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EN BUSCA DE SOLUCIONES

La propia magnitud y el carácter decisivo de la derrota sufrida por los árabes en junio de 1967, con sus profundas implicaciones para el orgullo, el honor y la dignidad árabes (cuya importancia y significado nunca fueron valorados adecuadamente por los líderes israelíes), fueron los elementos que hicieron inevitable la siguiente guerra. Además, la determinación de Nasser de que «lo que fue arrebatado por la fuerza, debe ser recuperado por la fuerza», se vio reforzada por el compromiso soviético de reconstruir sus fuerzas y proporcionarle todo el apoyo necesario para que consiguiera este objetivo. Inmediatamente después de la guerra de 1967, por lo tanto, el presidente egipcio comenzó a estudiar con absoluta dedicación las razones del éxito israelí. En medio de la euforia provocada por la victoria en Israel, todos los comandantes de división habían hecho públicas por radio las descripciones de sus victorias individuales en el curso de la pasada batalla. Nasser había hecho grabar todas estas transmisiones. Se encerró en una habitación y las escuchó una y otra vez para tratar de identificar cuáles eran los elementos principales que habían contribuido a hacer del Ejército israelí una fuerza de combate tan eficaz. El liderazgo militar israelí —más efusivo que nunca— dejó pocos detalles sin revelar, proporcionando a todo aquél que quisiera sentarse y estudiar, una considerable cantidad de material para la reflexión.

Con la ayuda de la Unión Soviética, Nasser comenzó a reconstruir el Ejército egipcio. En esta ocasión, sin embargo, la reconstrucción no quedó limitada al equipamiento; también se concedió una atención especial a la calidad de los efectivos militares y a la motivación de las tropas. Y, de hecho, en 1973 los israelíes habrían de notar el notable cambio experimentado en la calidad de los oficiales egipcios y en el personal del ejército regular, todo ello como consecuencia de un plan perfectamente concebido para elevar el nivel de las fuerzas egipcias y para dejar de tratarlas poco más que como carne de cañón. Con este propósito los graduados universitarios que habían acabado sus estudios en diferentes campos, como ingeniería, agronomía y magisterio fueron movilizados, enviados a cursos para oficiales y mantenidos en las filas del ejército durante un período de tiempo sin especificar, a sabiendas de que permanecerían en servicio «hasta la batalla». Muchos de los prisioneros tomados por Israel durante la Guerra del Yom Kippur eran licenciados universitarios altamente cualificados a quienes no se les había permitido continuar con sus diferentes profesiones, siendo movilizados y enviados a los cursos para oficiales. Los egipcios que fueron movilizados de esta manera aceptaron su destino, ya que el propósito último de su movilización —la liberación del Sinaí— les fue explicado como un acto de patriotismo, aunque muchos de ellos jamás creyeron que habría una «batalla». Muchos de los oficiales superiores resultaron ser hombres muy jóvenes, de poco más de treinta años, y con el rango de coronel. Los oficiales israelíes que entraron en contacto con los prisioneros egipcios advirtieron de inmediato que el nivel intelectual que exhibía el oficial regular entrenado y formado en el ejército regular era superior al del graduado universitario que había sido reclutado.

En el Ejército egipcio se estaba llevando a cabo un programa intensivo de educación política. A los oficiales se les estimulaba para que estudiasen hebreo y aprendieran todo lo posible acerca del adversario; se estudio cada lección que pudiese ser aprendida de la Guerra de los Seis Días, provocando un cambio radical en el enfoque de las fuerzas egipcias. La inteligencia militar egipcia publicaba una revista mensual en hebreo en la que ofrecía un resumen de los acontecimientos producidos en Israel, enseñando hebreo para principiantes, describiendo, por ejemplo, las actividades desarrolladas por Israel en el continente africano o la historia de la Fuerza Aérea israelí y, en general, introduciendo al soldado egipcio en el escenario israelí. El departamento de orientación moral del ejército producía una corriente permanente de material relativo al conflicto entre árabes e israelíes, en ocasiones con marcados tonos antisemitas.

Después de la Guerra de los Seis Días, Nasser anunció su plan de reanudar la lucha para vengar la derrota sufrida por Egipto y recuperar los territorios perdidos, una decisión que fue posible sólo por la ayuda de la Unión Soviética. El 11 de junio de 1967, como describiría más tarde el propio Nasser, los líderes del Kremlin le habían enviado un mensaje instándole a no rendirse, prometiéndole toda la ayuda que fuese necesaria a fin de poder reconquistar los territorios que Israel había ocupado durante la guerra. La Unión Soviética, un elemento clave en el estallido de la guerra de 1967, estaba ahora dispuesta a entrar en escena, aprovechar lo mejor de un mal acuerdo y sacar ventaja del colapso árabe. Unas semanas más tarde, hacia finales de junio, una misión soviética llegó a Egipto encabezada por el presidente de la Unión Soviética, Nikolai Podgorny, y el jefe del Estado Mayor soviético, mariscal Sajarov. El propósito de esta misión era examinar los problemas causados a Egipto por la guerra y planificar la reconstrucción de las fuerzas egipcias. Durante este encuentro el presidente Nasser solicitó formalmente a la Unión Soviética que asumiera toda la responsabilidad de la defensa aérea de Egipto, sugiriendo que dicha defensa debía ser puesta bajo el mando de un comandante soviético (la fuerza aérea egipcia había sido destruida durante la guerra, por eso los líderes egipcios consideraban que éste era un problema que exigía una solución urgente). Aunque el presidente Podgorny accedió a la solicitud egipcia en ese momento, aquella misma noche informó al presidente Nasser que la Unión Soviética no podía aceptar la responsabilidad de la defensa aérea de Egipto, incluso bajo el mando de un general soviético. Sadat, a quien Nasser había informado de su decisión por teléfono, sospechó en ese momento que la razón de la negativa soviética era la reunión en la cumbre de Glasboro, que se había celebrado aquel mismo día en Estados Unidos entre el primer ministro Kosygin y el presidente Lyndon Johnson. Más tarde, Sadat viajó a Moscú para renovar la solicitud, pero volvió a encontrarse con la negativa de los soviéticos.

A pesar de su negativa a asumir la responsabilidad de la defensa aérea de Egipto, la Unión Soviética accedió a reconstruir y volver a equipar las fuerzas armadas egipcias. Esta operación se realizó en un tiempo récord: seis meses más tarde, un ejército egipcio de aproximadamente el mismo tamaño que el que se había enfrentado a Israel en la mañana del 5 de junio estaba haciendo frente nuevamente a las fuerzas israelíes a través del Canal de Suez. Este rápido resurgimiento no fue sino el comienzo de un proceso que culminaría en la constitución de un ejército de alrededor de 800 000 hombres. En 1968, tan pronto como recibieron el equipo adecuado, los egipcios iniciaron operaciones de acoso limitadas que más tarde desembocarían en la Guerra de Desgaste.

El 21 de enero de 1969, en una entrevista publicada en Al Ahram, el presidente Nasser describió la política militar de Egipto:

«La primera prioridad, la prioridad absoluta en esta batalla, es el frente militar, ya que debemos comprender que el enemigo no se retirará a menos que le obliguemos por la fuerza de las armas. Y no puede haber ninguna esperanza de alcanzar una solución política a menos que el enemigo comprenda que somos capaces de obligarle a retirarse por la fuerza».

El pensamiento de la cúpula política y militar de Egipto quedó aún más claro dos meses después en un artículo publicado en Al Ahram el 7 de marzo de 1969 por Mohamed Hassenein Heikal, el editor de Al Ahram y un escritor que había reflejado con frecuencia en sus textos el pensamiento del presidente Nasser y que, más tarde, también lo haría con Sadat. En este artículo, Heikal afirmaba que puesto que la blitzkrieg (guerra relámpago) le convenía a Israel debido a su territorio, el número limitado de su población, su estado de preparación, su nivel de entrenamiento y sus limitados recursos, los árabes debían planificar una guerra prolongada que debería tener en cuenta la extensión de su propio territorio, su falta de una preparación suficiente, su ilimitada capacidad económica y su ilimitada población en la que la pérdida de 50 000 soldados pasaría inadvertida, a diferencia de lo que le ocurriría a Israel, que perdiendo 10 000 de sus soldados se vería obligado a solicitar el alto el fuego. Heikal concluía su artículo afirmando que la futura guerra con Israel debía durar entre siete y ocho semanas porque, independientemente de la cantidad de territorio que Israel pudiese ocupar inicialmente, acabaría perdiendo una guerra que durase tanto tiempo. Además, Heikal reflexionó en su artículo sobre la importancia de abrir el frente oriental, obligando de este modo a Israel a librar una guerra en dos frentes.

En diciembre de 1969, el secretario de Estado norteamericano, William Rogers, propuso el llamado Plan Rogers. Este plan preveía un tratado de paz entre Israel, Egipto y Jordania que contemplaba una retirada casi total de Israel de los territorios ocupados, dejando abiertas las cuestiones relativas a la Franja de Gaza y Sharm el-Sheikh. Mientras que Israel no se mostró feliz con esta propuesta, el presidente Nasser la rechazó; la actitud soviética ante el plan, con el que parecieron mostrarse de acuerdo al principio, era ambivalente. Entretanto, varias propuestas fueron intercambiadas entre israelíes y egipcios: en mayo de 1970, Golda Meir, la primera ministra de Israel, señaló que para conseguir una paz verdadera Israel estaba dispuesto a hacer concesiones que podrían «sorprender al mundo»; además, Israel estaría dispuesto a negociar no sólo directamente sino también a través de un intermediario. Como respuesta, Nasser indicó que si los israelíes se retiraban de los territorios ocupados, Egipto estaría dispuesto a reconocer el Estado de Israel. Contra este telón de fondo se recortó el segundo Plan Rogers, que tenía como objetivo la declaración de un alto el fuego que condujese a una reanudación de las negociaciones en las que Egipto reconocería la soberanía israelí e Israel retiraría sus fuerzas de los territorios ocupados.

Al principio, la reacción de Nasser fue negativa. Cuando se consideran los acontecimientos políticos producidos en esta etapa, es muy importante no perder de vista el hecho de que se desarrollaban con el trasfondo de una creciente Guerra de Desgaste en la que ambos bandos estaba sufriendo graves bajas. No hay duda de que, en el análisis final, la gravedad de la Guerra de Desgaste estaba haciendo surtir su efecto sobre las decisiones políticas en ambos bandos. El presidente Nasser viajó a Moscú el 29 de junio de 1970 y permaneció en la capital soviética hasta el 17 de julio. (Para entonces ya era un hombre muy enfermo y había viajado a la Unión Soviética no sólo por cuestiones políticas sino para recibir tratamiento médico). Esta visita a Moscú habría de tener un profundo efecto en las relaciones entre Egipto y la Unión Soviética. Según el presidente Sadat, en una entrevista aparecida en Al Hawadess en Beirut el 26 de abril de 1974, la reunión se había celebrado en una atmósfera de engaño en la sala de conferencias del Kremlin, donde Nasser estaba sentado frente a los líderes de la Unión Soviética y había decidido, en un ataque de frustración, retractarse de su decisión inicial y aceptar el Plan Rogers.

Seis meses antes, durante la visita de Nasser a la Unión Soviética en enero de 1970, como consecuencia de los bombardeos en profundidad de la fuerza aérea israelí, los soviéticos habían accedido a aceptar la responsabilidad de la defensa aérea de Egipto. Ellos habían accedido además a las insistentes peticiones de los egipcios de que les proveyeran de aviones capaces de llevar a cabo misiones se bombardeo en territorio israelí; según los egipcios, una fuerza aérea de esas características serviría como elemento disuasorio contra las incursiones de bombardeo israelíes sobre territorio de Egipto. Los egipcios esperaron la llegada de esos aviones junto con un sistema de misiles tierra-aire SAM, pero mientras que los misiles y las tripulaciones llegaron a suelo egipcio, los aviones no lo hicieron. Nasser se estaba impacientando y, según su práctica habitual de tratar de enfrentar a ambos bandos, en su discurso del 1 de mayo de 1970 hizo insinuaciones al presidente Nixon que indicaban una clara tendencia a la moderación. Después de su visita de junio regresó a Egipto como un hombre completamente frustrado. No obstante, como consecuencia del tratamiento recibido en la Unión Soviética, parecía haber perdido veinte años, aunque seguía estando muy enfermo. Sadat describió la forma en que le recibió en el aeropuerto, preguntándole por el resultado de sus negociaciones con los soviéticos. Nasser se limitó a responderle en dos palabras y hablando en inglés: «caso perdido». Más tarde añadió: «He aceptado las propuestas de Rogers».

Nasser veía en su éxito al convencer a la Unión Soviética de que se comprometiera militarmente en la defensa de Egipto en enero de 1970 un paso hacia delante de enorme importancia. Pero durante su siguiente encuentro en Moscú en junio de 1970 comprendió de pronto que, si bien los soviéticos habían enviado fuerzas a Oriente Medio para defender a Egipto, no estaban preparados para obligar a Israel a aceptar una solución impuesta por medios militares. Por lo tanto, el presidente egipcio llegó a la conclusión que la única manera de alcanzar una solución satisfactoria para Egipto sería con la intervención de los norteamericanos. De hecho, cuando Joseph Sisco, el subsecretario de Estado norteamericano, llegó a El Cairo en abril, el primer contacto de naturaleza práctica se produjo con ellos. A pesar de esta circunstancia, sin embargo, había decidido ver qué podía conseguir de los soviéticos. Pero insatisfecho con los resultados obtenidos durante su visita en junio, en el vuelo de regreso a Egipto elaboró un plan de acción que pudiera desarrollarse por mediación de los norteamericanos. A partir de entonces intentaría mejorar sus relaciones con ellos.

El presidente Nasser falleció el 28 de septiembre de 1970. El primer ministro soviético Kosygin, acompañado de un nutrido séquito, se apresuró a volar a El Cairo y pasó una semana en la capital egipcia en un intento por influir en la dirección del nuevo régimen y fortalecer la posición del grupo próximo a Alí Sabri, un vicepresidente claramente prosoviético. Otro asistente menos ilustre a los funerales por el presidente Nasser fue Elliot Richardson, secretario de Salud, Educación y Bienestar norteamericano, quien se reunió discretamente con el presidente Sadat. Éste sería el primero de una serie de contactos entre el gobierno norteamericano y el presidente egipcio.

Hacia finales de 1970, el ministro de Defensa israelí, general Moshe Dayan, presentó un plan para una solución provisional del conflicto entre árabes e israelíes. Israel retiraría sus fuerzas a una distancia comparativamente corta del Canal de Suez, permitiendo que los egipcios lo reabriesen y autorizando la presencia en la margen oriental del personal civil egipcio necesario para llevar a cabo esta operación. Dayan pensaba que la apertura del Canal significaría el establecimiento de un interés creado tanto para los egipcios como para los soviéticos que aseguraría que se mantuviese abierto. Además creía que la desmilitarización del área en la orilla oriental del Canal crearía una zona de separación no sólo entre las fuerzas israelíes y egipcias, sino también —y mucho más importante— entre las fuerzas israelíes y soviéticas. Los contactos entre el presidente Sadat y los norteamericanos se habían estado desarrollando a través de estas discusiones; Sadat estaba en comunicación con el presidente Nixon y un representante egipcio viajó a Washington para desarrollar la idea de un acuerdo parcial en relación al Canal.

A principios de 1971, Sadat concedió una entrevista a Arnaud de Borchgrave, uno de los editores de Newsweek, con quien había entablado una estrecha amistad y que con el tiempo tendría una inestimable influencia en el pensamiento del presidente egipcio. En esa entrevista, Sadat reconoció por primera vez que estaría preparado para reconocer a Israel y vivir en paz con los israelíes. Con esta entrevista en la mano, de Borchgrave voló a Jerusalén y se reunió con varias personas que se mostraron impresionados ante este nuevo giro de los acontecimientos. Fue recibido por la primera ministra Golda Meir y le refirió los detalles de la entrevista que había mantenido con Sadat. La señora Meir le escuchaba con mal contenida impaciencia y le interrumpió en mitad de la conversación para decirle: «Si no me equivoco, usted ha venido a entrevistarme, de modo que, por favor, haga sus preguntas». Al acabar la entrevista, De Borchgrave dijo: «Señora primera ministra, me temo que sus comentarios habrán quedado desfasados cuando se publiquen, porque mientras tanto el presidente Sadat responderá a una sugerencia del embajador Jarring y anunciará que está preparado para firmar la paz». En ese momento, la señora Meir reaccionó sarcásticamente: «No llegará ese día. No creo que eso suceda nunca». De Borchgrave voló de regreso a Nueva York vía Zúrich. En el aeropuerto de Zúrich recibió una llamada: era el corresponsal de Newsweek, que le transmitía una petición desde Jerusalén para que devolviera el texto de la entrevista con Golda Meir para introducir correcciones, ya que Sadat había hecho la declaración que De Borchgrave había anticipado. El hecho de que la señora Meir no corrigiese el texto, sino que se limitase a actualizarlo, confirmó la opinión de De Borchgrave de que la primera ministra israelí había perdido la mejor oportunidad de evitar la guerra.

El 4 de febrero de 1971, Sadat anunció su propuesta de un acuerdo parcial. Contenía muchos puntos similares a la propuesta formulada por Dayan pero difería en cuanto a la naturaleza de las fuerzas egipcias, policiales o militares, que serían autorizadas a cruzar hacia la margen oriental del Canal. Otra área de divergencia se centraba en la cuestión principal de si, como sostenían los israelíes, el tratado sería un acuerdo en sí mismo sin perjuicio de negociaciones ulteriores para llegar a un acuerdo final o, como sostenían los egipcios, formaría parte del acuerdo final que incluía un compromiso previo por parte de Israel de retirar completamente sus fuerzas del Sinaí. No se consiguió ningún avance en las negociaciones debido a la insistencia egipcia de que Israel se comprometiera por adelantado a retirarse del Sinaí. El siguiente movimiento correspondió al doctor Gunnar Jarring, el representante del secretario general de las Naciones Unidas, que fue la persona designada para aplicar la Resolución 242 del Consejo de Seguridad. Jarring elaboró una propuesta propia que se acercaba mucho a las demandas extremas de los egipcios, pero que resultaba completamente inaceptable para Israel. La posición israelí se endureció como consecuencia de la intervención de Jarring.

En 1971, y durante varios meses, prosiguieron las negociaciones acerca de la cuestión de un acuerdo parcial para la zona, pero no se hicieron progresos significativos en este aspecto. El hecho de comprender que un negociador más capaz y decidido que el doctor Jarring podría haber conseguido un principio de solución al conflicto en 1971, sirve para hacer una reflexión sensata sobre la relación de las personalidades en la creación de la historia. Porque en el análisis final, después de la Guerra de 1973, en el acuerdo sobre separación de fuerzas Egipto acabó aceptando gran parte de las propuestas que Israel había formulado en 1971.

El 1 de marzo de 1971 el presidente Sadat realizó la primera de una serie de visitas secretas a Moscú, acompañado de Sharawi Guma, ministro del Interior, y el general Mahmoud Fawzi, ministro de la Guerra. Sadat no tenía suficiente experiencia y se sentía inseguro y los dos ministros que le acompañaban tenían en sus manos gran parte del poder de Egipto, especialmente el primero de ellos, ya que controlaba los servicios de seguridad. Durante la visita a la capital soviética, Sadat planteó la cuestión de los aviones de largo alcance que le habían prometido a Nasser y que nunca habían entregado, un hecho que precipitó la aceptación del Plan Rogers por parte del difunto mandatario egipcio. La respuesta de los soviéticos fue: «Estamos dispuestos a proporcionarle esos aviones a condición de que no sean utilizados sin contar con la aprobación previa de Moscú». Según su informe de la reunión, Sadat estaba horrorizado. A continuación se produjo un duro intercambio de opiniones. Ahora las verdaderas razones de la participación militar soviética en el conflicto con los israelíes comenzaban a estar muy claras para él, y fue entonces cuando cambió su forma de pensar, lo que le llevaría a solicitar la retirada de todos los asesores y fuerzas soviéticos de suelo egipcio en julio de 1972. A su regreso a El Cairo, Sadat convocó al Consejo Supremo de la Unión Socialista Árabe y explicó la historia de sus negociaciones en Moscú, diciendo: «Me negué a aceptar los aviones bajo esas condiciones porque me negué a aceptar una situación en la que, en suelo egipcio, existiese otra voluntad aparte de la mía y de las autoridades políticas de Egipto».

En mayo de 1971, el secretario de Estado norteamericano Rogers, acompañado del subsecretario Sisco, llegó a El Cairo a fin de avanzar las negociaciones para un acuerdo parcial (durante esta visita el secretario Rogers anunció que no tenía ninguna otra petición adicional por parte egipcia después del anuncio hecho por Sadat en febrero de 1971). Durante esa reunión, Sadat aparentemente insinuó a sus visitantes norteamericanos que en Egipto podrían producirse algunos cambios y, de hecho, una semana más tarde, el 14 de mayo, el presidente eliminó a la oposición, compuesta por los miembros del círculo íntimo de Nasser, incluyendo a Alí Sabri, quien encabezaba a los elementos prosoviéticos. Este grupo había elegido a Anuar Sadat como presidente después de la muerte de Nasser porque le consideraban un individuo mediocre, un testaferro fácilmente manejable que haría todo lo que ellos le ordenasen. Pero, a medida que transcurrían los meses, descubrieron que Sadat no era un hombre tan fácil de manipular y que tenía sus propios puntos de vista en materia de política interior y exterior. En consecuencia, el grupo decidió preparar un golpe de Estado característico de Oriente Medio para derrocarle y hacerse con el poder. Sadat, que se mantenía perfectamente informado de las intenciones de los conspiradores, golpeó el primero. Todos fueron arrestados, llevados a juicio y condenados a largas penas de prisión.

En el Kremlin estos acontecimientos produjeron una alarma considerable. Por primera vez en muchos años, un secretario de Estado norteamericano había visitado El Cairo y ahora se producía este golpe, que había afectado a Alí Sabri, uno de los más firmes defensores de la implicación militar soviética en Oriente Medio y en Egipto. El presidente Podgorny voló de inmediato a El Cairo y, al llegar, presentó a las autoridades egipcias el texto del Tratado de Amistad y Cooperación entre la Unión Soviética y Egipto con una vigencia de quince años. Este tratado aseguraba el apoyo soviético a Egipto en su lucha por convertirse en una sociedad socialista; las dos partes se comprometían a no formar alianzas o a ejercer acción alguna contra la otra parte o firmar ningún otro acuerdo internacional que estuviese reñido con los términos incluidos en el tratado. En su reunión con Sadat, Rogers y Sisco habían sugerido que Estados Unidos estaría dispuesto a establecer un acuerdo a expensas de Israel a cambio de que Egipto llegase a un acuerdo parecido con la Unión Soviética. Y, de pronto, de forma absolutamente inesperada, se produjo ese Tratado de Amistad y Cooperación egipcio-soviético que echó por tierra las esperanzas de los norteamericanos. La Casa Blanca pidió una explicación a Sadat; su respuesta fue que Egipto era un país libre para tomar sus propias decisiones.

Cuando la tercera fase del alto el fuego que había comenzado el 7 de agosto de 1970 tocó a su fin en marzo de 1971, Sadat no lo renovó como había hecho las dos veces anteriores. Porque 1971, como anunció el presidente Sadat, sería un «Año Decisivo».

El 6 de julio llegó a Egipto otro representante norteamericano, Michael Sterner, en calidad de jefe de la sección egipcia del Departamento de Estado. Según el contenido de una entrevista posterior concedida a Arnaud de Borchgrave de Newsweek (en la que se informaba detalladamente del relato que Sadat había hecho de las negociaciones entre Egipto y Estados Unidos durante 1971), Sterner informó a Sadat que el presidente Nixon había decidido asumir un papel más activo en la crisis de Oriente Medio, aunque primero quería saber si el Tratado de Amistad y Cooperación firmado entre Egipto y la Unión Soviética había significado algún cambio relevante en la posición egipcia. Sadat le respondió que el tratado no había cambiado absolutamente nada porque era solamente un nuevo marco para unas relaciones que ya existían entre ambos países y accedió a reanudar las relaciones diplomáticas con Estados Unidos después de que se cumpliese la primera fase de una retirada de las fuerzas israelíes dentro del marco de un acuerdo parcial, informando a Sterner que tenía la intención de enviar al personal soviético de regreso a casa al concluir la primera fase de dicha retirada «porque estoy tan interesado como usted en que eso ocurra».

Puesto que durante varios meses no ocurrió nada, aunque Sisco fue enviado a Israel, Sadat llegó a la conclusión de que el acercamiento a Estados Unidos no le estaba produciendo ningún beneficio y, en consecuencia, el 11 de octubre de 1971 voló a Moscú para mantener conversaciones con los tres líderes soviéticos. En el curso de esa reunión consiguió aclarar algunos puntos oscuros que enturbiaban la atmósfera entre los dos países y, a petición de Egipto, se llegó a un acuerdo sobre armamento. Las armas debían ser enviadas a Egipto hacia finales de 1971 para poder tomar «una decisión con respecto a la batalla», según palabras de Sadat. Los egipcios esperaban que los envíos de armamento se iniciaran en octubre, pero hacia mediados de diciembre no había llegado absolutamente nada (el 8 de diciembre de 1971 estalló la guerra entre India y Pakistán y la Unión Soviética se vio obligada a cumplir sus compromisos con el gobierno indio). Sadat notificó a la Unión Soviética su deseo de solucionar la cuestión viajando a Moscú para mantener nuevas conversaciones con el Kremlin; ante su disgusto, los soviéticos le invitaron a Moscú no en enero sino en febrero de 1972.

La visita realizada por Sadat a Moscú en febrero no sirvió para llegar a una conclusión definitiva; dos meses más tarde fue invitado nuevamente para mantener conversaciones antes de la llegada de Nixon a Moscú para una reunión en la cumbre que estaba previsto que se celebrara en mayo de 1972. Para la Unión Soviética la situación era muy delicada. Por una parte estaban desarrollando una posición de distensión internacional con Estados Unidos y, por la otra, Egipto les presionaba para que emprendiesen una acción que era básicamente irreconciliable con la anterior. Durante la reunión, Sadat sostuvo que no habría ninguna posibilidad de tregua en el largo conflicto de Oriente Medio sin una acción militar, si bien podía ver que la Unión Soviética no estaba de acuerdo con esta posición. Sin embargo, los líderes soviéticos sí aceptaron que era necesario que Israel fuese consciente de la fuerza de Egipto y prometieron el envío de armas con este propósito. Las autoridades del Kremlin le aseguraron a Sadat que, una vez finalizadas las conversaciones entre Nixon y Breznev en mayo, iniciarían un vasto programa para aumentar y fortalecer el potencial militar egipcio. Ambas partes compartían la opinión de que, considerando que 1972 era un año de elecciones presidenciales en Estados Unidos y que en ese país no se produciría ningún cambio en cuanto a su política antes de que se celebraran los comicios en noviembre, Egipto debía estar preparado para entrar en guerra inmediatamente después de esa fecha. Según Sadat, los soviéticos se mostraron de acuerdo.

El anuncio hecho después de la cumbre entre Nixon y Breznev en Moscú aludía a un acuerdo mutuo para alcanzar una «relajación militar» en Oriente Medio, a la que seguiría una congelación de la situación. Para Sadat esta declaración significaba que Israel estaría en una posición de supremacía militar. Además, fue esta referencia a una relajación militar, unido al incumplimiento por parte de los soviéticos de los puntos acordados durante la reunión celebrada en abril en Moscú como preparación para la futura guerra, lo que impulsó a Sadat a pedirle al gobierno soviético que retirase a sus asesores y fuerzas de Egipto en julio de 1972. Había llegado a la conclusión de que no podría ir a la guerra con los asesores soviéticos presentes en Egipto y mientras el gobierno soviético jugase con él como lo había hecho el año anterior.

Este movimiento por parte de Sadat coincidió con la insatisfacción del Ejército egipcio con los asesores soviéticos, en cuyas filas había ido aumentando la presión para que se prescindiera de sus servicios. El comportamiento vulgar y torpe de estos hombres había contribuido a crear un profundo antagonismo. Eran reservados, menospreciaban a los oficiales egipcios y les trataban con un desdén apenas disimulado. Todo su sistema y sus puntos de vista eran absolutamente irreconciliables con los de unas personas amistosas y de trato fácil, los comerciantes levantinos y los mercaderes de los souks. Y en nada contribuía a mejorar las cosas el hecho de que en cada batallón, brigada y batería de misiles hubiese un asesor soviético que enviaba informes sobre la actuación del comandante egipcio. Podría llegarse al extremo de afirmar que los oficiales egipcios les odiaban, ya que incluso su religión era objeto de frecuentes burlas por parte de los soviéticos. Después de la guerra, los prisioneros egipcios relataron que en una ocasión, durante una discusión en la que varios oficiales egipcios criticaron el armamento soviético, el asesor perdió los nervios y les espetó: «Si es así, que Alá le traiga armas mejores». Estas palabras provocaron un escándalo y una amenaza de huelga. El incidente llegó hasta el comandante del ejército y el asesor soviético fue inmediatamente reemplazado. El rencor provocado por el comportamiento de los asesores soviéticos entre los militares egipcios tuvo su expresión más gráfica en una serie de artículos firmados por Mohamed Hassenein Heikal en los que describía las razones de la ruptura con los soviéticos. Ellos eran incapaces de comprender, señalaba Heikal, que al tratar con Egipto no lo estaban haciendo con una nación de segundo orden sino con un pueblo que en un momento de la historia había encabezado la civilización y el mundo.

El movimiento realizado por Sadat contra los soviéticos, al tiempo que suscitó la aprensión de aquellos elementos que en Egipto eran partidarios de su presencia en el país, fue recibido con una aclamación sin reservas por parte del Ejército egipcio. Y también fue recibido con satisfacción en Israel, aunque las motivaciones de Sadat fueron completamente mal interpretadas. Los numerosos comunicados israelíes fueron de alivio y satisfacción por la desaparición de los soviéticos de este frente con Israel. Al no apreciar la verdadera razón de la actitud asumida por el presidente egipcio, los israelíes le atribuyeron motivos que estaban muy lejos de ser correctos, un hecho que contribuyó en gran medida al fortalecimiento del «concepto» que jugó un papel vital en el engaño sufrido por Israel.

El eje central del pensamiento político de Sadat seguía siendo la implicación directa de Estados Unidos en el conflicto de Oriente Medio. En ningún momento se apartó de esta línea, si bien ahora se estaba convenciendo gradualmente de que sin una acción militar no sería capaz de iniciar movimientos políticos eficaces en cooperación con Estados Unidos. Sadat, no obstante, se mostraba reacio a provocar una ruptura total con la Unión Soviética. Él contemplaba un alejamiento de la influencia soviética sólo en lo concerniente a la toma de decisiones y a la creciente tendencia del Kremlin a intervenir en la política egipcia. Sadat quería tener las manos libres para tomar en el futuro todas las medidas que considerase necesarias, incluyendo la guerra. Y esa acción estaría subordinada al mantenimiento de una relación práctica con la Unión Soviética. Si los envíos masivos de armas soviéticas se interrumpían, sus planes perderían toda su eficacia.

Como consecuencia de esta situación, en octubre de 1972 el presidente sirio Assad viajó a Moscú y trató de mediar entre Egipto y la Unión Soviética; poco después le siguió el primer ministro egipcio Aziz Sidki, quien aparentemente consiguió convencer a los líderes soviéticos de que las autoridades egipcias no tenían ninguna intención de lanzarse en los brazos de Estados Unidos para perjudicar la posición de la Unión Soviética. El Kremlin accedió a frenar el proceso de deterioro de las relaciones entre ambos países y, poco tiempo más tarde, los asesores militares regresaron a Egipto. (Este nuevo contingente se unió a aquellos asesores e instructores que habían permanecido en el país después de julio de 1972). Los soviéticos habían levantado en Egipto una impresionante maquinaria de guerra y, obviamente, no tenían ninguna intención de abandonarla; en cambio, comenzaban a adaptarse a la nueva situación de una manera característicamente pragmática.

Durante este período, la posición personal de Sadat sufrió un paulatino debilitamiento. Al acabar 1971, el «Año Decisivo», sin que se produjese ningún acontecimiento significativo, el presidente se convirtió en el hazmerreír de todo el país. Sus frágiles excusas acerca de la guerra entre India y Pakistán y otras explicaciones para su fracaso por no haber ido a la guerra aguzaban el ácido ingenio de los cairotas. Su imagen era la de un hombre estúpido que estaba al frente de una titubeante sociedad egipcia profundamente desmoralizada y en la que la credibilidad del gobierno estaba por los suelos. La impresión que se tenía en el exterior era la de un régimen extraordinariamente preocupado por sobrevivir mes a mes. Los observadores políticos examinaban estrechamente estos acontecimientos a fin de evaluar qué personalidad podía surgir como alternativa a Sadat; la sensación era que Sadat permanecía en el poder faute de mieux (a falta de algo mejor) y la pregunta era cuánto tiempo más podría la economía egipcia seguir soportando esa pesada carga de gastos militares y las tensiones inherentes a una situación de «no paz, no guerra».

Mediante los términos de un acuerdo firmado con Egipto, renovable en marzo de 1973 al cabo de cinco años, la Unión Soviética disfrutaba de ciertas facilidades en los puertos egipcios para su flota del Mediterráneo. La importancia de estas ventajas, apoyadas por una infraestructura capaz de alojar a los barcos soviéticos y proceder a su reparación, resulta obvia en el contexto del crecimiento de la actividad naval soviética en el Mediterráneo durante la década anterior. En diciembre de 1972, de acuerdo con las disposiciones del tratado, ambas partes se vieron obligadas a renegociarlo. El general Ahmed Ismail, el nuevo ministro de la Guerra egipcio, se reunió con las autoridades militares soviéticas destacadas en la embajada de El Cairo y les comunicó la intención de Egipto de renovar el acuerdo. Poco tiempo después, a comienzos de 1973, Ismail visitó la Unión Soviética, y también lo hizo Hafez Ismail, uno de los consejeros de Sadat. Estas visitas demostraron ser fructíferas desde el punto de vista egipcio, accediendo la Unión Soviética a las peticiones egipcias relativas al suministro de armas. Los soviéticos habían decidido aprovechar al máximo la situación creada y proveer a los egipcios de la tecnología que estaban buscando. Inmediatamente después del regreso de Ismail a Egipto, el material soviético comenzó a fluir en dirección a El Cairo.

A comienzos de 1973, el gobierno de Estados Unidos inició negociaciones con los gobiernos de Arabia Saudí y Kuwait para el suministro de cazabombarderos Phantom destinados a sus respectivas fuerzas aéreas; este hecho pasó comparativamente inadvertido pero no hay duda de que debe ser considerado como uno de los principales elementos de la intensificación del conflicto en el área. El hecho de que, por primera vez, los norteamericanos indicasen su disposición a suministrar equipamiento de tecnología avanzada a los estados árabes, además de hacer lo mismo con los israelíes, creó en la Unión Soviética la sospecha de que Estados Unidos estaba entrando en una carrera en ese terreno específico en el que los soviéticos consideraban que llevaban la voz cantante y donde habían comprometido a varios estados árabes. En realidad parece que las negociaciones de los norteamericanos con los árabes tuvieron cierta influencia sobre la disposición de la propia Unión Soviética para intensificar su participación y suministrar un tipo de equipamiento que nunca antes había proporcionado a ningún país fuera de la Unión Soviética.

Las autoridades egipcias habían vivido durante años obsesionadas con la superioridad aérea israelí, que se había manifestado de una forma dramática en suelo egipcio durante la guerra de 1967 y que había alcanzado su máxima expresión durante las profundas incursiones de enero de 1970. Los planificadores militares egipcios habían mantenido durante todo ese tiempo que no podían embarcarse en una guerra con Israel hasta que sus fuerzas aéreas no contasen son bombarderos avanzados, de alcance medio o cazabombarderos como el MiG 23, el Phantom, el Jaguar o el Mirage, que pudiesen poner en peligro los grandes centros de población israelíes y, sobre todo, atacar los aeródromos en suelo israelí. Esto se sabía en Israel y representó la base de la evaluación realizada por su inteligencia en el sentido de que los egipcios no alcanzarían este requisito previo hasta 1975 y, por lo tanto, era improbable que se declarase una guerra antes de esa fecha. Los egipcios no estarían satisfechos sin una fuerza de bombarderos adecuada para atacar de forma simultánea todos los campos de aviación de Israel. Sadat, sin embargo, consideraba que no podía esperar hasta 1975 para que esta fuerza estuviese operativa: desde un punto de vista interno era dudoso que pudiese mantenerse en el poder todo ese tiempo sin realizar ningún movimiento. Sus insistentes peticiones a los soviéticos se habían concentrado en el suministro de aviones de combate del tipo MiG 23, que contaba con la tecnología soviética más avanzada. Pero la Unión Soviética temía que en caso de guerra pudiese caer en manos de Israel o de Occidente. Como alternativa a estos aviones, Sadat solicitó un sistema de misiles tierra-tierra de alcance medio cuya mera presencia en suelo egipcio pudiese disuadir a Israel de intentar llevar a cabo bombardeos en profundidad. La visita del general Ahmed Ismail a Moscú a principios de 1973 representó el punto de inflexión en este proceso.

En marzo de 1973, después de la visita de una delegación militar soviética del máximo nivel a El Cairo, la Unión Soviética comenzó los envíos a Egipto del misil tierra-tierra Scud. Este misil, capaz de llevar una cabeza de alto poder instantáneo o una cabeza nuclear, posee un alcance de casi 300 kilómetros y desde Egipto podía alcanzar centros de población en Israel, es decir, que la principal exigencia de los egipcios para ir a la guerra había sido satisfecha por los soviéticos. Sadat pensaba que con este poderoso elemento de disuasión en su poder podría reemplazar el elemento de disuasión que hubiese significado una fuerza de bombarderos de alcance medio y declaró públicamente que su decisión final de entrar en guerra con Israel había sido tomada en abril de 1973 —fecha de la llegada a Egipto de las primeras remesas de misiles Scud— pero, en verdad, la decisión final que llevó a la guerra fue tomada en el Kremlin por aquéllos que decidieron suministrar el Scud a los egipcios.

Paralelamente a estas actividades, en marzo de 1973 (después de la inauguración del mandato presidencial del presidente Nixon), Sadat envió a Washington a Hafez Ismail, su consejero sobre asuntos de seguridad. El propósito de su visita era convencer a los norteamericanos para que ejercieran presión sobre los israelíes. Nixon, que recibió a Ismail en la Casa Blanca, afirmó supuestamente que estaba dispuesto a ejercer su influencia sobre las autoridades israelíes a cambio de concesiones por parte de Egipto que superaban ampliamente el contenido del Plan Rogers. En vista de ello, Sadat llegó a la conclusión de que no había otra alternativa que ir a la guerra para romper el punto muerto al que había llegado la situación. Como habría de explicar Heikal en una entrevista concedida a Der Spiegel después de la guerra, nadie pareció atribuir demasiada importancia al fracaso de la misión de Ismail en Washington. No hay duda de que ese hecho tuvo una influencia decisiva en las decisiones que se tomaron más tarde.

Aquel mismo mes, Sadat anunció que asumía el cargo de primer ministro además de conservar la presidencia a fin de preparar a Egipto para una confrontación total con Israel. El 9 de abril concedió una nueva entrevista a Arnaud de Borchgrave en la que se lamentaba de que el presidente Nixon se hubiese negado a presionar a Israel durante su encuentro con Hafez Ismail y pidiera una declaración acerca de la legítima posición del caso israelí y para la desmilitarización del Sinaí.

Ustedes, los norteamericanos, siempre usan sus computadoras para resolver las ecuaciones geopolíticas y esas máquinas siempre los engañan. Ustedes simplemente se olvidan de alimentar la computadora con psicología (egipcia). Ahora ha llegado el momento de las decisiones […] ha llegado el momento de pasar a la acción. La diplomacia seguirá antes, durante y después de la batalla […] en este país se están movilizando todos los recursos para reanudar la batalla […] que hoy es inevitable […] los rusos nos están suministrando todo lo que pueden proveernos y ahora me siento muy satisfecho.

De Borchgrave regresó a Washington armado con esta entrevista. Y aunque refirió los detalles de su reunión con el presidente egipcio a muchas figuras importantes del Senado, el Congreso y el Departamento de Estado, nadie estaba dispuesto a creerle. Todos ellos eran de la opinión que Sadat se estaba echando un farol. Todos excepto el doctor Henry Kissinger, quien, según De Borchgrave, fue la única persona en Washington que creyó la historia y reaccionó seriamente ante las intenciones expresadas por Sadat. Kissinger dijo: «Yo también espero que suceda algo realmente grave», y opinó además que, en la inminente guerra en Oriente Medio, el petróleo sería un arma muy poderosa. Después de haber mantenido estas dos reuniones con Sadat y Kissinger, De Borchgrave publicó su ahora histórico artículo.

En muy pocas ocasiones el primer mandatario de un país dispuesto a entrar en guerra anunció tan claramente sus intenciones al mundo y a todas las partes interesadas. Pero aunque en los círculos de la inteligencia israelí se tomó nota de sus declaraciones, la evaluación de la situación general siguió condicionada por la premisa de que Sadat no estaría en condiciones de cumplir su amenaza hasta que los egipcios no hubiesen resuelto el problema de la fuerza de bombarderos que necesitaban para llevar adelante sus planes. Los servicios de inteligencia israelíes continuaron sosteniendo que estas declaraciones eran típicas de la tendencia de Sadat, exhibida ya en otras ocasiones, de llevar las cosas al borde de la guerra. Según ellos, Sadat no superaría ese límite.

Quizás el mayor éxito de Sadat fueron sus logros en el mundo árabe. Fue atacado, injuriado, ridiculizado públicamente por el famoso «Año Decisivo», pero nunca reaccionó y jamás criticó a ningún líder árabe. Sadat consiguió que sus hermanos árabes no sospecharan de sus intenciones, una situación que había rodeado a Nasser durante toda su vida. Mantenía excelentes relaciones con el rey Faisal de Arabia Saudí, haciendo hincapié en las tradiciones, la religión y el Islam y, al mismo tiempo, con el coronel libio Muamar Gadafi y sus peculiaridades. Cuando Gadafi le ofreció su apoyo, Sadat acudió al rey Faisal en busca de consejo: ¿debía caer en brazos de Gadafi, un lunático inestable que pregonaba contra todos los regímenes tradicionales de Oriente Medio? La reacción de Faisal consistió en acercar aún más a Egipto y desarrollar una intensa colaboración entre ambos países.

Durante seis años, período en el cual se produjeron en el mundo árabe numerosos intentos para movilizar el arma del petróleo, el rey Faisal mantuvo que la guerra con Israel era una cosa y otra muy distinta la explotación del petróleo como un arma. Gradualmente, sin embargo, se creó una psicosis internacional alrededor del problema del petróleo, un hecho directamente relacionado con la creciente riqueza económica mostrada por los estados productores de petróleo que, en caso de que fuese necesario, podrían renunciar a una parte de las enormes sumas pagadas en concepto de regalías, especialmente si se consideraba que se podía recibir más dinero por menos petróleo. La política de Arabia Saudí fue revisada en mayo de 1973 y, de forma paulatina, se forjó la coalición entre Egipto y Arabia Saudí para esgrimir el arma del petróleo. En el curso de sus conversaciones, Sadat convenció al rey Faisal de que sin la fuerza unificadora de una guerra no sería posible desarrollar el arma del petróleo; y, a fin de crear el arma del petróleo para fomentar los objetivos de la guerra árabe, era esencial entrar primero en guerra. En este movimiento, el rey Faisal congregó junto a él a Kuwait y los emiratos del petróleo del golfo Pérsico. Los servicios de inteligencia israelíes observaron este nuevo cambio en la política, pero cometieron el error de no relacionarlo con los acontecimientos militares que se estaban produciendo en la región.

Aquel mismo mes de mayo, el ministro de Asuntos Exteriores egipcio visitó Moscú. Un comunicado hecho público al término de su visita aseguraba el apoyo soviético a los esfuerzos egipcios para «liquidar los efectos de la agresión». La posibilidad de una acción militar no fue descartada. Un mes más tarde, sin embargo, se celebró la segunda reunión en la cumbre entre el presidente Nixon y el primer ministro soviético Léonid Breznev. Sadat consideró las decisiones que se tomaron en esta conferencia como un deseo de ambas potencias de congelar el problema de Oriente Medio e inclinarse hacia una postura de relajación militar. No obstante, mientras se celebraba esta reunión en la cumbre, totalmente abocada a la causa de la distensión, estaba en marcha una masiva transferencia de armas y misiles soviéticos a Egipto y un programa intensivo para suministrar a los sirios el sistema de misiles tierra-tierra que habían exigido como condición previa para embarcarse en la guerra.

Al menos en dos ocasiones antes de este momento, los planes egipcios para atacar a las fuerzas israelíes habían estado muy avanzados y a punto para ser puestos en práctica. A finales de 1971, se planeó un ataque a Sharm el-Sheikh en el que debían intervenir cincuenta bombarderos. Pero entonces estalló la guerra entre India y Pakistán y Sadat canceló la operación bajo el supuesto de que nadie en el mundo prestaría atención a una guerra en Oriente Medio cuando se estaba librando una lucha sin cuartel en Asia. La segunda acción fue planeada para octubre de 1972. Sadat ordenó al entonces ministro de la Guerra, general Mohamed Sadeq, que lanzara una brigada paracaidista sobre el Sinaí y defendiese una cabeza de puente entre una semana y diez días. Mientras tanto, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas convocaría una sesión, Libia interrumpiría el suministro de petróleo y se ejercería presión sobre Washington para que obligase a Israel a retirarse de los territorios árabes ocupados. Pero el general Sadeq se opuso a esta operación mostrando su rechazo a sacrificar unas tropas escogidas que serían aplastadas con toda seguridad por las IDF. Sostenía que el frente interno egipcio no estaba preparado aún para la guerra y que debían llevarse a cabo unos preparativos mucho más amplios para la defensa de Egipto antes de entrar en guerra con Israel.

Dos meses más tarde, Sadat destituyó a Sadeq, un general que gozaba de gran popularidad en Egipto y el principal impulsor de la salida de los asesores soviéticos de suelo egipcio. Según De Borchgrave, Sadat era consciente del hecho de que tal vez no consiguiera sobrevivir a otra derrota a manos de los israelíes y, sin embargo, se había convencido de que Egipto tenía poco que perder si se reanudaba la lucha. Su razonamiento era que si Egipto sufría un desastre ante los israelíes, sería una pérdida similar a la derrota sufrida por los comunistas vietnamitas durante las ofensivas de 1968 y 1972: una derrota militar pero una victoria psicológica.

El general Ahmed Ismail fue designado sucesor de Sadeq y recibió instrucciones de prepararse para la guerra. Ismail había ejercido el mando del frente de Suez en julio de 1967 después de la debacle y, por lo tanto, estaba familiarizado con los problemas militares que presentaba este frente. Se oponía a una reanudación de la Guerra de Desgaste porque resultaba obvio que Israel no permitiría que fuesen los árabes quienes dictasen cuál sería el terreno donde se libraría la batalla y que, en esta ocasión, la reacción israelí sería mucho mayor que antes. Después de haber considerado otra serie de posibilidades, Ismail llegó a la conclusión de que el ataque inicial egipcio debía ser masivo; de hecho, tendría que ser el ataque más masivo que las fuerzas egipcias fuesen capaces de montar. Pocos meses más tarde fue nombrado comandante en jefe de la Federación Árabe, que comprendía nominalmente a Egipto, Siria y Libia, lo que significa que él sería el encargado de coordinar las fuerzas egipcias y sirias.

Al analizar los problemas con los que debía enfrentarse, el general Ismail se dio cuenta de que Israel contaba con cuatro ventajas: superioridad aérea, capacidad tecnológica, un nivel elevado de preparación y, según su opinión, la garantía de contar con suministros procedentes de Estados Unidos. Pero también consideraba que Israel tenía algunas desventajas básicas: extensas líneas de comunicaciones en varios frentes, incapacidad para asumir un severo número de bajas debido a su escasa población o para embarcarse en una guerra prolongada a causa de su debilidad económica; a este panorama había que añadirle las desventajas inherentes a su exceso de confianza y a su complejo de superioridad.

Los árabes habían estudiado con gran detalle las lecciones de la guerra de 1967 y habían analizado cada punto de la superioridad israelí a fin de dar una respuesta eficaz. La primera conclusión a la que llegaron fue que había sido un error haber invitado a los israelíes a que lanzaran el primer ataque en 1967; ellos serían quienes lanzarían el primer ataque en 1973. El alcance y la intensidad del ataque israelí en 1967 les habían sorprendido. Esta vez serían ellos quienes lanzarían todo lo que tenían en ese primer ataque. En 1967 habían fracasado en su intento de librar una guerra simultánea en varios frentes, permitiendo de ese modo que Israel afrontase los diferentes elementos de la guerra a su antojo; esta vez ellos coordinarían las grandes ofensivas siria y egipcia y emplearían las demás fuerzas árabes, incluyendo las jordanas, como reserva. Obviamente, la primera y más importante consideración era el suministro de todas las armas necesarias para la guerra; este extremo quedó asegurado durante la visita del general Ismail a Moscú y la visita de una delegación militar soviética de alto nivel a El Cairo a principios de 1973.

La coordinación con los sirios comenzó en febrero de 1973 con la visita de Ismail. Durante tres meses, el frente sirio había sido el escenario de violentos enfrentamientos a raíz de las reacciones israelíes a las actividades terroristas de los palestinos a través de las fronteras con Siria y el Líbano. La reacción israelí fue intensa y masiva. De pronto, después de una operación israelí en enero de 1973, la actividad en el frente se tranquilizó. No se produjo siquiera una reacción terrorista por parte de los palestinos. Los israelíes evaluaron estos hechos como una situación que debía aumentar el grado de confianza ya existente entre sus fuerzas, ya que resultaba evidente para ellos que, como resultado de su actividad, los sirios habían sido expulsados de la guerra; en realidad, el motivo de la calma que reinaba en la frontera se debía a que Siria se estaba preparando para la guerra.

Entretanto, el general Ismail había decidido que, cuando se produjese, el ataque egipcio tendría lugar a lo largo de todo el frente del Canal de Suez, una distancia de 180 kilómetros. Ese plan no daría ninguna pista a los israelíes en cuanto al ataque de penetración principal de las fuerzas enemigas y, en consecuencia, impediría que pudiesen concentrarse para repelerlo obligándoles a retrasar su contraataque mientras estaban ocupados buscando el lugar del ataque principal. Esta acción, además, serviría como respuesta al problema planteado por la superioridad aérea israelí, obligándoles a repartir su poder aéreo a lo largo de un extenso frente.

En enero de 1973, el Consejo de Defensa Árabe elaboró un plan general unificado para llevar a cabo una acción política y militar contra Israel. Ese mismo mes, el presidente Sadat visitó al presidente Tito. (Después de la guerra, los yugoslavos explicaron que los derechos de vuelo que habían garantizado a los soviéticos durante la guerra se debieron a la insistencia de Sadat y no de la Unión Soviética). En febrero, Sadat ordenó un informe que aconsejase cuáles eran los mejores días para el cruce del Canal. El Director de Operaciones, general Gamasy, le presentó el informe manuscrito, recomendando tres grupos de días: en la segunda mitad de mayo, en septiembre y en octubre.

Poco después del fracaso de la misión de Hafez Ismail en Washington en marzo de 1973, el ministro de la Guerra Ahmed Ismail visitó Damasco. Sadat tomó ahora su decisión final de ir a la guerra, haciendo planes para mayo de ese año (ya en enero había dado instrucciones al jefe de Estado Mayor egipcio, general Shazli, para que planease el cruce del Canal y que preparase otros planes operativos). Sin embargo, en mayo dio órdenes de postergar el ataque hasta octubre. Al explicar más tarde este retraso, Sadat dijo:

«De hecho, yo había planeado lanzar la operación en mayo, pero entonces los rusos fijaron la fecha para la Segunda Conferencia en la Cumbre con Nixon a celebrar en Washington también en mayo y, por razones políticas que no es necesario revelar en este momento, tomé la decisión de posponer la fecha para el grupo de días en septiembre o para el tercer grupo en octubre».

En aquella época, en mayo, el Ejército egipcio había hecho considerables preparativos para cruzar el Canal. Los servicios de inteligencia israelíes advirtieron estos preparativos, pero siguieron sosteniendo que Sadat, como era su costumbre, iría hasta el borde de la guerra y luego se retiraría. El jefe del Estado Mayor israelí, general Elazar, no aceptó esa evaluación de la situación y ordenó una movilización parcial con un coste de aproximadamente 11 millones de dólares. Pero el ataque egipcio no se materializó y la inteligencia israelí, tal vez no de un modo específico, declaró: «Se lo dijimos». Esta reivindicación de la estimación realizada en mayo sería un factor fundamental en la evaluación errónea de los israelíes en octubre.

El ministro de la Guerra egipcio visitó nuevamente Damasco el 8 de mayo y se sucedieron frecuentes encuentros de líderes egipcios y sirios durante los meses de verano. En junio, Sadat voló a Damasco para mantener conversaciones con Assad y, a principios de septiembre, ya se habían elaborado los detalles completos de la cooperación militar entre ambos países.

Entretanto, los egipcios enviaron señales al rey Hussein de Jordania indicando su voluntad de reconciliación. Hussein había sido enviado virtualmente al ostracismo por el resto del mundo árabe después de la guerra civil jordana en septiembre de 1970 y las luchas de 1971, cuando fueron aplastados los últimos focos de terroristas palestinos. La situación se complicó aún más por el asesinato en El Cairo de Wasfi Tel, el primer ministro jordano y amigo íntimo del rey Hussein, a manos de un grupo de terroristas palestinos. Sadat no persiguió a los asesinos, una omisión que Hussein no pudo perdonar. En marzo de 1972, Hussein lanzó un plan para constituir una Jordania federal, uniendo la orilla Occidental a Jordania después de la evacuación israelí. Este plan implicaba la paz con Israel y Egipto reaccionó cortando las relaciones diplomáticas con Jordania. No debe sorprender, por lo tanto, que los sondeos egipcios iniciados a principios de 1973 tuvieran una buena acogida por parte del rey Hussein (que estaba ansioso por romper su aislamiento en el inundo árabe), por lo que enviados jordanos visitaron El Cairo y Damasco durante los meses de verano.

En agosto, un representante personal de Sadat, Hassan Sabri Al Khouli, visitó Ammán, y a su regreso afirmó en Radio El Cairo que habían examinado «la causa por la que trabajamos a todos los niveles, a saber, la batalla». La aparición de Mustafá Tlas, el ministro de Defensa sirio, en Ammán el 29 de agosto debió hacer sonar las alarmas en muchos lugares, especialmente en Israel, ya que las relaciones de Jordania con Siria habían sido virtualmente inexistentes y, en el mejor de los casos, tensas y poco amistosas.

El 12 de septiembre se celebró una reunión en El Cairo entre los líderes de los Estados de la primera línea: Egipto, Jordania y Siria. Se publicaron fotografías del rey Hussein y de los presidentes Sadat y Assad en una amable conversación. Se restablecieron las relaciones entre Jordania y Egipto y Jordania y Siria, mientras que también se analizó la reanudación de la ayuda económica de los Estados petroleros a Jordania. En esa reunión, el rey Hussein no participó del secreto del ataque (más tarde, el rey jordano explicaría que nadie le había consultado antes del estallido de la guerra), pero se le dieron algunos datos generales relativos a la preparación de ese ataque, y se le dijo que un acuerdo con él resultaba vital a fin de asegurar el flanco sur de las fuerzas sirias e impedir así que Israel pudiese atacar a Siria a través del norte de Jordania. La reacción del monarca jordano fue de prudencia y vacilación, teniendo en cuenta su lamentable experiencia con sus aliados árabes en 1967, cuando había sido dejado en la estacada por ellos y, como consecuencia de ello, había perdido la mitad de su reino. Era consciente del odio que le profesaban los palestinos pero, aun así, dejó que muchos de ellos salieran de sus prisiones. Parecía que, a raíz de todo lo que se había publicado acerca de la actitud de Hussein durante la guerra, su activa intervención en la batalla contra Israel estaba condicionada a la conquista previa de los Altos del Golán por parte de los sirios. Como mal menor y a fin de protegerse de las críticas árabes, durante la guerra envió dos brigadas blindadas encuadradas en el Ejército sirio.

En agosto, Sadat había mantenido una reunión con Yasser Arafat y los jefes de la Organización para la Liberación de Palestina en El Cairo. En esta reunión les comunicó su decisión de emprender la guerra contra Israel, preguntándoles a continuación cuál sería el papel que desempeñarían ellos en el conflicto y sugiriéndoles que aportasen las fuerzas necesarias para desplegarlas a lo largo del Canal. Las autoridades palestinas no le tomaron demasiado en serio. Después de todo, Sadat llevaba años hablando de una guerra inminente y, hasta el presente, no había sucedido absolutamente nada. Arafat y los demás regresaron a Beirut, donde el anuncio de Sadat fue discutido y analizado en el curso de una sesión urgente del Comité Ejecutivo de la OLP que se prolongó durante nueve horas. Los asistentes fueron informados de que el propósito de Sadat era conseguir que Estados Unidos presionase a Israel. Poco después comenzaron a filtrarse detalles de la conversación mantenida por Sadat con los palestinos y en los cafés de Beirut los comentarios escépticos y divertidos sobre aquella reunión fueron incesantes. El 21 de septiembre apareció un artículo sobre la reunión en el principal periódico de Beirut, el Al Nahar. Pero aunque fue recogido por la agencia Associated Press, que lo distribuyó por todo el mundo, nadie le prestó demasiada atención.

Entretanto, durante los meses de verano, la Unión Soviética suministró los dos elementos que eran fundamentales para iniciar la guerra según los planificadores árabes y sus asesores soviéticos. Los Ejércitos egipcio y sirio recibieron los misiles tierra-tierra capaces de alcanzar objetivos civiles israelíes: en Siria los misiles FROG estaban preparados para entrar en acción; en Egipto, los misiles Scud, junto con sus dotaciones soviéticas, también estaban preparados. Además, el sistema de misiles tierra-aire que, en opinión de los soviéticos, neutralizaría la superioridad aérea israelí en la línea del frente —la principal obsesión árabe— fue enviado a Siria como parte de un programa intensivo durante los meses de julio y agosto. En la línea del frente y en las inmediaciones de las principales ciudades, la Fuerza Aérea israelí sería neutralizada por un sistema de misiles tierra-aire que actuaría a modo de paraguas sobre el avance de las fuerzas árabes, mientras que los misiles tierra-tierra que apuntaban hacia objetivos en el centro de Israel actuarían como elemento disuasorio para que la Fuerza Aérea de Israel no realizara misiones de bombardeo en territorio egipcio.

La respuesta a la amenaza aérea israelí, la coordinación con Arabia Saudí para el empleo del petróleo como arma de guerra, la coordinación con otros países árabes a fin de asegurar refuerzos adicionales, la protección del flanco sur sirio en su frontera con Jordania, la continuidad de los suministros soviéticos y los arreglos para obtener apoyos políticos fueron factores cuidadosamente planeados. El plan de Sadat estaba adquiriendo una forma concreta. La guerra era ahora una realidad.