Tristan se tumbó sobre la hierba, exhausto. El parque situado al final de Main Street se estaba llenando de gente. Los manteles sobre la hierba parecían balsas de colores brillantes sobre un mar verde. Los niños se revolcaban por el suelo y se daban puñetazos. Los perros tiraban de sus correas y se rozaban los hocicos. Dos adolescentes se besaban. Una pareja más mayor colocaba sus sombrillas y los miraba; la mujer sonreía.
Lacey regresó de su exploración del escenario del parque, que ya estaba preparado para la actuación de las cinco en punto. Se dejó caer junto a Tristan.
—Ha sido una estupidez —lo reprendió.
Él ya sabía que diría algo así.
—¿Qué parte? —le preguntó. Al fin y al cabo, la tarde había sido larga y habían ocurrido muchas cosas.
—Intentar meterte en la cabeza de Gregory —gruñó—. Me sorprende que no te enviara a Manhattan de un puntapié. ¡O a Los Ángeles!
—¡Estaba desesperado, Lacey! Tengo que descubrir a qué está jugando con Ivy y Suzanne.
—Ya… ¿y pensabas que era necesaria una excursión a su mente para averiguarlo? —le preguntó con incredulidad—. Deberías haberme preguntado a mí. Su juego no es muy distinto del que he visto practicar a muchos tipos con las chicas. Está utilizando a la fácil para entretenerse un rato, y persiguiendo a la señorita Dura de Roer. —Acercó su cara a la de Tristan—. ¿Me equivoco?
Él no contestó. No era un juego romántico lo único que le preocupaba. Desde el momento en que había relacionado la muerte de Caroline con la entrega de Ivy en la casa de al lado, se había estado preguntando cuál sería el motivo que se escondía tras la nueva cercanía de Gregory respecto a Ivy.
—Bueno, espero que hoy hayas aprendido la lección —recalcó Lacey.
—Tengo un dolor de cabeza horrible —contestó Tristan—. ¿Satisfecha?
Con delicadeza, ella le puso una mano sobre la frente y le dijo con voz más tranquila:
—Si te hace sentir mejor, es probable que a Gregory también le duela.
Tristan la miró con los ojos entornados, sorprendido por esa pequeña muestra de amabilidad.
Ella apartó la mano y lo miró de la misma forma.
—¿Y se puede saber por qué te has dedicado a perseguir a Philip y a colarte en su mente? —exigió saber. Me parece otro gasto de energía inútil. Él ya ve nuestro resplandor…, y se mete en un lío cada vez que lo menciona. Esta tarde, esa conversación ha puesto a Gregory de muy buen humor, de verdad.
—Tenía que decirle a Philip quién soy. Beth firmó con mi nombre el mensaje del ordenador. Si Philip le dice a su hermana que me ve, o que ve mi luz, tarde o temprano Ivy tendrá que creer.
Lacey sacudió la cabeza para mostrar sus reservas al respecto.
—Y hablando de Philip —dijo Tristan al tiempo que se incorporaba sobre un codo—, me he dado cuenta de que el humor de Gregory mejoró más aún cuando Philip dejó de hablar de ángeles y sacó la foto de uno de verdad. ¿En qué misión estabas trabajando hoy cuando te metiste en esa fotografía?
Lacey no le contestó de inmediato. Levantó la vista hacia tres mujeres vestidas con mallas que acababan de ser presentadas en el escenario.
—¿Qué crees que van a hacer?
—Danza o aeróbic. Contesta a mi pregunta.
—Si yo estuviera en su lugar, me pondría una túnica.
—Buen intento —repuso Tristan.
—Estaba trabajando en mi proceso de semimaterialización —le explicó ella—, en solidificarme lo suficiente como para mostrar una forma general pero sin llegar a convertirme en un cuerpo real. Nunca se sabe…, quizá necesite hacer algo así en el futuro. Para completar mi misión, por supuesto.
—Por supuesto. Y en proyectar tu voz para que todos los que estaban en Fotos del Viejo Oeste te oyeran… Supongo que también necesitabas ensayarlo un poco más.
—Ah, bueno, eso —dijo Lacey con un breve movimiento de la mano—. En ese momento estaba trabajando en tu misión.
—¿En mi misión?
—A mi manera —respondió ella—. Tú y yo tenemos estilos muy diferentes.
—Cierto. Jamás se me habría pasado por la cabeza decirle a Will que tiene un buen culo.
—Un culo estupendo —lo corrigió Lacey—. El mejor que he visto desde hace mucho tiempo… —Lo miró con aire pensativo—. Date la vuelta.
—Ni lo sueñes.
Ella se rió y, después, dijo:
—Esa chica tuya utiliza su piel como si fuera una armadura. Pensé que si ponía en marcha una broma sin importancia conseguiría que se soltara un poco, que se abriera a Will. Consideré que era una buena oportunidad, ya que Ivy no podía verle los ojos a él. Creo que son sus ojos los que la afectan, los que hacen que se cierre en banda de esa forma.
—Me ve a mí reflejado en ellos —dijo Tristan.
—Algunos tíos te causan esa impresión —continuó Lacey—. Tienen unos ojos en los que una chica podría ahogarse.
—Ella no lo sabe, pero es a mí a quien ve en ellos.
Cuando Lacey no se lo confirmó, Tristan se incorporó por completo.
—¿Me ve Ivy cuando la miro a través de los ojos de Will?
—No —contestó Lacey—, ve a otro tipo que se ha enamorado de ella, y se muere del miedo.
—¡No me lo creo! —protestó Tristan—. Te equivocas, Lacey.
—No me equivoco.
—Puede que Will esté colado por ella, y quizá ella lo encuentre atractivo, pero…
Lacey se tumbó de espaldas sobre la hierba.
—Vale, vale. Sólo vas a creer lo que quieres creer, pase lo que pase. —Se puso un brazo bajo la cabeza para elevarla un poco—. Que no es muy diferente de la forma en que cree Ivy…, a pesar de lo que tiene delante de las narices.
—Ivy jamás podría amar a otra persona —insistió Tristan—. No lo sabía antes del accidente, pero ahora ya lo sé: Ivy sólo me quiere a mí, estoy seguro de ello.
Lacey le dio unos golpecitos en el brazo con una de sus largas uñas.
—Disculpa que te recuerde que ahora estás muerto.
Tristan encogió las rodillas y apoyó un brazo sobre cada una de ellas. Se concentró para materializar las yemas de sus dedos y entonces bajó una mano y comenzó a arrancar briznas de hierba.
—Estás mejorando —observó Lacey—. No te ha costado mucho esfuerzo.
Pero él estaba demasiado enfadado como para agradecer el cumplido.
—Tristan, tienes razón. Ivy te quiere más de lo que quiere a cualquier otra persona. Pero el mundo sigue girando y, si quieres que siga viva, no puede seguir enamorada de la muerte. La vida necesita vida. Así es como funcionan las cosas.
Tristan no contestó. Contempló cómo las tres mujeres de las mallas daban brincos de un lado a otro y después salían del escenario caminando trabajosamente y brillando a causa del sudor. Oyó a una niña pequeña vestida de Annie que medio cantaba, medio voceaba el tema Tomorrow una y otra vez.
—En realidad no importa quién tenga razón —dijo al fin—. Necesito a Will. No puedo ayudar a Ivy sin él.
Lacey asintió.
—Will acaba de llegar. Supongo que se está tomando un descanso del trabajo… Está sentado solo, no muy lejos de la entrada del parque.
—Los demás están allí —dijo Tristan señalando en dirección contraria.
Beth y Philip estaban tumbados boca abajo, apoyados sobre los codos en una manta grande, mirando las actuaciones mientras recogían tréboles para atarlos y hacer con ellos una cadena larga. Suzanne estaba sentada sobre la misma manta con Gregory, rodeándolo con los brazos desde atrás. Estaba recostada sobre la espalda de él y tenía la cabeza apoyada en su hombro. Eric se había unido a ellos pero estaba sentado en la hierba, justo al lado de una de las esquinas de la manta, con la que se dedicaba a juguetear. No paraba de estudiar a la multitud, daba respingos en momentos extraños y volvía la cabeza para echar vistazos rápidos a su espalda.
Vieron otras cuantas actuaciones más; luego, presentaron a Ivy. Philip se puso en pie de inmediato y aplaudió. Todo el mundo se echó a reír, incluida Ivy, que miró en dirección a su hermano.
—Eso la ayudará —comentó Lacey—. Ha roto el hielo. Me gusta ese niño.
Ivy comenzó a tocar, pero no la obra que estaba previsto que tocara, sino Claro de luna, la sonata que había tocado para Tristan una noche, una noche que parecía haber ocurrido hacía ya muchos veranos.
«Es para mí —pensó él—. Ésa es la pieza que tocó para mí —quería decirle a todo el mundo— la noche en que convirtió la oscuridad en luz, la noche en que bailó conmigo. Ivy está tocando para mí», quería espetarles a Gregory y a Will.
Gregory permanecía absolutamente inmóvil, sin prestar atención a los ligeros movimientos de Suzanne. Tenía los ojos clavados en Ivy como si estuviera embelesado.
Will también estaba sentado en la hierba sin moverse. Tenía una rodilla doblada y un brazo apoyado relajadamente sobre ella. Pero no había nada de relajado en la forma en que escuchaba y miraba a Ivy. Estaba absorbiendo todos y cada uno de los pequeños detalles. Tristan se levantó y se dirigió hacia él.
Luego observó a Ivy desde la perspectiva de Will: sus manos fuertes, su maraña de pelo dorado bajo el sol de la tarde, la expresión de su rostro. Ella estaba en un mundo distinto del suyo, y él deseaba con todas sus fuerzas formar parte de ese mundo. Pero Ivy no lo sabía, y Tristan se temía que nunca llegaría a saberlo.
En un instante, Tristan acompasó sus pensamientos a los de Will y se coló en su interior. En ese momento oyó la música de Ivy a través de los oídos de Will. Cuando ella terminó de tocar, Tristan se puso en pie con Will. Aplaudió y aplaudió, con las manos por encima de la cabeza, por encima de la cabeza de Will. Ivy hizo una reverencia, saludó con la cabeza y dirigió la mirada hacia él.
Después se volvió hacia los demás. Suzanne, Beth y Eric la vitoreaban entusiasmados. Philip daba saltos para intentar ver algo por encima de las cabezas del público puesto en pie. Gregory permanecía inmóvil. Ivy y él eran las dos únicas personas que había en aquel ruidoso parque que permanecían quietos, en silencio, mirándose el uno al otro como si se hubieran olvidado de todos los demás.
Will se volvió abruptamente y caminó de vuelta hacia la calle. Tristan salió de él y se dejó caer sobre la hierba. Al cabo de unos momentos sintió a Lacey a su lado. No dijo una sola palabra, simplemente se sentó a su lado, hombro con hombro, como si fuera un viejo compañero del equipo de natación en el banco de la piscina.
—Estaba equivocado, Lacey —admitió—. Y tú también. Ivy no me ve a mí. Tampoco ve a Will.
—Ve a Gregory —concluyó ella.
—A Gregory —repitió Tristan con amargura—. ¡No sé cómo voy a salvarla ahora!
En cierto sentido, enfrentarse a Suzanne tras la actuación fue más fácil de lo que Ivy esperaba. Tal y como habían planeado, Ivy se reunió con Philip y con sus amigos junto a la puerta del parque. Antes de que tuviera oportunidad de saludarlos, Suzanne le dio la espalda.
Ivy alargó la mano y tocó el brazo de su amiga.
—¿Te han gustado los cuadros de Will? —le preguntó.
Suzanne se comportó como si no la hubiera oído.
—Suzanne, Ivy se estaba preguntando qué opinas de los cuadros de Will —dijo Beth con tacto.
La respuesta fue lenta.
—Lo siento, Beth, ¿qué acabas de decir?
Su amiga miró con inquietud primero a Suzanne y luego a Ivy. Eric se echó a reír; estaba disfrutando de la tensión que se palpaba entre las chicas. Gregory parecía estar ensimismado y distante tanto de Suzanne como de Ivy.
—Hablábamos de los cuadros de Will —repuso Beth rápidamente.
—Son geniales —contestó Suzanne.
Mantenía el hombro y la cabeza en un ángulo que impedía que Ivy entrara en su campo de visión.
Ivy esperó a que pasara un grupo de niños con globos y luego varió su posición para intentar hablar con su amiga una vez más. En esa ocasión se encontró directamente con la espalda de Suzanne en la cara. Beth, que estaba entre las dos chicas, comenzó a parlotear como si las palabras pudieran llenar el silencio y la distancia que las separaban.
En cuanto Beth hizo una pausa para recuperar el aliento, Ivy dijo que tenía que marcharse para poder llevar a Philip a tiempo a casa de su amigo. Pero tal vez su hermano viera y comprendiera más de lo que Ivy creía. Esperó hasta que estuvieron a una manzana de distancia de los demás antes de decir:
—Sammy acaba de volver del campamento y me dijo que no fuera hasta después de las siete.
Ivy le colocó una mano sobre el hombro.
—Lo sé. Gracias por no mencionarlo.
Mientras iban de camino hacia el coche, Ivy se detuvo en un pequeño puesto y compró dos ramilletes de amapolas. Philip no le preguntó por qué las compraba o hacia dónde se dirigían. Quizá también lo hubiera adivinado.
A medida que Ivy se alejaba conduciendo del festival fue sintiéndose cada vez más sorprendentemente ligera. Había intentado que Suzanne estuviera más cómoda, contentarla manteniéndose alejada de Gregory. Le había tendido la mano a su amiga varias veces, pero ella la había rechazado en cada ocasión. Ya no había razones para seguir intentándolo, para seguir caminando de puntillas en torno a Suzanne y a Gregory. Su enojo se convirtió en alivio; de repente se sintió liberada de una carga que ella no había querido poner sobre sus hombros.
—¿Por qué llevamos dos ramos? —preguntó Philip mientras Ivy conducía y tarareaba—. ¿Uno de ellos es de mi parte?
Lo había adivinado.
—En verdad, los dos son de nuestra parte. He pensado que sería bonito dejar unas flores sobre la tumba de Caroline.
—¿Por qué?
Ivy se encogió de hombros.
—Porque era la madre de Gregory, y Gregory se ha portado muy bien con nosotros.
—Pero era una señora repugnante.
Ivy le lanzó una mirada fugaz. «Repugnante» no era una palabra que formara parte del vocabulario de Philip.
—¿Cómo?
—La madre de Sammy dijo que era repugnante.
—Bueno, la madre de Sammy no lo sabe todo —le contestó Ivy al tiempo que cruzaban las enormes puertas de hierro.
—Pero conocía a Caroline —protestó Philip con tozudez.
Ivy era consciente de que había muchas personas a las que no les gustaba Caroline. El propio Gregory nunca había hablado bien de su madre.
—Vale, esto es lo que vamos a hacer —dijo mientras aparcaba el coche—: uno de los ramos, el naranja, será para Caroline de mi parte, y el otro, el morado, para Tristan de parte de los dos.
Caminaron en silencio hasta la zona adinerada de Riverstone Rise.
Cuando Ivy se acercó a dejar las flores sobre la tumba de Caroline notó que Philip se quedaba atrás.
—¿Está fría? —le preguntó a su hermana desde la distancia.
—¿Fría?
—La hermana de Sammy dice que las tumbas de la gente cruel están frías.
—Está muy caliente. Y, mira, alguien le ha dejado a Caroline una rosa con un tallo muy largo, alguien que debía de quererla mucho.
Philip no estaba convencido, y parecía ansioso por marcharse de allí. Ivy se preguntó si también se comportaría de forma extraña en la tumba de Tristan. Pero mientras caminaban hacia ella el chico comenzó a dar saltos sobre las piedras y volvió a su anterior estado alegre y charlatán.
—¿Te acuerdas de cuando Tristan se puso las verduras en el pelo en la boda de mamá —preguntó Philip— y se le quedó todo pringoso? ¿Y recuerdas que se metió apio en las orejas?
—Y las colas de las gambas en la nariz —apuntó Ivy.
—Y aquellas cosas negras en los dientes.
—Aceitunas. Sí, me acuerdo.
Era la primera vez desde el funeral que Philip hablaba sobre Tristan, el Tristan con el que una vez había jugado. Ivy se preguntó por qué de pronto su hermano era capaz de mencionarlo.
—¿Y te acuerdas de que le gané jugando a las damas?
—Dos partidas de tres —asintió ella.
—Sí. —Philip sonrió para sí y después salió disparado.
Corrió hasta el último mausoleo que había en una fila de elegantes panteones y llamó a la puerta.
—¡Los de dentro, abrid! —gritó.
A continuación agitó los brazos y voló por delante de Ivy para esperarla en la siguiente curva.
—Tristan era bueno jugando a la videoconsola —comentó Philip.
—Te enseñó unos cuantos trucos buenos, ¿no?
—Sí. Lo echo de menos.
—Yo también —dijo Ivy mordiéndose el labio inferior.
Se alegró de que Philip se adelantara corriendo otra vez. No quería estropear sus recuerdos felices con lágrimas.
Ante la tumba de Tristan, Ivy se arrodilló y acarició con los dedos las letras de la lápida, el nombre y las fechas de Tristan. No era capaz de entonar la pequeña oración grabada en la piedra, una oración que lo ponía en manos de los ángeles, así que sus dedos la leyeron silenciosamente. Philip también tocó la lápida; después colocó las flores. Quería disponerlas en forma de «T».
«Lo está superando —pensó Ivy mientras lo observaba—. Si él es capaz, puede que yo también lo sea».
—A Tristan le gustarán cuando vuelva —dijo Philip tras ponerse en pie para admirar su propia obra.
Ivy pensó que había malinterpretado a su hermano.
—Espero que regrese antes de que se mueran las flores —continuó el pequeño.
—¿Cómo?
—Quizá vuelva cuando sea de noche.
Ivy se tapó la boca con la mano. No quería tener que enfrentarse a aquello, pero alguien debía hacerlo, y sabía que no podía contar con su madre para ello.
—¿Dónde crees que está Tristan ahora? —preguntó con precaución.
—Sé dónde está. En el festival.
—¿Y cómo lo sabes?
—Me lo ha dicho él. Es mi ángel, Ivy. Sé que me dijiste que nunca volviera a decir «ángel» —Philip hablaba muy de prisa, como si pudiera evitar el enfado de su hermana diciendo la palabra con mucha rapidez—, pero es lo que Tristan es. No sabía que era él hasta que me lo ha dicho hoy.
Ella se frotó los brazos desnudos con las manos.
—Aún debe de estar allí con esa otra —dijo Philip.
—¿Esa otra? —repitió su hermana.
—El otro ángel —murmuró él.
Entonces rebuscó en su bolsillo y sacó una fotografía arrugada. Era una de las que les habían sacado en Fotos del Viejo Oeste, pero no la misma que le habían dado a ella. Había habido algún problema con la máquina de revelado, o quizá con el carrete, y había una especie de nube detrás de Philip.
El chico la señaló.
—Ésta es ella, el otro ángel.
La forma recordaba vagamente a una chica, así que Ivy entendió que su hermano dijera algo así.
—¿De dónde la has sacado?
—Me la dio Will. Se la pedí porque el ángel no se puso en la foto que te han dado a ti. Creo que es una amiga de Tristan.
Ivy tan sólo podía imaginarse lo que la activa mente de su hermano crearía a continuación: toda una comunidad de ángeles amigos y familiares.
—Tristan está muerto —le dijo—. Muerto, ¿lo entiendes?
—Sí. —Su expresión era sombría y transmitía comprensión, como la de un adulto, pero su piel parecía tan suave como la de un bebé, dorada bajo el sol del atardecer. En ese momento, a Ivy le recordó el retrato de un ángel.
—Echo de menos a Tristan como era antes —le dijo Philip—. Me gustaría que aún pudiera jugar conmigo. A veces, todavía me entran ganas de llorar. Pero estoy contento de que ahora sea mi ángel, Ivy. También te ayudará a ti.
Ella no se lo discutió. No podría razonar con un niño que creía tanto como Philip.
—Tenemos que irnos —le dijo al fin.
Él asintió y a continuación echó la cabeza hacia atrás y gritó:
—Espero que te gusten, Tristan.
Ivy se adelantó de prisa. Se alegraba de que fuera a dejar a su hermano en casa de Sammy para que durmiera allí. Con Sammy de vuelta, quizá Philip pasara algo más de tiempo en el mundo real.
Cuando Ivy llegó a casa se encontró una nota de su madre recordándole que Andrew y ella se habían marchado a la cena de gala que formaba parte del Festival de las Artes.
—Bien —dijo en voz alta.
Ya había tenido bastantes conversaciones forzadas por ese día. Una noche a solas con Ella y un buen libro era justo lo que necesitaba. Subió corriendo al piso de arriba, se quitó los zapatos de cualquier manera y se cambió para ponerse su camiseta favorita, que estaba tan llena de agujeros y tan dada de sí que podía utilizarla como vestido.
—Solas tú y yo, gata —le dijo a Ella, que la había seguido escaleras arriba y de nuevo cuando bajó a la cocina—. ¿Está la señorita lista para la cena? —Ivy sacó dos latas y las puso sobre la encimera—. Para ti, nuggets de marisco. Para mí, atún. Espero no confundirlos.
Ella se restregaba una y otra vez contra las piernas de Ivy mientras ella preparaba la comida. Entonces la gata maulló suavemente.
—¿Preguntas que por qué unos platos tan elaborados? —Ivy bajó un par de platos de cristal tallado idénticos, junto con un vaso y un bol, ambos también de cristal—. Porque estamos de celebración. He tocado la pieza, Ella, ¡he tocado el movimiento completo!
La gata volvió a maullar.
—No, no la que había estado ensayando… y tampoco la que habías ensayado tú. Claro de luna. Eso es. —Ivy suspiró—. Supongo que tenía que tocarla para él una vez más antes de que pudiera volver a tocar para mí. ¡Creo que ahora podría tocar cualquier cosa! Vamos, gatita.
Ella la siguió hasta la sala de estar y la observó con curiosidad mientras encendía una vela y la colocaba en el suelo, entre las dos.
—¿Tenemos estilo o no?
La gata dejó escapar otro suave maullido.
Ivy abrió las enormes puertas acristaladas que conducían al jardín trasero de la casa y puso un CD de jazz suave.
—¿Sabes? Algunos gatos no pasan noches de sábado como ésta.
Ella estuvo ronroneando a lo largo de toda la cena. Ivy se sentía igual de satisfecha mientras miraba a su gata limpiarse y después tumbarse junto a las altas puertas con mosquitera con la nariz y las orejas preparadas para recoger todos los olores y los leves sonidos del crepúsculo.
Tras unos cuantos minutos de vigilancia con Ella, Ivy sacó un libro de debajo del cojín de la silla, una colección de relatos que Gregory había estado leyendo. Apartó la vela de la corriente y se tumbó sobre su estómago junto a la gata para empezar a leer.
No fue hasta entonces que se dio cuenta de lo cansada que estaba. Las palabras no paraban de desdibujarse ante sus ojos y la vela proyectaba un parpadeo hipnótico sobre la página. El relato narraba una especie de misterio e intentó concentrarse porque no quería perderse ninguna de las pistas. Pero antes de que el asesino atacara por segunda vez, se le cerraron los ojos.
Ivy no sabía cuánto tiempo había dormido. No había soñado. Se había despertado de repente, alertada por algún ruido.
Antes de poder abrir los ojos, supo que era tarde. El CD había terminado y oía los grillos en el exterior, todo un coro de ellos. Desde el comedor le llegaron las suaves campanadas del reloj de sobremesa. Perdió la cuenta de las horas…, ¿once?, ¿doce?
Sin levantar la cabeza, abrió los ojos en la habitación en penumbra y vio que la vela, aunque aún alumbraba, tan sólo era un cabo. Ella se había marchado y una de las puertas mosquiteras estaba abierta de par en par, plateada bajo la luz de la luna.
Una brisa fresca penetró en el interior de la casa. A Ivy se le erizaron los finos vellos que le cubrían los brazos y de pronto sintió que la piel se le quedaba helada. «Ha sido Ella la que ha salido por la puerta —se dijo—. Seguramente no tenía el pestillo echado y Ella la empujó hasta abrirla para poder salir». Pero la corriente era fuerte, ya que atravesaba el comedor hasta la puerta que había tras Ivy. Esa puerta, que llevaba a la galería, estaba cerrada cuando ella se había quedado dormida.
Ahora estaba abierta… Ivy lo supo sin tener que volverse. Y también supo que alguien la estaba observando. En la entrada crujió una tabla del suelo; después, otra, mucho más cerca de ella. Sentía su oscura presencia cerniéndose sobre ella.
Tomó aire silenciosamente. Entonces, abrió la boca y gritó.