La guerra entre árabes e israelíes librada en octubre de 1973 (conocida en Israel como la Guerra del Yom Kippur o Guerra de la Expiación) representó un punto de inflexión y trazó una línea divisoria en la historia del conflicto árabe-israelí.
Fue la última guerra total, librada en múltiples frentes, entre Israel y sus vecinos árabes, aunque Oriente Medio aún habría de ser testigo de posteriores y graves estallidos de violencia y enfrentamientos militares.
Este libro fue escrito en 1974, poco después de la guerra, y publicado en 1975. El autor, mi difunto padre, se basó en la información disponible en aquella época. Llevó a cabo amplias entrevistas con dirigentes, oficiales del ejército y soldados israelíes; recorrió los campos de batalla y consultó un gran número de libros y artículos que ya habían sido publicados sobre este tema. Al escribir el libro, mi padre plasmó su vasta experiencia como soldado, general y experto en inteligencia, y también como analista y comentarista político y militar. De hecho, el libro se ha convertido en un clásico de la historia y las guerras de Oriente Medio, ha sido traducido a numerosas lenguas y obtenido el reconocimiento y el elogio internacionales.
Ya han pasado casi tres décadas desde aquella guerra y el ambiente político en el que vivimos ha experimentado un notable cambio. El mundo ya no presenta la polarización existente durante la Guerra Fría; Israel y Egipto, el más grande e importante de los estados árabes, mantienen un acuerdo de paz desde hace más de dos décadas; e Israel y el resto de sus vecinos se han embarcado en un frágil proceso de paz, cargado de crisis y violentas revueltas. Todos los líderes de entonces han desaparecido y, en este tiempo, la tecnología y el arte de la guerra han asumido un rostro diferente.
No obstante, una mirada retrospectiva nos dice que el libro no ha perdido nada de su vitalidad. Al contrario, al leer nuevamente sus páginas, parece un vino que ha mejorado su calidad con el paso del tiempo. En los años transcurridos desde entonces se ha publicado una enorme cantidad de material acerca de la Guerra del Yom Kippur, incluyendo las memorias de algunos de los líderes que tuvieron un papel fundamental en el conflicto (como Sadat, Golda Meir y Dayan), las versiones de los principales comandantes militares (como el libro escrito por Saad-Al-Din-Shazli, el jefe del Estado Mayor egipcio durante la guerra) y demás material de primera mano. Estos testimonios han añadido detalles que hasta entonces eran desconocidos y un testimonio de gran peso histórico. No obstante, en el análisis final ello no menoscaba en absoluto la validez del cuadro pintado en estas páginas, sino que lo refuerza. El libro ha resistido las pruebas del tiempo y sigue destacándose por su capacidad para retratar un cuadro muy amplio, pero a la vez agudo y preciso.
Las semillas de la Guerra del Yom Kippur fueron sembradas durante la Guerra de los Seis Días que la precedió en 1967. La brillante victoria militar de Israel provocó falsa seguridad en el bando israelí y un profundo sentimiento de humillación en el bando árabe. La Guerra del Yom Kippur devolvió un cierto equilibrio a este cuadro y, de este modo, representó un hito muy importante en el proceso de transición de la guerra a la paz. El bando árabe recuperó cierto grado de orgullo al atreverse a instigar una confrontación militar con Israel y obtener un éxito inicial, a pesar de sufrir finalmente una contundente derrota militar. Al mismo tiempo, la guerra contribuyó a echar por tierra la vieja creencia árabe de que, en última instancia, podrían derrotar a Israel mediante una confrontación armada, ya que no podrían haber esperado un mejor comienzo de la guerra que el conseguido en 1973. En el lado israelí, por su parte, la guerra demostró tanto los límites de la fuerza y los riesgos implícitos en la arrogancia, la autocomplacencia y el estancamiento. Efectivamente, pocos años después de la guerra, el presidente Sadat visitó Jerusalén, e Israel y Egipto, después de haber derramado tanta sangre en los campos de batalla, firmaron un acuerdo formal de paz. Desde aquel acontecimiento han transcurrido más de dos décadas y, en todo ese tiempo, ningún soldado ha perdido la vida en una confrontación armada entre egipcios e israelíes.
Como describe este libro, el presidente Sadat planeó la Guerra del Yom Kippur siguiendo un modelo desconocido hasta la fecha en la zona, principalmente como una iniciativa militar con objetos militares limitados (si bien una guerra total en términos de los medios empleados en ella), que desencadenaría un proceso diplomático. La ofensiva egipcia, por lo tanto, fue planeada hasta el mínimo detalle sólo en sus fases iniciales, pero no más allá de ellas. En una vehemente disputa con su Estado Mayor, Sadat se negó asimismo a retirar sus fuerzas de la orilla oriental del Canal de Suez ante el cruce de las fuerzas israelíes hacia la margen occidental en un movimiento de pinza. El Ejército de Sadat sufrió una derrota militar pero, finalmente, ayudado por Estados Unidos, el presidente egipcio fue capaz de obtener un éxito diplomático, que más tarde le sirvió como base para avanzar hacia una paz total a cambio de todo el territorio que Egipto había perdido durante la guerra de 1967. Por otra parte, Israel consiguió una impresionante victoria militar, considerando que inicialmente había sido sorprendido, pero tuvo que pagar un precio diplomático considerable, además de una grave pérdida de vidas y un profundo daño a la moral pública.
En contraste con Sadat, su colega sirio Assad no compartió su estrategia e incluso le guardó rencor al líder egipcio por haberla aplicado. Ya han transcurrido más de treinta años desde que acabara la guerra y aún persiste la pregunta de en qué medida las lecciones de la política de Sadat —tanto en la guerra como en la paz— siguen siendo aplicables a la nueva generación de líderes de Oriente Medio y al equilibrio estratégico actual imperante en la región.
La Guerra del Yom Kippur supuso un severo examen para la doctrina de seguridad de Israel, que había sido elaborada por primera vez en la época del primer ministro David Ben Gurion, el primero que tuvo Israel, y estaba vigente desde entonces. Esta doctrina fue diseñada para dar respuesta a una realidad fundamental que era que unos pocos debían hacer frente a muchos, a la dificultad de Israel para mantener un gran ejército regular desplegado en sus fronteras y soportar una guerra prolongada además de la posibilidad de que fuera llevada a cabo una ofensiva simultánea contra Israel en varios frentes. El concepto israelí de seguridad, por lo tanto, estaba basado en los elementos fundamentales de disuasión (dependiendo también del apoyo prestado por Estados Unidos), alerta temprana, supremacía aérea para proporcionar un respiro y una respuesta ante un ataque por sorpresa, una sofisticada organización de las unidades de reserva que permitía que fuesen movilizadas rápidamente y que alcanzasen en el menor plazo la línea del frente (debido al sistema de alerta temprana), llevasen la guerra a territorio enemigo y obtuviesen una victoria decisiva lo más rápidamente posible.
La coalición árabe estudió cuidadosamente este concepto antes de la guerra y se afanó por diseñar un plan destinado a neutralizar las ventajas israelíes y poner de relieve sus puntos débiles. Los árabes se concentraron en conseguir la sorpresa, dividir las fuerzas israelíes, mantenerse a cubierto del paraguas antitanque y antiaéreo, desgastar al máximo al enemigo (en términos de bajas y debilitamiento de las fuerzas) y obtener la solidaridad árabe mediante la utilización del arma del petróleo.
El primero de los elementos de la doctrina de seguridad israelí que falló en la práctica fue el sistema de alerta temprana. En la Guerra del Yom Kippur se escribió otro capítulo en la historia de los errores de la Inteligencia, algo parecido a un Pearl Harbor israelí. El autor, que fue uno de los fundadores de la Inteligencia Militar de Israel y ocupó en dos ocasiones su máxima jefatura, analiza en este libro la posible fuente del fracaso de los servicios de inteligencia israelíes a la hora de advertir la inminencia de la guerra. Identifica acertadamente la arrogancia y la complacencia de las altas instancias de la defensa israelí y el menosprecio al enemigo como sus puntos débiles más importantes.
Años más tarde, el jefe de la Inteligencia Militar de Israel en el momento de la guerra, general de división Eli Zeira, publicó su detallada versión del papel que habían desempeñado los servicios de inteligencia antes de la guerra, intentando exonerarse a sí mismo de la mancha del fracaso. Su versión dio origen a una intensa disputa metodológica en lo que respecta a la esencia de la alerta temprana. Zeira afirmó que los servicios de inteligencia habían cumplido con su obligación suministrando a las autoridades, antes de la guerra, un cuadro de inteligencia completo y preciso sobre los preparativos, el despliegue y las capacidades de los ejércitos enemigos, junto con la sugerencia de que los ejércitos enemigos estaban suficientemente preparados para iniciar una guerra. En opinión de Zeira, basada en la clásica doctrina de seguridad de Israel, esta información de las capacidades del enemigo tenía la suficiente entidad como para obligar a los dirigentes civiles y militares a tomar una serie de medidas destinadas a prepararse ante cualquier eventualidad. Por otra parte, no tendrían que haber confiado en la evaluación que habían hecho los servicios de inteligencia de las intenciones de los líderes enemigos, ya que ésa era una vertiente resbaladiza y peligrosa. Zeira, por lo tanto, sostiene que no habría que culpar a los servicios de inteligencia por su fracaso en evaluar correctamente las intenciones del enemigo.
La tesis del general de división Zeira fue desestimada por muchos, incluyendo al autor de este libro. Ellos afirman, y yo creo que correctamente, que la responsabilidad de los líderes políticos y militares no absuelve a la comunidad de inteligencia de su obligación de evaluar adecuadamente las intenciones del otro bando. Cada escalón tiene su propia responsabilidad autónoma. Los servicios de inteligencia, por su propia naturaleza, no deberían limitarse simplemente a suministrar hechos y cifras y resumir capacidades, sino que también deberían suministrar una percepción de las tendencias e intenciones, con toda la dificultad inherente que ello implica.
Con el fallo del sistema de alerta temprana de inteligencia (y con él la última esperanza de disuasión), las autoridades israelíes comprendieron de pronto que la guerra era inminente, y se encontraron ante el dilema de si debían lanzar o no un ataque preventivo. El material de consulta que se ha publicado desde entonces con respecto a la mañana de la guerra (incluyendo el testimonio del ayudante de campo del entonces jefe del Estado Mayor israelí) ha reforzado el cuadro presentado en este libro, indicando principalmente que el jefe del Estado Mayor, teniente general Elazar, había recomendado un ataque preventivo contra Siria, pero que esta iniciativa fue rechazada por el estamento político, preocupado por la posibilidad de que se acusara a Israel de iniciar la guerra y, de este modo, perder el apoyo fundamental de Estados Unidos. El autor, retrospectivamente, concluyó que en ese momento la decisión fue correcta. En cualquier caso, parece que incluso hoy, teniendo en cuenta el contexto real de seguridad de Israel, el dilema de sopesar los probables beneficios militares frente a los posibles daños políticos podría seguir siendo pertinente.
Tal como describe el libro, la ofensiva por sorpresa de las fuerzas egipcias y sirias hizo necesaria una desesperada defensa israelí tanto en tierra como en el aire. Aquí se ponen de relieve los problemas operativos y doctrinales que aún tienen vigencia en la actualidad.
En aquellos días las fuerzas terrestres israelíes estaban estacionadas en una línea fortificada a lo largo del Canal de Suez. En los años anteriores a la guerra su objetivo principal se había desdibujado y, en alguna medida, había pasado de ser una línea de observación y alerta a una línea de defensa. La investigación militar llevada a cabo en los años posteriores ha reforzado notablemente la conclusión de que fue un error privilegiar las líneas de defensa estáticas en detrimento de la movilidad en determinados teatros de operaciones.
En cuanto a la Fuerza Aérea israelí, la tarea con la que debió enfrentarse al comienzo de la guerra fue realmente enorme. En términos doctrinales, inicialmente debería haberse concentrado en conseguir la supremacía aérea y asegurar el control del espacio aéreo para seguir operando. De hecho, la Fuerza Aérea tuvo que dividirse entre esa misión y prestar apoyo a las fuerzas terrestres, debilitando de ese modo su propia eficacia. No obstante, fue y sigue siendo un arma fundamental en la capacidad militar de Israel.
Los árabes, aparentemente, tuvieron en cuenta el riesgo de la supremacía aérea israelí. No realizaron ningún intento de anularla por medio de sus propias fuerzas aéreas, comprendiendo que no tendrían ningún éxito en ese cometido. En cambio trataron de neutralizarla presentando a la Fuerza Aérea israelíes múltiples desafíos, estableciendo una densa defensa aérea que acompañó a las fuerzas terrestres y creando una red de misiles tierra-tierra para proporcionar una respuesta a los ataques en profundidad. Aquí encontramos otro elemento del error de los servicios de inteligencia de Israel. Basándose en la información que habían conseguido reunir, los servicios de inteligencia dieron por sentado que los egipcios esperarían hasta que se hubiesen equipado con cazabombarderos antes de iniciar la guerra e interpretaron de forma errónea el concepto egipcio relativo al escenario aéreo.
Si analizamos los progresos producidos en Oriente Medio en este ámbito desde la Guerra del Yom Kippur, daría la impresión de que el concepto que guió a Egipto y Siria en 1973 se ha arraigado aún más con el paso de los años. Parece que la mayoría de los ejércitos árabes (y especialmente el sirio) están buscando la forma de disputarle a Israel su supremacía aérea, que es percibida por ellos como un hecho consumado, mediante una combinación defensa aérea y sistemas de misiles tierra-tierra. Esto es particularmente así en el caso de los misiles tierra-tierra. En 1973 no eran más que un esbozo sin apenas repercusión en el curso de las operaciones, pero, en los últimos años, han ganado peso en Oriente Medio. Se trata de sistemas que pueden emplearse bajo todo tipo de condiciones atmosféricas, relativamente económicos (comparados con las fuerzas aéreas) y que proporcionan un factor de disuasión y la capacidad para golpear profundamente en el «vientre blando» de Israel, evitando la supremacía aérea israelí. El uso que hizo Sadam Hussein de esta arma contra Israel durante la Guerra del Golfo no hizo más que reforzar esta tendencia.
El desarrollo y la proliferación de los misiles tierra-tierra ha provocado una considerable controversia con respecto al valor del territorio y la profundidad estratégica en la era moderna. La Guerra del Yom Kippur demostró cabalmente la importancia de la profundidad estratégica para Israel. La península de Sinaí proporcionó a Israel profundidad estratégica frente a Egipto y el espacio necesario para reorganizarse y maniobrar para decidir el resultado de la guerra. En abierto contraste con esta situación, en el frente septentrional los tanques sirios llegaron rápidamente a diez minutos del río Jordán y el mar de Galilea, creando una amenaza directa para el frente interno israelí. Solamente la rápida movilización de las unidades de reserva consiguió frenar el avance de los blindados sirios. En términos militares, parece que incluso en una era en la que los misiles y las capacidades aéreas se están multiplicando y desarrollando y aumentan su alcance y precisión, la profundidad estratégica sigue siendo importante. Como regla general, la guerra sigue decidiéndose en última instancia por las fuerzas terrestres, como quedó demostrado durante la Guerra del Golfo. Y esto es especialmente cierto en el caso de Israel.
La historia que sigue muestra cómo, en la Guerra del Yom Kippur, Israel trató de aplicar su arraigada filosofía consistente en trasladar la guerra a territorio enemigo y que sea allí donde se decida rápidamente su resultado. Sin embargo, en esa guerra, Israel encontró muchas dificultades para aplicar esta doctrina, no solamente debido a las circunstancias derivadas del estallido de la guerra. Incluso entonces se pusieron de manifiesto las características del campo de batalla moderno: un teatro de operaciones congestionado, saturado de fuerzas y obstáculos de toda clase, provocando un rápido agotamiento de las fuerzas de combate y dificultando la capacidad de maniobra. En consecuencia, se ha producido un desarrollo en el fortalecimiento relativo del elemento de potencia de fuego —volumen y precisión— en el frente de batalla, comparado con el elemento relativo a la capacidad de maniobra, así como un nuevo énfasis en las tácticas de flanqueo. En la Guerra del Yom Kippur, en efecto, estas tácticas fundamentales explicaron los pasos decisivos que dieron las Fuerzas de Defensa de Israel (IDF) en ambos frentes.
Al examinar los elementos de la guerra terrestre, el tanque fue la herramienta principal para decidir la batalla y sigue siendo hoy un elemento vital. Sin embargo, no, hay duda de que la Guerra del Yom Kippur impulsó el desarrollo de la doctrina basada en la integración de fuerzas combinadas en el campo de batalla, y que tiene por eje la combinación de blindados e infantería y también puso énfasis en la importancia de combatir con fuerzas concentradas y no divididas. Como se describe en este libro, dividir sus fuerzas fue un error para las IDF y significó el fracaso de su contraofensiva en el frente egipcio el 8 de octubre de 1973.
Sin embargo, más allá de todo esto, la historia de la Guerra del Yom Kippur demuestra en qué medida el elemento humano es la clave para el resultado de una guerra. Éste es, tal vez, el principal mensaje contenido en este libro. El entrenamiento y la habilidad de los soldados, su motivación, la calidad de la cadena de mando, la iniciativa, el coraje y la perseverancia son factores que subrayan el resultado de la guerra mucho más que cualquier arma. Incluso en la era de la tecnología, el elemento humano sigue permaneciendo en el centro del cuadro.
También merece nuestra consideración el apoyo con el que contaban las fuerzas beligerantes. Egipto y Siria basaban su poderío en el respaldo soviético, cierto volumen de ayuda árabe, fundamentalmente procedente de Iraq y Jordania, y el arma que representaba el petróleo árabe. Ahora la Unión Soviética ya no existe, el mundo árabe se halla dividido y el arma del petróleo ha perdido mucho de su poder, gracias en parte a las lecciones aprendidas por el mundo occidental y a su preparación para enfrentarse a la posibilidad de una crisis energética. Contra todo esto, Israel dependía y aún depende del apoyo de Estados Unidos, que durante la Guerra de 1973 contribuyó sin duda a su seguridad. Sin embargo, desde el proceso de paz y el derrumbe de la Unión Soviética, el panorama de Oriente Medio se ha vuelto mucho más complejo, con muchos más matices de gris. Estados Unidos, actualmente la única superpotencia mundial, desea promover el proceso de paz y establecer sus relaciones con los pragmáticos estados árabes y, por lo tanto, tiene consideraciones que van más allá del deseo de garantizar la seguridad de Israel. En consecuencia, mientras que el compromiso norteamericano con la seguridad de Israel sea firme, la extensión y profundidad de su aplicación en tiempos de guerra no puede suponerse como un factor inamovible.
En suma, a pesar de todos los cambios que ha presenciado Oriente Medio en las últimas tres décadas, la amenaza de la guerra no ha desaparecido. Como consecuencia de esta situación, el conflicto árabe-israelí ha asumido una naturaleza algo diferente. La decisiva victoria militar israelí en 1973, además de la creciente brecha militar entre Israel y sus vecinos, empujó a sus adversarios hacia la conclusión de que Israel no puede ser derrotado a través de una confrontación militar clásica. Por lo tanto, buscaron otro método de enfrentamiento violento con Israel, recurriendo por último a una campaña de terror. En esta clase de conflicto, el atentado con explosivos a cargo de activistas suicidas se ha convertido en la munición letal guiada con precisión, sólo que su objetivo son civiles. Éste es el tipo de desafío al que Israel ha estado haciendo frente a lo largo de su frontera septentrional y en el conflicto armado con los palestinos desde el año 2000. Se trata de un desafío mucho más complejo ya que afecta e implica —directa o indirectamente— a cada faceta de la vida individual y nacional. En un contexto más amplio, y como consecuencia de los acontecimientos del 11 de septiembre, uno debe suponer que este tipo de conflicto podría convertirse también en un fenómeno internacional. La historia de esta guerra, tal como se relata en este libro, es una historia no sólo del arte de la guerra sino también de su sinrazón. Este libro debería ser de interés no sólo para aquellas personas que buscan aumentar su conocimiento de la historia y la teoría de la guerra, sino también para los legos en la materia que busquen ampliar su conocimiento de la historia en general y de la historia de Oriente Medio en particular.
Este prefacio tendría que haber sido escrito por el propio autor pero, lamentablemente, falleció antes de poder hacerlo. Yo he asumido la tarea y aunque luché en esta guerra como soldado de infantería en el frente egipcio y luego continué sirviendo en las fuerzas armadas, sé que nadie puede ocupar realmente su lugar. El autor fue un hombre único y dio muestras de ello a lo largo de una vida muy rica, que alcanzó su máxima expresión como presidente del Estado de Israel. Tuvo una fascinante carrera como soldado y oficial en las filas del Ejército británico en la guerra contra los nazis, en las filas de las IDF después de su creación, y como general y jefe de los servicios de Inteligencia Militar israelíes. En su autobiografía, Living History, que consiguió publicar antes de su muerte, dijo de sí mismo: «He sido muchas cosas —estadista, diplomático, hombre de negocios, comentarista, abogado, hombre de familia— pero tal vez, más que cualquier otra cosa, me considero un soldado. Si uno tiene una gran causa, creo que no hay nada más noble que la voluntad de luchar y sacrificarse por ella».
Estas páginas están dedicadas con amor y respeto a mi difunto padre, que fue todo eso y mucho más.
Tel Aviv
General de brigada MICHAEL HERZOG