Un telegrama
El día anterior, Lillian Geiger había recibido una carta de su esposo.
Jason le decía que había visto el nombre del cabo Alexander Bledsoe en una lista de confederados prisioneros de guerra. Alex había sido apresado por las fuerzas de la Unión el 11 de noviembre de 1862, en Perryville, Kentucky.
—Por eso desde Washington no contestaban las cartas que enviamos preguntando si tenían un prisionero llamado Alexander Cole —razonó Sarah—. Él utilizó el apellido de mi primer marido.
Chamán estaba exultante.
—¡Al menos es posible que aún esté vivo! Escribiré ahora mismo para intentar averiguar dónde lo tienen.
—Eso llevaría meses. Si aún está vivo, hace casi tres años que es prisionero. Jason dice en su carta que los campos de prisioneros, tanto de un bando como de otro, están en condiciones lamentables. Dice que deberíamos localizar a Alex de inmediato.
—Entonces iré yo mismo a Washington.
Su madre sacudió la cabeza.
—Leí en el periódico que Nick Holden vendrá a Rock Island y a Holden’s Crossing para participar en mítines a favor de la reelección de Lincoln. Debes ir a verlo y pedirle ayuda para encontrar a tu hermano.
Chamán estaba desconcertado.
—¿Por qué habríamos de recurrir a Nick Holden en lugar de hablar con nuestro diputado, o con nuestro senador? Papá despreciaba a Holden por haber contribuido a la destrucción de los sauk.
—Nick Holden probablemente es el padre de Alex —dijo ella con naturalidad.
Durante un instante, Chamán quedó mudo de asombro.
—… Siempre pensé… Es decir, Alex cree que su padre natural es alguien llamado Will Mosby —dijo por fin.
Su madre lo miró. Estaba muy pálida, pero no había lágrimas en sus ojos.
—Yo tenía diecisiete años cuando murió mi primer esposo. Estaba totalmente sola en una cabaña, en medio de la pradera, en lo que ahora es la granja de los Schroeder. Intenté continuar yo sola el trabajo de la granja, pero no tenía las fuerzas necesarias. La tierra acabó conmigo muy pronto. No tenía dinero. En aquel entonces no había trabajo y aquí vivía muy poca gente. Primero me encontró Will Mosby. Era un delincuente y pasaba fuera largos períodos, pero cuando regresaba siempre traía montones de dinero. Luego Nick empezó a rondarme.
Los dos eran apuestos y encantadores. Al principio yo pensaba que ninguno de los dos conocía la existencia del otro, pero cuando quedé embarazada resultó que ambos se conocían, y cada uno afirmaba que el padre era el otro.
A Chamán le resultó difícil articular las palabras.
—¿No te ayudaron en nada?
Ella esbozó una amarga sonrisa.
—Absolutamente en nada. Creo que Will Mosby me amaba y que finalmente se habría casado conmigo, pero llevaba una vida peligrosa y temeraria, y eligió ese momento para que lo mataran. Nick no volvió a aparecer, pero yo siempre he pensado que era el padre de Alex.
»Alma y Gus habían venido a hacerse cargo de la tierra, y supongo que él sabía que los Schroeder iban a proporcionarme comida.
»Cuando di a luz, Alma estaba conmigo, pero la pobrecilla se queda paralizada cuando surge una emergencia, y yo tuve que decirle lo que debía hacer. Después de nacer Alex, la vida fue terrible. Primero me enfermé de los nervios, luego del estómago, lo que me produjo los cálculos en la vejiga. —Sacudió la cabeza—. Tu padre me salvó la vida. Hasta que él apareció, yo no creía que en el mundo existiera un hombre bueno y amable.
»Lo importante es que yo había pecado. Cuando te quedaste sordo supe que ese era mi castigo, que te había ocurrido por mi culpa, y casi no podía acercarme a ti. Te quería mucho, y me remordía la conciencia. —Se estiró y le tocó la mejilla—. Lamento que hayas tenido una madre tan débil y pecadora.
Chamán le cogió la mano.
—No, no eres débil ni pecadora. Eres una mujer fuerte que tuvo que tener mucho coraje para sobrevivir. Y has tenido mucho coraje al contarme todo esto. Mi sordera no es culpa tuya, mamá. Dios no quiere castigarte. Nunca me he sentido tan orgulloso de ti, y nunca te quise tanto.
—Gracias, Chamán —dijo ella.
Cuando lo besó, notó que su madre tenía la mejilla húmeda.
Cinco días antes de que Nick Holden fuera a hablar a Rock Island Chamán entregó una nota para él al presidente del comité republicano del distrito. En la nota le decía que Robert Jefferson Cole agradecería infinitamente que se le brindara la oportunidad de hablar con el delegado Holden sobre un asunto urgente y de gran importancia.
El día del primer mitin Chamán se presentó en la enorme casa de madera que Nick tenía en Holden’s Crossing y un secretario asintió cuando él dio su nombre.
—El delegado le está esperando —dijo el hombre, y acompañó a Chamán hasta el despacho.
Holden había cambiado desde la última vez que lo había visto. Se había vuelto corpulento, su cabellera gris empezaba a ralear y en los bordes de la nariz le habían aparecido montones de venas pequeñas, pero aún era un hombre apuesto, y lucia un aire de seguridad como si se tratara de un traje hecho a la medida.
—Santo cielo, si tú eres el pequeño, el hijo menor, ¿no? ¿Y ahora eres médico? De verdad que me alegro de verte. Te diré lo que haremos: yo necesito una buena comida casera, tú te vienes conmigo al comedor de Anna Wiley y me permites que te invite a comer.
Hacía tan poco tiempo que Chamán había terminado de leer el diario de su padre que aún veía a Nick a través de los ojos y la pluma de Rob J., y lo que menos deseaba era aceptar una invitación de Nick. Pero sabía por qué estaba allí, de modo que se dejó llevar al comedor de la calle Main en el coche de Nick. Por supuesto, primero tuvieron que detenerse en el almacén, y Chamán esperó mientras Nick estrechaba la mano a todos los hombres que estaban en el porche, como un buen político, y se aseguraba de que todos conocían a «mi buen amigo, nuestro médico».
En el comedor, Anna Wiley se deshizo en atenciones, y Chamán logró comer su carne asada, que era buena, y su tarta de manzana, que era mediocre. Finalmente logró hablarle de Alex.
Holden escuchó sin hacer interrupciones, y luego asintió.
—Hace tres años que es prisionero, ¿no?
—Sí, señor. En el caso de que aún esté vivo.
Nick cogió un puro del bolsillo superior y se lo ofreció a Chamán.
Cuando este lo rechazó, arrancó la punta con los dientes y lo encendió lanzando pequeñas bocanadas de humo en dirección a su invitado.
—¿Y por qué has venido a verme a mi?
—Mi madre pensó que usted estaría interesado —aclaró Chamán.
Holden le echó un vistazo y luego sonrió.
—Tu padre y yo… Ya sabes, cuando éramos jóvenes, fuimos grandes amigos. Corrimos grandes aventuras juntos.
—Lo sé —respondió Chamán fríamente.
Algo en el tono de Chamán debió de advertir a Nick que era mejor dejar ese tema de lado. Volvió a asentir.
—Bueno, dale a tu madre mis mejores recuerdos. Y dile que me ocuparé personalmente de este asunto.
Chamán le dio las gracias. De todas formas, cuando llegó a casa les escribió al diputado y al senador de su Estado pidiéndoles ayuda para encontrar a Alex.
Pocos días después de regresar de Chicago, Chamán y Rachel comunicaron a sus respectivas madres que habían decidido verse con regularidad.
Cuando se enteró, Sarah tensó los labios, pero asintió sin mostrar el más mínimo asombro.
—Serás muy bueno con sus hijos, por supuesto, lo mismo que tu padre con Alex. Si tenéis más hijos, ¿vais a bautizarlos?
—No lo sé, mamá. No hemos llegado tan lejos.
—En vuestro caso, yo hablaría del tema —fue todo lo que se le ocurrió decir.
Rachel no fue tan afortunada. Ella y su madre discutían con frecuencia. Lillian era amable con Chamán cuando él iba a su casa, pero no le mostraba el menor cariño. Él llevaba a pasear a Rachel y a los dos niños en la calesa siempre que le resultaba posible, pero la naturaleza conspiraba contra él, porque el tiempo se volvió inclemente. Así como el verano había llegado temprano y casi no había habido primavera, ese mismo año el invierno había caído prematuramente sobre la llanura. Octubre fue un mes glacial. Chamán encontró en el establo los patines de su padre; les compró a los chicos patines de doble cuchilla en la tienda de Haskins y los llevó a patinar al pantano helado, pero hacía demasiado frío para que se lo pasaran bien. El día de las elecciones, cuando Lincoln fue reelegido por amplio margen, estaba nevando; y el dieciocho de aquel mes, Holden’s Crossing fue azotado por una ventisca y el suelo quedó cubierto por un manto blanco que duró hasta la primavera.
—¿Te has dado cuenta de cómo tiembla Alden? —le preguntó Sarah a Chamán una mañana.
En realidad hacia tiempo que él observaba a Alden.
—Tiene mal de Parkinson, mamá.
—¿Qué es eso?
—No sé qué es lo que provoca los temblores, pero la enfermedad afecta el control de los músculos.
—¿Va a morir?
—A veces es una enfermedad mortal, pero no ocurre a menudo. Lo más probable es que vaya empeorando poco a poco. Quizá quede tullido.
Sarah asintió.
—Bueno, el pobre ya está demasiado viejo y enfermo para ocuparse de la granja. Tendremos que ir pensando en poner a Doug Penfield al frente y contratar a alguien para que lo ayude. ¿Podemos permitirnoslo? Le estaban pagando veintidós dólares mensuales a Alden y diez a Doug Penfield. Chamán hizo algunos cálculos rápidos y finalmente asintió. —Entonces, ¿qué será de Alden?
—Bueno, se quedará en su cabaña y nosotros lo cuidaremos, por supuesto. Pero va a ser difícil convencerlo de que deje de ocuparse de las tareas pesadas.
—Lo mejor sería pedirle que hiciera montones de cosas que no supongan un esfuerzo —sugirió ella con gran perspicacia, y Chamán estuvo de acuerdo.
—Creo que tengo una de esas cosas para que empiece ahora mismo —anunció.
Esa noche llevó el «escalpelo de Rob J.» a la cabaña de Alden.
—Hay que afilarlo, ¿eh? —dijo Alden mientras lo cogía.
Chamán sonrió.
—No, Alden, yo lo mantengo afilado. Es un bisturí que ha pertenecido a mi familia durante siglos. Mi padre me contó que en casa de su madre lo tenían guardado en una vitrina cerrada con cristales, colgada de la pared. Pensé que tú podrías hacerme una igual.
—No veo por qué no. —Alden movió el escalpelo entre sus manos. Una buena pieza de acero.
—Así es. Y tiene un filo fantástico.
—Yo podría hacerte un cuchillo como este, si alguna vez quieres tener otro.
Chamán sintió curiosidad.
—¿Querrías intentarlo? ¿Podrías hacer uno con una hoja más larga que la de este, y más estrecha?
—No habría ningún problema —le aseguró Alden, y Chamán fingió que no veía el temblor de la mano del anciano mientras le devolvía el escalpelo.
Resultaba muy difícil estar tan cerca de Rachel y sin embargo tan lejos de ella. No había ningún sitio donde pudieran hacer el amor. Caminaban por la nieve hasta el bosque, donde se acurrucaban uno en los brazos del otro, como osos, e intercambiaban besos helados y caricias acolchadas. Chamán empezó a estar de mal humor y notó que Rachel tenía ojeras.
Después de dejarla en su casa, Chamán daba enérgicos paseos. Un día recorrió el Camino Corto que llevaba al río y vio que el trozo de madera que marcaba la tumba de Makwa-ikwa, y que sobresalía por encima de la nieve, estaba roto. El tiempo casi había borrado los signos rúnicos que su padre le había hecho grabar a Alden.
Sintió que la furia de Makwa se levantaría de la tierra, atravesando la nieve. ¿Cuánto correspondía a su imaginación y cuánto a su conciencia?
«He hecho lo que podía. ¿Qué más puedo hacer? Es más importante mi vida que tu descanso», le dijo en tono brusco, y se alejó picoteando la nieve hacia su casa.
Esa tarde fue a casa de Betty Cummings, que padecía un fuerte reumatismo en ambos hombros. Ató el caballo, y cuando se dirigía a la puerta de atrás vio al otro lado del establo una huella doble y una serie de marcas extrañas. Avanzó cuidadosamente sobre la nieve y se arrodilló para mirarlas.
Las marcas que había sobre la nieve eran de forma triangular. Se hundían en la superficie unos quince centímetros y su tamaño variaba ligeramente, de acuerdo con la profundidad que alcanzaban.
Estas heridas triangulares en la nieve no tenían sangre, y eran mucho más de once. Se quedó arrodillado, observándolas.
—¿Doctor Cole?
La señora Cummings había salido y estaba inclinada, observándolo con expresión preocupada.
Dijo que los agujeros los habían hecho los bastones de los esquíes de su hijo. Se había fabricado los esquíes y los bastones con madera de nogal, tallando los extremos en punta.
Eran demasiado grandes.
—¿Todo está bien, doctor Cole?
La mujer se estremeció y se cerró más el chal, y Chamán se sintió repentinamente avergonzado de tener a una anciana reumática expuesta al frío.
—Todo está perfectamente bien, señora Cummings —le aseguró.
Se levantó y fue tras ella hasta la acogedora cocina.
Alden había hecho un maravilloso trabajo con la vitrina para el escalpelo de Rob J. La había fabricado con roble cortado a escuadra y había conseguido que Sarah le diera un retazo de terciopelo azul claro para montar encima el escalpelo.
—Pero no logré encontrar un trozo de cristal usado. Tuve que comprar uno nuevo en la tienda de Haskins. Espero que sea adecuado.
—Es más que adecuado. —Chamán estaba satisfecho—. Lo colgaré en el vestíbulo principal de la casa —anunció.
Quedó más satisfecho aún al ver el escalpelo que Alden había hecho según sus instrucciones.
—Lo forjé con un hierro viejo de marcar el ganado. Ha sobrado acero suficiente para dos o tres cuchillos más como ese, si te interesan.
Chamán se sentó, y con un lápiz dibujó un bisturí para tomar muestras y una horquilla para amputar.
—¿Crees que podrías hacer esto?
—Claro que podría.
Chamán lo miró con expresión pensativa.
—Alden, pronto vamos a tener aquí un hospital. Eso significa que vamos a necesitar instrumentos, camas, sillas…, cosas así. ¿Qué te parecería si consiguieras a alguien que te ayudara a fabricar todo eso?
—Bueno, sería fantástico, pero… No creo que pueda disponer del tiempo necesario para ocuparme de todo.
—Sí, me doy cuenta. Pero supongamos que contratamos a alguien para que trabaje en la granja con Doug Penfield, y que ellos se reúnan contigo un par de veces por semana para que tú les digas lo que deben hacer.
Alden pensó un momento y luego asintió.
—Estaría muy bien.
Chamán vaciló.
—Alden…, ¿aún tienes buena memoria?
—Tan buena como cualquiera, supongo.
—Hasta donde puedas recordar, dime dónde estaba cada uno el día que Makwa-ikwa fue asesinada.
Alden lanzó un profundo suspiró y puso los ojos en blanco.
—Todavía sigues con eso, por lo que veo. —Pero cuando Chamán insistió, él colaboró—. Bien, empecemos contigo. Tú estabas dormido en el bosque, según me dijeron. Tu padre estaba visitando a sus pacientes. Yo estaba en casa de Hans Grueber, ayudándolo a matar los animales, que era la forma en que tu padre le pagaba por utilizar sus bueyes para tirar del distribuidor de estiércol… Veamos, ¿quién queda?
—Alex. Mi madre. Luna y Viene Cantando.
—Bueno, Alex estaba en algún sitio, pescando, jugando, no sé. Tu madre y Luna…, recuerdo que estaban haciendo la limpieza de la despensa, preparándola para colgar la carne cuando hiciéramos la matanza. El indio grande estaba con el ganado, y luego fue a trabajar al bosque. —Le dedicó una amplia sonrisa—. ¿Qué te parece mi memoria?
—Fue Jason el que encontró a Makwa. ¿Qué hizo Jason aquel día?
Alden se mostró indignado.
—Bueno, ¿cómo demonios voy a saberlo? Si quieres saber algo sobre Geiger, habla con su esposa.
Chamán asintió.
—Creo que es eso lo que voy a hacer —dijo.
Pero cuando regresó a casa, todas sus ideas lo abandonaron, porque su madre le comunicó que Carroll Wilkenson le había traído un telegrama. Venía de la oficina de telégrafos de Rock Island. Cuando Chamán rompió el sobre, los dedos le temblaban tanto como a Alden.
El telegrama era conciso y formal.
Cabo Alexander Bledsoe, 38 de fusileros montados de Louisiana, actualmente encarcelado como prisionero de guerra, Campo de Prisioneros de Elmira, Elmira, Estado de Nueva York. Por favor, ponerse en contacto conmigo si puedo ayudar en alguna otra cosa. Buena suerte. Nicholas Holden, Deleg. Asuntos Indios, Estados Unidos.