13

El cerebro está intacto, pero está sangrando masivamente. Podemos drenar la sangre, pero no podemos detener la hemorragia. Para explicarlo de la manera más simple posible, el cerebro es una masa gelatinosa y el cráneo es hueso. El cerebro se expande, el cráneo no. En este momento, el cerebro tierno de nuestro paciente está atrapado y comprimido contra las crestas afiladas del interior del cráneo. Y ése es el menor de sus problemas, porque la presión sola provoca un mayor flujo de sangre, lo que no hace más que aumentar la presión y provocar una mayor hemorragia hasta que el cerebro se mueve físicamente hacia un lado o se hernia, en cuyo caso el juego se habrá terminado. Podemos mantenerle la cabeza levantada, bombearle oxígeno, drenar y limpiar, pero no sabremos mucho más hasta que alcance el punto máximo de la hemorragia, según nuestros cálculos, dentro de doce horas. Si sobrevive a eso, entonces podemos empezar a preocuparnos por sus facultades. Puede volver a ser el hombre que era o puede que ni siquiera sea capaz de contar hasta diez. Mientras coloco la sonda, Natasha, coja el taladro, por favor, y páseme la fibra óptica.

—¿Puede oír?

—Sí, pero no significará nada para él. Está en un vacío. Sin duda está perdiendo neuronas. Mientras el cerebro se deconstruye, ¿quién sabe lo que deja al descubierto? ¿Enormes alegrías, miedos terribles? No estaba consciente cuando llegó y ésa no es una buena señal. ¿Signos vitales?

—Ritmo cardíaco, setenta y cinco. ECG normal. Presión sanguínea, dieciséis, ocho.

—¿Cuándo llegarán los neurocirujanos?

—Están todos ocupados. Chicos, el equipo sois vosotros. Con un trauma cerebral no esperamos nada ni a nadie. Busca y encontrarás. Aquí, dentro de la herida de entrada, entre el hueso occipital y la duramadre, una bala, fragmentos de hueso y un coágulo importante. Gasa, por favor. Éste no es un caso perdido. Maria, ahora que ya tiene el tubo colocado, por favor, mantén a este hombre dormido.

—No tengo halotano. Estoy usando éter.

—¿Éter? Maravilloso, la elección del siglo XIX.

—Elena Ilyichnina, no me entrenaron para esto.

—Todos estáis haciendo un excelente trabajo. Queremos estar seguros de que todo esté en orden y limpio. Tendremos que quitar el coágulo antes de asegurar el punto de sangrado. Corrijo: los puntos de sangrado. Valentina, estás dentro o fuera.

—Me quedaré.

—Lo harás tú, entonces. Con cuidado. No estás perforando en busca de petróleo.

—No entiendo. Cuando lo estábamos preparando tenía pólvora en el pelo. ¿Recibió un disparo a bocajarro pero la bala sólo penetró el cráneo?

—Evidentemente, es una nuez dura de romper.

—¿Habéis visto las marcas de ligaduras en el cuello? Tengo entendido que la estrangulación puede ser a veces un juego sexual.

—¿Cómo sabes esas cosas, Tina?

—Sólo digo que a este hombre lo colgaron del cuello y le dispararon en la cabeza y aún sigue con vida. Es un tipo afortunado.

Silencio.

—Eso ya lo veremos. Depende de lo que tú consideres afortunado.

Sonidos de cortes de tijera y el pitido agudo de los monitores.

—Bien. Taladro, por favor. Recordad, el cerebro carece de terminaciones nerviosas; no siente dolor. Succión, por favor, y para la frente, una broca más pequeña en el taladro.

—¿La frente?

—Para controlar la presión en el cerebro. No grande, pero accesible.

—¿Estás segura de que no entiende nada?

—Esperemos que no, o se desanimaría mucho.

Arkady comenzó a pasearse entre mantas de picnic buscando a Zhenya, pero en cambio vio a sus padres, que estaban sentados con una gran canasta abierta sobre una manta escocesa cubierta de botellas de champán.

—¿Presentándose? —preguntó el general.

Arkady saludó.

—Presentándome, señor.

—¿Está el campamento asegurado?

—El campamento está asegurado.

—¿Ha oído eso, Belov? Arkasha será mi nuevo ayudante de campo. Queda relevado.

—Sí, señor —dijo el sargento.

—Pero será mejor que lo comprobemos, ¿verdad?

Alzó con facilidad a Arkady para sentarlo sobre sus hombros y corrió a través del prado. Lo llamaban prado, aunque era principalmente una pradera descuidada con flores silvestres situada a un costado de la dacha —una cabaña de cuatro habitaciones y un porche— y, en el extremo inferior, abedules, sauces y los reflejos brillantes de un río.

Su padre corría a través de la hierba alta y las margaritas blancas, y Arkady, incluso en pantalones cortos, se sentía como un cosaco con un sable.

—Estás creciendo mucho.

Su padre bajó a Arkady al suelo. Ahora estaban de nuevo sobre la manta escocesa, con su madre y Belov disfrutando de pequeños bocadillos. Ellos bebían champán y Arkady limonada. El prado estaba cubierto con las mantas y el bullicio de los oficiales y sus familias. Nadie era tan guapo como el padre de Arkady, con su uniforme a medida con estrellas en los hombros, o tan hermosa como su joven esposa. Vestida de encaje blanco, con el pelo negro cayendo hasta la cintura, estaba envuelta en una aura irreal.

—¿Sabes a qué me recuerdas? —le preguntó su padre a su madre—. Durante la guerra pasé algunos días en un lugar indescriptible donde existía una hermosa leyenda que hablaba de un lago al que acudían todos los cisnes. Un lago que solamente podían encontrar aquellos que fuesen realmente inocentes, de modo que nadie lo ha visto durante cientos de años. Pero tú eres mi cisne, mi cisne redentor.

Se inclinó sobre la manta para besarla y luego se volvió hacia Arkady.

—¿Cuántos años tienes ya, Arkasha?

—Cumpliré siete, el mes que viene.

—Puesto que tienes casi siete años, tengo un regalo de cumpleaños adelantado para ti.

El general le entregó al chico una caja de cuero.

—Kyril, lo estás malcriando —dijo su madre.

—Bueno, si va a ser mi guardaespaldas…

Por el olor a aceite para engrasar armas, Arkady supo cuál era el regalo antes de abrir la caja. Aunque era mejor de lo que había imaginado: un pequeño revólver para su tamaño.

—Sois tal para cual —dijo la madre.

—Una arma de mujer para empezar —dijo el padre—. No te preocupes; serán más grandes cuando crezcas. Pruébala.

Arkady apuntó a un pequeño pájaro marrón que gorjeaba posado en un poste de madera.

—Un pinzón es el coro de Dios —advirtió su madre.

El pájaro estalló en un montón de plumas.

—¿Está muerto?

Arkady estaba conmocionado.

—Sabremos algo más dentro de doce horas —dijo su padre.

—Me voy a dar un paseo. —Su madre se levantó—. Cazaré mariposas.

—Yo debo cumplir con mi papel de anfitrión —dijo su padre—; no puedo acompañarte.

—Arkasha cuidará de mí. Sin el arma.

Arkady y su madre caminaron junto a las hortensias que lucían pomos de flores rosadas. Con una red para cazar mariposas a modo de arma, Arkady les disparaba a los agentes norteamericanos que saltaban desde los arbustos. Su madre se movía de un modo distraído, los ojos bajos, sonriendo ante algo que sólo ella era capaz de oír.

Cuando llegaron al río, ella dijo:

—Recojamos piedras.

18.22 horas. PIC: 18 mmHg. PS: 160/80. RC: 75.

—¿Qué significa esto?

—¿Puede devolverme la ficha del paciente? PS es presión sanguínea, RC es ritmo cardíaco, y PIC es presión intracraneal. La PIC normal es hasta 15 mm de mercurio. El daño comienza a los veinte y es fatal a los veinticinco. ¿Es usted familiar suyo?

—Un colega. Estaba allí cuando le dispararon. Pensé que estaba muerto.

—La bala penetró el cráneo pero no en la envoltura del cerebro. No sabemos por qué.

—Balística dice que el arma era lo bastante antigua como para ser de la época de la guerra y también lo eran las balas que llevaba. La pólvora se degrada. Una bala tan vieja apenas si podría salir del cañón. Cuando me enteré de eso pensé que Renko saldría del hospital por su propio pie dentro de uno o dos días. Luego llegué aquí y…

—No puede fumar en este lugar.

—Lo siento… Llego aquí y veo que está con respiración asistida, un goteo en el brazo y un montón de tubos saliéndole de la cabeza.

—Su cerebro está sangrando e hinchándose.

—¿Vivirá?

—Sabremos algo más dentro de doce horas.

—¿No piensan volver a visitarlo en doce horas?

—Está permanentemente vigilado y controlado. Tiene suerte de estar vivo. Andamos escasos de personal debido al mal tiempo. Cuando su compañero ingresó tuve que organizar a un grupo de internos.

—¿Internos?

—Introducir un tubo a través de una tráquea contusionada no fue una tarea fácil. Tampoco puede beber aquí. Guarde esa botella. Detective, primero permita que le entreguemos a su compañero con vida, después puede echarle el humo en la cara o ponerle vodka en el gota a gota, lo que usted quiera. ¿He sido lo bastante clara?

—De acuerdo.

—¿Han avisado a la familia?

—Hay una mujer que no es su esposa y un chico que no es su hijo. El chico estaba presente en el lugar de los hechos. ¿Mi amigo puede oír todo lo que hablamos?

—Sí y no. Se encuentra en un estado de coma inducido para preservar la función cerebral. Las palabras son simples sonidos para él.

—¿Puedo hablarle?

—Sea positivo.

—Arkady, se trata de Zhenya. Ese maldito cabrón se largó después de que te dispararon. Nadie lo ha visto desde entonces. Pero lo irónico es que el apellido del tío que te disparó es Lysenko. El mismo que el de Zhenya.

—¿Puede pensar en algo que sea más positivo? Tengo entendido que ese tal Lysenko ha sido detenido.

—Recibió tres disparos en el pecho y dos en la cabeza. A mí eso me parece bastante positivo.

Arkady se movía corriente arriba, de modo que, cuando tocaba ligeramente las piedras con los dedos de los pies, el sedimento que levantaba se alejaba con el agua. Aunque la superficie del agua estaba pulida por la luz, su sombra revelaba una multitud de olominas que se movían sobre un lecho de piedras redondas con sus rayas rojas o azules, verdes o negras.

—¿Prefieres cazar mariposas o coger piedras? —preguntó su madre.

—Conejos.

—Antes odiabas cazar conejos.

—He cambiado de idea.

—Bueno, hoy son piedras. Mira, ya tengo una red llena de ellas.

Su madre avanzaba por el río descalza al igual que Arkady, sosteniendo su vestido levantado con una mano y llevando la red para cazar mariposas en la otra. De vez en cuando hacía un alto para recibir mensajes. No de Arkady, sino de gente que sólo ella oía. El rumor del agua ahogaba su conversación.

—¿Qué es lo que dicen? —preguntó él.

—¿Quiénes?

—Esa gente con la que hablas.

Ella le ofreció una sonrisa confidencial.

—Dicen que el cerebro humano flota en un mar de fluidos cerebrales.

—¿Qué más dicen?

—Que no debemos tener miedo.

23.22 horas. PIC: 19 mmHg. PS: 176/81. RC: 70.

—Entiendo, entiendo. O bien morirá o, si consigue vivir, lo hará como un vegetal.

—No necesariamente.

—Pero seguramente no podrá hacer frente al duro trabajo de la investigación criminal.

—Podría recibir autorización médica para regresar al trabajo. Eso también dependerá de usted. Es el fiscal.

—Exacto. Mi oficina no es un centro de rehabilitación.

—¿No cree que nos estamos adelantando un poco a los acontecimientos? La crisis se producirá esta noche. Si consigue superarla, entonces estaremos en condiciones de evaluar los daños. Francamente, me sorprendió no haberlo visto antes aquí. ¿Su investigador recibe un disparo, que quizá resulte mortal, al rescatar a un chico de un lunático armado y nadie de su oficina viene a ver cómo se encuentra?

—Todo cuanto sabemos es que fue tiroteado frente a un casino. Las circunstancias del incidente son oscuras. ¿Puede oír?

—No.

—Entonces, ¿qué sentido tiene venir? Llámeme por la mañana si aún sigue con vida.

Arkady y su madre observaban desde cierta distancia cómo los oficiales decoraban el porche.

Ella suspiró.

—Farolillos de papel. Espero que no llueva. No queremos que nada eche a perder la fiesta de tu padre.

—¿Qué hacemos con las piedras? —preguntó Arkady. Tenía los bolsillos tan llenos que le costaba caminar.

—Ya pensaremos en algo.

—No se permiten las visitas. ¿Cómo ha entrado?

—Soy médico, pero no de él.

—¿Entonces cuál es su relación?

—Personal. ¿Habéis perforado?

—Y drenado.

—¿PIC?

—Cinco milímetros por encima del valor normal, y estamos muy cerca de un pico de hemorragia. Otros cinco milímetros y estaremos frente a un desenlace fatal o, al menos, ante un daño permanente. Lea la ficha. Se ha hecho todo lo que se podía hacer.

—Los otros signos vitales no son tan malos.

—Ni tan buenos. Ha dicho usted que su relación era «personal» pero no parece afectada. Por favor, no me diga que ha acabado recientemente esta relación. La depresión sería un elemento muy negativo en este punto. —Silencio—. Entiendo. ¿Quiere mentir al menos durante un rato?

—Mentir es mi especialidad.

—Pensé que era médico.

—Exacto. Miento todo el día a niños que se están muriendo. Les digo que tienen una posibilidad de correr y jugar cuando sé perfectamente que no vivirán más allá de una semana. Y grabo sus voces como si fuera un juego cuando realmente la cinta es para que sus familias la conserven como recuerdo. De modo que tengo escaso respeto por la verdad si una mentira es más útil. El problema es que un investigador tiene un oído excelente para las mentiras.

—¿Es ucraniana?

—Sí.

—¿Cómo se conocieron el investigador y usted?

—En Chernóbil.

—Qué romántico.

El orgullo de su padre era un estanque, de sesenta metros por cuarenta, lo bastante profundo como para poder nadar en él. Las esclusas del río traían agua dulce en cantidad suficiente para las comunidades de peces luna y percas, ranas y caballitos del diablo, espadañas y juncos. Había un bote de remos amarrado a un muelle. Una balsa amarilla y una boya flotaban en el centro del estanque. Todas las mañanas, el general caminaba cubierto por una bata a través de un bosquecillo de abetos hasta su estanque y nadaba durante media hora. Por la tarde, todo el mundo era bienvenido. Era una época dorada mientras el padre de Arkady esperaba su largamente retrasada promoción a mariscal del ejército, algo que la gente decía que finalmente llegaría. Eran días de partidos de bádminton en el prado y largas mesas llenas de invitados y brindis interminables.

Cuando estaban solos, sus padres organizaban picnics en la balsa. Una tarde remaron llevando un gramófono y bailaron en la balsa amarilla.

1.20 horas. PIC: 20 mmHg. PS: 190/91. RC: 65.

—Queda una hora.

—Maria, lo único que he estado haciendo es mirar ese estúpido monitor y tratando de inducir el descenso de la presión sin conseguirlo. En cualquier caso, vosotros lo hicisteis muy bien, chicos; estoy orgullosa de vosotros. ¿Dónde está Valentina? ¿No os ibais a casa juntos? —Está en la puerta del hospital.

—¿Sola?

—No podría estar más segura. Está hablando con un detective.

Su madre sonreía mientras remaba, como si Arkady y ella se encaminaran hacia una aventura secreta. Piedras húmedas y la red de las mariposas descansaban entre sus pies. Las piedras que Arkady llevaba en los bolsillos formaban un bulto incómodo, y lanzó una al agua.

—Oh, no, Arkasha —dijo su madre—. Las necesitaremos todas.

4.03 horas. PIC: 23 mmHg. PS: 144/220. RC: 100.

—Ha regresado y está borracho.

—No necesito a un médico para que me diga eso. La cuestión es, Elena Ilyichnina, si me permite usar su patronímico, que no estoy bebiendo en las instalaciones. Ni siquiera fumando. Sólo estoy de visita.

—¿Por qué ha vuelto?

—Pregúntele a mi amigo Arkady. Soy su sombra. Quizá sea su sombra borracha, pero aun así soy su sombra. De modo que no pienso marcharme.

—Podría llamar a seguridad.

—No hay guardias de seguridad aquí. Lo he comprobado.

—Es vergonzoso. Está demasiado borracho para tenerse en pie.

—Entonces sosténgame. Deme algunas almohadas.

—Por Dios, ¿para qué es eso?

—Para dispararle a la gente. Y las balas son nuevas.

Arkady subió torpemente la escalera tratando de no perder ninguna piedra. Vació los bolsillos sobre la balsa y ayudó a su madre con las piedras que le alcanzaba desde el bote. Eran más grandes y adecuadas que las suyas.

Su madre se sentó junto a él mientras la balsa giraba lentamente, acompañando el zigzag de los caballitos del diablo, saludando a las espadañas, los ajenjos y los sauces que se dispersaban a lo largo de la orilla del río, debajo del cielo color melocotón del atardecer. La dacha estaba fuera del alcance de la vista, detrás de las filas de abetos.

—No durará —dijo ella—. No es un estanque natural. Se convertirá en un agujero lleno de barro, en una ciénaga.

—¿Qué hacemos con las piedras?

—Las dejaremos aquí.

—¿Por qué?

—Ya veremos.

—¿Cuándo?

—Tienes que ser paciente.

—¿Es una sorpresa?

—No, no creo que sea una sorpresa en absoluto. Ahora te llevaré de regreso al muelle en el bote. Cuando entres en casa, no molestes a tu padre. Lávate y cámbiate de ropa solo y luego podrás unirte a la fiesta. ¿Puedes hacerlo?

Aunque las mangas y el borde del vestido de su madre estaban mojados, él no dijo nada. Pero cuando estaba ya en el muelle y antes de que ella comenzara a remar de regreso a la balsa, él le preguntó:

—¿Cómo te sientes?

—Me siento maravillosamente bien —dijo ella.

7.50. PIC: 24 mmHg. PS: 210/100. RC: 55.

—Detective, despierte. Detective Orlov, despierte. Alguien está… Despierte. Las luces se han apagado. Está en el hospital. Qué hombre tan inútil. ¡Despierte!

Arkady se quitó la suciedad con un paño, encontró ropa limpia y se reunió con la multitud en la galería, donde el ponche de frutas estaba mezclado con vodka y un trío de gitanos había sido apartado por los oficiales más jóvenes para dejar espacio para el mambo, un ritmo muy popular importado desde Cuba. Arkady fue arrastrado hacia una conga que daba vueltas alrededor de la casa. No veía a su madre, pero ése era exactamente la clase de acontecimientos que ella odiaba.

El sargento Belov lo llevó aparte entonces para preguntarle:

—Arkasha, ¿dónde está tu madre? El general la está buscando.

—Ahora viene.

—¿Ella te ha dicho eso?

—Sí.

Arkady regresó a los festejos. Ahora que la noche había caído, los fuegos artificiales estaban cerca. Esperaba las ruedas de Santa Catalina y los cohetes tiñendo la noche de color.

Media hora más tarde, su padre lo apartó del baile.

—¿Dónde está tu madre? La he buscado por todas partes. Pensé que habías dicho que ahora vendría.

—Eso fue lo que ella me dijo.

—Arkasha, ¿dónde te dijo eso?

—En el estanque.

—Muéstramelo.

Su padre organizó un grupo de ocho personas, Arkady incluido, que avanzaron a través de los abetos con linternas que barrían las sombras a derecha e izquierda. El muchacho casi esperaba que ella saliera de detrás de un árbol, pero llegaron hasta el muelle sin haber encontrado ningún rastro de su madre.

El bote estaba amarrado a la balsa.

—¿Ella regresó nadando? —sugirió alguien.

El general se quitó las botas y se metió en el estanque. Con la linterna en alto, nadó con un solo brazo hasta la balsa, donde dirigió el haz de la linterna debajo de los barriles que la mantenían a flote. Subió la escalerilla y dijo:

—No está aquí.

Su voz se desplazó a través del agua. Dirigió la luz de la linterna alrededor del estanque y su margen poblado de juncos y espadañas.

—No está aquí.

—¿Dónde están las piedras? —preguntó Arkady—. La ayudé a encontrar piedras.

—¿Piedras para qué?

—No lo sé.

Su padre miró al cielo y luego dirigió la luz hacia la boya blanca. Cuando la balsa se mecía, los barriles producían un gorgoteo. Arkady deseó estar en otra parte, en cualquier otra parte. Su padre subió al bote y remó de regreso al muelle.

—Sólo el chico.

Arkady se sentó en popa mientras su padre remaba.

Costearon los últimos metros.

Su madre flotaba boca abajo debajo de la superficie, un brazo sujeto con un cordel de algodón al ancla de la boya, formada por un bloque de cemento y una cuerda. La luz que iluminaba su vestido blanco hacía que pareciera brillante y lechosa. Aún estaba descalza. Tenía los ojos y la boca abiertos, el pelo revuelto y, con las motas de polvo flotando alrededor, parecía un ángel. No había corrido ningún riesgo. No sólo se había atado una mano al bloque de cemento, sino que había lastrado su mano con la red para cazar mariposas llena de piedras.

—¿Son ésas las piedras?

—Sí.

—¿Tú las juntaste?

—Yo la ayudé.

—¿Y no viniste a contármelo?

—No.

Sin decir una palabra más, su padre hizo girar el bote y remó hasta el muelle, donde lo esperaban los oficiales de su Estado Mayor, todos en calzoncillos. El sargento Belov ayudó a Arkady a salir de la barca.

—Llévatelo a la casa —dijo su padre—, a cualquier parte, antes de que lo mate.

8.30. PIC: 17 mmHg. PS: 120/83. RC: 75.

—Son buenas cifras, ¿verdad?

—No gracias a usted, detective. Alguien visitó la UCI anoche. Afortunadamente no debió de darse cuenta de que estaba usted en pleno estupor alcohólico.

—Totalmente borracho. ¿De modo que Renko superó la crisis? ¿Se encuentra bien?

—Está vivo. De qué forma, nadie puede decirlo.