—Es Tiempo de Fiesta, soy Ivy. ¿En qué puedo ayudarlo?
—¿Lo has averiguado?
—¡Suzanne! Te dije que no me llamaras al trabajo a menos que se tratara de una emergencia. Ya sabes que celebramos la velada especial del viernes por la noche —protestó Ivy, y lanzó una ojeada en dirección a la puerta, por la que acababan de entrar dos clientes.
La pequeña tienda estaba llena hasta los topes de disfraces, y un batiburrillo de artículos fuera de temporada —cestas de Pascua, pavos que graznaban y menorahs de plástico— siempre atraía compradores. Betty, una de las dos hermanas propietarias de la tienda, se había quedado en casa porque estaba enferma, y Lillian e Ivy no daban abasto.
—Es una emergencia —insistió Suzanne—. ¿Has averiguado con quién sale Gregory esta noche?
—Ni siquiera sé si tiene una cita. Me vine aquí en seguida después de clase, así que no tengo nada nuevo que contarte desde que hablé contigo a las tres.
Ivy deseaba que Suzanne no hubiera llamado. En las veinticuatro horas transcurridas desde la visita de Tristan, había estado alerta estuviera donde estuviese. En casa, la puerta de la habitación de Gregory estaba justo frente a la suya, al otro lado del pasillo. En el instituto, lo veía constantemente. Ir a trabajar había sido un alivio: se sentía a salvo entre la multitud de clientes y se alegraba de no pensar en Gregory, aunque no fuera más que durante seis horas.
—Bueno, como detective das asco —le dijo Suzanne, al tiempo que su risa irrumpía en los pensamientos de Ivy—. Esta noche, en cuanto llegues a casa, ponte a fisgar. Tal vez Philip sepa algo. Quiero saber quién es la chica, adónde han ido, durante cuánto tiempo, y cómo iba vestida.
—Escucha, Suzanne —replicó Ivy—, no quiero hacer de correveidile entre Gregory y tú. Aunque supiera que Gregory ha estado con alguien esta noche, no me parecería bien contártelo, del mismo modo que no me parece bien decirle que tú estás con Jeff.
—¡Pero tienes que decírselo, Ivy! —exclamó Suzanne—. ¡De eso se trata precisamente! ¿Cómo va a ponerse celoso si no lo sabe?
Ivy negó en silencio y observó a tres chiquillos que apuñalaban con lápices la reproducción de King Kong de dos metros de altura que tenían en la tienda.
—Tengo clientes, Suzanne. Debo dejarte.
—¿Has oído lo que te he dicho? Quiero poner a Gregory increíblemente celoso.
—Hablamos luego, ¿vale?
—Escandalosamente celoso —prosiguió Suzanne—. Tan celoso que pierda el mundo de vista.
—Hablamos luego —repuso Ivy, y colgó.
Esa noche, cada vez que terminaba de atender a un cliente, los pensamientos de Ivy volvían a Suzanne. Si Suzanne ponía a Gregory escandalosamente celoso, ¿podía ser que éste le hiciera daño? Deseaba que su amiga y Gregory perdieran interés el uno en el otro, pero ese jueguecito de ahora sí, ahora no, era precisamente lo que mantenía el fuego ardiendo.
«Si le digo a Suzanne que Gregory sale con cien chicas distintas —pensó Ivy—, lo querrá aún más. Si lo critico, lo defenderá, y se pondrá furiosa conmigo».
A la hora de cerrar, Lillian se sentó con gesto fatigado en el taburete que había detrás de la caja registradora. Cerró los ojos unos instantes.
—¿Se encuentra bien? —inquirió Ivy—. Tiene aspecto de estar muy cansada.
La anciana le dio unas palmaditas en la mano. El anillo de brillantes de su madre, un cristal curativo y un comunicador de Star Trek centellearon en sus nudosos dedos.
—Estoy estupendamente, cariño, estupendamente. Lo único que me pasa es que soy vieja —explicó.
—¿Por qué no descansa unos minutos? Yo puedo hacer las cuentas —sugirió Ivy cogiéndole los comprobantes de las manos.
Después de cerrar, Ivy tenía intención de acompañar a Lillian hasta su coche. Una vez los clientes se hubieran marchado y con las luces apagadas, el grande y tenebroso centro comercial estaría lleno de sombras y crujidos. Esa noche, Ivy se alegraría tanto como Lillian de tener compañía.
—Sólo soy una vieja —se lamentó Lillian con un suspiro—. Ivy, ¿me harías un favor? ¿Podrías cerrar tú esta noche?
—¿Cerrar? —Eso pilló a Ivy por sorpresa. «¿Quedarme sola?», pensó—. Claro.
Lillian se levantó del taburete y se puso el jersey.
—Ven tarde mañana, cielo —le dijo al tiempo que se dirigía hacia la puerta—. Betty ya estará bien, y todo irá de maravilla. Eres un amor.
—No hay ningún problema —repuso Ivy en voz baja mientras veía desaparecer a Lillian en el centro comercial. Se preguntó donde estaría Tristan, y si debería llamarlo.
«No seas tan cobarde», se reprochó a sí misma, y se volvió para abrir la caja de la pared que contenía los interruptores de la luz. Accionó los interruptores, apagando todas las luces de la tienda, pero cambió de opinión y volvió a encenderlas. Miró hacia los probadores y la trastienda. Luchó contra la necesidad de volver a mirar y comprobar que todo el mundo se había marchado. «No seas tan paranoica», se dijo. Pero no era difícil pensar que alguien pudiera estar acechando en un probador, y no era difícil imaginarse que alguien estuviera esperándola oculto en las sombras del centro comercial.
—Quiero todo lo que tengas en la caja.
Ivy dio un respingo al oír la voz de Eric. Le había clavado un dedo en la espalda. Otra persona se echó a reír. Gregory.
Ivy se volvió para hacerles frente.
—Vaya, lo siento —se disculpó Gregory al ver la expresión de su cara—. No queríamos asustarte.
—Yo sí —dijo Eric con una risita aguda.
—Creíamos que ibas a terminar pronto, así que nos pasamos por aquí —explicó Gregory, tocándole el codo con voz amable y tranquila.
—A coger tu dinero antes de que lo metieras en la caja fuerte —terció Eric—. ¿Cuánto tienes, más o menos?
—Ignóralo —le dijo Gregory.
—Eso es lo que hace. Siempre lo ha hecho —observó Eric, y se puso a revolver en los cestos de la tienda.
—Esta noche vamos a salir —la informó Gregory—. ¿Quieres pasar un rato con nosotros?
Ivy forzó una sonrisa y se puso a revisar los comprobantes de venta.
—Gracias, pero tengo mucho que hacer.
—Esperaremos.
Ella volvió a sonreír y negó con la cabeza.
—Venga, Ivy —insistió Gregory—. Casi no has salido en las tres últimas semanas. Te hará bien.
—¿Tú crees? —levantó la vista y miró a Gregory directamente a los ojos—. Siempre estás pendiente de mí.
—Y seguiré estándolo —repuso él, y le dirigió una sonrisa. Sus ojos grises y su rostro extremadamente atractivo no dejaban traslucir en lo más mínimo sus pensamientos.
—¡Dientes! —exclamó Eric—. Mira estos dientes chupadores de sangre. Son guais.
Rompió el envoltorio de plástico y se metió los dientes de vampiro en la boca al tiempo que sonreía a Gregory. Sus flacos brazos colgaban a los costados, y sus dedos se agitaban con nerviosismo. Ivy pensó en el modo en que Gregory había aplaudido a Eric la noche en que su amigo los había engañado en los puentes del ferrocarril. Se preguntó hasta dónde llegaría Eric con tal de divertir a Gregory y ganarse su aprobación.
—Estás muy mejorado, Eric —observó Gregory—. Además, algunas chicas se ponen cachondas con los vampiros. —Le dirigió a Ivy una sonrisa maliciosa—. ¿No es así?
La última vez que Gregory se había presentado tarde en la tienda, se había disfrazado de Drácula. Ivy recordaba sus besos apremiantes y cómo había cedido a ellos. Ahora, la temperatura de su piel aumentó y sintió que se sonrojaba de rabia. Sus manos se cerraron en sendos puños, que ocultó en seguida detrás de la espalda.
«Puedo jugar a este juego tan bien como él», pensó, y echó la cabeza hacia atrás.
—A algunas chicas, sí.
Gregory le miró el cuello con ojos centelleantes y luego posó la mirada en su boca, como si quisiera volver a besarla.
—Ivy, ¿qué estás haciendo?
La pregunta la sorprendió. Era la voz de Tristan. No se había dado cuenta de que se había introducido en su mente. Sin embargo, estaba claro que ni Eric ni Gregory lo habían oído hablar. Ivy sabía que se había puesto colorada, de modo que agachó rápidamente la cabeza.
Gregory se echó a reír.
—Te estás ruborizando.
Ella se volvió y se alejó de él. Pero no podía escapar de Tristan.
—¿Crees que quiere besarte? —le preguntó Tristan con desdén—. ¡Estrangularte, tal vez! Ivy, no seas estúpida. Todo eso son estratagemas.
Mentalmente, Ivy le dijo:
—Sé lo que me hago.
Gregory la siguió hasta el mostrador y deslizó la mano alrededor de su cintura.
—Por favor, Gregory.
—¿Por favor, qué? —inquirió él con la boca cerca de su oreja.
—Eric está aquí —le recordó, y echó un vistazo por encima de su hombro. Pero Eric se encontraba al otro lado de un perchero, perdido entre un montón de disfraces.
—He cometido un error trayendo a Eric conmigo —dijo Gregory en voz baja.
—Deshazte de Gregory —intervino Tristan—. Deshazte de los dos y cierra la puerta con llave.
Ivy se liberó de Gregory.
—Llama a seguridad —prosiguió Tristan—. Pídeles que te acompañen hasta el coche.
—Además —le dijo Ivy a Gregory—, está Suzanne. Sabes que Suzanne y yo hemos sido amigas desde siempre.
—¡Ivy! —exclamó Tristan—. ¿Es que no sabes nada de chicos? Te estás metiendo en un lío. Ahora utilizará una de sus viejas excusas.
Sin palabras, Ivy repuso:
—Sé lo que me hago.
—Suzanne es demasiado fácil —observó Gregory acercándose más a ella—. Demasiado celosa y demasiado fácil. Me aburre.
—Supongo que es mucho más interesante tirarte a la chica del tío que asesinaste —señaló Tristan.
Ivy movió bruscamente la cabeza, como si acabaran de darle un bofetón.
—¿Qué pasa? —inquirió Gregory.
—Ivy, lo siento —dijo Tristan de inmediato—, pero no me estás escuchando. No pareces comprender…
—Sí comprendo, Tristan —pensó ella, enfadada—. Déjame en paz antes de que lo estropee todo.
—¿Qué estás pensando? —le preguntó Gregory—. Estás enfadada, te lo noto. —Le acarició la frente, luego resiguió su mejilla tocándole ligeramente el cuello con los dedos—. Solía gustarte que te tocara —le dijo.
Ivy sintió la ira de Tristan brotar dentro de ella. Tuvo la impresión de que perdía el control. Cerró los ojos, se concentró y lo empujó tan lejos de su mente como pudo.
Cuando los abrió de nuevo, Gregory la estaba mirando.
—¿Fuera? —preguntó—. ¿Estabas hablando conmigo?
—¿Hablando contigo? —repitió Ivy como un eco. Fantástico. Había hablado en voz alta—. No —le dijo a Gregory—. No recuerdo haberte dicho nada.
Él la miró frunciendo el ceño.
—Pero ya me conoces —prosiguió ella alegremente—, es que estoy un poco loca.
Gregory siguió mirándola.
—Tal vez —repuso.
Ivy sonrió y pasó junto a él.
Durante los siguientes cinco minutos estuvo atendiendo a Eric, ayudándolo a encontrar partes de disfraces, sin perder de vista la puerta de la tienda, esperando a que el personal de seguridad pasara por allí. Cuando apareció el guarda y señaló su reloj para indicarle que eran bastante más de las nueve y media, ella lo llamó. Como el centro comercial estaba oficialmente cerrado, le preguntó si podía mostrar a Eric y a Gregory una puerta por la que pudieran salir.
Cuando se hubieron marchado, cerró con llave y se apoyó contra la puerta, floja de alivio.
—Lo siento, Tristan —murmuró, aunque estaba prácticamente segura de que él no la oía.
Tristan observaba a Ivy, que tenía la cabeza inclinada sobre los comprobantes de venta mientras la única luz que lucía ahora sobre la mesa de la caja registradora le confería a su rizado cabello rubio el aspecto de una maraña de oro. El resto de la tienda estaba escasamente iluminado, y las esquinas se iban sumiendo en la oscuridad.
Deseaba tocarle el pelo, materializar sus dedos y sentir la suavidad de su piel. Deseaba hablarle, sólo hablarle. Pero permaneció oculto, aún enfadado, herido por la manera en que ella lo había expulsado de su mente.
Ivy levantó de pronto la cabeza y miró a su alrededor como si percibiera su presencia.
—¿Tristan?
Si permanecía fuera de ella, no la oiría. Pero ¿qué tenía que decirle? Que la amaba. Que le había hecho daño. Que estaba aterrorizado por ella.
Ahora Ivy lo vio.
—Tristan. —El modo en que pronunciaba su nombre aún podía hacerlo temblar—. Creí que no volverías. Después de echarte de ese modo, no creí que fueras a volver a mí.
Él no se movió.
—Y no vas a hacerlo, ¿verdad? —inquirió ella.
Oyó el temblor de su voz y no pudo decidir qué hacer. ¿Dejarla? Dejar que se preocupara un rato. No quería que se pelearan, y esa noche tenía trabajo que hacer.
«Ojalá supieras lo mucho que te amo», pensó.
—Tristan —dijo ella en silencio.
Ahora estaba en su mente y sabía cuál era el pensamiento que habían compartido: «Ojalá supieras lo mucho que te amo».
Ivy lloraba.
—No llores. Por favor, no llores —le rogó.
—Intenta comprender —le suplicó ella mentalmente—. Te di mi corazón, pero sigue siendo mío. No puedes llegar y coger las riendas sin más. Tengo mis propios pensamientos, Tristan, y mi propia manera de hacer las cosas.
—Siempre has tenido tus propios pensamientos y tu propia manera de hacer las cosas —repuso él. Luego se echó a reír a su pesar—. Recuerdo cómo guiabas tú a aquella animadora el primer día que asististe a nuestro instituto. Fue entonces cuando me enamoré de ti —le dijo—. Pero también tú tienes que comprender. Temo por ti. ¿Qué pretendías jugando con Gregory de ese modo, Ivy?
Ella se bajó del taburete y se dirigió a un rincón oscuro de la tienda. Eric había dejado un montón de disfraces en el suelo. Tristan percibió su tacto sedoso y suave a través de las manos de Ivy mientras ella los recogía.
—Estoy jugando al juego de Gregory —replicó—. Estoy representando el papel que me ha asignado, manteniéndolo interesado y cerca.
—Es demasiado peligroso, Ivy.
—No —repuso ella con firmeza—. Vivir en la misma casa que él e intentar evitarlo sí que sería peligroso. No puedo esconderme de él, así que la estrategia es no perderlo jamás de vista. —Cogió una brillante máscara negra y se la colocó en la cara.
—Tengo que saber lo que hace y lo que dice —prosiguió—. Tengo que esperar a que dé un paso en falso. Mientras esté aquí, y ya te dije, Tristan, que no voy a marcharme, es la única vía posible.
—Hay otra forma de seguirle la pista y mantener a una persona entre los dos al mismo tiempo —señaló Tristan—. Will es amigo suyo. Podrías salir con él.
Se produjo un largo silencio, y Tristan notó que Ivy le ocultaba sus pensamientos.
—No, no es buena idea —dijo ella por fin.
—¿Por qué no? —Su voz brotó con excesiva brusquedad. Percibía que Ivy buscaba con cuidado las palabras adecuadas.
—No quiero implicar a Will.
—Pero si ya está implicado —protestó Tristan—. Sabe de mi existencia. Te llevó a la estación para ayudarte a recordar lo que pasó.
—Punto final —replicó Ivy—. No quiero que le digas nada más. —Se puso a examinar los disfraces, sacudiéndolos y doblándolos después.
—Lo estás protegiendo —señaló Tristan.
—Así es.
—¿Por qué? —inquirió él.
—¿Por qué poner a alguien en peligro?
—Will correría cualquier peligro por ti. Está enamorado de ti. —En cuanto lo hubo dicho, Tristan se arrepintió.
Pero Ivy sin duda ya se había dado cuenta. «O tal vez no», pensó de repente. Notó que ella se debatía. Tristan fue presa de un remolino de emociones que no comprendía. Sabía que Ivy estaba confusa.
—No lo creo —replicó—. Will es un amigo, eso es todo.
Tristan guardó silencio.
—Pero, si es cierto, Tristan, no es justo utilizarlo de ese modo. Sería engañarlo.
«¿De verdad lo sería?» se preguntó Tristan. Tal vez Ivy temiera admitir que Will la atraía.
—¿Qué piensas? ¿Qué me estás ocultando? —preguntó ella.
—Me preguntaba si estás siendo sincera contigo misma.
Ivy cruzó rápidamente la tienda, como si pudiera alejarse de él colgando los disfraces, arrojando objetos que estaban fuera de su sitio en los cestos que les correspondían.
—No sé por qué piensas eso. Es casi como si estuvieras celoso —espetó.
—Lo estoy —replicó él.
—¿Estás qué? —Su voz sonaba frustrada.
—Celoso. —No había por qué ocultarlo, pensó Tristan.
—¿Quién ha dicho eso? —exigió Ivy.
—¿Quién ha dicho qué? —preguntó él.
—¿Quién ha dicho qué? —repitió una voz femenina, la misma voz que había sonado frustrada un minuto antes.
—¡Lacey! —exclamó Tristan. No la había visto entrar.
—¿Sí, encanto? —Lacey estaba proyectando la voz para que también Ivy pudiera oírla.
Ivy miró a su alrededor.
—Es una conversación privada —dijo Tristan.
—Bueno, su parte era privada —contestó Lacey aún proyectando la voz—. Cuando tu chavalita habla mentalmente sólo puedo oír tu parte. ¡Eso sí que es frustrante! El superéxito sentimental del año y me estoy perdiendo la mitad del diálogo. Pídele a tu chavala que hable en voz alta, ¿de acuerdo?
—¿Tu chavala? —repitió Ivy en voz alta.
—Así está mejor —manifestó Lacey.
—¿Ella es ese borrón como morado? —inquirió Ivy.
—¿Perdooonaaa? —terció Lacey.
Tristan notaba que iba a entrarle dolor de cabeza.
—Sí, ésa es ella —dijo.
—¿Un borrón? —Lacey escupió la palabra.
—Así es como te percibe Ivy —explicó Tristan—. Ya lo sabes.
—¿Cómo la percibes tú? —le preguntó Ivy a Tristan.
Él vaciló.
—Sí, dínoslo a las dos, ¿cómo me percibes? —inquirió Lacey.
Tristan intentó pensar en una descripción objetiva.
—Como una cosa más o menos de… metro y medio… con los ojos castaños, creo…, y una nariz redondeada, y algo así como el pelo muy espeso.
—Buen trabajo, Tristan —observó Lacey—. Acabas de describir un oso. —Luego se dirigió a Ivy—: Soy Lacey Lovitt. Ahora estoy segura de que puedes imaginarme.
Tristan sintió que la mente de Ivy rebuscaba, intentando recordar quién era Lacey Lovitt.
—¿La estrella del country?
Un pavo de plástico cruzó volando la habitación.
—Y pensar que me molesté en volver para advertir a la chavala.
—¿Por qué no deja de llamarme chavala?
—Supongo que es la forma de hablar de las estrellas de cine —intervino Tristan en tono cansado.
—¿Eras estrella de cine? —Ivy se agachó para recoger el pavo de plástico del suelo—. Así que eres guapa —murmuró.
—Pregúntaselo a Tristan —dijo Lacey.
—¿Es guapa?
Él se sintió acorralado.
—No soy buen juez para esas cosas.
—Ah, entiendo —dijeron Ivy y Lacey al unísono, ambas en tono irritado. Ivy echó a andar en una dirección, Lacey en la otra.
—¿Cómo arrojaste esto, Lacey Lovitt? —preguntó Ivy haciendo graznar al pavo—. ¿Tristan puede hacerlo también?
Lacey rió por lo bajo.
—No por cualquier motivo —respondió—. Aún está aprendiendo a materializar sus dedos, a hacerse sólido. Tiene mucho que aprender. Por suerte, me tiene a mí como maestra.
Se aproximó a Ivy. Tristan notó que ella se estremecía al sentir que los dedos de Lacey se posaban ligeramente en su piel. A través de los ojos de Ivy, vio las largas uñas moradas aparecer sobre su brazo.
—Cuando Tristan se deslice fuera de tu mente —explicó Lacey—, su tacto y su aspecto serán sólidos para mí. Pero, a menos que se materialice, como acabo de hacer yo, para ti no será más que un resplandor. Se necesita mucha energía para materializarse. Se está volviendo más fuerte, pero si usa demasiada energía, caerá en la oscuridad.
—¿Tendrá un aspecto y un tacto sólidos para ti? —repitió Ivy.
—Puede tomarme de la mano, verme la cara —declaró Lacey—. Puede…, bueno, ya sabes.
Tristan notó que Ivy se picaba.
—Pero no lo ha hecho —añadió Lacey sin rodeos—. Está totalmente colgado de ti. —Cogió un sombrero y lo hizo girar sobre la punta del dedo, levantándolo por encima de su cabeza. Ivy veía a Lacey como una neblina color lavanda con un sombrero de copa que giraba misteriosamente—. ¿Sabes? Me lo pasaría muy bien haciendo de espíritu en este lugar. Podría hacerles publicidad a las viejecitas en Halloween.
—Ni se te ocurra —le advirtió Tristan.
—Perdóname si se me olvida que lo has dicho —replicó Lacey—. En cualquier caso, estoy aquí para contaros un secreto: Gregory acaba de hacerse con drogas nuevas.
—¿Cuándo? —inquirió Tristan en seguida.
—Esta noche, justo antes de venir aquí —dijo ella, y a continuación se dirigió a Ivy—: Ten cuidado con lo que comes. Ten cuidado con lo que bebes. No se lo pongas fácil.
Ivy sintió un escalofrío.
—Gracias, Lacey —dijo Tristan—. Te debo una…, a pesar de que te colaras y escuchases algo que no era asunto tuyo.
—Vale, vale.
—Yo soy quien te debe una —intervino Ivy.
—Tienes razón —espetó Lacey—, ¡y no sólo por esto! Durante los últimos dos meses y medio he tenido que escuchar tal cantidad de gemidos y suspiros en relación contigo como para llenar tres volúmenes de poesía amorosa de mala calidad. Y he de decirte…
—Lacey nunca ha estado enamorada —la interrumpió Tristan—, así que no entiende…
—Perdona, perdona —lo desafió Lacey—. Pero ¿lo sabes a ciencia cierta?
Él se echó a reír.
—Como iba diciendo… —Lacey se acercó más a Ivy—. No tengo la menor idea de lo que ve en ti.
Ivy se quedó momentáneamente pasmada. Al fin contestó:
—Bueno, yo sí sé qué ve en ti.
—Oh, porrrr favorrr.
Ivy se rió, cogió un sombrero de copa y lo hizo girar a su vez sobre la punta del dedo.
—Tristan siempre ha sentido debilidad por las chicas que tienen su propia manera de hacer las cosas.