JOHN FRANCIS BRAY
ES notable el hecho de que el libro que mejor sintetiza el owenismo y las doctrinas económicas británicas anticapitalistas expuestas en un capítulo anterior fue escrito en la década de 1830 por un medio norteamericano, John Francis Bray (1809-1895). Bray nació en Washington D. C., de padre inglés, un actor que emigró a los Estados Unidos, y de madre americana, y fue llevado a Inglaterra por su padre en 1822. La familia se estableció en Leeds, y Bray fue impresor. Parece que empezó a tener relación activa con el movimiento obrero en 1835, y que ya tenía lo esencial de su ideario. El escrito suyo más antiguo que se conoce apareció en un periódico muy radical, Leeds Times, durante aquel año y el siguiente. En 1837 fue elegido tesorero de la Asociación Obrera de Leeds, recién formada, análoga a la Asociación Obrera de Londres fundada por Lovett. Dio conferencias en esta asociación, y en 1839 publicó su único libro, aparte de algún escrito posterior en América. Se titula Labour’s Wrongs and Labour’s Remedies, or The Age of Might and the Age of Right (Injusticias que sufren los obreros y su remedio, o la edad del poder y la edad del derecho), publicado en Leeds, que entonces era el centro del «cartismo» del norte y la ciudad donde se publicaba el periódico de O’Connor Northern Star. Bray permaneció en Inglaterra hasta 1842. Después, cuando el «cartismo» empezó a declinar, regresó a los Estados Unidos, en donde trabajó como impresor y periodista, y también como agricultor, y continuó la propaganda de sus ideas. Dejó algunos escritos inéditos que han sido descubiertos hace pocos años; pero su fama y su importancia para la historia del pensamiento socialista depende por completo de su libro del año 1839.
Marx leyó a Bray, supo apreciarle y le cita mucho en contra de Proudhon en Miseria de la Filosofía. Marx estima las ideas de Bray, y las critica; pero es indudable que aprendió mucho de ellas, sobre todo en su fórmula acerca del valor y de la plusvalía.
El libro de Bray, he dicho, era una síntesis del owenismo y de la economía antirricardiana. Pero era también una crítica muy aguda de las actividades de los socialistas y del movimiento obrero en la década de 1830. Bray simpatizaba mucho con los sindicatos obreros, pero conocía muy bien sus limitaciones. Sostenía que los sindicatos obreros, al luchar por salarios más altos y mejores condiciones de trabajo dentro del sistema capitalista, estaban dando de cabezazos contra la pared, porque no podían alterar las condiciones básicas de la producción capitalista. Lo mismo sucedía con la lucha en favor de la legislación sobre el trabajo: mientras hubiese dos clases económicas, una que poseyese los implementos de producción y la otra que dependiese de las clases poseedoras en cuanto a los medios de trabajo, no podría producirse ningún cambio fundamental en la situación del obrero. El trabajador tenía derecho a disfrutar de todo el valor de su producto: la ley natural del cambio es que el producto debe cambiarse por otros productos de acuerdo con la cantidad de trabajo incorporado en ellos. Pero el monopolio de la propiedad ejercida por una clase social era incompatible con esta igualdad en el cambio. La mayor parte del producto obrero se lo quitaban a éste las clases poseedoras; se veía obligado, después de haber trabajado lo suficiente para atender a su subsistencia, a seguir trabajando aún más para un patrono, dando así su trabajo sin cobrarlo durante todo el resto de tiempo que duraba su labor. Esto era owenismo plus Hodgskin, pero bastante mejor expresado. Marx estaba de acuerdo con la mayor parte de ello, pero también señaló su carácter utópico. Decía que era quimérico reclamar para el trabajador su total producto individual, porque, bajo las condiciones modernas de producción, la mayor parte de los trabajadores no tenían ese producto. Contribuían a un proceso de producción esencialmente social o colectivo, y, por consiguiente, exigir «todo el producto del trabajo» tenía que hacerse colectiva y no individualmente, si había de tener verdadera significación en el mundo contemporáneo. Aparte de esto, Marx elogia mucho el análisis de Bray, y tanto más porque el libro lo había escrito un obrero, y no un miembro de la clase media, opuesto a las injusticias que se cometían con los obreros.
En realidad Bray censuraba a los sindicatos obreros por las limitaciones de sus subjetivos, y sostenía que no bastaba que los obreros actuasen sólo en beneficio de sí mismos; debían actuar en bien de toda la sociedad, y trabajar por una transformación completa de todo el sistema social. Criticó aún más a los «cartistas» que a los sindicatos obreros, porque estaba convencido (y aquí otra vez aparece claro su influjo sobre Marx) de que la estructura política era reflejo de las fuerzas económicas de la sociedad. Sería inútil, decía, cambiar los gobiernos, a menos que también se cambiasen las instituciones económicas fundamentales, de cuyas necesidades eran expresión las leyes; y a este último cambio es al que en primer lugar debían dedicar sus energías los trabajadores.
Bray era un oweniano. Sostenía que los trabajadores podían remediar las injusticias que sufrían, sólo bajo un sistema de propiedad común de los medios de producción y de trabajo en común sobre éstos, y mediante la asociación libre e igual en comunidades cooperativas. No hallaba nada bueno en la propiedad privada, y creía que su funesto desarrollo tenía su origen en la propiedad privada de la tierra, que era por naturaleza propiedad común de todos. Ningún hombre tenía derecho alguno a apropiarse para sí mismo de una sola pulgada de tierra; y de la violación de este principio natural han nacido todos los otros males de la propiedad privada aplicada a los demás medios de producción. Por consiguiente la reforma tiene que empezar volviendo la tierra a ser de uso común para todos. Pero Bray reconocía que no era práctico deshacer por completo y de una vez las malas consecuencias de muchos siglos de propiedad privada y de opresión de una clase social por otra. ¿Cómo entonces empezar a combatir los males del capitalismo tanto en la industria como en la tierra? Considerando que la comunidad oweniana era el objetivo, Bray quería hallar una solución intermedia y estaba convencido de haberla hallado en su proyecto de hacer entrar a todo el mundo en una serie de empresas por acciones basadas en la propiedad común. Proyectos anteriores de cooperativas habían fracasado sobre todo por falta de capital; por esto los obreros, y las personas que estuviesen dispuestas a ayudarles, tenían que asociarse en compañías, reunir mediante pequeñas contribuciones regulares el capital necesario para emprender la producción, y establecer de este modo una organización social de la industria, exigiendo al mismo tiempo también que la tierra volviese a ser de propiedad común. Pero una vez puestas en marcha estas empresas de Bray no habrían de descansar en la moneda falsa que tenían monopolizada los banqueros capitalistas. Tendrían su propia moneda, emitiendo billetes «de trabajo» que correspondiesen a la posesión de los medios productivos de su propio trabajo, y mediante estos billetes cambiarían sus productos entre sí de una manera justa y equitativa, es decir, cambiando cantidades iguales de trabajo-hora. Habría un banco nacional que atendería a estas empresas por acciones con este medio de circulación, y que regularía la cantidad de éste con arreglo a la existencia de fuerza de trabajo. Habría mercados al por mayor y tiendas para el cambio al por menor a fin de realizar la distribución de los productos con precios correspondientes al trabajo que hubiesen costado. Los transportes y otros servicios se pondrían bajo la dirección de juntas especiales, formadas por personas a quienes eligirían los comités locales. En todo esto hay, sin duda, mucho de Owen y, en lo que se refiere a la moneda, de John Gray.
La idea de Bray de un extenso sistema de empresas por acciones establecido a base de igualdad completa entre sus miembros y no de propiedad capitalista de acciones, y sus propuestas para establecer este sistema, es evidente que contribuyeron a inspirar el movimiento llamado «Redemptionist», al cual me he referido ya. Los «redencionistas» de la década de 1840 tuvieron su centro principal en Leeds, en donde Bray había trabajado y había publicado su libro; y F. R. Lees, su teórico más prominente, estaba sin duda inspirado en las ideas de Bray. Según la concepción de Bray, esta red de empresas, que en seguida se encargarían de todo el gobierno de la nación, era sólo una solución temporal intermedia como paso para un sistema de comunidad más completa, tal como Owen la había imaginado; pero pensaba que era imposible predecir el futuro con más detalle que en esta etapa intermedia.
Por supuesto, el plan de Bray era mucho más utópico de lo que él creía. Pero ejerció tal influjo, no sólo en los «redencionistas», sino también en el movimiento de las cooperativas de consumo, que llegó a crear, con el tipo de sociedad de Rochdale, un equivalente obrero de la compañía por acciones capitalistas a base de «un miembro, un voto», aunque sin excluir el interés correspondiente al capital suscrito por los miembros individuales. Y acaso tenga alguna relación con el desarrollo en la década de 1860 de lo que habría de llamarse «Working-class Ltds» (Compañías obreras de responsabilidad limitada): las compañías pertenecientes a accionistas obreros que en número considerable fueron establecidas por los trabajadores del ramo textil. Pero estas sociedades no fueron fieles al principio de igualdad entre los miembros, como lo fueron las cooperativas «Rochdale»: el número de votos era proporcionado al de acciones poseídas, lo cual era una concesión al espíritu del capitalismo, que Bray en modo alguno habría aprobado.
La importancia de los escritos de Bray en la historia del pensamiento socialista estriba, no en sus propuestas positivas, sino en su teoría básica y en la manera excelente con que las expresa. No dijo mucho que ya no hubiese dicho Owen, o Hodgskin, o Thompson o Gray, o algún otro escritor de los veinte años precedentes. Pero lo que decía lo decía extraordinariamente bien; y reunió lo esencial de la contribución inglesa al socialismo, como nadie lo había hecho antes. Seguía a Owen al destacar la influencia formativa de las instituciones sociales sobre el carácter, y el mal influjo del sistema de competencia sobre el espíritu y disposición de los hombres. Hacía resaltar, como Hodgskin y otros muchos, la igualdad natural en el hombre en cuanto a las necesidades, como también en cuanto a sus cualidades básicas. Compartía con los escritores anteriores la creencia de que los recursos de producción disponibles, debidamente utilizados y sin malgastarlos en lujos y en proteger la desigualdad, eran muy suficientes a fin de producir un buen nivel de vida para todos los hombres sin excesivo trabajo. Y consideraba la igualdad de derechos como una ley natural, de la cual los hombres se habían apartado bajo la pena de miseria para muchos y de intranquilidad para los pocos que vivían una vida corrompida defendiendo sus injustos privilegios. Bray coincide con Hodgskin en su hostilidad contra el gobierno, al cual consideraba como un instrumento para la protección de la propiedad en contra de las justas exigencias de los productores. Insistía en que la división de la sociedad en clases que luchan, resultado sobre todo de la distribución privada de la tierra, tenía que desaparecer completamente antes de que los hombres pudiesen dedicarse a lo que verdaderamente les interesa: la busca en común de la felicidad. En esto reproduce la fusión que hace Thompson del owenismo y del utilitarismo.
Bray comparte con el resto de los utopistas su firme creencia en que el progreso humano es inevitable. Su opinión acerca de la historia no la expone con mucha claridad, pero tenía la idea de un proceso del desarrollo histórico que corresponde al desarrollo del poder productivo del hombre, o de un continuo avance, a pesar de los obstáculos que se presentan para destruir civilizaciones enteras del pasado. Creía que la revolución francesa era el comienzo de una nueva oleada de desarrollo, a lo largo del cual los hombres eran llevados irresistiblemente; creía que este movimiento no era nacional sino de resultados mundiales: «no limitado a un país, una raza o un credo», sino destinado a abarcar todos los pueblos. Sobre este tema habla con elocuencia: al fin, de acuerdo con el subtítulo de su libro, la «Edad del poder» estaba a punto de ser sustituida por la «Edad de la justicia». No era, pues, en el sentido de Marx, un «socialista científico», aunque hacía resaltar la influencia de las fuerzas económicas en el desarrollo histórico. Fue un continuador de la creencia del siglo XVIII en la «marcha de la razón».
Pero aunque nunca llegó a estar cerca de ser un marxista, enseñó mucho a Marx. He aquí uno o dos de los pasajes suyos citados por Marx:
Vayamos en seguida al origen de donde han surgido los gobiernos… Toda forma de gobierno, y todas las injusticias sociales y políticas, se deben al sistema social existente, a la institución de la propiedad tal como existe ahora; y… por consiguiente, si queremos acabar desde luego y para siempre con nuestras injusticias y miserias, es preciso cambiar por completo el arreglo de la sociedad actual, y sustituirlo por otros más de acuerdo con los principios de justicia y racionalidad de los hombres.
Cada hombre es un eslabón, y un eslabón indispensable, en la cadena de los efectos, la cual comienza por una idea, y termina acaso produciendo un trozo de tela. Así, aunque nuestros sentimientos puedan ser distintos respecto a las diferentes partes, de aquí no se sigue que uno deba ser mejor pagado que otro por su trabajo. El inventor siempre recibirá, además de su justa retribución en dinero, lo que sólo el genio puede obtener de nosotros: el tributo de nuestra admiración.
El hombre sólo tiene dos cosas que puede cambiar con otro, a saber, trabajo y el producto del trabajo; por consiguiente, dejémosle que cambie como quiera; siempre cambiará trabajo por trabajo. Si se estableciese un sistema justo de cambios, el valor de todos los artículos quedaría determinado por todo el coste de la producción, y valores iguales serían siempre cambiados por valores iguales. [Este pasaje tuvo un influjo evidente en el pensamiento de Marx].
La desigualdad en los cambios, por ser la causa de la desigualdad en la propiedad, es el enemigo secreto que nos devora.
El principio de igualdad en los cambios tiene que asegurar, por su naturaleza misma, trabajo para todos.
Nuestro nuevo sistema de sociedad por acciones, que es sólo una concesión hecha a la sociedad existente, a fin de llegar al comunismo, establecido de tal modo que se permita la propiedad privada de lo producido en relación con una propiedad común de los poderes productores, haciendo que cada individuo dependa de su propio esfuerzo, y permitiéndole a la vez una participación igual en todas las ventajas proporcionadas por la naturaleza y el arte, está dispuesto para recibir la sociedad tal como es y preparar el camino para otros cambios mejores.
Bray, sobre todo por lo que Marx dice de él, ha sido bien tratado en los comentarios de socialistas posteriores, en perjuicio de escritores anteriores a él de los que tomó tanto. Pero merece atención, no sólo por lo que dijo, sino también como voz de un obrero auténtico; y voz elocuente, entre un clamor de intelectuales. Por un lado, demostró que la doctrina de lucha de clases es compatible con una opinión fundamentalmente ética; y además sabía escribir.
En 1842 Bray, después de una breve visita a París, regresó a los Estados Unidos, y allí continuó el resto de su larga vida. Había escrito ya un segundo libro A Voyage from Utopia to several Unknown Regions of the World [Un viaje desde Utopía a varias regiones desconocidas del mundo], en el cual satiriza las instituciones sociales de la Gran Bretaña, Francia y América; pero este libro permaneció inédito, y su existencia quedó desconocida, hasta que el manuscrito fue descubierto en la década de 1930 con otros muchos materiales. Una edición, anunciada poco antes de la guerra, no ha salido todavía. En América del Norte Bray envió muchas cartas y artículos a los periódicos obreros y socialistas, y publicó en 1885 la primera parte de otra obra, The Coming Age [La Edad que se aproxima]. Ésta nunca la terminó, pero en 1879 apareció el otro libro único que terminó. Es: God and Man a Unity and All Mankind a Unity: a basis for a new dispensation, social and religious [Dios y el hombre, como una unidad y toda la humanidad como una unidad: base para una nueva doctrina social y religiosa]. En estas dos obras Bray defiende una religión no teológica basada en la concepción de una «inmortalidad» que ha de buscarse sólo en este mundo, mediante el establecimiento de instituciones sociales justas. Sus ideas, tal como aparecen tanto en God and Man a Unity como en sus escritos para los periódicos, sufrieron algunas modificaciones: siguió proponiendo la asociación cooperativa como remedio para los males sociales y para atacar la explotación de los trabajadores en las circunstancias actuales, pero, en Norteamérica, llegó a considerar los planes de Owen y de Fourier para el establecimiento de comunidades como utópicos; y ahora defendía un sistema de asociación cooperativa que sustituiría al capitalismo sin una vida completamente en común. Aceptaba ganancias desiguales que correspondiesen a diferencias de destreza y de laboriosidad, y estaba dispuesto a reconocer de una manera modificada los derechos de la propiedad privada. Siguió, sin embargo, censurando el interés sobre el capital, porque implica la explotación del obrero, y pensaba que el Estado podía establecer un sistema bancario que podría proporcionar crédito a los productores asociados sin cargarles interés alguno. Este plan, que se parece mucho a los proyectos de Proudhon de «crédito gratuito», creía que sustituiría al capital privado que cobra interés y a las ganancias capitalistas. Pedía a los trabajadores agrícolas y a los industriales que uniesen sus fuerzas para conquistar el poder político, y solicitaba que los gastos del gobierno se redujesen drásticamente y que los cuerpos legislativos fuesen obligados a someter todos los proyectos de ley a la decisión directa del pueblo mediante referéndum. Bray en sus últimos escritos también atacó fuertemente al patrón oro, y abogó por un sistema de papel moneda basado en el poder productivo y por que el comercio exterior se desarrollarse como un cambio directo de artículos por artículos.
En estos últimos escritos no hay nada de sustancia que añadir a la aportación original de Bray. Como vicepresidente de la American Labor Reform League (Liga Norteamericana para la Reforma Obrera) y como miembro activo de los Knights of Labor (Caballeros del Trabajo) desempeñó un papel secundario en el movimiento obrero norteamericano durante las décadas de 1870 y 1880; pero nunca llegó a ser una figura principal. Su lugar en la historia del pensamiento socialista depende del libro que publicó en Inglaterra en 1839, y que, como hemos visto, fue menos importante por la originalidad de sus ideas que por la claridad con que las expresó.