Will había regresado un instante antes. Ivy aterrizó sobre él y rodaron juntos por el suelo.
Se quedaron allí tumbados unos instantes, en un montón, Ivy encima de Will, sin moverse ninguno de los dos. Tenía muchísimo miedo de que él se levantara, se sacudiera el polvo y se marchara. ¿Por qué no iba a hacerlo?
—¿Te enamoraste de mí? —inquirió Will.
Ella lo miró a los oscuros ojos castaños, que brillaban con luz oculta, y vio que una sonrisa se extendía por su rostro. Sus brazos la rodearon y ella se relajó contra él, con la cara cerca de la suya.
—Te quiero, Will —dijo en voz baja.
—Te quiero, Ivy. —La estrechó contra su cuerpo y la meció suavemente—. ¿Sabes? —le dijo—, ha sido bueno que esto no sucediera antes. Si hubiera sabido lo mucho que pesabas, nunca habría intentado cogerte.
—¿Qué?
—Si no hubiera habido un ángel cerca, ahora sería hombre muerto.
Ivy se levantó de golpe.
Will soltó una carcajada.
—Vale, vale, era mentira. Pero esto es verdad. Los ángeles jurarán que no miento —dijo, y tiró de ella para besarla.