Capítulo XIV

BLANQUI Y EL BLANQUISMO

LA exposición que acabamos de hacer del owenismo y del cartísmo nos lleva en la historia de las ideas socialistas británicas mucho más allá del punto a que habíamos llegado al exponer el desarrollo de los socialistas continentales; y ha sido imposible evitar referimos con tal motivo a cierto número de desarrollos ulteriores, tales como el marxismo y las concepciones socialistas francesas de la década de 1840. Ahora tenemos que retroceder para reanudar, donde la habíamos dejado, la historia del socialismo francés y para bosquejar los comienzos del socialismo en Alemania y entre los emigrados alemanes. En este capítulo trataremos de un aspecto del socialismo francés de las décadas de 1830 y 1840; pero otra vez será necesario avanzar más que el relato general, a fin de ofrecer una exposición lo más clara posible del tipo de socialismo representado por la extraordinaria figura revolucionaria que fue Louis Auguste Blanqui (1805-1881).

Auguste Blanqui era hijo de un antiguo revolucionario que se unió a los girondinos, después hizo las paces con Napoleón, y llegó a ser subprefecto. La restauración de 1815 puso término a su carrera oficial, y quedó entonces dependiendo de su mujer, que había heredado algo. Mme. Blanqui era una mujer de carácter violento; y Auguste, en parte por alejarlo de ella, fue enviado a estudiar a París, donde se unió a los carbonarios a los 16 años. Tomó parte en la revolución de 1830, y fue herido. Después trabajó como periodista en el Globe, de Pierre Leroux.

Hemos visto que los años que inmediatamente siguieron a la subida de Luis Felipe al trono fueron muy turbulentos. Las revueltas de los tejedores de Lyon en 1831 y 1834, los levantamientos republicanos de París en 1832 y 1834 y muchas otras agitaciones durante el resto de este decenio mostraron lo profundo y lo extenso que era el descontento republicano y obrero bajo la «monarquía burguesa». Después de 1830 surgieron en París una multitud de sociedades republicanas que pedían la vuelta a la tradición de la gran revolución en sus primeros años, y que esto fuese la base para un avance ulterior. Al principio, el más influyente de estos grupos fue «La Sociéte des Amis du Peuple» dirigida por Godefroy Cavaignac, hermano del general Cavaignac, más tarde conocido por «el carnicero de los días de junio». Blanqui ingresó en esta sociedad, e intervino en conspiraciones revolucionarias incluso antes del levantamiento de París en 1832. En este año fue sentenciado por sus escritos a un año de prisión; en el primero de sus dos procesos, al preguntarle cuál era su profesión, contestó que era «un proletario», evidente eco de Babeuf. En 1834 volvió a ser procesado, pero absuelto, y pronto se lanzó otra vez a conspirar. Los «Amis du Peuple» se habían disuelto; pero en 1835 con Armand Barbés organizó una nueva sociedad republicana clandestina, llamada «La Société des Familles», a causa de su estructura secreta basada en pequeños grupos. Las «familles» en seguida se pusieron a trabajar para preparar una insurrección, estableciendo sus pequeñas fábricas de pólvora y de cartuchos en el corazón de París. Pronto las descubrió la policía, y Blanqui y sus compañeros de jefatura fueron detenidos y encarcelados otra vez. Puestos en libertad al año siguiente (1837), comprendidos en una amnistía general, al punto reanudaron sus conspiraciones. Reemplazaron las «familles» por una nueva agrupación, «La Société des Saisons», organizada en una jerarquía de grupos bajo jefes que tenían los nombres de los días de la semana, de los meses y de las estaciones del año. Estaba formada por una mezcla de estudiantes y de obreros predominando estos últimos. En esta época la inquietud de Blanqui se iba apartando de las antiguas tradiciones republicanas y fue tomando un carácter obrero más definido. Empezó a trabajar incitando a los soldados.

En 1839 Blanqui decidió que la hora de la insurrección había llegado. Agentes de la policía intervinieron provocando el levantamiento. En mayo de aquel año se sublevaron unos 600 hombres mandados por él. Encontraron armas apoderándose de varias armerías, e intentaron tomar los centros de la policía. Rechazados, se apoderaron de un edificio municipal; pero ya no podía dudarse de que su situación era desesperada. Habían confiado en que grandes masas obreras se les uniesen tan pronto como levantaran el estandarte revolucionario; pero no sucedió nada de esto. El gobierno pronto reunió fuerzas suficientes para derrotar a los rebeldes: Armand Barbes, entonces la persona más unida a Blanqui, fue herido y hecho prisionero con otros muchos. Los demás huyeron, y la mayor parte de los jefes quedaron pronto detenidos. Blanqui durante algunos meses pudo evadir la captura, pero al fin fue detenido. Él y Barbés fueron sentenciados a muerte, aunque la sentencia fue conmutada por la de cadena perpetua. Blanqui y su grupo fueron enviados a la fortaleza-prisión de la isla de Mont-Saint-Michel. Allí permaneció hasta 1844, cuando, al ponerse enfermo, fue trasladado al hospital-prisión de Tours. Habiendo diagnosticado los doctores que su muerte era inminente, fue perdonado, pero se negó a aceptar la clemencia del gobierno. De todos modos su estado de salud no le permitía salir del hospital, donde permaneció hasta 1847. Su esposa había muerto en 1841, mientras él estaba en Mont-Saint-Michel. En 1847 salió al fin de Tours, y estaba libre en Blois restableciéndose cuando estalló la revolución de 1848.

Blanqui fue a París inmediatamente, y trató de recuperar su lugar como jefe republicano. Pronto organizó un partido; pero él y Barbès habían reñido acerca de su respectiva intervención en el levantamiento de 1839, y eran ahora enemigos que estaban al frente de facciones revolucionarias rivales: Blanqui, de la Sociedad Central Republicana, y Barbès, del Club de la Revolución. Tanto Barbès como Blanqui en este momento se opusieron a los exaltados que pedían otro levantamiento inmediato para derrocar al gobierno provisional de la república, y no porque a aquéllos les gustase el gobierno, que consideraban como desastrosamente moderado y dominado por los burgueses, sino porque los dos sabían que un levantamiento estaba destinado al fracaso. Aunque pudiese conquistarse París, las provincias, decía Blanqui, vencerían a los revolucionarios. Esta actitud le hizo perder algunos partidarios; y perdió más cuando un periódico publicó un documento, que se decía haber sido encontrado en los archivos de la monarquía en el cual figuraba como espía de la policía. Nunca fue presentado el original de este escrito: es casi seguro que toda esta acusación era falsa. Pero Barbès se puso en contra suya, y muchos creyeron la historia. Todavía continuó teniendo un partido importante; y la «Sociedad republicana central» siguió siendo considerada por muchos de los moderados como el club revolucionario más peligroso. El club revolucionario de Barbès era mucho más moderado, y estaba más en relación con los miembros más avanzados del gobierno y de la asamblea constituyente.

En este momento el objetivo principal de Blanqui era evitar que el gobierno provisional convocase una elección nacional inmediata, pues pensaba que daría por resultado una mayoría reaccionaria elegida por las provincias, lo cual supondría que el poder iba a pasar de manos de los obreros de París a la burguesía. En lugar de esto, quería que el gobierno provisional permaneciese en el poder, y propuso que quedase sujeto a la presión constante del ala izquierda republicana para llevar la revolución más adelante. Blanqui nunca creyó en elecciones generales como medio para averiguar la voluntad democrática. Sostenía que de un pueblo sometido durante largo tiempo al dominio de las fuerzas reaccionarias no se podía esperar que votase por la verdadera libertad, y que la política democrática no podía significar nada hasta que, mediante un largo proceso de educación, se inculcasen las ideas de verdadera libertad. Se llamaba a sí mismo «comunista», pero afirmaba que el comunismo no podía establecerse sino por etapas, a medida que el pueblo se fuese preparando para él bajo el influjo de esta educación en las verdaderas ideas republicanas. De acuerdo con esto, consideraba indispensable un período de dictadura para llevar a cabo este proceso educativo, el cual él pensaba que requería un ataque sin piedad a la iglesia como fuente de una doctrina social falsa.

En 1848 Blanqui estaba dispuesto a apoyar el gobierno provisional, sometiéndolo a la vez a la presión constante de las sociedades de izquierda y de los grupos obreros. Pero esto no quiere decir que había renunciado a la idea de una revolución ulterior, sino sólo que deseaba aguantar por el momento. Seguía pensando en hacerse dueño del poder mediante un golpe de Estado organizado por una minoría de revolucionarios disciplinados, adiestrados en las armas y dispuestos a hacer uso de ellas. En sus sociedades sucesivas, se negó a admitir a todos los recién llegados; pues aspiraba a crear, no un partido de masas, sino una élite revolucionaria, relativamente pequeña, de hombres escogidos. Estos, elegido el momento adecuado, cuando el descontento llegase a su punto, podrían asumir la dirección efectiva de los trabajadores, para guiar a los sindicatos y otras organizaciones obreras por el verdadero camino revolucionario, y poco a poco, mediante una dictadura, poner los cimientos de una nueva sociedad.

Blanqui estaba dispuesto a esperar; pero no los otros dirigentes. En mayo se produjo el levantamiento, sin preparación, sin plan y acaso deliberadamente provocado, que puso fin a los clubes revolucionarios y libró a los jefes burgueses de la república de su miedo a las clases obreras. Se inició con una manifestación en favor de la intervención de Francia en favor de Polonia y en contra de Alemania y Prusia. En contra de los deseos de Blanqui y de Barbès algunos clubes organizaron un desfile para presentar una petición sobre este asunto a la Asamblea. Blanqui, no pudiendo evitarlo, porque su propia asociación rechazó su consejo, decidió tomar parte en el asunto; Barbès y sus partidarios se negaron. La manifestación se desbordó e invadió la sesión de la asamblea, a pesar de los esfuerzos de la policía y de los soldados para contenerla. Tanto Barbès como Blanqui pronunciaron discursos defendiendo las peticiones populares, pero recomendando a los manifestantes que se dispersasen. No les escucharon. Entonces Blanqui se retiró; pero Barbès rápidamente cambió. Convencido, por la conducta de la multitud, de que estaba preparada para la revolución, dirigió una parte de ella al ayuntamiento, en donde él y otros jefes exigieron la disolución del gobierno provisional y la formación de uno nuevo formado por socialistas y delegados de los obreros. Fueron detenidos en el momento mismo de hacer esta proclamación, sin ofrecer resistencia armada. A continuación quedaron arrestados Blanqui y otros muchos; disolvieron los clubes por decreto, y el camino quedó preparado para los «días de junio» y para que después fuese destruida la recién nacida república a manos de Luis Napoleón.

Blanqui, después de esperar varios meses la vista del proceso, fue sentenciado a diez años de prisión, por la parte que había tomado en este golpe. Estuvo preso hasta 1859, pero esta vez le permitieron tener papel y libros, y pasó el tiempo estudiando y escribiendo. Todavía después de libertado, se puso a trabajar otra vez para organizar sociedades revolucionarias secretas. Fue detenido de nuevo en 1861 y enviado a la prisión por cuatro años. En 1864 escapó a Bélgica, y desde allí reanudó sus conspiraciones. Como el número de descontentos se multiplicó durante los últimos años del imperio de Napoleón III, su influencia aumentó, y sus nuevas sociedades secretas llegaron a tener muchos partidarios. Organizó un ejército revolucionario secreto mayor que los anteriores, e hizo casi todo esto sin que la policía descubriese su labor. De vez en cuando visitaba París sin ser descubierto, y daba ánimos a sus partidarios. Estaba preparándose para dar un golpe cuando estallo la guerra Franco-Prusiana. Entonces marchó de Bruselas a París e intentó un levantamiento, que abortó, pero que fue suspendido a tiempo para que quedase intacta la mayor parte de sus partidarios. Tomaron parte en el levantamiento posterior y más popular que siguió a la rendición de Napoleón en Sedán.

Frente a la derrota nacional, Blanqui aparece ahora como francés patriota. Su nuevo periódico La Patrie en Danger, pedía una unión nacional para la defensa del país contra los alemanes, que pronto aparecieron como aliados de los reaccionarios franceses. Pero pronto volvió a su papel de revolucionario. En octubre de 1870 unió sus fuerzas con las de Flourens y con una sección de la «Guardia Nacional de París» para derrocar al gobierno y poner en su lugar a otro dominado por los obreros. Se proclamó un nuevo gobierno; pero el antiguo reunió sus fuerzas y la rebelión fracasó. Flourens llegó a un acuerdo con las fuerzas del gobierno con la condición de que habría nuevas elecciones y no se perseguiría a los que habían tratado de revocarlo. No se cumplió lo acordado; fracasó un nuevo intento de levantamiento.

En ese momento Blanqui enfermó otra vez, y salió de París para restablecerse en el campo. Durante su ausencia fue condenado a muerte por un tribunal militar, a causa de la parte que había tomado en los levantamientos recientes. Le detuvieron en provincias y permaneció preso durante la Comunne de París. Los «Communards» ofrecieron en vano al gobierno de Thiers cambiarlo por el arzobispo de París y otros prisioneros: Thiers se negó. En 1872, un tribunal civil sentenció a Blanqui a prisión perpetua, y permaneció preso hasta que en 1879 los republicanos de Burdeos le eligieron para la Cámara de Diputados. Su elección fue anulada; pero fue puesto en libertad, y se le permitió presentarse otra vez. En esta segunda ocasión sus acusaciones contra los republicanos del ala derecha le enajenaron el apoyo suficiente para asegurar su derrota. Volvió a París y reanudó su propaganda, fundando un periódico titulado Ni Dieu ni Maître; pero en diciembre de 1880, agotado por hablar en reuniones públicas, se desmayó. Murió pocos días después, el 1.º de enero de 1881. Pertenecía ya a una época pasada; y de sus 76 años había pasado 33 preso. Su partido había sido reorganizado en Londres después de 1871 como «La Commune Revolutionaire», dirigido por Emile Eudes; y el grupo de Londres estuvo en relación con grupos clandestinos de Francia hasta que la amnistía de 1880 permitió al movimiento actuar otra vez abiertamente. Se convirtió en el «Comité Central Revolucionario», y más tarde en el «Partido Revolucionario Socialista», dirigido por Edouard Vaillant, que había sido una de las figuras destacadas en la Commune de Paris. Este partido blanquista duró hasta 1905, cuando ingresó en la alianza del socialismo francés llamada Partido Socialista Unificado.

Blanqui fue siempre sobre todo un jefe insurrecto y el representante de una teoría de dictadura revolucionaria, cuya idea general la derivó sobre todo de Babeuf y de Buonarroti, pero la hizo mucho más explícita que ellos. Su creencia fundamental estribaba en la eficacia de un pequeño partido armado muy disciplinado, organizado para la revolución y destinado a establecer una dictadura que dirigiría la educación del pueblo con vistas a introducir el nuevo sistema social del comunismo. No creía en un partido de masas, punto en el cual su doctrina sobre la dictadura del proletariado difiere esencialmente de la de Marx. Al mismo tiempo desdeñaba mucho a los socialistas utópicos y a todo intento de planear por adelantado y con detalle el nuevo orden social. «El comunismo —decía refiriéndose a los proyectos de Cabet— no es un huevo empollado en un rincón del género humano, sino un pájaro con dos piernas y sin alas ni plumas». También desdeñaba a los parlamentarios y sus ideas de democracia parlamentaria. No creía que pudiese realizarse ninguna obra constructiva en favor de la nueva sociedad antes de establecer una dictadura revolucionaria, o que la sociedad comunista pudiese ser establecida con éxito mediante la fuerza, mientras los obreros no estuviesen preparados para ello: ni creía útiles las ideas mutualistas de Proudhon ni tampoco de mucha utilidad los sindicatos obreros, a menos que pudiesen ser colocados bajo una dirección revolucionaria. Era casi únicamente un insurrecto, y el representante principal de la doctrina de la minoría consciente, la cual más tarde había de desempeñar un papel importante en la teoría sindicalista francesa. Sostenía que era inútil tratar de predecir, excepto en términos generales, lo que sucedería después de la revolución; porque esto dependería de la voluntad del pueblo y tal como se desarrollara bajo el influjo de una estructura política que habría expulsado de la ley a los sacerdotes y privado de su poder al capitalismo. Quería que inmediatamente después de la dictadura se diesen órdenes a todos los patronos para que continuasen la producción y no despidiesen a nadie, esperando los mandatos posteriores que pudiese dar el gobierno revolucionario.

Hasta donde podía tener una visión de la organización futura de la sociedad, esperaba que la industria se reorganizase a base de asociaciones cooperativas autónomas, y que la agricultura seguiría un proceso análogo, pero más lento. Pensaba que estas asociaciones con el tiempo sustituirían por completo al Estado, el cual desaparecería cuando la dictadura ya no fuese necesaria. Lo mismo que Marx, concebía todo el problema del cambio social como una cuestión de poder de clase. Formuló la doctrina de la dictadura del proletariado en realidad con más claridad que Marx, y en muchos aspectos, aún más que Lenin; pero, como hemos visto, se distingue de los dos por su hostilidad a la idea de un partido de masas y por su confianza en un ejército revolucionario secreto como agente de este cambio. Aunque escribió un tratado, no terminado, sobre economía política, que se publicó en la colección de sus escritos reunida después de su muerte con el título de La Critique sociale, no tiene mucho interés teórico para quienes estudien el socialismo. Las doctrinas económicas de Blanqui se presentan en la forma de una crítica de la economía ortodoxa de J. B. Say y de Bastiat, del mismo modo que los socialistas ingleses, y más tarde Marx, exponen sus doctrinas como una crítica de Ricardo. La idea central de Blanqui es la de una deficiencia constante del poder de compra bajo el capitalismo, debida a la exacción del interés de los dueños del capital. Sostiene que esto implica que el precio de los artículos sobrepasa a lo que los trabajadores pueden pagar por ello, con la consecuencia de que los recursos de la producción no pueden emplearse de una manera completa, y de que a los capitalistas les beneficia la existencia de un sobrante de trabajadores que buscan colocación. Ésta es la opinión que Marx combatió, demostrando que bajo el capitalismo se tiende en general a vender los artículos a un precio no mayor que su valor, y que los capitalistas obtienen sus ganancias explotando a los obreros como productores más bien que cobrándoles demasiado como consumidores. Según Blanqui, el capital es «trabajo robado y retenido», es decir, separado de los ingresos de los productores. «Sin esta retención del dinero, el cambio de productos se produciría con paridad, sin interrupción, sin esas alteraciones de períodos de actividad y de descanso, de paro y de restablecimiento, que traen a la atmósfera social las convulsiones periódicas de la naturaleza.» Afirmaba, como Marx, que los grandes capitalistas estaban a punto de eliminar a los pequeños capitalistas, y lo atribuía al hecho de que habían comprendido el «principio de asociación», de un modo más completo que los patronos en pequeña escala y que los obreros. Sostenía que la asociación es impotente sin la ayuda del poder político. Por eso es por lo que están condenados a fracasar los utopistas y los mutualistas, que tratan de empezar la construcción de la nueva sociedad antes de la revolución.

Blanqui tampoco está conforme con los que afirman que el progreso de la sociedad va de un comunismo primitivo a través de una serie de luchas y de cambios a un comunismo desarrollado en forma completa. Piensa que las sociedades primitivas, lejos de ser comunistas, son intensamente individualistas. Es un error hablar de las sociedades primitivas como comunistas sólo porque en ellas no exista la propiedad individual de la tierra. «Es lo mismo que llamar a las naciones actuales comunistas porque no dividen el mar entre dueños particulares». La propiedad de la tierra surge sólo cuando llega a escasear en relación con el número de personas que han de alimentarse de ella. Según la opinión de Blanqui el progreso de la sociedad es desde el principio hasta el fin un continuo desarrollo del individualismo hasta el comunismo como objetivo último. «Todos los progresos sociales consisten en innovaciones comunistas. El comunismo es sencillamente la forma última de la asociación».

La oposición a la idea de un partido de masas y la insistencia en la de una dictadura ejercida por una minoría condujeron en la década de 1880 a un profundo antagonismo entre los partidarios de Blanqui y de Marx. Los blanquistas se negaron a tener nada que ver con la Asociación Internacional de Trabajadores, a la cual consideraban culpable de transigir con el Segundo Imperio, porque los sindicatos obreros que formaban su sección de París aceptaron las condiciones de tolerancia limitada concedida por Napoleón III con la esperanza de una conciliación con los obreros. La sección francesa de la Internacional no estaba compuesta preponderantemente por blanquistas, sino por partidarios de Proudhon: los marxistas constituían sólo una pequeña fracción. Sin embargo, cuando la «Commune» de París fue proclamada en 1871, desempeñando los blanquistas un papel importante, aunque no el principal, Marx y la Internacional les defendieron, y en La guerra civil en Francia, Marx la consideró como la primera realización práctica de la clase obrera en el ejercicio de un poder político de masas. Esto no evitó que el desacuerdo entre blanquistas y marxistas continuara después de que la Commune había sido derrotada, aunque lo realizado por ésta lo considerasen las dos escuelas como una hazaña de importancia en la historia de la revolución social. Para entonces la obra personal de Blanqui ya había terminado. Significa más por su vida que por sus escritos, los cuales en su mayor parte no son más que notas o fragmentos. Como escritor se le recuerda principalmente por unos cuantos epigramas, y este capítulo puede terminar adecuadamente con un ejemplo de ellos: «El Comunismo (es decir, el de Cabet) y el proudonismo están a la orilla de un río discutiendo si el campo que está al otro lado es de maíz o de trigo. Crucemos el río y veamos».