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LA EPOPEYA DE LA 7.ª BRIGADA

A medida que el amanecer del 7 de octubre avanzaba sobre la 7.ª Brigada, el espectáculo de devastación y guerra se mostró con toda su crudeza ante los cansados ojos de las tropas. Una armada de tanques ardiendo y vehículos destrozados cubría el valle que se extendía entre la colina «Booster» y Hermonit, el campo de batalla elegido por Avigdor, que habría de ser conocido en la brigada y entre las Fuerzas de Defensa de Israel como el Valle de las Lágrimas. Los miembros de las dotaciones de los tanques corrían entre las llamas; las torretas arrancadas de sus chasis yacían cerca de los tanques decapitados; llamas rojas y moradas lamían los camiones de municiones y los transportes blindados de personal y, de tanto en tanto, uno de los vehículos estallaba y se desintegraba. Encima de los tanques se formaban hongos de humo blanco. «Igual que en el campo de batalla en Lo que el viento se llevó —pensó un joven comandante de compañía del 5.º Batallón—, pero esta vez en una versión electrónica moderna». El preciso fuego de la artillería siria había obligado a los comandantes de los tanques israelíes a ponerse a cubierto y cerrar las escotillas en las torretas. Cuando volvieron a asomarse vieron la escena que les rodeaba, una columna siria de refresco avanzaba protegida por el fuego de su artillería, preparada para librar una segunda batalla en el Valle de las Lágrimas.

La 78.ª Brigada de Tanques de la 7.ª División siria lanzó un segundo ataque a las 8.00 horas. Sus fuerzas avanzaron a lo largo de un frente de aproximadamente cuatro kilómetros de ancho entre el «Booster» y el Hermonit, intentando llevar una fuerza hasta el wadi que discurría junto a la base del Hermonit en dirección a Wasset. La batalla se desarrolló sin tregua, con el 5.º Batallón luchando contra toda una brigada siria. Avigdor dirigía serenamente el fuego, conservando sus fuerzas, manteniendo siempre una reserva a mano cualquiera que fuese la situación, tratando de pensar dos pasos por delante del enemigo, y preparando siempre soluciones para lo inesperado. Su comandante de división, Raful, y él se mantenían en estrecho contacto mientras la brigada combatía en distancias que oscilaban entre los 10 y los 2300 metros. Al mismo tiempo, el 1.er Batallón era atacado en el sector norte por dos batallones de tanques sirios acompañados de una fuerza de infantería en vehículos blindados de transporte. La mayoría de los vehículos blindados resultaron destruidos durante este ataque. A las 13.00 horas la batalla había terminado y la fuerza siria se retiró, dejando docenas de tanques y vehículos ardiendo a lo largo del frente de la 7.ª Brigada.

El 7.º Batallón, al mando del teniente coronel Avi, que había estado al sur de Kuneitra, se movía ahora hacia el sector central que dominaba el Valle de las Lágrimas en Hermonit. Avi recibió órdenes de dejar una pequeña fuerza en el sur para proteger el flanco de la brigada. El 1.er Batallón permaneció en el sector norte, lamiéndose las heridas después de haber perdido cerca de una decena de tanques. Aquella tarde, los sirios montaron un ataque en el área que se extendía al sur de Kuneitra contra la compañía que Avi había dejado detrás antes de moverse hacia Hermonit. Toda la fuerza atacante, compuesta por alrededor de 20 tanques, fue destruida por los israelíes.

Los sirios regresaron una vez más para atacar el sector central a las 22.00 horas, con el inevitable bombardeo masivo de artillería. Pero ahora a la 7.ª División siria se le había unido la 3.ª División Acorazada con elementos de la 81.ª Brigada, equipada con los modernos tanques T62 soviéticos, en vanguardia. La brigada de Avigdor, que en ningún momento después del primer día contó con más de cuarenta tanques, estaba haciendo frente a una fuerza compuesta por aproximadamente quinientos tanques sirios. Debido a la ausencia de equipo para la lucha nocturna entre las fuerzas israelíes, la fuerza siria pudo acercarse a corta distancia y la batalla, bajo un intenso bombardeo de la artillería siria, se libró a distancias de entre 25 y 50 metros. Los tanques sirios, acompañados de fuerzas de infantería provistas de bazookas antitanque RPG, superaron la posición de los israelíes y destruyeron numerosos tanques en el proceso. La batalla era desesperada y se encontraba en su apogeo cuando, a las 1.00 horas del lunes 8 de octubre, cesó tan súbitamente como se había iniciado. Los sirios habían sufrido fuertes bajas y se movían en la oscuridad en medio del campo de batalla, tratando de evacuar los tanques dañados y a sus heridos. Avigdor cubrió el campo de batalla con fuego de artillería, mientras aprovechaba un respiro para repostar combustible y cargar municiones en sus tanques.

A las 4.00 horas, los sirios comenzaron a acosar nuevamente a la brigada, mientras los israelíes se esforzaban en reparar los tanques dañados durante la batalla. Al amanecer, la primera luz del día reveló el horrible cuadro a las exhaustas dotaciones de los tanques israelíes: 130 carros de combate sirios, fuera de combate, abandonados y humeantes, y un gran número de vehículos blindados de personal cubrían el Valle de las Lágrimas. Muchos de los tanques abandonados se encontraban detrás de las posiciones israelíes o entre ellas. Por primera vez la 7.ª Brigada comprendió qué era lo que les había atacado: habían conseguido impedir el avance de cerca de un centenar de tanques enemigos. Avigdor ordenó a la brigada que abriese fuego contra cualquier blanco que se moviese a una distancia de hasta 2500 metros. Aquella noche los sirios habían lanzado dos batallones de infantería contra la posición defendida por los israelíes en Hermonit. Una pequeña fuerza de la Brigada Golani, integrada por menos de veinte soldados, había conseguido rechazar el ataque y al cuadro de caos y blindados quemados en este cruento campo de batalla se le sumaban los cuerpos de docenas de soldados de infantería sirios.

El lunes, durante todo el día, la 7.ª Brigada de Avigdor combatió contra los elementos concentrados de la 7.ª División de Infantería, la 3.ª División Acorazada y demás unidades independientes, tales como la Guardia Republicana de Assad equipada con tanques T62. En el flanco sur de la brigada, al sur de Kuneitra, la compañía de Tigre fue atacada por una fuerza acorazada que había penetrado en el área protegida por la oscuridad. Con una fuerza de siete tanques, Tigre resistió el ataque durante toda la mañana, frustrando los intentos sirios de superar la línea defensiva. Alrededor de treinta tanques y dos compañías de vehículos blindados de personal sirios —alrededor de veinte vehículos—, habían quedado ardiendo y envueltos en humo en la meseta dominada por sus tanques. Por la tarde, tres concentraciones formadas cada una por un batallón de tanques sirios, acompañados de infantería blindada, atacaron e intentaron penetrar en el área de Hermonit. Las bajas aumentaron cuando la artillería enemiga identificó las posiciones israelíes; de hecho, la mayor parte de las bajas fueron producidas por la artillería enemiga.

Avigdor y sus fuerzas estaban ya completamente exhaustas. Habían estado combatiendo sin parar durante tres días y dos noches y el esfuerzo físico empezaba a pasar factura. No había tiempo para dormir, no había tiempo para comer, no había tiempo para hacer nada salvo esquivar los proyectiles de la artillería siria y luchar. Los defensores tenían los sentidos atontados por el constante bombardeo de la artillería y los cohetes katyusha. Avigdor se dio cuenta de que la eficacia de sus tanques estaba resintiéndose y su número se reducía día a día. La brigada ya había sufrido cincuenta bajas mortales y una gran cantidad de heridos y él no disponía en ningún momento de más de cuarenta o cuarenta y cinco tanques en condiciones de combatir, y ello gracias a la extraordinaria valentía e ingenio de su unidad de suministros. Entre los israelíes reinaba una sensación de impotencia ya que, a pesar de las ingentes bajas sufridas por el enemigo, cada ataque de los sirios superaba en fuerza y alcance al anterior. Tarde o temprano se abriría un punto débil en sus defensas. Por lo tanto, Avigdor creó una reserva de cinco tanques al mando del oficial de operaciones de la brigada y le ordenó que se replegase un kilómetro y estuviese preparado para bloquear cualquier intento de penetración del enemigo. Detrás de él, controlando tranquilamente la batalla de manera firme y serena, estaba Raful, quien estaba justificando su reputación en estas horas de prueba.

Los sirios, aprovechando la ventaja que les confería el equipo altamente sofisticado para el combate nocturno, se las habían ingeniado para convertir la noche en día para sus fuerzas acorazadas y eran conscientes de la ventaja que esta circunstancia representaba para ellos. En la noche del lunes atacaron el sector central en dirección al «Booster» en una acción que se prolongó durante tres horas. Avigdor ordenó que la compañía situada en el sur (al mando de Tigre) contraatacase desde el flanco y la retaguardia del enemigo aquella misma noche. Cuando Tigre avanzó con sus siete tanques se topó con una compañía de tanques e infantería blindada sirios que avanzaban hacia la cima de la colina «Booster». Se entabló una batalla y el ataque sirio quedó desbaratado.

El martes amaneció con la fuerza de tanques de la brigada gravemente reducida. Cuando se levantó la niebla matinal, una terrible barrera de fuego de artillería, que empequeñecía todo lo que la brigada había conocido hasta entonces, cayó sobre ellos. Los cohetes katyusha estallaban cerca de sus posiciones provocando una lluvia de polvo y piedras y sembrando el área de fragmentos letales. Los MiG 17 volaban a baja altura sobre el campo de batalla descargando sus bombas. Siete helicópteros sirios llegaron hasta las posiciones israelíes en Bukata y cuatro de ellos descargaron allí a sus comandos. Hacia las 8.00 horas, la barrera de fuego había alcanzado una intensidad ensordecedora mientras miles de proyectiles y cientos de cohetes katyusha caían en las posiciones israelíes y obligaban a los comandantes de los tanques a cerrar las escotillas y buscar protección en los tanques. La persistente intensidad del ataque era, obviamente, el preámbulo de un esfuerzo concentrado y decidido de los sirios para romper la línea de defensa israelí en ese sector. Al ver la vasta fuerza que se acercaba y comprobar que todo el frente estaba cubierto por una cortina de bombardeos aéreos y artilleros, Avigdor percibió en el aire la determinación de los sirios de penetrar a cualquier precio. Surgiendo de un estrecho frente en el sector central desde la cortina de polvo y humo provocada por el intenso bombardeo, una fuerza siria encabezada por un centenar de tanques, acompañada de infantería blindada con gran número de vehículos blindados de personal, avanzó lentamente en dirección a las agotadas fuerzas de Avigdor.

La Brigada abrió fuego a la distancia máxima, pero con la misma velocidad con que eran alcanzados los tanques sirios eran reemplazados por otros, continuando su inexorable avance hacia las posiciones israelíes. La distancia se iba acortando cada vez más. Los comandantes israelíes estaban completamente expuestos en las torretas de sus tanques y cuando la concentración de fuego de la artillería siria se abatió sobre la pequeña fuerza israelí, el número de bajas entre ellos aumentó de forma alarmante. Avigdor comprendió que, para ser más eficaces, debía sacar a su fuerza de ese infierno creado por el incesante fuego de artillería. Ordenó por tanto a su fuerza —ahora bajo una enorme presión de las fuerzas avanzadas sirias— que abandonase las altas rampas de terreno desde las que habían estado combatiendo y que se retirasen unos 400 metros para escapar a las concentraciones de la artillería enemiga.

Mientras Yair observaba las continuas oleadas de refuerzos sirios desde su posición, cubriendo la fortificación A3 en la carretera principal a Damasco, recibió de Avigdor la orden de concentrar sus fuerzas en la zona y unirse a la batalla en el área de la 7.ª Brigada. Avanzó con seis tanques y se sumó a la lucha. Cuando disparaba desde la ladera posterior de una de las colinas su tanque fue alcanzado y quedó herido. Entonces ocupó otro tanque, el tercero. Abandonando las proximidades de la A3, ordenó a todo el personal que se encontraba en su interior que se pusiera a cubierto y luego solicitó que la artillería israelí barriese la zona como medida de protección. Desde el terreno elevado que domina el Valle de las Lágrimas, sus tanques hicieron blanco en un tanque sirio tras otro. Ese mismo día, más tarde, con cinco tanques y vehículos blindados de transporte, y con la batalla librándose a todo lo largo del frente, Yair organizó un convoy de suministros a la posición A3. Su tanque fue alcanzado por el proyectil de un bazooka disparado por comandos sirios en las afueras de Kuneitra y el tanque que venía detrás del suyo informó que había muerto. Pero Yair estaba vivo y, continuando la marcha con tres vehículos blindados, pasó junto al «Booster» y prosiguió a toda velocidad hacia la posición A3 con la batalla en pleno fragor. Cuando entró con los suministros, los soldados que poco antes habían oído decir que había muerto se acercaron a él para abrazarle.

De pronto, cuando la 7.ª Brigada se retiraba de su colina —una especie de rampa de aproximadamente un kilómetro y medio de largo— la artillería dejó de disparar y los tanques sirios situados en la colina abrieron fuego contra ellos. Avigdor contempló la desesperada escena: su 7.º Batallón contaba ahora con sólo media docena de tanques y estaba actuando como una reserva de la brigada; Yair se había retirado de la fortificación y había reunido seis tanques; su oficial de operaciones estaba patrullando el área de Bukata y buscando a los comandos sirios que habían aterrizado en helicóptero esa mañana. Tigre, que combatía en Tel Git, en la carretera principal a Damasco, al norte de la colina «Booster», estaba muy bajo de municiones por lo que solicitó permiso para retirarse para repostar y cargar municiones. Avigdor no autorizó su retirada y le ordenó que usara armas cortas si era necesario, añadiendo: «Tal vez la visión de tanques judíos les asuste y les obligue a replegarse». Poco después, sin embargo, Avigdor cedió al enterarse de que a cada tanque sólo le quedaba un proyectil. Ahora la situación era desesperada. Sin embargo, después de consultar con Raful, Avigdor reunió a sus tropas y la 7.ª Brigada lanzó un contraataque.

Avi llegó con su 7.º Batallón; el campo de batalla estaba cubierto de humo y polvo que hacía prácticamente imposible la navegación. Cuando ascendió la colina se encontró con tanques sirios en las posiciones israelíes. El primer tanque no le vio a causa del humo; una orden rápida a su artillero y poco después el tanque sirio estaba en llamas. Justo cuando estaba intentando comunicarse con el comandante de la brigada, tres tanques sirios avanzaron hacia el tanque incendiado. «Fuego rápido», ordenó. El primer tanque sirio giró lentamente la torreta en dirección a su carro. «¡Fuego, fuego!», le gritó a su artillero, quien no podía ver al tanque enemigo envuelto por el polvo. Mientras emergía de la nube de polvo, el artillero disparó y giró instintivamente. En un minuto y medio cuatro tanques sirios habían sido destruidos a quemarropa. Parte de la fuerza siria se replegó y la brigada volvió a ocupar la colina. Pero los sirios continuaron su avance, dejando atrás los tanques en llamas y capturando territorio metro a metro; largos convoyes esperaban detrás de ellos para entrar en batalla, mientras que docenas de dotaciones de tanques corrían por el campo de batalla buscando nuevos tanques a los que unirse o tratando de huir a través del valle.

En el sector norte, el 1.er Batallón, al mando de Bats, estaba combatiendo con menos de la mitad de sus tanques. Avigdor comenzó a pensar que quizá no sería capaz de contener este avance de las fuerzas sirias, de modo que ordenó a Bats que dejase tres tanques en la defensa de su sector y se moviese hacia el flanco norte de la batalla a fin de hacer frente a la amenaza de los tanques T62 de la Guardia Republicana de Assad, que, utilizando terreno no batido, estaba tratando de avanzar a través del wadi en dirección a El Rom. Cuando esta fuerza se unió a la batalla, Bats resultó muerto. Avigdor ordenó a Avi, a las órdenes del 7.º Batallón, que tomase bajo su mando lo que quedaba de las fuerzas de Bats. Junto con esta fuerza, Avi entró en combate con dos batallones de tanques T62, que ya habían conseguido superar la posición de la 7.ª Brigada y se encontraban a unos 500 metros detrás de ella en el wadi. Maniobrando en el terreno elevado que rodeaba el valle, el batallón de Avi destruyó la fuerza de Assad, que demostró ser muy mediocre en el campo de batalla. Avigdor puso ahora a todas las fuerzas del sector central bajo el mando de Avi. «No se preocupe, señor —dijo Avi, recordando con orgullo sus orígenes yemenitas—, soy un Pantera Negra. No pasarán». Los sirios continuaron avanzando y presionando con desesperación, luchando a distancias de entre 250 y 500 metros contra unos quince tanques israelíes que resistían el ataque y que ahora luchaban desde sus posiciones originales en las rampas, lo que les concedía una considerable ventaja táctica. Los sirios les rebasaron y los israelíes les atacaron por la espalda. El calor de las llamas de los tanques que ardían en el campo de batalla podía sentirse por todas partes; el olor a pólvora y cordita impregnaba la atmósfera.

La 7.ª Brigada, atacada desde todos los flancos, luchaba ahora en un radio de 360 grados. En este punto de la batalla, el control y la identificación resultaban prácticamente imposibles. Cada tanque y cada pequeña unidad libraba su propia guerra privada: los tanques israelíes se mezclaron y se encontraron en medio de un puñado de tanques sirios; los tanques sirios perdieron el rumbo en las posiciones israelíes. La artillería de ambos bandos martilleaba este campo de batalla de pesadilla mientras los sirios luchaban desesperadamente para conseguir romper la defensa israelí. Ahora los israelíes combatían de manera instintiva y apenas consciente, comprendiendo sólo en su subconsciente el significado de lo que estaban haciendo.

Avigdor no pudo escapar a la impresión de que ésta era la última batalla. Por alguna razón que más tarde no fue capaz de desentrañar, no se le pasó por la cabeza retirarse, a pesar del hecho que la brigada había llegado al límite de sus fuerzas en lo que concernía a la capacidad física y mental de sus hombres. Su capacidad logística y su poder de control eran casi inexistentes. Habían estado luchando durante cuatro días y tres noches, sin un momento de respiro o descanso, bajo constante fuego enemigo. Cada tanque, como promedio, disponía sólo de tres o cuatro proyectiles. En el punto culminante de la batalla Avigdor se volvió y habló con su oficial de operaciones. El oficial comenzó a responder pero súbitamente, en medio de su frase, se deslizó al suelo del semioruga, completamente dormido. Avigdor llamó a Raful y le dijo que no sabía si podría seguir resistiendo. Ya bastante aturdido consiguió describirle el estado de su brigada. Raful, sereno y alentador como siempre, le rogó: «¡Por Dios, Avigdor, resiste! Dame otra media hora. Pronto recibirás refuerzos. ¡Inténtalo, por favor, resiste!».

En este momento crítico de la batalla, el teniente coronel Yossi, al mando de una fuerza de once tanques, que era todo lo que quedaba de la Brigada Barak, entró en el área divisional y Raful le dijo que se dirigiese hacia la posición de Avigdor. Yossi había entregado el mando de su batallón en la Brigada Barak el 4 de septiembre y había decidido que su luna de miel no sería nada convencional. De modo que, en compañía de Naty, su flamante esposa, voló al Himalaya. En vísperas de Yom Kippur viajaron en motocicleta hasta la frontera con China. Al regresar a Katmandú para celebrar Yom Kippur, la recepcionista del hotel le dijo: «Usted es de Israel, ¿verdad? Algo está pasando por sus tierras. Tendría que oír las noticias». Yossi y Naty, en una carrera contra reloj y utilizando todos los subterfugios posibles, consiguieron coger un avión para regresar a Israel a través de Teherán y Atenas. Desde la capital griega Yossi llamó a su familia para que le llevasen el uniforme y el equipo al aeropuerto. Mientras se dirigía velozmente hacia el norte poco podía imaginar que le darían el mando de lo que quedaba de su antigua brigada. Entró en el Cuartel General avanzado de Hofi y se enteró de lo sucedido a la Brigada Barak. Era el martes por la mañana.

Cuando Doy llegó al centro de reunión de la Brigada Barak, restos de la brigada comenzaban a llegar de forma intermitente y en pequeñas unidades. Oded, mientras tanto, había evacuado el área de Tel Faris, llevándose consigo unos 140 soldados de infantería que llegaron a pie descendiendo la cuesta de Gamla. Doy y los otros oficiales organizaron equipos técnicos y comenzaron la tarea de recuperar los tanques abandonados en el campo de batalla, al tiempo que las unidades de suministros y mantenimiento empezaron a repararlos. Hacia el mediodía del martes llegó un psiquiatra desde el centro médico de Tel Hashomer para cuidar de los soldados de la Brigada Barak. Miró a los soldados con barbas de varios días, desgreñados, con los ojos hundidos, algunos de ellos quemados y la mayoría ennegrecidos por el humo y las llamas, trabajando en silencio en los tanques averiados y poniéndolos nuevamente en funcionamiento. Era una visión conmovedora y tranquilizadora. Les preguntó qué estaban haciendo y le contestaron que estaban preparando los tanques para devolverlos a la batalla. «Si estos hombres vuelven al campo de batalla, será mejor que olvide todo lo que he aprendido», señaló.

Doy notificó al Cuartel General del Mando Norte que ya disponía de trece tanques preparados para entrar en combate. Organizó las dotaciones, trajo municiones, suplicó que le entregasen algunos morteros y luego se enteró por el Cuartel General que Yossi llegaba para tomar el mando. La noticia de la llegada de Yossi no tardó en extenderse y Shmulick, que había sido su segundo en el mando y que había resultado herido en el primer día de batalla, se escapó del hospital de Safed donde estaba recuperándose de sus heridas y se reunió con su jefe para reincorporarse a la lucha. Consciente del hecho de que debían vengar a sus camaradas de la brigada, Doy dirigió a la fuerza de Yossi hasta el frente a bordo de un jeep. Cuando se acercaban a primera línea recibió órdenes de unirse a la 7.ª Brigada. Yossi oyó por radio que Tigre, en el sector sur del frente de la brigada, se había quedado sin municiones y era incapaz de contener el avance sirio en las laderas de la colina «Booster».

Ahora la fuerza de Tigre disponía de sólo dos proyectiles por tanque. «Señor —comunicó por radio al comandante de la brigada en un tono desesperado—, no puedo resistir más». «Por Dios, resista sólo diez minutos más —le rogó Avigdor—, la ayuda está en camino». Cuando Tigre se quedó sin un solo proyectil para disparar al enemigo, comenzó a llenar sus bolsillos con granadas de mano y se retiró. En ese momento Yossi llegó al «Booster», abrió fuego y el primer choque consiguió destruir unos treinta tanques sirios. Había llegado justo cuando la 7.ª Brigada, con sólo siete tanques en condiciones de combatir de una fuerza original de un centenar, estaba al borde del colapso. Ambos bandos habían luchado hasta llegar a un punto muerto. Avigdor le había dicho a Raful que no podía contener el ataque sirio, pero de pronto llegó un informe procedente de la fortificación A3 (completamente rodeada por los sirios y detrás de las fuerzas de vanguardia sirias) que decía que los convoyes de suministros enemigos estaban dando la vuelta y se retiraban. El ataque sirio había sido frenado y sus fuerzas huían a la desbandada.

Los restos de la 7.ª Brigada, incluyendo los refuerzos de Yossi, totalizaban cerca de veinte tanques. Exhaustos, reducidos a su mínima expresión, muchos de ellos heridos, con los tanques exhibiendo las heridas del combate, iniciaron la persecución de los sirios, destruyendo tanques y vehículos blindados de transporte en plena huida. Cuando llegaron al borde de la zanja antitanque se detuvieron: la brigada había llegado al límite del agotamiento humano.

Avigdor contemplaba el Valle de las Lágrimas al borde de sus fuerzas. Alrededor de 260 tanques y cientos de vehículos blindados de personal y camiones sirios yacían diseminados y abandonados a través de este estrecho campo de batalla entre Hermonit y el «Booster». A lo lejos podía ver la retirada de las fuerzas sirias entre una nube de polvo y humo, con la artillería israelí pisándoles los talones. La voz sosegada de Raful llegó a través de los auriculares mientras se dirigía a la 7.ª Brigada en la red de comunicaciones: «Habéis salvado al pueblo de Israel».

El Ejército israelí puede sentirse orgulloso de muchas batallas, pero muy pocas fueron tan notables y ominosas como la que protagonizó la 7.ª Brigada. Apoyado y fortalecido por la inflexible determinación de Raful, Avigdor había librado una batalla defensiva y de contención que iba a convertirse en todo un clásico. Un elemento fundamental en su éxito fue su extraordinario conocimiento del terreno en el que habría de luchar y el hecho de que los comandantes bajo su mando también se sintiesen como en casa en esa zona del país. Los diferentes comandantes conocían instintivamente las ventajas y desventajas de cada metro de terreno elevado. La zona había sido preparada para la batalla: todos los cuadros de determinación de distancias y las numerosas rampas y posiciones alternativas necesarias en todas las colinas habían sido preparados para obtener la máxima ventaja en una batalla defensiva ante una fuerza que les superaba en número. La altamente entrenada brigada de Avigdor supo aprovecharse de la ventaja que le conferían los preparativos previos.

Había tenido que hacer frente a muchos problemas. Sobre todo, nadie había apreciado con antelación la intensidad de la lucha que habría de librarse sin desmayo de día y de noche, obligando de este modo a las fuerzas israelíes a combatir sin poder descansar, llevando hasta el límite el esfuerzo y la resistencia de los hombres. Los sirios aprovecharon la superioridad de su equipamiento para el combate nocturno y lanzaron ataques todas las noches. Las fuerzas israelíes, que habían controlado los campos de batalla nocturnos en el pasado, ahora se hallaban en franca desventaja. La relación de fuerzas era completamente desproporcionada en relación a los planes previstos, y el alcance y la fuerza de los ataques que los sirios lanzaban en sucesivas oleadas eran de una naturaleza y una envergadura tales que los israelíes no estaban mentalmente preparados. La brigada de Avigdor sufrió las limitaciones creadas por la naturaleza estática de la batalla, lo que significó que el intenso y concentrado fuego de la artillería siria se cobró un precio muy elevado entre las fuerzas israelíes, sobre todo entre sus comandantes. En muchas ocasiones, su vulnerabilidad mientras dirigían el fuego desde las escotillas abiertas de sus tanques bajo un intenso bombardeo enemigo afectó a su capacidad para controlar la batalla.

Avigdor fue consciente desde el principio de que debía impedir a cualquier precio que los sirios alcanzaran la carretera lateral que unía Kuneitra con Masadah. A fin de consolidar este objetivo, libró una batalla defensiva, estática y de contención, empleando en todo momento reservas móviles para proteger sus flancos y bloquear cualquier intento de penetración en la línea de la brigada. El batallón de Yair demostró una gran eficacia en la defensa de las fortificaciones de la línea, que eran muy importantes porque desviaban las fuerzas sirias y también porque los informes que enviaban desde detrás de las líneas enemigas eran impecables. Avigdor mantuvo en todo momento a sus tres batallones estacionados en terreno elevado, controlando el campo de batalla y desplegado hacia la retaguardia. Mediante este método pudo conservar invariablemente el control sobre las áreas donde se libraban los combates. Para anular las ventajas que los sirios tenían al llegar la noche, Avigdor contó con la ayuda de las bengalas lanzadas por la artillería. La brigada combatió en un área que tenía alrededor de 20 kilómetros de ancho por entre 2 y 4 kilómetros de profundidad, mientras que la mayor parte de las fuerzas atacantes sirias se concentraron en un área de unos 10 kilómetros de ancho. Pocos comandantes pudieron dar crédito a la magnitud de la victoria de la 7.ª Brigada hasta que no vieron con sus propios ojos la increíble escena de destrucción y devastación con más de 500 vehículos blindados de toda clase esparcidos por el valle.

La experiencia de la 7.ª Brigada sirvió sobre todo para confirmar el error fatal que habían cometido el Alto Mando israelí y el gobierno al no haber movilizado sus fuerzas a tiempo. La 7.ª Brigada fue inicialmente la única fuerza acorazada israelí organizada contra la cual tuvieron que luchar los sirios. Si el Ejército sirio se hubiese visto obligado desde el principio a atacar a todas las brigadas que finalmente se vieron comprometidas en la defensa de los Altos del Golán, la historia hubiera sido muy diferente. En cambio, las brigadas se incorporaron a la lucha de forma desordenada y en pequeños grupos, en algunos momentos sin estar adecuadamente equipadas, no porque el equipo no estuviese disponible sino porque no hubo tiempo de recogerlo o de montarlo. Si el Ejército sirio se hubiese visto obligado a enfrentarse a toda la fuerza israelí, no hay duda de que toda la «Línea Púrpura» habría sido una serie de Valles de Lágrimas. Después de dos días de lucha, habiéndose estrellado contra la fuerza acorazada israelí, lo que quedara del Ejército sirio se habría visto tratando de contener desesperadamente el avance de las fuerzas israelíes hacia territorio sirio, con las fuerzas de apoyo jordanas e iraquíes aún a varios días de distancia. Si el Ejército israelí en el norte se hubiese movilizado veinticuatro horas antes y hubiera estado preparado para la batalla, como lo estuvo la 7.ª Brigada, el Ejército sirio habría estado condenado al fracaso.