23

Estar peleada con sus dos mejores amigos le causaba una impresión extraña. Estaba preocupada por Beth, pero no tenía sentido discutir con Will, al menos ahora que él estaba convencido de que era Ivy quien se estaba pasando de rosca.

Al final de aquella tarde, tras haber planeado acudir con Guy a un festival de verano, Ivy subió al piso de arriba para buscar algo especial que ponerse. Halló a Beth recorriendo a grandes pasos el dormitorio con el teléfono móvil pegado al oído.

—No, estoy ocupada —le respondía Beth a su interlocutor—. Ya he hecho planes para esta noche. —Tras escuchar unos instantes, Beth frunció el entrecejo—. Yo nunca dije eso, Chase… No, no puedes venir conmigo.

Al ver a Ivy, Beth le dio la espalda y se encorvó sobre el teléfono.

Ivy la observó un momento a través del espejo y prosiguió el camino hacia su cómoda.

—Lo siento, tengo que irme —dijo Beth, y colgó.

Ivy miró hacia atrás por encima de su hombro. Una semana antes se habría sentado en la cama, le habría dado una palmadita al colchón y le habría preguntado a su amiga: «¿Qué tal va todo?». Ahora observó en silencio a Beth, quien le frunció el ceño a la imagen de Ivy que se reflejaba en el espejo, meneó los hombros como si hubiera tocado algo desagradable y se encaminó al piso inferior.

—¡El Festival de las Fresas! —exclamó Ivy varias horas después, deslizando feliz su mano en la de Guy y contemplando una pancarta extendida entre dos viejos camiones de bomberos.

El carnaval anual que, a lo largo de toda una semana, recaudaba fondos para los cuarteles de bomberos del cabo era un colorista revoltijo de casetas y atracciones que se desarrollaba bajo un entramado de luces.

—¿Por dónde quieres empezar? —inquirió Ivy.

—Por los juegos —respondió Guy, dirigiéndole una sonrisa—. Esta noche me siento afortunado. ¿Qué te parecería una partida de dardos? Por aquí.

El puesto, a cuyo cuidado se encontraba una mujer tocada con un casco de bombero, estaba adornado con hileras de globos rojos, blancos y azules. Guy apostó dos dólares.

—Aquí tienes los dajdos —dijo la mujer, con un fuerte acento de Massachusetts—. Buena suerte.

Guy cogió un dardo y le dio varias vueltas entre sus manos, examinándolo.

—No recuerdo… ¿Cómo va? —le preguntó a Ivy, y al ver su reacción se echó a reír—. Estoy bromeando. —Levantó el brazo, apuntó y lanzó. ¡Pop!

—¡Uno! —exclamó la mujer.

Lanzó el segundo dardo y falló.

—Uno de dos.

Guy apretó la mandíbula y lanzó dos dardos seguidos. ¡Pop! ¡Pop!

—Tres de cuatro —anunció la mujer.

Guy lanzó el último dardo. ¡Pop!

—¡Cuatro de cinco! Elija un premio, ¡de cualquier fila, señor!

Guy se dio la vuelta hacia Ivy.

—¿Cuál te gustaría?

—Elige tú —respondió Ivy, llena de curiosidad por ver qué iba a elegir.

Guy estudió el arco iris de animales de peluche.

—Fila superior, el tercero por la izquierda.

La mujer le tendió un caballo de peluche de color blanco y con alas.

—O es un ángel, o un Pegaso —le dijo Guy a Ivy mientras le ponía el juguete en las manos.

—Un Pegaso —repitió ella—. Sabes mitología.

Guy le dirigió una sonrisa torcida.

—Otra prueba más de que soy un chico con clase.

—¡Siempre lo he sabido! Gracias —repuso Ivy, poniéndose el peluche bajo el brazo—. Peg es un encanto.

Se acercaron a otra caseta y se turnaron para intentar ensartar unos aros en unas botellas; luego se montaron en la noria, que subía y bajaba entre las luces parpadeantes de la feria.

—¿Qué prefieres? ¿Volver a subir o ir a cenar? —le preguntó Guy cuando se bajaron.

—Quiero un postre —contestó Ivy—. Y luego volver a subir. Y luego otro postre.

Él se echó a reír y caminaron abrazados, siguiendo las indicaciones hacia los puestos de comida. Por el camino se toparon con Max, que le hizo señas a Ivy para que se detuviera.

—¡Por aquí, Ivy! —la llamó. Beth y él estaban sentados en un banco cerca de los autos de choque.

—¿Quiénes son? —inquirió Guy.

—Max. Y Beth.

—¿Está Will aquí esta noche? —La voz de Guy denotaba un matiz de inquietud.

—Creo que han venido todos juntos —respondió ella, y observó que Guy miraba a su alrededor con cautela—. ¿Por qué no te pones en la fila en el puesto de hamburguesas mientras yo los saludo? —sugirió la chica.

Se unió a Max y a Beth, y se apretujó con ellos en el banco.

—Hola, ¿dónde están los demás?

Max se lo indicó.

—En los autos de choque. Beth no quería montarse. Y yo sé que Bryan y Kelsey se lanzan como locos contra los coches, de modo que tampoco me apetecía.

Ivy sonrió y se levantó un momento para mirar. Los autos de choque eran de los antiguos, con altos mástiles terminados en lenguas semejantes a serpientes que lamían un techo de metal al tiempo que echaban chispas. Will y Dhanya avanzaban sin problemas sobre el suelo pulido; Bryan, Kelsey y alguna otra persona hacían girar sus coches como posesos y provocaban múltiples colisiones.

—¿Ése es Chase? —preguntó Ivy, sorprendida.

—Sí —respondió Max, al no hacerlo Beth.

—El olor —murmuró Beth—. Ivy, ese terrible olor.

—¿Como a pelo quemado? —inquirió Max—. Los autos de choque siempre huelen así.

Ivy se sentó.

—No creí que Chase fuera a venir esta noche.

—Ni nosotros tampoco —repuso Max—. Estaba esperando en el aparcamiento y nos ha seguido hasta aquí.

—Ten cuidado —le advirtió Beth—. Es peligroso.

Ivy frunció el ceño. ¿Era de Chase de quien tenía miedo Beth?

—Es eléctrico, pero es seguro —dijo Max.

Beth sacudió la cabeza y retorció la cadena de su colgante.

Ivy se dio cuenta de que Max y Beth estaban manteniendo conversaciones distintas, sin que ninguno de los dos se diera cuenta de que el otro no comprendía.

Los coches se detuvieron, y Kelsey, Bryan y Chase siguieron empujándose y riendo con gran escándalo mientras bajaban por la rampa de la salida.

—¡Hola, Ivy! Deberías haber venido con nosotros. Guy y tú —dijo Kelsey, y se detuvo a mirar a su alrededor—. ¿Dónde está el Hombre Misterioso?

—Ha ido a por algo de comer —contestó Ivy, señalando por encima del hombro en dirección al puesto de hamburguesas.

—El Hombre Misterioso —repitió Bryan—. ¿Te refieres a nuestro agradable amnésico local?

—¿Dónde? —quiso saber Chase, con los ojos grises brillantes de curiosidad.

—Ese chico tan extraordinariamente guapo, el tercero de la fila —les aclaró Kelsey.

Bryan, Max y Chase estiraron el cuello para observarle. Al ver que Will tenía los ojos entornados, Ivy se volvió a su vez a mirar.

Guy estaba hablando con una chica de cabello oscuro; el muchacho agitaba la cabeza y gesticulaba con energía, como si quisiera dejar algo bien claro. Se alejó de la muchacha, pero al cabo de un instante, después de que ella hubo dicho algo a sus espaldas, regresó y continuó la conversación, más acaloradamente que antes.

—Perdonad —dijo Ivy, y se dirigió hacia ellos.

—¡Van a agarrarse del moño! —anunció Kelsey, esperanzada.

Antes de que Ivy llegase hasta Guy, la chica se marchó. Iba rebuscando en su bolso e Ivy oyó un fragmento del tono de llamada de su teléfono. La chica se puso el móvil en la oreja y volvió a mirar a Guy. Ivy apenas si captó el sonido de su voz suave mientras se alejaba a toda prisa.

—¿Ha dicho «Adiós, Luke»? —inquirió Ivy.

Guy se volvió en redondo.

—¿Qué?

—Me ha parecido que te llamaba Luke —respondió Ivy.

—No —replicó él, pero no la miró a los ojos.

—¿La conoces, Guy?

—No la había visto en mi vida. Quería saber cómo llegar a un sitio.

Si eso era cierto, Guy se había irritado mucho sólo por tener que dar unas indicaciones.

—¿Adónde?

Sus ojos lanzaban chispas.

—¿Es un interrogatorio?

Ladeando la cabeza, Ivy lo observó con atención.

—No.

—Lo siento —se disculpó Guy, con voz más suave—. No debería haber saltado así.

Tras un instante, Ivy asintió.

—Y yo no debería haberte presionado.

Guy apartó la mirada de ella, observando, nervioso, a su alrededor.

—Estoy realmente cansado, Ivy. ¿Te importaría llevarme a casa?

—¿No quieres comer nada?

—Tengo cosas en la nevera.

Ella cedió con un suspiro. Tal vez Luke fuera el nombre de la persona que había llamado a la chica por teléfono, pensó Ivy mientras caminaban en silencio hacia su coche. Aun así, sabía que algo había alterado a Guy y que estaba disimulando.

Cuando llegaron a Willow Pond, él no quiso que Ivy se quedara.

—Me voy directamente a la cama —le dijo, y se bajó con rapidez del Escarabajo.

Ivy abrió su puerta y, rodeando la mitad del coche, se acercó a Guy.

—¿Qué te parece si me quedo sentada junto al estanque y voy a verte dentro de un ratito para asegurarme de que estás bien?

—No.

La prontitud de su respuesta la hizo parpadear.

—Necesito dormir un poco, Ivy. Necesito… un poco de tiempo para mí, un poco de espacio.

Justo lo que ella le había pedido a Will. Se le hizo un nudo en la garganta.

—Mañana estaré mejor. No olvides darle de comer a Pegaso —añadió, con una sonrisa forzada.

—Llámame —le dijo ella.

Sin contestar, Guy le acarició la mejilla con el dorso de los dedos y se marchó.

Ivy recorría a grandes pasos el primer piso de la cabaña mientras reproducía mentalmente la escena que se había desarrollado en la feria entre Guy y la muchacha. Intentaba interpretarla: los gestos de Guy sugerían fuertes emociones, pero Ivy no sabía decir si lo que había visto era cólera, frustración o incredulidad.

Si la chica había afirmado conocerle, ¿por qué Guy no se lo había dicho a Ivy para que pudieran seguir las pistas que ahora tenía, fueran las que fuesen? Tal vez quisiera comprobar las cosas sin tenerla a ella mirando por encima de su hombro. Tal vez no le gustara lo que había sabido acerca de sí mismo; tal vez fuera algo terrible.

«No —se dijo Ivy—. Beth y Will te han envenenado la mente».

No obstante, una vez arraigada la sospecha no hubo forma de deshacerse de ella. Cada vez que cruzaba la cocina veía el ordenador portátil de Beth abierto sobre la mesa. ¿Era el deseo de ayudar o la incapacidad de confiar lo que la tentaba? No estaba segura, pero a las once y cuarto, mientras los demás seguían fuera, se sentó para consultar en Google el nombre «Luke».

«Luke», ¿y qué más? Ivy tamborileó los dedos sobre la mesa. «Luke» y «persona desaparecida», tecleó, y a continuación se rió de sí misma. Sólo 51.800 resultados. Probó con «Luke», «persona desaparecida» y «Massachusetts». 8.310 resultados. Al echarles un vistazo, halló entradas correspondientes a hospitales llamados Saint Luke y a personas llamadas Luke que no eran de Massachusetts pero tenían un pariente en ese estado o habían pasado por allí. Podía eliminar de la búsqueda «Saint» y «hospital», pero ¿tenía realmente sentido acotar su búsqueda a Massachusetts? «¿Por qué no Rhode Island o cualquier otro estado?», pensó. El cabo Cod estaba plagado de visitantes. La muchacha de la feria podría haber sido una turista.

Quizá si buscaba la fecha… Pero ¿cuándo había desaparecido Guy? ¿El día que lo habían abandonado en la playa dándolo por muerto? ¿O cabía la posibilidad de que desapareciera antes? Los artículos y anuncios siempre mencionaban la edad, pero Ivy no sabía con exactitud cuántos años tenía Guy.

Siguió buscando, haciendo clic en multitud de entradas, leyendo descripción tras descripción de personas que se habían desvanecido en el aire. No había pensado que hubiera tantas. ¿Les habría sucedido tal vez algo terrible?, se preguntó, ¿o habían «huido» y mentido para comenzar una nueva vida? Absorta en lo que estaba leyendo, no oyó los pasos. No advirtió la presencia de Will hasta que éste se apoyó en el respaldo de su silla.

—¿Qué estás haciendo, Ivy?

Ella cerró de golpe la tapa del ordenador y dio media vuelta precipitadamente.

—¡Will! Me has asustado —dijo, sin encontrar una excusa mejor para la reacción tan exagerada que había tenido.

Will se mantuvo imperturbable.

—¿Quién es Luke?

Cuando el chico alargó el brazo para abrir la tapa del ordenador, Ivy puso la mano encima para impedírselo.

—No lo sé.

—¿Es así como se llama Guy en realidad?

—Si lo fuera —respondió ella—, estoy segura de que, a estas alturas, tú ya lo habrías descubierto con tu meticulosa investigación.

Will hizo una mueca.

—Yo no soy tu enemigo, Ivy.

—¿Y crees que Guy sí lo es?

Él cruzó los brazos sobre el pecho.

—Creo que no percibes la diferencia entre un chico que te quiere y un chico que te está utilizando.

Ivy sintió que se le acaloraban las mejillas.

—¡Sal de aquí! ¡Sal de aquí ahora mismo!

Antes de que Will pudiera dar un portazo tras de sí, Ivy cerró la sesión y apagó el ordenador. Deseaba con todas sus fuerzas poder sofocar el miedo que poco a poco iba invadiendo su mente.