Ivy no pensó en cómo iba a regresar a casa. Se metió en un aseo que había al final del pasillo y se lavó la boca con pasta de dientes. Después de abrocharse y remeterse la blusa, bajó precipitadamente la escalera, cogió su bolso y salió corriendo de la casa.
Luchó por contener las lágrimas. No quería que después le contaran a Gregory lo disgustada que estaba. Las palabras de Philip volvieron a su mente una vez más: «Huele cuando tienes miedo».
Ahora estaba aterrorizada, tanto por ella como por sus amigos. Podían tropezarse en cualquier momento con uno de los secretos de Gregory. Y su ego era lo bastante grande, estaba lo bastante loco como para asumir que podía salirse con la suya silenciando a Will y a Beth además de a ella.
Ivy anduvo a buen paso por la cuneta de Lantern Road. Las casas del barrio de Suzanne estaban muy separadas y no había aceras. Había otro oscuro kilómetro y medio hasta el cruce y otros tres hasta la ciudad. La única luz era una pálida luna amarilla.
—Ángeles, no me abandonéis —rogó Ivy.
Había recorrido aproximadamente quinientos metros cuando los faros de un coche cayeron sobre ella. Se apartó de la carretera con rapidez y se escondió entre unos arbustos. El coche avanzó diez metros más y frenó con un chirrido. Ivy se esforzó por penetrar más en la maleza. De repente el conductor apagó las luces y pudo ver la forma del vehículo a la luz de la luna: un Honda. El coche de Will.
Él se bajó y miró a su alrededor.
—¿Ivy?
Quiso salir corriendo de entre los arbustos y echarse en sus brazos, pero se refrenó.
—Ivy, si estas ahí, dímelo. Dime que estás bien.
Ella pensó con rapidez, intentando discurrir qué podía decirle sin revelarle toda la peligrosa verdad.
—Contéstame. ¿Estás bien? Lacey ha dicho que estabas en apuros. Dime si puedo ayudarte de algún modo.
Incluso bajo la pálida luz la expresión de preocupación de su rostro era visible. Deseaba pedirle ayuda y contárselo todo. Deseaba correr hasta él y sentir sus brazos alrededor de su cuerpo protegiéndola por un instante. Pero no podía hacerlo, por su bien…, sabía que no podía hacerlo. Le escocían los ojos. Parpadeó varias veces para despejarlos y salió a la carretera.
—Ivy —Will musitó su nombre.
—Me… me iba a casa —explicó ella.
Will dirigió una mirada a los arbustos que había tras ella.
—¿Tomando un atajo?
—A lo mejor podrías acompañarme —le dijo con una voz que era casi un susurro.
Él escudriñó su rostro por un momento y luego le abrió la portezuela del coche sin decir nada. Cuando la hubo vuelto a cerrar con llave, Ivy se apoyó en la puerta, sintiéndose segura. Estaría segura hasta que llegara a la casa de la colina.
Will se sentó tras el volante.
—¿De verdad quieres ir a casa? —inquirió.
Tendría que acabar yendo. Asintió, pero él no arrancó el motor.
—Ivy, ¿de quién tienes miedo?
Ella se encogió de hombros y se miró las manos.
—No lo sé.
Will se inclinó hacia ella y puso una mano sobre las suyas. Ivy le dio la vuelta y examinó las manchitas de pintura que el trapo empapado en aguarrás no había borrado. Podía imaginar las manos de Will con los ojos cerrados. La sensación de los dedos de él entrelazados con los suyos la hacía sentirse fuerte.
—Quiero ayudarte —terció Will—, pero no puedo hacerlo si no sé qué es lo que ocurre.
Ivy volvió la cara hacia otro lado.
—Tienes que decirme lo que pasa —insistió él.
—No puedo, Will.
—¿Qué pasó aquella noche en la estación? —preguntó.
Ella no contestó.
—Ahora debes de acordarte ya de algo. Debes de tener alguna idea de lo que viste. ¿Había alguien más? ¿Qué hizo que intentaras cruzar las vías?
Ella sacudió la cabeza y calló.
—Muy bien —dijo Will con voz resignada—. En tal caso, sólo tengo una pregunta más. ¿Estás enamorada de Gregory?
Eso pilló a Ivy desprevenida y volvió vertiginosamente la cabeza hacia él. Will la miró a los ojos, estudió su rostro.
—Es cuanto necesitaba saber —añadió en voz baja.
¿Qué había desvelado?, se preguntó Ivy. ¿Qué habían revelado sus ojos? ¿Que odiaba a Gregory? ¿O que estaba enamorándose de Will?
Le soltó la mano.
—Por favor, llévame a casa —le pidió, y él lo hizo.
—Y ahora —dijo una voz temblando de emoción—, volvemos al programa de hoy… «Por amor a Ivy».
Luego tarareó en voz alta —y bastante mal, pensó Tristan— la melodía de un culebrón.
También Will lo oyó. Miró a su alrededor, en el cuarto oscuro de la escuela, donde había estado trabajando solo, y distinguió el resplandor morado de Lacey.
—Otra vez tú —murmuró.
Como siempre, Tristan encontró que era muy fácil conectar sus pensamientos a los de Will. Se introdujo rápidamente en su interior para poder comunicarse tanto con él como con Lacey.
Will parpadeó.
—¿Tristan? —inquirió en voz alta.
—Sí —contestó él. La música del culebrón seguía sonando de fondo—. Desafinas, Lacey —indicó Tristan.
El canturreo cesó y el resplandor morado se aproximó a Will y a Tristan.
Will se escondió rápidamente un rollo de película a la espalda.
—¿Te importaría apartarte un poco, Lacey? Podrías exponer mis negativos.
—¡Usted perdone! —replicó ella—. Imagino que los dos héroes no me necesitáis aquí. Seguiré mi camino. —Hizo una pausa para darles tiempo a protestar. Al ver que ninguno de los dos abría la boca, añadió—: Pero antes de que me vaya, muchachos enamorados, dejad que os haga unas cuantas preguntas. ¿Quién sacó a Rip Van Winkle[5] de la oscuridad antes de que pasaran los próximos cien años? ¿Quién lo trajo a este cuarto oscuro?
—Te he estado llamando, Tristan —explicó Will—. Necesito tu ayuda.
—¿Quién hizo de ángel de la guarda en la fiesta de Suzanne? —prosiguió Lacey—. ¿Quién te avisó cuando Ivy estaba metida en un buen lío?
—¿Ivy estuvo en un lío? ¿Qué pasó? —preguntó Tristan.
—Dime, ¿quién está haciendo de secretaria de este penoso club de fans de Ivy?
—Cuéntame qué pasó —exigió Tristan—. ¿Ivy se encuentra bien?
—Sí y no —respondió Will, y le habló a Tristan del incidente de la fiesta, incluida la versión de lo sucedido de Gregory—. No sé qué sucedió realmente —dijo—. Alcancé a Ivy más tarde en la carretera. Estaba disgustada y no quiso contarme nada. El domingo trabajó y luego se fue directamente a casa de Beth. Hoy, en el instituto, sólo ha querido hablar con Beth, pero ni siquiera a ella ha querido contarle lo que pasó.
—Lacey, ¿tú viste algo? —inquirió Tristan.
—Lo siento. En aquellos momentos, yo estaba, eeh, haciendo vida social.
—¿Qué crees que estuvo haciendo? —preguntó Tristan.
—Tirando al estanque los zapatos de unos fans cinematográficos desagradecidos —repuso Will.
—¡Me refiero a Ivy! —espetó Tristan, pero estaba más disgustado consigo mismo que con Will. Era la segunda vez que Will cuidaba de Ivy en su lugar.
—Te he estado llamando… —comenzó Will.
—Sin cesar —precisó Lacey—. Le dije que estabas sumido en la oscuridad. Sabía que el amor era ciego, pero imagino que también es sordo. Supongo que…
—Tienes que contarme algunas cosas, Tristan —la interrumpió Will—. Y tienes que hacerlo ahora. ¿Cómo puedo ayudar a Ivy si no sé lo que está pasando?
—Ya sabes suficiente —lo desafió Tristan—. Más de lo que admitiste delante de Ivy. —Se puso a rebuscar en la mente de Will, pero él lo rechazó con suavidad—. Sé que miraste dentro del sobre, Will —dijo Tristan—. Te estaba observando cuando sacaste la llave.
Will no pareció sorprendido ni arrepentido. Deslizó los negativos en un frasco.
—¿De dónde es la llave? —inquirió.
—Creí que tú lo habrías averiguado —replicó Tristan con la esperanza de que mordiera el anzuelo.
—No.
Tristan intentó de nuevo explorar los pensamientos de Will, silenciando por completo los suyos, moviéndose despacio y con precaución. Will lo estampó como a un jugador de hockey contra el muro de su mente.
—Venga, venga, vosotros dos, ¿qué pasa? —preguntó Lacey—. Te estoy viendo la cara, Will. Tienes la misma expresión de tozudez que se le pone a Tristan.
—Me está bloqueando —lo atacó Tristan.
—Como si tú no me hubieras hecho lo mismo —replicó Will acaloradamente—. Primero me mandas corriendo a lo alto de la colina a salvarle la vida a Ivy. Te dejo tomar el control. Acepto y hago sólo lo que tú me dices, y me encuentro a Ivy con una bolsa cubriéndole la cabeza. Gregory está allí con una disculpa extraña, pero tú no me dices ni una palabra de lo que ocurre.
Will dejó el frasco y se puso recorrer el cuartito, cogiendo y dejando filtros, rotuladores, cajas de papel.
—Haces que hable por ti. Haces que baile con ella y le haces advertencias y le dices que la quieres —la voz de Will tembló levemente—. Pero no me dices nada que me explique por qué está pasando todo esto.
«Ivy no me deja», pensó Tristan, pero sabía que ésa no era la única razón. Le molestaba necesitar a Will, y no le gustaba la manera en que él asumía ahora el mando.
—No me gusta este asunto del control mental —prosiguió Will, airado—. No me gusta que intentes leerme la mente. Si quieres saber algo, pregúntamelo.
—Lo que quiero saber es cómo voy a confiar en ti —dijo Tristan—. Tú eres amigo de Gregory…
—Vamos, ¡a ver si crecéis los dos de una vez! —los interrumpió Lacey—. No me gusta el control mental. ¿Cómo voy a confiar en ti? —los imitó—. Porrr favorrr, no me aburráis con vuestras excusas. Ambos estáis enamorados de Ivy, y estáis celosos el uno del otro, y por eso no os contáis vuestros secretos y reñís como críos de guardería.
—¿Estás enamorado de ella, Will? —preguntó Tristan de inmediato.
Se dio cuenta de que Will estaba pensando, sintió que lo esquivaba.
Will volvió a coger el frasco con los negativos y se lo pasó de una mano a la otra.
—Estoy intentando hacer lo que es mejor para ella —respondió por fin.
—No has contestado a mi pregunta.
—No sé qué importancia tiene —discutió Will—. Tú estabas allí cuando bailé con ella. Oíste lo que Ivy me dijo. Ambos sabemos que nunca querrá a nadie como te quiere a ti.
—Ambos sabemos que tú esperas que no sea así —terció Tristan.
Will dejó el frasco sobre la mesa con un golpe.
—Tengo trabajo que hacer.
—Yo también —dijo Tristan, y se deslizó fuera de Will antes de que éste lo echara.
Sabía que algún día Ivy amaría a otra persona y que esa persona podría ser Will. Bueno, si tenía que dejarla en manos de Will, primero iba a tener que vigilarlo de cerca.
Mientras abandonaba la habitación, Tristan oyó la voz de culebrón de Lacey.
—Así, nuestros dos héroes se separan ciegos de amor —decía—, ignorando los consejos de la sabia y bella Lacey —canturreó un poquito—, quien, por cierto, está haciéndose con un corazón roto de su propiedad. Pero ¿a quién le importa Lacey? —preguntó en tono triste—. ¿A quién le importa Lacey?