20

Skip Kelly enfiló con paso despreocupado uno de los senderos flanqueados por la sombra de los árboles del cuidado campus del instituto, restregándose unos ojos todavía medio adormilados. Era una maravillosa mañana veraniega, cálida, seca y muy prometedora. El sol derramaba una iluminación sedosa sobre el edificio y el césped, y había una curruca posada sobre unas lilas, trinando y gorjeando con su melodioso canto.

—Cierra el pico, pajarraco —gruñó Skip, y el ave obedeció al instante.

Ante él se extendía la reconstrucción de una estructura larga y baja de los indios pueblo, coloreada en las mismas tenues tonalidades tierra que el resto del campus del instituto. En el suelo, delante de la estructura, había un pequeño letrero de madera donde se leía COLECCIONES ARQUEOLÓGICAS en letras de bronce Sans serif. Skip abrió la puerta y entró en el interior.

La puerta se cerró tras él con un estridente chirrido metálico y Skip arrugó el entrecejo y la nariz. ¡Dios, qué dolor de cabeza!; pensó. Tenía la boca pastosa, con sabor a moho y calcetines viejos, de modo que extrajo un chicle del bolsillo. Oh, Dios, a partir de ahora sólo beberé cerveza, se dijo como todas las mañanas.

Miró alrededor, dando gracias por que el lugar no estuviese demasiado iluminado. Se hallaba en una pequeña antecámara sin muebles, salvo por un par de vitrinas y un banco de madera de aspecto incómodo. Había muchas puertas, pero casi ninguna de ellas indicaba adonde conducían.

Se oyó un nuevo chirrido metálico y se abrió una de las puertas del fondo, por la que apareció una mujer que se acercó a él. Skip la miró sin interés: treinta y tantos años, pelo corto y castaño oscuro, enormes gafas redondas y camisa de pana.

La mujer le tendió la mano.

—Usted debe de ser Skip Kelly. Me llamo Sonya Rowling y soy la técnica jefe de laboratorio.

—Bonita camisa —contestó estrechándole la mano, y pensó que parecía ir vestida para una reunión del colegio de monjas. Nora, ésta me la pagarás.

Sonya no dio muestras de haber oído el cumplido.

—Le esperábamos hace una hora.

—Lo siento —masculló Skip como respuesta—. Me he dormido.

—Sígame. —La mujer giró sobre sus talones y volvió a cruzar la misma puerta por la que había entrado. Skip la siguió por un pasillo y dobló una esquina que daba a una gran sala. A diferencia de la antecámara, la estancia estaba abarrotada de distintos utensilios: largas mesas de metal cubiertas de herramientas, bandejas de plástico y listados; escritorios con pilas altísimas de libros y carpetas de anillas… Las paredes quedaban completamente tapadas por hileras interminables de archivadores de metal, todos cerrados. En el rincón que había más cerca de la puerta un hombre joven estaba de pie frente a un teclado, hablando por teléfono animadamente.

—Como puede observar, aquí se trabaja de verdad —le explicó la mujer, y señaló hacia una mesa relativamente vacía—. Siéntese y enseguida le pondremos manos a la obra.

Con sumo cuidado, Skip se deslizó en una silla junto a Sonya Rowling.

—Dios, qué tranca la mía… —masculló.

Rowling lo miró con sus ojos saltones.

—¿Qué dice?

—Tranca, resaca… Es que anoche bebí un pelín más de la cuenta —se apresuró a añadir.

—Ya. Entonces puede que eso explique su retraso. Estoy segura de que no volverá a suceder. —Hubo algo en la mirada de Rowling que hizo que Skip se irguiera un poco en la silla.

—Su hermana dice que tiene usted un talento natural para el trabajo de laboratorio. Bien, pues eso es lo que trataré de averiguar durante las próximas dos semanas. Empezaremos despacio, a ver qué sabe hacer. ¿Tiene experiencia en trabajo de campo?

—Nada oficial.

—Bien, en ese caso no tendremos que corregirle malos hábitos. Skip arqueó las cejas y la mujer se explicó.

—La gente cree que la arqueología únicamente consiste en hacer trabajo de campo, cuando lo cierto es que por cada hora que pasamos trabajando en una excavación, pasamos otras cinco en el laboratorio, que es donde se realizan los descubrimientos importantes.

Tendió el brazo y tiró de una larga bandeja de metal con una tapadera de bisagra. Tras levantar la tapa, Rowling rebuscó en el interior y extrajo con cuidado cuatro enormes bolsas de plástico de cierre hermético. Cada una de ellas llevaba las palabras BARRANCO DE PONDEROSA garabateadas presurosamente con un rotulador negro. Skip vio que había otras muchas bolsas selladas en los oscuros huequecillos de la bandeja.

—¿Qué es todo esto? —preguntó.

—El barranco de Ponderosa era un yacimiento muy importante en el noreste de Arizona —contestó Rowling—. He dicho era, y no es. Por razones que no acabamos de comprender del todo, allí se encontraron numerosos fragmentos de cerámica de diversos estilos, esparcidos por el suelo en total desorden. Puede que el lugar fuese una especie de centro de intercambio comercial. En cualquier caso, el dueño de las tierras era un arqueólogo aficionado con más entusiasmo que sentido común. Se paso tres veranos seguidos a principios de los años veinte excavando todo el yacimiento y recogiendo hasta él último fragmento de cerámica que pudo encontrar. Barrió el lugar por entero, de arriba abajo, tanto por encima como por debajo de la superficie. —Señaló las bolsas—. El único problema es que reunió todos los fragmentos en un solo montón, sin prestar atención al lugar de localización, el estrato… nada. Se perdió por completo la procedencia del yacimiento. Los fragmentos de cerámica acabaron en el Museo de Antigüedades Indias, pero nunca fueron examinados. Los heredamos cuando adquirimos la colección del museo hace tres años.

Skip miró las bolsas con gesto huraño.

—Creía que iba a trabajar en lo del yacimiento de Río Puerco de Nora.

Rowling apretó los labios y añadió:

—La excavación de Río Puerco fue un modelo de disciplina arqueológica. El material se reunió muy cuidadosamente y quedó documentado sin apenas alteraciones del yacimiento en sí. Llegamos a descubrir muchísimas cosas a partir de los hallazgos de su hermana, mientras que esto de aquí… —Gesticuló hacia las bolsas sin acabar la frase.

—Creo que voy entendiéndolo —dijo Skip con expresión aún más hosca—. Este yacimiento ya está destrozado. Es imposible que, por muy mal que lo haga, lo estropee aún más, de modo que voy a tener que dedicarme a él de lleno.

Los labios fruncidos de Rowling se torcieron hasta esbozar lo que podía haber sido la sombra de una sonrisa.

—Aprende usted rápido, señor Kelly.

Skip examinó las bolsas con la mirada durante largo rato.

—Y supongo que esto sólo será la punta del iceberg.

—Ha dado en el clavo de nuevo. Hay veinticinco bolsas más en el almacén.

Mierda, pensó.

—¿Y qué tengo que hacer exactamente?

—Es muy sencillo. Puesto que no sabemos nada en absoluto del lugar donde se encontraron estos fragmentos ni su posición con respecto a los demás, lo único que podemos hacer es clasificarlos según el estilo y el tipo y hacer un análisis estadístico de los resultados.

Skip se humedeció los labios con la lengua; aquello iba a ser mucho peor de lo que había supuesto.

—¿Podría tomar una taza de café antes de empezar?

—No. No se permite comer ni beber en el laboratorio. Mañana venga temprano y sírvase un café en la sala de personal. Ah, por cierto… —Señaló con el dedo pulgar la papelera más próxima.

—¿Qué?

—Su chicle. Ahí, por favor.

—¿No puedo pegarlo debajo de mi mesa?

Impasible, Rowling hizo un gesto de negación con la cabeza. Skip se inclinó hacia adelante y escupió el chicle.

Rowling le entregó una caja de guantes desechables.

—Ahora póngaselos.

Ella hizo lo propio, colocó una de las bolsas con los artefactos entre los dos y la abrió cuidadosamente. Muy a su pesar, Skip se asomó al interior con curiosidad. Los fragmentos de cerámica exhibían una gran variedad de dibujos y colores. Algunos se hallaban en muy mal estado y otros se conservaban bastante bien. Unos cuantos estaban ennegrecidos por el humo de cocina. Muchos eran demasiado pequeños para dilucidar qué clase de dibujos llevaban pintados, pero algunos eran lo bastante grandes para imaginar los motivos ornamentales: líneas ondulantes, series de diamantes, zigzag paralelos… Skip recordó haber coleccionado fragmentos similares con su padre. Cuando era niño, era una de sus actividades favoritas, pero ya no.

La técnica de laboratorio extrajo un fragmento de la bolsa.

—Éste es un negro sobre blanco Cortez. —Lo depositó encima de la mesa y sus dedos se desplazaron de nuevo hasta la bolsa para extraer otro fragmento de cerámica—. Y éste es un negro sobre blanco Kayenta. Observe bien las diferencias. —Colocó ambas piezas en sendos contenedores de plástico semitransparentes y luego sacó otro fragmento de la bolsa—. ¿Qué es esto?

Skip lo examinó detenidamente.

—Se parece al que sacó primero. Un Cortez.

—Correcto. —Rowling dejó la pieza en el primer recipiente de plástico y extrajo otro trozo.

—¿Y éste?

—Es el otro. Un Kayenta.

—Muy bien. —La mujer depositó el fragmento de barro en el segundo recipiente y sacó una quinta pieza de la bolsa—. ¿Qué me dice de éste? —El rostro de Rowling reflejó una expresión ligeramente burlona, como si de un pequeño reto se tratase. Se parecía mucho al segundo fragmento de cerámica, pero no era del todo igual. Skip abrió la boca para decir kayenta, pero la cerró de nuevo. Se quedó mirando aquel pedazo de arcilla durante largo rato, buceando en su memoria.

—¿Un Chuska de franjas amplias? —preguntó.

Se produjo un repentino silencio y, por unos segundos, el rostro de Rowling perdió su apariencia segura.

—¿Cómo demonios…?

—A mi padre le gustaban mucho los restos de cerámica —contestó Skip con cierta timidez.

—Eso nos va a resultar de gran ayuda —dijo con voz más cálida—. Puede que Nora tuviese razón. En cualquier caso, lo cierto es que encontrará un montón de valiosas piezas en estas bolsas: objetos Cíbola, policromos de San Juan, cerámica Mogollón, McElmo… Pero compruébelo usted mismo. —Tendió el brazo hasta el otro lado de la mesa y desplegó una enorme lámina—. Aquí aparecen modelos de las aproximadamente dos docenas de estilos que va a encontrar en el yacimiento del barranco de Ponderosa. Clasifíquelos según los estilos y separe los fragmentos dudosos a un lado. Volveré dentro de una hora y veré sus progresos.

Skip la vio marcharse, luego emitió un hondo suspiro y centró su atención en la gigantesca bolsa. Al principio la tarea le pareció aburrida y confusa, y el montón de fragmentos de cerámica dudosos empezó a crecer cada vez más. Sin embargo, a medida que avanzaba y de forma casi imperceptible, cada vez estaba más seguro de su identificación: era algo instintivo, casi como si la forma, el estado de conservación e incluso la composición de los fragmentos fuesen tan reveladores como el dibujo que llevaban pintado. Los recuerdos de largas tardes junto a su padre, paseando por unas ruinas perdidas en mitad de la nada, se agolparon en su cabeza con un regusto amargo. Luego, cuando regresaban a casa, examinaban minuciosamente los monogramas y clasificaban y pegaban los fragmentos en láminas de cartulina. Se preguntó qué habría sido de todas aquellas laboriosas colecciones.

En el laboratorio reinaba un silencio sólo interrumpido por el tecleo ocasional del joven técnico en el extremo opuesto de la sala. Skip se sobresaltó al notar como alguien le ponía la mano en el hombro.

—¿Y bien? —Le preguntó Rowling—. ¿Cómo va eso?

—¿Ya ha pasado una hora? —repuso Skip, que se incorporó y consultó su reloj. El dolor de cabeza había desaparecido.

—Casi —contestó la mujer, y miró los recipientes—. Cielos, ya has clasificado dos bolsas…

—¿Significa eso que ya puedo ser el favorito de la «profe»? —preguntó Skip, dándose un ligero masaje en el cuello. En ese momento oyó un golpe en la puerta del laboratorio, a lo lejos.

—Déjame ver primero cómo lo has hecho, a ver cuántos errores has cometido —contestó Rowling.

De pronto, una voz estridente y temblorosa habló desde el otro extremo de la habitación:

—¿Skip Kelly? ¿Hay alguien aquí que se llame Skip Kelly?

Skip levantó la vista. Era el joven técnico y parecía muy nervioso. Skip localizó de inmediato la causa de su nerviosismo: detrás del muchacho había un hombre robusto vestido con un uniforme azul. Cuando éste se encaminó hacia él, la pistola, la porra y las esposas que llevaba colgados al cinto empezaron a tintinear. Luego se detuvo y se llevó las manos al cinturón con una leve sonrisa. La sala quedó sumida en un total silencio.

—¿Skip Kelly? —preguntó con voz de barítono grave y tranquila.

—¿Sí? —contestó Skip con frialdad mientras imaginaba una decena de posibles y desagradables causas que justificaran la presencia de aquel hombre allí. El gilipollas del vecino de al lado debe de haberme puesto una denuncia, pensó. O puede que sea esa mujer del perro salchicha. Joder, sólo le pisé la pata trasera…

—¿Podría hablar con usted fuera, por favor?

En la solemne oscuridad de la antesala el hombre abrió una cartera con un carnet de identificación y se lo enseñó a Skip.

—Soy el teniente detective Al Martínez, del Departamento de Policía de Santa Fe. —Skip asintió con la cabeza a modo de saludo—. Es usted un hombre difícil de localizar —añadió Martínez con tono neutral y amigable a la vez—. Me pregunto si podría robarle un poco de su tiempo.

—¿Mi tiempo? —Acertó a decir Skip—. ¿Por qué?

—Se lo explicaré en la comisaría, señor Kelly, si no le importa.

—La comisaría —repitió Skip—. ¿Cuándo?

—Veamos… —dijo Martínez, mirando primero al suelo, luego al techo y finalmente de nuevo a Skip—. Ahora mismo sería un buen momento.

Skip tragó saliva y a continuación señaló con la cabeza hacia la puerta abierta del laboratorio.

—Ahora mismo estoy trabajando. ¿No puede esperar hasta más tarde?

Al cabo de unos segundos el policía contestó:

—No, señor Kelly. Con franqueza, no creo que pueda esperar hasta más tarde.