26

Cuando Ivy llegó al hotel, vio cómo un camión cargado con la moto de Guy salía del aparcamiento mientras el policía de mayor edad lo seguía en su coche. La tía Cindy no había regresado aún, pero Ivy sabía que tal vez algún huésped se habría fijado en el coche de policía y le preguntaría qué había sucedido. Fue a buscar bolígrafo y papel a la cocina y se los llevó afuera; quería escribir una nota que explicara lo que había pasado. Anotó los hechos fundamentales: se había enterado de que el nombre de Guy era Luke McKenna y de que la policía lo estaba buscando; cuando intentaron arrestarle, Luke huyó; la policía la había interrogado, pero ella no sabía nada de la vida anterior del chico.

Ivy se sentía inquietantemente tranquila mientras escribía. Era como si su corazón y su mente se hubieran cerrado antes de poder asimilar por entero el horror de los actos cometidos por Guy. Estaba firmando la nota cuando oyó abrirse la puerta mosquitera de la cabaña.

Beth se encontraba en el umbral, mirando a Ivy.

—¿Cómo estás?

La voz de Beth tenía su dulzura habitual y la intensa coloración de sus mejillas había desaparecido. Si Ivy no hubiera presenciado aquella misma tarde la sesión de ouija, no habría adivinado lo que había sucedido.

—Bien —contestó ella, imaginando que Will le habría contado a Beth todos los detalles desagradables.

—¿Quieres que te deje sola?

—No. Me alegro de que estés aquí, Beth.

Cuando Ivy le mostró la nota, Beth posó su mano sobre la de ella.

—Lo siento. Lo siento muchísimo.

Eran unas palabras muy sencillas. Ivy sollozó. El dolor era tan tremendo que le parecía no poder respirar. Beth le puso con suavidad una mano en la espalda.

—¿Cómo pude estar tan ciega? —dijo Ivy, atragantándose con sus lágrimas—. Tú tenías razón, Beth. Tenías razón desde el principio. ¿Cómo pude imaginar que Guy era Tristan?

—Yo sí lo entiendo —repuso Beth—. Todavía echas de menos a Tristan. Aún estás curándote. Tu corazón deseaba tantísimo que fuera él que te convenciste a ti misma.

—Pero Will y tú me lo advertisteis. Y yo me negué a escucharos. Lo siento mucho. —Beth guardó silencio—. Últimamente me preguntaba: «¿Qué le pasa a Beth?». Pero era yo quien actuaba de un modo extraño. Y tú, tú veías que estaba cometiendo los mismos errores de antes, que estaba confiando en la persona equivocada. —Ivy respiró hondo y soltó lentamente el aire—. Fue la noche de la sesión de espiritismo, ¿verdad? ¿Fue entonces cuando dejamos que Gregory regresara a nuestro mundo?

Beth asintió, y su cabello claro cayó hacia adelante, ocultándole la cara.

—El año pasado —dijo Ivy—, cuando Tristan volvió, le resultó fácil introducirse en la mente de Will. Will no era médium como tú, ni un creyente como Philip, pero Tristan logró acceder a él porque ambos pensaban de manera parecida. Del mismo modo —razonó—, a Gregory le resultaría fácil entrar en la mente de un asesino.

—Especialmente en alguien de su edad como Luke —replicó Beth.

Ivy se estremeció.

—Cuando estabas consultando la ouija, el señalador deletreó: «Gregory está aquí».

—Pensé que si podía establecer contacto con él… —comenzó Beth.

—Y cuando bajé y abrí la puerta —continuó Ivy—, allí estaba.

—Volverá —repuso Beth—. En algún momento, Luke volverá. —Aferró la mano de Ivy—. No te alejes de mí, Ivy. Ahora no. Tenemos que cuidar la una de la otra. Por favor, no te alejes.

Ivy rodeó a Beth con sus brazos.

—¡Nunca! Nunca más.

Ivy dejó la nota para la tía Cindy en la bandeja del correo. Una vez en la cabaña, miró hacia el granero. Aún se sentía demasiado dolida para acercarse a Will y comenzar a reparar la brecha que se había abierto entre ellos. Si algo había aprendido en el curso de las últimas semanas era que no quería a Will como había querido a Tristan, con todo su corazón y con toda su alma, como sí que había empezado a querer a Luke. No podía borrar esa certeza y fingir que lo amaba del mismo modo.

Cuando Ivy salió de la ducha, Beth se había acostado ya.

—¿Estás bien? —le preguntó Ivy.

—Sí, ¿y tú?

—Lo estaré —contestó Ivy con decisión.

—Mientras estemos juntas, todo irá bien —declaró Beth.

Ivy permaneció largo rato tumbada en la cama, despierta, mirando al techo de la cabaña. Beth se durmió en seguida, y Dhanya y Kelsey llegaron a casa una hora después. Ivy se quedó inmóvil hasta tener la seguridad de que todo el mundo dormía. Después, se levantó y bajó de puntillas la escalera. Cuando encendió la lámpara que había junto al sofá del salón, la recibió un suave maullido.

—¡Dusty! Deberías estar fuera protegiendo el jardín de ratones y topillos.

El gato rodó sobre su espalda para que le rascara la barriga, y luego saltó del sofá y se dirigió hacia la puerta. Al abrirla para que saliera al exterior, Ivy observó el pestillo roto de la puerta mosquitera. En un lugar donde las puertas no solían cerrarse con llave, nadie había pensado en arreglarlo. Ivy se planteó por unos instantes cerrar la puerta principal y echar el cerrojo, pero al final la dejó abierta y se sentó en el sofá. Luke era un fugitivo de la ley y tendría la sensatez de no presentarse en un sitio donde conocían su identidad. En cuanto a Gregory, un cerrojo no lo detendría.

Ivy se puso a trabajar en el puzle y casi lo terminó antes de que la venciera la necesidad de dormir. Apagó la luz. Tumbada en el sofá, miró hacia el jardín a través de la puerta mosquitera, contemplando los claroscuros que componían la luz de la luna y la oscuridad.

Algo más tarde, despertó sobresaltada. Al ver la tela de rayas del sofá, al principio no supo dónde se encontraba ni qué la había despertado. La habitación estaba a oscuras, la casa tranquila.

De pronto, una mano le cubrió la boca.

«Luke», pensó, e intentó liberarse de la mano, dando puntapiés hacia atrás con las piernas, pero su atacante era fuerte, a juzgar por el escaso esfuerzo que le costó dominarla.

—¡Ivy, chisss! ¡Chisss! —dijo Luke.

Ivy se debatió con fuerza, moviendo la cabeza de un lado a otro, intentando morderle la mano para hacer que la retirara. «¡Tristan, ayúdame! ¡Por favor, Tristan!», rogó.

Luke mantuvo la espalda de ella firmemente sujeta contra su pecho, pero le descubrió la boca. Antes de que Ivy pudiera gritar, le puso ante los ojos un penique reluciente.

—Ivy, ya recuerdo —dijo con voz queda.

—¡Recuerdas! ¿Recuerdas qué? ¿Que mataste a Corinne?

Él le puso el penique en la palma de la mano.

—La primera vez que nos besamos, tú estabas buceando para coger un penique. Te vi flotando en el fondo de la piscina y creí que te habías ahogado. Me lancé al agua a por ti.

Por unos instantes, Ivy fue incapaz de hablar, incapaz de respirar.

Guy posó la palma de su mano sobre la de Ivy y entrelazó los dedos a su alrededor.

—Me llaman Luke, pero mi nombre… es Tristan.

El corazón de Ivy latía con tanta fuerza como la noche del accidente. Se dio la vuelta, dejando que el penique cayera al suelo. Él trazó suavemente sus facciones con el dedo, mientras su propio rostro resplandecía de fascinación al mirarla. La besó y descansó su cara contra la de ella. Ivy sentía las cálidas lágrimas de él deslizarse por sus mejillas.

—Tristan, pensé que eras tú, pero luego dejé de creer.

—¡No lo hagas! Si dejas de creer, sólo me quedará la oscuridad.

Ella lo abrazó con fuerza.

—Te quiero, Tristan. Te querré siempre.

—Siempre, Ivy —murmuró él, como aquella noche.

—No puedo dejarte marchar otra vez —terció ella, y sintió que él inspiraba profundamente.

—Ivy, algo va mal. No sé lo que pasó desde que me despedí de ti como Tristan hasta que recuperé el sentido como Guy… como Luke —se corrigió a sí mismo—, pero algo terrible está pasando. Lo percibo en lo más profundo de mi ser.

—¿Qué eres ahora? —inquirió Ivy—, ¿ángel o humano? ¿Es como antes, cuando me hablabas a través de Will y de Beth?

—No. —Se distanció unos centímetros de ella y extendió las manos—. Ahora el rostro de Luke es el mío, sus manos son las mías… y sólo mías. No sé dónde está el espíritu de Luke. Su mente y su alma no están en este cuerpo, y no sé nada de su vida aparte de lo que me cuentan los demás. Los fragmentos y pedazos que he ido recordando poco a poco son de mi vida como Tristan.

—¿Te acuerdas de Gregory? —le preguntó Ivy—. Aparte de lo que te contamos la otra noche, quiero decir.

—Recuerdo cómo era estar cara a cara con él. Recuerdo sus ojos grises. Unas veces eran fríos y distantes; otras, cuando lo pillabas desprevenido, ardían de rabia.

—Gregory ha vuelto.

—¿Ha vuelto? —repitió Tristan—. Ivy, si eso es cierto, estás en peligro.

—Esta misma tarde, Beth ha intentado ponerse en contacto con él a través de un tablero de ouija. La tablilla deletreó: «Gregory está aquí». Y cuando bajé la escalera… —Ivy se detuvo, al tiempo que un escalofrío le recorría la columna vertebral.

—Tú abriste la puerta y me viste —siguió él—. Después descubriste que me acusaban de asesinato, y creíste que Gregory habitaba en mí.

Ella asintió.

—¿Quién más había en la casa en aquel momento? —inquirió él.

Ivy no contestó.

—¿Quién más? Ivy…

Ella miró hacia atrás y, luego, al oír voces en el exterior de la cabaña, se volvió hacia la puerta mosquitera. Los rayos de luz de unas linternas barrían el jardín.

—La policía ha vuelto —dijo Ivy, agarrando a Tristan del brazo—. Supusieron que volverías. Te están buscando.

Se oyó la voz de la tía Cindy por encima de las demás.

—Esto es un hotel. Los clientes están durmiendo. No pueden entrar así en una propiedad privada…

Tristan tomó a Ivy en sus brazos.

—No puedo dejarte con…

—Ellos sólo te conocen como Luke —lo interrumpió ella—. Creen que eres un asesino. Tienes que irte.

—¿Quién más, aparte de Beth, estaba aquí? —preguntó Tristan.

—Venga —le imploró Ivy, arrastrándolo hacia la puerta de la cocina—. Vete, Tristan. Por favor, ¡vete!

—Corres un enorme peligro, Ivy.

—Desde la cárcel no podrás ayudarme. ¡Vete!

Tristan atrajo el rostro de Ivy hacia él, la besó una última vez y se escabulló por la puerta.

Ivy sabía que, si los agentes la encontraban abajo, imaginarían que él había estado allí. Subió la escalera corriendo a toda prisa.

—Ángeles, protegedle. Ángeles, protegedme —rezó.

Entonces miró hacia la cama que había frente a la suya. Beth, su mejor amiga, dormía con la cara serena y pálida; su cabello castaño claro estaba extendido sobre la almohada como si de plumas se tratase. Tragando saliva con fuerza, Ivy se confesó a sí misma lo que no había sido capaz de decirle a Tristan en voz alta: la única persona que había en la casa cuando el tablero de la ouija había deletreado su aterrador mensaje era Beth.

Era en Beth, una médium natural, en quien Tristan había podido entrar con más facilidad el verano anterior, cuando intentaba establecer contacto con Ivy. Probablemente, la noche de la sesión de espiritismo Gregory había descubierto el mismo portal abierto en la mente de Beth. Ivy había atribuido los dolores de cabeza de su amiga al accidente, pero ahora, al recordar, se daba cuenta de que habían comenzado justo después de la sesión. Desde entonces, el comportamiento de Beth había sido cada vez más extraño. Ivy sabía lo que aquello significaba: a cada segundo, Gregory iba cobrando más fuerza en su interior.

—¡Ivy Lyons! —gritó la policía, tras llamar a la puerta de la cabaña.

La chica casi soltó una carcajada. Sus leyes y sus pistolas eran armas inútiles contra un demonio que sólo quería una cosa: a Ivy.