25

Ivy se dobló como si le hubieran dado un puñetazo en las entrañas. Apenas si pudo caminar hasta la puerta de la cabaña y, cuando por fin llegó hasta ella, se derrumbó en el escalón de la entrada.

Unos minutos después, la mujer regresó, sin aliento.

—No he podido darle alcance —informó entre jadeos—. Está en buena forma y conoce la zona mejor que yo. Por supuesto, habría necesitado un poco de apoyo.

El oficial de mayor edad replicó:

—No le he oído arrancar la moto. Y sabemos dónde vive. Le atraparemos. —Luego señaló a Ivy con la cabeza—. Quiero que la lleves a comisaría y le tomes declaración. No parece saber nada.

—¿Cuántos años tienes? —inquirió la mujer.

—Dieciocho —respondió Ivy, pensando que al menos no se pondrían en contacto con su madre.

—No vamos a acusarte de nada, sólo queremos hacerte algunas preguntas. Aun así, tienes derecho a que tu abogado esté presente.

—No necesito un abogado.

—¿Quieres que tu amigo te acompañe? —sugirió la mujer, señalando a Will, que se estaba acercando a ellas.

«Will al rescate —pensó Ivy—. Will al rescate una vez más».

—Gracias. Prefiero ir sola.

Will se detuvo en seco.

—Muy bien, el coche está en el aparcamiento.

El oficial de mayor edad permaneció en el hotel, esperando a que fueran a recoger la motocicleta. Ivy siguió al coche de policía en su Escarabajo. Una vez en la pequeña comisaría, la llevaron a una habitación que hedía a café quemado y a la mantequilla artificial de las palomitas de maíz para microondas.

—¿Quieres que te traiga algo? ¿Agua, café, té? —le preguntó la agente, sirviéndose una taza de café turbio y disolviendo en él unos grumos secos de leche en polvo.

Ivy hizo un gesto negativo con la cabeza.

—Me llamo Donovan —la informó la policía, sentándose a una mesa frente a Ivy—. Rosemary Donovan. —Le tendió una tarjeta con su nombre, número de placa y número de teléfono, y abrió una carpeta—. Tengo algunas preguntas para ti.

Despacio, con mucho esfuerzo, Ivy las contestó todas. Cómo y cuándo había conocido a Luke, cómo había abandonado él el hospital, y qué le había contado sobre su pasado: nada. La última pregunta fue la más difícil para ella: ¿qué había observado en él mientras estaban juntos? Ivy se quedó mirando los círculos de café impresos en la mesa que las separaba.

¿Qué podía decir? ¿Que se había fijado en lo amable que había sido con un gato callejero? ¿Que cuando Guy —Luke— la había besado la ternura con que lo hizo casi la había hecho llorar? ¿Cómo podía alguien que se había mostrado tan cariñoso ser un asesino? ¿Cómo podía haber actuado de forma tan convincente?

«Gregory está aquí».

Recordando el mensaje del tablero de la ouija, Ivy se quedó helada. Gregory había vuelto, tal como decía Beth. Y Lacey tenía razón: colándose en la mente de Guy, Gregory podía persuadir, tentar con facilidad.

Tras un largo silencio, Donovan preguntó:

—¿Estás enamorada de Luke?

Ivy se sintió mareada. ¿Cómo podía haberse enamorado de un corazón poseído por Gregory? Dejó caer la cabeza entre las manos.

—¿Hay alguna cosa que quieras decirme? —le preguntó la agente con voz queda.

—No.

—Tal vez quieras hacerme algunas preguntas —sugirió la mujer.

Ivy levantó la vista.

—¿Quién resultó muerto? ¿Por qué piensan que… —titubeó e hizo un decidido esfuerzo por utilizar su verdadero nombre— que fue Luke quien lo hizo? ¿Cómo sabía Will que a Luke lo buscaban por asesinato?

—¿Will O’Leary? —Donovan consultó el expediente—. Se puso en contacto con el hospital de Hyannis y les habló de un paciente que se había ido sin pagar. O’Leary les dio el nombre de pila del paciente y el hospital llamó a la policía local, que informó a otros municipios. Se cotejaron las informaciones y nos dimos cuenta de que estábamos investigando a alguien en cuyo historial había algo más que unas facturas médicas sin pagar. En cuanto a la víctima… —Le tendió una fotografía.

Ivy contempló a una chica de cabello y ojos oscuros, unos ojos con una chispa de malicia.

—Se llamaba Corinne Santori.

—¿Cuántos años tenía? —inquirió Ivy.

—Diecinueve. Era una antigua novia de Luke. Un amigo dijo que habían estado prometidos en secreto. Ella rompió el compromiso y él se enfureció.

—¿Cómo… lo hizo?

—La estranguló.

Ivy cerró los ojos, recordando la ternura con que Guy le había besado el cuello cuando estaban en el descansillo de la escalera, a medio camino entre el cielo y la tierra.

—¿Estás bien? —le preguntó la mujer.

—Sí. —Ivy respiró hondo y, a continuación, describió a la chica que había visto en la feria. No ocultó que Guy le había negado que la muchacha lo hubiera llamado Luke.

«Mintió, negó y fingió que yo le importaba —pensó Ivy—. ¿Cómo no me daría cuenta de la presencia de Gregory en Guy?».

Cuando hubieron terminado, la oficial de policía se ofreció a acompañarla de vuelta a la cabaña.

—Estoy bien —insistió Ivy.

—Entonces le diré a mi compañero que te espere.

Ivy asintió con la cabeza.

—Ten cuidado, Ivy. Ten muchísimo cuidado. No queremos otra chica muerta.