LOS SOCIALISTAS CRISTIANOS
EN la Gran Bretaña, como hemos visto en el capítulo último, el año 1848 no trajo ninguna revolución. Sin embargo, hubo gran excitación a medida que en Europa estallaba una revolución tras otra, y que la lucha entre la derecha y la izquierda parecía extenderse por todo el continente. Grandes preparativos se hicieron para dominar el muy anunciado levantamiento «cartista» pero aparte de la manifestación ineficaz de «Kennington Common», nada sucedió. La petición «cartista» fue rechazada; las muy temidas reunión y asamblea «cartista» se disolvieron sin hacer ningún llamamiento para la acción; los pequeños grupos de conspiradores revolucionarios o se dieron bien cuenta de su debilidad para moverse o fueron dispersados y detenidos cuando todavía estaban pensando qué era lo que habían de hacer. Incluso en Irlanda, la tentativa hecha por Smith O’Brien para un levantamiento quedó anulada antes de iniciarse. Los que en Inglaterra mantenían el orden establecido no necesitaron dar una lección a los obreros mediante asesinatos en masa. El «cartismo» ya estaba agonizando cuando el proyecto de reforma agraria de Feargus O’Connor llegó sin gloria a su fin; los cartistas estaban muy divididos, y no había un jefe capaz de unirlos. Ni se produjo allí, como en Francia y en Alemania, ningún movimiento revolucionario burgués al cual se pudiese unir la clase obrera, siguiendo el consejo de Marx, primero para ayudarles a subir al poder y para apuñalarles en seguida por la espalda en la hora de la victoria —juego peligroso— como en Francia. En la Gran Bretaña la revolución burguesa ya se había producido en 1832, y la mayor parte de la burguesía estaba dispuesta a unirse con la antigua aristocracia para reprimir cualquier intento revolucionario de los trabajadores. Había radicales de la clase media que querían ampliar más el derecho de sufragio, e incluso algunos que estaban dispuestos a defender los sindicatos obreros y a aprobar las peticiones de leyes sanitarias, educación popular y mejora en la condición de los obreros. Había «tories» radicales que amenazaban ruidosamente con motivo de la opresión de los pobres y que odiaban el individualismo de la dominante «escuela de Manchester». Pero, aparte de algunos excéntricos, no había revolucionarios en la clase media; incluso entre los que estaban dispuestos a apoyar revoluciones en el extranjero, a ninguno o casi a ninguno le interesaba la idea de una revolución en su país. En la «década del hambre», la de 1840, había menos hambre; el capitalismo inglés iba a la cabeza con gran rapidez a pesar de la crisis de los ferrocarriles en 1847; en lugar de una «miseria creciente» y de que fuesen quedando a un sólo nivel uniforme de «trabajo humano indiferenciado», los obreros especializados empezaban a ganar mejores salarios, y nuevos trabajos especializados, basados en el manejo de las máquinas, se iban reconociendo. La sociedad cooperativa de los «Rochdale Pioneers» fundada en 1844, todavía era pequeña y luchaba por la vida, y todavía no era muy conocida; pero era un síntoma de cambio, y Leeds y otras ciudades seguían ya las huellas de los de Rochdale.
Y así sucedió que el año 1848 no hubo en la Gran Bretaña una revolución política ni un movimiento de masas, sino, en la esfera de la teoría y la práctica socialista, una pequeña campaña, que no era característicamente revolucionaria, a cuyo frente, en sus notorias manifestaciones, se hallaban dos sacerdotes de la Iglesia anglicana y un pequeño grupo de abogados y de otros profesionales que eran hombres entusiastas de la Iglesia, aunque sospechosos de heterodoxia. El movimiento que produjeron no fue más que una pequeña ondulación en la superficie de un país en el cual el sol del progreso económico lucía con luz profunda, pero no brillante. En lo que empezaron a hacer, fracasaron de una manera tan completa como en las muchas otras empresas idealistas de que hemos dado cuenta en este libro. Pero, aunque debió mucho al ejemplo francés, era muy característicamente inglés, tanto en su concepción como en lo que llegó a realizar.
Los dos sacerdotes que tomaron parte prominente en el movimiento socialista cristiano que empezó en Inglaterra en 1848 fueron Frederick Denison Maurice y Charles Kingsley. Pero la idea de iniciar el movimiento no fue de ninguno de ellos. El fundador del socialismo cristiano fue el abogado John Malcolm Forbes Ludlow (1821-1911). Ludlow había nacido en la India y se educó de muchacho en Paris, antes de ir a Inglaterra en 1838. Le habían interesado profundamente los movimientos sociales que brotaron en Francia en la década de 1830, sobre todo las distintas ideas de «association ouvrière». Cristiano fervoroso, le atrajeron en especial las doctrinas socialistas cristianas de Buchez y más tarde la Organisation du travail de Louis Blanc. Cuando estalló la revolución en París en febrero de 1848, se apresuró a ir al teatro de la acción, y regresó lleno de entusiasmo por el espíritu de los trabajadores asociados, a quienes Blanc trataba de ayudar mediante las actividades de la Comisión del Luxemburgo. Era un sincero partidario de Maurice, y acudió a su maestro, y trató de convencerle de que había llegado el momento de iniciar en Inglaterra, no un movimiento revolucionario, sino una campaña para unir la iglesia y las clases obreras contra los abusos del sistema industrial. Pensaba que los «cartistas» perdían el tiempo pidiendo el sufragio para todos los varones; que lo que se necesitaba era una prueba de la capacidad de los trabajadores para hacer cosas buenas: empezar seriamente a «organizar a los obreros» con el espíritu, no de una rebelión egoísta contra el gobierno o los ricos, sino con el de una verdadera fraternidad cristiana. Ludlow estaba tan convencido como Lamennais, que también influyó mucho en él, de que ningún buen movimiento social podía fundarse si no era sobre principios cristianos; y para él esto quería decir los principios de una iglesia nacional, que uniese a la gente en lugar de dividirla en sectas rivales.
El movimiento socialista cristiano inglés no es posible entenderlo, a no ser que se comprendan sus fundamentos religiosos. Frederick Denison Maurice (1805-72) fue el inspirador religioso de los hombres que tomaron parte en este movimiento. Procedía del Unitarismo, dentro del cual había sido educado hada una creencia ardiente en una iglesia nacional muy amplia, que tuviese sus raíces en el pueblo, y en la necesidad de una reforma de la iglesia anglicana con la que volvería a llevar la dirección. Pronto se halló en desacuerdo con los partidos principales de esta iglesia, con la llamada «High Church» (iglesia alta) y con la «Low Church» (iglesia baja), y también con los fieles liberales de espíritu amplio. Todos estos le parecía que contribuían a la desunión: los miembros de la «High Church» aferrándose a doctrinas falsas, los de espíritu amplio porque abandonaban demasiado la fe cristiana, y los de la «Low Church» pensando con exceso en el fuego del infierno, y demasiado poco en las necesidades de la gente en esta vida.
Maurice y sus partidarios se oponían fuertemente sobre todo a las «otras tendencias mundanas» de las doctrinas corrientes del «Low Church» y de los no conformistas. Creían que el reino de Dios debía implantarse en este mundo, y que esta obra consistía sobre todo en una regeneración moral mediante el despertar de la conciencia social. Maurice estaba muy influido por las ideas sociales de Robert Southey y de Samuel Taylor Coleridge. Creía poco en la democracia política, pero tenía gran fe en el poder de los hombres regenerados para dirigir sus propios asuntos. Maurice y el grupo que se había reunido alrededor de él habían observado el desarrollo y decadencia del movimiento «cartista», y sostenían que el perseguir objetivos puramente políticos no tenía más remedio que fracasar, porque no hacía un llamamiento a las facultades creadoras del pueblo. Desde su punto de vista Robert Owen estaba mucho más cerca de la verdad; pero su hostilidad hacia el cristianismo les separaba, porque no creían que el tipo de vida cooperativa que defendía pudiese establecerse, aunque fuese deseable, más que fundándolo en una base religiosa. Maurice aceptó el nombre de «socialismo» para su nuevo movimiento, sólo después de muchas dudas, y en parte por lo mucho que le asustaba el significado que entonces iba unido a la palabra «cooperación», como relacionada con los owenianos, que tenían un fuerte carácter antireligioso. Sin duda los owenianos también se llamaban a sí mismos «socialistas»; pero «socialismo» era una palabra de muchos sentidos, y ya se había unido a la palabra «cristiano» por varias agrupaciones francesas. En todo caso, Maurice, al menos por el momento, se dejó convencer por Ludlow, aunque más tarde puso de manifiesto que, en realidad, nunca le había gustado este nombre.
Los socialistas cristianos ingleses estaban conmovidos sobre todo por el horror que les producían las condiciones existentes en las fábricas y talleres, especialmente la de estos últimos, porque conocían mucho mejor los sórdidos talleres de Londres, donde se exprimía a los obreros que los distritos fabriles. Se revelaban contra el espíritu no cristiano, que les parecía dominaba todo el sistema industrial, caracterizado por el predominio de las relaciones de dinero y la negación de otras relaciones más humanas entre hombre y hombre. Vieron en la petición de Louis Blanc en favor del «derecho al trabajo» y de la «organización de los trabajadores» un llamamiento infinitamente superior al de los cartistas. Charles Kingsley, escribiendo con el pseudónimo de «Parson Lot» en Politics for the People, el primer periódico de los socialistas cristianos, afirmaba que el «llamamiento francés en favor de la organización de los trabajadores» valía por una docena de los incluidos en la «carta del pueblo». Politics for the People, que duró sólo pocos meses en 1848, dirigido en colaboración por Maurice y Ludlow, no tenía un programa muy claro. Contenía, además de los cortantes artículos de Kingsley, bastante información en las colaboraciones de Ludlow acerca de las ideas de «asociación» y cooperación en Francia, pero no propuestas precisas para aplicar estas enseñanzas a la Gran Bretaña. Estaba principalmente dedicado a llamamientos impresionantes dirigidos a la clase obrera, a fin de que se diese cuenta de la ineficacia de reformas meramente políticas, y que dirigiesen su atención a la reforma de sus propias aspiraciones, a moralizar sus movimientos y a aceptar la necesidad del cristianismo como su base. Al mismo tiempo recurría a los cristianos de las clases altas para que conociesen la injusticia de toda la filosofía «manchesteriana», y para que se uniesen al «movimiento social» a base de una reconciliación de clases mediante relaciones justas y fraternales en todos los asuntos económicos.
De esta fase de exhortación cristiana, que duró todo el año de 1848, cuando los «cartistas» todavía parecían dueños del terreno como dirigentes de los trabajadores, el socialismo cristiano pasó, con la derrota definitiva de los «cartistas», a una segunda fase, todavía inspirado principalmente por Ludlow. Habiendo terminado el movimiento revolucionario, hasta donde puede decirse que había existido en la Gran Bretaña, Ludlow trató de hacer lo que Buchez había intentado en Francia desde principios de la década de 1830, es decir, ayudar a los obreros (o más bien a los que estaban preparados para ello y tenían el espíritu requerido) a establecer asociaciones cooperativas de producción sin ninguna ayuda del Estado. Con Maurice, siguiendo de mala gana como presidente del movimiento, Ludlow y sus colaboradores decidieron emprender un experimento estableciendo, sobre bases expresamente cristianas, pequeñas «asociaciones obreras» (Working Associations), a las cuales ayudaron económicamente los más ricos de ellos con la esperanza de sembrar, mediante esta labor en pequeña escala, semillas de un nuevo orden «socialista». Su concepción del cristianismo y de una iglesia nacional que estuviese por encima de las clases (como también pensaban algunos «socialistas» alemanes que el Estado debiera estar por encima de las clases) les impedía aceptar idea alguna de lucha de clases. Buscaban la reconciliación entre las clases y suprimir las injusticias de que eran víctimas los obreros mediante la ayuda de los miembros más ilustrados de la clase superior, empezando porque entre ellos no había ni siquiera un solo obrero, y prácticamente no habían estado en contacto con la clase obrera. Durante el primer período del movimiento habían tratado de remediar esto asistiendo a reuniones «cartistas» y formando pequeños grupos de obreros simpatizantes a fin de discutir con ellos sus doctrinas; y ahora empezaron a buscar entre estos simpatizantes hombres capaces de unirse a ellos para fundar las asociaciones que teñían en proyecto. No sorprende que fuera entre los owenianos donde encontraron más simpatizantes para su nueva aventura, aunque no compartían sus ideas religiosas. Esto condujo pronto a diferencias de opinión acerca de la política que debían seguir. Ludlow, profundamente convencido de que era necesaria para sus experimentos una base completamente cristiana, temía las relaciones con el movimiento obrero más amplio, mientras que pensando de otra manera Edward Vansiltart Neale (1810-92), después unió sus fuerzas al movimiento cooperativista y durante muchos años fue secretario de la Unión Cooperativa, y Thomas Hughes (1822-96), abogado radical que escribió Tom Brown’s Schooldays, y que prestó ayuda importante al naciente movimiento sindicalista. Neale y Hughes creían que era necesario aceptar a los obreros tal como los hallaban y, aunque predicando la necesidad de que el socialismo tuviese una base cristiana estar dispuesto a ayudar a todo esfuerzo cooperativista o de la clase obrera que pareciese que estaba bien orientado, tuviese o no fundamento cristiano. Así pues, mientras el grupo de Ludlow y Maurice empezaron a trabajar para establecer sus «asociaciones obreras» basadas en el cristianismo, Neale, aunque continuó apoyando sus esfuerzos, se lanzó al intento, por de pronto más ambicioso, de unir los sindicatos obreros y las sociedades cooperativas en un movimiento nuevo parecido al de la década de 1830, y que trataba de enlazar las sociedades cooperativas que habían sobrevivido a la derrota de 1834 o que habían surgido después, y los sindicatos obreros que estaban reuniendo sus fuerzas a medida que las condiciones económicas mejoraban, en un nuevo movimiento cooperativista basado en la asociación de productores y consumidores para realizar un esfuerzo común que les librase de la opresión del capitalismo y de la economía del laissez-faire.
Neale no ingresó en el grupo de los socialistas cristianos hasta que habían ya iniciado su primera asociación obrera, ni le conocían los demás. Le había interesado mucho el movimiento oweniano y también la labor de los partidarios ingleses de Fourier; y pudo presentar a Ludlow y a sus colaboradores a muchas personas que habían tomado parte en ensayos cooperativistas anteriores. Ya conocían a Lloyd Jones, el organizador y propagandista oweniano; y a pesar de las diferencias en religión, pronto llegó a ser una de las personas que más activamente les ayudaron, y el medio principal para ponerles en contacto con el creciente movimiento cooperativista de los distritos industriales del norte. A Neale y a Lloyd Jones se debió sobre todo que el movimiento tuviese durante algún tiempo un carácter nacional, y que se pusiese en relación con los sindicatos obreros y con las sociedades cooperativas de consumo.
Aunque Neale y Ludlow eran de opiniones distintas, nunca chocaron. Neale, hombre rico y que tenía amigos ricos, pudo aportar al socialismo cristiano una considerable ayuda económica, que fue empleada para auxiliar tanto a las «asociaciones obreras» como a las sociedades cooperativas de consumo de manera más amplia, cosa que le parecía mucho más importante, sobre todo cuando podía asegurarse para ellas el apoyo de los sindicatos obreros. El grupo original continuó la labor de Politics for the People con una serie de Tracts on Christian Socialism (Folletos sobre socialismo cristiano) (1850) y poco después con The Christian Socialist, que se publicó desde noviembre de 1850 hasta el final del año siguiente, cuando se convirtió en The Journal of Association, que acabó en junio de 1852. También fundaron en 1850 la «Sociedad para el fomento de las asociaciones obreras» (Society for Promoting Working Men’s Associations), con Charles Sully, de primer secretario, un encuadernador que había trabajado en París y allí había tomado parte activa en el movimiento pro «asociación». Los socialistas cristianos querían que sus asociaciones obreras fuesen agrupaciones autónomas; pero como ellos proporcionaban a través de un «consejo de patronos» el capital inicial, conservaron en su mano un control económico decisivo. A pesar del intento de elegir con cuidado a los obreros empleados en las asociaciones, pronto surgieron dificultades entre los gerentes y los obreros, y, cuando los gerentes recurrieron a los patronos, entre los obreros y los jefes de los socialistas cristianos.
La primera «Asociación obrera» fue de sastres establecidos en Londres. Por entonces Henry Mayhew publicaba en el Morning Chronicle sus informaciones sensacionales acerca de los barrios pobres y de los talleres sórdidos de Londres; y sus revelaciones impulsaron a Charles Kingsley a escribir su conocido folleto Cheay Clothes and Nasty (Ropas baratas y sucias), que apareció en 1850, mientras estaba escribiendo su novela Alton Loche, de asunto semejante. Yeast había aparecido antes, en el Fraser’s Magazine, en 1848-9, La impresión que las informaciones de Mayhew produjeron en los miembros del grupo influyó no poco en el hecho de haber elegido a los sastres para el primer experimento práctico del socialismo cristiano. Otros siguieron a éste.
Mientras tanto Neale, unido a Lloyd Jones, había fundado en Charlotte Street, Londres, que anteriormente había sido un centro oweniano y más tarde de mucha actividad socialista internacional, un almacén cooperativo que diese salida, mediante venta al por menor, a los productos de las asociaciones obreras y, en general, de las sociedades cooperativas de producción. De aquí surgió su plan más amplio de una «Agencia cooperativa central», a fin de poner en relación, en una escala nacional, las cooperativas de producción con las de consumo. Ludlow atacó este proyecto por considerarlo influido por el comercialismo y contrario al espíritu y principios del socialismo cristiano. Pidió que se rechazase por completo la Agencia. Maurice transigió, separando la «Sociedad para el fomento de las asociaciones obreras» de la experiencia de Neale, sin romper con Neale y Hughes, que continuaron en relación con las dos organizaciones. Pero la Sociedad se cambió de Charlotte Street y decidió establecer un bazar cooperativo propio para la venta de los productos de las asociaciones obreras. La agencia de Neale durante algún tiempo tuvo mucho trabajo, y se puso en relación con varias sociedades cooperativas de los distritos industriales. Se le unió una «liga cooperativa» que publicó volúmenes de Transactions (escritos) dedicados al estudio de las cuestiones cooperativas. Pero esta empresa poco a poco fue decayendo y terminó en 1857. Situada en Londres, mientras que los centros verdaderamente importantes de las cooperativas estaban en el norte y en Midlands, no pudo arraigar firmemente. Los cooperativistas del norte estaban más interesados en desarrollar su propio movimiento, y en 1846 establecieron en Manchester la Sociedad cooperativa de venta al por mayor en el norte de Inglaterra, que más tarde llegó a ser el organismo comercial central para toda Inglaterra. El bazar cooperativo, que había de reemplazar a la Agencia de Neale para dar salida a los productos de las asociaciones obreras, llegó a construirse, pero nunca se abrió.
Estas diferencias no impidieron que los socialistas cristianos como grupo llevasen sus fuerzas al lado del nuevo sindicalismo obrero, cuando se encontró en lucha con los patronos en una cuestión de principios. Cuando los miembros de la recién fundada «sociedad de maquinistas unidos» (Amalgamated Society of Engineers) (1851) se vieron ante una petición de sus patronos para que firmasen un «documento» renunciando a ser miembros de los sindicatos obreros, los socialistas cristianos unidos les apoyaron, y al mismo tiempo Neale y otros de su grupo trataron de interesar a la Amalgamated Society of Engineers en el desarrollo de la producción cooperativa.
El comité ejecutivo del sindicato de mecánicos se interesó en esto, y pidió a sus miembros que apoyasen el proyecto por lo que en sí mismo merecía y como medio para combatir el «lock-out» de que eran víctimas sus miembros de Londres y del Lancashire, y que había sido declarado por la organización de los patronos. Esto recordaba los intentos análogos de los sindicatos obreros owenianos de la década de 1830 y también los proyectos más recientes de la Asociación nacional de oficios unidos, que había sido creada en 1845. Pero resultó que los miembros de la Sociedad de maquinistas unidos (Amalgamated Society of Engineers) sentían menos entusiasmo que sus directivos. Rechazaron la propuesta de invertir fondos en cooperativas de producción, y poco tiempo después todos los fondos que tenían se habían gastado en ayudar a los miembros víctimas del «lock-out». Fue preciso abandonar el proyecto de comprar al principal propietario oweniano, John Finch, la fábrica siderúrgica Windsor (Windsor Ironworks) de Liverpool. Sin embargo, Neal, sin ayuda financiera de la A. S. E., consiguió establecer una empresa siderúrgica cooperativa (The Adas Woks) en Southwark, y, con su ayuda, un grupo de miembros de la A. S. E. dirigidos por John Musto, hermano del presidente de la A. S. E., fundó un establecimiento análogo, primero en Greenwich y poco después en Deptford. Ninguno de los dos duró mucho. Los maquinistas, agotados por el «lock-out», se volvieron prudentes y perdieron interés. Neale, que había perdido casi toda su fortuna en estas varias aventuras, volvió pronto a hacerse rico. Mientras tanto las «asociaciones obreras» (Working Associations) se fueron viniendo abajo a derecha y a izquierda, aunque algunas, pocas, continuaron hasta 1860, cuando el sindicato de sastres (Working tailors) sufrió la crisis debida a los desfalcos de Walter Cooper, que había sido el primer obrero importante convertido por los socialistas cristianos, y el obrero prominente que estaba en constante relación con la sociedad para el fomento de las asociaciones obreras (Working-men Associations).
Durante todos estos años los socialistas cristianos de las dos ramas habían trabajado mucho para dar al movimiento cooperativista una base legal segura; y a su influjo se debió sobre todo que fuese aprobada la ley de 1852 acerca de las Sociedades obreras y de Previsión; Hasta ese año las sociedades cooperativas habían actuado sin protección legal para sus fondos, o se sirvieron hasta donde era posible de las insuficientes disposiciones de las leyes referentes a las mutualidades (Friendly Societies). Con la ley de 1852, aunque fue preciso enmendarla más tarde, quedaron establecidas sobre una base legal segura. La oposición, sin duda, no fue muy fuerte, en gran parte porque las sociedades cooperativas de consumo pudieron presentarse fundadas según el modelo de la «Rochdale Pioneers’ Society» de 1844, como organizaciones convenientes para promover el ahorro entre las clases trabajadoras y como una nueva forma de estructura comercial a propósito para atraer los ahorros de la clase obrera, del mismo modo que las compañías por acciones se estaban movilizando para invertir los ahorros de las clases ricas. Las cooperativas de consumo, en sus nuevas formas, no parecieron ser peligrosas: incluso se pensó que era un medio para apartar a los obreros de ideas extremistas y de «ligarles al país». Del mismo modo, el gobierno francés, después de derrotada la revolución de 1848, hizo algo para estimular la cooperación pacífica como antídoto contra ideas más peligrosas.
Mientras tanto, ni la versión de Ludlow ni la de Neale del evangelio socialista cristiano lograron los resultados que se esperaban. Las sociedades cooperativas de producción que ellos fundaron o ayudaron a fundar desaparecieron. Sólo las sociedades cooperativas de consumo, que siguieron el modelo de Rochdale, las cuales interesaron mucho menos a los socialistas cristianos, excepto como salida para los productos de los talleres cooperativos, lograron establecerse sólidamente. Pronto el grupo de socialistas cristianos dirigido por Ludlow y por Maurice reconoció su fracaso, y dedicó sus actividades principales a la educación de la clase obrera, fundando en 1854 el colegio obrero de Londres (London Working Men’s College), con Maurice como director, después de que había sido separado de su cátedra en el «King’s College» de Londres a causa de sus opiniones religiosas. Neale y Hughes, con sus objetivos más amplios, tuvieron que renunciar a sus intentos de unir a los sindicatos obreros con el movimiento de las cooperativas de producción, y contentarse por el momento con ayudar a las cooperativas de consumo, una tarea en la cual también ayudó mucho Ludlow, nombrado por el gobierno «Registrar» jefe de las sociedades mutualistas. Pero Neale y Hughes sólo esperaban que llegase su oportunidad al final de la década de 1860 y al principio de la siguiente. Tomaron, con Lloyd Jones, parte muy activa en un movimiento posterior y mucho más amplio de cooperativas de producción hacia la que atrajeron a los mineros y a otros sindicatos. Sin embargo, las vicisitudes de este último movimiento caen fuera del asunto de este volumen.
Los socialistas cristianos nunca se interesaron mucho por la acción política, excepto Hughes, que más tarde hizo una buena labor en el Parlamento en favor de los sindicatos obreros y las cooperativas y fue siempre el más radical del grupo. Ludlow, por ejemplo, rechazaba el sufragio universal como petición inmediata, basándose en que el pueblo todavía no estaba preparado para ello. Como medida intermedia quería el voto para los jefes de familia o alguna otra forma del derecho de voto sobre una base relativamente amplia. Maurice era mucho menos demócrata que Ludlow, siendo partidario no sólo de conservar la monarquía sino también de que continuase existiendo una aristocracia que ejerciese la dirección social del pueblo. Desconfiaba de la democracia, como parte de su desconfianza general respecto a la opinión privada como guía para la conducta recta. La luz, pensaba, ha de venir de una experiencia religiosa directa, que él distinguía del juicio intelectual; y esperaba que la verdad la representase una iglesia nacional reformada y no el derecho de voto concedido a los ciudadanos. Pero las ideas de Maurice y de Ludlow nunca influyeron en la gran masa de los obreros, ni siquiera en los que apoyaban sus proyectos de «asociación». El influjo ejercido por Neale y por Hughes, aunque también limitado, fue más considerable, sobre todo porque no repararon en aliarse con los owenianos y otros «no creyentes» o en dar toda la ayuda que pudieron al desarrollo de las cooperativas de consumo. La vida más intensa de las cooperativas de producción de 1860 a 1870 fue el resultado de la combinación de dos influjos, el de la escuela oweniana y el de los socialistas cristianos. Debe añadirse que los socialistas cristianos, además de su obra en favor de la educación popular, ejercieron un influjo considerable en el movimiento partidario de una legislación de salud pública. Kingsley, especialmente, tomó parte destacada en la agitación referente a la salud pública; pero en este terreno, como en todos los demás, el influjo de los socialistas cristianos estaba limitado por su devoción a los jefes de la Iglesia. Anglicana, mientras que el sentimiento religioso que predominaba entre las clases estaba unido a alguna de las sectas no conformistas.
Como hemos visto, el socialismo cristiano inglés se inspiró sobre todo en Francia. En Alemania, el movimiento más parecido a éste lo movió un político conservador, Víctor Aimé Huber (1800-69), que unía a opiniones políticas reaccionarias una creencia en el valor de las sociedades cooperativas basada en la fe católica como medio para solucionar el problema social. Huber era médico; colocado en política hacia el lado conservador, fue animado por Federico Guillermo IV para que fundase un periódico, Janus, en el cual, desde 1840 expuso sus ideas acerca de las cooperativas. Janus vivió hasta 1848. Después de la revolución alemana de ese año, Huber fundó su asociación para el orden y la libertad cristianos, mediante la cual continuó su propaganda. Encontrando en adelante poca ayuda en Berlín, se retiró al pueblo rural de Wernigerode, en las montañas de Harz, donde fundó varias sociedades de trabajadores. Pero su mayor importancia está en los repetidos viajes que hizo a Bélgica, Francia e Inglaterra, con el propósito de estar en relación con las empresas cooperativas en cualquier sitio en que las encontrase. Llegó a ser, en efecto, el misionero viajero de la cooperación como movimiento internacional. En Alemania trabajó con el obispo Wilhelm Emmanuel von Ketteler (1811-77), que después de 1850 llegó a ser el jefe del movimiento social católico de Alemania, y que también era partidario de la producción cooperativa como medio para la reconciliación de las clases sociales. Este movimiento, que debió mucho al influjo de Huber, se extendió a Austria y a Bélgica: fue el comienzo de los movimientos y partidos sociales católicos modernos, que algunas veces han sido llamados «socialistas cristianos», pero que no tienen nada en común con el socialismo en ninguno de los sentidos modernos de esta palabra.