EL MANIFIESTO COMUNISTA
EL Manifiesto comunista fue escrito muy poco antes de estallar la revolución de 1848. Fue escrito y publicado en alemán en Londres: la Liga comunista, de la cual salió, era en todos sentidos una organización alemana. Su llamamiento a los trabajadores de todos los países para que se uniesen era completamente internacional: los alemanes que lo habían aprobado eran obreros de mentalidad internacional, que habían vivido desterrados de su propia nación, y que habían tomado parte en los movimientos obreros de los países en que temporalmente residían, sobre todo de Francia. Creían que era su misión suceder a los franceses como jefes doctrinales del proletariado mundial, o por lo menos esto creía Marx y ellos lo aceptaron.
Excepto en Alemania, y entre los refugiados alemanes, el Manifiesto fue poco conocido durante las revueltas revolucionarias. Se dice que una traducción francesa apareció en París hacia mediados de 1848; pero no se conserva ningún ejemplar de ella, y su misma existencia es muy dudosa. Una traducción polaca fue publicada en 1848 en Londres, pero no circuló mucho. Una traducción danesa apareció poco después. La primera traducción inglesa no fue publicada hasta 1850, en el Red Republican de Harney, que no tenía mucha circulación. No hubo traducción rusa hasta la década de 1860, cuando se publicó en Suiza una traducción escrita por Bakunin.
Mientras tanto, se habían publicado en Londres, en los Estados Unidos v en la misma Alemania otras muchas ediciones del texto en lengua alemana. Una segunda traducción inglesa se imprimió en Nueva York el año 1872, en una revista, y a ésta siguió una traducción francesa, hecha a base del texto inglés, y publicada en el Socialist de Nueva York. Parece que en Inglaterra no apareció una segunda traducción al inglés hasta 1888, con una introducción especial de Engels, lo cual hizo también con varias ediciones alemanas. Como se ve, el Manifiesto se abrió camino lentamente: no fue muy conocido en 1848, y ni siquiera lo fue fuera de Alemania durante la vida de la Primera internacional, fundada en 1864.
EL Manifiesto comunista comienza afirmando que «La historia de todas las sociedades que han existido hasta nuestros días es la historia de la lucha de clases». A esta afirmación Engels, en ediciones posteriores, le añadió una nota en la cual dice que en 1847-8 tanto él como Marx sabían poco de una situación de comunismo primitivo anterior al desarrollo de las diferencias de clases en las etapas históricas de la evolución social. El conocimiento de este comunismo primitivo vino sobre todo con la obra posterior de los antropólogos sociales, especialmente Lewis Morgan (1818-81), cuya Ancient Society (La sociedad antigua), publicada en 1877, ejerció profundo influjo en los escritos posteriores de Engels.
De esta declaración general acerca de la historia en su conjunto, el Manifiesto sigue indicando que en los tiempos modernos la sociedad se divide cada día más en dos grandes campos hostiles, la burguesía y el proletariado. Después bosqueja el desarrollo de la burguesía. Cada etapa en el desarrollo económico de la burguesía, dice, ha ido acompañada de un avance político, de tal modo que hoy «el ejecutivo del Estado moderno no es más que un comité que administra los asuntos comunes de toda la burguesía». Durante todo su desarrollo la burguesía ha desempeñado un papel revolucionario. Su obra económica ha de verse en el establecimiento de las relaciones de dinero como las únicas relaciones reconocidas entre los hombres, y del comercio libre como la materialización de estas relaciones. Se nos dice que la burguesía no puede existir sin revolucionar constantemente los instrumentos de producción, y, por consiguiente, las relaciones de producción entre los hombres a los que eleva el uso de estos instrumentos. La necesidad de encontrar continuamente mercados más amplios «lanza a la burguesía por todo el globo». La explotación de los mercados mundiales da a este sistema un carácter cosmopolita, como aparece en el hecho de que para las primeras materias dependa cada vez más de regiones productoras más extensas. Obliga a los pueblos atrasados a adoptar sus métodos cuando necesitan sus servicios. Establece el predominio de la ciudad sobre el campo y de los pueblos civilizados sobre los bárbaros. Acumula la propiedad, centraliza los medios de producción en grandes unidades, y concentra la propiedad cada vez en menos manos. A causa de estas tendencias insiste en la centralización política. La burguesía se desarrolló dentro de la sociedad feudal, hasta que la institución del feudalismo se convirtió en una traba, poniendo límites a su crecimiento: a consecuencia de esto las ataduras del sistema feudal quedaron deshechas y reemplazadas por el régimen de competencia libre. Pero la competencia burguesa ha llegado a un punto en el cual ya no pueden controlarse los vastos medios de producción que ha suscitado. Las crisis comerciales, que aumentan en gravedad, son signos de esta incapacidad, que se manifiesta en experiencias absurdas de lo que se llama sobreproducción. «Las condiciones de la sociedad burguesa son demasiado estrechas para contener la riqueza por ella creada». Se trata de vencer las crisis periódicas mediante la destrucción en masas de la riqueza, con bancarrota y ruina, y mediante el descubrimiento de nuevos mercados; pero, con todo esto, lo único que se consigue es preparar el camino para crisis cada vez peores.
La burguesía, a causa de estas contradicciones inherentes al capitalismo, no sólo ha provocado la aparición de armas que han de destruirla, sino que también ha creado la clase social capaz de empuñar estas armas: el proletariado. En la misma medida que la burguesía, se desarrolla el proletariado. El sistema burgués ha convertido ya al trabajador en una mera mercancía. El trabajo del proletario bajo el sistema de la máquina ha perdido todo su carácter individual: el trabajador se ha convertido en un mero apéndice de la máquina. Tratado sólo como portador de una mercancía, la capacidad de trabajo, el trabajador recibe como salario sólo lo que es indispensable para su subsistencia y la propagación de la especie, o, cuando más, está casi limitado a esta escasa ración. A medida que el trabajo se hace más repulsivo y menos especializado con el desarrollo de la mecanización, los salarios tienden a bajar, y al mismo tiempo aumenta la dureza del trabajo. Los trabajadores son esclavos de la clase burguesa, de la máquina, del inspector, del amo individual. El trabajo de la mujer va sustituyendo cada vez más al trabajo del hombre, a medida que la máquina hace innecesaria una preparación especializada. Estas mismas fuerzas llevan continuamente a las filas del proletariado en proporción cada vez mayor los estratos inferiores de la clase media, la pequeña burguesía, como artesanos, dueños de tiendas y talleres pequeños y pequeños patronos. El proletariado se recluta en todas las clases, incluso, por supuesto, en los trabajadores agrícolas, que tienen que dejar el campo para convertirse en esclavos de la máquina.
El proletariado responde a esta situación pasando del plano de la lucha individual y de la destrucción incoherente de las máquinas, dirigida a conservar su antigua situación, a formas de agitación mejor organizadas, primero por fábricas, y después en una escala que abarca ciudades y regiones enteras. Estos pasos hacia un movimiento proletario político se dan bajo una dirección burguesa, porque la burguesía se ve en la necesidad de emplear al proletariado para derrotar a los enemigos feudales y aristocráticos que todavía sobreviven. Pero el proletariado cada vez tiene más conciencia de su propia fuerza, y cada vez se une más a medida que la máquina borra todas las diferencias entre clases distintas de trabajo, y casi en todas partes reduce los salarios al mismo nivel bajo. Mientras tanto, las crisis en aumento hacen que las ganancias fluctúen más, y sean menos seguras. Los obreros forman sindicatos, y después los unen, mancomunando sus fuerzas para la lucha de clases. De este modo obtienen de la burguesía una legislación y otras concesiones para determinados grupos de obreros. Aquí el Manifiesto menciona la ley de las diez horas de 1847, que el parlamento inglés acaba de aprobar después de una larga lucha de más de un cuarto de siglo.
Después el Manifiesto continúa diciendo que la burguesía está siempre luchando en muchos frentes, no sólo en el propio país contra las antiguas clases gobernantes, sino también contra las burguesías de otros países. En estas luchas pide la ayuda del proletariado, y de este modo, en contra de sus propios intereses, educa a los obreros. Mientras tanto, los déclassés que han tenido que descender al proletariado por el desarrollo del capital concentrado, proporcionan elementos de ilustración y de progreso para dirigir la revolución, y, en el momento crítico, una sección de la misma clase gobernante, el ala izquierda de los doctrinarios burgueses, se pasa al lado del proletariado, porque comprende la naturaleza del movimiento histórico.
El Manifiesto insiste en que en el siglo XIX sólo el proletariado es una clase verdaderamente revolucionaria, que dirige su actividad contra la burguesía. Todas las demás clases están condenadas a decaer y a desaparecer frente al desarrollo de la industria moderna, mientras que el proletariado es producto especial y característico de los métodos industriales modernos. La pequeña burguesía (pequeños patronos, artesanos, dueños de tiendas y talleres pequeños, y también aldeanos propietarios) lucha contra la burguesía sólo con la esperanza de conservar la situación presente. Son fundamentalmente conservadores o reaccionarios, no revolucionarios. Son reaccionarios en el sentido de que tratan de dirigir hacia atrás el movimiento de la historia. En cuanto al Lumpenproletariat: la hez que se halla en lo más bajo del sistema existente, es elemento que puede a veces convertirse en revolucionario, pero que en general es mucho más probable que actúe como instrumento alquilado por la reacción.
El Manifiesto a continuación afirma que, bajo las condiciones del industrialismo moderno, se le priva al proletariado de todas las relaciones de familia, de todas las características nacionales y de toda individualidad. De aquí resulta que la ley, la moralidad y la religión se convierten para el proletariado en otros tantos prejuicios burgueses, detrás de los cuales se ocultan los intereses burgueses. La posición en que está el proletariado, dice el Manifiesto, es distinta de la de todos los aspirantes anteriores a ocupar la posición de clase gobernante. Todas las clases gobernantes anteriores han tratado de establecer el dominio de sus propias «condiciones de apropiación». Por otra parte, el proletariado tiene la misión de destruir toda la superestructura legal creada para asegurar la propiedad individual. Además, mientras todos los movimientos de clase anteriores han sido movimientos de minoría, que aspiran a adquirir privilegios, el movimiento proletario representa a la inmensa mayoría del pueblo, y trata de abolir los privilegios, no de adquirirlos.
A pesar de la destrucción del carácter nacional del proletariado, la lucha, en primer lugar, se desarrolla en un plano nacional. El proletariado de cada país tiene primero que ajustar cuentas con su propia burguesía. Esto implica franca revolución y el derrocamiento violento de la burguesía. Esta revolución establecerá los cimientos para un gobierno proletario. Las anteriores clases sometidas adquieren importancia y fuerza bajo el gobierno de sus predecesores, antes de haberlos derrocado, pero el trabajador moderno, en lugar de elevarse con el progreso de la industria, se hunde más y más, debajo del nivel de existencia de su propia clase. El pauperismo aumenta más de prisa que la riqueza y que la población. Este empobrecimiento, frente al aumento del poder de producción, revela la incapacidad de la burguesía para gobernar, porque ni siquiera puede asegurar los medios de existencia a sus propios esclavos.
Para la burguesía la condición necesaria de existencia es la acumulación de capital. Esto depende del trabajo asalariado, y la existencia del trabajo asalariado depende de la competencia entre los trabajadores para encontrar colocación. Sin embargo, la industria moderna conduce a los trabajadores a asociarse, y, de este modo, cava la sepultura de la sociedad burguesa.
Esto es un resumen de la primera parte del Manifiesto comunista, en el cual Marx presenta las ideas básicas esenciales. ¿Cuáles son estas ideas? Primera, la afirmación de las luchas de clase como clave de la historia humana. En segundo lugar, la afirmación de que el Estado es esencialmente una institución de clase, que expresa la voluntad de la clase económicamente dominante: una superestructura política sobre la estructura económica básica, que corresponde a la etapa alcanzada en el desarrollo de las fuerzas de producción. Tercero: la caracterización de la naturaleza esencialmente expansiva del capitalismo, basada en el desarrollo progresivo de las fuerzas de producción y en la necesidad consiguiente de mercados y de fuentes de materia siempre mayores. Cuarto: poner en evidencia las «contradicciones» que implica el hecho de que el poder de compra en las naciones adelantadas no haya aumentado lo suficiente para absorber el crecimiento de la producción de la industria capitalista, y de aquí, que surjan crisis periódicas, dominadas sólo mediante la destrucción en gran escala de los instrumentos de la producción. Quinto: prueba de la creación necesaria del proletariado dentro del sistema de la industria capitalista, y con ello, la desaparición mediante la aplicación creciente de las máquinas, de las distintas especialidades en los diferentes tipos de trabajo, y la reducción de los obreros a una situación indiferenciada de mera mercancía. Sexto: una afirmación de la tendencia, al ser destruida la especialización, a que la clase obrera descienda más y más a un nivel uniforme de subsistencia, tendencia agravada por las limitaciones del mercado y por las crisis periódicas de falta de trabajo. Séptimo: poner de manifiesto la tendencia de las clases intermedias, los pequeños burgueses, a quedar aplastadas entre el proletariado y la burguesía al aumentar la concentración del capital, que los lanza en número cada vez mayor a las filas del proletariado. Octavo: una afirmación de la importancia capital que tiene el desarrollo de los sindicatos obreros entre el proletariado, primero en áreas pequeñas; aumentando posteriormente hasta ser expresión de una clase con el despertar correspondiente de la consciencia política. Noveno: reconocimiento del servicio prestado a los proletarios por los intelectuales y por los miembros de las clases gobernantes, que o se pasan al lado proletario o porque los lanzaron al proletariado o porque han comprendido la naturaleza del movimiento histórico. Décimo: aceptación del carácter nacional de la lucha contra la burguesía, a pesar de que aumenta el carácter cosmopolita del capitalismo. Once: se presenta un contraste entre el proletariado y todas las clases rebeldes anteriores, porque, mientras estas clases aumentaron su importancia y su fuerza dentro del orden social anterior, la clase obrera tiene que rebelarse a causa de su miseria creciente. Por último, la afirmación de que el sistema burgués depende tanto de la acumulación progresiva del capital como de la destrucción periódica de éste, debida a crisis que tienden a hacerse constantemente más graves.
Al comentar estos puntos es sobre todo necesario tener en cuenta las condiciones en que fue escrito el Manifiesto. La Gran Bretaña en 1848 era, con mucho, el país capitalista más adelantado; y parecía razonable pensar que la marcha, de los hechos en la Gran Bretaña indicaban las tendencias generales del desarrollo capitalista, y que éstas se repetirían en otros países al avanzar el industrialismo, hasta que el capitalismo fuese derrocado. Marx y Engels, observando las situaciones de Inglaterra en la década de 1840, que no sin razón fue llamada la «década del hambre», no podían dejar de advertir que el enorme aumento del poder de producción, que la revolución en los medios productores había hecho posible, no había traído consigo un aumento de riqueza para los trabajadores de las minas y fábricas nuevas. Por el contrario, indudablemente había causado una profunda desdicha y una inseguridad que se manifestaba en períodos repetidos de falta muy grave de trabajo. Los obreros de las minas y de las fábricas, ante esta situación, habían reaccionado formando sindicatos de trabajos especiales y tratando después de unir estos sindicatos con un carácter de clase, como en el gran movimiento que culminó en 1834 y como en el renovado intento para formar un sindicato general («General Unión») en 1845. Al derrumbamiento de la gran unión nacional de sindicatos, pronto siguió el movimiento político de masas llamado el «cartismo», que tenía todos los síntomas de un levantamiento por hambre debido a una miseria aguda. Al mismo tiempo, el capitalismo había respondido a la agitación obrera y a los llamamientos humanitarios de una parte de la clase gobernante haciendo algunas concesiones limitadas, sobre todo la ley sobre fábricas (Factory Acts), incluyendo la ley de las diez horas, de 1847, lo cual parecía mostrar que la situación de la clase obrera podía en cierto modo mejorar, incluso aunque el sistema capitalista continuase existiendo.
En estas circunstancias era natural que Marx y Engels supusiesen que en la producción capitalista había una tendencia a bajar los salarios al nivel de subsistencia, y a que los pequeños productores independientes no pudiesen continuar sus negocios ante la competencia de las máquinas movidas por fuerza motriz. Y también era natural que supusiesen que los obreros, que la explotación común había unido, creasen un fuerte movimiento político de masas que con el tiempo se vería que era demasiado fuerte para que la burguesía pudiera resistirlo. Lo que les parecía que faltaba en la Gran Bretaña de los requisitos necesarios para el triunfo de la revolución era la dirección doctrinal, que permitiría a la clase obrera comprender su misión histórica y a aumentar por esto mismo su fuerza. Esta dirección, pensaban, sólo podían proporcionarla los alemanes con su elevado nivel de comprensión doctrinal y, por consiguiente, a pesar de la situación relativamente atrasada de la industria alemana y del proletariado alemán, esperaban que fuese Alemania más bien que Inglaterra, donde el «cartismo» había sin duda perdido mucha fuerza, la que dirigiese la revolución europea.
Es interesante pensar qué hubiese sucedido si las revoluciones de Europa se hubieran aplazado diez años, y si el Manifiesto comunista se hubiese escrito en 1857 en lugar de en 1847. Para entonces, en la Gran Bretaña, el movimiento cartista prácticamente había desaparecido, a pesar de todos los esfuerzos de Ernest Jones para mantenerlo. El proletariado, en lugar de lanzarse en conjunto como una masa indiferenciada de trabajadores no especializados, estaba empezando claramente a desarrollar nuevas formas de «trabajo especializado», basado en el empleo de máquinas movidas por fuerza motriz; y estos nuevos grupos de obreros especializados se fueron organizando por secciones. Los nuevos sindicatos de oficios, basados en las técnicas de producción modernas, empezaban a conseguir salarios más altos y mejores condiciones de trabajo, tanto en la industria textil como en la metalúrgica, en la mecánica como en la construcción de barcos. Es verdad que este progreso no había llegado todavía a los mineros, pero estaba a punto de llegar, cuando reorganizaran sus fuerzas bajo la dirección de Alexander Macdonald. Los trabajadores menos especializados apenas habían participado todavía en la mejora; pero era difícil negar que en Inglaterra el proletariado se estaba diferenciando cada vez más, y que esto estaba sucediendo a causa de las técnicas modernas de producción en gran escala. Al mismo tiempo, el desarrollo tanto de la industria como de muchas ramas de servicios profesionales y de otra clase estaba creando rápidamente una nueva pequeña burguesía que, a diferencia de la mencionada por Marx, no dependía de formas anticuadas de producción, sino que, por el contrario, aumentaba y se hacía más poderosa a medida que se desarrollaban estos medios. Además, las crisis económicas iban siendo menos graves. No hubo depresiones en la «década del 50» de gravedad semejante a las que habían ocurrido a fines de la década del 30 y durante la «década del hambre» o sea de 1840.
Marx, residiendo en Inglaterra después del fracaso de las revoluciones de 1848, tuvo plena oportunidad para observar estos cambios y modificar, si hubiese querido, las doctrinas expuestas en el Manifiesto Comunista. Pero nunca lo hizo. El Manifiesto había cumplido su misión, y nunca lo revisó o reelaboró sus principales párrafos. La verdad es no se puede dejar de pensar que, después de 1848, se entregó de manera tan completa al estudio de la historia inglesa de la primera parte del siglo XIX, que nunca se puso a observar, a pesar de su estancia en Inglaterra, lo que allí fue sucediendo. Por supuesto, no quiero decir que fuese disminuyendo su interés por los problemas de su tiempo. El hecho de que formó la Internacional en la década de 1860 prueba cuánto le preocupaban; y durante la década de 1850 animó a Ernest Jones para que persistiera en sus esfuerzos dirigidos a reavivar los mortecinos rescoldos del «cartismo» y estuvo en contacto con los movimientos ingleses. Pero desde 1848 en adelante, cuando apartaba la vista de los libros y documentos del Museo Británico, prestaba más atención a los asuntos del continente que a los de la Gran Bretaña, y ponía más esperanza de revolución en Alemania y Francia que en Inglaterra. Creo que se dio bien cuenta de que en la Gran Bretaña, el país capitalista más avanzado, el diagnóstico de que una «miseria creciente» acompañado de la creciente concentración del capital no se había verificado; y pensó que esto podía explicarse por la habilidad de la Gran Bretaña, a causa de sus técnicas económicas avanzadas, para adueñarse de todo lo que necesitaba en un mercado mundial que iba en aumento. Según esta opinión, la mejora de la situación de los obreros especializados se debía a que participaron de las consecuencias de la explotación mundial, llegando de este modo a ser aliados de la burguesía más bien que sus enemigos. Tal situación la consideraba temporal. Por otra parte, en el Continente, con su gran retraso respecto a la Gran Bretaña en el progreso capitalista, el diagnóstico de 1848 aún le parecía acertado en general; y no se advertía necesidad de modificarlo. Sin embargo, no deja de tener significación que, durante todos los años en que Marx dirigió los asuntos de la Primera Internacional, no apareció ninguna edición inglesa del Manifiesto comunista, aunque en 1872 se publicó una nueva edición alemana con prólogo de Marx y Engels. Es evidente que Marx no consideraba el Manifiesto como lectura a propósito para los obreros de los sindicatos ingleses, con cuya ayuda trataba de fomentar la revolución en el extranjero.
En todo caso Marx, en sus últimos escritos, no mostró ninguna inclinación a alterar su teoría general de la concentración capitalista y la «miseria creciente», teniendo en cuenta el camino que siguió el desarrollo capitalista inglés después de 1850. Sin embargo, su análisis, en lo referente a la situación inglesa, ya no parecía válido, incluso ni a la mayor parte de los socialistas, en ningún momento durante la segunda mitad del siglo XIX, o hasta que el capitalismo inglés no consiguió rehacerse satisfactoriamente de las consecuencias de la primera Guerra Mundial. Es fácil decir ahora que Marx en 1847 se equivocaba acerca del progreso de la diferenciación de clases a medida que se desarrollaba el capitalismo, y que dio demasiada importancia a los efectos de las «contradicciones del capitalismo», tal como se manifestaban en las repetidas crisis económicas, y que lo que era una fase temporal del desarrollo del industrialismo moderno lo consideró como una tendencia continua que habría de causar el rápido derrocamiento de todo el sistema capitalista. Ésta fue una de las grandes razones por las cuales el marxismo, en Europa occidental, sufrió una transformación tan profunda en manos de los sucesores de Marx, mientras que el primer diagnóstico de 1847 continuaba siendo más apropiado para la situación de los países menos desarrollados del mundo, y sobre todo para Rusia.
DE la declaración de los principios fundamentales de las primeras páginas del Manifiesto comunista pasa a exponer, en la segunda parte, el papel que habrían de desempeñar los comunistas en la revolución próxima y su relación con el proletariado en su conjunto El Manifiesto insiste en que los comunistas en ningún modo se han de considerar como un partido aparte opuesto a los otros partidos obreros: no tienen intereses contrarios a los intereses del proletariado en su conjunto. Por el contrario, son los representantes más conscientes de todo el proletariado en relación con su misión histórica. Son sencillamente la parte del proletariado que mejor comprende la tendencia histórica de los hechos, es decir, de las fuerzas económicas básicas que determinan el desarrollo histórico. Los comunistas, dicen los autores del Manifiesto, no proponen ningún programa de reforma universal. Su misión no es trazar utopías sino organizar al proletariado para la lucha que ha de llevarle al poder. Después sigue una sección algo larga llena de argumentos contra las objeciones que los burgueses hacen al comunismo. Esto, para nuestros fines actuales, podemos pasarlo por alto, porque sólo tiene un interés secundario. A continuación el Manifiesto dice que «El primer paso de la revolución obrera es la elevación del proletariado a clase dominante, la conquista de la democracia», una frase famosa que ha dado lugar a muchas discusiones entre los marxistas. Se nos dice que el proletariado victorioso empleará después su supremacía política, para ir quitando gradualmente todo el capital a los burgueses y para centralizar todos los instrumentos de producción en las manos del Estado, es decir, del proletariado organizado como clase gobernante. Utilizará este control con el objeto de aumentar la suma de fuerzas productoras lo más rápidamente posible en interés de toda la sociedad.
A esto sigue el bosquejo de un programa de acción para los proletarios en la revolución europea próxima. Los puntos principales de este programa son los siguientes: «1. Expropiación de la propiedad territorial y empleo de la renta de la tierra para los gastos del Estado; 2. Fuerte impuesto progresivo; 3. Abolición del derecho de herencia; 4. Confiscación de la propiedad de todos los emigrados y sediciosos; 5. Centralización del crédito en manos del Estado por medio de un Banco nacional con capital del Estado y monopolio exclusivo; 6. Centralización en manos del Estado de todos los medios de transporte; 7. Multiplicación de las empresas fabriles pertenecientes al Estado y de los instrumentos de producción, roturación, de los terrenos incultos y mejoramiento de las tierras cultivadas, según un plan general; 8. Obligación de trabajar para todos; organización de ejércitos industriales, particularmente para la agricultura; 9. Combinación de la agricultura y la industria; medidas encaminadas a hacer desaparecer gradualmente el contraste entre la ciudad y el campo; 10. Educación pública y gratuita de todos los niños; abolición del trabajo de éstos en las fábricas tal como se practica hoy; régimen de educación combinado con la producción material, etc., etc.». Por último, esta parte del Manifiesto afirma que cuando desaparezcan las diferencias de clase el poder público perderá su carácter «político»; es decir, usando una terminología más moderna: el Estado «desaparecerá».
En este programa se advierten señales evidentes de sus orígenes diferentes y también de alguna indecisión acerca de la situación a que se refiere. Parece claro que espera una transición gradual, aunque rápida, del capitalismo al socialismo y que este cambio se producirá bajo los auspicios de una nueva clase de Estado que representará el poder de la clase trabajadora. Obsérvese que la frase «dictadura del proletariado» no se emplea en el Manifiesto, aunque se halla presente con claridad una idea muy próxima a ella. Además la afirmación de que los comunistas no son un partido aparte, sino que defienden a todo el proletariado en su misión histórica puede muy bien ser considerada como el germen de la idea de un partido de masas, como ha sido desarrollada por el comunismo moderno y como implicando el predominio, después de la revolución, de un solo partido, porque si el proletariado sólo tiene una misión histórica, es de suponer que sólo se necesita un partido para representarlo o que pueda expresar verdaderamente su voluntad.
Llegados a esta altura no me propongo examinar con detalle la significación de esta parte del Manifiesto comunista respecto a la forma de gobierno apropiada para realizar las tareas del proletariado triunfante después de la revolución. Dudo que Marx, entonces o más tarde, tuviese una visión clara de lo que se requeriría, o considerase posible tomar una actitud dogmática. La idea de «el proletariado organizado como clase gobernante» no fue inventada por Marx: era un eco de muchos clamores anteriores, que empiezan con Gracchus Babeuf y la «conspiración de los iguales» y que habían resonado en los clubes socialistas y comunistas de París en las décadas de 1830 y 1840. Es lo que las filas de la Liga comunista de 1847 esperaban y querían oír. Lo que Marx hizo fue dar a esta idea un carácter nuevo y claramente alemán, enlazándola con la de una «misión histórica» del proletariado, y dándole una forma que la hacía especialmente aceptable para los alemanes de mentalidad ideológica, que habían sido influidos por el «socialismo verdadero». Lo que para los «jóvenes hegelianos» socialistas había sido una misión de filósofos, razonando en el plano de doctrinas ideales, fue transformado en la misión del proletario mismo, haciendo el filósofo a lo más el papel de ayudante. En cuanto a la pretensión de los comunistas de representar, no una secta sino toda la clase proletaria, esto también resultaba naturalmente de un hegelianismo invertido, al cual había llegado Marx mediante la nueva versión del materialismo debida a Feuerbach. La clase, no el individuo, era la categoría vital histórica; por consiguiente la política había ser de clase, no sólo la de un cierto número de hombres que habían llegado a una opinión común.
LA parte tercera y la cuarta del Manifiesto están dedicadas a una serie de críticas de las distintas escuelas socialistas de pensamiento que habían precedido al descubrimiento marxista del «Socialismo científico». Estas distintas formas de doctrina socialista son examinadas rápidamente exponiendo sus defectos. El Manifiesto trata sucesivamente del «Socialismo feudal» (e incidentalmente del socialismo cristiano, que es considerado como una forma del socialismo feudal); del socialismo pequeño burgués; del socialismo «alemán», llamado también «socialismo verdadero»; del socialismo conservador o burgués; y, por último, del socialismo «crítico-utópico». De algunas de estas críticas ya se ha dicho bastante en los capítulos que tratan del socialismo alemán desde Fichte hasta Hess y Karl Grün. Del ataque a los «verdaderos» socialistas y la alianza de éstos con los feudalistas en contra del desarrollo del capitalismo, pasa Marx en el Manifiesto a su crítica de los socialistas utópicos. Al utopismo, socialismo de los antecesores más importantes de Marx, el Manifiesto, aunque criticándolo, le atribuye una posición de gran importancia en el desarrollo de la doctrina socialista. El Manifiesto declara que el socialismo utópico está estrechamente relacionado con una fase del desarrollo social, que precede a la aparición de un movimiento proletario organizado y con conciencia de clase. Pertenece a un período en el cual el proletariado todavía no aparece como un posible instrumento de revolución, de tal modo que los socialistas utópicos llegaron a construir sus proyectos de reforma a base de su concepción subjetiva de lo justo y lo injusto, y a predicar una cruzada moral más bien que a dirigir un movimiento revolucionario. El Manifiesto elogia las críticas que del capitalismo hicieron los utopistas, especialmente Fourier, Saint-Simon y Robert Owen, pero afirma que la persistencia de estas doctrinas en 1847, a pesar del movimiento de avance en las condiciones históricas, hace que los sucesores de los primeros utopistas, quienes fueron la vanguardia de su tiempo, sean unos reaccionarios en la diferente situación de la década de 1840.
Los últimos «utopistas», sostiene, fueron reaccionarios, porque el resultado de sus prédicas morales fue amortiguar la lucha de clases, fomentar la esperanza de ayuda por parte de los ricos benevolentes o del poder político existente, y apartar a los obreros de una acción política con visiones impracticables para el futuro. Se dice que con este espíritu los owenianos llegaron a estar frente a los «cartistas», y que, en Francia, los partidarios de Fourier enfrente de las demandas de los «reformistas» o demócratas-sociales, es decir, los partidarios de Ledru-Rollin y de Louis Blanc. En contra de esto, la última parte del Manifiesto, al definir la actitud política inmediata de los comunistas, proclama su apoyo en Francia a los demócratas-sociales y en Alemania a la próxima revolución burguesa, siendo su misión asegurar que sea el preludio de una revolución proletaria que le siga inmediatamente. Por último, el Manifiesto, que antes había proclamado «que los obreros no tienen patria», expone su consigna para los «trabajadores de todos los países». «Los proletarios no tienen nada que perder en ella más que sus cadenas. Tienen, en cambio, un mundo que ganar. ¡Proletarios de todos los países, uníos!». Esta consigna fue puesta deliberadamente en lugar de la consigna «Todos los hombres son hermanos», la cual habían usado la Liga de los justos y los grupos que de ella habían brotado entre los alemanes desterrados.
Como haciendo pareja con el Manifiesto comunista es necesario considerar la Alocución a la liga comunista de Marx, pronunciada en 1850, cuando la revolución europea ya había avanzado hacia su final derrota. Es claro que Marx en 1850 esperaba que esta derrota fuese sólo un contratiempo pasajero, y tenía esperanza en que llegase pronto un nuevo estallido revolucionario con más éxito. Su Alocución de 1850 expone su estrategia revolucionaria con más claridad que el Manifiesto mismo. Pide no sólo que se arme al proletariado, sino también que se creen consejos independientes de trabajadores al lado de los gobiernos provisionales que habían de establecerse en los primeros momentos de la revolución, en gran parte bajo el control de los pequeños burgueses. Los verdaderos revolucionarios se pondrían a desacreditar a estos gobiernos y, como las contradicciones de la revolución a medias se manifestarían, habría también que luchar contra ellos con el apoyo de las masas obreras. Aquí, como los comunistas modernos nunca se cansan de indicar, ha de hallarse el germen de la idea del poder de los soviets, como se desarrolló en Rusia durante las revoluciones de 1905 y 1917.
El Manifiesto comunista, con ser esencialmente una llamada para la acción más que una exposición de doctrina, de ningún modo puede considerarse como una exposición equilibrada de las ideas de Marx. No puso de su filosofía fundamental, más que lo que pensaba que podían digerir los miembros, actuales o futuros, de la organización bajo cuyos auspicios se publicó, o que podía ser aceptado por los representantes cuya aprobación requería. También incluyó mucho de lo que era una discusión con esos mismos representantes y sus partidarios, más que con el resto del mundo, y no poco que había de incluirse, porque éstos lo pedían, quisiese él o no. Las críticas de las distintas escuelas socialistas trataban de apartar, a los comunistas de la Liga, de otras organizaciones; y el programa de peticiones inmediatas fue una selección de las resoluciones que la Liga había aprobado y que le pidió incluyese. De las ideas suyas y de Engels puso en el Manifiesto todo lo que creyó oportuno; pero no todas. Especialmente, dejó fuera por completo lo que ya constituía la concepción central, en que se basaba su sociología histórica: la parte dominante desempeñada por la evolución de los factores de la producción para determinar las relaciones sociales. Sin duda, esto está implícito; pero no se afirmó de una manera explícita. Por consiguiente, a fin de conseguir una visión adecuada del marxismo tal como existía en el pensamiento de Marx y de Engels en 1848, tenemos que considerar no sólo el Manifiesto comunista sino los primeros escritos de Marx, y lo que dijo después acerca de cómo había evolucionado su pensamiento durante la década de 1840. El capítulo siguiente estará dedicado a esta exposición de la doctrina de Marx en su conjunto tal como era, cuando preparaba el Manifiesto.