Capítulo IX

OWEN Y EL OWENISMO: PRIMERAS FASES

AHORA tenemos que pasar de los utopistas franceses y de su contemporáneo suizo Sismondi, al gran utopista inglés Robert Owen, la personalidad asombrosa a quien deben su origen muchos de los movimientos del siglo XIX. Owen ha sido llamado el fundador del socialismo inglés y del cooperativismo inglés. A él y a Sir Robert Peel, el viejo, se debe el haber iniciado el movimiento para la reforma industrial. Ocupa, sin duda, un lugar en la historia de los experimentos pedagógicos. Fue el fundador del movimiento «Racionalista», y tiene un sitio importante en la serie de actividades éticas y secularizadoras. Y a todo esto unía el desempeño de dos papeles que no son fáciles de conciliar: el de un gran patrono autodidacto y el de un notable director e inspirador del movimiento sindical obrero. Sin duda no hizo todas esas cosas al mismo tiempo; pero ya es bastante notable que las haya hecho durante su vida, por larga que ésta fuera.

Owen nació en Newport, Montgomeryshire, en la región central de Gales, en 1771. Era un año mayor que Fourier y once más joven que Saint-Simon. Vivió hasta 1858, activo hasta su muerte, añadiendo durante sus últimos años a sus muchos intereses el espiritismo. Su gran período de influjo personal empezó con la compra de la famosa fábrica de algodón New Lanark en 1800, y puede decirse que terminó cuando un grupo de sus discípulos fundó en 1844 la sociedad cooperativa de los «Rochdale Pioneers». Después el cooperativismo, al cual va su nombre tan unido, tomó una nueva dirección y tuvo derivaciones que él no había previsto. Su último experimento de vida en comunidad, Queenwood, terminó en 1845. Su dirección, breve, pero sensacional, del movimiento sindical obrero había terminado 10 años antes, en 1834. De su posición como patrono de una gran fábrica se había retirado en 1829, y en gran parte desde 1824, cuando compró New Harmony, en Indiana, a los Rappites, e intentó establecer allí una comunidad oweniana completa, libre de las trabas y convencionalismos de lo que él llamaba el mundo «antiguo e inmoral».

Robert Owen fue por iniciativa propia la fuerza impulsora de tantos movimientos, sobre todo a causa de sus propias limitaciones. Siempre estaba seguro de lo que quería y nunca dudoso de su propia capacidad. Unía a una inmensa energía una devoción sincera y absoluta hada lo que creía que era racional y recto. De aquí que fuese obstinado y con frecuencia mal compañero; porque no sabía transigir y nunca era capaz de imaginar que podía equivocarse. Cuando fracasaba en algo, lo atribuía a la falta de razón que existe en el mundo, e inmediatamente emprendía algo distinto. Poseía en alto grado las cualidades características de un autodidacto, con la diferencia de que no era egoísta; por el contrario, no le daba importancia al dinero, excepto como medio para ayudar a las causas en que creía. No pensaba en sí mismo, porque, aunque con frecuencia era autocrático y llegó a considerarse como una especie de padre universal de la humanidad, personalmente siempre fue muy sencillo y aceptaba las consideraciones que se le tenían como tributo a sus ideas más bien que a sí mismo. Lo que sucedía, sencillamente, es que era más inteligente y veía más lejos que ningún otro; y cuando los demás se oponían a sus proyectos, nunca se enfadaba con ellos, sino que se limitaba a lamentar que fuesen tan torpes. Siempre estaba dispuesto a exponer, en todo momento y con todo detenimiento, sus ideas capitales a cualquiera que quisiese oírle. Si sus oyentes no quedaban convencidos, lo atribuía a que no había hablado bastante tiempo con ellos. Era, según dijo Leslie Stephen, «uno de esos pelmazos que son la sal del mundo».

Sin embargo, las ideas fundamentales de Owen eran pocas: la impresión de variedad que daba, nacía de su celo infinito en aplicarlas. Su «socialismo» fue sobre todo resultado de dos cosas: de una opinión acerca del proceso de formación del carácter, que concibió o adoptó muy pronto en su vida, y de su experiencia como fabricante, primero en Manchester y después en New Lanark. La opinión era esencialmente la misma que William Godwin había expuesto en Politicai Justice; parece probable que Owen no llegase a ella por sí mismo, ni leyendo a Godwin (no era gran lector), sino tomándola de alguien. En la década de 1790, en los círculos de gente avanzada, el godwenismo era muy conocido y Owen, como miembro activo de la Sociedad literaria y filosófica de Manchester y como íntimo del círculo que se reunió alrededor de John Dalton, el químico, en el Unitarian New College, tuvo que oír muchas discusiones acerca de las teorías de Godwin y su relación con las de Helvétius y otros apóstoles de la «ilustración» francesa. Su experiencia de las condiciones de las fábricas y de la activa vida de Manchester, que entonces se hallaba en el momento culminante de la revolución industrial, le afirmó en la verdad esencial de la tesis de que el «carácter» del hombre (y por carácter entendía las formas de conducta y su escala de sus valores) depende de las condiciones que le rodean. Vio a su alrededor los primeros frutos de la revolución industrial en la industria textil, admiró las posibilidades técnicas y adquirió un dominio completo de ellas; pero estaba profundamente en contra por las consecuencias sociales y por la lucha para hacerse ricos de hombres que parecían no darse cuenta de éstas o que eran insensibles hasta llegar a ser completamente inhumanos. No veía la necesidad de ser tan inhumano: conocía el modo de producir muy buenos resultados sin molestar a los pobres. Poco a poco llegó a convencerse de que la raíz del mal estaba en atribuir falsamente a los hombres la capacidad de formar su propio carácter; porque esto permitía, a los que tenían éxito, disculparse a sí mismos, culpando a los pobres de su pobreza, de sus malos hábitos y de su incapacidad, en lugar de comprender que estas cosas no eran sino consecuencia del medio deficiente y de un sistema social construido sobre bases falsas. Convencido de que todos los hombres tienen derechos, y de que todos son capaces de bondad y de excelencia, si se les da una oportunidad razonable y una dirección adecuada, se revelaba contra la aceptación, por parte de casi todos los que encontraba, de los horrores crecientes del sistema industrial de los barrios miserables, y del consumo de ginebra que embotaba el sentimiento de la pobreza. Llegó a opinar que nada podía hacerse para enmendar a la masa de la gente sin dos grandes cambios: acabar con las creencias falsas de la formación del carácter y con el abandono de la competencia sin limitaciones, que impulsaba a cada patrono hacia una conducta inhumana, basándose en que sus competidores se habían lanzado a ella, y que también él tenía que hacer lo mismo, si quería evitar la bancarrota.

De este modo Owen se preparó para batallar en dos frentes, aunque le parecía una sola batalla. Su opinión acerca de la formación del carácter hizo que acusase a todas y cada una de las iglesias cristianas de predicar en este punto una doctrina falsa y desmoralizadora; y su hostilidad a la competencia, tal como él la veía, le condujo a un ataque directo, tanto contra los economistas que ensalzaban las virtudes del laissez-faire como contra sus compañeros patronos, que las practicaban.

El «socialismo» de Owen y su crítica de todas las religiones del «mundo viejo e inmoral» eran, por consiguiente, el resultado de su experiencia, unida a un penetrante sentido de la capacidad básica del hombre para el bien y de su derecho universal a una oportunidad razonable. El hubiese dicho que esta actitud era producto de su experiencia; pero otros hombres pasaron por las mismas experiencias externas sin llegar en modo alguno a compartir sus conclusiones. Owen empezó con un fuerte sentido de lo que se debe al prójimo; sin éste lo que vio no le hubiese chocado. Su mismo carácter fue muy influido, pero no exclusivamente formado, por su medio.

La noción básica que inspiró la doctrina del socialismo cooperativista de Owen está expresada con toda sencillez en los siguientes pasajes muy conocidos del primero de sus Essays on the Formation of Character (Ensayos acerca de la formación del carácter), titulados más tarde A New View of Society (1813): «Puede darse cualquier carácter, del mejor al peor, desde el más ignorante hasta el más ilustrado, a cualquier comunidad, aun al mundo en general, aplicando ciertos medios; los cuales están en gran parte a disposición y bajo la dirección, o pueden fácilmente llegar a estarlo, de quienes poseen el gobierno de las naciones». Poco después añade en el mismo ensayo: «A los niños se les puede hacer adquirir cualquier lengua, sentimientos o creencias, o cualesquiera hábitos corporales y maneras no contrarios a la naturaleza humana, incluso hacerles en gran proporción ya imbéciles, ya caracteres enérgicos».

En estos pasajes se acentúa, como se ve, la formación del carácter, y no tanto en el individuo como en la sociedad; es decir, en lo que Owen piensa sobre todo es en el carácter predominante de una sociedad o de un grupo de individuos. Esto, por supuesto, implica un influjo en el carácter del individuo, pero Owen de ningún modo dejó de ver nunca la gran importancia de las diferencias entre los individuos. Siempre hizo resaltar la necesidad de que el educador tuviese muy en cuenta las «inclinaciones» de cada niño. En realidad, por «carácter» no entendía esencialmente el conjunto de cualidades del individuo, sino más bien la estructura de las ideas y valores morales y las tendencias de la conducta relacionadas con ellos, puntos en los cuales era indispensable que hubiese una cualidad común en toda sociedad para que ésta marchase bien.

Partiendo de esta opinión acerca del carácter, Owen, en primer lugar, acusó al sistema industrial de formar malos caracteres, tanto a causa de su lucha por la competencia y por recurrir a la ambición humana, como a causa de las malas condiciones físicas y del medio moral malo en que las víctimas del nuevo sistema industrial estaban obligadas a vivir desde su tierna edad. En segundo lugar, destacó la enorme importancia de la educación como instrumento para transformar la calidad de la vida humana. Comparado con Fourier, daba mucha más importancia a la educación formativa, y en sus ideas pedagógicas acentuaba mucho el elemento moral y desconfiaba de los proyectos de Bell y Lancaster para la instrucción memorista de grandes grupos mediante el sistema de monitores. Sin embargo, les apoyó hasta cierto punto, a falta de algo mejor, a pesar de que a ellos les interesaba mucho más conseguir la trasmisión de los conocimientos que la formación del carácter.

La importancia que Owen daba al medio le condujo a trabajar, no sólo por la educación popular, sino también por la reforma de las fábricas, y tomó parte con Sir Robert Peel, el Viejo, en el movimiento que dio peor resultado la ley, que verdaderamente fue la primera sobre las fábricas, la de 1819. Hasta este momento nada «socialista» había en las propuestas de Owen, ni ningún intento de establecer comunidades socialistas, cosa que más tarde llegó a interesarle tanto. Todavía trataba de persuadir a los industriales, sus compañeros, y también a los gobiernos y a los políticos, en la medida en que podían influir en las condiciones de la industria, para que aprendiesen de la obra que él mismo había realizado en New Lanark, y para que siguiesen el ejemplo que había dado proporcionando educación y mejorando las condiciones de las fábricas. Había demostrado que estas buenas condiciones (buenas con arreglo a las normas de aquel tiempo) no eran incompatibles con un negocio productivo; y había ido más allá que ningún otro propietario de fábricas, al seguir pagando a sus empleados los salarios corrientes, cuando la producción quedó interrumpida por falta de materiales durante la guerra norteamericana. En realidad, en su pensamiento había ya avanzado mucho más: había llegado a la convicción de que, si bien el capital debiera tener su recompensa, ésta debiera limitarse a un ingreso razonable, y que el sobrante de las ganancias se acumulase, no sólo para proporcionar más instrumentos de producción, sino también para gastarlo en fomentar el bienestar de los trabajadores empleados.

La insistencia de Owen en aplicar este principio le costó la disolución de dos sociedades sucesivas con copropietarios que no pensaban enteramente lo mismo que él, y casi le hizo perder la dirección de New Lanark cuando uno de estos grupos trató de excluirlo. Pero, al fin, pudo, con la ayuda de un grupo de personas más avanzadas, impugnar a sus contrarios y realizar los proyectos, que estaban ya iniciados. Entre los nuevos socios que le dieron, por el momento, libertad de acción, se bailaban Jeremy Bentham y el cuáquero químico y filántropo William Alien. Con la aprobación de éstos pudo ampliar sus servicios educativos para los niños y empezar grandes proyectos de educación de adultos para «la formación del carácter».

Owen, pues, aceptó, para sus propios empleados, el principio de «derecho al trabajo», que fue formulado por primera vez después de la Revolución Francesa, y que había de llegar a ser parte vital del credo socialista. Además, había reconocido que sus empleados tenían, verdaderamente, derecho a participar en la empresa en unión con los gerentes y de los que proporcionaban el capital. Hasta este momento trataba de humanizar y de regular la empresa capitalista y de limitar los derechos del dueño del capital, pero no de acabar con ninguno de ellos.

La etapa siguiente llegó con el final de las guerras napoleónicas y con la extensa crisis de falta de trabajo que siguió. El aumento en los impuestos a los pobres produjo un clamor en favor de la reducción de gastos y del trato más duro hada los pobres; pero Owen se propuso mostrar, a base de su propia experiencia, que la sociedad disponía de medios para evitar que los sin trabajo fuesen una carga. Fue entonces cuando presentó su propuesta para establecer «aldeas de cooperación» (Villages of Cooperation), que al principio proponía únicamente como lugares en donde los desocupados, en vez de que les mantuvieran en una ociosidad indigente los funcionarios de la beneficencia, pudieran encontrar la oportunidad de ganarse la vida, sobre todo mediante el cultivo intensivo de la tierra para obtener sus propios alimentos; porque ante la extensión del paro industrial, no hubiese sido práctico proponer que los protegidos por la beneficencia fuesen estimulados para competir con los obreros industriales. Versiones posteriores de su «plan» dejaban más margen para la producción industrial; pero en su primera forma fue esencialmente un proyecto de agricultura colectiva. Estas colonias de parados fueron las proyectadas «aldeas de cooperación» que Cobbett denunció como «los paralelogramos de pauperismo inventados por Mr. Owen», cuando Owen fue a Londres para predicar su doctrina a los dos comités que se habían creado para estudiar la manera de remediar el problema, uno por el Parlamento y otro bajo patronato real y episcopal.

Aunque en este momento Owen recomendaba su plan sólo como un medio para remediar la falta de trabajo, en su mente ya estaba adquiriendo mucha mayor amplitud. Estaba pensando en él como medio de regeneración mundial, mediante el cual todos podrían emanciparse rápidamente del sistema de ganancia por competencia y persuadirlos de vivir a base de cooperación mutua. Esperaba que esto pudiese producirse, en parte por la acción de los funcionarios de la beneficencia, en parte por la ayuda financiera de los gobiernos y en parte por la acción voluntaria de personas desinteresadas, a quienes se les pediría que suscribiesen capital para emprender una labor con arreglo a las líneas propuestas. Al defender estos proyectos iba ampliando de prisa y muy considerablemente la extensión de su propaganda. Hemos visto que su convicción más profunda era que el carácter de los hombres está formado por el medio social en que viven, y que las iglesias son en gran parte los agentes que predican una falsa doctrina de responsabilidad humana. También hemos visto que había llegado a considerar todo el sistema de competencia como causa principal de la miseria humana y del predominio de una conducta antisocial tanto por parte de los ricos como de los pobres. Al defender su remedio contra la falta de trabajo mantuvo en silencio durante algún tiempo estas dos opiniones, y concentró su esfuerzo en procurar persuadir a los ricos y a los poderosos de que su plan era bueno. Pero no servía para disimular; y la acogida favorable que sus ideas tuvieron en un número de círculos inesperados parece que se le subió a la cabeza. En todo caso, en 1817, se manifestó abiertamente en una serie de alocuciones y de comunicaciones a los periódicos en las cuales unía a una censura completa del sistema de competencia un ataque contra todas las religiones, y al mismo tiempo decía claramente que su «plan» lo había concebido, no sólo como un medio de proporcionar trabajo útil a los desocupados, sino también como un llamamiento para el cambio completo del orden social y económico existente.

Estos ataques ahuyentaron a un buen número de partidarios, como es fácil de comprender. Las opiniones de Owen acerca del capitalismo eran bastante desfavorables para éste, pero muchos antiguos «tories» [miembros del partido conservador], que ocupaban puestos elevados, y que odiaban a los nuevos ricos de la industria, gozaban con ellas. Sin embargo, muchos de estos defensores de los buenos tiempos eran precisamente las personas que habían de oponerse decididamente a su ataque contra la iglesia, aunque no les hubiese importado nada que empicotasen sólo a presbiterianos y a no conformistas. El «filantrópico Mr. Owen», como le llamaban con frecuencia, de pronto apareció como un lobo vestido de cordero; y sus planes referentes a la falta de trabajo adquirieron un aspecto completamente nuevo al ser considerados como parte de un vasto y siniestro intento contra el orden establecido tanto en el Estado como en la Iglesia. En realidad es más bien asombroso que la reacción inmediata no fuese mayor de lo que verdaderamente fue. El ataque principal contra la «irreligión» del owenismo no se produjo inmediatamente después de los mítines de Owen en la «City of London Tavem» y de su campaña de folletos de 1817, sino mucho más tarde, en la década de 1830, cuando había llegado a identificarse con el formidable movimiento de la clase obrera que se tradujo en la «Grand National Consolidated Trades Union» (Gran Alianza Nacional de Sindicatos Obreros). Sorprende ver cuánta buena voluntad había aún en 1817, incluso en las altas esferas, para escuchar sus ideas, de tal modo que, no sólo duques de sangre real, sino también economistas como Ricardo, banqueros como Sir Isaac Goldsmid e incluso Lord Sidmouth, le oyeron con simpatía.

Parece que en este momento Owen ya empezaba a estar un poco perturbado, en el sentido de que sus propios proyectos se le iban convirtiendo en una monomanía. A sus alocuciones de 1817 siguió, en el año siguiente, su visita al Continente, con el propósito sobre todo de estudiar los experimentos pedagógicos de Pestalozzi, Fellenberg y otros; pero aprovechó la ocasión de esta visita para dirigir a los monarcas y ministros reunidos en la conferencia de Aquisgrán una serie de «memoriales» en los que recomendaba sus propuestas como base para la regeneración mundial. En estos «memoriales» hacía hincapié en su creencia de que estaba a punto de llegar una «edad de abundancia» para la humanidad, y que se estaba haciendo ya posible producir en gran cantidad para todos, con la ayuda de las nuevas técnicas de la producción, tanto en la industria como en la agricultura. «El nuevo poder científico —decía— hará que pronto el trabajo humano sea de poca utilidad para crear riqueza»; y además: «la riqueza puede crearse en tal cantidad, que satisfaga los deseos de todos»; y todavía más: «el dominio de la riqueza y los peligros que nacen del deseo de adquirirla y acumularla, están a punto de terminar». Owen estaba convencido de que el enorme aumento de producción, que se había hecho posible al introducir la fuerza motriz en la industria del algodón, podía conseguirse en todas las industrias, y que en la producción de la tierra podía aumentar muchísimo el trabajo a mano aplicando los conocimientos científicos al cultivo intensivo del suelo. Creía que el nuevo sistema de «aldeas de cooperación» que se bastasen en gran parte a sí mismas y que cambiasen sólo sus sobrantes podría introducirse mediante consentimiento; porque, como hemos visto, una de las características principales de Owen era su creencia en que sólo con hablar el tiempo necesario a sus críticos fuesen quienes fuesen podía convencerles de que tenía razón. Estaba bien dispuesto para que sus nuevas colonias se estableciesen, como él había hecho en New Lanark, a base de unos réditos fijos y limitados para los capitalistas que estuviesen inclinados a emplear su dinero en ellas; pero creía que pronto la abundancia de recursos productores quitaría valor al capital y haría desaparecer, de los hombres que gozasen de una abundancia universal, todo deseo de recibir una renta por lo que poseyesen.

No hace falta decir que la conferencia de Aquisgrán recibió los proyectos de Owen con algún escepticismo. Regresó a la Gran Bretaña y desarrolló aún más su teoría en su Report to the County of Lanark [Informe dirigido al Condado de Lanark] (1821). Sus propuestas estaban todavía en relación inmediata con el problema de la falta de trabajo y con los medios mejores para evitar que los desocupados fuesen una carga para el resto de la comunidad; pero en su nuevo informe también presentó su primera exposición de la teoría del valor-trabajo que pronto habían de desarrollar más los economistas contrarios a Ricardo, y que con el tiempo había de llegar a ser la base del sistema teórico de Carlos Marx.

En el Report to the County of Lanark, Owen compara el caballo de fuerza con la fuerza del trabajo humano. Dice que, aunque varía mucho la fuerza de los caballos individuales, esto no ha sido obstáculo para establecer una norma, un «standard», el «caballo de fuerza» como unidad de medida. Lo mismo, dice, podría hacerse con la fuerza del trabajo humano, que es lo único capaz de dar valor a las mercancías. Siguiendo una idea aplicada ya por muchos escritores anteriores, entre otros John Locke y, por supuesto, Adam Smith y Ricardo, Owen sostiene que el valor natural de las cosas hechas por el hombre depende de la cantidad de trabajo incorporada en ellas, y que este trabajo puede medirse mediante una unidad de «tiempo de trabajo». Los tipos más especializados de trabajo, dice, tiene que pensarse que trasmiten al producto en cada hora más de una sola unidad de valor, en proporción a su superioridad sobre el trabajo ordinario no especializado. Afirma que el trabajo debe sustituir al dinero como norma para medir el valor relativo de los diferentes artículos; y el cambio de una cosa por otra debe hacerse a base de su valor relativo medido de esta manera.

Pero es mejor aplazar el examen más completo de este aspecto de la doctrina de Owen hasta que veamos cómo fue desarrollado por otros escritores socialistas. Hemos visto que Owen, al mismo tiempo que pedía a los funcionarios de la beneficencia del Condado de Lanark que estableciesen una aldea de cooperación, trataba de persuadir a personas particulares a que interviniesen, si las autoridades oficiales no quisieran actuar, o que completasen la labor de éstas. Pero pronto se cansó de la insignificancia de la respuesta que obtuvo y de los aplazamientos que sufrieron estas tentativas. Hacia 1824 llegó a la conclusión de que el «carácter» de la Gran Bretaña había sido tan corrompido por el error eclesiástico y por la competencia industrial, que era imposible inaugurar el «Nuevo mundo moral» en su propio país. Por otra parte, había chocado con sus socios cuáqueros, no con respecto al dinero, sino por sus opiniones religiosas, y porque temían que pusiese en peligro a las almas inmortales de los trabajadores, por cuyo bienestar se interesaba tanto. También había habido algo de disgusto a causa de que había introducido en sus escuelas el baile con trajes especiales, y a William Allen le desagradaba que a los muchachos se les permitiese bailar con las muchachas sin llevar pantalones (supongo que llevaban las faldillas usadas allí). Estas dificultades fueron suavizándose. Se bailó con pantalones, y Owen accedió a no introducir su propaganda antirreligiosa en sus tratos con los empleados. Pero en todo caso había perdido el interés en New Lanark, sobre todo porque no podía actuar libremente. Había llegado a ser una figura nacional, en realidad, internacional, con la misión de regenerar al mundo, lo cual no podía realizar mientras viviese sujeto a su fábrica. Desde 1824 había dejado de tomar parte regularmente en la gerencia, aunque durante otros 5 años más no terminó completamente su conexión con New Lanark.

Así pues, sacudiendo de sus pies el polvo del «mundo viejo e inmoral», Owen se marchó de la Gran Bretaña en 1824 a fin de ver lo que podría hacerse en lo que consideraba la «atmósfera relativamente no corrompida de los Estados Unidos». Sin embargo, dejó detrás a un grupo de discípulos que fundaron la malograda comunidad de Orbiston, en Lanarkshire, que terminó en seguida al morir el curtidor Abram Combe, que fue quien dio más capital para esta aventura.

Llegado a América Owen compró la aldea comunal de New Harmony (Nueva Armonía), en Indiana, a los Rappites, una secta religiosa que había emigrado allí desde Alemania en 1804, después de haber empezado en su país en 1787. En 1805 los Rappites habían establecido un sistema de vida comunal en New Harmony. Cuando Owen llegó a América éstos se estaban preparando para trasladar su colonia a otro sitio, que se proponían desmontar y explotar, y estaban dispuestos a vender. Owen compró toda la colonia y empezó a trabajar para establecer allí la primera de sus nuevas comunidades, trabajando con el sabio, reformador y pedagogo William Madure, que pensaba establecer, como parte de la nueva comunidad, un centre de educación y de investigación científica y cultural.

La idea de establecer una comunidad, aunque en el pensamiento de Owen habría de ser el medio de regenerar el mundo mediante la creación de un orden soda] nuevo, que llegaría a abarcar a todos los hombres, en sí nada tiene que sea esencialmente socialista. En este libro no tengo espado para examinar las numerosas sociedades «comunistas» y «semicomunistas» que fueron creadas en los Estados Unidos antes y después de Owen. A quienes les interese, pueden encontrar datos sobre ellas en varios libros como el de Noyes History of American Socialisms (Historia de los Socialismos Norteamericanos), el de Hines American Communities (Comunidades Norteamericanas) y el de Nosdhoff Communistic Societies in the United States (Sociedades Comunistas de los Estados Unidos); y también en el de Mr. Bestor, más reciente, Backwoods[4] Utopias, que ya he atado. Las colonias anteriores a Owen, creo que tienen en todos los casos una base religiosa. La más antigua fue estableada por los Labadistas en Maryland en 1680, y fue seguida por Ephrata (1732) y por la primera colonia shaker en Mount Lebanon en 1787 (fundada después de la muerte de «Madre Anne Lee», apóstol de los shakers, en 1784). Los shakers, como secta, habían empezado en Inglaterra, procedente de los cuáqueros, a mediados del siglo XVIII. Los rappites, como hemos visto, habían emigrado de Alemania a los Estados Unidos en 1804, y su colonia fue seguida en 1817 por la de los perfeccionistas de Zoar, que adoptaron dos años más tarde la vida en comunidad. Todos estos son ejemplos de un «comunismo» de tipo primitivo basado en una creencia religiosa. Sus creadores habían hallado apoyo sobre todo entre aldeanos que en sus países habían sufrido persecuciones religiosas y estaban acostumbrados a vivir en condiciones primitivas. El objetivo de sus jefes religiosos era sacar a su gente del mundo perverso, no para salvar al mundo entero, y muchos de ellos establecían sus comunidades esperando la pronta llegada del segundo advenimiento y del día del juicio final. Algunos, esperando esto, llegaron al extremo de insistir en un celibato completo y por lo menos una de las comunidades duró hasta que desapareció por la muerte de sus miembros, que murieron suponiendo todavía que estaba cerca el día del juicio final, que tanto se había aplazado. La diferencia principal entre estas comunidades y las que fueron proyectadas por Owen, Fourier y Cabet es que estas últimas trataban de enseñar al mundo entero una nueva forma de vida, más bien que apartar a unos pocos escogidos de la contaminación de la perversidad humana. Las comunidades religiosas eran parte del movimiento producido por los que salían de Europa a causa de las persecuciones y que adoptaban la vida en comunidad por un sentimiento de unión a causa de este estrecho lazo de la hermandad religiosa, y también como el medio más seguro de conservar esta unión hasta el día del juicio final. Las colonias en comunidad eran además recomendables como manera de cultivar los terrenos agrestes en un país nuevo, en el que los colonos se sentían extraños y como exilados.

Así pues, las comunidades religiosas en su conjunto no defendían ninguna teoría general de organización social. Los motivos que inspiraban a sus fundadores fueron los mismos que inspiraron a los «Pilgrim Fathers» y a otros colonos ingleses y escoceses que, siendo más cultos y teniendo más recursos y nivel más alto de vida, nunca adoptaron ideas comunistas. Los owenianos, por otra parte, se rebelaron, no contra las persecuciones religiosas, salvo en algún caso accidental, sino contra las malas consecuencias del nuevo industrialismo y de la defectuosa organización social del mundo que dejaron tras ellos. A veces, sin duda, los motivos estaban mezclados, y hubo un elemento de retirada del mundo en algunas de las colonias no religiosas fundadas en América durante el segundo cuarto del siglo XIX. Esto, sin embargo, puede decirse sobre todo de las colonias creadas bajo el influjo de Fourier en la década de 1840. Sin duda, ni Owen ni Madure pensaban en una retirada del mundo para acogerse a una comunidad de unos pocos fieles. Lo que se proponían era establecer un nuevo tipo de organización social que todos pudieran aceptar rápidamente.

Es claro que las ideas de Owen y las de los fourieristas tienen mucho de común, aunque Owen negó repetidas veces que hubiese aprendido nada de Fourier, y sus partidarios respectivos disputaban constantemente unos con otros. La diferencia fundamental entre ellos, además de sus opiniones distintas a que ya nos hemos referido, acerca del influjo del medio en el carácter, estriba en que, mientras Owen partió de su experiencia como industrial, y pensaba en un mundo que estaba en trance de ser revolucionado por el desarrollo de la industria en gran escala, Fourier no estaba en nada influido por la perspectiva de un desarrollo industrial, y pensaba siempre en una sociedad preindustrial, en la cual el cultivo de la tierra desempeñaba todavía el papel principal. Según la opinión de Fourier, en el pasado la tierra había sido indebidamente monopolizada por los grandes terratenientes, y ahora estaba en camino de ser dividida, también injustamente, entre una multitud de pequeños propietarios aldeanos. Tanto las comunidades concebidas por Fourier como las concebidas por Owen estaban principalmente basadas en el cultivo intensivo, y este elemento parecía ser dominante en los proyectos de Owen mientras lo recomienda sobre todo como medio para proporcionar trabajo a los desocupados. Pero tan pronto como sus ideas se desarrollaron sobre bases más amplias, empezó naturalmente a concebir sus comunidades como manera de organizar tanto la producción industrial como la agrícola. En realidad, el germen mismo de su concepción deriva de su experiencia de New Lanark, una colonia industrial que había recurrido a la agricultura sólo como una actividad marginal para proporcionar a los obreros los vegetales y otros productos que necesitaban. Las otras diferencias principales entre las dos doctrinas estriban en la manera de considerar el capital, en su actitud hacia la vida de familia y en sus concepciones acerca de los motivos del hombre. Fourier, como vimos, defendía las diferencias en el pago individual, y que se destinase una parte proporcional de la producción total a los que hubiesen aportado el capital. De este modo, admitió el principio de una ganancia variable por parte del capital, mientras que Owen sostenía que el capital debía ser remunerado por un interés fijo o de máximo determinado. Esto, según el plan de Owen, continuaría hasta que los capitalistas, convencidos de las virtudes del nuevo orden, y satisfechos con la abundancia asegurada para todos, renunciasen voluntariamente a los ingresos no ganados, según él creía que harían pronto. Fourier pensaba que los miembros de sus falansterios, aunque los grupos o series en que estarían organizados producirían en común, vivirían en familias separadas, y en apartamientos separados y con distintos niveles de vida, mientras que Owen, al menos en esta etapa, era partidario, hasta donde es posible, de un sistema de vida completamente en común, y censura mucho la institución del matrimonio y la vida de familia. Además, mientras Fourier creía que todo trabajo necesario podía ser una fuente positiva de placer, si se participaba en él con arreglo a su sistema, y sostenía que con una organización adecuada no habría necesidad de cambiar el carácter humano, porque los hombres reaccionarían con arreglo a ese sentimiento de agrado, Owen daba mucha importancia a la necesidad de cambiar el carácter humano, el cual esperaba que podía ser modificado mediante la educación moral y mediante un medio social mejorado. Fourier consideraba el aprendizaje para una actividad constructiva como la parte más importante de la educación del niño: a Owen es extraño que no le interesase la enseñanza profesional, acaso porque su experiencia la había adquirido sobre todo en un tipo de industria, en la cual muy pocos la necesitaban. Prestaban suma importancia en la educación a la formación del carácter, como medio de dar a los alumnos una base adecuada de las ideas y conducta morales y sociales. Por último, Fourier prescindía de la acción del Estado, y quería que sus comunidades fuesen establecidas únicamente por asociaciones voluntarias, que incluyesen tanto a los propietarios del capital como a los que sólo aportasen al servicio común el trabajo de sus manos; mientras que Owen había recurrido, en primer lugar, al gobierno y a las autoridades locales de beneficencia para que tomasen la iniciativa, a fin de establecer su nuevo sistema; en segundo lugar, sobre todo a filántropos particulares y casi nunca, excepto en una etapa muy posterior, directamente a las clases trabajadoras.

New Harmony, en la cual Owen había perdido su fortuna así como había puesto sus esperanzas, marchó mal desde el primer momento. Acudieron muchos colonos atraídos por los anuncios de Owen llenos de confianza; pero eran un grupo no seleccionado, y que no poseía en la proporción debida ni la preparación y ni las aptitudes que eran necesarias, y que no tenían ningún lazo, de experiencia y de creencias comunes, que los mantuviese unidos, como las comunidades religiosas estaban unidas por una fe común. Ni los sinceros idealistas que había entre ellos se mostraron capaces de conducir con éxito una comunidad. Era una mezcla de owenianianos y de evangelistas sociales pertenecientes a otras escuelas, y cada grupo tenía sus propias ideas acerca de la manera adecuada de conducir la colonia. Se planteó, especialmente, la grave cuestión de si New Harmony había de conducirse como una democracia autónoma o bajo la tutela patriacal de Owen. Éste primero insistió en que hubiese un período de gobierno autoritario bajo su control, y después cedió, y entregó a los colonos la dirección de sus propios asuntos colectivos. Después hubo discusiones; y varios grupos se retiraron con sus jefes para formar subgrupos autónomos. Pronto Owen se cansó de estas pendencias, perdió la esperanza de conseguir que New Harmony sirviese de comunidad modelo para el «nuevo mundo moral» y dejando que sus hijos deshicieran los equívocos y reorganizasen la sociedad lo mejor que pudiesen, regresó a la Gran Bretaña decidido a ensayar otra vez. Los jóvenes Owens quedaron, en efecto, como dueños de una gran extensión de tierra, en la que se hicieron, con resultados diferentes, varios experimentos sociales y pedagógicos. New Harmony continuó viviendo y conservó algunas de sus características especiales: edificios y servicios comunes, y una población que incluía un número bastante grande de idealistas; pero dejó de tener importancia como experimento del socialismo oweniano. Su historia puede conocerse mejor leyendo el libro de Frank Podmore Life of Robert Owen y en el sugestivo volumen de correspondencia, que trata sobre todo de educación, publicado hace unos años por Mr. A. E. Bestor (Education and Reform at New Harmony: Correspondence of William Maclure and Madame Duclos Fretageot, Indianápolis 1948).

El episodio siguiente en la carrera asombrosa de Owen se produjo a su regreso de New Harmony, y en él ocupó el puesto del jefe extraordinario de la dase obrera británica durante los movidos años que siguieron a la ley de reforma (Reform Act) de 1832. Pero antes de que lleguemos a estas últimas fases del owenismo es necesario decir algo sobre lo que había sucedido en el desarrollo de las ideas owenistas y obreristas de la Gran Bretaña durante la estancia de Owen en los Estados Unidos.