17

Apenas llegó a la cima de la colina, Tristan supo que Ivy no se encontraba allí. Su coche no estaba. Maggie se hallaba de pie al borde del camino de entrada, agarrando con fuerza un teléfono inalámbrico con aire consternado.

—No me importa en qué reunión esté. Tengo que hablar con él.

¿Qué había sucedido?, se preguntó Tristan. ¿Dónde estaba Ivy? Aún se sentía muy aturdido, como una persona que ha dormido de más y demasiado profundamente. Cuando se había sumido en la oscuridad por última vez, tuvo la impresión de que una fuerza muy superior a él, una fuerza mucho más poderosa que cualquiera que hubiera experimentado jamás, lo empujaba desde el borde y lo precipitaba en las apacibles tinieblas.

—¡Es una emergencia! —gritaba Maggie por teléfono.

«Dime, Maggie, dime qué ha pasado», pensó Tristan.

—Andrew. Oh, Andrew —Maggie cerró los ojos con alivio—. Es Ivy, se ha vuelto loca. Se ha ido.

«¿Adónde?».

—No sé qué lo desencadenó. Subió arriba y luego, de repente, la oí gritar. Subí tras ella, a su sala de música. Ivy… Ivy ha matado a Ella.

«¿Qué?».

—He dicho que ha matado a Ella… Sí, estoy segura.

«Gregory ha matado a Ella», pensó Tristan.

—No lo sé —gimió Maggie—. Le dije que Gregory se había llevado a Philip a los puentes a buscar tornillos de ferrocarril.

Ahora, la mente de Tristan empezó a hacer asociaciones. Justo antes de que él cayera en la oscuridad, Gregory le había afeitado a Ella el costado. Tristan había creído que Gregory sólo quería poner a Ivy nerviosa, pero ahora se daba cuenta de que era una advertencia. Gregory estaba golpeando cada vez más cerca.

—Pensé que la había tranquilizado, Andrew —decía Maggie—. Le dije lo bueno que Gregory estaba siendo con Philip. Creí que estaba manejándola bien. Luego fui a llamar a la orientadora y ella se escapó. Se marchó de aquí en el coche como si estuviera loca. ¿Qué debo hacer?

Tristan no esperó a oír más. Salió corriendo hacia los puentes, tomando la ruta que Ivy debía de haber seguido en coche. Ahora estaba totalmente despierto y se sentía más fuerte que nunca. Su mente pensaba de prisa. ¿Tenía pensado matar Gregory a Philip? ¿Estaba tan loco como para pensar que podía salir bien librado después de cometer un asesinato tras otro?

«Está completamente chiflado», pensó Tristan. ¿Y si era una trampa? ¿Y si sólo era una manera de hacer que Ivy fuera a los puentes del ferrocarril?

Tristan le dio alcance en la sinuosa carretera que discurría a lo largo del río. Se subió al asiento del acompañante, pero ella estaba tan concentrada en conducir que no percibió su luz dorada. La sacudida repentina de un bache rompió su concentración.

«¡Un bache! Unos cuantos más. Cuidado. Tenemos que llegar a los puentes. Encontrar a Philip», pensó Tristan, hasta que combinó un pensamiento con ella y se introdujo en su mente.

—Soy yo.

—¡Tristan! ¿Dónde has estado?

—En la oscuridad —se apresuró a responder él—. Ivy, ve más despacio. Escúchame. Podría ser una trampa.

—Eso es lo que dijiste sobre Eric, y ya sabes lo que pasó —le recordó Ivy, y aumentó la velocidad—. Quizá si hubiera llegado donde Eric un poco antes…

—Eso no es verdad y lo sabes —la interrumpió Tristan—. No podrías haber salvado a Eric.

—Voy a salvar a Philip —dijo ella—. Gregory no va a arrebatarme nada más.

—¿Con qué vas a salvarlo? ¿Con una pistola? ¿Con un cuchillo? ¿Qué llevas encima?

Ivy sintió las dudas crecer en su mente, un terror nuevo que le helaba las venas.

—Vuelve atrás. Ve a la policía —la instó él.

—¡Ya he ido a la maldita policía!

—Entonces, prueba con Will —dijo Tristan—. Tenemos que ir a buscar a Will.

—No podemos confiar en Will —repuso ella de inmediato—. Tú mismo lo dijiste.

—Estaba celoso, Ivy, y enfadado porque él tenía secretos. Pero ahora lo necesitamos. Además, Will haría cualquier cosa por ti —afirmó Tristan.

Notó que Ivy se resistía. Le estaba ocultando algo.

—¿Qué? ¿Qué es lo que no me dices?

Ella negó con la cabeza y guardó silencio.

—Puede ayudarnos —insistió Tristan.

—No necesito su ayuda. Te tengo a ti, Tristan, al menos pensaba que te tenía —lo desafió.

—Ya sabes que sí, pero yo no puedo detener las balas.

—Y Gregory no puede arriesgarse a usarlas —replicó Ivy en tono seguro—. Ése ha sido siempre su problema. Tiene que hacerlo mejor, de forma más subrepticia. Ya ha habido demasiadas muertes. Ha muerto demasiada gente próxima a él. No puede salir impune de un asesinato que conlleve alguna prueba.

El tono seguro de su voz le dijo a Tristan que se trataba de una batalla perdida. Ivy ya había tomado una decisión.

—Volveré —le dijo.

—¿Tristan? —llamó Ivy.

Pero ahora Tristan corría por delante de ella y llegó a los puentes casi al instante. El tiempo había empeorado, la leve llovizna se había convertido en una lluvia fría e intensa que barría ambas orillas del río. Una bruma surgía de las aguas más cálidas que corrían bajo los puentes. Tristan vio la niebla y, sin embargo, a pesar de todo, pudo distinguir con claridad los puentes paralelos que envolvía. No había ni rastro de Gregory ni de Philip. Entonces oyó voces río arriba. Se movían hacia el norte, en dirección contraria al lugar donde había muerto Eric, donde no había senderos fáciles de recorrer. Se sintió como una águila, localizó con precisión a los dos y aterrizó a su lado. Algo había cambiado en él desde que se había sumido la última vez en aquella oscuridad tan profunda. Sus propias habilidades lo sorprendían.

Gregory estaba con Philip frente a una choza pequeñísima bien camuflada entre los arbustos y las vides. Abrió la puerta de madera y Philip entró en la destartalada construcción sin vacilar.

—Seremos como los cazadores de verdad —le estaba diciendo Gregory—. Sé donde hay un montón de madera. Puedo ir a coger algunos pedazos secos y encender una hoguera.

Tristan escuchaba, intentando averiguar cuál era el plan de Gregory. ¿Iba a prenderle fuego al edificio y dejar a Philip atrapado en el interior? No, Ivy tenía razón: demasiado evidente, y ahora Gregory tenía que tener mucho cuidado. Además, Maggie sabía que Philip había salido con él.

Philip dejó sus tornillos de hierro.

—Te ayudaré. Los tornillos estarán seguros aquí.

Gregory negó con la cabeza.

—No, será mejor que te quedes y que vigiles tu tesoro. Yo iré a buscar la leña y volveré dentro de unos minutos.

—Espera —dijo Philip—. Puedo hacer un hechizo para proteger nuestro tesoro. Entonces, nadie podrá cogerlos y…

—No —lo cortó Gregory.

—Es que quiero ayudar.

—Te diré cómo puedes ayudarme —respondió Gregory en seguida—. Préstame tu chaqueta.

El chiquillo frunció el ceño.

—Venga, ¡dámela! —exigió Gregory, incapaz de ocultar su impaciencia.

Como respuesta, la mandíbula de Philip adoptó un gesto tenso y terco. Entornó los ojos, lleno de recelo.

—La necesito para traer la leña —le explicó Gregory con voz más amable—. Después encenderemos una buena hoguera y estaremos secos y calentitos.

Philip se quitó la chaqueta roja de mala gana. Entonces, sus ojos se dilataron de repente. Tristan supo que lo había visto.

—¿Qué pasa? ¿Qué estás mirando? —inquirió Gregory, volviéndose.

Tristan salió de inmediato por la puerta para que Gregory no viera su resplandor, esperando que Philip comprendiera ese mensaje silencioso.

El chico lo comprendió.

—Nada —dijo.

Se produjo un largo silencio. Gregory se acercó a la puerta y echó un vistazo al exterior, pero no percibió a Tristan.

—Creo que he visto una araña grande —oyó Tristan que decía Philip.

—Una araña no te hará ningún daño —repuso Gregory.

—Una tarántula, sí —replicó Philip, tozudo.

—Vale, vale —terció Gregory con la voz áspera de irritación—. Pero no hay ninguna. Quédate aquí y vigila tu tesoro. Vuelvo en seguida.

En cuanto salió de la cabaña, Gregory cerró la puerta y escudriñó los árboles y los arbustos de los alrededores. Satisfecho de que nadie estuviera observándolo, se sacó un candado del bolsillo, lo deslizó sobre el tirador herrumbroso y encerró a Philip sin hacer ruido.

—Lacey, Lacey, necesito tu ayuda. Philip necesita tu ayuda —la llamó Tristan, y se coló a través de las paredes de la choza.

Philip lo saludó con una deslumbrante sonrisa.

—¿Cómo es que estás aquí? ¿Cómo es que te escondías?

Tristan se quedó donde estaba y esperó a que el chiquillo se acercara a él. Entonces echó a andar hacia la puerta. Tal como esperaba, Philip lo siguió. Tristan colocó la mano sobre el tirador, sabiendo que Philip lo vería brillar. El muchacho alargó inmediatamente el brazo y tiró del picaporte.

—No puedo abrir la puerta —dijo.

Acoplándose a ese pensamiento, Tristan se introdujo dentro de él.

—No puedes porque hay un candado por la parte de afuera. Lo ha puesto Gregory.

Philip volvió a agarrar el tirador. Siguió tirando de él, como si no pudiera creerlo.

—Déjalo ya. Está cerrada. Philip, déjalo y escúchame.

Pero el muchacho comenzó a aporrear la puerta con los puños.

—Philip…

Luego empezó a darle patadas a la puerta. Desesperado, arrojó su cuerpo contra ella una y otra vez.

—¡Para! No servirá de nada. Y tal vez necesites tu fuerza para otras cosas.

—¿Qué pasa? —preguntó Philip. Respiraba de prisa, con la boca abierta, y sus ojos recorrían como flechas la habitación—. ¿Por qué me ha encerrado?

—No estoy seguro —respondió Tristan con sinceridad—. Pero te diré lo que quiero que hagas. Voy a tener que dejarte solo, Philip, sólo un momentito. Si Gregory regresa antes que yo y te deja salir, corre hacia la carretera. Ve a la carretera e intenta llamar la atención de algún conductor que pase. No vuelvas a subirte al coche con él, ¿vale? No vayas con él a ningún sitio.

—Tengo miedo, Tristan.

—No te va a pasar nada —le aseguró Tristan, contento de que Philip no pudiera hurgar en su mente y saber cuánto miedo tenía él también—. He llamado a Lacey.

—He llamado a Lacey —se burló una voz—. Y habéis tenido suerte de que ella no tuviera nada mejor que hacer.

El rostro de Philip se iluminó al ver el resplandor morado de Lacey.

—¿En qué lío os habéis metido vosotros dos? —preguntó.

Tristan ignoró la pregunta.

—Tengo que marcharme. Ahora todo irá bien, Philip —dijo deslizándose fuera de él.

—No tan de prisa —Lacey le habló mentalmente a Tristan para que Philip no pudiera oírla—. ¿Qué pasa?

—No estoy seguro. Creo que es una trampa. Tengo que encontrar a Will —repuso rápidamente, y se dirigió hacia la pared de la cabaña—. Ivy necesita ayuda.

—¿Y cuándo no la ha necesitado? —le gritó Lacey, pero Tristan se había marchado ya.