Capítulo XV

LOUIS BLANC Y LA ORGANIZACIÓN DEL TRABAJO

LA revolución francesa de 1848 puso en libertad a Blanqui y Barbès después de años de prisión. Durante este encarcelamiento, desde el fracasado levantamiento de 1839, los obreros parisienses habían aprendido a seguir a otros jefes, de los cuales el más prominente era Louis Blanc (1811-82). Nacido en España, hijo de un emigrado francés y de madre española, Blanc fue a Francia con la restauración, y a su debido tiempo se hizo abogado y periodista. Dirigió primero Le Bon Sens y después La Revue du Progrès y, en 1839, publicó el libro que le dio nombre y que fue el grito de guerra para la mayor parte de los obreros de París. Se tituló Organisation du travail. Este primer libro ya contenía la mayor parte de sus ideas esenciales; fue seguido de otros, en los cuales las repite sin adiciones importantes, aunque hay cambios en las propuestas concretas. Estos escritos posteriores incluyen Le Socialisme: droit au travail (1849), Catéchisme des socialistes (1849) y Plus de Girondins (1851). Aún más importantes que éstas son sus obras históricas que tratan de la historia de Francia desde 1789: Histoire de dix ans (184144), Histoire de la Revolution française (1847-62) e Histoire de la Revolution de 1848 (1870). Las dos últimas fueron escritas en Inglaterra durante su destierro, después de ser derrotada la revolución de 1848. También escribió mucho acerca de asuntos ingleses contemporáneos: Dix Ans de l’histoire de l’Angleterre (reunidos de 1879-81) y Cartas sobre Inglaterra (1866). Su larga estancia en Inglaterra influyó mucho en las últimas opiniones de Blanc. De regreso a Francia en 1870, se opuso a la Commune de París y terminó su vida como representante de una reforma social moderada, actuando generalmente en los radical-socialistas. Desde el principio hasta el fin fue, en realidad, esencialmente un moderado que no creía en las virtudes de una revolución violenta.

Louis Blanc, en muchas de sus ideas principales, puede ser considerado como un precursor del socialismo democrático moderno. Influido por los saint-simonianos, atribuía al Estado la posición principal en la planificación económica y en el desarrollo de los servicios sociales. En sus primeros escritos defiende con entusiasmo la nacionalización de los ferrocarriles como punto de partida para una política general del desarrollo de la economía pública. Pero, a diferencia de muchos de los saint-simonianos, tenía fe profunda en la democracia representativa basada en el sufragio universal. Esperaba que el sufragio universal transformaría el Estado en un instrumento de progreso y de bienestar, aunque sin atenuantes y atacaba al capitalismo y a la competencia y exponía los sufrimientos de los obreros bajo el sistema existente, al mismo tiempo era decididamente enemigo de la doctrina de la lucha de clases. Siempre sostenía contra esta doctrina la de la verdadera «solidaridad» de toda la comunidad, y apelaba a los hombres de buena voluntad de todas las clases sociales. Aunque quería sustituir el capitalismo, deseaba que el cambio se produjese sin revolución, e incluso en gran parte mediante acuerdo general. No se hacía la ilusión de que podía confiarse en que la mayoría llegase a la decisión adecuada; pero creía en el razonamiento más bien que en la fuerza, como medio de avance social. Blanc tenía una teoría de la historia opuesta a la de Marx. Sostenía que las ideas hacen la historia y, con la misma firmeza que Condorcet, esperaba que la elevación gradual de la inteligencia humana produjera los cambios sociales que deseaba. Su objetivo era «la república social», en la cual no existirían clases en lucha, sino un reconocimiento general de la solidaridad de todos, tanto internacional como nacional. Creía en un mundo gobernado en último término por Dios para el bien de toda la humanidad.

Pero Blanc, aunque aspiraba a un estado democrático que estableciese las condiciones requeridas para un bienestar general, no era un «socialista de Estado». Tomó de los fourieristas una fe profunda en la «asociación» y en las virtudes de la vida en comunidad. No quería que el Estado dirigiese la industria, pero sí que ayudase a establecer organismos autónomos mediante los cuales los obreros la dirigieran por sí mismos, eligiendo sus propios jefes y repartiéndose la retribución en forma que se ajustase a una serie general de reglas destinadas a asegurar la distribución justa y la provisión adecuada para mantener el capital disponible y para hacer nuevas inversiones. Quería que de los servicios sociales, a los que daba mucha importancia, no estuviese encargado principalmente el Estado, sino esas asociaciones obreras, que reservarían parte de sus ingresos para sostenerlos. El Estado, después de haber establecido las leyes necesarias para poner en marcha el nuevo sistema, en general debía mantenerse al margen, dejando que los nuevos organismos económicos dirigiesen los asuntos por sí mismos. Habría, como los saint-simonianos habían pedido, un banco de propiedad pública que fuese el que principalmente concediese créditos; y habría también una planificación nacional de la producción. Pero Blanc pensaba que, cuando terminasen la explotación y competencia capitalistas, y desapareciesen las restricciones (consecuencia de ellas) del poder de compra de los trabajadores, la actividad de la industria en un nivel elevado de producción seguiría sin ser interrumpida por crisis económicas, y las «asociaciones» podrían sin peligro dirigir sus propios asuntos. Sólo la explotación y la competencia impedían el reconocimiento efectivo del «derecho al trabajo», es decir, de ocupación para todos los obreros. También creía, como más tarde Lassalle, que las asociaciones de obreros ayudadas por el Estado serian capaces, atrayendo a los mejores obreros, de hacer fracasar a los capitalistas en sus negocios sólo por su mayor eficiencia.

Las ideas económicas principales de Louis Blanc son la de «asociación» y la de «derecho al trabajo». En Organisation du travail espera que el Estado asegure a todos los ciudadanos capaces empleo en condiciones razonables de retribución; pero incluso en esta etapa, aunque desea que el Estado establezca el nuevo sistema, no quiere que se encargue de dirigir la industria. En este punto se opone a los saint-simonianos, acusándoles de querer que el Estado se adueñe de la industria y, bajo el nombre de socialismo, dirija todo por medio de una jerarquía de administradores industriales seleccionados desde arriba. Al mismo tiempo critica a los fourieristas, porque desean conservar una forma de capitalismo asegurando a los que proporcionan el capital una continua participación en el producto industrial Su opinión era que el Estado debía proporcionar capital para poner en marcha los «Ateliers Nationaux» (Talleres nacionales), para los cuales debería nombrar los primeros directores, que ocuparían el cargo sólo por un año. Después de esto los obreros eligirían sus propios directores. El Estado daría estatutos a los talleres, los cuales se agruparían en corporaciones industriales; pero cada taller se gobernaría a sí mismo dentro de esta estructura general coordinadora. El capital que fuese suscrito para el desarrollo de los talleres produciría un rédito de interés fijo. No habría ganancia; el salario al principio sería desigual, pero Blanc pensaba que esta desigualdad desaparecería gradualmente a medida que mejorase la moral de los hombres. Su objetivo final era una sociedad en la cual prevaleciese una igualdad completa tanto económica como social. Bajo el nuevo sistema la herencia desaparecería también poco a poco.

Blanc pensaba que el derecho al trabajo con un salario mínimo garantizado, buenas condiciones de empleo y un régimen industrial autónomo haría que todos los obreros mejores acudiesen a los talleres nacionales, de tal manera que los capitalistas, viendo que se les marchaban sus mejores obreros, se verían obligados a transferir sus negocios al nuevo sistema. Creía que la agricultura podría reorganizarse poco a poco siguiendo líneas análogas. Para el campo aconsejaba un sistema de talleres rurales, empezando con uno por cada departamento del país. Éstos serían a la vez granjas colectivas, explotadas con arreglo a las últimas técnicas científicas, y centros de industria rural. A través de ellos el conocimiento de las mejoras agrícolas se difundiría entre los aldeanos, hasta que el nuevo sistema desterrase al antiguo. En realidad, Blanc pensaba que en las aldeas sería posible proceder más rápidamente hacia la igualdad completa que en las ciudades, porque la creencia en retribuciones desiguales estaba más profundamente arraigada entre la población urbana que entre la rural. Más tarde, había de proponer, para los distritos urbanos, no sólo fábricas cooperativas, sino también establecimientos colectivos, en los cuales los obreros habitarían juntos, disfrutarían de servicios comunes, y de este modo aprenderían las ventajas de la igualdad social. Todo este aspecto de su doctrina indudablemente debe mucho a Fourier; pero Blanc, a diferencia de Fourier, siempre insistía en la necesidad de que sus ateliers empleasen la última técnica científica.

Louis Blanc, como hemos visto, estaba preparado para aceptar, durante un período de transición, la necesidad de pagar intereses al capital. Pero no tendría nada que ver con la ganancia que aumentase el capital al propietario. El sobrante que se obtuviese de los ateliers debería ir a parar a los obreros asociados, pero sólo después de haber reservado cantidades adecuadas tanto para el desarrollo del capital como para un fondo de compensación. Éste se emplearía en subsidios para empresas no remunerativas, tanto en la misma industria como en otras; porque reconocía que podía ser de ventaja general establecer algunas industrias y servicios con pérdida, como también sería necesario hacer frente a pérdidas casuales que se produjesen en algunos establecimientos.

Blanc sostenía que, con su sistema, la competencia desaparecería poco a poco, pues los capitalistas privados, incapaces de encontrar obreros o de competir con los ateliers nacionales, desistirían de la lucha y entregarían sus establecimientos para ser convertidos en empresas cooperativas bajo la dirección coordinadora de corporaciones que unirían los ateliers de cada industria. Creía que la producción aumentaría mucho, pues los trabajadores se verían animados por el nuevo espíritu de servicio autónomo y no les atormentaría más el temor de que el aumento en la producción les conduciría a la falta de trabajo Teniendo asegurado el mercado, limitado sólo por la capacidad de producción, desaparecerían los obstáculos para aceptar completamente los progresos científicos; y como la abundancia sustituiría a la escasez, llegaría a ser posible aplicar la fórmula: «de cada uno según su capacidad; a cada uno según sus necesidades». Esta característica manera en que Blanc formulaba el evangelio económico socialista lo diferencia igualmente de los fourieristas como de los saint-simonianos.

Blanc llegó a ser, en la Francia de la década de 1840, el defensor más destacado de la planificación estatal para dar trabajo a todos. Sus máximas más efectivas eran droit au travail, organization du travail, y que el Estado debería llegar a ser «el banquero de los pobres». Al defender estas doctrinas, Blanc, como hemos visto, no aconsejaba la lucha de clases, pero constantemente amenazaba a las clases ricas con la indignación del proletariado, a menos de que se remediasen las injusticias de que éste era víctima. No se proponía, como Marx o Blanqui, acabar con el Estado, que consideraba órgano indispensable del poder, sino transformarlo en el agente de la clase trabajadora, y deseaba realizar esta transformación mediante el consentimiento y la razón y no por la fuerza de una clase social. Su llamamiento era esencialmente ético. Escribió mucho acerca de los sufrimientos de los pobres tanto en Inglaterra como en Francia, y compartía con Marx la creencia en la caída próxima del sistema capitalista como resultado de las crisis graves y crecientes y del desempleo. La nueva sociedad que él defendía la consideraba consecuencia natural de las revoluciones de 1789 y de 1830; era la forma de armonizar el sistema económico con las ideas de democracia que la Revolución Francesa había puesto en marcha.

En 1848 parecía que Louis Blanc por un momento había encontrado su oportunidad. Con el dirigente de la clase obrera Albert, entró a formar parte del gobierno provisional como representante del ala socialista de los republicanos, y en seguida empezó a trabajar por la aceptación de sus ideas sociales. Pero el gobierno era enteramente contrario a sus proyectos, y toleraba su presencia sólo con el deseo de que su influjo ayudaría a mantener tranquilos a los obreros. Lamartine y la mayor parte de sus colegas temían a las clases obreras que les habían ayudado a ocupar el poder, y consideraban a Louis Blanc el menos peligroso de los jefes influyentes en la opinión de éstas. La mayoría de los miembros del gobierno provisional creía firmemente en el laissez-faire, y tenía a Blanc por un mero visionario. Pero algo había que hacer frente a la falta de trabajo y a la miseria que crecían, para evitar que los jefes más revolucionarios, como Blanqui, diesen un golpe con éxito.

El gobierno halló una salida momentánea, estableciendo la comisión del Luxemburgo, la cual fue nombrada, con Blanc y Albert como presidente y vicepresidente, para que hiciese un estudio completo de les questions ouvrières y para que informase acerca de lo que debiera hacerse. A esta comisión no se le dio ni poder para actuar ni dinero. Fue una manera de dejar a un lado a Blanc, a quien se apartó de participación activa en el gobierno, y de convencer a los grupos obreros más moderados para que no se moviesen y rechazasen las incitaciones a futuras revoluciones, con la esperanza de que se pondría remedio a sus sufrimientos cuando la comisión hubiese informado a su debido tiempo.

La comisión del Luxemburgo estaba formada por representantes tanto de los patronos como de los obreros, y así como de cierto número de economistas y de personas dedicadas a estudiar los problemas sociales. Nombró comités para que informasen acerca de varias cuestiones, incluyendo tanto los proyectos de Louis Blanc como muchos otros planes de cooperación y asociación. Pero el mismo Blanc vio pronto que su tarea principal, día tras día, era evitar huelgas y actuar como conciliador entre los patronos y los obreros. Hizo esto con mucho éxito, sin darse cuenta de que al hacerlo ayudaba al gobierno a evitar que los obreros perturbasen el orden, y esperaba todavía que éste, cuando la comisión hubiese dictaminado, accedería a poner sus ideas en práctica. Sin embargo, no hubiese podido contener las huelgas, si el gobierno, aparte de la comisión, no hubiese actuado por sí mismo para atender la miseria más grave. El gobierno hizo esto adoptando el nombre del proyecto más conocido de Blanc, Ateliers Nationaux, para un plan de auxilio que nada tenía de común con lo que él había propuesto. Los «talleres nacionales» del gobierno, organizados por Marie y Emile Thomas, contrarios a Blanc, eran meros lugares de ayuda, a los cuales llevaban a los obreros sin trabajo y los ponían a trabajar mezclándolos sin tener en cuenta la especialidad de cada uno, o sencillamente se les pagaba sin que hiciesen nada a fin de apartarlos de las calles. Además, pronto fueron utilizados para proporcionar al gobierno una fuerza auxiliar dedicada a la conservación del orden. Tan pronto como se vio que había pasado el peligro de otros intentos revolucionarios, después de que el general Cavaignac acabó brutalmente con el sector más revolucionario de la dase obrera, se cerraron.

Mientras tanto, Blanc, a quien el gobierno había dejado sin recursos, trató de convencerse a sí mismo de que, si el Estado no contribuía a establecer verdaderos talleres nacionales, los obreros podían iniciarlos por sí mismos sin esa intervención. Empezó a aconsejar el establecimiento de asociaciones voluntarias de productores (Sociedades Cooperativas de productores) y que se utilizase los conocimientos de la comisión del Luxemburgo para ayudarles a redactar sus estatutos y a empezar a trabajar en pequeña escala. Esto le puso en contacto con Buchez, que durante mucho tiempo había estado proponiendo estos experimentos; y consiguió obtener contratas oficiales para algunas de estas asociaciones nuevas, algunas de las cuales sobrevivieron a la derrota general del movimiento obrero y pudieron consolidar su situación. Cuando el movimiento obrero fue dominado en mayo, y parecía haber pasado el peligro inmediato de una revolución, la asamblea constituyente incluso votó una pequeña suma que habría de gastarse en estimular las asociaciones cooperativas, y autorizó a los departamentos del gobierno para que las utilizasen en la fabricación de armas y otros servicios públicos. Pero para entonces Blanc, acusado de complicidad en los desórdenes de mayo, había huido a Inglaterra.

Después de la experiencia de 1848 y de las posteriores que obtuvo en Inglaterra durante el exilio, Louis Blanc, sin cambiar sus antiguas convicciones acerca de la acción adecuada del Estado, llegó a confiar más y más en la cooperación voluntaria como medio para acercarse al nuevo orden social. De este modo, si bien había empezado como el defensor más destacado de la acción estatal, en oposición al fourierismo y a otras escuelas voluntaristas, podría parecer que en él se había producido un cambio intelectual completo. Sin embargo, no fue así. Continuó dando la mayor importancia a la necesidad de una democracia política completa, basada en el sufragio universal, y sosteniendo que un estado democratizado debe tomar las medidas necesarias para fundar el sistema de «producción asociada». Continuó creyendo que un banco público debía servir de proveedor central de capital y crédito para los «talleres nacionales» y asociaciones cooperativas. Pero ya no creía que el Estado hiciese esto mientras el camino no hubiese sido preparado mediante pruebas de la eficacia de estas instituciones por la acción voluntaria, o hasta que la educación de las clases obreras en las nuevas doctrinas sociales hubiese avanzado bastante más. En Inglaterra, vio con simpatía los primeros esfuerzos de los socialistas cristianos para establecer cooperativas de producción y en seguida la rápida difusión del sistema Rochdale de cooperativas de consumo, así como los progresos de los sindicatos obreros y de los contratos colectivos; y siendo contrario a la violencia y a la revolución, y convencido de que las ideas gobiernan el desarrollo del mundo, vio en estos esfuerzos voluntarios la mejor esperanza para un comienzo eficaz. Por esta razón no renunció a su confianza en la democracia representativa, o dejó de pensar que los representantes del pueblo debían, llegado el momento, encargarse de la dirección general de la política económica, dejando la dirección diaria de la industria en manos de asociaciones obreras autónomas, libres para elegir sus propios gerentes y administradores. Siguió siendo hasta el final un reformista, un socialista democrático, que defendía un socialismo ético, que creía vendría con el tiempo a ser la doctrina de los hombres honestos, y rechazando enérgicamente a quienes manchasen este ideal predicando el odio y la lucha de clases. Así pues, ocupaba el polo opuesto tanto de los blanquistas como de los marxistas, y mucho más próximo al socialismo no marxista del moderno partido laborista inglés que a ninguna otra clase de «proletarismo». En vida tuvo amigos tanto entre los fourieristas como entre los saint-simonianos, pero de los primeros le separaba su creencia en una industria en gran escala y en el desarrollo técnico, y de los últimos su insistencia en la democracia política y en la dirección democrática de la industria. No era ni un hombre enérgico ni un buen organizador; era un hombre de estudio, con buen sentido para escribir historia, y decidido siempre a ser justo, como también a ser leal a sus ideales democráticos. En Francia, su largo exilio acabó con su influencia; y cuando regresó en 1870 su obra estaba terminada. Sin embargo, contribuyó positivamente a la formación del pensamiento socialista; porque se halla al comienzo de una fase que es idealista, pero no meramente utópica; reformista y antirevolucionaria, pero profundamente democrática, de acuerdo con la concepción de la democracia que se basa, no en la doctrina de la lucha de clases, sino en la de una poderosa solidaridad social, a la cual todos los hombres deben ser leales. No puede sorprender que Carlos Marx, para quien esta última doctrina era anatema, sintiese gran desdén por él.

La otra razón para que Blanc ocupe un lugar en la historia del pensamiento socialista es que inventase, o al menos popularizase, la divisa: «de cada uno con arreglo a su capacidad; a cada uno con arreglo a sus necesidades». Fue partidario de un socialismo basado en la propiedad pública, combinada con «la dirección de la industria por los obreros», y de un sistema parlamentario democrático como defensor de la democracia industrial y de la distribución del producto social con arreglo a las necesidades de los hombres, más bien que con arreglo a su diferente capacidad para el trabajo.