LECCIONES E IMPLICACIONES
Aunque parezca a todas luces paradójico, los errores básicos cometidos por los israelíes durante la Guerra del Yom Kippur se derivaron de su victoria en la Guerra de los Seis Días. Nunca se evaluó de manera correcta que, en aquella guerra, las Fuerzas de Defensa de Israel habían atacado a un Ejército egipcio desplegado de una manera comparativamente precipitada, con el resultado de que los comandantes israelíes habían acabado la guerra convencidos de que era posible conseguir cualquier cosa que se propusieran si disponían de un tanque y un avión y, por ese motivo, construyeron sus fuerzas armadas de un modo desequilibrado.
Los egipcios se dieron cuenta de que, en una nueva guerra contra los israelíes, su problema consistiría en cómo neutralizar la acción de los tanques y aviones enemigos y cómo ralentizar el proceso de crecimiento del potencial de reserva de las Fuerzas de Defensa israelíes. Su respuesta fue un paraguas de misiles, una masa concentrada de armamento antitanque y una sorpresa estratégica que obligasen a las IDF a reaccionar de forma gradual. Pero los israelíes no construyeron sus fuerzas para responder a este concepto, sino que decidieron ignorarlo, adoptando en cambio un concepto fijo propio y basado en la experiencia obtenida en el conflicto previo. Por ejemplo, puesto que los semiorugas empleados durante la Guerra de los Seis Días habían sido inadecuados desde el punto de vista de sus prestaciones en el desierto y campo a través y no podían ir al paso de los tanques, los comandantes de las fuerzas acorazadas tendían ahora a descartar la infantería de sus planes. Como resultado de esta situación, mientras que la infantería formaba parte integral del sistema defensivo egipcio, los tanques israelíes atacaban las posiciones enemigas sin contar con infantería ni morteros, en ocasiones librando batallas ruinosas. La infantería israelí carecía de movilidad, y su armamento —con escasas excepciones— no podía rivalizar con el equipo soviético. (Su capacidad antitanque se había visto reducida de forma drástica debido al supuesto básico mantenido en el seno de las IDF de que la mejor respuesta a un tanque es el tanque).
Asimismo, habiendo sufrido durante años la superioridad israelí en el combate nocturno, las fuerzas árabes explotaron ahora todos los modernos avances tecnológicos en este campo a fin de equipar a sus fuerzas. Como el pensamiento israelí ponía el acento en tanques y aviones, que no son precisamente armas ideales para el combate nocturno, la cuestión de la lucha nocturna —previamente el fuerte de Israel— fue ignorada e Israel, con pocas excepciones, no hizo nada espectacular en la lucha nocturna durante la guerra. La ausencia de equipo para la lucha nocturna podría explicarse en parte como una consecuencia lógica de la falta de presupuesto. Pero esto no puede disculpar la falta de conciencia en el Ejército en relación a la guerra nocturna, y el uso inadecuado de las excelentes unidades de comandos y paracaidistas de Israel para resolver los problemas que debían resolver las fuerzas acorazadas. Un ejemplo clásico de esta situación fue el intento fallido de la 7.ª Brigada (en el que las fuerzas israelíes sufrieron graves bajas) de capturar Tel Shams en territorio sirio mediante un ataque blindado frontal, mientras que la misma posición fue tomada la noche siguiente por un batallón paracaidista que sólo sufrió cuatro heridos.
Las lecciones de la guerra dictan la conversión de las fuerzas terrestres en un gran equipo de combate integrado por las diferentes armas y controlado por un único Cuartel General. Debería haber dos tipos de equipos: uno en el que dominasen las fuerzas acorazadas y otro en el que la infantería fuese la fuerza predominante.
También se cometió el fallo de no tener en cuenta los datos de inteligencia disponibles —como el referido al misil antitanque Sagger—, aplicando sus lecciones en términos operacionales y organizativos. Un ejemplo más serio de este fallo fue el hecho de que la Inteligencia israelí tuvo conocimiento de un plan de ataque egipcio relativamente completo tal como fue llevado a cabo finalmente el 6 de octubre, pero ninguna conclusión pareció haberse desprendido de este hecho en términos operativos o de planificación. El general Gonen, jefe del Mando Sur, habría de insistir luego en que él nunca tuvo conocimiento de esa información.
Nuevamente, como las fuerzas israelíes hicieron tanto hincapié en el avión, la artillería fue olvidada. Una vez que se asume que no es posible contar con un apoyo estrecho por parte de la fuerza aérea, una creciente confianza en la artillería se convierte en evidente por sí misma. Pero como se suponía que la Fuerza Aérea podría dar respuesta a la mayoría de los problemas de apoyo, el Ejército de Israel careció de una artillería adecuada y, sobre todo, careció de los medios de transporte necesarios, de manera que las piezas de artillería disponibles llegaron al campo de batalla en el sur durante el tercer y cuarto días de la guerra.
La guerra mostró la incisiva lección de que las fuerzas terrestres deben ser capaces de afrontar todos los problemas sin tener que depender en absoluto de la fuerza aérea. Esta situación, traducida a los términos del campo de batalla, significa que se requiere una fuerte concentración de artillería, de modo que la Fuerza Aérea pueda concentrarse en mantener la superioridad en el aire e intervenir en el campo de batalla sólo de un modo selectivo.
Un error en la planificación llevó a otro. Evidentemente, la importancia de mover los tanques y los cañones hacia el frente del Sinaí no fue ignorada, pero lo que sí se ignoró fue el hecho de que ese movimiento no podía llevarse a cabo a un ritmo pausado cuando no se cuenta con una alerta temprana adecuada.
Formaciones enteras tuvieron que moverse a través de Israel hacia el norte y atravesando el Sinaí en dirección sur sobre orugas, con el resultado de que un considerable porcentaje de sus vehículos provistos de orugas quedaron detenidos en el camino por problemas técnicos, atestando y bloqueando las principales rutas de suministros en momentos cruciales. En 1967, los israelíes encontraron una vía férrea que atravesaba el Sinaí y llegaba hasta el Canal de Suez. Aunque parezca increíble, en lugar de continuar desarrollándola y planificar el traslado de formaciones hacia el frente en tren, toda la línea férrea fue levantada para proporcionar una protección de acero a las fortificaciones que formaban la línea Bar-Lev. Una mirada superficial y muy inexperta al problema de transporte de Israel fortalece la creencia de que el país debería haber dado prioridad al desarrollo rápido del sistema ferroviario que, por alguna razón desconocida, seguía siendo la Cenicienta de su red de transporte.
Las Fuerzas de Defensa de Israel volvían a exhibir un claro desequilibrio en su diseño. Se realizaban enormes inversiones en la aviación y los medios acorazados, mientras que sobre el terreno faltaban potencia de fuego, morteros, lanzallamas, equipos para el combate nocturno y una adecuada movilidad. Las fuerzas terrestres israelíes —a diferencia, por ejemplo, de la Fuerza Aérea, que era una fuerza compacta y homogénea en la que cada sujeto está obligado a adaptar su desarrollo al de los demás— seguían estando basadas en armas, con sus lealtades y sus grupos de presión y sus posiciones en reuniones de planificación. Como consecuencia, el Cuartel General israelí operaba a través de diez armas de servicio que requerían otros tantos compromisos, con todas las debilidades resultantes que eso implica.
En contra de las precipitadas conclusiones publicadas en todo el mundo después de la Guerra del Yom Kippur, el tanque sigue siendo un factor claramente dominante en el campo de batalla, siempre que forme parte de un equipo de combate bien planeado que sea capaz de dar respuesta a los problemas de la guerra moderna. De hecho, los resultados conseguidos por los misiles antitanque Sagger no guardan ninguna proporción con la publicidad que recibió. En realidad, las encuestas publicadas indican que menos del 25% de los tanques israelíes dañados durante la guerra resultaron alcanzados por esos misiles. No se trataba de una nueva arma en el campo de batalla. Ya había sido utilizado en la Guerra de los Seis Días y el general Raful Eytan, como jefe paracaidista y oficial de infantería, había comprendido sin duda su importancia y había entrenado a las fuerzas bajo su mando para que pudiesen hacer frente a esa amenaza. Eytan era uno de los pocos comandantes israelíes que entraron en la guerra con una conciencia plena del problema que representaban los misiles antitanque y que había preparado respuestas para enfrentarse al mismo, con el resultado de que en su división se produjo un número mínimo de bajas a causa de esos misiles. Además, él sería el encargado de poner en marcha la única operación nocturna de las IDF detrás de las líneas enemigas, destruyendo numerosos tanques egipcios.
La infantería israelí no consiguió ningún éxito durante la Guerra del Yom Kippur. Fue utilizada correctamente o aprovechando al máximo sus posibilidades en muy pocas ocasiones. Elementos de infantería con un alto grado de entrenamiento, como el caso de los paracaidistas, entraron precipitadamente en combate de una manera improvisada y con escasa preparación, como también ocurrió incidentalmente en numerosas ocasiones durante la Guerra de los Seis Días. El error israelí queda realzado por el hecho de que, en la Batalla del Sinaí, las IDF combatieron exclusivamente con tanques contra cinco divisiones de infantería y llevaron a cabo de forma simultánea las tareas de defensa, protección de la línea del frente y contraataque. El hecho de que, sin embargo, consiguieran proteger con tanto éxito la línea no hace sino enfatizar la relativamente pobre actuación de las fuerzas árabes.
Al analizar el enfoque israelí del ataque, la impresión que se tiene es que se concedió una atención inadecuada a la posibilidad de un planteamiento estratégico indirecto. Las fronteras de Israel con los países árabes se extienden a lo largo de aproximadamente 3400 kilómetros, y los ejércitos se concentraban en unos 400 kilómetros. Se llevaron a cabo muy pocos esfuerzos para generar la capacidad necesaria para eludir estas fuerzas y obligar de este modo al enemigo a desplegarse. En otras palabras, en el futuro deben hacerse todos los esfuerzos necesarios para conseguir que las fuerzas sean lo más versátiles y móviles posible. El ochenta por ciento del Ejército egipcio estaba concentrado en la zona del Canal, ya fuese atacando o defendiendo. La respuesta a esta situación debe ser un enfoque operacional indirecto. Es un error obligar a las fuerzas israelíes por razones tácticas a que ataquen posiciones defensivas fuertemente protegidas, como ocurrió en el caso de Missouri o la Granja China. La importancia de forzar al enemigo a que ataque posiciones defensivas bien protegidas y adecuadamente dotadas de efectivos quedó en evidencia durante la batalla librada el 14 de octubre.
Muchos comandantes israelíes observaron una marcada mejoría en el nivel de combate de los ejércitos árabes y, en particular, de la infantería egipcia. Una serie de conceptos falsos acerca de las fuerzas árabes tendieron a ganar crédito a causa de las rápidas e impresionantes victorias conseguidas por los israelíes en el pasado. En general, los ejércitos árabes han estado muy mal dirigidos a nivel superior (con la posible excepción del Ejército jordano), pero sería un error afirmar que en el pasado no han combatido bien. Las fuerzas árabes nunca destacaron en el ataque, porque este tipo de guerra exige la capacidad de pensar rápidamente, de improvisar en el calor de la batalla, y la disposición de los oficiales subalternos de asumir responsabilidades y tomar decisiones en el momento. Por otra parte, en una guerra de tipo defensivo o en un ataque perfectamente planeado, los soldados egipcios lucharon muy bien. Pero una vez roto el equilibrio de su mando, los soldados egipcios tendían a perder cohesión.
Parece que durante su preparación para la Guerra del Yom Kippur, los ejércitos árabes habían aprendido estas lecciones y, en consecuencia, una de las razones del plan limitado elaborado por los egipcios fue el hecho de que el mando comprendiese que el desarrollo de un ataque complejo podía estar más allá de las capacidades de su ejército. Las fuerzas israelíes se enfrentaron a un Ejército egipcio mejor dirigido a nivel táctico de lo que lo había estado nunca gracias al énfasis puesto en la capacidad intelectual de sus oficiales y soldados. A esta circunstancia debe añadirse un notable aumento de la disciplina, que quedaba reflejada de manera muy natural también en la ejecución de las órdenes en el campo de batalla. A esto se añadía el mandato del miedo, con el establecimiento de castigos que llegaban incluso al fusilamiento en caso de desobedecer una orden o de retirarse frente al enemigo. Estas órdenes se cumplían de forma taxativa tanto en el Ejército egipcio como en el sirio.
Las órdenes perfectamente detalladas que recibieron los egipcios para el cruce del Canal, unidas a al menos tres años de preparación para ejecutar esa operación, dejaron patente que el presidente Sadat no se engañaba con respecto a su Ejército. Este hecho fue confirmado por el general Ismail después de la guerra al explicar por qué el Ejército egipcio no había continuado su avance hacia los pasos montañosos explotando el éxito del cruce del Canal. La debacle sufrida por el Ejército egipcio en el ataque del 14 de octubre pone de manifiesto el hecho de que, aparte de una operación muy esquemática, el Mando egipcio no estaba maduro para dirigir una guerra de movimiento con grandes formaciones.
La estrategia egipcia era excelente en el más alto nivel de concepción, combinando como lo hizo las operaciones ofensivas estratégicas y las operaciones defensivas tácticas, porque tan pronto como hubieron cruzado el Canal se desplegaron en estrechas cabezas de puente y esperaron el ataque de las fuerzas israelíes. El masivo cruce del Canal diluyó la capacidad ofensiva de la aviación israelí y la propia naturaleza del ataque, que obviamente no podía ser contenido en toda la extensión de la línea del frente, lo que garantizó a los egipcios una serie de firmes posiciones. Puesto que desde las cabezas de puente no se llevaron a cabo operaciones importantes, las fuerzas israelíes no dispusieron de espacio para ejercer su superioridad en la guerra de maniobras.
Un campo en el que los egipcios habían realizado grandes progresos era el de la inteligencia militar. Después de la Guerra de los Seis Días, la Unión Soviética había reorganizado el servicio de Inteligencia egipcio y lo había dotado de un equipo moderno y sofisticado para todo tipo de guerra electrónica. Se introdujo equipo de interceptación de radio, vigilancia electrónica y localización y se consiguió un nivel operativo satisfactorio. Y, además de enviar agentes para que operasen dentro de Israel, los árabes también se beneficiaron de la vigilancia soviética ejercida sobre Israel a través de satélites y barcos de inteligencia electrónica.
A partir de la gran cantidad de material de inteligencia que cayó en manos israelíes durante la guerra, resulta evidente que los egipcios disfrutaron de numerosos éxitos en este campo. Su ataque inicial se basó en una detallada evaluación del plan israelí para la defensa del Canal y, de hecho, algunos de los planes elaborados para el cruce (preparado en la división de Sharon en mayo de 1973) fueron encontrados en posesión del enemigo. (El plan preveía un cruce del Canal al norte del área de Deversoir, que los egipcios fortificaron notablemente, dejando ligeramente protegido el lugar por donde realmente se realizó el cruce). Mucho más grave, quizás, es el hecho de que el mapa codificado del Sinaí, incluyendo el área del Canal y la margen occidental del mismo, cayera en sus manos. Este mapa, del que se habían hecho nueve copias en 1973, mostraba todos los nombres en código utilizados en el tráfico radiofónico israelí. Durante la guerra el mapa fue encontrado completamente traducido al árabe, y este regalo se vio agravado por el hecho de que la seguridad en las comunicaciones por radio de los israelíes fue extremadamente laxa durante la guerra, provocando numerosas y trágicas situaciones.
Todo el mundo coincide en que los sirios también lucharon mejor de lo que lo habían hecho en el pasado porque habían sido entrenados específicamente para la misión que les esperaba y no se desviaron de ella. En términos generales, el Mando sirio demostró un grado de audacia nunca visto en conflictos anteriores. El soldado sirio demostró ser valiente, pero el nivel de las tripulaciones de sus tanques era muy bajo. Como todos los ejércitos árabes, jamás se apartaban de la doctrina que les habían inculcado y, cuando se producían situaciones para las cuales no estaban preparados, demostraban estar perdidos. Su respuesta frente a la superioridad de las fuerzas israelíes venía dada por el alcance y la fuerza de su ataque. Durante años se habían entrenado para un ataque progresivo sobre un modelo fijo, basado fundamentalmente en el avance de los tanques en oleadas sucesivas sin reparar en lo que le había sucedido a la oleada anterior. Por lo tanto, el avance jamás se detenía. Éste fue el problema que debió afrontar Avigdor en su histórica batalla.
En la mayoría de las etapas de combate, la fuerza siria actuó como un Ejército bien disciplinado. La retirada que efectuaron en dirección al interior de su propio territorio fue ordenada y controlada, pero en ocasiones se mostraban excesivamente sistemáticos. Tanto en el sector de Nafekh como en el de la 7.ª Brigada, los ataques que lanzaron fueron todos de la misma naturaleza. Gran parte de las fuerzas israelíes desplegadas en el norte se vieron sorprendidas por el uso de los misiles antitanque Sagger, aunque esto no debió haber sucedido dado que el Mando Norte ya se había enfrentado a este problema durante los numerosos combates que se habían librado hasta ese momento. Esto puso de manifiesto un problema en las Fuerzas de Defensa de Israel: el de no saber sacar partido de las lecciones que debieron haber sido aprendidas en su momento.
Si bien los sirios lucharon bien, no se justifican los elogios prodigados a las fuerzas sirias una vez acabada la guerra, especialmente en el extranjero y en menor grado en Israel. Cuando lanzaron su ataque tenían a su favor todos los factores que podrían haber deseado. Como consecuencia de la propia naturaleza de la lucha y del suministro gradual de equipo y unidades, en ningún momento de la batalla el Mando Norte israelí consiguió reunir para el combate más de la mitad de su fuerza de tanques. Hubo días en que la fuerza total de tanques fue incluso menor. La división de Raful no contó nunca con más de 150 tanques. En algunos momentos, los sirios superaban en tanques a las fuerzas israelíes en una proporción de 12 a 1, luchando contra un enemigo diezmado y desorganizado gracias al elemento sorpresa y a su fallo en movilizar las reservas a tiempo. Los sirios combatieron protegidos por un paraguas de misiles que limitaba notablemente la intervención de la aviación israelí. Contaba asimismo con una superioridad aplastante en artillería. En algunos momentos estuvieron muy cerca de alcanzar el éxito, pero sus fuerzas acorazadas demostraron ser completamente inadecuadas en batalla contra los comandantes y las tripulaciones de tanques israelíes, mejor preparados y altamente flexibles.
Debe recalcarse que el principal elemento que limitó el alcance de las operaciones egipcias fue la Fuerza Aérea de Israel. La aviación israelí obligó a los egipcios a concentrarse en la construcción de un sistema de misiles tierra-aire a fin de proporcionar un paraguas a sus fuerzas. Fue éste el factor que dictó los límites del avance egipcio y este hecho habría sido válido aun cuando la Fuerza Aérea de Israel no hubiese hecho ninguna pasada sobre el campo de batalla. El hecho de que limitasen el movimiento de sus efectivos al área que estaba protegida por el paraguas de misiles quedó demostrado cuando la Fuerza Aérea israelí destruyó en dos ocasiones a las fuerzas que avanzaban hacia el sur a lo largo del golfo de Suez.
En todas las consideraciones relativas a la futura estrategia a seguir en el frente del Sinaí, el pensamiento israelí se vio condicionado en gran medida por la Guerra de Desgaste. Fue esta guerra, mucho más que la futura Guerra del Yom Kippur, la que los planificadores israelíes tenían en mente, debido a la suposición del Estado Mayor de que los egipcios no intentarían cruzar el Canal hasta que no contaran con superioridad aérea en el Sinaí, algo que no conseguirían hasta 1975. Aquí reside uno de los errores fundamentales de la evaluación israelí de la estrategia árabe, el no haber apreciado que los egipcios se decidirían por una solución militar limitada a su problema basada en el paraguas de misiles y, en consecuencia, desarrollarían una estrategia limitada. El error cometido por el Estado Mayor israelí fue juzgar a su homólogo árabe con sus propios estándares de pensamiento militar; los israelíes no previeron que los árabes llegarían a la conclusión de que podrían alcanzar su objetivo a través de una estrategia limitada y bajo la protección de un paraguas de misiles.
En 1973, la doctrina israelí de disuasión había demostrado ser un fracaso. Los árabes habían analizado en profundidad los factores de disuasión en la postura de defensa israelí y habían preparado respuestas para todos ellos, siendo la más importante la sorpresa estratégica y operacional, tras la cual planearon utilizar el mecanismo de la diplomacia internacional para aprovechar en su favor cualquier acontecimiento que pudiese producirse. Y tuvieron éxito. Los árabes planearon sus ofensivas asegurándose que las fuerzas israelíes en la línea del frente fuesen inadecuadas para neutralizar su ataque antes del despliegue de las fuerzas políticas internacionales. La explicación ofrecida por Israel después de la guerra en relación a su fracaso en el tema de la disuasión fue que, desde un punto de vista económico, para Israel hubiera sido imposible mantener a las IDF totalmente movilizadas a lo largo de los diferentes frentes; la estrategia del mando se basaba en una alerta temprana adecuada, un factor que aseguraría la movilización de las fuerzas de reserva a tiempo. Esta actitud de «todo o nada» de las autoridades políticas y militares israelíes demostró ser un grave error. Mientras tanto se podrían haber aplicado soluciones atendiendo al curso de los acontecimientos en el bando árabe. Por ejemplo, la movilización parcial en diferentes períodos para responder a diferentes circunstancias, como las maniobras árabes a lo largo de las fronteras con Israel. Esta falta evidente de flexibilidad quedó reflejada por su comportamiento en este aspecto antes de la guerra y contrastaba notablemente con las medidas adoptadas cuando la guerra amenazaba a Israel en 1973.
La intensidad de la guerra cogió por sorpresa a la intendencia militar. El consumo de municiones fue extraordinariamente alto, las pérdidas de aviones fueron graves y el número de tanques destruidos alarmante. Era evidente que los cálculos sobre los que se habían basado para almacenar equipos y municiones a lo largo de los años exigía una revisión drástica. Algunas semanas más tarde, el general Dayan haría un desafortunado reconocimiento público de que las fuerzas israelíes se habían quedado sin ciertas municiones y si no fuese por los suministros procedentes de Estados Unidos, el país se habría encontrado en una situación muy delicada. El público se sintió horrorizado ante esta revelación de falta de previsión que implicaba la declaración del ministro de Defensa.
Los árabes, resultaba evidente, habían planificado la reposición de sus suministros de la Unión Soviética con suficiente antelación, pero durante algunos días después del estallido de la guerra se produjo un importante envío aerotransportado soviético a bordo de gigantescos aviones de carga Antonov 22 que aterrizaron con breves intervalos en los aeropuertos de Damasco y El Cairo. Los aviones despegaban de la Unión Soviética, hacían escala en Budapest y luego volaban sobre Yugoslavia hasta El Cairo y Damasco. Mientras tanto, barcos soviéticos cargados con miles de toneladas de equipo atravesaban el Bósforo con rumbo a Latakia y Alejandría.
El flujo de suministros hacia Israel, sin embargo, no era tan fluido. Cuando la gravedad de la situación se hizo evidente para el Estado Mayor israelí, particularmente en lo referente a artillería mediana y munición para tanques, el embajador israelí en Washington acudió desesperadamente al Departamento de Estado, la Casa Blanca y el Pentágono en un frenético intento de superar obstáculos burocráticos y permitir que el flujo de suministros llegase a Israel. No fue hasta el sábado 13 de octubre cuando el primer vuelo de aviones Galaxy C5 despegó hacia Israel con sus bodegas cargadas de suministros. Durante un mes —del 14 de octubre al 14 de noviembre— la Fuerza Aérea de Estados Unidos transportó 22 000 toneladas de armas y municiones en más de 560 salidas de aviones cargados con tanques, piezas de artillería, helicópteros y muchos otros artículos. Grandes cantidades de suministros llegaron también a Israel por mar.
Este puente aéreo tenía evidentemente una importancia vital para Israel en un momento crítico, pero quizás su mayor repercusión fue política. Su naturaleza inequívoca, desde el punto de vista árabe y soviético, que ignoraban las vacilaciones y demoras que se habían producido en Washington durante toda una fatídica semana de lucha, constituyó sin duda un factor fundamental en la consecución del cese el fuego y en el hecho de que Estados Unidos se convirtiese en el protagonista principal en el escenario de Oriente Medio en los meses posteriores a la guerra.
Un análisis de los hechos que desembocaron en la Guerra del Yom Kippur apunta hacia dos errores fundamentales. El primero fue el error fatal cometido en la evaluación de la situación hecha por la Inteligencia Militar y el fracaso a nivel de mando y ministerial en apreciar correctamente la importancia de los acontecimientos paralelos que se estaban desarrollando en los frentes sirio y egipcio. Uno de los hechos más increíbles de este período fue que, en ningún momento y a ningún nivel, hasta donde se puede ver o evaluar con el material disponible, ningún elemento relacionó la concentración de fuerzas sirias en el norte (que tanto había perturbado al ministro de Defensa después de las advertencias del general Hofi) con la actividad y concentraciones inusuales de los egipcios en el sur. Fue como si la suposición de que los ejércitos árabes no podían o no querían ir a la guerra hubiese causado un completo oscurecimiento mental entre los israelíes. Ninguno de los elementos implicados en esta situación puede evadir su responsabilidad. La manera dogmática en que se aferraron a un concepto influyó sobre todas las partes implicadas, a pesar de los mejores instintos de aquéllos que fueron liberados de la tarea directa de evaluar los datos de inteligencia, como el ministro de Defensa y el jefe del Estado Mayor. Durante 1973, ambos expresaron su inquietud por los preparativos que estaban realizando los árabes y hablaron de la inminencia de la guerra y, sin embargo, cuando los indicios que apuntaban hacia la guerra se hicieron evidentes, ambos se permitieron limitar los preparativos —a causa de su errónea evaluación en abril y mayo, y quizás también debido a la incómoda sensación de tener que movilizar a la nación durante los días más sagrados— solamente al ejército regular. Aquí lo más interesante fue que no se pensó en ninguna forma de movilización parcial a fin de contar con medidas de seguridad adicionales a lo largo de las fronteras. Se planteaba en términos de todo o nada. Otro elemento que surge del análisis es que no se insistió en la movilización en ninguna instancia del Estado Mayor durante los días previos a la guerra.
La razón de esta relajación se encuentra en el segundo error fundamental, que fue el obstinado supuesto de la defensa israelí y del estamento militar de que la desfavorable y poco realista desproporción de fuerzas a lo largo de las fronteras era suficiente para contener cualquier ataque que pudiesen lanzar los egipcios o lo sirios. Este supuesto, a su vez, se basaba en una lectura equivocada de los acontecimientos en el terreno de la guerra, especialmente en cuanto a la capacidad de la Fuerza Aérea para enfrentarse a los sistemas de misiles tierra-aire, y en un fallo de apreciación de la importancia de varios hechos, como la construcción del elevado muro en el lado egipcio del Canal. Esto último fue interpretado como una medida defensiva, cuando de hecho constituía un elemento muy importante en el funcionamiento del sistema de misiles antitanque egipcio contra la primera y segunda líneas de defensa israelíes. El general Gonen —y aparentemente el general Mandler antes que él— habían advertido de esta circunstancia e instado a que se tomasen contramedidas urgentes en el lado israelí del Canal, particularmente a lo largo de la segunda línea de defensa, pero ya era demasiado tarde.
Después de la guerra, el presidente Sadat describiría la elevación del principal muro a lo largo del Canal como el primer movimiento práctico en la preparación del cruce del mismo. «Los israelíes se mofaban de nuestra actividad constructora diciendo que a los egipcios siempre les gusta construir pirámides —dijo—, pero estos muros eran muy importantes para dejar expuesto al enemigo y para usos militares a los que el enemigo no prestó ninguna atención… Nuestro control de la margen occidental por medio de estos muros, que fueron completados hacia finales de febrero de 1973… era total».
El error israelí partió de la concepción errónea de la incapacidad o la renuencia de los árabes a atacar. Cada nuevo dato en la evaluación de la Inteligencia Militar era adecuado a este concepto, en lugar de ser evaluado de forma independiente. Como consecuencia de esta situación, los preparativos árabes fueron interpretados erróneamente. Pero no debe olvidarse que todos los implicados en la decisión disfrutaban de una especie de sensación de seguridad con respecto a la capacidad del Ejército regular en la línea del frente y a lo que se consideraba que era un número adecuado de tanques para afrontar cualquier eventualidad y a la disposición de la Fuerza Aérea para oponerse a un ataque importante del enemigo. Esta «política de seguridad», sin embargo, estaba basada en una interpretación equivocada del desarrollo tecnológico y en una evaluación errónea del alcance del ataque planeado por los árabes tanto en número de efectivos como en equipo. Aunque estos factores eran conocidos desde el punto de vista de la aritmética, no se tradujeron a términos operacionales por parte del Mando israelí. El planteamiento israelí reveló asimismo una falta total de valoración de la nueva capacidad antitanque dentro de las fuerzas árabes.
De estos dos errores derivarían otras muchas equivocaciones que se pondrían de relieve durante la guerra. El Ejército estaba preparado para llevar a cabo una movilización ordenada en un lapso de setenta y dos a noventa y seis horas, pero la propia naturaleza improvisada de la movilización, que fue brillante, heroica y salvó al país, hizo que las formaciones llegasen de forma gradual al campo de batalla. Eso dio origen a una sensación de insuficiencia en la movilización, que era injustificada; porque la propia fuerza del sistema se reveló exactamente en las circunstancias en las que se llevó a cabo la movilización.
Al mismo tiempo quedaron expuestos muchos puntos débiles. En las Fuerzas de Defensa de Israel se había desarrollado una cierta relajación, permitiendo el mantenimiento de reservistas semientrenados en la línea del frente a lo largo del Canal de Suez cuando la situación era lo bastante grave como para establecer el grado de alerta máximo. También se percibía un problema de disciplina, que se había puesto de manifiesto desde hacía tiempo a través de una elevada tasa de muertes (centenares cada año) en accidentes de circulación y accidentes durante la instrucción. En los últimos años se había observado entre los mandos superiores de las fuerzas armadas una tendencia a relajar la disciplina y a aceptar cierto estado de indisciplina en lugar de imponer su autoridad. El aspecto externo de las tropas, el elevado índice de accidentes con resultado de muerte, el estado de mantenimiento de edificios y vehículos, eran todos factores que debieron haber ofrecido algún indicio de que algo más profundo estaba ocurriendo dentro de las fuerzas armadas. Este escritor era una voz solitaria tratando de atraer la atención pública hacia este presagio. La reacción fue escasa o nula y, hasta la fecha, esas cuestiones apenas si afectan a los responsables de la supervisión pública de las fuerzas armadas. La disciplina en combate ha sido y sigue siendo magnífica, pero el hecho de que el relajamiento en la disciplina aumenta invariablemente el índice de bajas despierta pocos comentarios o reacciones en Israel.
Y más importante aún, la rápida rotación de los oficiales superiores pareció haberse convertido en un fin en sí mismo en lo que al Alto Mando israelí concernía. Oficiales con excelente formación y experiencia que se encontraban en el punto más alto de su capacidad eran reemplazados a fin de aumentar la rotación dentro de los máximos rangos de las fuerzas armadas. El resultado fue que, en tiempo de guerra, algunos oficiales potencialmente capaces pero sin experiencia se encontraron de pronto en puesto para los que aún no estaban completamente maduros, mientras que oficiales veteranos eran simples espectadores.
Una Comisión de Investigación Pública encabezada por el presidente de la Tribunal Supremo de Israel, Shmuel Agranat, pasó muchos meses asignando responsabilidades. La comisión tuvo acceso a todos los oficiales y documentos y, por lo tanto, aquí no se hará ningún intento de competir con ella. No obstante, aunque la Comisión Agranat absolvió al ministro de Defensa de cualquier responsabilidad por los fallos que precedieron al comienzo de la guerra, a un lector occidental le parecería increíble que cualquier ministro de Defensa —a pesar de lo capaz, brillante y eficaz que pudiera ser— pudiese evitar la responsabilidad ministerial por lo ocurrido.
Dayan era un hombre de una capacidad poco común que prefería concentrarse en determinados aspectos de su trabajo e ignorar todos los demás. De otra parte, tendía a compartir la responsabilidad con numerosos funcionarios —un hecho puesto de relieve por su costumbre de acudir a las reuniones de gabinete en compañía del jefe del Estado Mayor y el director de la Inteligencia—, creando una situación en la que él pudiera decir: «Lo dijeron ellos, no yo». Dayan desarrolló la brillante y exitosa política israelí en los territorios ocupados que a él le interesaba. Mostraba un interés directo en la línea del frente siempre que había algún estallido de tensión y en los planes y operaciones del Ejército. Pero, como ministro, apenas mostraba interés en la vida diaria del Ejército, impacientándose ante los detalles que forman parte de la gestión de la organización más importante del país. Cuestiones como la rutina, la disciplina, el entrenamiento y la administración general le aburrían. Dayan podía mostrar interés en el número de tanques disponibles pero no en el estado de los tanques. Confiaba totalmente en el jefe del Estado Mayor y el Estado Mayor, además de su propio personal, sin tener en cuenta que en una democracia parlamentaria la responsabilidad por estas cuestiones también recaían sobre él. Asimismo, en todas las cuestiones relacionadas con el estado de preparación de las fuerzas armadas y las evaluaciones de inteligencia, él era el responsable ante la primera ministra y el gabinete.
La conmoción de la guerra hizo que algo se rompiese en Dayan. El ataque y el éxito iniciales de las fuerzas árabes le sumieron en un estado de pesimismo que tiñó sus evaluaciones durante toda la guerra. Pasaba mucho tiempo en la línea del frente, lejos del centro neurálgico, creando con frecuencia una atmósfera de pesimismo a su alrededor y ofreciendo consejos que, de haber sido seguidos, podrían haber cambiado el curso de la guerra y dejado a Israel sin las bazas de triunfo que demostraron ser tan valiosas en las negociaciones que se llevaron a cabo para poner fin a la contienda. No es fácil evaluar la lógica que subyacía a su pensamiento, impartiendo a finales de mayo una orden para prepararse para la guerra y luego, a la luz de todos los datos de inteligencia reunidos en la primera semana de octubre y en la mañana del Yom Kippur, oponiéndose a la movilización total solicitada por el jefe del Estado Mayor, provocando de este modo la pérdida de unas horas cruciales en el proceso de movilización. Dayan se mostró indeciso en numerosas ocasiones. La mañana del Yom Kippur le dijo a la señora Meir que él estaba «contra la movilización total pero que no renunciaría» y dejó en manos de la primera ministra la decisión de atacar a Siria el miércoles 10 de octubre; Dayan declaró que él no «haría una yihad» contra el cruce del Canal de Suez por parte de las fuerzas israelíes aunque se oponía a esta operación. Si se hubiese aceptado su propuesta de retirada hacia la línea de los pasos en el Sinaí, el posterior cruce del Canal por los israelíes habría sido imposible. Dayan interpretó mal los acontecimientos políticos, manteniendo durante toda la guerra que no habría un alto el fuego.
En su favor habría que decir que supo interpretar la situación internacional, con especial referencia a la Unión Soviética, como el general político que era. Pero en términos militares pasó del extremo de una absoluta confianza en que la relación de fuerzas a lo largo del frente era la adecuada para hacer frente a los ataques árabes a un estado de depresión total y falta de confianza en las mismas fuerzas un día más tarde. Su naturaleza, extremadamente prudente, era incapaz de enfrentarse al reto de la amarga realidad en momentos de tensión. Es posible que, formalmente, no fuese responsable por el error en la relación de fuerzas a lo largo de la línea del frente y por los preparativos en esa zona; pero, de hecho, él se consideraba un superjefe del Estado Mayor, actuaba como tal y lo declaró en muchas ocasiones. Cuando el general Hofi se mostró descontento con la situación que se vivía en el norte, Dayan voló a la zona para inspeccionar la línea del frente en compañía del jefe del Estado Mayor y decidió reforzar el área con unidades pertenecientes a la 7.ª Brigada; su interés y compromiso en la línea del Canal de Suez tendrían que haber sido iguales. En muchas ocasiones sus instintos relativos a nombramientos y otros hechos en las fuerzas armadas fueron correctos, pero extrañamente y en contra de lo que popularmente se cree, dudaba en imponer su voluntad.
Este importante punto débil en su personalidad quedó reflejado una y otra vez antes y durante la guerra. El famoso caricaturista israelí, Zeev, fue quien mejor le caracterizó al retratarle invariablemente, como una figura «ser o no ser» hamletiana, corroído por las dudas. Su poderoso carisma había tendido a disfrazar muchos de los puntos débiles de su carácter y le había ayudado a superar situaciones a las que otros hombres con personalidades menos atractivas no hubiesen podido sobrevivir.
Una vez acabada la guerra, Dayan se deshizo en elogios hacia la señora Meir, y de manera absolutamente justificada ya que fue en gran medida la fortaleza de carácter y la habilidad para no perder la compostura, incluso en las circunstancias más difíciles, de la primera ministra lo que contribuyó a contrarrestar la naturaleza pesimista y las lamentaciones de Dayan. El método de gobierno de Golda Meir creó un sistema en el que no había cheques y balances y tampoco evaluaciones alternativas. Su enfoque doctrinario e inflexible de los problemas y el gobierno habría de contribuir a los fallos del gobierno antes de la guerra. La señora Meir era en muchos sentidos la madre sobreprotectora que gobierna con mano de hierro. No tenía mucha idea de lo que era una administración ordenada y prefería trabajar estrechamente con sus camaradas, creando un sistema de gobierno ad hoc basado en lo que era conocido como su «cocina». Pero una vez declarada la guerra, estas mismas características demostraron ser un activo. Era una mujer fuerte y obstinada y le dio al país el poderoso liderazgo que necesitaba tanto en tiempo de guerra como en las negociaciones posteriores a la misma. En muchas ocasiones, ella, una mujer que había cumplido los setenta y cinco años, se encontró en una posición en la que tenía que decidir entre diferentes opciones militares propuestas por profesionales. Y la señora Meir decidía, e invariablemente decidía bien, aportando una gran carga del sentido común que siempre le había sido útil.
David Elazar, como su ministro, fue también responsable de la evaluación errónea de la situación, aunque no todos los datos de inteligencia estuvieron a su disposición y ambos se vieron engañados por las evaluaciones totalmente equivocadas de la Inteligencia Militar. El hecho de que otros miembros del Estado Mayor aceptaran el nivel de fuerzas desplegadas a lo largo de las fronteras no disculpa de ninguna manera su responsabilidad general como comandante de las fuerza armadas. Sin embargo, una vez que fue evidente que la guerra era inminente, Elazar actuó con decisión, ordenando una movilización general inmediata; y cinco valiosas horas se perdieron a causa de su discusión con Dayan sobre esta cuestión. Está claro que el proceso de erosión que había afectado al Ejército también había alcanzado al Estado Mayor. Las omisiones de la División de Inteligencia habían sido anunciadas a los cuatro vientos; pero el nivel de las tropas en la línea del frente del Sinaí, el estado de preparación para el combate de las unidades, el nivel de disciplina en la presentación para el servicio y el estado del equipo en muchos de los depósitos de la Reserva apuntaron un dedo acusador a las diferentes divisiones del Estado Mayor. Y si bien el jefe del Estado Mayor era responsable del personal a su cargo, después de la guerra hubo una propensión a enfocar el dedo acusador exclusivamente en Elazar, cuando un análisis objetivo de la situación a nivel del Estado Mayor revela muchos fallos y omisiones.
Una vez en guerra, el general Elazar demostró poseer estabilidad y fuerza de carácter en las circunstancias más difíciles, sin perder jamás la compostura y haciendo valer su autoridad sobre el conjunto de las fuerzas armadas. Su competente manejo de la guerra fue prudente y cauteloso, y finalmente guió a sus fuerzas a una situación que permitió que Israel entablase negociaciones políticas sobre una base mucho mejor de la que podría haberse previsto al inicio de la guerra. La decisión de Elazar de dirigir la división de Peled hacia el norte en la mañana del domingo 7 de octubre, y la decisión de lanzar el contraataque en una etapa muy temprana de la contienda, fueron las dos decisiones de mando más importantes que salvaron al frente septentrional. Elazar ha sido criticado por haberse preocupado por los planes de contraataque en vísperas de la guerra; en realidad, su preocupación por montar esos contraataques y su capacidad para pensar con varios días de anticipación durante la batalla fueron uno de los factores que llevaron a las fuerzas israelíes a la victoria.
El general Gonen fue una desafortunada víctima de la guerra. Su tragedia fue que llegó al Mando Sur con un año de retraso y aún estaba en proceso de familiarización con su mando cuando estalló la guerra. El absurdo de la política de rotación en las IDF queda de manifiesto por el hecho de que el jefe del Mando (Sharon) y el comandante de la división responsable del frente (Mandler) iban a ser relevados de sus respectivos mandos con menos de tres meses de diferencia. Aparentemente muchas de las acusaciones contra Gonen fueron realizadas con la sabiduría de la mirada retrospectiva. Según esas acusaciones, las acciones de Gonen en las fatídicas semanas previas al estallido de la guerra no indican que fuese consciente de la gravedad de la situación que se estaba desarrollando a lo largo del Canal de Suez. Sin embargo, ni Gonen ni ningún otro oficial superior en las fuerzas armadas creían que la guerra fuese inminente. El jueves 4 de octubre asistió a una reunión del Estado Mayor que estuvo completamente dedicada al problema de la disciplina en las fuerzas armadas. El viernes escuchó una evaluación de inteligencia que afirmaba que la posibilidad de guerra era «la más baja de las bajas». Muchas de sus solicitudes de refuerzos fueron rechazadas, un hecho que indica en sí mismo cómo veía el Cuartel General los posibles acontecimientos a lo largo de las fronteras.
La impresión que alguien de fuera obtiene del análisis de los acontecimientos que se produjeron durante la guerra es que, una vez acabada, el tratamiento público que recibió Gonen fue injusto. Su comportamiento antes y durante el conflicto no justifica en absoluto el grado de crítica dirigida exclusivamente a él. Al igual que la mayoría de los comandantes de alto rango, Gonen debió soportar su cuota de responsabilidad por los errores de juicio cometidos, y mereció su cuota de reconocimiento por muchas buenas decisiones y operaciones que fueron coronadas por el éxito. Era un oficial valiente, duro, capaz y profesional que no tuvo suerte. Si la guerra hubiera estallado tres meses antes, Gonen probablemente habría emergido con la corona de laurel como comandante de división, como había sucedido en las guerras anteriores.
A pesar de la notable capacidad del general Sharon como comandante en campaña, el hecho de que desacreditase públicamente al jefe del Estado Mayor y a su representante personal, el general Bar-Lev, el jefe del Mando y a otros oficiales superiores tiende a convertir en sospechosas sus opiniones sobre otros oficiales y a desacreditarle más a él que a los objetivos de sus críticas. Un análisis de muchas de sus discusiones con sus superiores revela que Sharon conocía al enemigo contra el que estaba combatiendo; pero, a la luz de lo sucedido en el campo de batalla, en ocasiones se mostraba muy poco realista y tendía a correr riesgos que Israel no podía afrontar. Su capacidad de liderazgo, valentía, determinación y ascendiente sobre sus hombres le destacan como lo que era: un notable comandante de tropas en campaña. Pero su actitud hacia sus colegas, su comportamiento público y sus acusaciones dibujan un signo de interrogación en la evaluación de su carácter. En aquellas circunstancias, pocos comandantes hubiesen insistido en el cruce del Canal de Suez como lo hizo Sharon, con tanto éxito y con su perseverancia e ímpetu habituales.
El general Chaim Bar-Lev superó la guerra como un comandante capaz, sólido y eficaz, cuya autoridad, enfoque humano y capacidad para el mando resultaron fundamentales para controlar una situación potencialmente inestable en el Mando Sur. Su tratamiento tranquilo y relajado de la situación le señaló como un líder con nervios de acero en tiempos de crisis.
En el análisis final, las críticas expresadas a diferentes aspectos de la guerra no pueden ensombrecer el hecho de que las fuerzas armadas israelíes consiguieron la victoria más importante de su historia. (Si las fuerzas israelíes hubiesen sido movilizadas a tiempo, el ataque árabe habría sido desbaratado desde un principio, y todos los fallos cometidos por la dirección y las fuerzas israelíes advertidos desde entonces hubiesen sido ignorados). El ataque árabe se produjo en la mejor de las circunstancias posibles. Una fuerza equivalente aproximadamente al total de las fuerzas europeas de la OTAN lanzó un ataque por sorpresa contra un pequeño país con una población que no estaba preparada y un ejército sin movilizar. Sobre las fuerzas israelíes se abatió una masa de tanques, apoyados por toda la tecnología que la Unión Soviética podía aportarles y sabiendo que un masivo puente aéreo y marítimo soviético estaba preparado para ponerse en marcha inmediatamente después del inicio de las hostilidades. A pesar de ello, el pueblo y el Ejército de Israel pusieron en marcha una de las movilizaciones más impresionantes de la historia, pasaron sin solución de continuidad de las plegarias al campo de batalla, libraron una heroica batalla defensiva y, al tercer día, sus fuerzas habían pasado al contraataque. Y mientras la movilización total se desarrollaba a toda prisa, como consecuencia de una organización previa el país pudo seguir funcionando, con su producción industrial mantenida al 70% del nivel anterior a la guerra y observando un elevado grado de normalidad en la vida cotidiana. Y, durante toda la guerra, el cielo del país estuvo libre de aviones enemigos.
Mientras Israel luchaba contra los ejércitos árabes apoyados por la Unión Soviética, las fuerzas del mundo occidental, que viven bajo la misma sombra que cubre a Israel, reaccionaron de una manera cobarde y egoísta, salvo pocas excepciones, ofreciendo claros indicios de qué clase de reacción podía esperarse de ellas si la Unión Soviética decidía lanzar sus fuerzas más cerca de Europa. En muchos sentidos, los oficiales y los soldados israelíes estaban luchando por algo más que la existencia y la libertad de Israel. Solamente Estados Unidos supo valorar la importancia de la lucha de Israel. Y, aunque parezca paradójico, la posición inequívoca y valiente norteamericana a favor de Israel dio a Estados Unidos una reputación en el mundo árabe como no había conocido antes, y dejó en evidencia a los países de la Europa occidental como la comunidad débil, dividida y sin liderazgo que es, al rendirse de una manera abyecta y cobarde a los jeques árabes.
Todos aquéllos que fueron culpables no pueden escapar al juicio de la historia: el precio por su omisión aún no ha sido pagado por completo. A causa de estos errores, Israel perdió una posición de fuerza única en su historia a partir de la cual podría haber negociado para el futuro. Y es posible que todavía deba pagar un precio aún mayor.
Pero sería un error no conceder también a aquéllos que deben compartir una parte de la culpa, una cuota del crédito por el increíble éxito de las Fuerzas de Defensa de Israel en unas circunstancias tan adversas. Este reconocimiento debe hacerse a los comandantes, los oficiales y los soldados que bloquearon físicamente el avance de los ejércitos enemigos y lucharon con generosa valentía para salvar a toda una nación y conducir a un ejército a la victoria.
La tragedia de la situación posterior a la guerra fue que los ejércitos árabes, que habrían sufrido la más humillantes de las derrotas si las IDF se hubiesen movilizado para estar en sus posiciones a tiempo, convirtieron sus éxitos iniciales en una victoria mayor, cuando de hecho fueron salvados de una derrota aplastante gracias a la intervención de la Unión Soviética y del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. El peligro es que los árabes no extrajeron las lecciones y las conclusiones correctas de la guerra, imbuidos como estaban en la euforia de una victoria imaginaria. Esa euforia llevaba en sí misma la simiente de un futuro conflicto, a menos que un liderazgo inteligente y cauto pudiese proporcionar al mundo árabe un enfoque nuevo y equilibrado.
Las implicaciones de la Guerra del Yom Kippur, no obstante, afectaron a un público mucho mayor que los egipcios, sirios e israelíes solamente. En una ocasión, el general Dayan dijo que la llave de la guerra en Oriente Medio estaba en manos de los soviéticos, mientras que la llave de la paz la tenía Estados Unidos. Esta evaluación, que fue realizada después de la Guerra de los Seis Días, no era válida en 1975 (fecha en que fue publicado este libro). Si hay una cuestión que emerge claramente de un análisis de los acontecimientos que desembocaron en la guerra, y de los años que mediaron entre la Guerra de los Seis Días y la Guerra del Yom Kippur, es que la Unión Soviética desempeñó un papel fundamental al crear las condiciones para la guerra en Oriente Medio. El propósito de los soviéticos era no tanto su apoyo o su oposición a un bando determinado sino desarrollar su estrategia global. La importancia geopolítica de los países de Oriente Medio; el Mediterráneo, hacia donde se han dirigido durante siglos los ojos de los soviéticos; el Canal de Suez, que significa un vínculo potencial entre el Mediterráneo y el océano Índico, que en el contexto de la lucha de la Unión Soviética con China asumió una importancia considerable; y los suministros de petróleo en Oriente Medio, y particularmente en el golfo Pérsico, se combinaron para convertir Oriente Medio en una zona de importancia vital para los intereses de la Unión Soviética. Si uno añade a este cuadro el hecho de que la Unión Soviética tenía fronteras con los países de Oriente Medio (uno de los cuales es miembro de la OTAN) y la experiencia del bloqueo petrolífero ejecutado por los árabes a instancias de los soviéticos durante la Guerra del Yom Kippur, el valor de esta zona para la Unión Soviética no podía ser subestimado.
Como reconoció el propio Nasser, la Unión Soviética desempeñó un papel fundamental en la gestación de la Guerra de los Seis Días, aprovechando la debacle para fortalecer su posición en el mundo árabe, aconsejando a los egipcios contra cualquier tipo de acuerdo con Israel y ofreciendo un apoyo total para reconstruir sus fuerzas armadas y permitirles de ese modo volver a la guerra. Un estudioso de los acontecimientos en Oriente Medio advertirá inevitablemente que, siempre que se han escuchado voces a favor del acuerdo y la paz, una delegación soviética llegaba a la zona y las actitudes volvían a endurecerse. Muchas de esas visitas fueron seguidas de una escalada en la situación militar, como en el caso de la prolongada visita realizada por el ministro de Asuntos Exteriores Andrei Gromyko a El Cairo a comienzos de 1969 antes de que estallase la Guerra de Desgaste, y a Damasco en marzo de 1974, poco antes de que en el frente sirio se pusiera en marcha otra Guerra de Desgaste en vísperas de unas conversaciones de paz. A lo largo de los años, la Unión Soviética intensificó el fortalecimiento de los ejércitos árabes con el propósito específico de ir a la guerra, llenando Oriente Medio con el armamento más sofisticado disponible, liderando una escalada de tensión tras otra.
En realidad carece de importancia si, en un momento dado, para los soviéticos fue conveniente o no que los árabes fuesen a la guerra o si se hizo algún intento o no para disuadirlos de ese objetivo. Los soviéticos habían llegado a un grado tal de implicación en el mundo árabe a todos los niveles de la preparación militar que, en determinado punto, su opinión acerca de si la guerra era o no deseable se convirtió en algo insustancial. En principio, los soviéticos convinieron en que los árabes debían estar preparados para una guerra ofensiva y pusieron a su disposición todo el material necesario para embarcarse en una guerra de grandes dimensiones. Por lo tanto, mientras muchos en el mundo se engañaban a sí mismos creyendo que había llegado una nueva era de distensión, los soviéticos asumieron formalmente la responsabilidad de la defensa aérea de Egipto en enero de 1970. Y un mes antes de la reunión entre Nixon y Breznev en mayo de 1972, el presidente Sadat fue invitado a una reunión en Moscú durante la cual recibió, en principio, la conformidad soviética para ir a la guerra. Léonid Breznev procedió entonces de manera animada a firmar un documento conocido como «Los principios básicos de las relaciones entre Estados Unidos de América y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas», que incluía la declaración de que «Estados Unidos y la Unión Soviética tienen una responsabilidad especial en hacer todo lo que esté en su poder para que no se produzcan aquellos conflictos o situaciones que ayudarían a aumentar las tensiones internacionales».
Un año después de la cumbre de 1972 en Moscú, la Unión Soviética estaba suministrando a los Ejércitos egipcio y sirio las armas que creían fundamentales para ir a la guerra. La decisión soviética de suministrar misiles Scud a Egipto —tres meses antes de la reunión en la cumbre de 1973— fue un acto consciente destinado a despejar cualquier duda que pudiesen tener los egipcios para ir a la guerra. Los planes de Sadat preveían declarar la guerra en mayo de 1973 pero decidió posponerlo porque, tal como declaró durante una entrevista concedida a Akhbar El Yom en agosto de 1974: «Entonces los soviéticos fijaron la fecha para la Segunda Reunión en la Cumbre con Nixon en Washington para el mes de mayo y, por razones políticas que no es necesario revelar aquí, decidí postergar la fecha…». Al mismo tiempo, el presidente Assad realizó una visita secreta a Moscú y el resultado de esta visita fue el suministro de un completo sistema de misiles tierra-aire que fue enviado rápidamente a Siria en los meses de julio y agosto de 1973.
Mientras un mundo crédulo —y en un grado muy elevado una administración y un pueblo estadounidenses también muy crédulos— era engatusado por el señor Breznev en sus brindis por la paz y la amistad y sus declaraciones de que ambos países se concentrarían en mantener las tensiones internacionales en su mínima expresión, la Unión Soviética estaba preparando de una manera consciente y activa el escenario para una nueva confrontación en Oriente Medio.
Existen multitud de indicios de que, durante la tercera semana de septiembre de 1973, el Mando Supremo de la Unión Soviética conocía a la perfección el plan egipcio para ir a la guerra. El 21 de septiembre, Unitá, el periódico del Partido Comunista italiano, publicó un artículo en el que se afirmaba que Breznev había prolongado su visita a Bulgaria a fin de reunirse con el presidente Sadat. A pesar de los desmentidos posteriores de los soviéticos a esta historia, parece razonable suponer que, durante este encuentro, Breznev y Sadat ultimaron los arreglos del apoyo y la reacción soviéticos a los diferentes aspectos de la inminente operación militar de los ejércitos árabes contra Israel. Esta historia también se conecta con los informes recibidos en el ministerio de Asuntos Exteriores italiano que daban cuenta de que, durante esta visita, el señor Breznev coordinó con los búlgaros el establecimiento del proyectado puente aéreo soviético para enviar los suministros a Egipto y Siria. De hecho, el 2 de octubre un comunicado en inglés publicado por la Agencia de Prensa búlgara informaba de los preparativos de Siria y Egipto para un ataque inminente. Aparentemente este comunicado habría sido consecuencia de un descuido en alguna parte porque fue suprimido inmediatamente. Durante la semana anterior a la guerra, el lanzamiento de satélites Cosmos por la Unión Soviética para espiar las líneas del frente israelí en el norte y el sur, la salida de barcos soviéticos desde puertos egipcios y de un barco soviético de inteligencia electrónica hacia el norte desde Egipto así como la apresurada marcha de las familias de los asesores soviéticos de Egipto y Siria después de que los respectivos embajadores hubiesen anunciado la inminencia de la guerra se combinaron para añadir credibilidad a la connivencia soviética y, sin duda, de su íntimo conocimiento de los preparativos para la guerra.
Una vez iniciada la guerra, el masivo envío aéreo de suministros por parte soviética a Egipto y Siria se hizo de manera fluida, sin la improvisación y las frenéticas negociaciones que caracterizaron los envíos de suministros estadounidenses a Israel. Los barcos soviéticos, que debieron haber estado preparados en los puertos del mar Negro mucho antes del inicio de la guerra, cargaron equipo en sus bodegas antes del estallido de la guerra y ya lo estaban descargando en los puertos sirios el jueves 11 de octubre. Este hecho, más que cualquier otro, demuestra la connivencia y los cuidadosos preparativos previos que se habían dedicado al plan de suministros para la operación. Y durante el transcurso de la guerra, cuando la capital siria fue amenazada por las fuerzas israelíes, tanto la inteligencia israelí como la estadounidense tuvieron conocimiento de la alerta recibida por tres divisiones aerotransportadas soviéticas.
El hecho evidente y ominoso que se desprende de toda esta situación es que, mientras la Unión Soviética y Estados Unidos alzaban sus copas para brindar en todas las reuniones que celebraban en la cumbre, los soviéticos estaban practicando un siniestro juego de engaño y flagrante violación de la letra y el espíritu de los «Principios Básicos» de la distensión firmados en mayo de 1972… a insistencia de los propios soviéticos. En raras ocasiones las naciones han sido engañadas de una manera tan obvia. El espejismo de la distensión fue perseguido con avidez por muchos líderes y hombres de estado para sus respectivos propósitos y razones utilitarias. Pero solamente los muy ingenuos pueden seguir creyendo en la sinceridad del Kremlin. Porque en realidad no existía ninguna distensión —o, en el mejor de los casos, sólo había una distensión unilateral— y los soviéticos procedieron a mofarse prácticamente de todas y cada una de las palabras incluidas en los «Principios Básicos» acordados durante la cumbre de 1972. La distensión era, en el mejor de los casos, un mito y, en el peor de los casos, un peligroso engaño.
Es razonable suponer que el interés de la Unión Soviética en conseguir un cese el fuego el primer día de la guerra (obviamente porque los sirios les habían pedido que lo acordasen, aunque Sadat afirmó que los sirios siempre negaron ese extremo) y, más tarde, el pretendido acuerdo de la Unión Soviética a la iniciativa estadounidense del 13 de octubre estuvieron guiados por la lectura que los soviéticos hicieron de las posibles consecuencias si la batalla continuaba. Ellos no compartían la euforia que había obnubilado el pensamiento árabe. Durante toda la guerra e inmediatamente después de su conclusión, las acciones y reacciones soviéticas estuvieron guiadas por una evaluación muy clara de la situación militar. Apoyaron abiertamente una continuación de la guerra cuando el desarrollo de la contienda parecía favorecer a los árabes. Aceleraron el envío de suministros (como cuando Breznev instó al presidente Bumedian de Argelia a mostrarse más activo) y alentaron a otros países árabes a aumentar su apoyo y empuñar el arma del petróleo. Luego se movieron rápidamente para poner fin a la guerra —incluso al punto de crear una tensión que podía provocar una confrontación nuclear— pero sólo cuando se dieron cuenta de que el Tercer Ejército egipcio estaba condenado al colapso debido a la situación táctica. Parece, además, que los movimientos soviéticos realizados inmediatamente después de acabada la guerra —incluyendo su insistencia en el estacionamiento de tropas soviéticas y estadounidenses en el área y su amenaza de trasladar a Egipto siete divisiones aerotransportadas— fueron nuevos intentos de restablecer su presencia, que había quedado seriamente reducida después de que se produjese la retirada de alrededor de 20 000 de sus hombres de Egipto en julio de 1972.
A través de las conversaciones de Ginebra, la Unión Soviética se convirtió en una parte en las negociaciones para un acuerdo en Oriente Medio. Su estrategia parecía permitir que Estados Unidos ocupase el centro de escenario y obtuviese lo máximo posible de Israel sin tener que recurrir a las presiones soviéticas. Resulta a todas luces evidente, no obstante, que la Unión Soviética haría todo lo posible para impedir cualquier movimiento que pudiese perjudicar su posición como principal proveedor de armas a los árabes. Por lo tanto cualquier acuerdo —ya sea para crear una situación pacífica o sólo para reducir la importancia de los suministros de armas— aparecería como algo perjudicial a los intereses de la Unión Soviética. Asimismo, los soviéticos utilizarían la cuestión palestina y a la Organización para la Liberación de Palestina (cuyo máximo dirigente, Yasser Arafat, fue objeto de un recibimiento de jefe de Estado en Moscú en el verano de 1974) a fin de poner en peligro el régimen del rey Hussein de Jordania y como un elemento de maniobra fundamental mientras influían en la dirección de las negociaciones en el conflicto entre árabes e israelíes.
Un interés estratégico principal de la Unión Soviética en la región tenía como escenario el golfo Pérsico. Su base principal para el desarrollo de operaciones en el Golfo, tanto desde un punto de vista expansionista y desde la perspectiva de negarles el petróleo de los estados del Golfo a Occidente y Japón, es Iraq. La línea de suministro principal desde la Unión Soviética hasta Iraq es a través del puerto sirio de Latakia y a través del territorio sirio. Los soviéticos invirtieron enormes sumas de dinero en el desarrollo de esta base y trataron de eliminar la brecha que existía entre las dos facciones opuestas del Partido Baath que gobierna en Siria e Iraq a fin de fortalecer su dominio en estos dos países, ya que rodeaban el extremo oriental de la OTAN en Turquía y actuaban como una contraamenaza al creciente poder de las fuerzas armadas iraníes, alentadas y apoyadas por Estados Unidos.
El conflicto en Oriente Medio ponía de relieve una amenaza soviética decidida e implacable para la seguridad del conjunto de Europa, un hecho que los países europeos no supieron apreciar y ante el cual, en su ignominia, tampoco supieron reaccionar. Porque en cuanto a los líderes del Kremlin concernía, la guerra fue básicamente un espectáculo de segundo orden en el cual poder probar sus armas, evaluar la tecnología occidental y calibrar las reacciones occidentales a la crisis. La reacción pusilánime y cobarde de Europa ante los movimientos soviéticos debió representar para la Unión Soviética el aspecto más alentador de la guerra de Oriente Medio, mientras que la inequívoca y enérgica reacción de Estados Unidos, incluyendo el inesperado nuevo suministro de armas a Israel, debió ser su aspecto menos alentador.
La magnitud sin precedentes del armamento soviético puede calcularse por el hecho de que, en cuestión de meses, la Unión Soviética había suministrado a Siria el mismo número de tanques que ese país había perdido durante la guerra —alrededor de 1200— y añadió muchos más. A ello siguieron ingentes envíos de tanques con destino a Egipto, Siria, Iraq, Argelia, Somalia, India, Yemen y Yemen del Sur, por no mencionar muchos otros países, llegando a sumar varios miles de tanques en un año. Un potencial tan enorme debe considerarse en contraste con la situación presentada en 1974 por el subcomité especial sobre Oriente Medio del Comité de Servicios Armados de la Cámara de Representantes: «… En Estados Unidos había un solo productor de tanques para el Ejército, y el índice de producción actual es de 30 tanques por mes, o sea 360 tanques al año». La producción anual en Francia registraba cifras similares, alrededor de 300 por año. El tamaño y el campo de acción de las instalaciones de producción de armas soviéticas dejaban, obviamente, a Occidente alarmantemente atrás.
Occidente debía contemplar su futuro en 1975 contra el fondo de estos hechos sombríos de la implicación soviética en Oriente Medio. El paso del tiempo no disminuiría las metas del imperialismo soviético, pero tendió a nublar la conciencia occidental de los peligros que representaba. La Guerra del Yom Kippur dejó una lección fundamental para Occidente, y es que los países de la Europa occidental seguirían siendo independientes sólo en la medida en que fueran capaces de valorar las implicaciones de esa sangrienta confrontación y sacar las conclusiones adecuadas.
En cuanto a Oriente Medio, no se enfrenta sólo a peligros sino a grandes desafíos. La cuestión básica sigue siendo la misma del pasado: ¿quieren los árabes la paz? ¿Reconocen el derecho de Israel a existir? El historiador encontrará que Israel nunca ha sido el elemento que bloqueó los movimientos en pro de la paz. Es posible que las reacciones de Israel no hayan sido siempre las más inmediatas o sofisticadas, pero el Estado judío jamás ha dejado de reaccionar de forma favorable a la posibilidad de la paz. El problema básico ha sido y sigue siendo la insistencia árabe en que Israel no tiene derecho a existir. Los estados árabes extremos como Siria, Iraq y Libia, por no mencionar a la Organización para la Liberación de Palestina, se basan en el Convenio Palestino, uno de cuyos principios básicos es la destrucción del Estado de Israel. Los estados árabes más sofisticados, como Egipto y Jordania, recurren a la semántica árabe para distinguir entre diferentes formas de paz, lo que les permite prevaricar y evitar una respuesta clara a la pregunta de si Israel tiene o no derecho a existir y si ellos están preparados o no para una paz verdadera con Israel.
A lo largo de los años, los árabes se han vuelto más sofisticados en su enfoque, después de haber comprendido que la insistencia en empujar a los israelíes al mar ha perjudicado su campaña de propaganda contra Israel. En cambio han adoptado la teoría de las etapas, siendo la primera etapa la retirada de Israel a las fronteras de 1967. No obstante, el objetivo sigue siendo el mismo, como quedó demostrado en el discurso pronunciado por Yasser Arafat ante la Asamblea General de las Naciones Unidas en noviembre de 1974, cuando reafirmó, en efecto, el programa árabe para destruir el Estado judío. Israel está decidido a hacer un esfuerzo para alcanzar la paz, pero no entrará en la nueva fase haciéndose ilusiones con respecto a las intenciones de los árabes. Sólo cuando las acciones árabes indiquen una auténtica voluntad de modificar su actitud ante la cuestión básica de la existencia del Estado de Israel será posible que Israel haga concesiones.
Mientras tanto, los israelíes han aprendido su lección, y serán un gobierno y un estamento militar muy torpes los que permitan que la opción de golpear primero se encuentre exclusivamente en manos árabes. Oriente Medio está entrando en una fase de sofisticación militar que puede provocar un caos y una destrucción hasta extremos jamás soñados hasta el presente y que se extenderán mucho más allá de los estrechos límites del campo de batalla. Las poblaciones civiles estarán expuestas tanto como las fuerzas militares en cualquier guerra futura. Esta situación hace que Israel deba soportar la carga de tener que disponer inevitablemente de la opción del primer golpe y al mismo tiempo, cualquiera que sea el alcance del ataque y la naturaleza del armamento empleado, la capacidad para un segundo golpe. La capacidad de destrucción de las armas en poder de ambos bandos en la actualidad puede actuar como un elemento de disuasión en Oriente Medio, siempre que Israel mantenga un estado de preparación muy elevado y con todas las opciones abiertas. Otro factor esperanzador es el hecho de que, durante los éxitos iniciales de la Guerra del Yom Kippur, los árabes recuperaron su honor nacional y esto puede facilitar en última instancia el desarrollo del diálogo y la negociación entre ambas partes.
Sólo el tiempo puede decir si estas negociaciones tendrán o no éxito. El que Israel haya alcanzado una etapa de negociación con el mundo árabe se debe a la increíble victoria militar alcanzada en el campo de batalla en la Guerra del Yom Kippur. A pesar de haber sido tomados por sorpresa y de los reveses iniciales y las fuertes pérdidas, el pueblo israelí, el mando militar y, sobre todo, los soldados en el campo de batalla, se recuperaron de la sorpresa inicial, cambiaron el curso de los acontecimientos y alcanzaron una victoria que salvó a la nación. Muchos de los grandes acontecimientos ocurridos en 4000 años de historia palidecen y se vuelven insignificantes ante lo que se consiguió en el campo de batalla en la Guerra del Yom Kippur. Israel tiene todo el derecho del mundo a extraer fe y coraje para el futuro de su actuación en aquello que los israelíes muy bien pueden recordar como su guerra de Expiación.