Sábado

Noche e insomnio. Pésima mezcla que combato leyendo y releyendo cuanto llevo anotado hasta ahora. De momento, la única conclusión a la que llego es que la relación entre Marcos y su padre era, evidentemente, muy compleja. Sin embargo, sigo sin encontrar nada que justifique el ataque de Marcos contra Sergio, aunque se hallaran sus huellas tanto en la máquina de escribir con la que se dice que agredió a su padre como en las tijeras con las que, supuestamente, apuñaló a su hermano.

Los hechos tampoco parecen tener nada que ver con el retrato de Marcos que me ofrecen quienes lo conocieron. Ni siquiera los episodios de violencia protagonizados anteriormente por ese chico —como sus ataques a Eduardo o el enfrentamiento con Dani— me resultan ya tan gratuitos. Ahora sé que hubo razones que le impulsaron a hacer lo que hizo. ¿Pudo pasar de eso a cometer un doble asesinato? Según la policía, obviamente sí.

Amanezco igual de confuso que la noche anterior —sólo que más cansado todavía— y, justo entonces, en medio de este bloqueo, aparece en mi portátil el icono de un nuevo correo. En la dirección del remitente figura un ya nada enigmático the-new-Dean, así que lo abro enseguida dispuesto a buscar nuevos datos en esta inesperada fuente informativa. El texto —lo admito— no responde a mis expectativas sobre lo que debería escribir un chico de su edad. Su autor tiene un estilo más que correcto y evita en todo momento las abreviaturas propias del lenguaje del móvil. Ahora sólo me queda saber si su contenido es tan sorprendente como su forma.

De: the-new-Dean@hotmail.com

Para: santiprensa01@gmail.com

Fecha: 7 de noviembre de 2009 9:43 h.

Asunto: Tres

Marcos no hizo lo que todos suponen que hizo. Estoy seguro. Lo conozco muy bien y sé que es incapaz de algo como eso. Aunque todo apunte a que sí sucedió, a que él tiene la culpa de que tanto su padre como su hermano estén ahora muertos. Por eso he decidido volver a hablar contigo —siento haber tenido que dejarlo, Santiago, pero Sandra me necesitaba a su lado—, aunque de momento prefiero que no le digas nada. Ella no está de acuerdo. Ella piensa que tenemos que respetar el silencio de Marcos aunque eso suponga que acabará pudriéndose en la cárcel. A mí, lo siento, no me parece justo. Y a Sandra, en realidad, tampoco.

No sé si habrás atado algún cabo, pero quizá ya sepas quién te escribe. Sí, claro, soy Raúl, lo de the-new-Dean es un homenaje a mi actor favorito, aunque supongo que eso ya lo habrás deducido tú mismo, ¿verdad?

A Marcos lo conozco desde hace un par de años. No somos amigos de la infancia ni nada de eso. Nos vimos por primera vez cuando yo llegué a Madrid y empecé a estudiar en este instituto. Es una putada venirte desde Granada a mitad de curso, pero no tuvimos mucha elección. A mi madre le surgió una oferta de trabajo, un puesto en una empresa informática, y mi padre —que acababa de quedarse en paro— sabía que lo más sensato era que nos viniésemos con ella. Yo dejé a mis amigos en Granada y él pasó de trabajar a ocuparse de la casa. Al menos, de momento, porque sigue buscando curro, claro. Normalmente, cuando les cuento esto a mis compañeros, ellos se descojonan. Por eso no suelo llevarme bien con casi nadie. En primer lugar, porque no se me ve (no llamo mucho la atención). Y en segundo lugar, porque cuando me ven no suelen entenderme. A mí me pareció bien lo que decidieron mis padres y me sentí orgulloso de que fueran capaces de ceder si la situación lo requería. Así que yo hice lo mismo. Pensé que con Internet no me sentiría tan lejos de mis amigos, aunque sabía que me iba a costar formar un grupo tan cerrado y tan perfecto como el que tenía en mi antigua casa. No es fácil dar con cinéfilos de dieciséis años que no sólo sean freakies de la ciencia ficción y similares.

A mí lo que me gusta es el cine clásico y, sobre todo, el cine negro de los años treinta y cuarenta. Supongo que por eso me fijé pronto en Sandra, porque es una rubia impresionante, seguro que cuando pasen unos años será igualita que Kim Basinger en LA. Confidential. Sé que su papel era un homenaje a otra actriz más antigua, pero no recuerdo el nombre. ¿Lana Turner? ¿Verónica algo?, no sé, soy malo para los nombres, pero eso sí, se me dan muy bien las caras.

La llegada a Madrid fue una mierda. Mis padres alquilaron un piso barato —es decir, pequeño— y yo me tuve que conformar con una habitación asquerosa donde era imposible poner mis cosas. Con el ordenador ya se llenaba prácticamente todo el espacio que había allí, así que me costó no liar bronca más de una vez. Discutíamos, gritábamos y nos arreglábamos pronto. Supongo que todos estábamos tensos porque la situación era muy diferente y ninguno de los tres se sentía del todo bien. Ni mi madre, con la presión de su nuevo trabajo, ni mi padre, que seguía sin encontrar trabajo, ni yo, con mis ganas de salir huyendo a Granada y volver a encerrarme en mi cuarto viendo pelis antiguas en el dvd con el Rayas y el Marty.

El Rayas, por cierto, no se metía ninguna (a ver si ahora te vas a montar una película de narcos y chorradas de ésas), lo que pasa es que siempre llevaba camisetas de rayas de colores, en plan muy pop, y por eso le apodamos así. Él decía que habría querido nacer en los ochenta y era quien se encargaba de traernos vídeos que le robaba a su hermano mayor con grabaciones de La bola de cristal y cosas parecidas. Cuando me enteré de que Sandra no sólo era la viva imagen de la mujer fatal perfecta, sino que, además, sabía quiénes eran los electroduendes, ya no tuve ninguna duda de por qué estaba en Madrid. Había tenido que venirme hasta aquí para conocer a la chica perfecta. Y para quedarme colgado de ella, lógicamente.

A mí no se me da bien ligar con nadie. No tengo un físico excepcional —soy normalito, de los que siempre van apurados para aprobar raspado las pruebas de Educación Física— y tampoco tengo el ingenio de los héroes de las películas que me gustan. Mataría por ser capaz de decir alguna de las frases de Humphrey Bogart en El halcón maltés, por ejemplo. Recuerdo todavía que cuando la vimos por primera vez ni Marcos, ni Sandra ni yo nos enteramos bien de la trama. Luego nos la descargamos y la vimos en casa de Sandra un par de veces más. Entonces nos dimos cuenta de que el argumento importaba una mierda. Todo era un truco para presentar a unos personajes fascinantes. Una relación increíblemente rara. Turbia. No podíamos decir en el instituto que nos gustaba tanto algo así. No queríamos ser los raros oficiales. Así que después nos poníamos algún capítulo de True blood o nos reíamos con las pijadas de Gossip Girl. Ah, y hemos visto tres veces todas las temporadas de Perdidos. Algún día, cuando tengamos hijos, seguro que se parten el culo con lo que veían sus padres a su edad. Igual que nos pasaba a nosotros con los vídeos de los ochenta que nos conseguía Sandra de la inmensa videoteca de sus padres.

A mí me atrajo desde el principio, pero enseguida me di cuenta de que Marcos no se despegaba de ella. Se gustaban. Yo no tenía ninguna opción enfrentándome al guaperas oficial del instituto, así que me conformé con caerles bien y estar cerca de Sandra. Lo raro fue que Marcos no parecía jamás incómodo. No le molestaba que se les pegase el moscardón oficial —o sea yo— y que me fuese con ellos a todas partes. Al revés, pronto fui tan amigo suyo como de Sandra. Algo así como el poli que se hace amigo de Rick en Casablanca, pero en plan más cutre. Sin tanto glamur ni blanco y negro.

Mi cuarto seguía siendo una mierda y mis padres seguían muy estresados, pero ya no estaba tan colgado como al principio, y hasta le conté al Rayas en un e-mail que me sentía bien en Madrid. El Rayas se mosqueó, claro, porque quería oír que le echaba de menos y todo eso, pero no era verdad del todo. Era verdad en parte. Tan sólo en una parte. Le dije que había encontrado a la mujer de mi vida y tal, pero eso le pareció una pollada y me lo soltó por Messenger una tarde. Desde entonces hablo menos con él, porque no sabe que decía la verdad y que ya sé que suena exagerado y que soy muy joven y todo eso, pero a mí Sandra me parece la mujer de mi vida y tengo todo el derecho a pensarlo si me da la gana, aunque al Rayas le joda.

Cuando ella empezó a salir en serio con Marcos intenté alejarme un poco. Eso sí me dolía. Pero ellos no se daban cuenta y se empeñaban en que nada debía cambiar por algo así. Yo intenté convencerme de que tenían razón, pero sólo podía pensar en secuestrar a Sandra y fugarme con ella para siempre. Era un egoísta y un cabrón y un mal amigo y un montón de cosas horribles que me repetía cuando lo pensaba. Hasta que no pude más y se lo conté a Marcos.

Esperaba que me diese una hostia. O que me insultase. O que me dijese que se sentía muy decepcionado y que ya no quería que siguiéramos siendo amigos. Yo, como no soy bueno reaccionando, me había preparado unas cuantas frases para cada situación. Tenía ensayadas unas cinco respuestas para las cinco reacciones que me habían parecido más probables. Pero la suya no estaba entre esas cinco. Me miró muy serio, se quedó callado y soltó un «ya lo sabía, tío» que me sonó como las balas de los westerns. Luego me dijo que tenía hambre y que si nos tomábamos algo en un burguer. Le seguí como un imbécil y hablamos de lo que solíamos hablar antes de que yo le confesara que era un cerdo que quería quitarle a su novia y hacérselo con ella. Cuando dieron las diez, nos fuimos a casa. Yo tenía de hora tope hasta las once, pero con Marcos su padre era bastante más estricto. Desde que el capullo de Gerardo lo había acusado de rayar el coche de nuestro profe de inglés las cosas se habían puesto bastante mal en casa. Mis padres me insistieron en que hablara con Marcos del tema para evitar que fuese a más. Se empeñaron en que yo podía ayudarle y movidas así. Como si Marcos fuera un descerebrado o hubiera que salvarlo de una secta, yo qué sé. Pero a Marcos no había que salvarlo de nada. Al menos, eso me parecía.

Desde nuestra charla de aquella tarde noté que Marcos y Sandra cada vez pasaban más el uno del otro. Estaban guay, como siempre, pero casi ni se besaban. Ni se acariciaban. Ni nada. Yo no podría dejar de tocarla, pensaba, y tenía ganas de decirlo otra vez, pero me parecía estúpido repetir la misma escena dos veces. En ninguna película buena pasa algo así, a no ser que la escena tenga dos puntos de vista, claro, como en la rayada esa genial de Pulp Fiction, que entonces ya sí que puede que se cuente más de una vez lo mismo. Pero aquí no tenía nada nuevo que decirles y, desde luego, no pensaba contárselo a Sandra ni de coña. No tengo ni idea de cómo se le dice algo así a la mujer de tu vida, y mucho menos cuando ella es la doble de Veronica… Lake. Eso era, de Veronica Lake.

Entonces ocurrió lo de su madre. Aquello sí fue horrible. Estuvimos todos en el entierro y me di cuenta de que nunca lo había pasado tan mal como aquel día. Nada más volver a casa les escribí un correo corto al Rayas y al Marty para decirles que les echaba de menos y que estaba harto de seguir enfadado con ellos por gilipolleces. Sandra y yo intentamos animar un poco a Marcos, pero no había manera. Además, él estaba muy raro y había empezado a quedar con otra gente sin decírnoslo. A su padre no le gustaban nada sus nuevos amigos, así que habló con mis padres y con los de Sandra para pedirles que estuvieran alerta. Quería que nosotros dos lo vigilásemos, en plan detectives. Por eso nos daban la brasa en casa a ella y a mí, todos se habían creído la movida de Roberto y querían evitar que Marcos se metiese en líos o algo de eso.

A mí, la verdad, me jodió bastante que nos cambiase por el tío ese esmirriado que iba siempre disfrazado de gótico. Pero no, ni era gótico ni era nada, es un impostor de los que me sacan de quicio. De esos alternativos que se inventan una identidad para hacerse más interesantes de lo que realmente son. Pero son mazo de normales. Y de coñazo… Creo que se llama Henry, aunque Marcos se refería a él como Joker. Joder, qué paranoia le entró con esa peli. Se obsesionó con el prota, con Heath Ledger, y nos contaba todos los detalles de su biografía. A mí me tocó las narices cuando llegó a compararlo con James Dean, otro mito del cine que había muerto demasiado joven. Ésa fue la única ocasión en la que recuerdo haberme enfadado de verdad con Marcos. Si no me doblase en fuerza, le habría partido la cara allí mismo. Pero no lo hice, claro. Me marché furioso y me puse mi dvd de Al este del Edén; que es la peli suya que más me gusta (a Marcos, cuando se la puse, también le encantó). Es una peli triste, en la que todo se va a la mierda casi desde el principio, pero me gusta porque el prota no se rinde y sigue buscando, como si el Edén del título se pudiera encontrar. Pero qué va. Aquí tampoco hay de eso…

Aquí la vida es también una mierda desde que Marcos está encerrado por algo que no hizo. Porque no es un tío violento, por mucho que te hayan contado lo del coche. Que sí, que volvió a hacerlo en junio. Y esta vez lo dejó destrozado. En el instituto corrió la voz de que no lo hizo solo, sino con más amigos. Henry, supongo. A Sandra y a mí nos sometieron a un interrogatorio de los que hacen historia y a nuestro dire se le puso una cara de gánster que daba miedo. Ninguno de los dos dijimos mucho, sobre todo, porque no teníamos gran cosa que decir. Luego avisaron a su padre y las cosas se pusieron de pena en su casa. Roberto decidió que tenía que alejarlo de esas malas influencias que tanto le preocupaban, así que lo encerró en casa y lo incomunicó.

Podía salir al insti, claro, pero nada más. Ni hasta las once, ni hasta las diez, ni hasta las nueve. Cero. Ni hora tope ni hostias. En casa y a estudiar para no perder el año. Así que, de repente, Marcos no podía usar el móvil, ni conectarse a Internet, ni quedar con nosotros. Ni siquiera podía usar su ordenador. Su padre le plantó una máquina de escribir en medio del salón y le dijo que, en adelante, era allí donde iba a hacer todos los trabajos para el instituto. A Sandra y a mí nos pareció flipante, la verdad, y creímos que la locura esa se le pasaría pronto, pero qué va, Marcos tuvo que acostumbrarse a la Olivetti por narices.

Nosotros le veíamos cada vez más triste y le preguntamos qué sucedía, pero él no contestaba. Nunca hablaba de su familia con nosotros. Tampoco de su padre. Sandra y yo intentamos hablar con Adolfo y con Sergio para que nos dijeran algo, pero no hubo manera. Los dos adoraban a Marcos y nunca hacían nada que él no les permitiese. Y mucho menos Adolfo, el más pequeño. Bueno, lo de pequeño es un decir, porque te habrás fijado en que es casi tan alto como su hermano y, a su lado, el que parece que tiene doce años soy yo (por cierto, ¿es verdad el rumor ese de que casi te mete una leche en el patio?). A veces pienso que la idea de apuntarme a un gimnasio no es tan terrible, pero confío en que a Sandra no le pongan demasiado los músculos. Hay otras formas de seducir a la mujer de tu vida, ¿o no?

La idea de la semana en la playa se le ocurrió a Sandra. Marcos llevaba ya unos meses bajo toda esa presión y estaba empezando a descontrolar demasiado. Por eso Sandra convenció a sus padres de que nos dejasen pasar cinco días juntos en un chalé que tienen en la costa. A los padres ese tipo de ideas no suelen hacerles mucha gracia, pero tanto los de Sandra como los míos se habían quedado muy tocados desde el entierro de la madre de Marcos, así que, cada vez que mencionábamos su nombre, decían a todo que sí, como si con eso pudiesen ayudar a que nuestro amigo se sintiese mejor.

Marcos nos oyó como si le estuviéramos resumiendo la clase de sociales y respondió que no. Estaba fatal y no le apetecía venirse a Cádiz con nosotros. Sandra le atizó un buen morreo —ahí los habría matado a los dos, lo juro— y empezó a darle la vara con lo de que era necesario que saliese de casa y respirase, por lo menos, cinco días. Yo tenía que haberla apoyado en lo que decía, pero estaba demasiado jodido. Y demasiado celoso, así que me callé. Dio igual, porque Sandra consiguió convencerlo ella solita y, al final, le dijimos que nuestros padres se encargarían de convencer al suyo para que le dejase venir.

Lo que sucedió después fue una auténtica guerra. Como en las películas, pero peor. Según mi madre, el padre de Marcos se sintió tan acorralado que, después de casi una hora de discusión, no tuvo más remedio que ceder para no quedar como un cafre inhumano y retrógrado. Ninguno entendió por qué se negaba y también les llamó la atención que pasara del dolor y de la tristeza esperable después de lo de su mujer a la ira más profunda en cuestión de segundos. Les contestó que no podía arriesgarse a que se repitiera «lo de la semana pasada» y que estaba harto de hacer de policía con su hijo a todas horas.

Según Roberto, Marcos se había escapado de casa el jueves anterior con la excusa de ir a recoger unos apuntes para uno de sus exámenes de septiembre. Normalmente siempre iba escoltado por su hermano mayor, pero como esa tarde Ignacio había quedado con unos amigos, Marcos salió solo por primera vez en varios meses. Como es natural, ya no volvió en toda la noche (¿los padres son así de ingenuos por una cuestión genética o simplemente es que se vuelven más tontos con la edad?) y apareció completamente pedo al día siguiente.

Ni a mis padres ni a los de Sandra les pareció que aquello fuera algo tan terrible —eso sí que me hizo gracia: me pregunto si les parecería tan guay si lo hiciera yo…— y Roberto insistió en que la historia era bastante más horrible, pero que no quería darles detalles «sórdidos» (eso dijo) por el bien de Marcos. Supongo que no había nada más que contar (¿tú sabes algo?, fue un jueves de julio, pero no sé cuál) y por eso, sencillamente, no lo hizo. De todas formas, Marcos estuvo mazo de misterioso con el tema, porque a Sandra y a mí tampoco nos contó nunca qué pasó. El caso es que todavía no sé cómo, pero al final mis padres consiguieron que Roberto le dejase venirse con nosotros. Cinco días de libertad compartida en la última semana de agosto. La última semana feliz que le esperaba. Porque lo que vino luego fue una auténtica mierda.

El chalé de los padres de Sandra estaba genial. No era muy grande, pero estaba muy cerca de la playa y nunca había casi nadie por allí. Era una playa enorme, inmensa, nada que ver con la última escapada al mar que hice con mis padres, donde había que jugar al tetris para colocar la toalla en la arena. Uno de los días —el segundo, creo— organizamos un botellón en la playa. Bebimos mucho, la verdad, y nos reímos un montón. Hacía meses que no veía a Marcos reírse de aquella manera. Sandra estaba embobada mirándolo. Joder, qué guapa. Nunca la había visto tan guapa como esa noche.

Tuvo que ser el alcohol, porque me senté a su lado mientras Marcos hacía el ganso frente a nosotros. Se había quitado la camiseta y daba brincos como si fuera un acróbata alrededor de la hoguera que acabábamos de improvisar. Sandra se reía mucho. Estaba preciosa, ahora sí que era la mujer de mi vida. La de todas las vidas… No sé por qué, pero empecé a acariciarle una mano y ella, en vez de separarse, la agarró con fuerza entre las suyas. Intenté no mirarla —temía echarme a llorar entre los nervios y el alcohol—, pero sentí cómo subía su mano por mi espalda. Acariciándome. Marcos nos miraba entre salto y salto, fingiendo que seguía jugando a distraernos, aunque cada vez sus acrobacias eran más tímidas y sus voces menos estridentes. Se sentó junto a mí y pensé que iba a apartarme de un manotazo de su chica, pero lo que hizo fue agarrar la mano de Sandra, que seguía recorriendo mi espalda. Fijé la mirada en el fuego y, mientras, ellos seguían con las manos unidas sobre mi camiseta. Sandra decidió quitármela a la vez que unos labios rozaban mi cuello. Seguí sin volver la cabeza mientras Marcos me empujaba con decisión sobre el cuerpo de Sandra. La besé sin pensar que lo haría, como si fuera la consecuencia inevitable de una cadena de hechos que no podían acabar de otro modo. Marcos bajó por mi cuello y recorrió mi espalda mientras yo sentía la respiración agitada de Sandra junto a mí. A partir de ese instante sólo recuerdo labios, manos, caricias, susurros. Palabras que nunca habíamos dicho y que se hicieron realidad por primera vez, aunque las hubiéramos llevado con nosotros desde hacía ya meses. Cada uno de nosotros sacó a la luz el amor que habíamos estado escondiendo hasta entonces y lo vivimos sin preocuparnos de lo que podría pasar al día siguiente.

Cuando amanecimos en la playa nos costó retomar la normalidad. Me había sorprendido saber que Marcos sentía algo por mí (es más, cuando me miro al espejo me cuesta mucho creer que cualquier persona pueda sentir algo por mí). Sandra se había dado cuenta de que lo que había entre Marcos y ella jamás podría ser diferente ni se parecería a lo que ella necesitaba. Y yo tenía miedo de haber destruido un sueño en el mismo momento de haberlo visto hacerse realidad. Aún quedaban unos días por delante y, a pesar de que aquella mañana nada parecía demasiado lógico, resultó ser la mejor semana de toda nuestra vida. Bueno, de momento, porque todavía esa vida es más bien corta.

Ya en Madrid tuve claro que lo mío con Sandra no iba a ser para siempre. Tan sólo se mantendrá mientras no haya alguien que sustituya a Marcos. Yo le caigo bien, incluso le hago gracia, pero no sé si le resultaría tan atractivo si no supiese que Marcos quería tener algo conmigo. Tampoco esperaba que un chico como él pudiese sentir algo por un chico como yo. Imaginaba que en estas historias siempre era alguien más bien enclenque —o sea, yo— quien se hacía amigo de un chico fuerte y guapo —o sea, Marcos— de quien, en el fondo, estaba enamorado. No sé, me hacía sentir extraño que los papeles estuvieran cambiados en nuestra historia, pero de algún modo era el único que había salido ganando algo con todo ello. Sólo yo estaba con la persona que había elegido, pues ni Sandra ni Marcos tuvieron opciones. En mi caso no cuento con que esta felicidad de ahora dure mucho, pero en el cine negro las historias de amor tampoco son para siempre, así que, en ese sentido, me considero bastante maduro, la verdad.

En septiembre todo volvió a ser como antes del verano. Marcos tuvo que volver a su encierro habitual y por eso Henry y él se veían a escondidas, a la entrada y a la salida del instituto. Me daba algo de rabia, pero sabía que no era más que un rollo. Una tontería. Marcos sólo quería experimentar con otros tíos y se quedó un poco enganchado con éste, que era con el que nos contó que había empezado a probar otras cosas. Eso nos lo confesó la noche de la hoguera, cuando pasó todo, en un momento de sinceridad que nunca volvió a repetirse. Al menos, no conmigo delante. A Sandra, ver a Henry la entristecía, porque le recordaba que estaba en medio de un imposible, y a mí me ponía un poco celoso. Era la primera vez que alguien había querido algo conmigo y me fastidiaba que me encontrasen tan rápido un sustituto. Pero, a pesar de estas chorradas, seguíamos juntos. Los tres. Hasta que ocurrió eso.

Y eso fue que nos han mentido. Porque Marcos llevaba mucho tiempo al límite, harto de todo y cansado del control de su padre. Pero nunca fue violento. Incluso alguna vez hablamos con él del tema, porque nos preocupaba que hiciera alguna locura, y su reacción era siempre la misma. Un sereno «se arreglará», aunque estuviese hecho polvo y sólo hubiese disfrutado de verdad en los días en que nos escapamos a la playa.

No quería contártelo, porque sé que Sandra me mandará a la mierda en cuanto se entere. Pero da igual, porque de todas formas va a dejarme tan pronto como se dé cuenta de que yo sólo soy el espejo en el que se mira para encontrar a Marcos, así que prefiero ser yo quien meta la pata y le diga que se ha terminado. Aunque no valga para decírselo a la cara —tampoco para eso, joder, no valgo para decir nada— y lo haga escribiéndote un correo.

También, no te creas, lo estoy haciendo por Marcos, porque supongo que nadie te habrá asegurado que él no pudo ser quien mató a su padre y a su hermano. Así que he pensado que necesitabas leer algo así de rotundo y así de claro. Escribiendo digo mejor las cosas, igual que cuando hablo por el Messenger con el Rayas y el Marty. Por teléfono la cago más y nos enfadamos mucho. Son peores que un par de novios celosos esos dos. Supongo que estábamos muy unidos antes de la mudanza.

He pensado llamar a la policía, pero creo que lo de la playa no les va a importar una mierda. Normal, no tiene nada que ver con el caso. Pero sí tiene que ver con Marcos. ¿No te das cuenta? No era un tipo violento, ni un chulo, ni un niñato que le diera palizas a la gente. Era un tío muy especial al que le han jodido la vida por algo que no hizo.

Espero no haber soltado todo esto para nada. Tú verás si puedes ayudarle o no.

Inténtalo, ¿vale?

Raúl

La escapada nocturna.

La noche con Henry.

La semana en la playa.

Un verano demasiado intenso para un chico de dieciséis años tras un curso horrible en el que todo pareció venirse abajo. ¿No sería posible que tanta intensidad estallara en forma de violencia extrema? Raúl lo niega. Cree que su amigo no pudo hacerlo. Siente esa lealtad absoluta —¿absurda?— que sólo se vive en las amistades adolescentes. Amigos 4ever, lo lleva escrito con rotulador en el asa de su mochila. Me he fijado en ello. Y debajo, tres firmas. La suya, la de Marcos y la de Sandra. Así, sin más letras ni más retórica. Con la seguridad que sólo se tiene a su edad, cuando todo es mucho más blanco y más negro. Más evidente y más apasionado. Cuando la realidad se resume en que o se es amigo para siempre o no se es, porque los términos medios no existen. O si existen, no son satisfactorios.

Supongo que por eso, entre otras razones, los adolescentes nos dan tanta envidia. Y disfrazamos los celos de preocupación social. De alarmismo cívico. Entonces es cuando hablamos de macrobotellones o de la falta de valores o de todos esos tópicos eternos desde que el mundo es mundo. Hablamos cargados de bilis, porque hemos olvidado que entonces nosotros también creíamos que existía ese 4ever, que no había traiciones, ni vacíos, ni mentiras. Que los amigos jamás te fallaban y que todo era sincero y cristalino. Por eso no sé si puedo creer lo que me dice Raúl, porque es un buen amigo. Un amigo 4ever. Y, además, resulta obvio que se niega a haber sido el objeto de deseo de un asesino. Él no, él sólo quiere ser el objeto de deseo de la chica de la película, la mujer guapa e inteligente que nunca se enamora de los tipos como él. De los tipos como yo.

Me siento extrañamente cerca de Raúl y pienso que, aún con unos cuantos años más, no hay tanta distancia entre ambos. Quizá yo sigo metido en esta historia porque me sucede lo mismo que a él. Y que a su venerado James Dean en Al este del Edén, otra de las referencias que se repiten una y otra vez entre los protagonistas de esta historia… De algún modo, los tres seguimos creyendo que hay un paraíso que encontrar a pesar de que el camino nos lleve tan a menudo a la incertidumbre. ¿Y si Marcos no fue capaz de seguir buscando? ¿Y si se rindió y dejó que la rabia estallara en un brutal ataque? Raúl me asegura que no. Y su correo me enternece y me hace pensar que mi obsesión también tiene sentido, porque si demuestro que hay algo más detrás de esta maldita historia, podré convencerle también a él de que merece la pena seguir buscando, porque sí que debe quedar algún edén al este del miedo. Y de la duda.

Algún edén donde ese 4ever sí que tenga sentido.