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EN LA LÍNEA BAR-LEV

Los reservistas de la Brigada Jerusalén de la Reserva que defendían la mitad septentrional del Canal de Suez representaban perfectamente el típico crisol de habitantes de Jerusalén, una mezcla que reflejaba quizás mejor que cualquier otra la amplia y variada composición de la población de Israel. Había tenderos, comerciantes de la antigua comunidad occidental establecida en la ciudad, nuevos inmigrantes con escasos conocimientos de hebreo, profesores universitarios, funcionarios gubernamentales, granjeros y habitantes de los kibbutzim situados en las colinas del corredor de Jerusalén. Algunos de los soldados eran veteranos que habían servido en la brigada durante la Guerra de los Seis Días, pero la vasta expansión experimentada por la población de Jerusalén después de 1967 provocó una gran afluencia de recién llegados que no habían servido jamás en guerra. Muchos de ellos eran inmigrantes y un porcentaje relativamente elevado de los mismos no había cumplido el período de conscripción en el Ejército regular y simplemente había pasado un período de instrucción básica que le permitía llevar a cabo tareas en la reserva. Muchos eran soldados inexpertos con escasa o ninguna experiencia en el campo de batalla.

El teniente coronel Reuven (un oficial de la reserva que en una ocasión había mandado un batallón de la Brigada Golani) no se cuestionó ni una sola vez la política que había situado tropas de este nivel en la línea del frente más vital de Israel. El día de Yom Kippur estaba en el puesto de mando de su batallón en el Cuartel General de la brigada en el sector septentrional al mando del coronel Pinhas. Al mediodía fue llamado por el comandante de la brigada para una reunión de órdenes y se le dijo que, con toda probabilidad, la guerra comenzaría a las 18.00 horas; entretanto todas las unidades debían ser puestas en estado de alerta ante la posibilidad de una barrera de artillería enemiga. Reuven comprendió que esta situación causaría un choque psicológico increíble para sus bisoñas tropas, y su instinto le aconsejó visitar todas las posiciones defensivas y hablar con sus hombres pero, como semejante viaje le hubiese llevado varias horas, llamó por teléfono a todas y cada una de las fortificaciones y habló con el oficial al mando. Más tarde Reuven explicaría que le había llevado cerca de cinco minutos, en cada uno de los casos, convencer a sus oficiales de que estaba hablando de una guerra real. Las tropas de las fortificaciones habían visto llegar los refuerzos egipcios y los sospechosos movimientos de diversas unidades la semana anterior, pero cuando ahora, en esta tranquila y calurosa mañana de domingo, miraban a través de las plácidas aguas del Canal de Suez, la escena era bucólica: los granjeros se dedicaban a sus tareas habituales; los soldados egipcios no llevaban casco ni equipo y algunos de ellos pescaban tranquilamente en las aguas del Canal. Reuven tuvo que convencer a sus oficiales de que no se fiaran de lo que veían sus ojos y se preparasen para una guerra inminente.

A las 13.30 horas, el comandante de la brigada impartió órdenes para una inmediata activación del plan «Shovach Yonim» y, a las 14.00 horas, comenzaron a llegar informes de que las posiciones estaban siendo bombardeadas. Cuarenta y cinco minutos más tarde los informes decían que las tropas egipcias estaban cruzando el Canal; las fortificaciones situadas en la mitad septentrional informaron de que estaban siendo atacadas por fuerzas enemigas de infantería. Al estudiar los informes, Reuven descubrió que las fortificaciones en las que las tropas se habían mantenido en sus posiciones de tiro habían conseguido repeler el ataque, mientras que aquellas en las que los hombres habían recibido órdenes de buscar refugio, ante el supuesto de que se trataba solamente de un ataque de la artillería enemiga, y en las que sólo habían situado algunos observadores en el exterior habían sido penetradas por los egipcios.

Según el plan «Shovach Yonim», la clave de la defensa de la primera línea residía en las fuerzas acorazadas, que debían encargarse de cerrar los espacios abiertos entre las fortificaciones. Sin embargo, mientras Reuven escuchaba los informes de los diferentes pelotones de tanques, surgió un patrón inquietante. A todo lo largo de la línea del frente, tanques egipcios situados en la cima del muro de arena occidental sobre las aguas del Canal, junto con unidades de misiles antitanque, estaban destruyendo uno a uno a los tanques israelíes que se acercaban a la zona. En varias áreas, unidades de comandos egipcios habían ocupado las rampas preparadas para los tanques israelíes y les atacaban con bazookas RPG. Pronto resultó evidente que la mayoría de los tanques de la primera línea habían sido alcanzados por el fuego enemigo; de hecho, de todos los tanques de que habían avanzado velozmente para alcanzar las rampas en el sector ocupado por su batallón, solamente dos consiguieron llegar a la fortificación Budapest, la más septentrional de todas ellas, situada en la orilla arenosa al este de Port Fuad. Las fortificaciones empezaron a informar de que sucesivas oleadas de tropas de infantería y cientos de lanchas de asalto estaban cruzando el Canal.

La reacción en cada posición reflejó la determinación del comandante sobre el terreno; en muchos casos, sin embargo, los oficiales habían muerto al iniciarse el ataque. Reuven habló con la fortificación de Ketuba, la primera posición en el dique al norte de Kantara, donde el oficial al mando había sido herido. El cabo Zevulun Orlev, el director de una escuela para niñas deficientes, había tomado el mando y estaba controlando la situación. Mostrando una gran serenidad dirigía el fuego de la artillería e informaba de que muchos aviones israelíes estaban siendo derribados en las inmediaciones de la fortificación. Reuven solicitó a la brigada que enviase tanques de refuerzo, pero cuando comprendió que tales refuerzos no existían, comunicó a las fortificaciones que no tenían más alternativa que seguir resistiendo, porque aún no disponían de apoyo de tanques, artillería o aviación.

Tan pronto como se desataron las hostilidades, Reuven se desplazó con su Cuartel General avanzado para estar lo más cerca posible de las fortificaciones. Permaneció toda la noche en las marismas septentrionales hablando con las posiciones, alentando a sus hombres e implorando ayuda al Cuartel General de la brigada. Escuchó que la brigada de Gaby había llegado a esa zona pero, a medida que pasaban las horas, se dio cuenta de que también había sido diezmada por el fuego enemigo.

El amanecer del día 7 encontró a la fortificación Budapest aislada por la acción de las fuerzas de comandos egipcios. Reuven regresó al Cuartel General del Distrito Brigada, donde el general Magen había tomado el mando, sólo para enterarse de que no había ningún tanque disponible para aliviar la presión que estaban sufriendo las posiciones. Todos los presentes sintieron que se enfrentaban a una catástrofe: las posiciones a lo largo del Canal estaban aisladas; no había apoyo de artillería y tampoco aéreo o acorazado; una buena parte del pobre apoyo artillero en el área había sido destruido por el fuego enemigo. Mifreket había caído y en Milán había muertos y heridos, incluyendo al comandante de la compañía. Todas las fortificaciones informaron de que se estaban quedando sin municiones. Lahtzanit, situada a mitad de camino en el dique entre Kantara y Port Fuad, ya había caído en manos enemigas. Entonces, aproximadamente a las 11.00 horas, el comandante de la brigada anunció que había recibido autorización para evacuar las fortificaciones. Poco después, los hombres que ocupaban Drora, en el dique al sur de Lahtzanit, consiguieron replegarse hacia el este en sus semiorugas y regresar sanos y salvos a las líneas israelíes.

En la mañana de Yom Kippur, mientras la unidad que defendía la fortificación de Ketuba estaba dedicada a la oración con la guía de tres muchachos pertenecientes a un seminario religioso de Jerusalén, el oficial al mando recibió órdenes de activar el plan «Shovach Yonim». Los devotos se trasladaron desde un cobertizo exterior de la fortificación hasta el búnker, y cuando estalló la guerra todos los hombres estaban preparados para el combate; el único elemento que faltaba eran los tanques, que ellos creían que llegarían pronto. Cuando se inició el intenso bombardeo, las tropas, la mayoría de ellas en la treintena, tomaron posiciones. El teniente Satan, comandante de la fortificación, fue herido gravemente en el pecho y trasladado a un búnker para que se le practicase una transfusión urgente. El cabo Orlev, que había asumido el mando, miró hacia fuera, levantó la cabeza en el terrible infierno del ataque y vio dos grupos de embarcaciones de asalto en forma de flecha que estaban cruzando las aguas del Canal al norte y al sur de la fortificación. En cada embarcación había veinte soldados egipcios. Desde los terraplenes al otro lado del Canal, los egipcios disparaban prácticamente a quemarropa contra la fortificación para obligar a sus ocupantes a mantener las cabezas gachas.

Orlev se hizo cargo de la ametralladora pesada y abrió fuego. Siguiendo su ejemplo, todas las posiciones comenzaron a disparar contra el enemigo que se acercaba a ellos. Un señalero y un rabino dispararon proyectiles de bazooka contra las embarcaciones, hundiendo una detrás de otra; en cuestión de minutos todas las embarcaciones egipcias se habían ido al fondo del Canal y los israelíes calcularon que más de un centenar de muertos egipcios flotaban en sus aguas. Ahora los tanques egipcios ascendieron por los terraplenes y comenzaron a disparar sin cuartel contra la fortificación. Para entonces Ketuba ya tenía seis defensores heridos de diversa consideración, dos de ellos gravemente; en la fortificación no había médico y el plasma se estaba acabando. Orlev se puso en contacto inmediatamente con la fortificación situada al norte, Drora, y le pidió al médico allí destacado que indicase al enfermero de Ketuba cómo cuidar de los heridos y cómo realizar las transfusiones. Todos salvaron sus vidas. Al caer la noche, uno de los soldados dedujo de las órdenes que alcanzaba a oír desde el otro lado del Canal que los egipcios se preparaban para lanzar otro ataque. Orlev transmitió estas órdenes por radio al búnker, desde donde fueron transmitidas a la artillería israelí situada en la retaguardia. La posición estaba apoyada por dos cañones, y con Orlev dirigiendo el fuego de artillería por primera vez en su vida, consiguieron unos excelentes resultados, justo en el centro de las concentraciones egipcias.

La tenaz reacción de Orlev y sus hombres fue tan eficaz que, en poco tiempo, el Canal estuvo lleno de cadáveres egipcios flotando en sus aguas. Cuando salió la luna, los hombres que ocupaban la posición no podían dejar de imaginar que todos esos cuerpos que veían en el agua eran submarinistas o comandos que nadaban bajo el agua en dirección a ellos. Alrededor de once embarcaciones habían sido hundidas o destruidas por los hombres de la posición Ketuba durante el primer día de la guerra.

A las 3.00 horas del domingo, efectivos de infantería y comandos egipcios habían avanzado desde el norte y el sur a lo largo del dique y se preparaban para el ataque. En primer lugar, inmovilizaron a los ocupantes de las fortificaciones con una barrera artillera. En ese momento, Orlev disponía de once hombres en condiciones de combatir (tres de ellos estaban heridos pero habían regresado a ocupar sus posiciones). Después de evaluar la situación, Orlev tomó la decisión de concentrar su pequeña fuerza para hacer frente a las tropas egipcias, que más tarde calculó en unos 200 hombres, y que avanzaban desde el sur. Los soldados enemigos avanzaban muy juntos a lo largo del dique. La fuerza israelí abrió fuego concentrado y, después de una batalla de cuarenta y cinco minutos, los egipcios se retiraron dejando el área sembrada de muertos. El avance egipcio desde el norte se interrumpió al ver la suerte que habían corrido sus camaradas.

A medida que la lucha continuaba de forma encarnizada, el número de bajas en la posición comenzó a aumentar. Uno de los soldados heridos, que había regresado a la batalla cubierto de vendajes, fue abatido por un francotirador egipcio justo cuando acababa de hundir otra embarcación enemiga cargada de comandos. Fue evacuado al búnker, consiguió musitar la oración «Shma Israel» con su último hálito de vida y murió. En ese momento, quedaban siete defensores; dos habían muerto, ocho estaban heridos y otros dos estaban en estado de shock. De pronto, Orlev identificó lo que parecía ser una gran embarcación en el Canal a unos 3 kilómetros al sur de la fortificación; se trataba de un enorme transbordador con tanques a bordo. Solicitó apoyo aéreo y un avión Skyhawk se lanzó sobre el ferry y lo hundió. No obstante, las fuerzas egipcias continuaban concentrándose en la orilla oriental: Orlev pudo identificar seis tanques y un batallón de infantería que se preparaban para atacar su posición. Era consciente de que existían pocas posibilidades de que siete soldados, agotados por la incesante lucha y con escasas municiones, pudiesen hacer frente a esa fuerza enemiga.

A las 13.00 horas del domingo, Orlev impartió órdenes a sus hombres para la defensa de la posición. Una hora más tarde recibieron órdenes de evacuar la fortificación, pero para entonces los seis tanques egipcios se encontraban a menos de 2 kilómetros de la posición y, cubiertos por su fuego, la infantería egipcia había comenzado a avanzar lentamente hacia ellos. Uno de los hombres que había permanecido en estado de shock oyó la orden de evacuación, corrió hacia uno de los semiorugas que habían quedado en la posición y huyó en compañía del señalero. El resto de la fuerza, incluyendo a los heridos, tuvo que abandonar la fortificación en el otro semioruga. Cargaron también cuatro ametralladoras en el vehículo y todas las armas que pudieron para abrirse paso y poder escapar. Antes de marcharse, Orlev llamó al Cuartel General para preguntar qué dirección debían tomar. «¿Qué demonios estáis haciendo ahí todavía?», fue la atónita respuesta. Bajo un intenso fuego enemigo, los hombres de Ketuba se alejaron por la ruta que atravesaba las marismas y finalmente llegaron a las líneas israelíes.

La posición israelí situada más al norte a lo largo del dique del Canal era conocida como Orkal. Se trataba de una gran área defensiva compuesta por tres fortificaciones: Orkal A, B y C. Cuando se iniciaron las hostilidades. Orkal A estaba ocupada por veinte hombres a las órdenes del comandante de compañía Gad Somekh, que estaba al mando de todo el complejo; Orkal B contaba con seis hombres al mando del teniente David Abu Dirham, y Orkal C estaba defendida por dieciocho hombres al mando del teniente Desberg.

A las 14.00 horas del Yom Kippur, cuando los aviones egipcios bombardearon la posición y una intensa barrera de fuego se abatió sobre ella, Abu Dirham ordenó a sus tropas que se metiesen bajo tierra. Vio que uno de los cinco tanques egipcios que estaba frente a la fortificación sufrió una avería cuando maniobraba en el terraplén para ocupar una posición de tiro; otro tanque quedó destruido por una mina. Abu Dirham buscó armamento antitanque adicional y maldijo al recordar que, sólo dos días antes, un oficial de suministros del Cuartel General de la brigada había decidido que el bazooka era un arma superflua en esa fortificación y se la había llevado junto con sus proyectiles. Cuando la batalla se intensificó, Dirham comprobó que otro tanque había quedado inutilizado en el campo de minas que protegía la fortificación en el flanco norte.

El bombardeo remitió y Abu Dirham llamó a sus hombres y les dijo que salieran del refugio subterráneo. Algunos de los soldados estaban aterrorizados y tuvo que bajar a la posición para ordenarles que salieran. Sólo entonces ocuparon sus posiciones de combate. Para entonces la infantería egipcia había comenzado a avanzar a lo largo del dique, alcanzando las alambradas. Abu Dirham se hizo cargo de la ametralladora pesada y, a medida que los egipcios avanzaban en filas —«igual que las tropas de Napoleón»— él y sus tropas les abatían fila tras fila. Pero seguían avanzando. El ataque se prolongó durante una hora y media hasta que la infantería egipcia se retiró, llevándose con ellos las armas y los heridos. Un tanque egipcio averiado que había quedado en el terraplén al otro lado del Canal continuó disparando contra la fortificación desde corta distancia, y la única munición antitanque con la que contaba Dirham eran granadas de fusil antitanque. Disparó catorce de estas granadas desde una distancia de 200 metros en una trayectoria elíptica. Tres de ellas consiguieron hacer impacto en el tanque y la tercera (que era su última granada) consiguió silenciarlo.

La noche había caído sobre el Canal y Orkal A informó de que su situación era grave. Abu Dirham dejó el mando de la posición en manos del sargento Arieh Segev, un antiguo paracaidista, y encontró el camino hacia Orkal A guiándose por la luz de su linterna. Cuando entró en la fortificación descubrió que las posiciones de tiro estaban desiertas. Abajo, en el búnker, encontró a la unidad en un estado de absoluta depresión. Entonces recorrió las posiciones de tiro y encontró al comandante de la compañía, Gad Somekh, muerto en una de ellas y al teniente Ezra sin vida en otra. En una tercera posición encontró un ametrallador que no tenía ninguna instrucción en el uso de su arma y que, en posteriores combates, solicitó repetidamente la ayuda de Dirham para que le ayudase a ajustar la mira.

Abu Dirham observó el panorama y decidió coger el toro por los cuernos. Los hombres deambulaban dentro de la posición completamente desmoralizados por la pérdida de sus dos oficiales. En la posición había dos tanques, pero el comandante de uno de ellos estaba herido y el cañón del segundo tanque estaba inutilizado. Después de haber organizado la fuerza para la defensa del área y asumido el mando, Dirham se puso en contacto con Orkal C y habló con el oficial al mando, el teniente Desberg, que había recibido una herida en la cabeza pero continuaba luchando con sus hombres. Desberg le informó de que los egipcios ya habían penetrado en el área de la fortificación y en las trincheras se luchaba cuerpo a cuerpo. La primera reacción de Dirham fue organizar un contraataque en Orkal C. Pero cuando consideró las pérdidas y el estado y grado de entrenamiento de sus tropas, comprendió que sería una empresa imposible.

Llegado este punto, los egipcios lanzaron un terrible ataque de infantería desde el norte. Durante toda la noche, y a lo largo del día siguiente, la fuerza de la que Abu Dirham había asumido el mando —incluyendo un grupo de personal sin instrucción que estaba a cargo de los servicios— repelió los repetidos ataques egipcios desde el norte y el avance enemigo desde la dirección de Orkal C. Hacia la tarde del domingo los tanques egipcios comenzaron a atacar las posiciones desde corta distancia, destruyendo una posición de tiro tras otra. El suministro de municiones era escaso y Abu Dirham solicitó apoyo aéreo. Un puñado de aviones acudió al rescate de la posición asediada y pudo ver cómo un Mirage israelí caía en las marismas cerca de la fortificación. A las 14.00 horas divisó unos hombres que enarbolaban una bandera blanca. Orkal C había caído en manos enemigas. Abu Dirham sabía que si hubiese tenido a sus órdenes sólo a quince soldados entrenados, podría haber reconquistado la posición y continuado resistiendo el ataque egipcio.

Tan pronto como recibió la autorización del comandante del batallón, Abu Dirham organizó su fuerza para abandonar la posición. Ordenó que todos los hombres se tendiesen en el semioruga y él se hizo cargo de la ametralladora del vehículo, disparando a medida que avanzaba. Acompañado de dos tanques, la fuerza consiguió abrirse camino bajo un intenso fuego enemigo hasta llegar a pocos metros de las tropas egipcias que ahora ocupaban Orkal C. Los hombres continuaron luchando sin cuartel cerca de 7 kilómetros a lo largo del dique tratando de llegar a Lahtzanit y la primera ruta hacia el este a través de las marismas.

Unos cuatro kilómetros antes de llegar a Lahtzanit, uno de los tanques recibió un impacto directo y Abu Dirham se preparó para evacuar a los ocho soldados del blindado al semioruga. Cuando estaban realizando el traslado, el motor del semioruga fue alcanzado por un proyectil y sus ocupantes salieron volando en todas direcciones. El segundo tanque continuó viaje hacia Lahtzanit. Abu Dirham lanzó una granada y cargó sin dejar de disparar, sólo para darse cuenta de que estaba herido en una mano y que había cargado solo: sus hombres estaban tendidos en la zanja a un lado del camino. Había sangre por todas partes y Dirham no era capaz de distinguir a los vivos de los muertos. Corriendo entre ellos bajo las balas enemigas, les golpeó con la culata de su arma mientras les gritaba, «¡Todos los que estén vivos que levanten la mano!». Finalmente, algunos empezaron a arrastrarse tras él a lo largo de unos 50 metros en dirección norte mientras las fuerzas egipcias se acercaban y no dejaban de disparar. Pero, súbitamente, delante de ellos, a sólo unos cuantos metros, se encontraron con soldados enemigos.

En la noche del domingo, Abu Dirham y sus hombres, que habían librado una batalla enormemente dramática, fueron hechos prisioneros.

En el extremo meridional del Canal de Suez se estaba librando una batalla de enorme bravura y tenacidad mientras la guarnición en la fortificación del muelle —construida en la escollera de Port Tewfik frente a Suez— resistía los intentos de las fuerzas del Tercer Ejército de capturarla. El heroísmo de esos cuarenta y dos soldados del Ejército Regular israelí al mando del teniente Shlomo Ardinest, incluyendo las tripulaciones de los tanques que habían quedado aislados, se convirtió en una leyenda no sólo en el Ejército israelí sino también entre las fuerzas egipcias que atacaban la posición.

En esta fortificación, las primeras horas de la guerra no difirieron de las que tuvieron que soportar el resto de las posiciones a lo largo de la línea defensiva israelí. A través del Canal se organizaron un bombardeo masivo de la artillería y un asalto directo a cargo de una fuerza en botes hinchables, cada uno con capacidad para transportar diez soldados. Durante dos horas y media, la guarnición repelió el ataque egipcio y consiguió hundir la mayoría de las embarcaciones que intentaban cruzar el Canal. Durante la tarde, cuatro tanques consiguieron penetrar en la posición pero habían sido atacados durante el camino y llegaron dañados y con seis hombres heridos. Al caer la tarde, el doctor Nahum Verbin tenía quince heridos en su enfermería, uno de los cuales murió poco después. Al comenzar los combates uno de los dos oficiales de la posición resultó herido y Shlomo Ardinest, un yeshiva o graduado de un seminario ortodoxo, quedó como único oficial.

La noche del domingo, los egipcios montaron otro ataque y muchos de ellos consiguieron cruzar al otro lado del Canal y ascender por el muro de arena. Las tropas israelíes que se encontraban en la posición lanzaron granadas rodando por el muro de arena para romper este ataque frontal, pero una unidad egipcia penetró en la fortificación por el sur con la ayuda de lanzallamas y prendió fuego al depósito de combustible de la posición. Cuando los soldados egipcios cargaron sobre la posición, profiriendo gritos y ebrios de victoria, los ocupantes de la guarnición acabaron con ellos en una lucha que fue prácticamente cuerpo a cuerpo.

La posición estaba rodeada de agua por tres de sus lados y conectada a tierra firme por una única carretera de unos 6 metros de ancho que discurría por la escollera. Sobre el lado del Canal de la escollera se elevaba el muro de arena, a lo largo del cual centenares de soldados egipcios tomaron posiciones durante la noche. La fortificación estaba completamente aislada. El domingo al amanecer los defensores israelíes que ocupaban la posición comprendieron la gravedad de la situación: las áreas blancas, abiertas, barridas por el viento y cubiertas de arena estaban llenas hasta donde alcanzaba la vista de vehículos y tropas egipcios; no muy lejos de allí, una gran cantidad de tanques, vehículos, cañones y misiles estaban cruzando el Canal. Ardinest solicitó fuego de artillería contra estas concentraciones de fuerzas egipcias, pero poco podía saber que todo lo que había entre los pasos de Mitla y Gidi y el avance del Tercer Ejército egipcio eran los veintitrés tanques supervivientes de la brigada de Dan.

Durante tres días una terrible barrera de fuego de artillería se abatió sobre la posición y miles de soldados egipcios se lanzaron al ataque contra ella, en muchos casos llegaron hasta las alambradas, lo bastante cerca como para lanzar granadas contra las trincheras israelíes. Luego llegaron los tanques egipcios, preparados para arrasar la posición prácticamente a quemarropa. Desde los tanques israelíes averiados que quedaban en la posición las dotaciones reglaban el tiro por ensayo y error, destruyendo uno tras otro los tanques egipcios. Para entonces el doctor Verbin se había quedado sin morfina y sufría lo indecible al contemplar cómo los heridos trataban de soportar el dolor en silencio. No le quedaba sangre para transfusiones ni una sola jeringuilla, y la provisión de vendas también se estaba acabando.

El martes por la mañana Ardinest dirigió sus binoculares hacia la fortificación vecina y vio que sobre ella ondeaba la bandera egipcia. Sabía que las fuerzas egipcias habían conseguido penetrar hasta una profundidad de 10 kilómetros desde el Canal y que ésta era la última posición que aún resistía el avance del enemigo. Para entonces en la posición sólo quedaban diez hombres entrenados para el combate más otra decena encargados de tareas de apoyo, incluyendo al médico, el enfermero, el cocinero y dos estudiantes de yeshiva que habían venido para organizar las oraciones en Yom Kippur. Uno de los soldados resultó herido por un proyectil de bazooka y el doctor Verbin llevó a cabo la primera traqueotomía de su vida sin ningún tipo de anestesia. Y salvó la vida del muchacho.

Ardinest se movía entre sus hombres dándoles ánimos y prometiéndoles que la ayuda llegaría en cualquier momento. El jueves le preguntaron desde el Cuartel General si podía resistir otras cuarenta y ocho horas. Contestó que lo intentaría y les dijo a los hombres que la ayuda estaba en camino. El doctor Verbin sabía que, desde un punto de vista estrictamente médico, la fortificación no tenía los medios necesarios para resistir otro ataque; él no podría atender a ningún herido más porque no tenía absolutamente nada con que hacerlo. Al ver la agonía que estaban sufriendo los heridos sugirió que la posición se rindiese recurriendo a los buenos oficios de la Cruz Roja. Ardinest y el sargento de la guarnición no quisieron ni oír hablar de la palabra rendición.

El viernes transcurrió sin mayores incidentes y, al despuntar la mañana del domingo, ya había pasado una semana desde el inicio de la guerra y la unidad seguía resistiendo en la fortificación. El Cuartel General prometió que la ayuda llegaría en veinticuatro horas. Dos horas más tarde los hombres de la fortificación del muelle fueron informados de que estaban autorizados a rendirse a través de la Cruz Roja a las 11.00 horas del sábado. No había otra alternativa: el doctor Verbin era consciente del grave problema de los heridos, mientras que Ardinest descubrió que toda su fuerza contaba con sólo veinte granadas de mano y unas cuantas cintas de munición para las ametralladoras ligeras, un armamento con el que no podían hacer nada ante la concentración de fuerzas egipcias que los tenían rodeados por todas partes. Sólo quedaba rendirse.

Cuando Ardinest les dijo a sus hombres que tenían que rendirse, se lavaron con la poca agua que les quedaba en las cantimploras, se arreglaron, se cambiaron la ropa sucia por la batalla y se prepararon para rendirse con dignidad. Un miembro de la Cruz Roja cruzó el Canal acompañado de dos egipcios. El teniente Ardinest y el doctor Verbin cruzaron a la otra orilla con ellos. Una vez allí se acercaron al comandante egipcio y saludaron, luego Ardinest volvió a cruzar el Canal con los egipcios, quienes querían asegurarse de que en la fortificación no hubiese bombas trampa, mientras que el doctor Verbin permaneció en la orilla occidental del Canal en calidad de rehén. Ardinest insistió en que la Cruz Roja saliese con sus hombres y recuperasen tres cuerpos de israelíes que yacían muertos fuera de la fortificación y los reuniesen con otros dos para enterrarlos en la fortificación. Hizo formar a sus hombres y les preparó para marchar hacia su cautiverio con las cabezas bien altas. Antes de abandonar la posición, los supervivientes discutieron si debían llevarse con ellos la Torá, el rollo sagrado, o bien enterrarla con sus camaradas muertos. La mayoría decidió que debían llevarse el texto sagrado con ellos. Por lo tanto, con las cabezas erguidas, encabezados por un soldado que llevaba en sus manos el texto sagrado, este grupo de valientes salió a la luz del sol. Los miles de egipcios que rodeaban la posición observaban la escena con admiración.

Ardinest fue trasladado a la margen occidental, pero momentos después fue llevado nuevamente a la posición que acababan de rendir, acompañado de oficiales egipcios de alta graduación. «¿Dónde están las ametralladoras pesadas?», le preguntaron. «¿Dónde las habéis escondido?». «No teníamos ninguna», les respondió. «Mentiroso», le gritaron los oficiales egipcios, negándose a creer que esta guarnición hubiese podido resistir durante una semana con sólo cuatro ametralladoras ligeras y procedieron a realizar una búsqueda exhaustiva de las inexistentes armas.

Los egipcios izaron ceremoniosamente su bandera en la posición, mientras Ardinest doblaba la bandera israelí con manos temblorosas. Luego se la entregó al comandante egipcio, quien la recibió con un saludo, y dirigió la mirada hacia la posición que había defendido con tanto valor. Conteniendo las lágrimas, el joven comandante cruzó las aguas del Canal y se reunió con sus hombres.

En el extremo septentrional de la línea defensiva israelí, en la costa a unos 12 kilómetros al este de Port Fuad, se encontraba la posición conocida como Budapest. Su comandante era un oficial de la reserva, el capitán Motti Ashkenazi (quien después de la guerra habría de convertirse en uno de los líderes de los movimientos de protesta que exigían la dimisión del ministro de Defensa) y su dotación la componían dieciocho hombres. Cuando Ashkenazi asumió el mando de una unidad de infantería blindada en la posición Budapest, quedó horrorizado por la falta de disciplina y el estado de la posición.

El fuego enemigo comenzó a castigar Budapest a las 14.00 horas del sábado y la barrera de fuego se prolongó durante dos horas a una intensidad calculada en treinta proyectiles por minuto. Tres hombres resultaron muertos al iniciarse la barrera de fuego; el mortero de 120 mm que se encontraba en el patio de la posición fue alcanzado por un impacto enemigo y todo el sistema de comunicaciones quedó destruido. Toda la posición quedó envuelta en una espesa cortina de humo y resultaba imposible ver nada en cualquier dirección. Budapest era la única posición en la línea defensiva a la que consiguió llegar un pelotón de tanques según las órdenes incluidas en el plan «Shovach Yonim». Sin embargo, en lugar de tres tanques, sólo llegaron dos y, en uno de ellos, el cañón estaba atascado (más tarde fue reparado durante la batalla por los técnicos de la posición).

A las 16.00 horas del sábado, los egipcios montaron un ataque mixto con infantería y tanques sobre la posición Budapest desde Port Fuad. La fuerza egipcia incluía dieciséis tanques, dieciséis vehículos blindados de transporte de personal y jeeps con cañones antitanque sin retroceso montados en sus chasis, seguidos de camiones cargados de soldados de infantería. El único tanque israelí en condiciones de combatir atacó al enemigo a distancias de entre 700 y 1200 metros, apoyado por el fuego procedente de la fortificación: ocho vehículos blindados de personal y siete tanques egipcios quedaron envueltos en llamas. Cuando la fuerza egipcia comenzó a retirarse, algunos de sus vehículos quedaron atascados en la arena. Hacia el final de la batalla, diecisiete vehículos egipcios habían quedado abandonados y los Phantom israelíes bombardearon y ametrallaron a las fuerzas enemigas en retirada. Dos horas después de que comenzara el avance de los blindados, alrededor de 200 comandos ocuparon la costa a un kilómetro al este de Budapest. Ahora la fortificación había quedado completamente aislada.

El domingo el bombardeo continuó y la aviación israelí sobrevoló Port Said y Port Fuad acercándose desde el mar para llevar a cabo lo que Ashkenazi consideró que eran misiones suicidas. El aire estaba saturado de fuego antiaéreo y misiles disparados por las baterías egipcias; los aviones estallaban y se estrellaban alrededor de la fortificación; uno de los Phantom que había conseguido eludir cinco misiles fue alcanzado por el sexto y se hizo pedazos en el aire a unos cien metros sobre Budapest. Cada uno de los aviones israelíes recibió el fuego simultáneo de una batería de al menos seis misiles. Enfermo por el espectáculo que se desarrollaba ante sus ojos, Ashkenazi envió un mensaje por radio diciendo que renunciaba al apoyo aéreo… De alguna manera sus fuerzas se las arreglarían para resistir.

Aquel día cuatro cazabombarderos Sukhoi egipcios atacaron la posición, provocando enormes daños, mientras que los cañones pesados instalados en Port Said y la artillería de campaña desplegada en Port Fuad les castigó durante todo el día. La fuerza de comandos egipcia que había aislado a la fortificación destruyó una fuerza israelí, apoyada por tanques, cuando se dirigía a aliviar la presión sobre Budapest. El lunes, el masivo ataque de la artillería continuó hostigando la posición. Sin embargo, la presión ejercida por los israelíes sobre los comandos egipcios continuó sin tregua y, el martes por la noche, la fuerza egipcia fue evacuada por mar. El miércoles, la aviación israelí atacó el área, pero las tropas que combatían en la posición fueron testigos del derribo de varios aviones. Aquel día un convoy junto con el comandante del sector septentrional del Canal, general Magen, consiguió llegar hasta la posición sitiada llevando municiones y comida. El bombardeo prosiguió de forma intermitente, pero la batalla por Budapest había acabado. El jueves la unidad de Ashkenazi fue relevada por fuerzas frescas.

Más tarde, otra unidad de comandos enemigos habría de dejar aislada nuevamente la posición Budapest. Los israelíes tuvieron que volver a luchar para abrir la ruta que llevaba a la fortificación porque no habían aprendido de los errores anteriores. A pesar de todo, Budapest resistió hasta el final de la guerra y recibió la distinción de ser la única posición de la línea del frente en la línea Bar-Lev que no cayó en manos del enemigo.

La resistencia ofrecida por las fortificaciones ante el ataque de los egipcios varió según la calidad de los oficiales al mando en cada posición. En general, allí donde se contaba con un mando experimentado y decidido que tenía a sus órdenes al menos a un mínimo de soldados bien entrenados, las fortificaciones consiguieron resistir durante varios días. A pesar del ataque masivo lanzado contra el reducido número de tropas israelíes en las posiciones y el bajo nivel de entrenamiento de muchos de los soldados, la mayoría de las fortificaciones combatió y respondió bien (debe recordarse que estaban siendo reducidas sistemáticamente a escombros por los misiles antitanque y los cañones de los tanques egipcios que disparaban desde los terraplenes al otro lado del Canal, colocados de manera tal que los blindados podían disparar directamente contra las fortificaciones).

Ninguna posición fue abandonada por sus ocupantes sin haber recibido previamente la orden que les autorizaba a hacerlo; algunas de ellas continuaron combatiendo literalmente hasta el final. Algunos de sus ocupantes, como el grupo que abandonó Milán el domingo por la noche, dejaron la fortificación justo antes de que los egipcios lanzaran un importante asalto acorazado. En otras posiciones la evacuación de las unidades fue posible gracias a un arrojo e ingenio notables, en muchos casos llevando a los heridos con ellos, a través de densas concentraciones de infantería, artillería y tanques egipcios que llenaban las cabezas de puente; algunos consiguieron atravesar las líneas enemigas respondiendo las contraseñas en árabe; otros fracasaron. Algunos tuvieron problemas para identificarse cuando llegaron a las líneas israelíes y tuvieron que soportar un intenso fuego amigo. Los hombres de la posición Milán se salvaron gracias al ingenio de un joven oficial que agitó un talith, un chal usado durante las oraciones, de un lado a otro, para que las unidades de la línea del frente no abriesen fuego contra ellos. Toda la epopeya de la fortificación Purkan, situada frente a Ismailía, que combatió durante sesenta y ocho horas, fue grabada por un técnico de radio que servía en la reserva y que había llevado consigo una grabadora. Es un documento inusual en la historia de la guerra y ha sido publicado.

El principal problema de las fortificaciones levantadas junto a la costa del Canal era el hecho de que, a lo largo de los años, se habían convertido en algo intermedio entre puntos de resistencia destinados a defender el Canal contra un ataque egipcio y puestos de observación y alarma avanzados. Como posiciones defensivas eran demasiado débiles y se hallaban demasiado dispersas, y como puntos de observación contaban con demasiados efectivos. Si la línea hubiese estado dotada de efectivos preparados para un ataque según lo establecido en el plan «Shovach Yonim», no hay duda de que la mayoría de las fortificaciones hubiesen tenido un comportamiento mucho más eficaz; los egipcios habrían sufrido fuertes pérdidas y no hubiesen sido capaces de establecer posiciones firmes en una serie de puntos, y las reservas israelíes habrían encontrado una situación menos complicada que la que se encontraron al llegar a la zona. Aunque el ataque egipcio hubiese establecido sin duda alguna una posición firme en la margen oriental del Canal, debido a la enorme desproporción de fuerzas y al hecho de que la principal base de misiles antitanque era el elevado muro de arena en la margen egipcia, las cabezas de puente habrían sido mucho más vulnerables al contraataque israelí.

Pero el error principal estuvo en no haber decidido antes, cuando el coronel Dan lo solicitó, si los refuerzos acorazados debían concentrarse en establecer contacto con las fortificaciones o bien en repeler el cruce del Canal por parte de las fuerzas egipcias. El cuadro correcto de los acontecimientos que se estaban desarrollando a lo largo del Canal estuvo desenfocado hasta la mañana del domingo 7 de octubre. Pero, para entonces, los repetidos intentos de los tanques israelíes por contactar con las fortificaciones habían costado a Albert las dos terceras partes de su fuerza acorazada. Como se comprobaría más tarde, esta indecisión tuvo fatales consecuencias.