Una carta del hijo
Cincinnati, Ohio
12 de enero de 1863
Querido papá:
—¡Reclamo el escalpelo de Rob J.!
El coronel Peter Brandon, primer ayudante del médico jefe William A. Hammond, pronunció el discurso en la ceremonia de entrega de diplomas. Algunos dijeron que fue un discurso excelente, pero a mí me decepcionó. El doctor Brandon nos dijo que los médicos se han ocupado de las necesidades médicas de sus ejércitos a lo largo de toda la historia. Puso montones de ejemplos: los hebreos de la Biblia, los griegos, los romanos, etc. Luego nos habló de las espléndidas oportunidades que el ejército de Estados Unidos ofrece en tiempos de guerra a un médico, los salarios y la satisfacción que uno siente cuando sirve a su país. Nosotros esperábamos que evocara las antiguas glorias de nuestra nueva profesión —Platón y Galeno, Hipócrates y Andrea Vesalio— y él nos dio un discurso de reclutamiento. Por otra parte, era innecesario. Más de diecisiete de los treinta y seis médicos de mi clase ya han hecho los trámites necesarios para ingresar en el departamento médico del ejército.
Aunque me habría encantado ver a mamá, me sentí aliviado por su decisión de no emprender el viaje a Cincinnati. Los trenes, los hoteles, etc., están tan atestados y sucios en estos tiempos, que una mujer que viaje sola podría sentirse incómoda, como mínimo. Eché de menos sobre todo tu presencia, lo que me da otra razón para odiar la guerra. El padre de Paul Cooke, que vende piensos y granos en Xenia, estuvo en la ceremonia de entrega de diplomas y después nos llevó de comilona, y brindamos con vino y hubo grandes felicitaciones. Paul es uno de los que van a ingresar directamente en el ejército. Resulta engañoso porque es un joven muy divertido, pero fue el más brillante de nuestra clase y le otorgaron el >magna cum laude. Yo lo ayudaba en el laboratorio, y él me ayudó a ganar mi magna Cum laude, porque cada vez que terminaba de leer un trabajo me hacía preguntas mucho más complicadas que las que nos planteaba cualquiera de los profesores.
Después de la cena, él y su padre fueron a la Pike’s Opera House a escuchar un concierto de Adelina Patti, y yo regresé a la Policlínica.
Sabía muy bien lo que quería hacer. Hay un túnel revestido de ladrillos que corre por debajo de la calle Ninth, entre la facultad y el edificio principal del hospital. Está reservado exclusivamente para los médicos.
Con el fin de que se encuentre despejado durante las emergencias, está prohibido el acceso a los estudiantes de medicina, que deben pasar por la calle. Bajé al sótano de la facultad todavía con mentalidad de estudiante, y entré en el túnel iluminado por las lámparas. Y en cierto modo, cuando lo atravesaba hasta llegar al hospital, me sentí médico por primera vez.
Papá, he aceptado un nombramiento de dos años como funcionario interno del hospital del sudoeste de Ohio. La paga es de sólo trescientos dólares al año, pero el doctor Berwyn dice que eso me llevará a tener buenos ingresos como cirujano. «Nunca subestimes la importancia de tus ingresos —me dijo—. Debes recordar que la persona que se queja amargamente de las ganancias de los médicos, por lo general no es médico».
Aunque es una situación embarazosa, tengo la maravillosa suerte de que el doctor Berwyn y el doctor McGowan se pelean por ver quién me tendrá bajo su ala. El otro día, Barney McGowan me trazó este plan para el futuro: trabajaré con él durante unos años como ayudante, y luego él se encargará de que me designen profesor auxiliar de anatomía. De este modo, dice, cuando él se retire yo estaré en condiciones de ocupar el cargo de profesor de patología.
Entre los dos me aturdieron, porque mi sueño siempre ha sido ser simplemente médico. Al final decidieron un programa que a mí me resulta ventajoso; tal como hice durante mi trabajo de verano, pasaré las mañanas en la sala de operaciones con Berwyn y dedicaré las tardes a la patología, con McGowan, con la única diferencia de que en lugar de hacer el trabajo sucio como estudiante, lo haré como médico. A pesar de la amabilidad de ambos, no sé si al final decidiré establecerme en Cincinnati. Echo de menos la vida en un sitio pequeño en el que conozco a la gente.
Cincinnati es más sudista en sus sentimientos que Holden’s Crossing. Billy Henried nos confió a unos pocos amigos íntimos que después de graduarse se unirá al ejército confederado como cirujano. Hace un par de noches fui a una cena de despedida con él y con Cooke. Fue una cena tensa y triste, porque cada uno sabía a dónde iba a ir el otro.
La noticia de que el presidente Lincoln ha firmado una proclama garantizando la libertad a los esclavos ha provocado grandes iras. Sé que no sientes simpatía por el presidente debido a su participación en la destrucción de los sauk, pero yo lo admiro por liberar a los esclavos, al margen de cuáles sean sus razones políticas. Los partidarios del Norte que hay por aquí parecen capaces de hacer cualquier sacrificio cuando saben que es para salvar la Unión, pero no quieren que el objetivo de la guerra sea la abolición de la esclavitud. La mayoría de ellos parecen no estar preparados para pagar con su sangre si el propósito de la lucha es liberar a los negros. Las pérdidas han sido aterradoras en batallas como la de Second Bull Run y Antietam. Ahora corre el rumor de una matanza en Fredericksburg, donde fueron eliminados casi trece mil soldados federales mientras intentaban ocupar las posiciones del Sur. Esto ha provocado la desesperación de mucha gente con la que he hablado.
Me preocupo constantemente por ti y por Alex. Tal vez te moleste saber que he empezado a rezar, aunque no sé a quién ni a qué, y sólo pido que regreséis a casa.
Por favor, haz todo lo que puedas por cuidar tu salud tanto como la de los demás, y recuerda que hay quien cifra su vida en tu fortaleza y tu bienestar.
Tu hijo que te quiere,
Chamán
(¡Doctor! Robert Jefferson Cole)