A mi familia, por apoyarme en cada una de mis edades.

Sin ellos —mis padres, mi hermano, mi abuela—,

este libro no existiría.

A Juan, por cada día —y cada edad— juntos.

Su aliento —como el recuerdo travieso

de nuestra pequeña Verdi—

está detrás de cada una de las líneas de esta novela.

Extender entonces la mano

es hallar una montaña que prohíbe,

un bosque impenetrable que niega,

un mar que traga adolescentes rebeldes.

LUIS CERNUDA, Los placeres prohibidos.