El apellido de Alex
A Chamán le dio un vuelco el corazón cuando vio a Alden caminar de un lado a otro de la granja. Tenía el cuello y los hombros tiesos —cosa que no le ocurría cuando Chamán se había marchado— y su rostro parecía una máscara rígida y paciente, incluso cuando los temblores eran más agudos. Lo hacia todo lenta y pausadamente, como un hombre que se mueve debajo del agua.
Pero su mente seguía lúcida. Encontró a Chamán en el cobertizo del granero y le entregó el pequeño estuche que había hecho para el escalpelo de Rob J., y el nuevo bisturí que Chamán le había encargado. Le dio un informe detallado de lo que había sucedido en la granja durante el invierno: el número de animales que había, la cantidad de forraje consumido, las posibilidades con respecto a las nuevas crías.
—Le he dicho a Doug que traslade madera seca a la azucarera, para que podamos preparar jarabe en cuanto empiece a salir la savia.
—Fantástico —dijo Chamán.
Reunió fuerzas para la tarea más desagradable: decirle a Alden, en tono despreocupado, que le había dado instrucciones a Doug para que buscara un buen trabajador que los ayudara a realizar los trabajos específicos de la primavera.
Alden asintió lentamente. Carraspeó durante un buen rato hasta aclararse la garganta, y luego escupió cuidadosamente.
—No estoy tan activo como en otros tiempos —comentó, como si quisiera revelar la noticia poco a poco.
—Bueno, deja que esta primavera se ocupe otro de arar. No hay ninguna necesidad de que el administrador de la granja haga el trabajo pesado cuando podemos conseguir individuos jóvenes con buenos músculos —prosiguió Chamán.
Alden volvió a asentir y salió del cobertizo. Chamán notó que tardaba en empezar a caminar, como un hombre que ha decidido mear pero no puede. Cuando se puso en marcha, fue como si sus pies se movieran gracias al impulso inicial y el resto del cuerpo avanzara dejándose llevar.
A Chamán le resultó agradable reanudar su trabajo. Pese al cuidado con que las monjas enfermeras se habían ocupado de los pacientes, no podían reemplazar al médico. Trabajó arduamente durante varias semanas, poniendo al día operaciones postergadas y haciendo más visitas diarias de las que había hecho con anterioridad.
Cuando se detuvo en el convento, la madre Miriam Ferocia lo saludó con cariño y escuchó con serena alegría su relato sobre el regreso de Alex. Ella también tenía noticias que darle.
—La archidiócesis nos ha comunicado que nuestro presupuesto inicial ha sido aprobado, y nos piden que pongamos en marcha la construcción del hospital.
El obispo había revisado los planos personalmente y los había aprobado, pero aconsejaba que el hospital no se construyera en el terreno del convento.
—Dice que el convento es demasiado inaccesible, que está demasiado alejado del río y de los caminos principales. Así que debemos buscar un solar.
Estiró el brazo detrás de su silla y le entregó a Chamán dos pesados ladrillos de color crema.
—¿Qué te parecen?
Eran duros y casi sonaron como una campanilla cuando él los hizo entrechocar.
—No soy un experto en ladrillos, pero tienen muy buen aspecto.
—Las paredes que levanten con ellos serán como las de una fortaleza —le aseguró la priora—. El hospital será fresco en verano y caliente en invierno. Estos ladrillos están vitrificados, son tan compactos que no absorben el agua. Y se consiguen cerca de aquí; los hace un hombre llamado Rosswell que ha construido un horno en sus depósitos de arcilla. Tiene en reserva una cantidad suficiente para comenzar la construcción, y está impaciente por hacer más. Dice que si queremos que tengan un color más oscuro, puede ahumarlos.
Chamán sopesó los ladrillos, que parecían muy sólidos, como si sostuviera en sus manos las paredes mismas del hospital.
—Creo que este color es perfecto.
—Yo también —coincidió la madre Miriam Ferocia, y se sonrieron encantados, como dos niños que comparten una golosina.
A última hora de la noche, Chamán se sentó en la cocina a beber café con su madre.
—Le he hablado a Alex de su… relación con Nick Holden —comentó.
—¿Y cómo se lo ha tomado?
Sarah se encogió de hombros.
—Simplemente lo aceptó —dijo con una débil sonrisa—. Comentó que le daba lo mismo que su padre fuera Nick o un forajido muerto. —Guardó silencio durante un instante, pero volvió a mirar a Chamán, y este notó que estaba nerviosa—. El reverendo Blackmer se marcha de Holden’s Crossing. El pastor de la iglesia baptista de Davenport ha sido trasladado a Chicago, y los fieles le han ofrecido el púlpito a Lucian.
—Lo siento. Sé cuánto lo aprecias. Así que ahora la iglesia de aquí tendrá que buscar otro pastor.
—Chamán —dijo ella—. Lucian me ha pedido que me vaya con él. Y que nos casemos.
Chamán le cogió la mano y notó que estaba fría.
—¿Y tú qué quieres hacer, madre?
—Hemos estado… muy unidos desde que murió su esposa. Cuando yo me quedé viuda, él me ayudó mucho. —Apretó con fuerza la mano de Chamán—. Yo amaba profundamente a tu padre. Y siempre lo amaré.
—Lo sé.
—Dentro de pocas semanas se cumplirá un año de su muerte. ¿Me guardarías rencor si volviera a casarme? —Él se acercó a su madre—. Soy una mujer hecha para el matrimonio.
—Yo sólo quiero tu felicidad —le dijo al tiempo que la abrazaba.
Sarah tuvo que liberarse del abrazo para que él pudiera verle los labios.
—Le he dicho a Lucian que no podemos casarnos hasta que Alex ya no me necesite.
—Mamá, Alex se pondrá mejor en cuanto dejes de desvivirte por él.
—¿De veras?
—De veras.
Sarah sonrió, radiante. Por un instante él tuvo una arrobadora visión de cómo había sido ella de joven.
—Gracias, Chamán, cariño. Se lo diré a Lucian —comentó.
El muñón de su hermano cicatrizaba maravillosamente bien. Alex recibía atenciones constantes de su madre y de las damas de la iglesia.
Aunque había aumentado de peso y ya no se veía tan delgado, rara vez sonreía, y sus ojos tenían una expresión sombría.
Un hombre llamado Wallace se estaba haciendo famoso gracias a la tienda que había abierto en Rock Island, en la que construía miembros postizos. Después de mucho insistir, Chamán consiguió convencer a Alex de que fueran a verlo. De la pared del taller de Wallace colgaba una fascinante colección de manos, pies, piernas y brazos tallados en madera. El fabricante tenía el tipo de físico corpulento que lleva a clasificar a los hombres como alegres y divertidos, pero se tomaba a si mismo con mucha seriedad. Pasó más de una hora tomando medidas mientras Alex se quedaba de pie, se sentaba, se estiraba, caminaba, flexionaba una rodilla, flexionaba ambas rodillas, se arrodillaba y se acostaba como si se dispusiera a dormir. Finalmente les dijo que pasaran a retirar la pierna postiza al cabo de seis semanas.
Alex era uno más de los muchos que habían quedado tullidos. Chamán los veía por todas partes cada vez que iba a la ciudad: ex militares que habían perdido alguna parte de su cuerpo, y muchos de ellos espiritualmente lisiados. Stephen Hume, el viejo amigo de su padre, había regresado con el rango de general de una estrella después de obtener en el campo de batalla de Vicksburg el ascenso a general de brigada, tres días después de que una bala lo alcanzara exactamente debajo del codo derecho. No había perdido el brazo, pero la herida le había destruido los nervios del mismo, de modo que le había quedado inútil, y Hume lo llevaba en un cabestrillo negro, como si lo tuviera constantemente roto. El honorable Daniel P. Allan, juez del tribunal del distrito de Illinois, había fallecido dos meses antes de que regresara Hume, y el gobernador había designado al heroico general para que ocupara su lugar. El juez Hume ya estaba viendo algunos casos. Chamán notó que algunos ex militares estaban en condiciones de reanudar la vida civil sin pestañear, mientras otros tenían problemas que los atormentaban y los dejaban incapacitados.
Intentaba consultar con Alex cada vez que había que tomar una decisión relacionada con la granja. Los jornaleros aún escaseaban, pero Doug Penfield encontró a un hombre llamado Billy Edwards que había trabajado en la cría de corderos en Iowa. Chamán habló con él y vio que era un joven fuerte y voluntarioso, y además venía muy bien recomendado por George Cliburne. Chamán le preguntó a Alex si quería conversar con Edwards.
—No, no me interesa.
—Creo que sería interesante que lo hicieras. Después de todo, el hombre trabajará para ti cuando puedas dedicarte de nuevo a la granja.
—No creo que vuelva a dedicarme a la granja. Quizá trabaje contigo. Puedo prestarte mis oídos, como aquel individuo del hospital de Cincinnati del que me hablaste.
Chamán sonrió.
—No necesito unos oídos constantemente. Puedo recurrir a los de cualquiera cada vez que los necesite. Hablando en serio, ¿tienes idea de lo que querrás hacer?
—No lo sé exactamente.
—Bueno, tienes tiempo para decidir —concluyó Chamán, y se alegró de dejar el tema para más adelante.
Billy Edwards era un buen trabajador, pero cuando dejaba de trabajar era un gran conversador. Hablaba de la calidad de la tierra, de la cría de corderos, de los precios de las cosechas y de lo importante que era contar con el ferrocarril. Cuando se puso a hablar del regreso de los indios a Iowa despertó todo el interés de Chamán.
—¿A qué te refieres cuando dices que han vuelto?
—Hablo de un grupo de sauk y mesquakie. Abandonaron la reserva de Kansas y regresaron a Iowa.
«Como el grupo de Makwa-ikwa», pensó Chamán.
—¿Tienen algún problema con la gente de la zona?
Edwards se rascó la cabeza.
—No. Nadie tiene motivos para crearles dificultades. Estos indios son listos; han comprado tierras de forma legal. Y han pagado con dinero norteamericano contante y sonante. —Sonrió—. Por supuesto, la tierra que han comprado es seguramente la peor de todo el Estado poco fértil. Pero en ella han construido cabañas y tienen unos pocos cultivos. Han creado una pequeña población. La llaman Tama, como a uno de sus caciques, según me dijeron.
—¿Dónde está esa población?
—A unos ciento sesenta kilómetros al oeste de Davenport. Y un poco más al norte.
Chamán sintió deseos de visitarla.
Algunas mañanas más tarde evitó cuidadosamente preguntar al delegado de Asuntos Indios por los sauk y los mesquakie que vivían en Iowa. Nick Holden llegó a la granja de los Cole en un espléndido coche nuevo con cochero. Cuando Sarah y Chamán le dieron las gracias por su ayuda, Holden se mostró cortés y amable, pero quedó claro que había ido a ver a Alex.
Pasó la mañana en la habitación de Alex, sentado junto a su cama.
A mediodía, cuando Chamán concluyó sus tareas en el dispensario, quedó sorprendido al ver que Nick y el cochero ayudaban a Alex a subir al coche.
Estuvieron fuera toda la tarde y parte del anochecer. Cuando regresaron, Nick y el cochero ayudaron a Alex a entrar en la casa, saludaron a los demás con cortesía y se marcharon.
Alex no habló mucho de lo que había sucedido en el curso del día.
—Paseamos un poco. Hablamos. —Sonrió—. Es decir, casi todo el tiempo habló él y yo escuché. Comimos en el comedor de Anna Wiley.
Se encogió de hombros. Pero parecía pensativo y se fue a la cama pronto, fatigado por la actividad del día.
A la mañana siguiente, Nick volvió con su coche. Esta vez se llevó a Alex a Rock Island, y por la noche este describió a Chamán la comida y la cena de lujo que habían disfrutado en el hotel.
El tercer día fueron a Davenport. Alex regresó a casa más temprano que los dos días anteriores, y Chamán le oyó despedirse de Nick deseándole un agradable viaje de regreso a Washington.
—Me mantendré en contacto contigo, si quieres —dijo Nick.
—Por supuesto, señor.
Esa noche, cuando Chamán se fue a dormir, Alex lo llamó a su habitación.
—Nick quiere reconocerme —anunció.
—¿Reconocerte?
Alex asintió.
—El primer día que vino me dijo que el presidente Lincoln le había pedido que dimitiera, para poder nombrar a otro. Nick dice que ya es hora de instalarse de nuevo aquí. No tiene deseos de casarse, pero le gustaría tener un hijo. Dijo que siempre había sabido que era mi padre. Pasamos tres días recorriendo toda la zona, mirando sus propiedades. También tiene una próspera fábrica de lápices en el oeste de Pensilvania, y un montón de cosas más. Quiere que me convierta en su heredero y que cambie mi nombre por el de Holden.
Chamán sintió una profunda tristeza, y también rabia.
—Bueno, tú dijiste que no quieres trabajar en la granja.
—Le dije a Nick que no tengo dudas acerca de quién es mi padre. Mi padre fue el hombre que se ocupó de mí durante mi infancia y mi juventud sin pestañear, el hombre que me dio disciplina y amor. Le dije que mi nombre es Cole.
Chamán puso la mano sobre el hombro de su hermano. No pudo hablar, pero asintió. Luego besó a su hermano en la mejilla y se fue a la cama.
El día que tenían que retirar la pierna postiza volvieron al taller.
Wallace había tallado el pie hábilmente, para que se le pudiera poner el calcetín y el zapato. El muñón de Alex quedó encajado en el hueco, y el miembro postizo fue atado a su pierna con unas correas de cuero por debajo y por encima de la rodilla.
Alex odió la pierna postiza desde el primer momento, porque le producía un dolor espantoso.
—Eso se debe a que el muñón aún está tierno —le explicó Wallace—. Cuanto más tiempo lleve puesta la pierna, más rápidamente se formará el callo en el muñón. Y después no le hará el más mínimo daño.
Pagaron la pierna y se la llevaron a casa. Pero Alex la guardó en el armario del vestíbulo y nunca se la quería poner. Cuando caminaba, se arrastraba con la muleta que Jimmie-Joe le había hecho en el campo de prisioneros.
Una mañana de mediados de marzo, Billy Edwards estaba haciendo maniobras con un carro cargado de troncos, intentando que girara la yunta de bueyes que le habían alquilado al joven Mueller. Alden se encontraba detrás del carro, apoyado en su bastón y gritándole instrucciones al atónito Edwards.
—¡Hazlos retroceder, muchacho! ¡Hazlos retroceder!
Billy obedeció. Era lógico suponer que, desde el momento en que le ordenaba que hiciera retroceder el carro, el anciano se había apartado.
Un año antes, Alden podría haber dirigido la operación fácilmente y sin problemas, pero ahora, aunque su mente le decía que se apartara del camino, su enfermedad no permitía que el mensaje pasara a sus piernas con la rapidez suficiente. Un tronco que sobresalía del carro lo golpeó en el costado derecho del pecho con la fuerza de un ariete, arrojándolo a bastante distancia, y quedó tendido sobre el barro lleno de nieve. Billy irrumpió en el dispensario mientras Chamán examinaba a una embarazada llamada Molly Thornwell, que había soportado una larga travesía desde Maine.
—Es Alden. Creo que lo he matado —declaró Billy.
Llevaron a Alden a la casa y lo colocaron sobre la mesa de la cocina.
Chamán le cortó la ropa y lo examinó cuidadosamente.
Con cara pálida, Alex había salido de su habitación y se las había arreglado para bajar la escalera. Miró a Chamán con expresión interrogadora.
—Tiene varias costillas rotas. No podemos atenderlo si se queda en su cabaña. Voy a instalarlo en la habitación de huéspedes, y yo volveré a dormir en nuestra habitación contigo.
Alex asintió. Se apartó y vio cómo Chamán y Billy llevaban a Alden a la planta alta y lo metían en la cama.
Un rato más tarde, Alex tuvo por fin la oportunidad de prestarle sus oídos a Chamán. Escuchó atentamente los sonidos del pecho de Alden e informó a Chamán de lo que oía.
—¿Se pondrá bien?
—No lo sé —respondió Chamán—. Parece que los pulmones no han sufrido daño. Unas costillas rotas pueden ser bien toleradas por una persona fuerte y saludable. Pero a la edad de él, y con los problemas de su enfermedad…
Alex asintió.
—Yo me quedaré a su lado y lo cuidaré.
—¿Estás seguro? Puedo pedirle a la madre Miriam que me envíe unas enfermeras.
—Por favor, me gustaría hacerlo —le insistió Alex—. Tengo un montón de tiempo.
Así que además de los pacientes que depositaban su confianza en Chamán, este tenía dos miembros de su propia casa que lo necesitaban.
Aunque era un médico sensible, descubrió que cuidar a los seres queridos no era lo mismo que cuidar a otros pacientes. Existía una urgencia especial con respecto a la responsabilidad y la preocupación cotidianas.
Cuando volvía a casa a toda prisa, al final de la jornada, las sombras parecían más largas y oscuras.
Pero había momentos deliciosos. Una tarde tuvo la dicha de que Joshua y Hattie fueran solos a visitarlo. Era la primera vez que recorrían el Camino Largo sin compañía, y se mostraron solemnes y serios cuando le preguntaron a Chamán si podía disponer de un rato para jugar. Se sintió feliz y honrado de salir a pasear con ellos por el bosque durante una hora. Descubrieron las primeras flores y las huellas de un venado.
Alden tenía fuertes dolores. Chamán le dio morfina, pero la droga preferida de Alden era la que se destilaba a partir de cereales.
—De acuerdo, dale whisky —le dijo a Alex—, pero con moderación. ¿Comprendido?
Alex asintió e hizo lo que Chamán le indicaba. La habitación llegó a tener el olor a whisky característico de Alden, pero el anciano sólo podía beber cincuenta centímetros cúbicos al mediodía y la misma cantidad por la noche.
A veces Sarah y Lillian sustituían a Alex en la tarea de cuidar a Alden. Una noche Chamán ocupó el puesto; se sentó junto a la cama del anciano a leer una publicación de medicina que le había llegado desde Cincinnati. Alden estaba inquieto; dormía y se despertaba agitado.
Cuando estaba semidormido, refunfuñaba y conversaba con personas invisibles, revivía conversaciones sobre la granja, con Doug Penfield, maldecía a los depredadores que atacaban a los corderos. Chamán estudió el rostro viejo y arrugado, los ojos cansados, la enorme nariz roja con sus fosas peludas, y pensó en el Alden que había visto por primera vez, un hombre fuerte y capaz, el ex luchador de ferias que había enseñado a los niños Cole a usar los puños.
Alden fue serenándose y durmió profundamente durante un rato.
Chamán aprovechó para leer un artículo sobre fracturas infantiles.
Cuando empezaba a leer otro sobre cataratas, levantó la vista y vio que Alden lo miraba serenamente, con la expresión despejada de un breve momento de lucidez.
—Mi intención no era que él te matara. Sólo pensé que te daría un susto —dijo Alden.