19

El viernes por la mañana, a Ivy y a Beth les asignaron la tarea de quitar la maleza y cortar las flores marchitas del jardín. Mientras Ivy excavaba unas raíces rebeldes, Beth realizaba su cometido en silencio a lo largo de las hileras de flores secas, zas, zas, zas. Beth no había hablado gran cosa desde que sonó el despertador, zanjando rápidamente todas las conversaciones que Ivy había iniciado con una sola palabra como respuesta.

—Entonces ¿no recuerdas que Max se presentó llamando a Dhanya a gritos?

—No.

—¿Recuerdas haber soñado? —le preguntó Ivy.

—No.

—Beth, ¿estás enfadada conmigo?

Beth le dio un tijeretazo a un capullo aún sin abrir.

—No.

Ivy se dio por vencida.

A las tres de la tarde, la tía Cindy les dio las gracias a todos por una jornada de trabajo bien hecho y los echó de allí. Beth, Dhanya y Will estuvieron tomando el sol en el jardín. Cuando las chicas se quedaron dormidas, Will terminó algunos bocetos para El ángel y el gato del callejón. Kelsey, tras decidir que últimamente había pasado demasiado tiempo con Bryan, puso rumbo a Nauset Beach, fijándose como objetivo una área de la larga franja costera famosa por atraer a los surfistas.

Ivy volvió a Pleasant Bay y escribió a mano una incoherente carta a su madre, a quien no le gustaba el correo electrónico. Al describir Provincetown y relatar anécdotas graciosas con los clientes del hotel, omitió todo lo que realmente tenía importancia. Hecho esto, se planteó si debería enviarle un sms a su amiga Suzanne. Sabía que el viaje de Suzanne a Europa era su manera de poner distancia entre el verano anterior y el presente. Cuando Suzanne les dijo a Ivy y a Beth que no iban a saber de ella durante una temporada, Ivy lo había entendido. Suzanne había estado locamente enamorada de Gregory, y él se había aprovechado de esa pasión tanto como había podido. Durante la época en que Gregory había intentado atrapar a Ivy en sus redes, el chico siempre había hecho todo lo posible por poner celosa a Suzanne. Al final, ella, al igual que Ivy, había perdido a alguien a quien quería de verdad.

Ivy sacó su iPhone y tecleó: «T ECHO D –. N TIENES K CNTESTR. PIENSO MX N T. BSS». Después dejó un mensaje de voz en el teléfono de Guy: «Hola. Espero que estés pasando un buen día convirtiendo tocones de árbol en astillas. Saluda a Saco de pulgas». Por fin, se tumbó y se quedó dormida.

Cuando llegó a casa, justo antes de las seis, Ivy halló a Dhanya de pie frente al largo espejo colgado en la puerta del baño, volviéndose de uno y otro lado, estudiando cómo le quedaba una falda corta y coqueta.

—Creo que será mejor que me ponga debajo la braguita del biquini —dijo, tras inclinarse hacia adelante y contemplarse cabeza abajo en el espejo.

—Bueno, si tienes pensado ponerte mucho en esa posición, sí —replicó Ivy, sonriendo.

Beth salió del cuarto de baño peinándose el cabello mojado. Olía a champú de hierbas.

—Ha llamado Chase —la informó Dhanya.

Beth frunció el ceño y dijo:

—Me ha estado llamando al móvil todo el día.

—Bueno, pues ahora está llamando al mío. ¿Le diste tú mi número?

—No. Está en mi teléfono y se lo dejé para que hiciera una llamada, pero… —La voz de Beth se fue extinguiendo.

—Bueno —dijo Dhanya—, le dije que le llamarías cuando terminaras de ducharte.

—No deberías habérselo dicho.

—Es que creía que querías que viniera con nosotros esta noche —se justificó Dhanya. Y le dijo a Ivy—: El tío de Bryan le ha dado unos pases para su pista de patinaje cubierta, y estamos todos invitados. ¿Quieres venir?

—¿A patinar sobre hielo? —Sería incómodo estando Will, pero tarde o temprano tendrían que acostumbrarse el uno al otro—. Vale.

—¡Fantástico! —exclamó Dhanya, y se volvió hacia Beth—. Cuantos más seamos, mejor lo pasaremos.

—Quizá —replicó Beth, y se retiró al baño dispuesta a secarse el pelo.

Escasos minutos después, Kelsey llegó de la tierra del surf, se duchó y salió del baño con unos finos pantalones de ciclista adheridos a la piel y un top para hacer deporte que era más un balconette que una prenda deportiva.

Chase había logrado que lo invitaran en su segunda llamada a Dhanya, y el humor de Beth pasó de obvia irritación a silenciosa resignación. Mientras se iban reuniendo frente a la cabaña, se mantuvo cerca de Will. Bryan, tan simpático como de costumbre, se fijó en Kelsey, con su vestimenta sexy, pero no ignoró a las demás chicas. Mientras les contaba unos chistes, condujo a los demás hacia los coches como un bullicioso monitor de campamento.

Al cabo de veinte minutos descubrieron que el tío de Bryan, Pat, el propietario de la pista de patinaje, era tan abierto como él.

—Está puesta la música de las noches de parejas —los informó mientras procedía a alquilarles los patines desde detrás del mostrador—. No se preocupen, señoritas, no la elegí yo. Ni Bryan tampoco.

Todos, a excepción de Bryan y Max, alquilaron patines. Max había cambiado sus estampados hawaianos por una camisa de aspecto pijo y unos vaqueros. Ivy se preguntó si le habría llegado la voz de que Dhanya lo encontraba «chabacano». Tal vez Bryan le hubiera dado algunos consejos después de llevarlo a casa la noche anterior.

—No sabía que fueras aficionado al patinaje —le dijo Kelsey a Max mientras éste se abrochaba los cordones de unos patines que parecían caros y nuevos.

—No es aficionado al patinaje —contestó Bryan en lugar de su amigo—. Maxie tiene un juego completo de juguetes en cada una de sus residencias.

Chase, que se paseaba con sus patines de alquiler, se sintió obligado a explicar que había dejado tres tipos distintos de patines en su casa de Jackson Hole. Luego se volvió hacia Beth y le dijo:

—Deja que te ayude a atarte los patines, Elizabeth.

—Ya me los sé atar yo —respondió Beth, pero cuando hubo terminado le permitió que la tomara de la mano y la llevara a la pista. Bryan y Kelsey los siguieron y en seguida los rebasaron, a ellos y a todos los demás patinadores, con sus largos y atléticos empujones.

Max, Dhanya, Ivy y Will permanecían torpemente de pie en las esteras de goma. Entonces, Will cogió a Dhanya de la mano, con lo que Max e Ivy se sintieron como si fueran los elegidos en último lugar para jugar al balón prisionero en el patio del colegio.

—¿Quieres un compañero? —inquirió Max.

—Me gustaría patinar contigo más adelante —le respondió Ivy, cortés—, pero al principio preferiría ir sola.

Dio varias vueltas a la pista. Kelsey y Bryan la adelantaron. Ella se quedó todo el rato detrás de las parejas, disfrutando de la sensación de suavidad del hielo bajo sus pies y pensando que, si no había sido el tío de Bryan quien había elegido la música de la noche de parejas, debía de haber sido la propia madre de Ivy. «Qué le vamos a hacer, cualquier cosa con ritmo vale».

Cuando Chase se detuvo para apretarse los cordones, Ivy fue a colocarse junto a Beth y enlazó su brazo con el de ella.

—Te robo la pareja, Chase.

El invierno anterior, Beth e Ivy habían ido a patinar juntas todos los fines de semana, pues ambas disfrutaban mucho con aquel tipo de ejercicio. Patinar en pareja, acoplando el paso y adoptando un ritmo cómodo, solía resultarles fácil, pero aquella noche no era así. Beth patinaba con rigidez.

—He recibido un mensaje de Philip —le comunicó Ivy, esperando que el afecto que Beth sentía por su hermano sirviera de puente entre ellas.

—Yo también.

—Creo que echa de menos a sus dos «hermanas mayores».

Beth asintió.

—Está realmente ansioso por leer la última aventura El ángel y el gato del callejón.

—Will se la va a mandar el lunes —repuso Beth.

—¿Cómo está Will? —preguntó Ivy, y sintió cómo Beth le tiraba del brazo—. No te sueltes, Beth. Le quiero tanto como te quiero a ti, lo sabes muy bien. Por favor, no te sueltes.

Recorrieron la curva de la pista; Beth miraba directamente al frente.

—Está bien —respondió por fin.

—¿Y cómo estás tú? —inquirió Ivy.

—Bien.

Ivy se sentía completamente marginada. Esforzándose por no perder la paciencia, inspiró hondo y soltó el aire despacio, observando cómo Max retrocedía con precaución para unirse a Will y a Dhanya. Tras una breve conversación, Max siguió patinando con Dhanya.

Kelsey y Bryan se acercaron por detrás a toda velocidad y adelantaron a todo el mundo.

—Me imagino que eso es lo que todos llaman «power skating» —observó Ivy.

—Yo lo llamaría competición —replicó Beth—. Compiten, y ésa es la manera de seducirse el uno al otro.

—¿Cómo que compiten? —preguntó Ivy, contenta de que por fin mantuvieran una conversación.

—Sí. Por demostrar quién bebe más, quién está de juerga durante más tiempo, quién conduce más rápido…

—¿De verdad? ¿Quién te lo ha dicho?

—Dhanya. En la playa compiten para ver quién flirtea de manera más escandalosa; con otras personas, quiero decir.

—El viejo juego de Gregory y Suzanne —señaló Ivy.

Beth la miró a los ojos y luego apartó la vista.

Aquél había sido el deporte favorito de Gregory y Suzanne, y lo habían practicado como si fueran deportistas olímpicos, una competición sin fin para ver quién flirteaba más y ponía más celoso al otro.

Beth e Ivy dieron otra vuelta a la pista antes de que Chase les diera alcance y se deslizara entre las dos.

—¿Sabes, Elizabeth?, hacerse la difícil no siempre hace que un hombre te desee.

—No estaba haciéndome la difícil ni mucho menos intentando hacer que tú me desearas —le contestó Beth.

Chase se echó a reír, como si Beth hubiera pretendido ser graciosa.

—Me parece extraño… Chicas que bailan con chicas, chicas que patinan con chicas, esperando que los chicos se fijen en ellas.

—En ocasiones —intervino Ivy—, simplemente están patinando y bailando.

Chase se volvió hacia ella, los ojos grises del muchacho lanzaban destellos.

—Rara vez.

Cogió a Beth de la mano e Ivy los miró mientras se alejaban. Beth mantenía la cabeza ligeramente vuelta hacia un lado. Aunque aparentemente acataba los deseos de los demás, Beth no estaba conectando ni con Chase ni con ella, pensó Ivy. Con una diferencia: Chase era tan egoísta que no se daba cuenta.

Abandonó la pista, deseando haber llevado su propio coche y poder volver a casa. Las instalaciones tenían un puesto de refrescos con mesas y sillas de madera pintadas de naranja chillón y azul. Las paredes estaban llenas de fotos de equipos de hockey. Ivy se sentó y sacó el móvil para ver si Guy la había llamado.

—¿Cansada? —inquirió Dhanya.

Desilusionada porque no tenía ningún mensaje, Ivy levantó la vista para mirar a Dhanya y a Max, que la habían seguido fuera de la pista.

—Sólo estaba tomándome un respiro.

—¿Os apetece un helado? —sugirió Max—. Yo invito.

Ivy no quería helado, pero aceptó, deseosa de dejarle demostrar ante Dhanya que era un chico «atento».

Mientras pedían el helado, Chase, Beth y Will se les unieron, de modo que juntaron dos mesas y dispusieron unas sillas a su alrededor. Bryan y Kelsey fueron los últimos en dejar de patinar, después de mantener una conversación bastante dramática —quizá una discusión— en medio de la pista que les puso a ambos las mejillas coloradas y los ojos brillantes. «Igual que Suzanne y Gregory», pensó Ivy, mientras se acercaban al puesto de refrescos. Se dijo que no era más que la manera en que algunos chicos y chicas jugaban al amor, pero a veces tenía la impresión de que nunca lograría escapar de los recuerdos del verano anterior.

Los ocho acababan de sentarse con sus conos de helado cuando el teléfono de Ivy comenzó a sonar.

Will se volvió hacia Ivy como si estuviera sorprendido. Conocía, claro está, los tonos de llamada de los amigos de ella, de su madre, de Andrew y de Philip, del mismo modo que Ivy conocía los tonos de llamada de los amigos de Will y de su padre. Que él se hubiera percatado de que aquel sonido era diferente era un ejemplo más de lo entrelazadas que habían llegado a estar sus vidas. Aun así, ella se sintió molesta por la forma en que la miró, como si nadie pudiera llamarla si antes no tenía su aprobación.

Se alejó un poco de los demás y se llevó el teléfono al oído.

—¿Dígame?

—Hola. Soy yo.

—Hola.

—Quienquiera que sea —se apresuró a añadir Guy.

Ivy rió y se sentó en una silla junto a otra mesa.

—¿Qué tal el trabajo?

—Duro. Y divertido. ¿A que no sabes una cosa? ¡Tengo ruedas!

—¿Sí? —Ivy persiguió una gota que caía de su cono de helado y la pescó con la lengua.

—Kip me ha prestado una vieja moto. Bueno, ¿qué estás haciendo? —preguntó Guy—. El sonido de fondo no parece música clásica.

—No. Es música disco, buena como acompañamiento para patinar, me imagino. —Ivy le habló de la pista de patinaje y de los pases gratuitos—. ¿Te apetecería venir?

Hubo un momento de silencio.

—¿Con quién estás? —inquirió.

—Con algunas personas que no conoces. —Ivy mordió el cornete—. Beth, Max, Bryan y Chase. Y Kelsey y Dhanya; a ella tal vez la recuerdes del solárium del hospital. Y Will. Me encantaría verte, Guy.

—No creo que a Will vaya a hacerle mucha gracia.

Ivy lanzó una mirada hacia la mesa donde estaban los demás. Will y Beth la estaban observando, e Ivy asumió que habían adivinado quién la llamaba. Ella podía ignorar sus miradas y su hostilidad, pero no era justo hacer que Guy tuviera que soportarlas.

—Entonces, nos vemos mañana —replicó.

Conversaron un minuto más antes de que ella regresara a la mesa.

—¿A que sé quién era? —se burló Kelsey.

Ivy aplastó la punta del cornete en su boca.

—El bellísimo amnésico.

—¿El tipo que sacaron del mar? —preguntó Bryan con interés.

—En Chatham, ¿verdad? —añadió Max—. ¿Cómo se llama?

—Todavía no se acuerda —respondió Ivy—. Se hace llamar Guy.

—Qué original —observó Chase.

—No entiendo cómo alguien puede permanecer sin identificar durante tanto tiempo —manifestó Bryan—. ¿Has mirado en Google?

Chase se inclinó hacia adelante.

—¿Y qué ponemos para buscarlo?

—Yo probé con «personas desaparecidas en Massachusetts y Rhode Island» —les dijo Will.

Ivy lo miró sorprendida.

—Y estoy seguro de que la policía y el hospital hicieron lo mismo. Ayer volví a probar, pero sigue sin haber resultados.

—¡¿Y por qué no probaste en la lista de los más buscados del FBI?! —exclamó Ivy.

—Lo hice. Por supuesto, para estar en ella tienen que haberte condenado ya.

Ivy se dio la vuelta hacia el otro lado.

—Llamé a un amigo de mi padre que vive en Nueva York, un abogado penal, para hacer algunas averiguaciones.

Ivy se volvió de nuevo a mirarlo.

—¡No puedo creer que hicieras eso!

Will prosiguió con calma.

—Dijo que hay grandes luchas de poder y escasa comunicación entre las fuerzas del orden de una ciudad y la siguiente, y entre uno y otro lado de los límites estatales. A menos que una persona sea el líder de una importante banda de traficantes de droga o forme parte de un grupo terrorista, podría darse a la fuga o ser sospechoso de un crimen, y alguien que se encontrara a tan sólo quince kilómetros de distancia ni se enteraría.

Ivy tuvo que hacer acopio de todas sus fuerzas para no ponerse como una fiera con Will; no quería pelearse con él delante de los demás.

—Gracias por tan meticulosa investigación, Will —le dijo.

Ivy hizo una bola con el envoltorio de papel del cornete y, poniéndose en pie, lo arrojó a un cubo de la basura antes de regresar a la pista de patinaje.

Llevaba un par de minutos patinando cuando Bryan le dio alcance.

—Al contrario de lo que piensa la gente, tienes mal genio —declaró, dirigiéndole una sonrisa.

—Todo el mundo tiene un punto en el que pierde la calma —repuso Ivy.

—Desde luego —admitió él—. Es una de las cosas interesantes que uno aprende cuando conoce a una persona, el punto en el que salta. Tú no saltas fácilmente —añadió. Ivy siguió patinando—. ¿Es porque tienes un autocontrol tremendo o porque eres tan ingenua como para pensar que nadie va a hacerte daño?

—¿Son ésas las únicas razones que ves para no perder los nervios?

Él la adelantó y se dio la vuelta para estar frente a ella; ahora el chico patinaba hacia atrás.

—¿Conoces alguna otra?

—Sí. Porque no quieres hacer daño a la otra persona.

—Ah, eso… —Le sonrió—. ¡Baila conmigo, Ivy!

Rodeándola, se situó a su espalda y empezó a patinar acompasando sus movimientos a los de ella con precisión. Volvió a ponerse frente a Ivy y luego la hizo girar de modo que patinase de espaldas. Como buen bailarín, Bryan tenía tanto la fuerza como la habilidad para saber cómo inclinar a su pareja y hacerle dar una vuelta; hacía que pareciera fácil. Patinar con él era divertido, e Ivy sonrió.

Tras cansarse de bailar, Bryan se puso a jugar un falso partido de hockey: la adelantaba a toda velocidad, se paraba en seco, giraba hacia atrás y daba vueltas alrededor de Ivy acercándose a ella todo lo posible sin llegar a tocarla. Patinó hacia atrás y, acto seguido, arremetió contra ella, como si tuviera un disco de hockey, fintando a derecha e izquierda. Ivy sonrió e imaginó que tenía que seguir patinando, que Bryan contaba con que ella siguiera avanzando en línea recta mientras él zigzagueaba en torno a ella y la esquivaba. Pero en una ocasión el chico fingió tan bien que Ivy no pudo evitarlo, cambió de dirección y chocaron.

—¡Sooooo! —La agarró para impedir que cayera al suelo y giraron sobre sí mismos, mientras Bryan reía y la abrazaba con fuerza.

Cuando cesaron de dar vueltas, Bryan no la soltó de inmediato. Ivy se liberó de sus brazos y vio a Kelsey observándolos.

—Patinemos sin más —le dijo Ivy a Bryan con calma—. Creo que le has ganado este asalto a Kelsey.

Bryan introdujo la mano de ella en el hueco que formaba su brazo y patinaron juntos manteniendo un ritmo tranquilo.

—¿Y piensas que eso es lo único que trataba de hacer, poner celosa a Kelsey?

—Sí.

—Muy bien, te seguiré el juego. Puedo fingir que estoy locamente enamorado de Kelsey y que no veo a ninguna otra chica más que a ella, ni siquiera a una chica con unos ojos verdes y un cabello increíble que ningún chico olvidaría jamás.

Al ver que Ivy no respondía, Bryan se volvió hacia ella.

—Finjo bastante bien, ¿sabes?

—Sí.

—Ya has visto lo bien que finto a derecha e izquierda. No sólo sé hacerlo en el hockey.

—Sí, y tú ya has visto lo que sucede cuando finges de forma demasiado convincente. No todos los choques terminan bien.

Los ojos de Bryan relucieron y echó la cabeza hacia atrás con una carcajada.

—No tienes ni idea —dijo, y se alejó patinando.