El cielo encapotado de la tarde se había disipado y el aire que cubría el cañón de Quivira estaba teñido con la última luz dorada del crepúsculo. La penumbra de la noche estaba congregándose al pie del desfiladero, en extraña yuxtaposición con la brillante franja de luz del cielo. La lluvia momentánea había destapado la caja de Pandora de los aromas del desierto: arena húmeda y el olor dulzón de los álamos mezclado con los fragantes efluvios de madera de cedro de la fogata de Bonarotti.
Nora, esforzándose por cerrar una de las bolsas impermeables, no se fijó en la belleza del paisaje ni percibió todos aquellos aromas. Aturdida todavía por los sucesos de la jornada, para ella el valle era cualquier cosa menos plácido. Unos minutos antes, Swire y Smithback habían regresado de su truculenta misión y ahora descansaban junto al fuego, exhaustos y con la mirada perdida.
No sin cierta dificultad, depositó la bolsa en lo alto de la pila que estaba formando el resto del equipo, luego cogió un petate vacío y empezó a llenarlo. Tendrían que pasar buena parte de la tarde empaquetando las cosas, dejando algunas allí y preparando el resto para emprender el largo y húmedo viaje a través del cañón en pos de los caballos. Una vez que hubiesen hecho el equipaje y hubiesen abandonado el valle y sus perniciosas influencias, estaba segura de que volverían a funcionar como un grupo; al menos el tiempo suficiente para llevar los detalles de su indiscutible hallazgo de vuelta al instituto.
Un grito brusco y entrecortado procedente de lo alto de la escala la despertó de su ensimismamiento. Alzó la vista y divisó la estilizada figura de Aaron Black, avanzando a grandes zancadas entre el ocaso, con la cara gris por la suciedad, la ropa hecha jirones y el pelo despeinado. Por un escalofriante momento, tuvo la certeza de que el hombre había contraído la misma enfermedad que había matado a Holroyd, pero su temor se disipó en cuanto vio la expresión de triunfo que llevaba impresa en el rostro.
—¿Dónde está Sloane? —preguntó mirando alrededor con nerviosismo. Hizo bocina con las manos para llamarla—: ¡Sloane! —El eco de sus gritos resonó en todo el valle.
—¿Te encuentras bien? —inquirió Nora.
Cuando Black se volvió hacia ella, Nora advirtió que el barro que cubría su ceja estaba perlado de sudor y unas gotas de color pardo le resbalaban por las mejillas.
—La he encontrado —proclamó.
—¿El qué?
—He encontrado la Kiva del Sol.
Nora se irguió de golpe, soltando el asa del petate y dejando que éste resbalase hasta el suelo.
—¿Que has encontrado qué?
—Había una abertura obstruida detrás de la ciudad. Nadie se había percatado de su existencia, pero yo sí. La he encontrado. —El pecho de Black se agitaba al ritmo de su respiración entrecortada. Le costaba mucho articular las palabras—. Detrás del callejón hay un estrecho pasadizo que conduce a otra cueva detrás de la ciudad, y Nora… hay otra ciudad entera escondida ahí detrás. Justo enfrente hay una gran kiva, una kiva cerrada. Nunca había visto nada igual.
—A ver si lo he entendido bien —empezó a decir Nora lentamente—. ¿Has derribado un muro de rocas para pasar al otro lado de un agujero?
Black asintió y esbozó una amplia sonrisa.
Nora sintió cómo una súbita oleada de ira se apoderaba de ella.
—Prohibí tajantemente las alteraciones del yacimiento como ésa. Dios mío, Aaron, lo único que has hecho es abrir una parte más de las ruinas para que cualquiera pueda entrar y saquearla. ¿Has olvidado que estamos a punto de largarnos de aquí?
—¡Pero no podemos marcharnos ahora! No después de este descubrimiento…
—Pues nos vamos de todos modos. A primera hora de la mañana.
Black se quedó inmóvil, estupefacto. Su rostro transmitía una cólera e incredulidad crecientes.
—No has oído lo que te he dicho. He encontrado la Kiva del Sol. No podemos largarnos ahora o robarán todo el oro.
Nora lo miró de hito en hito.
—¿Oro? —repitió.
—Maldita sea, Nora… ¿qué otra cosa crees que hay ahí dentro? ¿Maíz? Las pruebas son abrumadoras. Acabo de encontrar el Fort Knox anasazi.
Mientras Nora lo observaba con gesto incrédulo y consternación creciente, Sloane salió de la penumbra con la gigantesca cámara bajo el brazo.
—¡Sloane! —gritó Black—. ¡La he encontrado! —Se precipitó corriendo hacia ella y la abrazó. Sonriendo, la mujer se zafó de su abrazo y lo miró primero a él y luego a Nora con gesto burlón.
—¿Qué pasa aquí? —preguntó dejando la cámara en el suelo con cuidado.
—Black ha encontrado una cueva sellada detrás de la ciudad —respondió Nora—. Dice que dentro está la Kiva del Sol.
Sloane lanzó una rápida mirada a Black, borrando la sonrisa de su rostro en cuanto comprendió la importancia de aquellas palabras.
—Está ahí, Sloane —insistió—. Una gran kiva de dieciocho metros de diámetro, con un disco del sol pintado en el lateral.
Una intensa mezcla de emociones se agolparon en el rostro de Sloane.
—¿Qué clase de disco?
—Un sol gigante de pigmento amarillo mezclado con mica y pulido. Parece oro puro. De hecho, creí que era oro cuando lo vi por primera vez.
Sloane palideció de golpe y luego se ruborizó.
—¿Pintura mezclada con mica?
—Sí. Biotita molida, que tiene un tinte dorado. Una imitación perfecta del oro auténtico, lo cual es exactamente la clase de representación simbólica que se encontraría en el exterior de la kiva si en su interior hubiese…
—Llévame hasta allí —le apremió Sloane. Black la tomó de la mano y ambos se volvieron.
—¡Eh! ¡Esperad un momento! —exclamó Nora.
Ambos la miraron y, consternada, Nora advirtió en sus rostros la huella de la pasión.
—Un momento —prosiguió—. Aaron, estás actuando como si fueras un vulgar buscador de tesoros, no un científico. No deberías haber entrado en esa estancia. Lo siento, pero no pienso permitir más alteraciones en el yacimiento.
Sloane la miró y no dijo nada, pero el rostro de Black se ensombreció.
—Yo lo siento aún más —la imitó—, pero vamos a subir ahí arriba.
Nora miró a Black a los ojos y vio que sería inútil tratar de razonar con él, de modo que se dirigió a Sloane.
—Ya sea bueno o malo, todo cuanto ocurra en esta excavación se verá reflejado en el informe final —añadió con tono acuciante—. Sloane, piensa en cómo reaccionará tu padre cuando sepa que irrumpimos en esa kiva, así, sin más. Si Black está en lo cierto, éste podría ser el descubrimiento más importante de todos, razón de más para que obremos con cautela.
Tras la mención de su padre, la voracidad pareció desaparecer del rostro de la joven, que se puso tensa y trató de recobrar la calma.
—Nora, ven con nosotros —le pidió con una sonrisa—. Lo único que vamos a hacer es mirar. ¿Qué tiene eso de malo?
—Tiene razón —asintió Black—. No he tocado absolutamente nada. No ha ocurrido nada que no pueda aparecer en un informe público.
Nora les miró fijamente con aire pensativo. Smithback, Swire y Bonarotti habían acudido y estaban escuchando con atención. Sólo faltaba Aragon. Nora consultó el reloj; eran casi las siete de la tarde. Pensó en las palabras de Black, una ciudad escondida, la Kiva del Sol, y luego recordó las que Aragon había pronunciado en la Kiva de la Lluvia: «Todavía falta una pieza del rompecabezas. Creí que podría hallarse en esta kiva, pero ahora no estoy tan seguro». De estar allí, Aragon seguramente se opondría con todas sus fuerzas a explorar la nueva kiva, pero ella sabía que el hallazgo de Black quizá era la clave de todo lo demás. El hecho de que pudiese ser saqueada y destruida una vez que ellos se marchasen de allí la sacaba de sus casillas, y por ello se veían en la obligación de documentar la cueva interior, al menos con fotografías. Además, si pretendía mantener unido al equipo, no le quedaba más remedio que ceder un poco también. El daño ya estaba hecho; ya habría tiempo más adelante para ocuparse de la transgresión de Black, y no ella necesariamente.
—De acuerdo —dijo al fin—. Haremos una breve visita. Sólo lo suficiente para sacar unas cuantas fotos y decidir cuál es el mejor modo de volver a sellar la cueva. Se prohíbe cualquier otra transgresión de cualquier tipo. ¿Me habéis entendido? —Dirigiéndose a Sloane, ordenó—: Trae la cámara de 4 x 5. Y tú, Aaron, encárgate de la lámpara fluorescente.
Al cabo de diez minutos, un pequeño grupo se había congregado en los confines de la cueva interior. Sobrecogida, Nora contemplaba la escena, abrumada a su pesar por la riqueza del lugar, por la pequeña joya de una ciudad anasazi oculta tras la misteriosa kiva. El brillo verdoso de la lámpara proyectaba sombras propias de una linterna mágica sobre las paredes irregulares. Era un pequeño pueblo de no más de treinta habitaciones, sin duda un sanctasanctórum para los sacerdotes. Sólo esa razón bastaría para que su estudio fuese infinitamente interesante.
La Kiva del Sol en sí no estaba adornada más que por el gigantesco disco pulimentado, que relucía en la dureza de aquella luz. Gruesas capas de polvo se acumulaban en la base y a lo largo de las paredes. La kiva estaba cuidadosamente recubierta de adobe y Nora vio que la única abertura lateral había sido obstruida con rocas.
—Mirad esas paredes —señaló Black—. Es la kiva más fortificada que he visto jamás.
Una escalera de postes estaba apoyada contra un costado de la kiva.
—Antes estaba apoyada contra las estancias de adobe —se apresuró a decir Black, siguiendo la mirada de Nora—. La traje hasta ahí para subir al techo. No hay ninguna abertura en el tejado. Está totalmente sellada. —Bajó el tono de voz y agregó—: Como si ocultase algo.
Sloane se separó del grupo y se acercó al disco solar. Le dio unos ligeros golpes con los dedos, casi con gesto reverencial. A continuación miró a Nora, desenfundó el equipo fotográfico con rapidez y empezó a preparar la primera fotografía.
El grupo permaneció en silencio e inmóvil mientras Sloane recorría la caverna, disparando el flash desde todos los ángulos sobre la kiva y las construcciones aledañas. Luego se reunió de nuevo con los demás, guardó el trípode y enfundó la cámara.
Incluso Smithback había perdido su locuacidad característica y, lo que era aún más insólito, no había tomado ni una sola nota. Se palpaba la tensión en el ambiente, una tensión muy distinta de la que Nora había sentido hasta entonces en el yacimiento.
—¿Has acabado? —preguntó a Sloane, que asintió con la cabeza—. Antes de marcharnos mañana por la mañana —prosiguió Nora, tratando de conservar un tono neutro en la voz—, volveremos a tapar el agujero como mejor podamos. No creo que la parte trasera de los graneros interese demasiado a ningún saqueador. Si lo escondemos bien, no verán el hueco.
—¿Antes de marcharnos? —exclamó Black. Nora hizo un gesto de asentimiento con la cabeza—. Pero no hasta que abramos esta kiva, ¿verdad?
Nora lo miró a la cara y luego se volvió hacia Sloane. A continuación repitió el mismo gesto con Swire, Bonarotti y Smithback.
—Nos marcharemos mañana por la mañana —dijo con voz pausada—. Y nadie va a abrir esta kiva.
—Si no lo hacemos ahora —replicó Sloane enérgicamente—, no quedará nada cuando volvamos.
Se produjo un tenso silencio que fue interrumpido por Bonarotti.
—A mí también me gustaría ver esa kiva llena de oro —dijo.
Nora esperó unos minutos, respirando hondo para relajarse y pensando en las palabras que iba a pronunciar.
—Sloane —empezó a explicarles con voz parsimoniosa—, Aaron, esta expedición está atravesando una crisis. Una persona ha muerto. Ahí fuera está la gente que asesinó a nuestros caballos, y puede que ahora intenten matarnos a nosotros también. Tardaríamos días en abrir y documentar esta kiva como es debido. Pero no disponemos de ese tiempo. —Hizo una pausa—. Soy yo quien está al frente de esta expedición. La decisión me corresponde tomarla a mí, y he decidido que nos marchamos mañana.
Un tenso silencio se abatió sobre la cueva.
—No acepto lo que tú llamas tu «decisión» —repuso Sloane en un susurro—. Estamos a punto de realizar el mayor descubrimiento de la historia y, ¿qué tienes que decir? Que nos vayamos a casa. Eres igual que mi padre. Tienes que controlarlo todo. Bueno, pues también se trata de mi carrera profesional, ¿sabes? Este descubrimiento es tan mío como tuyo. Si nos marchamos ahora, esa gente saqueará la kiva y tú habrás echado por la borda la oportunidad de descubrir lo que puede ser el hallazgo más importante de la arqueología norteamericana. —Nora vio que la mujer estaba temblando a causa de la cólera—. He representado una amenaza para ti desde el principio, pero ése es tu problema, no el mío. Y no voy a permitir que le hagas esto a mi carrera.
Nora miró a Sloane con acritud y replicó:
—Has mencionado a tu padre —contestó lentamente—. Déjame decirte lo que nos dijo justo antes de que saliésemos, hacia Quivira: «Representan ustedes al instituto, y lo que éste representa es el ejemplo a seguir en investigación arqueológica y conducta ética». Sloane, todo cuanto hagamos aquí, todo cuanto digamos, será estudiado, debatido, analizado y criticado por infinidad de personas. —Suavizó el tono de voz—. Sé cómo te sientes. Deseo tanto como tú abrir esta kiva, te lo aseguro, y regresaremos para hacerlo como es debido. Te prometo que recibirás todo el reconocimiento que mereces, pero hasta ese momento, prohíbo terminantemente la apertura de la kiva.
—Si nos marchamos ahora, cuando volvamos no quedará nada —dijo Sloane con la mirada fija en Nora—. Y entonces seremos nosotros quienes analizaremos y criticaremos. Vete tú y sal corriendo si quieres. Déjame sólo un caballo y unas cuantas provisiones.
—¿Es tu última palabra? —le preguntó Nora con calma.
Sloane se limitó a mirarla como respuesta.
—Entonces no me dejas más alternativa que relegarte de tus funciones en el equipo arqueológico.
Sloane abrió los ojos con asombro y luego se volvió hacia Black.
—No estoy seguro de que puedas hacer eso… —intervino Black tímidamente.
—¡Pues claro que puede hacerlo! —lo interrumpió Smithback de improviso—. Por lo que yo sé, Nora sigue siendo la directora de esta expedición. Ya habéis oído lo que ha dicho. Dejaremos esta kiva en paz.
—Nora —prosiguió Black con un incipiente tono de súplica—, creo que no eres consciente de la magnitud de este descubrimiento. Al otro lado de esos muros de adobe hay una auténtica fortuna en oro azteca. No creo que debamos dejársela…
Su voz fue apagándose por momentos. Haciendo caso omiso de Black, Nora siguió mirando a Sloane con gesto glacial. Sin embargo, ésta se volvió, mirando fijamente el enorme disco pintado del lateral de la kiva, que relucía bajo la luz fluorescente. Luego lanzó a Nora una última mirada, inyectada en odio, y echó a andar hacia el bajo pasadizo. Desapareció al cabo de un momento. Black permaneció allí, sin ceder terreno, observando la kiva y a Nora alternativamente. Después, tragando saliva, se apartó del grupo y se encaminó hacia el callejón.