FLORA TRISTÁN
HASTA cerca de fines del siglo XIX ninguna mujer ocupó lugar destacado en el desarrollo del pensamiento socialista. Los saint-simonianos nunca descubrieron a La Mère; y aunque muchas de las sectas socialistas dieron un lugar de honor en sus aspiraciones a la igualdad de sexos, la contribución efectiva de sus afiliadas no fue grande ni al efectuar sus movimientos ni en el desarrollo de sus ideas. Durante el período a que se refiere este volumen hubo pocas figuras sobresalientes: en Francia, George Sand; en los Estados Unidos, Frances Wright y, de forma más limitada, Margaret Fuller; pero ninguna de ellas aportó nada sustancial al desarrollo de las doctrinas específicamente socialistas. En la Gran Bretaña no hubo ninguna de significación intelectual comparable a la de éstas hasta la segunda mitad del siglo. Hubo, por supuesto, un cierto número de «mujeres avanzadas» y precursoras de los derechos de la mujer, como la conferenciante femenina de Richard Carlile, «Isis». Pero sólo una mujer, una figura muy extraña, tiene claramente derecho a ocupar un lugar, aunque sea secundario, en esta historia. Es Hora Tristán.
Flora Célestine Thérèse Tristán (180344) era hija de padre español-peruano y de madre francesa. Con arreglo al derecho, era ilegítima; porque aunque a sus padres les casó en España un sacerdote francés emigrado, no habían cumplido con las formalidades civiles necesarias. Su padre procedía de una familia rica peruana; el hermano de éste llegó a ser presidente del Perú, y él fue coronel del ejército español, hasta que se retiró a vivir a París. Allí murió repentinamente dejando a su viuda y a su hija casi sin recursos. Al parecer sus parientes del Perú no sabían nada de su matrimonio. La enseñanza que recibió Flora fue deficiente, aunque mostró alguna aptitud como artista. Digamos, de paso, que fue la abuela del pintor Gauguin. Para ayudarse, ella fue a trabajar de colorista con un pintor y grabador, que se enamoró de ella, como le sucedía a la mayor parte de los jóvenes que la conocieron. A ruegos de su madre se casó con él, y tuvo 3 hijos, uno de los cuales murió siendo niño. Se llevaba mal con su marido, André Chazal; él era jugador y a ella le gustaba gastar el dinero, y tenía un carácter apasionado y violento. A los pocos años ella le dejó, llevándose a los hijos Chazal la siguió, pidiendo primero que regresase y después que quedase sujeta a custodia. Ella quería divorciarse; pero en Francia, bajo la restauración, no estaba permitido, e incluso la separación legal era muy difícil. Mme. Chazal mandó a sus hijos a que viviesen con su madre, y durante algunos años, de 1825 a 1830, viajó por el mundo, al parecer prestando algún servicio a una familia rica inglesa, un trabajo que hería su orgullo, pero que le permitió recoger muchas impresiones interesantes acerca de las condiciones de vida en varios países.
Tan pronto como regresó a París en 1830, Mme. Chazal tuvo fuertes y complicadas disputas con su marido acerca de sus relaciones futuras. Él le pidió otra vez el regreso al hogar, y después la patria potestad sobre los hijos. Ella accedió a entregarle su hijo, pero no a su hija. Entonces se decidió a ir al Perú y tratar de obtener el reconocimiento de su familia. Dejando a su hija en manos de la encargada de una pensión donde vivían, se embarcó en Burdeos, siendo la única mujer que iba en el barco. El capitán se enamoró de ella, y no sabiendo que estaba casada (aunque sí sabía que tenía un hijo), trató una y otra vez de persuadirla para que se casase con él, incluso siguiéndola después de su llegada al Perú, hasta que por último le despidió. Su tío, que durante varios años les había dado a ella y a su madre una pequeña pensión, la recibió en su gran casa, pero se negó a seguir auxiliándola. Regresó a Francia, donde, después de otras aventuras, publicó su autobiografía Pérégrinations d’une paria (1838), en la que cuenta con extraordinaria franqueza sus aventuras, excepto lo que se refiere al período en que estuvo al servicio de una familia inglesa, de lo cual no dice nada. Este libro enfureció a su marido, que se indignó tanto por lo que dice de él, que intentó matarla, por lo cual fue condenado a trabajos forzados. En seguida Mme. Chazal publicó su única novela, Méphis (1838), en la que hay mucho más material autobiográfico. Después fue a Londres, donde escribió sus muy interesantes Promenades dans Londres (1840), publicados en París y en Londres. Contiene una descripción muy impresionante y viva de los sufrimientos de los obreros ingleses y del movimiento cartista en sus primeros tiempos.
Flora Tristán por esta época había llegado a convencerse de que tenía la misión de trabajar en favor de la emancipación a la vez de su sexo y de la-clase trabajadora. Sin embargo, apenas tuvo ningún contacto con los obreros franceses. A través de las poesías del carpintero Agricole Perdriguier, quien también inspiró la novela de George Sand Le Compagnon de Tour de France, llegó a saber algo dé los antiguos Compagnonnages, o clubes de artesanos franceses. Anteriormente se habían hecho intentos para unir a los compagnonnages en una organización general; pero habían fracasado ante su exclusivismo y la gran rivalidad que existía entre ellos. En 1830 había sido fundada La Société de l’Union des Travailleurs du Tour de France, es decir, de aquellos clubes de artesanos que sostenían en distintas ciudades hospederías en las cuales acogían a sus compañeros, procedentes de otras ciudades, que caminaban en busca de colocación. Esta sociedad llegó a tener muchos partidarios, y ya existían varios proyectos para convertir el compagnonnage en una unión más eficaz. Flora Tristán, después de haber leído las poesías y los folletos de los compagnons, concibió el proyecto de una unión mucho más ambiciosa, nada menos que una sola organización que uniría a la clase obrera en su conjunto, no sólo en un país, sino en todos. En 1843 publicó sus ideas en un pequeño libro, Union ouvrière, el primer proyecto publicado de una «internacional de trabajadores» de carácter mundial.
La idea de Flora Tristán en sí misma era sencilla, pero no su realización. Proponía que cada trabajador de Francia, y de todos los demás países a los cuales se convenciera de aceptar esta idea, suscribiesen una pequeña cantidad anual para un fondo, que habría de dedicarse a reunir un capital suficiente para emancipar a la clase obrera de la situación a que estaba sometida. Este fondo habría de emplearse, no tanto en proyectos de cooperativas de producción, como para establecer en todas las ciudades «palacios para los obreros». Estos palacios serían a la vez escuelas, hospitales para los enfermos, lugares de asilo para los ancianos y los inútiles y centros de cultura para la clase trabajadora. Unirían a los obreros, y les darían una seguridad e independencia que les permitiese mejorar sus condiciones económicas. Al final del libro, resumió sus propuestas de la manera siguiente:
Flora Tristán misma decía que su idea de una contribución universal pagada por los trabajadores la había tomado de la «Asociación irlandesa católica» de Daniel O’Connell, de la cual procede también la idea de un «defensor» de los trabajadores pagado. También los cartistas ingleses habían aceptado estas ideas; y ella estuvo en relación con ellos durante su estancia en Londres en 1839. Como hemos visto, algo parecido a esto fue propuesto por J. F. Bray, y en la década de 1840 ideas análogas fueron aceptadas en Inglaterra por los «redencionistas», que fundaron «Redenption Societies» en Leeds y en otras ciudades, y proponían que todo trabajador suscribiese un penique a la semana para un fondo que había de ser empleado en redimir a los trabajadores de su servidumbre al capital. La sociedad de Leeds fundó en 1848 una colonia cooperativa, en la cual establecieron talleres y también cultivaron la tierra; se hicieron otros muchos experimentos. Pero este movimiento al fin se convirtió en una especie de hermandad para proporcionar beneficios mutuos. No sé si Flora Tristán tendría noticias de Bray o de las primeras propagandas de los «redencionistas». La semejanza es notable, pero el plan suyo es, por supuesto, más ambicioso que el de aquéllos.
A fin de propagar el conocimiento de sus ideas, lo primero que después de esto hizo Flora Tristán fue viajar a través de Francia, de dudad en dudad, poniéndose en todas partes en contacto con los clubes y las asociaciones de obreros, con la esperanza de poder contar con su ayuda. Cuando aún trabajaba en esta obra, cayó enferma de fiebre tifoidea, y murió en Burdeos a la edad de 41 años. Sus proyectos murieron con ella.
Fue un apóstol muy extraño de la unidad de la clase trabajadora. De gran belleza y atractivo para los hombres, se imponía, y con toda su buena disposición hacia los obreros, tenía muy en cuenta sus antecedentes familiares. Se sintió muy humillada al verse forzada a trabajar con las manos y a convertirse en una sirviente, y también sintió indignación profunda contra las leyes que negaban su legitimidad. En las relaciones personales se revelaba contra cualquier aceptación de inferioridad o subordinación, incluso subordinación a su marido. Sus relaciones matrimoniales la hicieron violentamente contraria a la institución del matrimonio. Llegó a ser una defensora entusiasta de los derechos de la mujer; pero no le interesaba el derecho al voto, el cual consideraba de poca importancia en comparación con tener iguales derechos que los hombres al trabajo y a la educación. Sin haber recibido ni instrucción ni un aprendizaje especial, porque su madre se quedó pobre, dio la mayor importancia a la educación de los obreros, cuidando siempre de insistir en que tiene que ser tanto intelectual como técnica. Con todo esto, era extraordinariamente capaz para observar a los hombres, y las cosas, para redactar su diario y para contar con animación sus propias experiencias. «L’Union Ouvrière» no llegó a ser nada: su plan era una quimera y su conocimiento de la práctica nulo. Pero tiene derecho a ocupar un lugar en esta historia, porque hasta donde yo puedo saber, fue la primera persona que expuso un plan definido para una internacional proletaria completa. Decía una y otra vez que, mientras la gran Revolución Francesa había emancipado al «tercer estado» (y lo había convertido en un tirano), la misión de la nueva revolución era libertar al «cuarto estado», los obreros; y vio, aunque confusamente, que esto implicaba tanto una organización internacional amplia como la organización dentro de cada país.