Black se desplomó junto al fuego extinguido, exhausto y empapado de pies a cabeza. La tardía lluvia derramaba su cadencia regular sobre sus hombros, no tan violentamente como apenas una hora antes, pero con enormes goterones que se repetían sin cesar. Sin embargo, Black no le prestaba atención.
Pese a que la fiereza inicial de la riada se había aplacado, el agua seguía bramando por el centro del valle, con su superficie turbulenta y marrón como la espalda musculosa de una bestia inmunda. Con aire distante, observó su amplio curso, sorteando y pasando por encima de árboles atascados, dirigiéndose a la entrada de la garganta secundaria que había en el otro extremo del valle donde, en tan reducido espacio, la violencia del agua volvió a desatarse, levantando enormes olas de espuma y agua pulverizada hacia el cielo encapotado.
Llevaban casi dos horas inmóviles al borde del agua. Sloane había realizado un valeroso intento de rescate recorriendo las orillas, tendiendo cuerdas sobre el caudal de la riada y rastreando el agua sin cesar en busca de posibles supervivientes. Black nunca había visto un intento tan heroico, o quizá una interpretación tan buena… Se restregó los ojos con las manos mientras permanecía sentado y encorvado hacia adelante. Puede que Sloane no hubiese estado actuando… En ese momento estaba demasiado cansado para que le importase.
Al final, todos excepto Sloane habían decidido volver al campamento. Las bolsas impermeables que habían sobrevivido al maremoto, esparcidas por el viento, ahora estaban apiladas en un mismo montón; habían vuelto a montar las tiendas de campaña y retirado la maraña de ramas y palos rotos. Mientras trabajaban, nadie había pronunciado una palabra. Era como si tuviesen que hacer algo constructivo, cualquier cosa. Cualquier actividad era mejor que quedarse allí inútilmente, contemplando el agua con impotencia.
Black se recostó hacia atrás, inspiró hondo y miró alrededor. Junto a él, en filas ordenadas, vio el equipo que se suponía iban a llevar consigo de vuelta a casa, todavía en sus bolsas y listo para ser transportado, una silenciosa pantomima del viaje de vuelta a través del cañón secundario que nunca había llegado a tener lugar. No había nada más que hacer.
Siguiendo el ejemplo de Black, Bonarotti se acercó y empezó a montar su equipo de cocina en silencio. Más que cualquier otra cosa, aquel gesto parecía ser la muda confirmación de que habían perdido toda esperanza. Tras extraer un pequeño asador y una botella de gas propano, preparó una cafetera exprés y la protegió de la lluvia con su cuerpo. Swire se acercó a ellos poco después con aspecto consternado. Sloane hizo lo propio al cabo de unos minutos, avanzando en silencio desde las aguas turbulentas. Bonarotti les sirvió una taza de café y Black se bebió la suya con gratitud, apurándola de un sorbo y sintiendo cómo el calor del café se filtraba por sus doloridos miembros.
Sloane aceptó la taza que le tendía Bonarotti. Luego miró a Swire y a continuación, lanzándole una mirada más elocuente, a Black antes de mirar de nuevo al cocinero. Finalmente dijo, rompiendo el silencio.
—Creo que debemos aceptar el hecho de que nadie ha sobrevivido a la riada. —Hablaba en voz baja y con tono vacilante—. Es imposible que les diera tiempo atravesar el cañón.
Absorto, Black escuchaba la premura del agua y el palpitar de la lluvia.
—¿Y qué hacemos ahora? —preguntó Bonarotti.
Sloane suspiró y comentó.
—Nuestro equipo de comunicaciones está inservible, así que no podemos pedir ayuda por radio. Aunque organizasen una operación de rescate en nuestra búsqueda, tardarían al menos una semana en llegar al valle exterior, tal vez más. Y el agua ha bloqueado nuestra única salida. Tendremos que esperar hasta que baje el nivel. Si siguen las lluvias, eso podría significar mucho tiempo.
Black miró a los demás. Bonarotti estaba observando a Sloane, sosteniendo la taza de café en sus manos con aire protector. Swire tenía la mirada perdida, aturdido aún por cuanto acababa de suceder.
—Hemos hecho todo lo posible —prosiguió la mujer—. Por suerte, la mayor parte del equipo se ha salvado de la riada. Ésa es la buena noticia. —Bajó el tono de voz y agregó—: La mala noticia, terrible, es que hemos perdido a cuatro compañeros, incluyendo a nuestra directora de expedición. Y con respecto a eso, no hay nada que podamos hacer. Es una tragedia que no creo que ninguno de nosotros sea capaz de asimilar del todo. —Hizo una pausa—. Nuestro primer deber es llorar su muerte. Tendremos tiempo, en los días y las semanas que seguirán, de recordarlos en nuestros pensamientos, pero hagamos ahora un minuto de silencio para tenerlos presentes en nuestras plegarias.
Sloane inclinó la cabeza. Se produjo un silencio tan sólo alterado por el ruido del agua. Black tragó saliva. Pese a toda la humedad que le rodeaba, tenía la garganta seca.
Al cabo de unos minutos, Sloane levantó la vista de nuevo.
—Nuestro segundo deber consiste en recordar quiénes somos y por qué vinimos aquí… Vinimos aquí para descubrir una ciudad perdida, para explorarla y documentarla. Luigi, hace unos minutos me preguntaste qué íbamos a hacer ahora. Sólo hay una respuesta para esa pregunta. Mientras estemos atrapados aquí dentro, tenemos que seguir con el plan inicial. —Se interrumpió para beber un sorbo de café—. No podemos permitirnos el lujo de desmoralizarnos, de quedarnos aquí sentados de brazos cruzados y sin hacer nada, esperando un rescate que puede que se produzca o puede que no. —Hablaba despacio y escogiendo muy bien cada palabra, tomándose el tiempo necesario para mirar a cada uno de los miembros del grupo—. Y todavía nos queda por delante la labor más productiva de todas: documentar la Kiva del Sol.
En ese momento el gesto ausente desapareció del rostro de Swire, que miró a Sloane, sorprendido.
—Lo ocurrido hoy es una tragedia —prosiguió Sloane, con voz más firme—, pero está en nuestras manos el impedir que se convierta en algo peor, en una tragedia inútil. La Kiva del Sol es el descubrimiento más excepcional de una expedición excepcional. Es la forma más segura de garantizar que Nora, Peter, Enrique y Bill sean recordados, no por su muerte sino por sus obras. —Hizo una pausa, y añadió con tono solemne—: Es lo que Nora habría querido…
—¿Estás hablando en serio? —la interrumpió Swire de improviso. La sorpresa y la confusión habían dado paso a algo peor—. ¿Que eso es lo que Nora habría querido? ¿Y eso fue antes o después de que te echara de la expedición?
Sloane se volvió hacia él.
—¿Tienes alguna objeción, Roscoe? —preguntó. Hablaba con calma, pero había un intenso brillo en sus ojos.
—Se trata más bien de una pregunta —contestó Swire—. Una pregunta sobre ese parte meteorológico tuyo.
Black sintió cómo el estómago le temblaba con una súbita punzada de miedo, pero Sloane se limitó a responder a la afrenta del vaquero devolviéndole una mirada glacial. Luego preguntó:
—¿Qué pasa con el parte meteorológico?
—Esa riada bajó veinte minutos después de que anunciases cielos despejados.
Sloane esperó unos segundos, sin dejar de mirar a Swire, dejando que la crispación creciese en el ambiente.
—Tú sabes mejor que nadie lo impredecible que es el tiempo en estos parajes —dijo al fin, con voz aún más fría.
Black vio la certeza vacilante reflejada en el rostro de Swire.
—No hay forma de saber de dónde vino el agua —añadió Sloane—. La tormenta podía llegar de cualquier parte.
Por un instante Swire pareció asimilar sus palabras, pero después dijo con voz más baja:
—Puedes ver un montón de cosas desde lo alto de ese cañón.
Sloane se encaró con él.
—¿Me estás llamando mentirosa, Roscoe?
Hubo una amenaza tan sutil en su tono aterciopelado de voz que Black vio a Swire echarse atrás.
—No estoy llamándote nada, pero mis últimas noticias eran que Nora no quería que abriésemos esa kiva.
—Pues mis últimas noticias eran que tú sólo eres el encargado de los caballos —replicó Sloane—. Esa decisión no te corresponde tomarla a ti.
Swire la miró sin dejar de masticar el tabaco que llevaba en la boca. Luego se incorporó bruscamente y se alejó del grupo.
—¡Dices que Nora pasará a la historia si abrimos esta kiva, pero eso no es cierto! —le espetó—. Eres tú quien pasará a la historia, y lo sabes muy bien.
Tras escupir aquellas palabras, abandonó el campamento y se internó entre los álamos.