—¡Eh! ¿Dónde estás? Rooo-me-ooo —gritó Lacey.
Tristan, que bajaba la amplia escalinata principal de la casa de los Baines detrás de Ivy, se detuvo en el rellano y sacó la cabeza por una ventana abierta.
Lacey le sonrió en medio de un lecho de flores, el único lugar de la finca de Andrew Baines que no había sido invadido por los cientos de invitados con sus mantas y sus cestas de picnic. Una banda de percusión caribeña estaba calentando motores en el jardín. Había linternas de papel colgadas de los pinos alrededor de la pista de tenis. Debajo habían colocado unas mesas con un refrigerio.
Tristan llevaba asistiendo a esta fiesta anual desde mucho antes de conocer a Ivy, desde mucho antes de que Andrew sorprendiera a todo el mundo casándose con Maggie. Recordaba lo enorme que, de niño, le parecía aquella casa blanca hecha de madera, con su ala este y su ala oeste, sus dobles chimeneas y sus pesadas contraventanas negras, como alguna de las casas del calendario de Nueva Inglaterra de su madre.
—Deja a la chavala, Romeo —le gritó Lacey—. Te estás perdiendo una fiesta fantástica. Especialmente debajo de alguno de los arbustos.
Incluso ahora que, desde hacía dos meses y medio, era un ángel, el primer impulso de Tristan era hacerla callar. Pero nadie más podía oírlos, excepto cuando Lacey decidía proyectar su voz, un poder que él aún no dominaba del todo. Le dirigió una sonrisa torcida y luego desapareció. En el mismísimo momento en que Tristan echaba a andar de nuevo hacia la escalera, Ivy se detuvo y se volvió hacia la ventana.
Al instante, Tristan empezó a hacerse ilusiones. «Intuye algo», pensó.
Pero Ivy miró directamente a través de él y luego, sin titubear, pasó a su lado y continuó andando. Se apoyó en el alféizar de la ventana, contemplando melancólicamente la escena que se desarrollaba ante ella. Tristan permaneció de pie a su lado y observó cómo iban encendiendo las antorchas, que prendían de repente en el crepúsculo veraniego.
Ivy volvió la cabeza, y Tristan la volvió a su vez, siguiendo su mirada hasta Will, que se hallaba en las inmediaciones de la multitud, observándola. De pronto, Will levantó la vista y encontró los ojos de Ivy. Tristan sabía lo que veía: unos brillantes ojos verdes y la mata de cabello rubio que caía sobre sus hombros.
Ivy se quedó mirando a Will durante lo que pareció una eternidad y después retrocedió bruscamente, cubriéndose las mejillas con las manos. Tristan se retiró con idéntica rapidez. «Sácale una foto, Will, dura más», pensó y, acto seguido, bajó corriendo la escalera.
Lacey estaba esperándolo en el jardín, divirtiéndose golpeando el platillo del batería cada vez que éste se volvía de espaldas. Por supuesto, el batería no podía verla, ni siquiera podía detectar el resplandor morado que algunos creyentes vislumbraban. Le guiñó un ojo a Tristan.
—No he venido aquí para hacer el tonto —dijo él.
—Muy bien, cariño, vamos al grano —terció Lacey propinándole un pequeño empujón. Aunque podían deslizarse a través del cuerpo de las personas, eran sólidos el uno respecto del otro, tanto a la vista como al tacto—. Quiero que veas a unos que están poniéndose hasta arriba de refrescos junto a la pista de tenis —le dijo, pero primero se encaminó a la casa del árbol de Philip. Simplemente no pudo resistirse a la tentación de darle un empujón al columpio del árbol justo cuando una niña con un liviano vestido rosa intentaba sentarse en él.
—Lacey, compórtate como una persona de tu edad.
—Lo haré —repuso ella—, en el mismo momento en que tú decidas comportarte como un ángel.
—A mí me parece que lo estoy haciendo —contestó él.
Ella sacudió la cabeza. Sus cabellos morados en punta, al igual que el corto y denso pelo castaño de Tristan, no se movían con el aire.
—Repite después de mí —lo instruyó Lacey con una odiosa voz de maestra—. Ivy respira, Will respira, Yo no.
—Es que en la estación me miró directamente a los ojos —explicó Tristan—. Estaba seguro de que Ivy volvía a creer. Cuando aparté a ella y a Philip, estaba seguro de que ella me había visto.
—Si te vio, lo ha olvidado —observó Lacey.
—He de hacer que recuerde. Beth…
—Está demasiado nerviosa para ayudarte —lo interrumpió Lacey—. Predijo el robo, luego previó el peligro aquella noche en la estación. Tiene un don especial, pero está demasiado asustada para seguir siendo un canal abierto.
—También está Philip.
—¡Philip! ¡Venga ya! ¿Cuánto tiempo crees que Gregory va a seguir soportando a ese chiquillo que no para de hablar del ángel Tristan?
Tristan sabía que llevaba razón.
—Eso nos deja a Will —prosiguió Lacey. Retrocedió unos pasos y lo apuntó con una larga uña morada—. Así que, ¿estás muy celoso?
—Mucho —respondió Tristan con sinceridad, y soltó un suspiro—. ¿Sabes eso que tú sientes por esa actriz que te reemplazó en aquella película, la que dijiste que era malísima?
—Es que es malísima —repuso Lacey de inmediato.
—Pues multiplícalo por mil. Y lo cierto es que Will no es mal tío. Sería bueno para Ivy, y yo no quiero más que su bien. La amo. Haría cualquier cosa por ella…
—Morir, por ejemplo —terció Lacey—. Pero eso ya lo has intentado, y mira adónde te llevó.
Tristan hizo una mueca.
—A pasar tiempo contigo.
Ella sonrió y, acto seguido, le dio un golpecito con el codo.
—Mira allí. Al lado de esa señora que parece haberse hecho la permanente y cortado el pelo en una peluquería para caniches. ¿No lo reconoces?
—Es el amigo de Caroline —respondió Tristan observando al hombre alto de cabello oscuro—. El que pone rosas en su tumba.
—Machacó a Andrew jugando al tenis y pareció disfrutar de cada instante.
—¿Averiguaste cómo se llama? —inquirió Tristan.
—Tom Stetson. Es profesor en la universidad de Andrew. De veras, ¿quién quiere culebrones cuando puede darse una vuelta por Stonehill? ¿Crees que fue un romance largo, tórrido y secreto? ¿Crees que Andrew lo sabía? ¡Eh, Tristan!
—Te estoy escuchando —dijo él, pero tenía los ojos fijos en un grupo de personas, a unos seis metros de distancia, en el que Ivy, Will y Beth estaban hablando.
—Oh, las flechas del amor… —canturreó suavemente Lacey. Tristan detestaba que exagerara las palabras de ese modo—. En serio, Tristan, esa chica te ha hecho tantos agujeros que un día vas a doblarte sobre ti mismo como una loncha de queso suizo.
Tristan hizo una mueca.
—Es patético cómo la miras con esos grandes ojos de cachorro. Ella ni siquiera te ve. Sólo espero que algún día…
—¿Sabes lo que espero yo, Lacey? —le preguntó Tristan volviéndose hacia ella—. Espero que te enamores.
Ella parpadeó, sorprendida.
—Espero que algún día te enamores de un chico que mire a través de ti.
Lacey apartó la mirada.
—Y espero que sea pronto, antes de que termine mi misión —prosiguió Tristan—. Quiero estar presente para hacer muchas bromas al respecto.
Esperaba que Lacey le respondiera con algún comentario mordaz, pero ella siguió sin mirarlo, observando a la gata de Ivy, Ella, que los había seguido a través de la multitud.
—Estoy impaciente por que Lacey Lovitt se enamore de un chico que no esté a su alcance —continuó Tristan.
—¿Qué te hace pensar que no me ha sucedido ya? —murmuró ella y, a continuación, se agachó para rascar a Ella. Estuvo acariciando a la gata durante varios minutos.
Después de haber estado dos años buscando pretextos para aplazar su propia misión, Lacey había desarrollado mayor resistencia y más poderes que Tristan. Él sabía que ella podía mantener las puntas de sus dedos materializadas para rascar al animal mucho más tiempo que él.
—Ven, Ella —llamó Lacey con suavidad, y Tristan vio que la gata erguía las orejas. Lacey estaba proyectando su voz.
Ella siguió a Lacey, y Tristan siguió a Ella, hasta la mesa de los refrescos. Eric y Gregory estaban allí. Eric estaba discutiendo con Gregory y el camarero e intentaba convencerlos para que le dieran una cerveza.
Lacey le dio a Ella un empujoncito con el codo, y la gata saltó con ligereza sobre la mesa. Ninguno de los tres chicos reparó en el animal.
—Un bol de leche, por favor.
—Un minuto, señorita —dijo el camarero apartándose de Eric y Gregory. Sus ojos se dilataron al posarse en Ella.
La gata parpadeó.
El camarero se volvió hacia los chicos.
—¿Habéis oído eso?
—Leche, y de prisa, por favor.
Ahora Eric y el camarero miraron a la gata. Gregory estiró el cuello para mirar detrás de Eric.
—¿Qué pasa? —inquirió, impaciente—. Ponle simplemente un té helado.
—Prefiero leche.
El camarero bajó la cara hasta Ella. La gata le dirigió un maullido y bajó de la mesa de un salto. Lacey se rió por lo bajo, pero había dejado de proyectar su voz y ahora sólo Tristan podía oírla.
El camarero, con el entrecejo aún fruncido, le sirvió a Eric el té helado. Entonces Gregory apuntó bruscamente con la cabeza hacia la derecha y Eric y él echaron a andar en esa dirección. Tristan los siguió mientras recorrían serpenteando su camino entre la gente y la rebasaban hasta llegar al muro de piedra que señalaba el límite de la finca.
Abajo, a lo lejos, estaban la pequeña estación de tren y la vía que discurría pegada al río. Incluso Tristan apenas si podía creer que Philip hubiera logrado bajar por aquel lado de la colina. La cuesta era pronunciada y rocosa, con pocas cosas a las que agarrarse aparte de unos estrechos salientes de piedra y algún que otro arbusto o árbol enano.
—Imposible —murmuró Gregory para sí—. Ese chiquillo me está mintiendo, está encubriendo a alguien. ¿Quién será?
—Avísame cuando me hables —dijo alegremente Eric.
Gregory lo miró.
—Últimamente lo haces muy a menudo: hablas solo —sonrió Eric—, o quizá con los ángeles.
—A la mierda los ángeles —saltó Gregory.
Eric soltó una carcajada.
—Bueno, tal vez deberías empezar a rezarles. Estás metido en un buen lío, Gregory. En un buen lío. Y me estás arrastrando contigo.
—¡Idiota! Te estás liando tú solo. Siempre estás colocado… y siempre la cagas. Te lo pregunto una vez más: ¿dónde está la ropa?
—Te lo digo una vez más: no la tengo.
—Quiero la gorra y la chaqueta —exigió Gregory—. Y vas a encontrármelas, porque, si no lo haces, no le daré a Jimmy el dinero que le debes. —Gregory echó la cabeza hacia atrás—. Y ya sabes lo que eso significa. Ya sabes lo quisquillosos que pueden llegar a ser esos camellos cuando no consiguen su dinero.
A Eric se le torció la boca. Sin alcohol no podía hacerle frente a Gregory.
—Estoy hasta las narices —se quejó—. Estoy hasta las narices de tu trabajo sucio.
Hizo ademán de marcharse, pero Gregory lo atrajo hacia sí tirándole del brazo.
—Pero lo harás, ¿verdad? Y mantendrás la boca cerrada, porque me necesitas. Necesitas tu dosis.
Eric se debatió con escasa energía.
—Suéltame. Hay alguien mirando.
Gregory lo soltó y miró a su alrededor. Eric se puso rápidamente fuera de su alcance.
—Ten cuidado, Gregory —le advirtió—. Tengo la sensación de que nos están observando.
Gregory arqueó las cejas y se echó a reír de modo amenazador. Siguió riendo entre dientes incluso cuando Eric se hubo perdido de vista.
Lacey agitó los hombros.
—Me da escalofríos —dijo.
Observaron a Gregory mientras éste regresaba a la fiesta y hablaba y sonreía a los invitados.
—¿Cuál crees que debía de ser el trabajo sucio de Eric? —le preguntó Lacey a Tristan—. ¿Liquidar a Caroline? ¿Cortarte el cable de los frenos? ¿Atacar a Ivy en el despacho de Andrew? —Materializó los dedos y tiró una piedra lo más lejos que pudo por la ladera de la colina—. Claro que ni siquiera tenemos la seguridad de que a Caroline la mataran, ni de que el cable del freno lo cortaran deliberadamente.
Tristan asintió.
—Voy a tener que volver a viajar en el tiempo a través de los recuerdos de Eric.
Lacey había recogido otra piedra y ahora la dejó caer al suelo.
—¿Vas a volver a atravesar la mente de Eric? ¡Estás loco, Tristan! Creía que habías aprendido la lección la primera vez. Tiene los circuitos fritos, es demasiado peligroso, y sus recuerdos no te aportarán ninguna prueba.
—Una vez sepa lo que está pasando, puedo encontrar la prueba —razonó él.
Lacey sacudió la cabeza.
—Ahora mismo —dijo Tristan—, tengo que hacer que Ivy recuerde lo que pasó en la estación. Tengo que encontrar a Will y convencerlo para que me ayude.
—¡Caramba, qué gran idea! —repuso Lacey—. Creo que alguien te sugirió eso mismo hace unos quince minutos.
Tristan se encogió de hombros.
—Ese alguien irá contigo, por si necesitas ayuda —añadió ella.
—Sin bromas, Lacey —le advirtió Tristan.
—Sin promesas, Tristan.
Encontraron a Will cerca del jardín, bailando con Beth. Ivy y Suzanne estaban sentadas junto a la madre de Ivy, contemplando a los chicos de su clase dejarse llevar por la música reggae. Lacey se puso a bailar sola, moviendo las caderas, levantando las manos por encima de la cabeza y dejándolas caer después hasta la cintura. «Baila bien», observó Tristan mientras ella giraba y echaba a andar a través del jardín. Al ver la luz de Lacey, Ella comenzó a seguirla. Alguien dio un paso atrás, tropezó con la gata y aterrizó sobre el trasero junto al animal.
—¿Te apetece bailar? —Era la voz proyectada de Lacey.
El muchacho se quedó mirando a Ella por unos instantes y se puso en pie a toda prisa.
—Ven aquí, Ella —la llamó Maggie, y la gata avanzó despacio hacia la madre de Ivy, con Lacey a la zaga.
El animal saltó al regazo de Maggie y ésta se acomodó mejor para observar a los bailarines.
—Nadie va a invitarme a bailar, Maggie —de nuevo Lacey.
Maggie le dio la vuelta a la gata, tomó la barbilla de ésta en su mano de manicura perfecta y la miró como si esperara que volviese a hablar.
—¿Habéis oído eso, chicas? —preguntó Maggie, pero ninguna de las dos contestó.
Suzanne estaba facilitándole a Ivy un análisis pormenorizado de las relaciones de todas las parejas del jardín.
Tristan dejó a Lacey entregada a sus juegos y avanzó entre la gente en dirección a Beth y a Will. Bailaban con las cabezas muy juntas, como si fueran pareja, pero él sabía por qué Beth y Will estaban juntos en realidad… Ivy.
—Tengo miedo —decía Beth—. Sé cosas que no querría saber… Las sé antes de que sucedan, Will. Y escribo cosas que nunca quise escribir.
—Yo hago dibujos que nunca quise hacer —replicó él.
—Ojalá alguien nos dijera qué está pasando. Sea lo que sea, aún no ha terminado… Eso lo sé. Tengo la impresión de que las cosas están muy, pero que muy mal, y que van a ponerse peor. Me despierto asustada, mortalmente asustada por Ivy. A veces creo que estoy teniendo una crisis nerviosa.
Will la estrechó con más fuerza. Tristan miró a Ivy y vio que ella volvía rápidamente la cabeza hacia otro lado.
—No es que estés teniendo una crisis, Beth. Es sólo que tienes una especie de don que…
—¡No quiero ese don! —replicó ella alzando la voz.
—Chsss, chsss. —Will le acarició el cabello con la mano.
—Nos está mirando —indicó Beth—. Va a hacerse una idea equivocada. Será mejor que la invites a bailar.
Tristan sabía lo que Will debía de estar pensando en ese momento. Miró a Ivy y pensó cómo sería rodearla con sus brazos, estrecharla contra su cuerpo, dejar que sus dedos se perdieran entre su brillante cabello. En ese instante, sus pensamientos y los de Will eran idénticos, de modo que Tristan se deslizó dentro de él.
Will se inclinó de repente hacia Beth.
—Otra vez esa sensación. Odio esa sensación.
—Tengo que hablar con Ivy —le dijo Tristan a Will, y Will pronunció sus palabras en voz alta.
—¿Qué vas a decirle? —inquirió Beth.
Will negó con la cabeza, perplejo.
—Invita a Ivy a bailar —dijo Tristan, y, una vez más, Will articuló las palabras como si fueran suyas.
—Invítala tú —contestó Beth.
Will apretó las mandíbulas. Tristan podía sentir cómo luchaba, cómo el instinto de Will le decía que expulsara al intruso de su mente, y cómo su curiosidad combatía ese instinto. «¿Quién eres?», se preguntó Will sin hablar.
—Soy Tristan. Tristan. Tienes que creerme.
—No me lo creo —dijo Beth.
Will y ella habían dejado de bailar y estaban de pie mirándose el uno al otro, intentando comprender.
—Está dentro de ti, ¿verdad? —preguntó Beth con voz temblorosa—. Las palabras que pronuncias son las suyas.
Will asintió.
—¿Puedes hacer que se marche? —preguntó Beth.
—¡No lo hagas!
—¿Por qué no nos dejas en paz? —gritó Beth.
—No puedo. Por Ivy. No puedo.
Will y Beth se aferraron el uno al otro. Entonces, Will la condujo hasta el fondo del jardín, hacia la zona donde Ivy estaba sentada.
—¿Quieres bailar conmigo? —le preguntó a Ivy.
Ella miró a Beth, insegura.
—Estoy muerta —le dijo Beth, haciendo que Ivy se levantara de la silla y ocupara su lugar—. Ve. Tengo que darles un respiro a estos delicados pies talla cuarenta.
En silencio, Will se dirigió con Ivy hasta la parte menos abarrotada del jardín. Tristan lo sintió estremecerse al rodearla con sus brazos. Percibió cada torpe paso, y recordó cómo se había sentido él la primavera anterior, cuando había tratado de conocer a Ivy. Una vez cara a cara con ella, no había sido capaz de formular ni una frase de más de cuatro palabras.
—¿Cómo estás? —le preguntó Will.
—Muy bien.
—Estupendo.
Siguió un largo silencio. Tristan notaba que en la mente de Will se formaban preguntas. «Si estás ahí —le dijo Will en silencio a Tristan—, ¿por qué no me dices qué hacer?».
—No soy tan frágil —dijo ella.
—¿Qué?
—Bailas conmigo como si pensaras que me voy a romper —declaró Ivy en voz alta mientras sus ojos verdes lanzaban chispas brillantes.
Will la miró, sorprendido.
—Estás enfadada.
—Te has percatado —repuso ella con brusquedad—. Estoy harta de la manera en que actúa la gente…, ¡todo el mundo es tan prudente conmigo! Van de puntillas, como si tuvieran miedo de hacer algo que me dispare. Pues bien, tengo una noticia para ti, Will, y para todos los demás. No soy de cristal, y no voy a hacerme añicos. ¿Entendido?
—Creo que sí —respondió él.
Luego, sin previo aviso, la hizo girar dos veces, apartándola de él y atrayéndola de nuevo como un yoyó. Bajó el brazo para que cayera hacia atrás y la recogió en el último momento, inclinándose sobre ella e incorporándola de un tirón.
—¿Mejor?
Ivy se retiró hacia atrás el cabello que le había caído sobre la cara y se echó a reír, sin aliento.
—Un poco.
Will sonrió. Ahora ambos estaban más relajados. Había llegado el momento de hablar con ella, pensó Tristan. Pero ¿qué podía decirle que no la hiciera volver a enfadarse o que la ahuyentara?
—Hay algo de lo que quiero hablarte —manifestó Will utilizando las palabras de Tristan.
Ivy se separó un poco de Will para mirarlo a los ojos y apartó rápidamente la mirada. Unos ojos en los que una chica podía ahogarse…, así era como Lacey los había descrito. Y era por eso por lo que Ivy había mirado hacia otro lado, pensó Tristan, luchando por controlar sus celos.
—Es sobre… Beth. Está como conmocionada —dijo Will por Tristan—. Ya sabes que tiene premoniciones.
—Sé que le di un buen susto hace unas cuantas semanas —admitió Ivy—, pero fue sólo…
Will se apresuró a menear la cabeza al tiempo que lo hacía Tristan.
—Beth tiene más miedo del futuro que de lo que pasó entonces.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Ivy. Habló en tono indignado, pero Tristan percibió el leve temblor de su voz—. No va a pasar nada más —insistió ella—. ¿Qué tengo que hacer para convencer a todo el mundo de que estoy bien?
—Tienes que recordar, Ivy.
—¿Recordar qué? —inquirió ella.
—La noche del accidente.
Tristan se dio cuenta de que, ahora, Will titubeaba, preguntándose adónde querían ir a parar sus palabras. «¿Qué accidente? —preguntó Will en silencio—. ¿El accidente en el que encontraste la muerte?».
—¿El accidente? —repitió Ivy—. ¿Es ésa una manera agradable y educada de referirte a mi intento de suicidio?
—¡Ivy, no puedes pensar eso! Sabes que no es cierto —exclamó Will, articulando con pasión cada una de las palabras que Tristan le suministraba.
—Yo ya no sé nada —replicó ella, quebrándosele la voz.
—Intenta recordar —le rogó Tristan por boca de Will—. Me viste en la estación.
—¿Tú estabas allí? —preguntó Ivy, sorprendida.
—Siempre he estado a tu lado. ¡Te quiero!
Ivy miró a Will. Tristan se percató demasiado tarde de que había cometido un error al hablar en primera persona.
—Eso no es posible, Will.
Él tragó saliva con fuerza.
—Deberías querer a otra persona. Yo… yo nunca te querré.
Tristan notó que Will encajaba el golpe.
—Nunca volveré a querer a nadie —afirmó Ivy dando un paso atrás—, no como quise a Tristan.
—Dile que soy yo quien habla —rogó Tristan.
Pero Will se quedó quieto y no dijo nada. Otras parejas chocaban con ellos, se reían y bailaban a su alrededor. Will sujetaba a Ivy a cierta distancia, y ella no lo miraba a los ojos. De pronto, Ivy dio media vuelta y él la dejó marchar.
—Ve tras ella —le ordenó Tristan—. No hemos terminado.
—Déjame en paz —musitó Will, y echó a andar en dirección contraria con la cabeza gacha.
Gregory, que dirigía a Suzanne hacia la multitud de bailarines, agarró a Will del brazo.
—No vas a tirar la toalla, ¿verdad?
—¿Tirar la toalla? —repitió Will con una voz que sonó hueca.
—Con Ivy —precisó Suzanne.
—En la caza —puntualizó Gregory dirigiéndole a Will una sonrisa.
—No creo que Ivy quiera que la cacen.
—Oh, venga ya —lo reprendió Gregory—. A mi dulce e inocente hermanastra le encanta fingir. Y créeme, es una profesional.
«Una profesional en escapar de ti», pensó Tristan mientras se deslizaba fuera de Will.
—Yo nunca tiraría la toalla —dijo Gregory lanzándole una mirada a Ivy, que estaba de pie al fondo del jardín. Su prolongada sonrisa hizo que tanto Suzanne como Tristan se volvieran intranquilos hacia Ivy—. No hay nada que me guste más que una chica que se hace de rogar.