17

Los métodos de Peter Ganns

Dos hombres viajaban juntos en el tren de Milán a Calais. Ganns llevaba una banda negra cosida en la manga izquierda; muestras de dolor surcaban el semblante de su compañero: a Brendon le habían caído muchos años encima; estaba ojeroso, hasta su voz parecía envejecida.

Peter trataba de distraer a su joven colega y éste fingía que lo escuchaba; pero su pensamiento estaba fijo en una tumba lejana.

—La policía italiana y la francesa se asemejan a la nuestra, la de Estados Unidos —observó Ganns—. Son mucho menos reticentes en sus métodos que ustedes los ingleses. En Scotland Yard prefieren el secreto y alegan que este sistema les permite obtener resultados superiores a los de cualquier otra parte. Y las cifras apoyan este argumento. En Nueva York, en 1917, fueron cometidos doscientos treinta y seis asesinatos y sólo se dictaron cuarenta y siete condenas. En Chicago, en 1919, se produjeron trescientos treinta y seis asesinatos, por lo menos; y las condenas sólo llegaron a cuarenta y cuatro. No muy brillante, ¿verdad? En París se cometen, anualmente, cuatro veces más crímenes que en Londres, aunque la población es mucho menor. ¿Y cuáles son los éxitos de la policía en ambos países? En Francia sólo se descubre la mitad de crímenes en relación con los que se descubren en Inglaterra. Esto se debe al sistema de tarjetas índices que emplean ustedes.

Siguió perorando, y al rato Brendon parecía recobrarse.

—Hable del pobre Albert Redmayne —instó.

—Poco hay que agregar a lo que usted sabe. Como Penrod ha decidido guardar silencio, por lo menos hasta su extradición, tenemos que limitarnos a presumir lo que ocurrió; sin embargo, estoy seguro de los detalles. Era Penrod, naturalmente, el hombre que usted vio salir de «Villa Pianezzo», mientras su mujer le daba conversación y le mentía de tal manera que usted, olvidándose de todo, no pensaba más que en la forma de salvarla de su marido.

»Ella tuvo buen cuidado de complicar su porvenir y decirle precisamente lo que con mayor probabilidad lo apartaría a usted de su deber: es decir, de su promesa de cuidar a mi querido Albert. Disculpe mi descortesía; mas mire hacia atrás, comprenderá que la pérdida grande y verdadera es la mía, no la suya. Una vez fuera, Michael Penrod consiguió un bote, se desfiguró la cara con la barba y el bigote postizo que encontramos en uno de sus bolsillos y remó hasta la escalinata privada de Albert. Vio a Assunta, que no lo reconoció, y le dijo que iba de parte de Virgilio Poggi que se hallaba agonizante en Bellagio. No cabía mayor tentación para Albert. Olvidando cualquier otra consideración, se preparó en cinco minutos para ir a Bellagio. El bote estuvo pronto en medio del lago, rodeado de tinieblas y allí halló Albert la muerte y la tumba. Sin duda, Penrod lo mató asestándole un golpe… Probablemente en la misma forma en que asesinó a Robert y a Benjamin Redmayne; luego, debe de haber utilizado pesas, pesadas piedras que llevaba con ese objeto, y hundió a su víctima en las profundísimas aguas del lago de Como. Regresó poco después en un bote limpio y con el disfraz en el bolsillo. Tenía una coartada, porque averiguamos que había estado bebiendo, más de una hora, en una posada, antes de volver a la casa.»

—Gracias —dijo Brendon humildemente—. No cabe duda de que fue así. Y ahora le pediré un favor final, Ganns. Lo ocurrido ha dejado lagunas en mi mente. Le agradecería que volviera sobre sus pasos, sobre los que dio en Inglaterra. Deseo hacer de nuevo ese recorrido. No asistirá usted al juicio, pero yo sí; y, gracias a Dios, será la última vez que estaré presente en un tribunal de justicia.

Se refirió a una decisión expresada anteriormente: la de dejar la carrera de policía y buscar otra ocupación para el resto de sus días.

—El tiempo lo dirá —comentó Peter, extrayendo su cajita de oro—. Espero que cambie de idea. Su experiencia ha sido amarga y ha aprendido mucho; esto le ayudará en su trabajo tanto como en la vida. No se deje derrotar por una mala mujer; recuerde solamente que ha tenido la suerte de conocer y estudiar a una de las más extraordinarias criminales femeninas puestas en el mundo por misteriosa permisión de nuestro Creador. Cara de ángel y corazón demoníaco. Deje transcurrir algún tiempo y verá que este episodio ha sido únicamente una laguna en una carrera que empieza. Tiene por delante mucho trabajo bueno y útil que realizar; por otra parte, es rehuir a la Providencia misma.

Después de una pausa y un largo silencio, mientras el tren corría en la oscuridad del túnel del Simplón, Peter explicó cómo había logrado resolver el enigma de los Redmayne.

—Le dije que no había empezado usted por el principio —expresó—. Todo, en realidad, se basa en este hecho. La situación suya era extraordinaria. El propio criminal, dominado por el orgullo de su arte y por la destructora vanidad que finalmente lo hundió, hizo, con toda intención, que usted participara en la investigación. Era parte de su diversión (o, si prefiere, de su arte) complicar a un célebre detective con el fin de regocijarse burlándose de él. Para Michael Penrod era usted la esencia de su sangrienta copa: la sal, el sabor. Si se hubiese limitado a su asunto, ni un millar de detectives hubiera dado con él. Pero era juguetón como un tigre que sale a cazar. Disfrutaba añadiendo cien detalles a su plan original. Es un artista; pero demasiado florido, demasiado decadente en sus decoraciones. De este modo echó a perder lo que hubiera sido el crimen del siglo. La falibilidad humana ha hecho que la justicia retributiva castigue a muchos criminales.

»La maquinaria que empleó concentró la atención, desde el primer momento, en el aparente asesino más que en su víctima. Parecía imposible dudar de lo que había sucedido, y la supuesta muerte de Penrod nunca fue comprobada. Los detalles referentes a Robert Redmayne eran abundantes; en cambio, durante el curso de la investigación oficial, no se logró averiguar nada relativo a la supuesta víctima. Usted había oído hablar de Michael Penrod a su mujer y el relato que ésta le hizo en Princetown (cuando le llamó, sin duda por indicación de Penrod, para que se ocupara del caso) fue magistral, porque estaba muy cerca de la verdad en todos sus aspectos.

»No obstante, desde el día en que conocí a la sobrina de Albert y hablé con ella, empecé a reflexionar sobre dicho relato y pronto llegué a la siguiente conclusión: que era imprescindible saber mucho más sobre el marido de Joanna. No vaya a creer que en ese momento estaba cerca de la verdad. Lejos de ello. Sólo deseaba obtener más datos y consideraba que la historia de Michael Penrod, tal cual la conocíamos, no era de mucha utilidad, porque los detalles nos habían sido proporcionados por su mujer. Me pareció absolutamente necesario saber más de lo que ella nos contaba. La había interrogado, pero descubrí que ignoraba mucho de lo concerniente a su primer marido… o que, intencionadamente, contestaba con evasivas. De sus tres tíos, solamente Robert conocía a Michael Penrod. Ni Benjamin, ni Albert lo habían visto jamás; y este hecho, que al principio no tenía importancia alguna, adquirió, por cierto, gran significación en una etapa ulterior de mis investigaciones.

»Primeramente fui a Penzance y dediqué varios días a averiguar todos los detalles posibles sobre la familia Penrod. Al examinar la ascendencia de Michael, antes de averiguar lo que se sabía de Penrod, propiamente dicho, hice un importantísimo descubrimiento. Joseph Penrod, padre de Michael, había pasado largas temporadas en Italia llevado por su negocio de sardinas y se había casado con una italiana. Ésta vivió en Penzance con su marido y tuvieron un hijo y una hija que murió en la infancia. La señora parece haber sido motivo de escándalo porque su temperamento latino y su carácter alegre no eran bien mirados en el círculo austero y religioso donde actuaban su marido y sus parientes.

»Fue varias veces a Italia y más tarde Joseph Penrod se arrepintió de su boda. Pudo haberse divorciado, según afirman personas con quienes hablé; pero en consideración a su hijo no tomó tal decisión. Michael quería mucho a su madre y con frecuencia la acompañó a Italia. En uno de los viajes, cuando tenía diecisiete o dieciocho años, sufrió un accidente y se hirió en la cabeza; pero no conseguí detalles sobre el particular. Parece que era un muchacho silencioso y observador y nunca se querelló con su padre.

»Mrs. Penrod murió poco después en Italia. Su marido asistió en Nápoles al entierro, y regresó en seguida a Inglaterra, en compañía de su hijo. El muchacho comenzó a trabajar de ayudante de un dentista, manifestando que deseaba seguir esta carrera. Era joven; tuvo éxito en sus exámenes y practicó en Penzance durante algún tiempo. Pero cierto día se desinteresó por su trabajo; luego quiso trabajar junto a su padre. El negocio de sardinas le permitió visitar Italia, y a menudo pasaba un mes en este país.

»Pocas personas podían darme referencias de su carácter, y no parecían existir retratos suyos; pero una anciana parienta me dijo que Michael había sido un muchacho silencioso y difícil. Me mostró una fotografía de sus padres, junto con su hijo, cuando tenía unos tres años de edad. Su padre no me dio la impresión de haber sido hombre de mucho carácter; en cambio, a juzgar por el retrato, Mrs. Penrod había sido una hermosísima criatura; y, estudiando su rostro a través de una lente de aumento, tuve la convicción de que se parecía a alguien cuyas facciones me eran familiares.

»Es regla para mí, cuando una intuición repentina proyecta luz, falsa o verdadera, sobre un caso que investigo, someter la inspiración a un análisis inquisidor y exhaustivo y oponerle los hechos conocidos. Por tanto, al vislumbrar en la fotografía de la madre de Michael Penrod una posible semejanza con el hermoso rostro de Giuseppe Doria, empecé a ordenar lo que sabía, con el objeto de desvirtuar cualquier deducción surgida de tan curiosa coincidencia. Juzgue usted cuáles no serían mi asombro e interés cuando descubrí que ninguno de mis datos refutaba por completo la teoría que cobraba forma en mi mente. Ni un solo hecho comprobado chocaba con esa nueva posibilidad.

»A la sazón, nada sabía con certeza que excluyera la hipótesis de que la mujer de Joseph Penrod fuera madre de Giuseppe Doria. Sin embargo, podían existir hechos, ignorados por mí, que probaran la inexactitud de mi suposición. Mientras meditaba sobre la forma de averiguar la verdad, mis pensamientos se centraron, naturalmente, en Giuseppe. Para que vea usted cómo a veces se llega a terreno firme después de andar sobre un tembladal, le diré que en esta etapa de mi investigación no se me había pasado por la imaginación que Doria y Michael eran una misma y única persona. Eso vendría después. En aquel momento se me ocurrió la posibilidad de que Mrs. Penrod, dama que había causado algún revuelo en los hogares metodistas de Penzance, hubiera tenido otro hijo en su país de origen. Pensé que tal vez Michael y el medio hermano italiano se conocían y que ambos habían trabajado juntos en la destrucción de los hermanos Redmayne, a fin de que la mujer de Michael heredase el dinero de la familia.

»Después de averiguar lo más que pude en Penzance, me dirigí a Dartmouth; ansiaba conocer, si era posible, la fecha exacta de la entrada de Giuseppe Doria, en calidad de lanchero, al servicio de Benjamin. No encontré a ningún amigo del hermano de Albert; pero di con su médico y, aunque no podía aclararme el punto, conocía a un hombre (un hotelero de Torcross, localidad distante varios kilómetros sobre la costa) que tal vez estuviera enterado de esta importantísima fecha.

»El hombre, Noé Blades, resultó muy capaz e inteligente. Había conocido mucho a Benjamin Redmayne y me explicó que precisamente después de pasar una semana en el Hotel Torcross y de salir a pescar con Blades en su gasolinera, el viejo marino decidió procurarse una embarcación similar para «El nido del cuervo». Así lo hizo y su primer lanchero resultó un fracaso. Puso nuevo anuncio pidiendo otro y recibió muchas respuestas. Había navegado con italianos y le gustaban como marinos; por consiguiente, eligió a Giuseppe Doria, cuyas recomendaciones eran excepcionales. El hombre llegó a «El nido del cuervo» y dos días después condujo a Benjamin que iba a Torcross a visitar a Blades.

»Como es de suponer, Benjamin no pensaba en otra cosa que en el asesinato que acababa de producirse en Princetown y la tragedia era tan interesante que Blades no tuvo tiempo de fijarse en el nuevo lanchero. Pero lo importante era saber que al día siguiente del crimen (el mismo día en que Benjamin supo lo que su hermano Robert había hecho, al parecer, en la cantera de Foggintor), Giuseppe Doria había llegado a «El nido del cuervo» a ocupar su nuevo empleo.

»Partiendo de la base de este hecho principal, construí mi caso; y no necesito decirle que cada peldaño del camino proyectaba nueva luz sobre el siguiente, hasta que llegué al objetivo final. Robert Redmayne fue visto la noche de la supuesta muerte de Michael Penrod. Se le siguió la pista hasta Paignton. Escapó de su casa antes de que los demás ocupantes se hubiesen levantado; y desde entonces desapareció de la faz de la tierra. Pero ese mismo día (probablemente alrededor de las doce) Giuseppe Doria (un italiano que nadie conocía ni había visto jamás) llegaba a «El nido del cuervo».

»Esto echaba por tierra la teoría del medio hermano de Michael y significaba que no era Penrod, sino el tío de su mujer, Robert Redmayne, quien había muerto en Dartmoor. ¡Y allí yace todavía, muchacho!»

Ganns tomó rapé y prosiguió:

—Ahora bien, después de esta deducción importantísima, examiné de nuevo los hechos y se tornaron mucho más interesantes. Suponía que, en cualquier momento, un golpe decisivo derrumbaría mi construcción; a cada paso temía que algún argumento irrefutable desbarataría totalmente mi teoría; pero no ocurrió tal cosa. Naturalmente, existen pormenores ignorados; muchas pequeñas piezas del rompecabezas que únicamente un hombre en el mundo puede colocar en su sitio, es decir, el mismo Michael Penrod; pero los rasgos principales, el verdadero cuadro, aparecían claramente a mis ojos antes de mi partida de Dartmouth en busca de Albert, que me esperaba en Londres. En el rompecabezas estaban colocadas las piezas principales y nada podía modificarlas. En algunos puntos el cuadro era borroso; sin embargo, no me cabía duda de lo que representaba. Hasta los increíbles detalles que parecían contradictorios ajustaban y se aclaraban a la luz del temperamento de Michael Penrod.

»Aquí corresponde rendir tributo admirativo al arte histriónico de este hombre. Su concepción y creación de "Giuseppe Doria" fue una excelente y bien pensada interpretación teatral. Vivió realmente el personaje y día tras día puso en juego una actitud frente a la vida y cualidades mentales ajenas por completo a su verdadera naturaleza que, en realidad, es reservada y algo melancólica. Pero ambos, su mujer y él, eran por naturaleza comediantes, además de criminales natos.

»Prosigamos. Los detalles principales son, en consecuencia, los siguientes: el primer plano, el segundo y el fondo, forman un todo sintético, lógicamente consistente y hasta racional…, siempre que aceptemos la existencia del disfraz. Me atrevo a profetizar que, antes de morir, Penrod hará una declaración completa. Se lo exigirá su extraordinaria vanidad. Lo que escriba no será, probablemente, sincero; el artista tendrá los ojos fijos en el reflector; pero, antes de que lo cuelguen, podemos esperar una narración bastante completa de sus aventuras, y algo original en materia de suicidio, si le brindan la ocasión; porque tenga la seguridad de que ha pensado en ello.

»Y ahora le diré cómo procuré bombardear mi teoría con cada uno de los hechos, y cómo la teoría soportó todos los asaltos, hasta que me vi forzado a aceptarla y a proceder de acuerdo con ella.

»Empecemos suponiendo que Penrod vive y que Robert Redmayne ha muerto. En seguida partamos de la base de que Penrod, después de matar en Foggintor al tío de su mujer, se viste con las ropas de éste, se pone un bigote rojo y una peluca del mismo color, y parte hacia Berry Head en la motocicleta de Robert. Durante la investigación, sólo se encuentra el saco que, según se supone, sirvió para transportar el cadáver. Lo que el criminal se propuso es desviar la atención hacia un sitio determinado para hacer creer que allí escondió el cuerpo; pero desconfía del mar y no correrá el riesgo de que el cadáver de Robert Redmayne le desbarate el juego. No, su víctima queda en Foggintor, y probablemente Michael Penrod nos indicará el lugar donde se encuentran sus restos.

»Entretanto crea un falso ambiente y amparándose en él, se dirige a cumplir su compromiso en "El nido del cuervo". ¿Qué ocurre entonces? Surge el primer indicio: la carta falsificada, de Robert a su hermano. ¿Quién la envió? Joanna Penrod a su paso por Plymouth, cuando se dirigía a casa de su tío Benjamin. Ella y su marido están otra vez juntos y traman el siguiente golpe. Como le digo, esta pareja hubiese debido trabajar en las tablas; los dos habrían ganado mucho más que la fortuna de los Redmayne; pero tenían el crimen en la sangre; deben de haberse entendido como las hojas de una tijera; coincidían seguramente en cuerpo y alma. Rendían culto al mal y cuando mutuamente adivinaron la mentalidad de forajidos que los asemejaba, sintieron, sin duda, la necesidad de unir sus fuerzas. Era una mujer perversa, Marc, pero sabía amar. Es innegable que las mujeres perversas son capaces de querer, tanto como las buenas… y, a menudo, mucho más.

»Se instalan y la supuesta muerte de Michael Penrod cae en el olvido. Joanna interpreta su papel de viuda; pero pasa el tiempo que quiere en brazos de su marido y juntos planean la desaparición del pobre Benjamin. El infortunado marino nunca había visto a Penrod, detalle que hizo posible el engaño de Doria. Un punto en extremo importante (que sólo Michael está en condiciones de aclarar) es el concerniente al orden en que pensaba cometer sus crímenes. Esto me dio que pensar bastante, porque antes de que Robert Redmayne llegara a Princetown y se reconciliara con la pareja, Michael debe de haber obtenido el puesto de lanchero en casa de Benjamin, sabiendo que iría allí con nombre falso y supuesta personalidad. Me inclino a creer que su intención era empezar por el viejo marino y que, cuando Robert apareció inesperadamente en Dartmoor, modificó sus planes. Si no me equivoco, la casualidad de dicho encuentro le abrió el camino para su primer paso; pero él se encargará de aclararnos este punto y de explicarnos lo que pasó.

»Ahora llegamos a los prolegómenos del drama de "El nido del cuervo", que terminó con la muerte del segundo hermano. No sabemos a ciencia cierta qué plan se proponía seguir Penrod; pero la segunda visita que usted efectuó a Dartmouth (visita sorprendente, recuérdelo) aceleró ese plan. Usted ofrecía el punto de partida; y, aquella noche de luna y de tormenta, antes de que usted se marchara, Penrod volvió a crear al falso Robert Redmayne y se le presentó, interpretando el personaje. No contento con esto, siguió representando su papel en forma sostenida. Entró en la granja Strete, haciéndose pasar por Robert Redmayne y fue visto por Brook, el granjero. A la mañana siguiente, en su papel de "Doria", lo buscó a usted en Dartmouth para decirle que el asesino de Michael Penrod había reaparecido.

»Cuesta poco imaginar el gusto que le proporcionaba esta doble personificación, y cuan fácil le resultaba, con la ayuda de su mujer, engañarlo a usted de medio a medio. Los celos de usted ante las atenciones que él le prodigaba a Joanna eran para Doria una fuente de exquisita diversión, como también el hecho de que usted sospechara que a ella le agradaban esas atenciones. En cuanto a Joanna… Bueno, es interesante considerar de nuevo la actitud que tuvo con usted. Sí; era una estupenda actriz; pero ¿quién podría decir si procedió inspirada por su amor, por el odio que le despertaban sus desventurados parientes o tan sólo por el puro goce creador de su propio talento? Probablemente, todos estos factores tuvieron su parte.

»Llegamos ahora al juego de la gallina ciega con el falso personaje. Preste atención a cada uno de los pasos. Benjamin no vio ni una sola vez a su supuesto hermano; usted no volvió a verlo nunca. La búsqueda que realizaron ustedes en el bosque fue infructuosa; pero Joanna y su marido, en la lancha, trajeron noticias de él. Ella regresa con lágrimas en los ojos. ¡Ha visto a Robert Redmayne… asesino de su marido! Ella y el marinero han hablado con él; describen la miserable situación del fugitivo y su vehemente deseo de hablar con su hermano. Trazan una imagen maravillosa y realista. Robert quiere ver a solas a Benjamin… y necesita que le lleven a su escondrijo comida y una lámpara. Ha estado en Francia (esto fue un regalito para apaciguarlo a usted, Marc), pero no puede seguir soportando la incertidumbre sobre su suerte.

»Bien; se ponen de acuerdo y Benjamin acepta tener, sin testigos y después de medianoche, una entrevista con su hermano; pero el valor del viejo marino vacila; ¿quién podría echarle la culpa? Dispone secretamente que se halle usted escondido en el cuarto de la torre cuando Robert Redmayne acuda a la cita. Escribe una carta a su hermano, y Joanna y Doria salen nuevamente en la lancha con el objeto de llevársela, junto con provisiones y una lámpara. Durante la ausencia de ambos, usted se instala en el cuarto de la torre para vigilar la entrevista que está a punto de realizarse, y cuando llega la pareja de la lancha, Benjamin dice a su sobrina que usted se ha ido a Dartmouth y que volverá a la mañana siguiente. Usted recuerda lo que luego sucedió. Cae la noche y, a la hora prefijada, se oyen pasos que suben la escalera que lleva al observatorio, y Benjamin se prepara a enfrentarse con su hermano. Pero no aparece Robert Redmayne; se presenta Giuseppe Doria. Ha hablado largamente con su amo a propósito de Joanna Penrod. Ha confesado al viejo marino el amor que siente por Joanna, y todo lo demás. Usted, oculto en el armario, ha oído el cuento y la respuesta de Benjamin aconsejando a Doria que disimulara su sentimiento y no dijese nada hasta pasados seis meses.

»Ahora bien, lo que ocurrió después me extrañó un poco; pero creo conocer la razón. Unicamente la declaración de Penrod, si lo hace, explicará el punto; sin embargo, adivino que Doria, en su primera entrevista con Benjamin advirtió que usted estaba escondido en el cuarto. Su capacidad de observación es extraordinaria, y apostaría a que, antes de salir de la habitación después de la conversación sobre Joanna, había descubierto su presencia…, sabía que se encontraba usted allí.

»Si fue así, se vio obligado a modificar por completo sus planes. No estoy seguro de que pensara matar a Benjamin aquella noche; pero me inclino a creerlo. Todo estaba dispuesto de antemano. La entrevista con Robert había sido concertada, y varias personas, inclusive usted, lo sabían. Su mujer se hallaba preparada, abajo, para ayudarle a deshacerse del cadáver; indudablemente, había madurado sus planes hasta el último detalle. Si, por tanto, las cosas se hubieran desarrollado en la forma prevista por Penrod; si en verdad aquella noche usted se hubiese ido, es probable que a la mañana siguiente lo hubieran recibido con la noticia de la desaparición de Benjamin. Habría hallado usted rastros de lucha en el cuarto de la torre y medio litro de sangre decorando juiciosamente el suelo; pero nada más.

»La única explicación plausible de que el crimen no se cometiera en sus narices, Marc, es la suposición de que Penrod había descubierto la presencia de usted dentro del armario. Si hubiera creído que su amo estaba solo a la una de la mañana, lo habría tumbado de un golpe en la cabeza y habría procedido como le digo. Pero no lo hace. Llega presa de gran agitación y describe a su amo el nuevo encuentro que ha tenido con Robert; dice que el prófugo ha cambiado de idea y que sólo verá a su hermano, de noche, en la caverna que le sirve de refugio.

»Al oír esto, Benjamin le ruega a usted que salga de su armario, y Doria, por llamarlo así, finge gran indignación y sorpresa.

»Obtenemos ahora otro informe vívido del fugitivo Robert; y, por fin, Benjamin consiente en visitarlo en su escondrijo. La lámpara estará encendida e indicará una de las cuevas de la apanalada costa donde, al parecer, se oculta Robert. Cae otra vez la noche y Benjamin se dirige a la muerte. Probablemente lo asesina en cuanto pone pie en tierra y luego lo arroja al mar. Por segunda vez no se encontrará el cadáver. Penrod regresa a "El nido del cuervo" junto a usted y a Joanna. Les comunica que los hermanos están hablando, y revela el lugar del escondrijo. Al rato vuelve a partir, y en su segunda excursión pone en práctica sus tretas de tigre; traza un rastro de sangre a lo largo del túnel, hasta la meseta, y arma su trampa para cuando llegue la policía.

»No es menester detallar la búsqueda infructuosa que se efectuó al día siguiente. Sucedió, punto por punto, como Penrod lo había previsto, y puede usted fácilmente imaginar la diversión que proporcionaría a la pareja de vampiros la cacería del hombre que luego se desarrolló.

»Dos Redmayne habían ido a rendir cuentas al más allá; sólo faltaba uno. Entretanto, el amor sigue sin tropiezo su curso; Doria vuelve a casarse con su mujer. Al menos, así se complacen en declararlo para satisfacción de Albert Redmayne y de usted. No necesito decirle que se fueron a Italia en calidad de marido y mujer, dieron parte de una ceremonia que nunca se realizó y, después de un plazo razonable, fijaron su atención en mi infortunado amigo.

»¿No encuentra usted que junto a ese espíritu cándido y bondadoso algún destello de simpatía humana hubiera debido tocar sus corazones? ¿Es posible que el trato diario con un ser tan amable y de corazón tan generoso no despertara una chispa de piedad en sus almas? No; fueron allá a matarlo y la víctima recibió amistosamente a sus asesinos. Es interesante observar que, de los dos, Albert prefería a Giuseppe. No sabía qué pensar de Joanna; así me lo confesó; le extrañaba que hubiese olvidado tan pronto a su primer marido. Tanta indiferencia era incomprensible para la tierna sensibilidad de Albert, quien, sin duda, recordaba también el antecedente del casamiento de su sobrina con Penrod, contra la voluntad de la familia; la joven le traía a la memoria el carácter voluntarioso de su padre y sus obcecadas pasiones.

»Llegan decididos a cumplir sus siniestros propósitos, y Albert los recibe con cariño: y entonces…, ¡un acto de insensata locura! ¡El punto débil del despiadado plan de esta pareja! ¡Doria desentierra a Robert Redmayne y vuelve a desafiarlo a usted! Tenía en sus manos un centenar de medios más seguros y simples para suprimir a Albert. La región donde vivía, su naturaleza confiada e ingenua lo convertían en facilísima presa para cualquier criminal; pero la vanidad de Penrod se nutría y crecía con el éxito. Era un artista y deseaba completar su obra maestra prestando las debidas atenciones a la forma. Tenía que realizarla para que ocupase un puesto perdurable en las más altas categorías del crimen. Su orgullo rechaza la ley del menor esfuerzo. Todo se hará de acuerdo con los planteamientos del gran diseño originalmente concebido por él. Corteja el peligro y crea la dificultad a fin de acrecentar la importancia de su última realización.

»Por consiguiente, el falso personaje vuelve a surgir; y no basta que Joanna comunique a su tío la aparición de Robert Redmayne en el lago de Como. Se necesita un testigo importante: Assunta Marzelli no sólo ve al hombretón del bigote, de la cabellera y del chaleco rojos, comunica también la terrible impresión que esta súbita presencia ha causado a su ama. Como usted recordará, Albert creía que el marido de Joanna se hallaba en Turín. La infame pareja pone entonces en ejecución las viejas prácticas: Doria, en persona, llega; juegan con el tema; lo enriquecen con detalles; alarman a su infortunada víctima y lo llaman a usted, con la intención de tratarlo de la misma forma que las veces anteriores.

»El hecho de que Albert me llame para que lo ayude tampoco acelera sus planes. ¿Quién es Peter Ganns? Un célebre policía norteamericano. ¡Bien! Otra víctima que caerá bajo las ruedas de su carroza. Será un triunfo internacional. Hay que asesinar a Albert ante un público digno de la ocasión. Las fuerzas policiacas combinadas de Estados Unidos, Italia e Inglaterra, buscarán a Robert Redmayne y auxiliarán a Albert; pero el uno escapará a la captura; el otro morirá en las narices de todos ellos —se volvió hacia Brendon—. Y cumplieron sus propósitos gracias a usted, muchacho.»

—Y lo pagaron… gracias a usted —repuso Brendon.

—Somos hombres, no máquinas —observó Ganns—. El amor perturbó su mente, Brendon, y creó el inevitable fermento. Naturalmente, Penrod fue rapidísimo en aprovechar su debilidad. Es posible que haya hecho sus cálculos sobre esta base cuando al principio, inducida por él, Joanna le pidió ayuda. Conocía la impresión que causaba a los hombres; seguramente en Princetown había averiguado quién era usted y sabía que era soltero. Por consiguiente, cuando pase el tiempo y esté en condiciones de mirar hacia atrás sin resquemor, su punto de vista será más amplio y, viéndose desde fuera, se perdonará a sí mismo y reconocerá que su castigo fue más grave que su error.

En la oscuridad creciente, el tren cruzaba con su estruendo a través del valle del Ródano, mientras arriba las cimas de las montañas se esfumaban en la noche. Un camarero se asomó al compartimiento.

—Está servida la comida, señores —dijo—. Cuando vayan al coche-comedor, con el permiso de ustedes, les prepararé las camas.

Se levantaron y se dirigieron juntos al comedor.

—Estoy sediento, muchacho, y creo que merezco un trago —dijo Peter.

—Merece mucho más de lo que cualquier otro podrá pagarle jamás, Ganns —replicó Brendon.

—No diga semejante cosa, ni la piense. No hice más de lo que usted hubiese hecho en plena posesión de su libertad de espíritu. Y recuerde siempre lo siguiente: no le echo la culpa ni siquiera cuando pienso en mi viejo y queridísimo amigo. Sólo me echo la culpa a mí mismo, porque el error último y fatal fue mío…, no suyo. Cometí una tontería al confiar en usted, y no tengo disculpa. En aquel momento no era posible tener la menor confianza en usted, y hubiera debido saberlo. Nuestra limitada capacidad hizo que los dos erráramos, e hizo que errara Penrod. Usted sabe, Marc, lo que acontece con los planes mejor trazados «de ratones y hombres»… El villano desfigura su villanía; el virtuoso mancha su vida inmaculada; el cerebro más astuto se reseca repentinamente… todo porque en el bien y en el mal la perfección es inaccesible para los santos como para los pecadores.