OWEN Y LOS SINDICATOS OBREROS: FINAL DEL OWENISMO
EL cambio mayo; que se había producido en la Gran Bretaña durante la década de 1820 (quiero decir grande en sus efectos sobre el sentimiento de la clase obrera) fue el desarrollo de los sindicatos. Hasta 1824 los sindicatos obreros eran ilegales tanto con arreglo al derecho civil consuetudinario (common law) como a los «Combinations Acts» (leyes contra las coligaciones) aprobadas en 1789 y 1800 como parte del movimiento general represivo que surgió a causa de la Revolución Francesa y de los temores que ésta despertó. Después, en 1824, estas leyes fueron rechazadas y el derecho civil consuetudinario («common law») modificado mediante una ley, a fin de permitir amplia libertad para formar sindicatos obreros. Este cambio se debió principalmente a los esfuerzos combinados de Joseph Hume en el parlamento y de Francis Place; y a lo que siguió la actuación abierta de los sindicatos que antes habían vivido clandestinamente y también la creación de otros muchos nuevos. Incluso mientras los sindicatos obreros estuvieron prohibidos por la ley, continuaron existiendo, e incluso actuaron alguna vez abiertamente, como en el caso de los artesanos urbanos especializados. La represión había afectado sobre todo a los mineros y a los obreros de la industria textil, que trabajaban en general fuera de las ciudades y no podían aspirar a organizarse con eficacia, a menos que pudiesen operar sobre distritos muy extensos. Contra estas leyes antisociales, que se consideraron peligrosas a causa del gran número de individuos que comprendían, se había invocado con frecuencia la ley; pero, ni esto les había impedido continuar actuando secretamente. En 1824 muchas de estas asociaciones salieron de la clandestinidad, y, marchando bien los negocios, hubo una oleada de huelgas. El parlamento, alarmado, derogó la ley Hume, y en 1825 la sustituyó por una ley nueva que redujo mucho el campo de acción permitido a los sindicatos obreros. La prohibición completa de estas leyes antisociales («combinations») no fue, sin embargo, restablecida, en parte, porque existía una corriente liberal de opinión que la consideraba injusta, y que esperaba que los obreros, dándole un derecho ilimitado de asociación, llegarían a comprender lo poco que su unión podría conseguir frente a las «leyes inexorables de la economía política». Se afirmaba que la prohibición había fomentado falsas esperanzas acerca de lo que los sindicatos obreros podían hacer para subir los salarios. Los sindicatos, impedidos por pena6 legales contenidas en la ley de 1825 para recurrir a ninguna forma de violencia y de intimidación, pronto aprenderían a no dar coces al aguijón y se limitarían a actividades inofensivas e incluso beneficiosas, como las de ayudar a sus miembros incapacitados, enfermos y sin trabajo.
No fue esto lo que sucedió. La prosperidad de los negocios, que había ido acentuándose en 1824, acabó en la orgía de especulación de 1825 y en una crisis. Hubo numerosas huelgas contra la reducción de jornales al iniciarse la depresión; y en la mayor parte de ellas los sindicatos recibieron duros golpes. Pero el movimiento no murió, aunque algunos sindicatos, especialmente en la industria de la lana en Yorkshire, volvieron a la clandestinidad. Incluso durante los años de depresión los sindicatos volvieron a crecer, cuando los grupos locales trataron de formar asociaciones más amplias, primero para resistirse a otras bajas de salario, y después intentando recobrar algo de lo que habían perdido. Al mismo tiempo empezó a hacerse sentir el influjo de Hodgskin, de Thompson y de otros teóricos simpatizantes. Thompson, sobre todo, les aconsejaba qué aspirasen a más, y que hiciesen frente a los «lock-outs» y a los intentos de reducción de salarios, creando sociedades cooperativas de producción en las cuales podían emplear a sus mismos miembros, y amenazar a los patronos con la pérdida de su negocio y, lo que es más, aspirar a un nuevo orden social en el cual la dirección de la industria pasaría a manos de los obreros.
Este desarrollo de la organización y política sindical continuó durante todos los años en que la atención pública estuvo concentrada sobre todo en la lucha en favor de la reforma parlamentaria. Al mismo tiempo, como hemos visto, las ideas y proyectos cooperativistas se habían desarrollado de prisa mediante la labor de George Mudie, de Dr. William King, de Brighton, y de otros jefes de la opinión obrera, incluyendo muchos de los trabajadores que se destacaron también en la agitación pro «Reforma» (parlamentaria). La unión de estos dos movimientos pareció ofrecer grandes esperanzas a una clase obrera que vio en la lucha por la «Reforma» los comienzos del derrumbe del orden antiguo y el advenimiento de una era en la cual la clase obrera quedaría libre para dar forma a su propio futuro. Owen, en su primera propaganda, nunca había pensado que los obreros mismos podían representar un papel activo en el establecimiento de sus proyectadas «aldeas de cooperación». Había pensado en el Estado o en las autoridades de beneficencia o en los filántropos particulares para que diesen a los obreros la oportunidad de demostrar que eran capaces de mejorar bajo condiciones más favorables de vida, y en un medio que contribuyese a la buena conducta; apenas había comenzado a pensar en que los obreros dirigiesen sus propios asuntos. Pero él mismo había aprendido algo de su experiencia americana; y durante su ausencia en New Harmony muchos jefes de la opinión obrera habían empezado a preguntarse por qué, sí el sistema de Owen era bueno, no habrían de establecerlo por sí mismos sin descansar en el Estado o en los ricos. En la segunda mitad de la década de 1820 la doctrina de Owen, reinterpretada de esta manera, atrajo a numerosos partidarios entre la clase obrera, especialmente entre aquellos sectores de los trabajadores que estaban organizados en los sindicatos recientemente emancipados. John Doherty, en Lancashire, que empezó a organizar a los hilanderos del algodón en el «Gran sindicato general de hilanderos» (1829), y siguió adelante en el año siguiente con un amplio plan para la creación de una «Unión General de Oficios» (la cual se formó un año después con el nombre de «Asociación nacional de oficios unidos para la protección de los trabajadores», fue la personalidad más importante de estos nuevos jefes de los obreros. En Londres el armador John Gast organizó la «Unión metropolitana de oficios» y William Lovett tomó parte activa al relacionar el grupo sindicalista y al cooperativista y en inculcarles las ideas de Owen. A su regreso varios escritores llamaron a Owen para asumir la dirección de estos movimientos obreros en desarrollo y para guiarlos por el camino del socialismo cooperativista. El movimiento se extendió rápidamente durante los años de la lucha por la «Reforma», y cuando la ley de reforma de 1812 fue aprobada, y la clase obrera que había tomado gran parte en la lucha se encontró todavía sin derecho al voto y enfrentada con un orden político nuevo al que estaban sometidos, dominados por los capitalistas, los sindicatos y las cooperativas aumentaron más de prisa que nunca. Los obreros, viendo fracasadas sus esperanzas políticas, se volvieron hacia la acción económica como medio de defensa contra los nuevos dueños del Estado, y se difundió rápidamente la idea de una «Unión general» de toda la clase obrera. Owen, impulsado por sus discípulos, se puso a trabajar para que los sindicatos aceptasen estas ideas. Habló al «parlamento» del gran sindicato de constructores, el cual acababa de formarse tratando de unir a todos los oficios de la construcción bajo una jefatura única, y le propuso que hiciese planes para apoderarse de toda la industria de la construcción mediante un «Gran gremio nacional de constructores», que había de sustituir a los contratistas particulares.
Mientras tanto, en una serie de congresos de cooperativas establecidas en 1831, se elaboraron grandes proyectos para desarrollar la producción y el comercio cooperativos como un primer paso para establecer de una manera completa el sistema cooperativo. En esta etapa Owen mismo se puso a trabajar para demostrar en la práctica la eficacia de la teoría de que el valor está basado en el trabajo, que había expuesto en su Report to the Country of Lanark [Informe al condado de Lanark] de 1821. La idea del «cambio» entre los trabajadores, en que los artesanos de diferentes oficios podían cambiar directamente sus productos sin necesidad de patronos capitalistas o de intermediarios, se ensayó en experimentos de pequeña escala antes de que Owen lo hiciese prácticamente: en realidad, estos cambios habían sido una de las funciones de algunas de las sociedades cooperativas establecidas en la década de 1820. Pero ahora Owen empezó a trabajar en mayor escala estableciendo una «bolsa nacional equitativa para los obreros», en la cual los productos de los diferentes oficios organizados en sociedad cooperativas de producción podían cambiarse según el valor determinado por el «trabajo-hora» empleado en su producción. La bolsa de Owen estaba en Londres, pero bolsas análogas se abrieron en Birmingham, Liverpool y Glasgow, y durante algún tiempo hubo un comercio activo, hecho mediante los «billetes de trabajo», que fueron emitidos por las bolsas para sustituir la moneda corriente. Hubo un rápido aumento de sociedades cooperativas de producción, fundadas principalmente por trabajadores que estaban en discusión con sus patronos acerca de los salarios y de las condiciones de trabajo, y que trataban de prescindir de los patronos, o, al menos, de que fuesen razonables, organizando por sí mismos su producción y sus mercados. Había también numerosas tiendas cooperativas, que en parte vendían productos de estas cooperativas de producción, y en parte artículos producidos bajo condiciones capitalistas, y que trataban de revender a precios que redujesen el margen de distribución, y que, al mismo tiempo, proporcionasen un sobrante que podía emplearse a fin de reunir fondos dedicados al futuro desarrollo del sistema cooperativo. Algunas de estas tiendas incluso utilizaron la divisa «dividendos sobre la compra» (de la que tantas veces se ha dicho que la inventaron los «Rochdale Pioneers» de 1844), pero la mayor parte acumulaban el sobrante pensando en experimentos sociales más extensos. El Brihgton Co-operator del Dr. King había dejado de publicarse en 1830; pero varios periódicos nuevos se fundaron rápidamente para la defensa de las ideas cooperativistas.
De toda esta propaganda surgió en 1833 el intento más ambicioso de todos para crear una «Unión general de trabajadores», que no solamente interviniese en la lucha diaria de los trabajadores sino que llegase a ser instrumento para la pronta introducción del nuevo orden social cooperativo. En el congreso cooperativo de 1833, al que asistieron una mezcla confusa de delegados de sociedades cooperativas, de sindicatos obreros y de asociaciones owenianas de propaganda, Owen mismo presentó un plan para una «Gran unión nacional moral de las clases productoras», mediante la cual se implantaría el nuevo orden social de un sólo golpe y mediante una concertada negativa pacífica de continuar la producción bajo el sistema capitalista. Pero de la «Gran unión moral» de Owen surgió algo bastante diferente de lo que él había pensado. Ya los intentos de Doherty y de Gast para crear una «Unión general» habían sido seguidos en otras partes por esfuerzos análogos. Una «Unión general» se había iniciado en Yorkshire, centro de industria textil, y misioneros de la organización de Lancashire de Doherty y de los obreros de Yorkshire habían estado recorriendo el país en un intento de establecer asociaciones en los condados abiertas a todos los oficios. De estos esfuerzos nació al comienzo de 1834 la «Gran alianza nacional de sindicatos», un intento atrevido a fin de reunir todas las fuerzas obreras para un ataque directo contra el sistema capitalista; y al mismo tiempo, en los distritos industriales del norte, la «Sociedad para la regeneración nacional», iniciada por Doherty con la ayuda de Owen y de John Fielden, empezó un movimiento de agitación para establecer la jomada de ocho horas mediante la concertada negativa a continuar trabajando pasado este límite.
Owen mismo vacilaba acerca de algunos de estos puntos. Por una parte, creía en la posibilidad del establecimiento inmediato del sistema cooperativo de una vez, mediante una petición de la clase obrera unida, apoyada por los hombres de buena voluntad de otras clases sociales; pero, por otra parte, le desagradaba profundamente la idea de una guerra entre las clases sociales. Owen creía que bastaría que la cuestión de su nuevo orden social fuese expuesta con claridad suficiente a los patronos, para que a éstos, o a la mejor parte de ellos, pudiera convencérseles de aceptar y participar en su propia desaparición y en la del sistema de competencia por el cual habían vivido. Tenía de común con Saint-Simon la tendencia a considerar «las clases trabajadoras» (frase favorita suya que corresponde a la de Saint-Simon «les industrieles») como un solo elemento de la sociedad, opuesto naturalmente a los no productores, y dispuesto, así como estos últimos no lo fueron, a la demanda de conducirse razonablemente conforme al interés general.
De este modo, mientras Owen, con el espíritu de un mesías, anunciaba el advenimiento inmediato del «Nuevo mundo moral», a base del acuerdo y consentimiento de todos los hombres de bien, muchos de sus partidarios de los sindicatos obreros buscaban los mismos fines con el método de la lucha de clases. J. E. Smith, director del periódico de Owen The Crisis, hasta que fue destituido a causa de su actitud en favor de la lucha de clases y de su oposición a la propaganda religiosa de Owen, escribió en The Crisis y en el Pioneer de James Morrison, órgano del sindicato de la construcción, una serie de artículos que contenían una exposición mordaz sobre la doctrina de la lucha de clases[5].
Owen, aunque tuvo mucha parte en la creación de la «Gran unión nacional de sindicatos obreros», al principio no fue ni directivo ni siquiera miembro de ella: miraba este desarrollo con cierta duda. Mientras tanto, los patronos y el gobierno se habían alarmado. Huelgas en las cuales los obreros estaban a veces satisfechos con pedir jornales más altos y mejoras en las condiciones de trabajo, pero que a veces llegaron a pedir la renuncia de los patronos y el establecimiento inmediato de un nuevo sistema cooperativo de dirección, fueron rechazadas con «lock-outs» en los cuales los patronos se negaron a continuar dando trabajo a los obreros que no firmasen un «documento» dándose de baja en los sindicatos. En el famoso «Despido de Derby» de 1833-4, el cual comenzó incluso antes de que la «Gran unión nacional» estuviese completamente organizada, los patronos siguieron esta conducta; y los obreros despedidos, no admitidos en las fábricas, intentaron como represalia establecer talleres cooperativos suyos. En Yorkshire y en algunas otras regiones los patronos apoyados y en realidad incitados por el gobierno «whig» (conservador) «recurrieron abiertamente al lock-out» y al boicot contra los miembros de los sindicatos. En la «Gran unión nacional» y en los otros sindicatos que no estaban en relación muy estrecha con ella, habían ingresado gran número de miembros, en menos tiempo del que se requería para poner orden en sus planes. Como los paros se multiplicaban y la resistencia de los patronos se acentuaba, los sindicatos tuvieron que hacer frente a un rápido agotamiento de sus escasos fondos para mantener a los miembros suyos que estaban en huelga o víctimas de «lock-out» y para tratar de organizar la producción cooperativa. No pasó mucho tiempo sin que el gobierno interviniese tratando de reprimir a los sindicatos, estimulando a los patronos para que se negasen a dar trabajo a los obreros sindicados y pidiendo a los magistrados que estuviesen alerta para acabar con conspiraciones peligrosas. Entonces era muy corriente que los sindicatos exigiesen de sus nuevos miembros un juramento secreto, lo cual en parte era un legado del período anterior a 1824, cuando cualquier intento por parte de la clase obrera para actuar de acuerdo era considerado como una conspiración criminal, y en parte una reacción natural a los intentos de los patronos para boicotear a todos los obreros que se supiese que pertenecían a un sindicato. No es necesario contar aquí de nuevo la historia de los «Mártires de Tolpuddle», los seis trabajadores de Dorchester que en 1834 fueron procesados y condenados a confinamiento en colonias penales por el delito de tomar juramentos ilegales al intentar establecer una sociedad de trabajadores agrícolas, como una de las secciones de la «Gran unión nacional». Esta cruel sentencia sin duda influyó mucho en apresurar la destrucción del movimiento. Aunque Owen, que hasta entonces no se le había considerado como miembro, sino sólo como amigo, ingresó en la «Gran unión nacional» y llegó a ser su presidente como respuesta a los ataques recibidos, y aunque convenció a su directiva para que pidiese a todas las sociedades afiliadas suyas que aboliesen inmediatamente toda clase de juramento o de ceremonia secreta, los patronos fueron estimulados por las sentencias de Dochester para intensificar el boycot. Muchos de los obreros que habían ingresado en los sindicatos se alarmaron, y en los últimos meses del año 1834 los grandes planes de la gran Unión nacional se vinieron abajo, y la Unión misma fue destruida. Sólo se mantuvieron algunos grupos, la mayor parte de ellos asociaciones locales de obreros, sobre todo de obreros especializados, y en su mayor parte los que existían ya antes de que se hubiese establecido el «Sindicato general», y antes de que hubiese existido la idea de emplear el movimiento sindical como instrumento para producir la caída repentina y completa del sistema capitalista.
Así terminó el breve período del influjo de Owen en los asuntos de la clase obrera inglesa. En muchos sentidos fue un episodio extraordinario. Imposible es decir hasta qué punto los sindicatos fueron convertidos al owenismo. Owen no creó el movimiento hacia el semirevolucionario «Sindicato general», que culminó y se derrumbó en el rápido crecimiento y caída de la «Gran unión nacional de sindicatos»: lo que hizo fue unir por breve tiempo, y nunca completamente, cierto número de movimientos que habían surgido sin su intervención. La «Gran unión nacional de sindicatos» se apoderó, o trató de apoderarse, de los «sindicatos generales» creados por Doherty en los distritos de industria textil de Lancashire y Midland, y en Yorkshire la del sindicato secreto de tejedores de Leeds; los sindicatos nacionales que habían tratado de establecer los obreros de la construcción, los alfareros y otros grupos; y una multitud de sociedades locales, antiguas y nuevas, que no habían estado en relación con ninguna de esas organizaciones. Los hombres de Yorkshire, los obreros de la construcción y algunos otros grandes sindicatos, después de haber contribuido a formar el «Gran sindicato nacional», se negaron a fundirse con éste, y no tuvieron con él una relación estrecha ni bien definida. En realidad no se sabía, bien quién pertenecía a él y quién no; y en medio de las luchas a que se lanzó desde su mismo nacimiento, nunca fue posible poner las cosas en orden y organizarse de una manera regular.
Sus objetivos inmediatos no estaban mejor definidos que su organización. Owen fue anunciando la caída del orden antiguo e inmoral de la sociedad y el comienzo del nuevo al cabo de pocos meses, esperando, al parecer, que la clase patronal consintiese en su propio derrocamiento frente a la negativa de los trabajadores a continuar trabajando para ella. Al mismo tiempo, rechazaba todo recurso a la violencia, al odio o a la lucha de clases. Algunos de los directivos de los sindicatos, por ejemplo Doherty, de los hilanderos de algodón, y James Morrison, del sindicato de la construcción, eran owenianos completos, que sin duda compartían las esperanzas de Owen, incluso aunque no estuviesen tan seguros como él acerca de la manera como responderían los patronos. Pero, para la mayoría de los directivos de los sindicatos, probablemente se trataba más bien de crear un extenso «sindicato general» capaz de subir los salarios y de mejorar las condiciones de trabajo mediante una acción unida, que de realizar la completa felicidad mediante un acto decisivo. La idea de una huelga general o «gran vacación nacional», en realidad había ya sido expuesta por William Bembow por lo menos en 1831, y la había desarrollado de una manera completa en el folleto que publicó con ese título a principios de 1832. El llamamiento de Bembow, que iba dirigido sobre todo para una huelga política, acaso influyó en la opinión de los sindicatos: indudablemente atrajo a los dirigentes descontentos del «Sindicato nacional de las clases trabajadoras», situado hada el ala izquierda del movimiento en favor de la «Reforma radical» (Radical Reform). Henry Hetherington, que había sido uno de los jefes principales de este grupo, proclamó en su Poor Man’s Guardian que el congreso del «Gran sindicato nacional obrero» era una representación más verdadera del pueblo que el parlamento reformado, y pidió a los sindicatos obreros que tomasen la dirección de una nueva cruzada en favor del sufragio universal y también en favor de un orden económico nuevo basado en la cooperación. Pero todo era más bien un movimiento amorfo de masas económica y políticamente descontentas que una campaña consciente dirigida hacia un fin definido.
Owen, cuando vio que a los sindicatos les esperaba una derrota inevitable, buscó pronto otro campo de batalla. Después de intentar inútilmente que las sentencias contra los obreros de Tolpuddle fuesen anuladas, anunció de pronto que se daba por terminada la «Gran unión nacional de sindicatos obreros» y volvió a sus intentos de estimular la actividad de las cooperativas y de poner en marcha sus proyectos de «aldeas de cooperación» con procedimientos menos ambiciosos y agresivos. En lugar del «Gran sindicato nacional» anunció el establecimiento de la «Asociación federada británica y extranjera de industria, benevolencia (Humanity) y saber» que en realidad era poco más que una continuación de la serie de congresos de cooperativas iniciadas en 1831. Este nombre fue pronto sustituido por el de «Unión nacional de las clases industriales» (Industrious); y la organización oweniana central sufrió después otros muchos caminos de nombre. «Aldeas de cooperación» poco a poco fue sustituido por «colonias interiores»; y como el elemento religioso del owenismo aumentó al declinar su influjo en los obreros, la organización central vino a denominarse «Sociedad religiosa racional» (Society of Racional Religionist) o más brevemente «Sociedad racionalista» (Racional Society). A sus adheridos se les continuó llamando con frecuencia «los socialistas», y, como hemos visto, en 1841 adoptaron oficialmente este nombre.
El owenismo, después de 1834, dejó completamente de ser un movimiento de masas, y Owen dejó de tener relación con los sindicatos. Pero su influjo en modo alguno terminó. Continuó habiendo sociedades owenianas, ramas de la sociedad racionalista, y en muchos sitios, también sociedades cooperativas más o menos influidas por Owen. Los owenianos, además, renovaron sus esfuerzos para organizar una comunidad cooperativa modelo, y trabajaron mucho recogiendo sus donativos, grandes y pequeños, para este fin. Owen organizó a las personas más ricas que le apoyaban en una sociedad de colonización interior, mientras que la «Sociedad racionalista» reunía centavos de los obreros donantes. En 1839 estos esfuerzos dieron por resultado el establecimiento de Harmony Hall, o Queenwood, en East Tytherly, Hampshire, que, como hemos visto, acabó por disolverse en 1846 después de fuertes querellas entre los socialistas obreros de la Sociedad racionalista y los más ricos que ayudaban a Owen. El problema era complicado. El grupo obrero pedía que Queenwood fuese dirigido como una democracia completa, y que todos sus colonos tomasen parte en el trabajo necesario para su mantenimiento. Las personas que habían ayudado adelantando gran parte del capital insistían en intervenir en la administración, y los patronos que éstos habían nombrado de acuerdo con Owen chocaron con la Sociedad racionalista. Algunos de los colonos eran obreros enviados por distintas ramas de esta sociedad, pero otros eran personas de la clase media que ayudaban y que estaban dispuestas a pagar por su alojamiento, pero no a realizar un trabajo manual. Fue preciso contratar trabajadores de fuera para que ayudasen a los miembros obreros, y esto aumentó las dificultades. Por último los patronos cerraron Queenwood por completo, destituyendo al gobernador que había sido nombrado por la Sociedad racionalista para reorganizarla sobre bases democráticas. Así terminó desastrosamente el segundo intento de Owen para fundar una comunidad cooperativa. Pero los owenianos, después de 1834, hicieron muchas otras cosas además de recoger dinero para esta aventura. Especialmente, enviaron «misioneros» por todo el país para que predicasen la «religión racional», la cual era en efecto una religión secular humana sin ningún dogma teológico. Poco a poco se fundió con los movimientos secularistas posteriores dirigidos por George Jacob Holyoake y por Charles Bradlaugh. Los «socialistas» trabajaron también mucho en el terreno de la educación, fundando lo mismo escuelas para niños que «Halls of Science» (centros científicos) y «Social Institutions» en los cuales se enseñaba y se daban conferencias. Continuaron fomentando las sociedades cooperativas sociales siempre que pudieron, entre ellas la «Rochdale Pioneer’s Society» que fue el punto de partida del movimiento cooperativista moderno. Y sus ideas no dejaron de influir en el movimiento sindicalista obrero. Cuando en 1845 se hizo el siguiente intento de formar un «sindicato general» (asociación nacional de oficios unidos) se volvió a tratar de los proyectos de producción cooperativa. Además, en Leeds y en algunos otros sitios, hacia la misma época, se inició un movimiento llamado «Redemptionist» que debía mucho al owenismo. También fue influido por las doctrinas de John Francis Bray, que había estado defendiendo la misma solución tanto en su libro Labour’s Wrongs and Labour’s Remedies (1839), y en muchas conferencias para organizaciones obreras en Leeds y en sus proximidades. El movimiento «Redemption of Labour» (Redención de los obreros) fue un intento de enlazar las mutualidades y las ideas cooperativas. Cada miembro de una «sociedad redentora» debía suscribir un penique a la semana para formar un fondo. Las cantidades así recogidas se emplearían en establecer granjas y fábricas cooperativas y aldeas completas bajo la dirección de la sociedad, y los suscriptores recibirían ganancias como réditos del capital que hubiesen invertido. La sociedad de Leeds fundó una colonia en Gales del Sur, que duró varios años; y se iniciaron otras obras de este tipo en menor escala. Pero el movimiento fue poco a poco desapareciendo en la década de 1850.
El owenismo, en sus últimas fases, fue evidentemente mucho menos «socialista», en el sentido usual de este término, de lo que lo había sido cuando su influjo en la clase obrera llegó al máximo. De hecho, el más conocido de sus últimos representantes, Holyoake, que vivió más allá de fines de siglo, manifestó gran hostilidad contra el socialismo que se desarrolló en la Gran Bretaña en la década de 1880. El «socialismo» oweniano nunca fue concebido como político o como acción del Estado. Fue esencialmente una forma de cooperación, que aspiraba a un tipo de vida en común que habría de producirse mediante acción voluntaria de los adheridos, y no mediante legislación. En esto era muy afín al socialismo de Fourier, y completamente distinto del de los saint-simonianos. Estas dos tendencias diferentes han persistido, conduciendo la una al anarquismo comunista o al sindicalismo o hacia las formas modernas de la cooperación como «un estado dentro del estado», y la otra hacia el comunismo marxista o hada las distintas doctrinas del moderno «socialismo democrático».