PRESENTACIÓN
En la primavera de 1967 recibí una interesante propuesta.
Se trataba de un periódico llamado Abbottempo, financiado por la respetable firma farmacéutica Abbott Laboratories. Se imprime en papel brillante con ingenioso diseño, y suele publicar excelentes artículos sobre materias médicas y asuntos que de alguna manera pueden rozar el terreno de la medicina. Se imprime en Holanda y se distribuye gratuitamente en Gran Bretaña y algunos países europeos. La distribución no llega a los Estados Unidos.
El editor de Abbottempo me escribió pidiéndome que escribiera un relato de ciencia-ficción de unas dos mil palabras, que estuviera basado en algo concerniente a la medicina y que los devotos de Hipócrates encontraran interesante, sorprendente y provocador.
Por entonces, como ahora, tenía mi tiempo ocupado por cantidad de trabajo, de manera que puse papel en la máquina de escribir, dispuesto a formular alguna excusa diplomática.
Por desgracia o por fortuna, me tomó algún tiempo coger el papel apropiado, el correspondiente a la copia y el de carbón que debía colocarse entre ambos; y no sólo esto, sino, además, introducir el bocadillo en el carrete de la máquina, dar algunas vueltas, centrar diversos papeles, comenzar a escribir la fecha, la dirección y la presentación de cortesía al uso.
El caso es que, mientras todos estos menesteres habían tenido lugar, me encontré con que estaba fraguando una historia que me arrastraba irremisiblemente. De manera que, una vez escribí el inicial «Estimado señor», me sorprendí a mí mismo formulando una diplomática aceptación.
Escribí Segregacionismo en abril de 1967, sobre un tema que de cabo a rabo se incluía en la ciencia-ficción. Apareció en diciembre de ese mismo año, justamente la época en que título tal podía no sentar muy bien en cierto sentido.
Por cierto que lo mejor de todo fue que Abbottempo publicó el relato en cada una de sus ocho ediciones. De modo que cuando recibí el número donde aparecía, lo vi impreso en inglés, francés, español, alemán, italiano, japonés, griego y turco. Ninguno de cuantos relatos llevo escritos hasta ahora había sido traducido al griego ni al turco, de manera que pasó a ser una de las más sugestivas rarezas de mi biblioteca personal en Asimovlandia.