Capítulo VI

FOURIER Y EL FOURIERISMO

DIFÍCILMENTE podría haber dos personas que planteasen la cuestión social de manera más distinta que Saint-Simon y Fourier, aunque los dos fueron precursores del socialismo. A Saint-Simon le gustaban las vastas generalizaciones, y todo su pensamiento estaba dominado por xa concepción de la unidad. Se planteaba el problema históricamente, y en escala mundial: consideró la próxima edad industrial como una fase en un gran progreso del desarrollo humano basado en la expansión y unificación del conocimiento humano. Fourier, en cambio, partía siempre del individuo, de lo que a éste le agrada y le desagrada, su busca de la felicidad, su goce en la creación y su facilidad para aburrirse. Para Fourier era necesidad fundamental que el trabajo del cual tenían que vivir los hombres fuese en sí mismo agradable y atractivo, no sólo beneficioso en sus resultados. Era necesario también inventar la manera de que los hombres, o, mejor dicho, las familias, viviesen reunidas en sociedades organizadas de tal modo que satisficiesen las necesidades de las inclinaciones y naturalezas diversas de los individuos. Saint-Simon y sus partidarios siempre estaban trazando vastos planes en los cuales se daba sobre todo importancia a una producción abundante y eficiente, a una organización en gran escala y una amplia planificación y a mayor uso posible del conocimiento científico y tecnológico. A Fourier no le interesaba nada la tecnología: le desagradaba la producción en gran escala, la mecanización y la centralización en todas sus formas. Creía en las comunidades pequeñas como más adecuadas para satisfacer las necesidades reales del hombre limitado. No fue por casualidad que Saint-Simon halló muchos de sus discípulos más entusiastas entre alumnos y graduados de la Escuela Politécnica, mientras que entre los fourieristas había una gran proporción de personas hostiles a los nuevos desarrollos de la industria en gran escala y que creían en las virtudes de la vida sencilla.

Fourier mismo mostró un profundo desdén por los partidarios de Saint-Simon en los días de la preeminencia de Enfantin. Dijo de ellos: «El domingo último asistí al servicio de los saint-simonianos. No puedo concebir cómo estos actores sacerdotales tienen tantos partidarios. Sus dogmas son inadmisibles; son monstruosidades ante las cuales tenemos que encogemos de hombros: ¡Que sea posible predicar en el siglo XIX la abolición de la propiedad y de la herencia!» (de una carta escrita en 1831). Fourier pensaba que él sabía resolver el problema de la propiedad sin abolir o destruir la herencia, que consideraba como natural y que correspondía a un deseo profundamente arraigado en la naturaleza de los hombres.

François-Marie-Charles Fourier (1772-1837) nació en Besançon de una familia de comerciantes de la clase media, que perdió la mayoría de sus posesiones durante la revolución. Tuvo que ganarse la vida como empleado de oficina y como viajante de comercio y escribir sus libros durante las horas de ocio. Elaboró sus ideas por sí mismo, casi sin influencia de ningún escritor anterior, partiendo de un análisis de la naturaleza humana y sobre todo de las pasiones que afectan la felicidad humana. Su tema fundamental fue que la organización social adecuada no tiene que tender a desviar los deseos humanos, sino a hallar la manera de satisfacerlos en forma que conduzca a la armonía en lugar de la discordia. Era enemigo de todos los moralistas que fundan sus sistemas en la idea de una oposición entre la razón y las pasiones, o que consideran la organización social como un instrumento para obligar a los hombres a ser buenos contra su voluntad. Sostenía que la naturaleza humana es esencialmente inmutable a través de las edades, y de este modo negaba la doctrina de muchos de los que como él eran utopistas (especialmente Godwin y Owen) según la cual el medio podía moldear el carácter en casi cualquier forma. Y no es que él diese menos importancia que ellos al medio para realizar o imposibilitar la felicidad humana: lejos de eso. Pero el problema, tal como él lo veía, consistía en establecer un medio social adecuado a la naturaleza humana tal como ésta es, y no con el propósito de cambiarla en algo diferente.

Fourier pensaba que, en la situación existente, la mayoría de los hombres se veía obligada a gastar gran parte de sus energías en hacer y fabricar cosas que, en lugar de contribuir a su felicidad, le molestaban o cansaban, o alimentaban necesidades imaginarias o, cuando los productos servían para necesidades reales, las alimentaban mediante gastos excesivos. Le asombraba el gasto de trabajo que implicaba la competencia, sobre todo la distribución, que era lo que él conocía mejor: quería que los hombres prescindiesen de todo el proceso complicado de compras y ventas en que empleaban la vida, e inventar la manera de producir y consumir con los métodos más sencillos sólo aquello con que realmente gozasen. No era en modo alguno un ascético; quería que todo el mundo hiciese una vida agradable, y, de acuerdo con su teoría sobre la naturaleza humana, reconocía que la busca del placer era un fin completamente legítimo. Él mismo sentía un gran placer con los alimentos buenos y bien preparados; y esto, como veremos, influyó mucho en la formación de su doctrina. Pensaba que era natural que los hombres, no solamente disfrutasen de los placeres de la mesa, sino también que disfrutasen haciendo todo lo que contribuyese a estos placeres, como producir y preparar alimentos y bebidas suculentos. Le interesaba mucho menos el vestido y la habitación, siempre que estuviesen adecuadamente hechos contra el frío y el agua; y con arreglo a esto, en su actitud hada la producción industrial creía que las casas, los muebles y la ropa debían hacerse de manera que durasen y bien elaboradas, de tal modo que los hombres no necesitasen reemplazarlas continuamente, lo cual les condenaba a trabajos desagradables, cuando podían estar dedicados a ocupaciones más gratas. Odiaba los artículos de oropel, porque no tenía interés el hacerlos, y porque significaban una pérdida de esfuerzo humano; y sostenía que las cosas se estropeaban tan de prisa sobre todo porque, en el sistema de competencia, los fabricantes querían que esto fuese así, a fin de asegurar una demanda constante. Si los artículos estuviesen bien hechos, como debieran estarlo para la satisfacción tanto del que los fabrica como del que los usa, durarían mucho tiempo. Por consiguiente, no veía la necesidad de emplear a muchos trabajadores en la producción industrial: la mayor parte del trabajo de los hombres, decía, podía emplearse mejor en producir y preparar artículos que proporcionan placer al comer y beber.

De aquí se sigue que la agricultura, que Fourier consideraba como la ocupación principal de los hombres, la concebía sobre todo como horticultura y como cría en pequeña escala de ganado y de aves de corral. Fourier quería un sistema de cultivo muy intensivo de la tierra, sobre todo para productos especializados y cuya producción requiere trabajadores competentes. Pensaba poco en las grandes cosechas, o en la obtención de productos para intercambio. Quería que sus comunidades produjesen cosas agradables para su propio alimento, sobre todo frutas y vegetales. Era muy aficionado a las ensaladas. Creía que este cultivo intensivo podía producir una cantidad suficiente de provisiones para los productores, incluyendo en éstos a los que no podían trabajar la tierra.

Era parte esencial de la doctrina de Fourier que ningún trabajador tuviese sólo una ocupación. Creía que todos debían trabajar en ocupaciones distintas, pero en ninguna más que un poco de tiempo. Dentro de cada día de trabajo, los miembros de sus comunidades pasarían continuamente de una ocupación a otra, de modo que nunca sintiesen el fastidio del esfuerzo monótono. Podían elegir libremente sus ocupaciones, dentro de las muchas oportunidades que se les ofrecían, incorporándose voluntariamente a los grupos de trabajo y ocupaciones (él los llamaba «series») según les placiese. Gozarían con su trabajo, porque ellos mismos lo habían escogido, porque no estaban obligados a continuarlo durante períodos muy largos y porque, consumidores de su producto, podían darse cuenta clara de su utilidad. Esta variedad de trabajo para cada persona, pensaba Fourier que correspondía a la variedad natural de los deseos humanos.

¿Pero, en esta sociedad basada en el trabajo voluntario, quién se encargaría de los trabajos desagradables? Ésta es la cuestión que desde entonces se ha planteado bastantes veces a los socialistas libertarios. Fourier tenía la respuesta. Decía que bastaba observar a los niños cuando juegan para darse cuenta de que les gusta ponerse sucios y que tienen una inclinación natural a formar grupos. ¿Qué podía ser, pues, más sencillo que reconocer esta tendencia natural, dejar a los niños que se agrupasen libremente y confiarles el trabajo sucio y desagradable que no podía distribuir una administración adecuada? Reprimir la agrupación de los niños y jóvenes es una equivocación, porque son expresión de deseos naturales; lo acertado es crear para esos grupos una función social útil.

La concepción que Fourier tenía de la educación estaba de acuerdo con esto. Quería que los niños siguiesen sus inclinaciones naturales y que aprendiesen diferentes oficios uniéndose libremente por sí mismos a los mayores en una especie de aprendizaje variado. Por ello Fourier fue un precursor importante de las ideas pedagógicas modernas, especialmente en lo que se refiere a la enseñanza profesional. Sostenía que la mejor manera de aprender era hacer, y que el mejor camino para que los niños quisiesen aprender era darles la oportunidad de hacerlo. Dejándoles que eligiesen libremente, decía, adquirirían con bastante facilidad la clase de conocimiento hacia la cual se sintiesen naturalmente atraídos. Decía que los niños sienten un placer natural en hacer cosas y en imitar lo que hacen los mayores; y estos gustos proporcionan la base natural para una educación adecuada en las artes de la vida.

Todo esto se fundaba en el análisis previo que Fourier había hecho de la naturaleza humana, y que nunca se cansó de elaborar.

Pensaba que había descubierto una ley de la distribución de las inclinaciones de los hombres, y trató de inventar una forma de organización social que se adaptase a esta ley. Las comunidades que él proponía debieran tener un tamaño y una estructura que correspondiese a estas exigencias: ni demasiado pequeñas, a fin de dar a cada miembro un margen suficiente para elegir sus ocupaciones, ni tampoco mayores de lo necesario para satisfacer esta necesidad. Consideró como ideal un número de 1,600 personas que cultivasen alrededor de 5,000 acres de tierra. Estas cantidades no habían de aplicarse rígidamente: en sus últimos escritos admitía hasta 1,800 personas. Decía que estos números bastarían para permitir una distribución normal de gustos y temperamentos, y para asegurar que el principio de libre elección no produciría una distribución desproporcionada de trabajadores entre las diferentes clases de trabajos. También ofrecerían un margen suficiente de elección para hacer amistades de acuerdo con la simpatía y para evitar tropiezos entre personas incompatibles asociadas de una manera demasiado estrecha en las relaciones diarias.

Las comunidades de Fourier se llamarían phalanstères (falansterios) de la palabra griega phalanx. Debían habitar en un gran edificio común o en un grupo de edificios, bien dotados de los servicios comunes, incluyendo crèches (casas cuna) en donde los niños pequeños podían ser atendidos comunalmente. Pero cada habitante no tendría que vivir en común más que en la medida que quisiese. Cada familia tendría su propio apartamiento y tendría libertad de hacer lo que quisiese ya ocupándose de su propio servicio, ya utilizando los restoranes y habitaciones públicas. Ni estos apartamientos (ni los ingresos de quienes los ocupasen) serían iguales. Se adaptarían a gustos, exigencias e ingresos diferentes. Fourier no era partidario de una igualdad económica absoluta; ni se oponía a ingresos no ganados procedentes de la posesión del capital. Por el contrario, estaba dispuesto a que se pagasen retribuciones especiales por la habilidad, la responsabilidad y la capacidad para ser gerente, y también a permitir el interés del capital invertido en el desarrollo del falansterio. En realidad esperaba que toda persona llegaría a ser accionista en mayor o menor escala.

También en esto tenía una teoría acerca de la distribución adecuada del producto de la industria. En sus primeros escritos propuso que, de todo el valor producido, cinco doceavas partes debieran ser pagadas como retribución por el trabajo ordinario, cuatro doceavas partes como rédito del capital invertido y tres como remuneración de habilidades especiales, incluyendo el pago por los servicios de la gerencia. Algunas veces alteró estas proporciones, asignando la mitad al trabajo y sólo dos doceavas partes a la habilidad; pero dejando sin alteración las cuatro doceavas partes para el capital. No obstante, vio un peligro en permitir la acumulación ilimitada del ingreso no ganado; y propuso, para mantenerlo dentro de ciertos límites, que el rédito del capital variase según lo que cada individuo poseyese. De este modo, si un individuo aumentaba el capital invertido, recibiría menos rédito por cada acción adicional. En efecto, esto sería exactamente lo mismo que un impuesto progresivo sobre ingresos no ganados; y la progresión en que Fourier pensaba era muy rápida.

Los falansterios se establecerían y financiarían, no por el Estado o por algún organismo público, sino por acción voluntaria. Fourier constantemente apelaba a los capitalistas para que comprendiesen la belleza de su sistema y el goce de vivir así, y para que ofreciesen el dinero necesario a fin de establecer comunidades de una manera adecuada. Fourier se quería dar a conocer entre los capitalistas dispuestos a hacer esto, pidiéndoles que fuesen a verle a un restorán donde, durante años, comía solo, dejando un cubierto puesto para la persona esperada. Pero nadie vino. Sólo después de su muerte, principalmente en los Estados Unidos y, lo que es bastante extraño, en Rusia, Rumania y España fue cuando discípulos suyos se presentaron dispuestos a arriesgar su dinero y su vida.

La variedad propuesta en los réditos del capital y el propósito de que todo obrero fuese también dueño de capital hicieron que el sistema de Fourier fuese más igualitario de lo que parece a primera vista. No aceptaba la igualdad completa: creía que no estaba de acuerdo con la naturaleza humana. Los hombres, pensaba, tienen un deseo natural a ser retribuidos con arreglo a su trabajo, y sería a la vez injusto y estúpido contrariar este deseo.

Desde el principio hasta el fin, Fourier basa sus propuestas en la firme creencia de que estaban en armonía, no sólo con la naturaleza humana, sino también con la voluntad de Dios. Si los hombres tienen deseos y pasiones, obra es de Dios; y por consiguiente han debido ser dados al hombre para un fin bueno. Además, Dios ha arreglado las cosas de manera que la variedad de inclinaciones y adversiones humanas corresponden de hecho a lo que es necesario para vivir bien; al filósofo social le basta estudiar estas diferencias a fin de calcular el tamaño de la comunidad en que los hombres pueden participar dichosamente de las tareas necesarias, con libertad completa para cada uno, a fin de seguir su propia inclinación. De este modo, Fourier heredó la tendencia del siglo XVIII a identificar a Dios con la naturaleza, o al menos la de atribuir a la naturaleza el atributo de estar animada y dirigida por la voluntad divina. Llevó esta opinión hasta el extremo de suponer que en realidad no había ningún deseo natural a los hombres que no pudiese contribuir a la vida buena; bastaba canalizarlo adecuadamente y aprovecharlo. En realidad fue el que expuso por primera vez la idea de «sublimación» y la sostuvo en su forma más amplia.

En los escritos de Fourier hay mucho que es fantástico, y en los últimos mucho que es sencillamente locura. No es necesario tratar de estas fantasías, que no tienen relación con la esencia de su doctrina. «Anti-lions» y mares de limonada no tienen nada que ver con los méritos y deméritos del sistema de los falansterios, y en la mayor parte de sus obras no aparecen estos absurdos. Es una gran equivocación tomar a risa a Fourier porque acabó por perder el juicio. Fue indudablemente un pensador social serio, que contribuyó con mucho que tiene valor permanente, no sólo a las ideas socialistas y cooperativistas, sino también a la solución de todo problema de trabajo y de los estímulos y relaciones humanas relacionadas con ellos. La teoría fundamental de Fourier es la de una asociación fundada en una ley psicológica. Para emplear su misma fraseología, creía que había descubierto una ley social de «atracción», que era complemento de la ley de atracción de Newton en el mundo material. Sostenía que Dios había creado al hombre para un orden social, para una vida con arreglo a un «plan de Dios», que corresponde a la voluntad divina. El problema para los hombres está en descubrir el plan de Dios y actuar conforme a él. Fourier afirmaba que existe una correspondencia entre el mundo planetario y el social, y que todas las pasiones de los hombres, como todos los cuerpos estelares, tienen un lugar en el sistema de la vida humana. Si esto se tiene en cuenta, se llega a comprender que incluso las pasiones humanas, consideradas hasta ahora como un mal, son en realidad un bien, y pueden utilizarse en beneficio de la humanidad si se les da un objetivo adecuado y se les libra de las perversiones a que se someten por una mala organización social. Es mala esta organización porque no está del todo equilibrada y adaptada para dar al hombre una intención inofensiva en la satisfacción de sus necesidades psicológicas fundamentales. Por consiguiente, no es necesario cambiar la naturaleza del hombre sino su medio, y la clave para este cambio es la organización de la sociedad de acuerdo con el principio de «asociación».

Así pues, el sistema de Fourier descansa en la creencia de que la mayor parte de las formas del trabajo necesario pueden hacerse atractivas si se organizan de una manera adecuada, y que nadie necesita o debe trabajar en ninguna ocupación especial sino es por su propia voluntad libre. En los falansterios todo trabajo debía estar repartido voluntariamente en grupos o «séries» de trabajadores entre los cuales se despertaría naturalmente una emulación para hacer bien su tarea. Por supuesto, no creía que cualquier clase de trabajo podía hacerse atractivo, ni siquiera por poco tiempo: sostenía que los trabajos que naturalmente carecían de atractivos eran en gran parte inútiles e implicaban mucho más desagrado de lo que correspondía al valor de sus productos. Por esto quería reducir la cantidad del trabajo de fabricación eliminando el consumo innecesario y haciendo muy duraderos artículos como las telas y los muebles. Creía que gozar con el trabajo era una dote natural tanto en las mujeres como en los hombres, y deseaba que las mujeres tuviesen la misma libertad que los hombres para elegir sus ocupaciones. Desde luego, en el nuevo orden a que aspiraba, había de establecer se una igualdad completa de sexos.

A Fourier no le agradaba la revolución, y era tan precavido en sus proposiciones innovadoras concretas como era audaz en sus opiniones especulativas. No recurría al Estado ni a ningún cuerpo político para organizar su nuevo sistema, aunque sostenía que, cuando éste se hubiese establecido, surgiría una estructura federal muy libre, formada por los «falansterios» federados bajo un gobernador coordinador, a quien llamaba «omniarca» («omniarch»). Si los falansterios no podían establecerse inmediatamente, recomendaba una forma transitoria de organización, a la cual dio el nombre de «garanteísmo», una forma de vida en comunidad modificada, que podía ser planeada por individuos capitalistas que quisiesen experimentar. El conocido «familisterio» Godin, en Guisa, estaba inspirado en las ideas de Fourier y es un ejemplo práctico notable de lo que él llamaba «garanteísmo». Fue muy visitado y descrito con frecuencia. Aceptaba esta forma intermedia, porque pensaba que acaso fuese imposible para los hombres librarse de pronto del largo período de influencia corruptora bajo la cual habían estado viviendo.

En realidad, como hemos visto, Fourier mismo esperaba que hombres ricos acudirían y le ayudarían a fundar sus falansterios. Algunas veces acudía a los reyes, nunca a los gobiernos populares, a los pobres o a las revoluciones. Como Owen, era un creador de comunidades, que creía que lo único que tenía que hacer era presentar sus proyectos ante los hombres con insistencia y reiteración bastante para que sus atractivos resultasen invencibles, si se conseguía que los hombres los escuchasen.

Volumen tras volumen, durante un período de casi treinta años, Fourier repitió su evangelio sin cambios fundamentales. Su primer libro, Theórie des quatre mouvements, fue publicado en 1808 y fue seguido por una serie de otros, en los cuales repitió y desarrolló las mismas ideas con una terminología que variaba constantemente, de tal modo que un gran número de palabras que han sido introducidas en el vocabulario del pensamiento socialista tienen su origen, de una u otra forma, en los escritos de Fourier. Entre sus últimos libros los más importantes son L’Asociation domestique agricole, que después tituló L’Unité universelle (1822); Le Nouveau Monde industriel et sociétaire (1829); y La Fausse Industrie (1835-6).

Los cambios de su terminología fueron infinitos. En sus primeros escritos llamó a sus sistema general a veces «armonía» o «armonismo», a veces «asociación», otras veces «Etat Sociétaire» (Estado societario) y otras «solidarite». Más tarde lo denominó «imité universelle», o «unitéisme», y a veces «Collectisme». La forma intermedia hacia esto se llamó a veces «Garantisme» y a veces «Sociantisme»; y a veces estas palabras significaban dos grados diferentes de aproximación al contenido completo de su sistema. También empleaba tanto «Mutualisme» como «Mutuellisme» en un sentido más bien general. Para sus comunidades empleaba los nombres de «phalange» y «phalanstére», refiriéndose el primero principalmente al grupo humano, y el segundo al lugar donde se situaba. «Série» principalmente significó un grupo de trabajadores asociados y dedicados a una tarea común.

Los discípulos de Fourier fueron llamados, y se llamaron a sí mismos, también con varios nombres: Phalangistes, Fourieristes (o, en América del Norte, «Furyists» [de fury-furia] por sus contrarios), École Sociétaire, Humanistes, Humaniens, Unistes, Associativistes, Sénistes, Sérisophistes, etc. En la Gran Bretaña, Hugh Doherty, el jefe de la escuela, llamó al fourierismo «el sistema social», y también «universalismo», «humanización» y «falansterianismo», y asimismo «solidaridad». En los Estados Unidos se llamó con frecuencia «asocianismo», a veces «unitismo» o «serialización»; pero la palabra usada con más frecuencia fue la de «Phalanx». «Colectivismo» fue también usado como una definición, y «mutualismo» como un término general no limitado a las formas intermedias de Fourier. Esta lista no incluye todas las variantes. Además de «fourierismo», las palabras «asociación» y «armonía» y sus derivados fueron, quizás, las empleadas con más frecuencia.

Hasta cerca del final de su vida Fourier encontró pocos discípulos; pero en la década de 1820 un pequeño grupo se reunió a su alrededor y entre sus partidarios y los saint-simonianos se inició una discusión muy viva. Tanto sus partidarios, como los de éstos, fueron mucho más numerosos después de la revolución francesa de 1830 y la rivalidad entre las dos «escuelas» fue grande, desdeñándose ambas mutua y profundamente. Fourier acusaba a los saint-simonianos de copiar sus ideas sin reconocerlo, y éstos replicaban acusándole de dogmático con doctrinas impracticables y sin ninguna concepción del progreso, ni de la misión de la ciencia. Pronto el fourierismo empezó a ejercer influencia fuera de Francia. Se estudió en Alemania, como una variante del nuevo pensamiento social francés, y se extendió a Inglaterra, en donde sus partidarios tuvieron que enfrentarse con una doctrina rival, el socialismo de Owen, con el cual, en algunos puntos, tenía mucha semejanza. Los owenianos y los fourieristas tuvieron muchas discusiones acerca, de los méritos respectivos de sus diferentes doctrinas, pero con frecuencia se unieron contra el enemigo común. Los fourieristas acusaron a Owen de haber plagiado las ideas de su maestro, que habían aparecido impresas antes que las suyas; pero no hay pruebas de que Owen supiese nada de Fourier cuando publicó sus obras principales. Creo, sin embargo, que las ideas de Fourier ejercieron algún influjo en las últimas fases del owenismo, especialmente Queenwood, aunque absolutamente ninguno en sus primeros proyectos de las «aldeas de cooperación» (Villages of Co-operation).

En la Gran Bretaña el principal representante del fourierismo fue Hugh Doherty, que tradujo y publicó algunos escritos del maestro, y que en 1840 publicó un periódico fourierista, The Morning Star. La publicación fourierista más importante en inglés fue la traducción de una parte de la obra principal de Fourier, publicada con el título The Passions of the Human Soul [Las pasiones del alma humana] (1851), con un resumen completo de sus doctrinas escrito por Hugh Doherty. El punto principal de discusión entre los fourieristas y los owenianos nació de sus opiniones esencialmente distintas acerca de la naturaleza humana. Fourier había insistido en su inmutabilidad y en la necesidad de establecer un medio ambiente social adecuado a ella. Los owenianos, por el contrario, querían establecer un medio que modificase profundamente la naturaleza humana. La diferencia no era absoluta; porque, como veremos, Owen a la vez daba importancia a las inclinaciones innatas y confiaba en que al traducirse en la conducta eran casi ilimitadamente maleables bajo el influjo del medio. Por su parte, Fourier, aunque consideraba que la naturaleza humana era invariable e incluía una diversidad de inclinaciones y deseos de número determinado y distribución comprobable, insistía tanto como Owen en la necesidad de un medio que no cambiase estas inclinaciones, pero que las encauzara por los debidos canales. Sin embargo, la diferencia era importante; porque mientras Fourier acentuaba la importancia capital de hacer agradable el trabajo adaptándolo a las aficiones naturales del hombre, Owen tendía a que los hombres trabajasen bien y felizmente inspirándoles un sentido moral del trabajo por el valor que tenía para el interés común. Fourier daba tanta importancia como Owen a educar a los niños en buenos hábitos y actitudes sociales; pero confiaba sobre todo, no en conseguir que creyesen en lo que para el interés general convenía que creyesen, sino en guiarles para hacer, espontáneamente y gozando en su acción, lo que demandaban tanto sus propios deseos como el bien de la sociedad. Éste fue el aspecto de la doctrina de Fourier que más atrajo a libertarios como Kropotkin y William Morris.

En los Estados Unidos el fourierismo arraigó mucho más que en la Gran Bretaña e incluso que en Francia. Su representante norteamericano más influyente fue Albert Brisbane (1809-1890), que introdujo esta doctrina después de la depresión de 1837. Su Social Destiny of Man fue publicado en 1840. Horace Greeley del New York Tribune apoyó los esfuerzos de Brisbane, y se fundaron cierto número de colonias, por lo menos 29, siguiendo sus principios en la década de 1840. Sin embargo, ninguna de ellas duró más que unos pocos años. Brisbane también influyó mucho en C. H. Dana, Margaret Fuller, Nathaniel Hawthome y Emerson. La famosa «Brook Farm Community» de 1832 fundada por un grupo de intelectuales de New England, entre los cuales estaba Margaret Fuller, ha sido descrita en la obra de Hawthome Blithe dale Romance. Tuvo mucho de inspiración fourierista, aunque no se fundó en conformidad estricta con la doctrina de Fourier, porque estaba basada la propiedad en una sociedad por acciones, sin la participación general de los colonos que Fourier consideraba necesaria. Brook Farm, como las comunidades más completamente fourieristas, no duró mucho. Se vino abajo a causa del fracaso financiero; los intelectuales que reclutó no resultaron buenos para el trabajo manual en el que descansaban para su sustento. La Phalanx norteamericana de Brisbane duró hasta 1856, pero después el movimiento fourierista norteamericano se disolvió. Una descripción de estas comunidades fourieristas puede hallarse en cualquiera de los libros que describen experimentos socialistas norteamericanos; el más reciente de ellos es Backwoods Utopias de Mr. A. J. Bestor.

En Francia, el discípulo más importante de Fourier fue Victor-Prosper Considérant (1808-93). Sus obras principales son: La Destinée sociale, 1834; Manifeste de l’École Sociétaire, 1841; Le Socialisme devant le vieux monde, 1848. Considérant fue el editor de dos periódicos Le Phalanstère y La Phalange, en los cuales aparecieron muchos de los principales escritos últimos de la escuela. En sus primeras obras Considérant defendía una abstención completa de la política, sosteniendo que las antiguas sociedades «políticas» estaban destinadas a perecer, y serían reemplazadas por nuevas asociaciones comunales fundadas sobre una base enteramente voluntaria. Pero más tarde abandonó esta actitud, y empezó a pedir a los partidos demócratas que sustituyesen el punto de vista «político» por el «social». En 1848 fue elegido miembro de la Asamblea Nacional, y tomó parte en la «comisión del trabajo» del Luxembourg presidida por Louis Blanc. Después de la derrota de la revolución en Francia fue a los Estados Unidos invitado por Brisbane, y trató de fundar en Texas una colonia falansteriana. Ésta fracasó en 1854; y más tarde las ideas de Considérant sufrieron otra modificación; Abandonando la antigua hostilidad al desarrollo industrial científico, intentó realizar una variante del fourierismo que podría conciliarse con el desarrollo del conocimiento científico. Nacido en 1808, vivió hasta 1893.

Sin duda la parte más sólida de la doctrina de Fourier es el intento de mostrar la necesidad de adaptar las instituciones sociales a los deseos humanos. Incluso si se equivocó al suponer que toda pasión conocida, dado un medio social adecuado, hallaría medios de expresión que la haría beneficiosa para la humanidad, indudablemente acertaba al insistir en que los hombres podían vivir fácilmente, si se les permitía satisfacer sus deseos naturales y no se les forzaba a vivir con arreglo a una forma artificial de conducta trazada por los moralistas en nombre de la razón. Especialmente, la aplicación de este principio a la organización del trabajo es de mucha más importancia de la que se le ha atribuido, incluso en nuestros días, bajo el influjo creciente de la nueva atención que la psicología social presta a las relaciones y condiciones industriales. Su creencia de que el trabajo puede y tiene que ser una fuente de positivo goce, acaso sea, y probablemente lo es, incompatible con las condiciones de producción en gran escala y con el deseo de los ingenieros de tratar a los hombres como si fuesen máquinas mal hechas; pero el socialismo hubiese sido un cuerpo de doctrina más rico si hubiese estudiado mejor este aspecto del problema del trabajo. Además, no estoy convencido de que Fourier estuviese equivocado cuando pedía que a nadie se le exigiese trabajar continuamente en el mismo oficio o tarea. La mayor parte de las personas, en especial si empiezan jóvenes, pueden adquirir una destreza suficiente en varias clases de trabajo; y creo que Fourier acertaba al pensar que la variedad de empleos, que así se hacía posible, haría a muchas personas más felices de lo que pueden serlo sin salir de la monotonía de una sola ocupación no difícil. Hay, sin duda, personas que naturalmente son especialistas, que prefieren mantenerse en la misma ocupación o dentro de cambios muy pequeños. Pero me pregunto si hay muchas personas así; y estoy seguro de que no hay tantas como supone la organización de la industria moderna.