21

El domingo, Ivy acompañó a Beth y a la tía Cindy a la iglesia. Will les dijo que se quedaría en el hotel para atender a los huéspedes. Utilizando a Beth como mensajera, le había comunicado a Ivy que estaba reuniendo lo necesario para encender la hoguera aquella noche. Will, siempre leal y atento… ¿Estaría intentando echárselo en cara? Ivy se reprendió a sí misma por pensar algo así. Will había sufrido mucho con ella; también él necesitaba la hoguera para cerrar aquel capítulo de su vida y seguir adelante.

Maggie y Andrew esperaron hasta última hora de la tarde para llamar, pues sabían que ella estaría trabajando la mayor parte del día. Ahora que casi todos los huéspedes habían abandonado el hotel —de hecho, sólo quedaban dos parejas—, Ivy tenía el largo porche delantero para ella sola y se había sentado allí para contemplar el horizonte mientras hablaba con ellos por teléfono. Unos diez minutos después, Philip la llamó desde su casa del árbol.

—Lacey me ha hecho una visita esta mañana —anunció.

—¿Ah, sí?

—En la iglesia —rió Philip—. Se ha puesto a hacerme cosquillas.

—Muy propio de Lacey.

—En medio del sermón del reverendo Heap.

—Eso sí que es propio de Lacey.

—El reverendo me ha lanzado una mirada asesina —prosiguió Philip—, y una de las señoras mayores que se ocupa de las flores ha empezado a señalarme y a exclamar: «¡Un ángel, un ángel!».

Ivy se echó a reír.

—Veía el resplandor de Lacey.

—Eso quiere decir que ella cree en los ángeles —intervino Ivy.

—Pero otra gente, como el reverendo Heap, sólo me veía a mí. Mamá se ha puesto muy colorada.

—¿Y qué ha dicho Andrew…, quiero decir, papá? —añadió Ivy, pasando a utilizar el nombre que usaba Philip.

—Ha pensado que era bastante gracioso. Bueno, Lacey sólo ha venido a verme porque ambos añorábamos a Tristan. Yo aún lo echo mucho de menos.

A Ivy se le hizo un nudo en la garganta.

—Mamá, papá y yo hemos estado viendo fotos suyas cuando hemos llegado a casa.

—Buena idea —repuso Ivy, secándose una lágrima—. Creo que yo haré lo mismo.

Después de que Philip hubo colgado, Ivy se quedó mirando largo tiempo el teléfono, sopesando si llamar a Guy o no. Aquel día, más que nunca, deseaba oír su voz.

Sobre la mesa de mimbre había una jarra con rosas de un intenso color encarnado recién cortadas del jardín de la tía Cindy. Su olor transportó a Ivy a la última noche que ella y Tristan habían pasado juntos. Él le había llevado un ramo de rosas de color lavanda. Para Ivy, aquel color tan inusual simbolizaba ese amor que llega sólo una vez en la vida. Y le recordaban el agua, el agua al amanecer, el agua al atardecer, el agua que le daba alas al Tristan terrenal. «Tristan, ¿estás conmigo?».

Era una locura creer que Tristan había vuelto a su lado, se dijo a sí misma. No era justo para Guy que viera en él a otra persona. Y, sin embargo, la sensación era fortísima. «Tristan, ¿estás ahí?».

Sonó el teléfono. Ivy escuchó el tono de llamada durante un minuto entero antes de contestar.

—Hola.

—Hola, soy yo —dijo Guy—. Temía que no contestaras.

—Estaba… pensando —repuso ella—. ¿Qué estás haciendo?

—Cortando tocones de árbol. ¿Y tú? Aparte de pensar, quiero decir.

—Cuando se marchan los huéspedes del fin de semana tenemos mucho que limpiar. He estado limpiando y he ido a la iglesia, y he hablado con mi familia.

—¿Algo va mal?

—¿Qué quieres decir?

—Tu voz —contestó Guy—. Te pasa algo.

Ivy luchó por contener las lágrimas.

—Ivy… Ivy, ¿estás ahí? —preguntó él, en respuesta a su largo silencio.

—Espera un momento. —Ivy buscó un pañuelo de papel en sus bolsillos.

—¿Estás bien? ¡Ivy, háblame!

—Estoy bien. —Se secó los ojos y se sonó la nariz.

—De acuerdo. No tienes que decir nada —terció él—. Pero no me cuelgues.

—No lo haré —replicó Ivy, recuperando por fin la compostura—. Estoy aquí.

—¿Qué pasa? —inquirió Guy.

—Hoy… hoy es 25 de junio.

—Y es un día especial —repuso él.

¿Lo sabía o estaba sólo aventurando una posibilidad?

—Sí, es el aniversario de la muerte de Tristan —dijo Ivy en voz alta—. Hoy hace un año que murió.

Guy tardó en responder.

—Lo siento. ¿Qué puedo hacer para ayudarte? ¿Quieres que venga a verte? ¿Prefieres estar sola?

—Will, Beth y yo vamos a encender una hoguera en Race Point. Tristan era un nadador increíble, un velocista.

—En tal caso, creo que le encantaría que le recordaran así.

—¿Te importaría venir? —preguntó Ivy de repente—. Por favor.

Guy vaciló.

—Hum… Claro —respondió—. Me reuniré allí contigo. ¿A qué hora?

—Sobre las ocho.

Después de la conversación, Ivy dio un largo paseo. Algo después de las seis, regresó a la cabaña para ponerse unos vaqueros y encontró a Dhanya sentada en el columpio.

—¿Qué tal? —preguntó Dhanya.

—Bien. Gracias.

—Will nos habló a Kelsey y a mí de la hoguera. Nos invitó.

Ivy se quedó asombrada.

—No es una fiesta.

—Es una conmemoración —intervino Kelsey, tras salir de la cabaña con un gran pedazo de pizza que sobresalía por el borde de un plato de papel—. Y las conmemoraciones son fiestas para los muertos, la mejor manera de honrar al queridísimo difunto.

—Se llamaba Tristan —espetó Ivy, y entró en la casa.

Estaba enfadada. ¿Por qué habría de pensar Will que a ella le gustaría que Dhanya y Kelsey los acompañaran? Pero también era verdad que ella le había pedido a Guy que fuera, y a Will tampoco le agradaría que lo hubiera invitado. «Sé justa», se dijo a sí misma.

Media hora más tarde, después de que Will hubo amontonado la leña, las palas y una nevera en el maletero de su coche, Ivy se acomodó en el asiento de atrás y Beth en el de delante. Kelsey y Dhanya siguieron a Will en el Jeep de Kelsey. Durante los 48 kilómetros de camino, Ivy estuvo esperando el momento adecuado para decirles que Guy iba a acudir, pero no logró encontrar la ocasión. Tanto Beth como Will guardaban silencio. A Ivy se le ocurrió que Will había invitado a las otras chicas para impedir que las cosas se pusieran demasiado intensas.

Cuando los dos coches llegaron al estacionamiento, Kelsey se ofreció a arrastrar la nevera con ruedas a través de las dunas. Will e Ivy llevaban los troncos y las astillas para encender el fuego. Beth cogió las toallas de playa y una brazada de salvia morada que había cortado en el jardín de la tía Cindy. Ivy le confió a Dhanya el álbum de fotos que había llevado.

Unas grandes dunas separaban el aparcamiento y la playa, por lo que caminaron en lenta procesión por el sendero principal que discurría entre ellas. Ivy disfrutaba del esfuerzo de caminar en la arena profunda; la brisa oceánica era fresca, pero la arena estaba caliente bajo sus pies.

Ivy y Will cavaron el hoyo para la hoguera. Beth se sentó en una toalla de playa, sosteniendo el álbum, que Dhanya había dejado en el suelo. Kelsey asaltó de inmediato la nevera y descubrió que no habían llevado ninguna bebida alcohólica. Dhanya y ella jugaron entre la espuma superficial del mar, riendo y salpicándose la una a la otra.

Cuando hubieron terminado de cavar el hoyo, Will colocó los troncos y dispuso las astillas. Ivy contempló el agua de color índigo. Race Point Beach se extendía a lo largo del extremo norte del parque nacional Seashore, donde el largo dedo del cabo se arqueaba hacia el interior.

La curva de la playa, del mismo modo que la del horizonte, le causaba a Ivy la impresión de hallarse en una cornisa entre dos mundos. El mundo que siempre había conocido resplandecía al oeste, teñido de rosa y oro. Pero otro mundo de color malva y tachonado de estrellas, igual que el de la noche en que Tristan la había besado, se extendía al este. Se sentía atrapada entre ambos.

Cuando los troncos ardían a buen ritmo, Kelsey y Dhanya se unieron a ellos alrededor del fuego.

—¿Vamos a cantar canciones? —preguntó Kelsey mientras todos los demás se sentaban.

—Estamos compartiendo recuerdos de Tristan —respondió Will en voz baja—, hablando del tipo de persona que era y de las cosas que hacía.

—Eso es un poco deprimente, ¿no? —manifestó Kelsey, y en seguida se le iluminó la cara al mirar hacia las dunas—. Vaya, ¡hola!

Todo el mundo se volvió para seguir su mirada. Guy se dirigía hacia ellos.

—Vine lo antes que pude —dijo cuando estuvo cerca.

—¿Quién te invitó? —interrogó Will.

—Yo —respondió Ivy.

Guy la miró fijamente.

—Te he traído unas flores.

Sostenía detrás de la espalda un ramo envuelto en papel de floristería, como si no estuviera convencido de ofrecérselo.

Ivy sonrió, se puso en pie y extendió las manos.

—¡Oh! —Trasladó la mirada de las rosas a Guy, mientras las lágrimas le escocían en los ojos—. Son de color lavanda.

—Me he equivocado —dijo Guy, e hizo el ademán de retirarlas.

Ivy extendió los brazos para coger las flores, y sus manos tomaron y retuvieron las de él.

—¡No! No. Son perfectas. —Lo miró a los ojos—. ¿Cómo sabías que… que me encantan las rosas lavanda?

Él se encogió de hombros.

—Simplemente me parecieron perfectas para ti.

—Son preciosas. Gracias —dijo Ivy, sosteniendo las flores en sus brazos.

—Mis padres me regalaron rosas lavanda cuando cumplí dieciséis años —terció Dhanya—. Cada año me las regalan de un color diferente. Y siempre tantas como años cumplo.

—Antes de que la princesa Dhanya nos cuente los detalles de cada una de sus especialísimas celebraciones de cumpleaños —intervino Kelsey—, cógete un refresco, Guy. Vamos a darle marcha a esta conmemoración.

Ivy le hizo sitio en su manta. Guy se sentó a su lado, frente a Will y a Beth.

Will habló de las excepcionales dotes de Tristan para la natación, e Ivy recordó el día en que Suzanne y Beth la habían arrastrado a su primer campeonato del instituto para verlo competir.

—¿Puedo ver las fotos que habéis traído? —preguntó Dhanya.

Beth le pasó el álbum, y Dhanya comenzó a volver las hojas.

—Eh, ¿quién es este chico tan guapo? —Le acercó el libro a Ivy, se lo puso en el regazo y se apretujó junto a ella en la manta.

—Gregory.

Ivy oyó a Beth contener el aliento. Will dejó caer la cabeza y miró al fuego.

—¿El asesino? Déjame ver —intervino Kelsey. Se desplazó de lado a toda prisa y se inclinó hacia ellas—. No tiene pinta de asesino.

—¿Y qué pinta tiene un asesino? —espetó Beth, airada—. ¿Cómo se le distingue de los demás?

—Para empezar —respondió Kelsey—, la crueldad debería reflejarse en sus ojos o en su boca. En estas fotos tan pequeñas no puedo vérselos.

—Ivy, ésa eres tú… ¡y qué vestido tan cursi! —exclamó Dhanya—. Dime que no lo elegiste tú.

—No lo elegí yo. Éste es Tristan —las informó Ivy, señalando una foto de la boda de su madre. Era una mesa de comensales junto a la que Tristan pasaba por casualidad. Guy se acercó para estudiar la foto, pero Ivy no observó el más mínimo gesto de reconocimiento en su rostro.

—¿Tu Tristan? —inquirió Dhanya—. ¡Pero si no era más que un camarero!

Ivy se echó a reír, y les habló de la boda y de la breve carrera de Tristan en el sector del catering.

—Creo que fue amor a primera vista, pero no hacia mí, sino hacia mi hermano pequeño.

Guy señaló al hermano de Ivy en otra foto.

—Philip. Le reconozco.

El corazón de Ivy dio un salto. Entonces se acordó de que se habían conocido en el hospital.

—Es una monada de crío —observó Kelsey, y después regresó a su propia manta y se volvió de espaldas para contemplar el cielo, cada vez más oscuro.

Dhanya pasó la página.

—Beth, llevabas el pelo distinto. Ahora me gusta más.

Dhanya estaba mirando la foto de Beth, Tristan y Ella.

—Yo le di a Ella a Tristan —le explicó Ivy a Guy—. No podía quedarme con ella y Tristan respondió a mi anuncio. Él no sabía nada de gatos, pero me aseguró que la cuidaría bien, dijo que la «bañaría».

Guy sonrió.

—No era más que una treta para verte a ti.

—Sí. Pero en seguida le cogió cariño —repuso Ivy.

—¿Y dónde está Ella ahora? —inquirió Guy.

—Gregory la ahorcó —intervino Beth.

Dhanya soltó un grito. Will arrojó una astilla al fuego.

—Habría utilizado cualquier medio para acabar contigo —observó Guy.

—Sí. Si no hubiera sido por Will, Gregory lo habría conseguido. Will arriesgó su vida por mí. Me salvó.

Will estaba mirando las llamas. Ivy se puso en pie y se acercó a él. Se arrodilló a su lado y lo rodeó con sus brazos. Durante un minuto, Will descansó su cuerpo contra ella, posando una mano sobre las suyas.

Cuando Ivy levantó los ojos, Guy había cerrado el álbum y estaba observándolos desde el otro lado del fuego.

Dhanya gimoteaba en voz alta.

Kelsey se incorporó.

—Dhanya, estás llorando por un gato y un tío que ni siquiera conoces.

—Conozco a Ivy y a Will —repuso Dhanya.

—Si nadie va a animarse —terció Kelsey—, yo me voy.

Nadie dijo nada divertido.

—Muy bien, chicos y chicas, me largo. ¿Vienes, Dhanya?

Dhanya hizo un gesto negativo con la cabeza.

—Yo iré contigo —dijo Beth, poniéndose en pie.

Will e Ivy la miraron sorprendidos.

—Se acabó. Tristan ya no está con nosotros —les dijo Beth, y arrojó el ramo de salvia al fuego.

El ramo se inflamó, al tiempo que las llamas se elevaban momentáneamente hacia el cielo y en seguida volvían a bajar. Una lluvia de chispas, que se oscurecían al convertirse en cenizas, hizo pensar a Ivy en estrellas fugaces.

—Descansa en paz, Tristan —musitó Will.