PRESENTACIÓN
De algún modo, esta historia es la más extraña de cuantas he escrito, si miramos sus motivaciones. También es la más corta de todas las surgidas de mi pluma: sólo 350 palabras. Ambas circunstancias caminan juntas.
Sucedió como sigue. El 21 de agosto de 1957 participé en un simposio sobre la ciencia y los medios de comunicación en la WGBH, cadena educativa de la TV bostoniana. Conmigo estaban John Hansen, escritor técnico sobre los modos de usar las maquinarias, y David O. Woodbury, el conocido escritor científico.
Deploramos la insuficiencia de muchos escritores científicos y técnicos y alguien se puso a comentar mi propia fecundidad. Con la modestia que me caracteriza, atribuí mi éxito enteramente a una anormal afluencia de ideas y a una deslumbrante facilidad para escribir. Declaré imprudentemente que podía escribir un relato en cualquier parte, tiempo y cualesquiera otras condiciones. Fui rápidamente desafiado a escribir uno en aquél mismo momento, con las cámaras de televisión enfocándome.
Acepté el reto y me puse a escribir, tomando por tema el objeto de la discusión. Los otros dos no me concedieron demasiadas facilidades. Deliberadamente me interrumpían obligándome a participar en alguna que otra discusión, quebrando el orden de mis pensamientos.
Antes que terminara él programa, que duraba media hora, ya había yo acabado y leído la historia (razón por la que es la más corta de cuantas hice), que no es otra que la que usted lee bajo el título Insertar la pieza A en el espacio B. Cuando apareció F & SF, Mr. Boucher, en su propia introducción al relato, decía que se imprimía tal como había sido escrito (le había enviado inmediatamente el manuscrito, quedándome luego con una copia mecanografiada), «conservando incluso un error gramatical». Conservo en esta edición el mismo error. Es cosa de ustedes el descubrirlo[2].
No obstante, debo declarar mi fraude (¿Cómo mentirles a ustedes?) Antes de comenzar el programa, mientras los tres charlábamos y nos preparábamos para aparecer ante las cámaras, propuse que me desafiaran a escribir un relato en pleno programa. No fue más que una sugerencia, de ningún modo un acuerdo. Así, por si acaso me lo proponían, empleé algunos minutos pensando qué podría escribir.
En consecuencia, cuando el reto fue lanzado, ya tenía algo que me rondaba la cabeza. Todo cuanto tenía que hacer era perfeccionar los detalles, plasmarlo todo en el papel y leerlo a continuación. A fin de cuentas, señores, disponía apenas de veinte minutos.