Dos días después de haber regresado el Cardenal Reggiani a Roma, un ayudante lo despertó a las tres de la mañana para entregarle un telegrama marcado «urgente». Procedía de las oficinas de la Archidiócesis de Nueva York.
Reggiani se sentó en el borde de la cama, encendió la lámpara y abrió el mensaje. Decía así:
REGGIANI. FORENSE NUEVA YORK FINALIZO EXAMEN RESTOS HALLADOS EN INCENDIO CALLE OCHENTA Y NUEVE OESTE 68. CADÁVER ENCONTRADO EN POZO ASCENSOR CATEGÓRICAMENTE IDENTIFICADO COMO PADRE JAMES MCGUIRE. ROGAMOS ENVIAR INSTRUCCIONES.
De un salto Reggiani se puso de pie, la mirada perdida en las sombras de la habitación.
—¿Le ocurre algo? —preguntó el ayudante.
Sin responderle, el cardenal palideció y empezó a temblar. La comprensión de lo ocurrido lo había alcanzado como una descarga eléctrica. Tambaleándose, se llevó las manos al pecho. El ayudante lo sostuvo y lo ayudó a acostarse. Jadeante, sacudido por convulsiones, Reggiani arqueó bruscamente el cuerpo y enseguida se derrumbó sobre las sábanas estrujadas.
Estaba muerto.