Eran sólo una serie de coincidencias, se decía Ivy mientras tomaba Cockle Shell Road. Había dejado a Guy en su «acogedora» casa con una neverita nueva y las sobras de la comida que habían comprado en la ciudad. Guy le había pedido que se quedara un poco más, pero ella necesitaba tiempo para pensar. No podía evitar que su mente pasara revista a los extraños momentos que vinculaban a Guy con Tristan. Sabía lo que Will y Beth le dirían si se atreviera a contarles lo que estaba comenzando a creer: que todo tenía que ver con el aniversario.
¡El aniversario! ¡Oh, no! Había olvidado por completo que había quedado con Will en que irían juntos a buscar el permiso para encender la hoguera. Cuando Guy y ella se habían acercado a la tienda de comida para llevar, no se había molestado en comprobar si tenía alguna llamada o algún mensaje en el móvil y había olvidado totalmente la cena en Provincetown.
El coche de Will no estaba en el aparcamiento del hotel. Ivy recorrió despacio el camino que conducía a la cabaña. Estaba pensando en cómo se lo iba a explicar cuando oyó llegar su Toyota. Se detuvo y esperó, llena de nervios. Will se acercó a la casa andando a paso rápido, con la cabeza gacha.
—Will —dijo Ivy, con voz queda.
Él levantó rápidamente la vista e Ivy pudo leer en su rostro todas las emociones que estaba sintiendo: alivio, incredulidad e ira.
—Will, ¡lo siento mucho! —Levantó la mano para tocarle y la dejó caer en seguida a su costado. Algo, no sabía qué, le impidió hacerlo—. Lo siento mucho —repitió.
Silencio.
—¿Ya está? —preguntó él.
—Te he defraudado.
Él soltó una palabrota en voz baja. Ella añadió:
—Lo siento de verdad, Will, lo siento mucho. Simplemente… se me olvidó.
—¿También tú tienes amnesia? —repuso Will en tono sarcástico—. ¿Es contagioso? —La taladraba con los ojos—. Has estado con él, ¿verdad? Con Guy…
—Sí.
—¡No me lo puedo creer! ¿Por qué las chicas hacen cosas como ésta…? ¿Por qué os gusta correr detrás de chicos que parecen misteriosos y fascinantes pero que no tienen nada que ofrecer?
—No estoy corriendo detrás de…
Will la interrumpió.
—Yo te quiero, Ivy, pero esto me está matando.
Ella tragó saliva con fuerza.
—¿Por qué me estás haciendo esto? —le gritó él.
—¡No lo sé! —le contestó ella, también a gritos.
Ivy lo vio luchar por controlar su rabia. En cierto modo, ella deseaba que siguiera chillándole.
—Te estás comportando tal como hiciste tras la muerte de Tristan, cuando Gregory te sedujo…
—¡¿Qué?!
—Y tú continuaste defendiéndole —prosiguió Will—. Tú seguiste confiando en Gregory a ciegas, a pesar de que había un millón de señales que indicaban que no debías hacerlo.
—Como si tú no hubieras sido también amigo de Gregory —lo desafió ella.
—Lo tomé por lo que era y seguí siendo su amigo el tiempo suficiente para ayudaros a ti y a Tristan. —Will contuvo el aliento—. Tristan. Todo se reduce siempre a él, ¿no es así? Dios, ¡qué idiota soy!
Ivy bajó la cabeza.
—La noche que tuviste el accidente, cuando llegué al hospital, el médico que te había atendido en la ambulancia me preguntó si era Tristan.
Ivy se estremeció.
—Dijo que habías estado llamándole durante todo el trayecto.
Ivy se volvió.
—Luego, el enfermero Andy, eufórico con tu mejoría, se acercó a mí y me dijo: «Tengo buenas noticias para ti, Tristan».
Ivy cerró los ojos de dolor. Will se lo había guardado para sí, a pesar de que aquello debía de haberlo herido profundamente.
—Lo que creo —dijo Will, con voz temblorosa— es que en realidad no estás enamorándote de Guy. Creo que te sientes mal por él y que lo encuentras una distracción agradable.
Ivy volvió a acercarse a Will.
Él se apresuró a continuar.
—Con Guy puedes sentir algo por alguien; ayudar a alguien y seguir enamorada de Tristan.
—Will, lo siento tanto…
—Esta aventura con Guy te ayuda a separarte de mí —siguió Will—. Lo mejor que puedo hacer por ti y por mí es poner el punto final que tú tan claramente deseas. —El enfado se reflejó con mayor intensidad en su voz—. ¡Habría sido mucho más fácil para ambos, Ivy, que hubieras tenido el valor de decírmelo cuando supiste que todo había terminado!
—Pero yo no sabía…
Él se golpeó la palma de la mano con el puño.
—¡No te burles de mí!
—Sabía que algo no iba bien —explicó Ivy—. Necesitaba tiempo para ver las cosas claras.
Él asintió.
—Fantástico, ¿y por qué romper cuando podía ser que después de todo me necesitaras?
—¡No! ¡Esto no es justo! Yo no te habría utilizado así.
—La próxima vez que necesites tiempo para ver las cosas claras procura pensar en cómo se sienten los demás.
Dio media vuelta y se encaminó de nuevo al aparcamiento.
—¿Adónde vas, Will?
—No lo sé. No me importa, siempre y cuando sea un lugar que esté lejos de ti.
Las lágrimas que habían inundado los ojos de Ivy durante la pelea no comenzaron a fluir hasta cinco minutos después de que Will se hubo marchado en el coche. Ivy regresó al aparcamiento y se quedó inmóvil junto a su vehículo, mirando la carretera como si Will fuera a volver. «Se acabó. Se acabó», repetía para sí, incrédula.
Se dio cuenta de que había un sobre en el asiento delantero del coche. Lo abrió y encontró la autorización para la hoguera. Entró en el utilitario, cerró la puerta y se echó a llorar.
Estuvo conduciendo una hora y media. Primero por la estatal 6, necesitaba conducir de prisa, y cuando pudo parar de llorar, por la sinuosa 6A, de dos carriles. Se sentía tentada de llamar a su madre, pero ella quería mucho a Will. Philip quería a Will. Beth quería a Will. E Ivy también, pero quizá no lo suficiente.
Cuando regresó al hotel era casi de noche. El coche de Will había vuelto, el de Kelsey no estaba y en la cabaña no había nadie. Ivy se sentó en el salón, intentando hacer el puzle, rebuscando dentro de la caja, sacando una pieza, luego otra, volviendo a guardarlas. Inquieta, salió afuera, miró el columpio y se dirigió a la escalera posterior del pequeño hotel, donde le pareció menos probable que la abordara quienquiera que volviese primero a casa. Si Will no les había dicho a las demás que habían roto, tendría que comunicarles la noticia al día siguiente, antes de empezar a trabajar.
A sus espaldas, la puerta de la cocina se abrió, desparramando la luz amarilla de la habitación sobre una franja de hierba.
—No te levantes —dijo la tía Cindy, y fue a sentarse en la escalera junto a Ivy—. ¿Cómo estás?
—Bien.
—Duro, ¿eh?
Ivy asintió.
—Sí. ¿Quién se lo ha dicho?
—Beth. Escucha, Ivy, puedo asegurarme de que Will y tú no forméis parte del mismo grupo de trabajo durante más o menos una semana, pero, aun así, seguiréis viviendo y trabajando muy cerca el uno del otro. No puedo permitir que os peleéis delante de los huéspedes ni que las demás tomen partido.
Ivy hizo un gesto afirmativo con la cabeza.
—Si crees que no puedes afrontar la situación, tienes que decírmelo.
—Vale.
La tía Cindy descansó suavemente la mano en la espalda de Ivy.
—Sé que parece que duele tanto que nunca se te pasará. Pero acabará, Ivy. De veras —dijo, y entró en el hotel.
Ivy se levantó y cruzó lentamente el jardín. Después de la mugre y el sudor del día, se sentiría mejor si se duchaba antes de enfrentarse a las demás. Entonces vio a Beth torcer la esquina del granero. Volvía de la habitación de Will, supuso Ivy. Respiró hondo y esperó.
—¿Cómo está Will?
—¿Cómo estás tú? —preguntó Beth, tras acercarse a Ivy.
El afecto en la voz de su amiga liberó otro mar inesperado de lágrimas.
—Ven. Hablemos —dijo Beth, empujando suavemente a Ivy hacia el columpio.
Beth permaneció en silencio mientras Ivy lloraba.
—Me siento fatal por hacerle daño —declaró Ivy, secándose los ojos.
—Yo me siento fatal por ambos —repuso Beth. Y añadió en voz baja—: Es difícil de comprender para Will, y también para mí. Quiero decir: después de todo lo que habéis pasado juntos, ¿cómo puedes no quererle?
—Sí que le quiero —insistió Ivy—. Pero quizá no como él desea que le quieran.
Beth se inclinó hacia adelante, mirando a Ivy a los ojos.
—¡Como cualquiera desea que le quieran!
—Sí, sí, tienes razón —admitió Ivy—. Pero, Beth, uno no puede siempre elegir cómo quiere a una persona. El amor no es lógico ni justo. Simplemente es.
Bajo la débil luz de las estrellas, Ivy observó el rastro plateado de una lágrima que se deslizaba por el rostro de Beth.
—¿Le dijiste tú que vi a Tristan la noche del accidente? —preguntó Ivy.
—Rectifica: que tú creías haber visto a Tristan. No, no se lo dije. Ya está convencido de que compite con un chico muerto. No voy a hacerle las cosas aún más difíciles. Ivy, ¿de verdad has olvidado la cita que teníais esta noche?
Ivy asintió.
—Estaba con Guy, ayudándole.
—¡Guy!
—Sí, limpiando un granero, para que tuviera un sitio decente donde vivir, y…
—Ivy, debes tener cuidado —le advirtió Beth—. No tienes ni idea de quién es Guy.
—Lo que sé es más importante que el nombre que ha olvidado. Hay una conexión especial entre Guy y yo, algo que sólo he sentido una vez en la vida… con Tristan. —Ivy ignoró la desaprobación que traslucía la cara de su amiga—. Beth, Guy me estuvo hablando de la casa de sus sueños, y era exactamente igual que la casa del árbol de Philip. Guy no recordaba qué tipo de música le gustaba, pero de pronto reconoció la sonata del Claro de luna, la canción de Tristan. Y, sin saber siquiera qué melodía era, tarareó una canción de Carousel. No te acuerdas… Tristan intentó comunicarse conmigo tocando en mi piano unas notas de Carousel.
Beth meneó la cabeza con incredulidad, pero Ivy prosiguió.
—Creo que Tristan ha vuelto a mi lado.
—¡Oh, Ivy, no! Eso no es posible.
—¿Por qué no? —inquirió Ivy, agarrándose al borde del columpio—. El año pasado habló a través de Will y de ti. ¿Por qué no podría estar hablando ahora a través de Guy, enviándome esas señales para mostrarme que aún está conmigo? La noche del accidente, Tristan me prometió…
—¿Dice Guy que oye la voz de otra persona? —preguntó Beth.
—No, pero…
Beth se inclinó hacia Ivy y le puso una mano en la muñeca.
—Cuando Tristan estaba aquí como ángel, le oíamos. Cuando se introducía en nuestras mentes, sabíamos bien quién era. Y nunca olvidamos nuestra propia identidad.
Ivy se apartó de su amiga. Permanecieron unos momentos en silencio, mientras Ivy luchaba contra la ira que le provocaba que Beth no creyera en esa posibilidad. Cuando volvió a mirarla, Beth estaba tirando de su colgante de amatista. Sus labios se movían en silencio. Luego dijo en voz alta:
—Algo maligno se mueve entre nosotros.
—¿Qué?
—Estoy sintiendo una presencia desde que celebramos la sesión de espiritismo —manifestó Beth, con un temblor en la voz—. Es él. Es Gregory. No me había sentido así desde que murió.
Ivy miró a su amiga, intentando comprender lo que le estaba diciendo.
—Beth, sé que la sesión de espiritismo te alteró mucho. Nos alteró a todas. Pero ¿por qué ibas a creer que Gregory nos persigue? ¿Ha pasado alguna otra cosa que te haya asustado?
Su amiga no contestó.
—Cuéntamelo —dijo Ivy.
—Un sueño. —Beth se frotó una mano contra la otra, hundiéndose el puño en la palma—. Lo he tenido dos veces.
—Cuéntamelo —insistió Ivy.
—Estamos en la cabaña, tú, yo, Dhanya y Kelsey. Es la cabaña de la tía Cindy, pero tiene muchas ventanas, por todas partes. Alguien camina alrededor de la casa, disparando a las ventanas. Las balas se incrustan en el cristal, pero no lo atraviesan. Corremos de una habitación a otra, y la persona que dispara corre por fuera de la cabaña, disparando a las ventanas de cada habitación en la que entramos. No deja de dar vueltas alrededor de la cabaña, pero tú nos dices que no pasa nada. «Estamos a salvo», dices, «el pistolero no puede romper las ventanas». Entonces, él abre la puerta tranquilamente y entra en la cabaña.
Ivy volvió a sentarse en el columpio, frotándose los brazos con las manos; sentía un hormigueo en la piel.
—¿No lo entiendes? —dijo Beth, en tono repentinamente enfadado—. ¡No tuviste precaución y dejaste entrar al pistolero, del mismo modo que dejas entrar a Guy!
—Beth, no todos tus sueños son premonitorios. A veces tienes sueños acerca de cosas que te dice la gente. A Will no le gusta Guy. Él ha sembrado esos temores en ti.
Los ojos de Beth centellearon.
—Lo que Will diga no tiene importancia. ¡Yo veo lo que veo!
—Y yo también —replicó Ivy, y se levantó del columpio.
—¡Ivy!
Ella se volvió de mala gana.
La mano de Beth agarraba con fuerza la amatista.
—Si es Gregory, necesitarás todo el poder del cielo para protegerte.