Mayte T. E, orientadora del centro desde el día 1 de septiembre de este curso. Apenas tuvo tiempo de conocer a Marcos, ya que sólo coincidió con él una semana. Sin embargo, Sonia me insiste en que hable con ella.
—Seguro que te puede dar algún dato relevante… Y, al menos, te servirá para entender cómo funciona esto.
Acudo a mi cita sin demasiado entusiasmo, pero después de toda la ayuda que me ha prestado Sonia, no puedo llevarle la contraria en esta ocasión. Tengo una fe enorme en su juicio profesional, aunque dudo de que Mayte, que tuvo tan escasa relación con Marcos, pueda decirme algo interesante sobre su caso. O sobre su familia. O sobre ese entorno de nuevas amistades —¿quién será ese individuo de la camiseta negra?— que, definitivamente, sí tuvo que influir en el crimen cometido. Confío en que mi reunión de la tarde con Laura, la madre de Raúl, sea más provechosa, de modo que me compense la previsible pérdida de tiempo que me aguarda hoy en el Departamento de Orientación.
Al llegar al Darío me sorprende la cantidad de medios que se agolpan en su puerta. El director pide a los fotógrafos que se alejen y los alumnos mayores se enfrentan a los periodistas que les agobian con grabadoras y micrófonos. Me abro paso entre ellos y me voy directamente al despacho de Sonia para que me ponga al tanto de lo que está ocurriendo. La encuentro exhausta. Derrumbada. Le tiemblan las manos y ni siquiera es capaz de resumirme lo que sucede.
—Léelo tú mismo.
Me invita a sentarme frente a su ordenador, donde las portadas de todos los diarios digitales coinciden en un mismo titular: el hallazgo, durante la madrugada del domingo 25 de octubre, del cadáver de Bárbara S. G., una de las adolescentes que había sido filmada y, presuntamente, violada por Eduardo C. L. Al parecer, la joven se ha suicidado tirándose desde la terraza del séptimo piso donde vivía. Según se afirmaba en los medios, Bárbara había sido alumna del Darío durante el curso anterior y, en el mes de abril, pidió a sus padres que la cambiasen de centro, aunque jamás les confesó el auténtico motivo por el que deseaba marcharse. A pesar del traslado, el supuesto pederasta no cesó en su acoso cibernético, sometiendo a su antigua alumna a nuevas y continuas vejaciones y exigiéndole cada vez vídeos de mayor contenido sexual.
—Lo siento.
—No puedo más, Santiago… No puedo más.
Se abraza a mí y, aunque nunca se me ha dado bien consolar a los demás, dejo que llore en mi hombro durante unos minutos. Siento que acaba de romperse y sólo espero que, tras ese llanto profundo y desgarrador, sea capaz de reconstruirse. Sus alumnos la necesitan. Ahora más que nunca.
—Anda, vete ya. Mayte tiene que estar esperándote…
En efecto, me encuentro con la orientadora en su despacho y me llama la atención que disponga de un espacio tan grande para ella sola.
—No es bueno, no te creas… Hasta el año pasado había tres orientadores en este centro. Ahora, con la crisis, han pensado que sobra con una sola plaza. Por eso tengo tanto sitio para poner mis cosas… Lo que no tengo es tiempo para atender todos los problemas que aquí se me presentan.
El Darío está demasiado revuelto esta mañana —Paco, el conserje, intenta impedir con la ayuda del profesor de Educación Física el acceso de los fotógrafos a los pasillos del instituto—, así que me meto directamente en el coche y me voy a mi apartamento buscando algo de calma, dispuesto a leer el texto que Mayte acaba de entregarme en un cd. Además, necesito pensar en cuál va a ser mi siguiente movimiento ahora que ya dispongo de todo el material para mi libro, una obra en la que —para disgusto de mi editora— cada vez hay más preguntas y menos respuestas.
Para mi sorpresa, el documento de Mayte —que yo esperaba que fuera trivial e intrascendente— me obliga a replantearme todo mi trabajo. Y marca —de forma nítida y rotunda— qué debo hacer ahora. Me da rabia no haber caído en la cuenta antes, pero al menos, aún estoy a tiempo de reaccionar. Dispongo de un mes más antes de que expire el plazo para entregar el manuscrito. Un mes en el que, seamos optimistas, tal vez pueda acercarme a la verdad que unos y otros han querido ocultarme.
Llegué al Darío huyendo del IES Espronceda, mi centro anterior. Se trataba de un instituto bastante conflictivo controlado por un ejército de dinosaurios que habían elegido aquel destino por el simple hecho de que se encontraba cerca de sus domicilios. Prácticamente nadie estaba a gusto con el alumnado —en su mayoría, inmigrantes recién llegados al país que apenas hablaban castellano—, pero los miembros del claustro tampoco pretendían cambiar ni mejorar la situación de esos chicos. Su única obsesión era tenerlos controlados y conseguir que no les molestasen, así que los expulsaban día sí y día también con la esperanza de desanimarlos para que acabasen abandonando las aulas definitivamente.
En centros tan difíciles como el Espronceda la indisciplina suele tener dos causas principales: por un lado, el entorno familiar, pues los padres están demasiado sobrepasados por la precariedad de su situación económica y profesional como para involucrarse en la educación de sus hijos; por otra, el elevadísimo nivel de fracaso escolar, ya que los chicos no son capaces de entender prácticamente nada y se encuentran con profesores poco dispuestos a ayudarles en esa tarea. Claro que también hay centros muy implicados con estos alumnos, institutos en los que se pelea por la integración y se realizan toda suerte de adaptaciones curriculares. Pero, lamentable mente, estos últimos son una minoría. Para qué negarlo.
En mi caso, aterricé en el Espronceda porque deseaba afrontar ese tipo de situaciones. Necesitaba ponerme a prueba y demostrarme que mi labor como orientadora podía ser realmente útil ante un alumnado así. Sin embargo, mi problema jamás fueron los chicos —al revés, agradecían con enorme cariño cualquier muestra de interés por mi parte—, sino mis compañeros. En cuanto llegué allí me di de bruces con un claustro que no estaba dispuesto a permitir ninguna injerencia por parte del departamento de Orientación. Ellos no querían salvar a los chicos de su fracaso, sino perpetuarlos en él para que abandonasen el centro cuanto antes. La consigna era destruir su autoestima hasta que se marchasen y dejasen de molestarles, quedándose sólo con los alumnos más tranquilos y llevaderos. Mi trabajo, sin embargo, consistía en todo lo contrario, así que el resultado de esa enorme tensión fue un año de intenso mobbing que me hizo pedir mi actual comisión de servicio en el Darío.
Supuse que me vendría bien un año en un centro más tranquilo, con un entorno sociofamiliar de clase media y en el que, por tanto, los padres sí que intervendrían de modo más activo en la formación de sus hijos. Lo que no suponía es que ese instituto aparentemente tranquilo escondía una bomba de relojería entre sus paredes. Admito, eso sí, que sospeché que podía suceder algo…, pero nunca imaginé que pudiese ser tan terrible como lo que finalmente ocurrió.
Me incorporé el mismo día 1 de septiembre, ansiosa por olvidar el curso anterior y con ganas de conocer a mis compañeros. Para mi decepción, sólo vi al nuevo de literatura —con el que pronto iba a tener que hablar sobre cierto alumno—, a la jefa de estudios —que me cayó bien desde el primer segundo— y a Gerardo, un director que me recordó en exceso a los miembros del claustro del Espronceda. Se encargó de enseñarme mi departamento —la enorme sala donde trabajaría en la más absoluta soledad— y me convocó para una reunión a la semana siguiente. Era preciso que hablásemos de algo antes de que comenzase el curso, me insistió. No me quiso explicar de qué se trataba, así que acudí de nuevo el día 8 a su despacho, deseando saber cuál era ese tema tan importante que teníamos que tratar en privado. El tema, para mi sorpresa, era un alumno. Y se llamaba Marcos.
Llego un cuarto de hora antes de lo previsto. No hay demasiada gente hoy en el Comercial, así que puedo escoger una de las mesas que dan a la calle y, mientras espero, me distraigo mirando a los transeúntes a través de las cristaleras. Necesito respirar durante unos minutos y distanciarme un poco de todo esto. El texto de Mayte me ha planteado más dudas de las que ya tenía y empiezo a sentir que, en cierto modo, nadie me ha dicho toda la verdad en este asunto. Parece que Marcos no era solamente el líder popular del que todos hablan. Algo más tiene que haber en su historial como para que el director del centro convocase con tanta urgencia a la nueva orientadora para hablar de su caso. ¿Qué podía justificar esa reunión? ¿Quién más podía hallarse al tanto de todo eso?
Pienso en Sonia, que —como cualquier jefa de estudios— siempre está informada de cuanto sucede en el Darío. Y en Gema, que fue su tutora durante el curso anterior, de modo que también debió de disponer de mucha información al respecto. Y en sus amigos, que tuvieron que compartir con él más de una confidencia comprometedora. Pienso en todos y me pregunto si no me habrán tomado el pelo entre unos y otros. Intento no flagelarme demasiado mientras los minutos siguen pasando. Laura debe estar al llegar.
Creí que Gerardo y yo hablaríamos a solas, pero, para mi sorpresa, había otro invitado más en aquella reunión.
—Mayte, éste es Roberto, el padre de tres de nuestros actuales alumnos.
Nos presentamos y, para romper el hielo, empezamos a hablar de trivialidades más o menos pertinentes. El comienzo del curso, la vuelta a la rutina, la brevedad de las vacaciones… Me extrañó la ausencia de Sonia en aquella reunión. No convocar a la jefa de estudios constituía, cuando menos, un hecho insólito y, en cierto modo, irregular.
—Marcos, que este año cursará 1.º de Bachillerato, es un caso especial —me hizo saber Gerardo—. Por eso ha venido su padre, para ponerla sobre aviso.
—En efecto. Quiero que me tengan al tanto de todo cuanto haga mi hijo y, por supuesto, espero que se le sancione siempre que sea preciso. No podemos tolerar que se repitan los incidentes del año pasado.
—¿Qué sucedió? —pregunté con toda naturalidad.
—Eso no viene al caso —me cortó Gerardo—. Todo lo que necesita saber es que Marcos atraviesa una situación delicada desde la muerte de su madre hace unos meses. Si acude a hablar con usted, póngase en contacto con nosotros inmediatamente.
Después de haber vivido un curso entero de mobbing brutal, ahora me encontraba con un centro donde se me exigía que transgrediese el secreto profesional, traicionando la confianza de los alumnos y convirtiéndome en una espía de la directiva. No daba crédito, así que me limité a asentir a la vez que me prometía que, bajo ningún concepto, colaboraría con ninguno de ellos.
—Si ven algo, avísenme. Por favor.
—Descuide.
Roberto nos estrechó la mano y se fue de allí sin decir ni una palabra más. Gerardo tampoco lo hizo, tan sólo me dio una ficha con la foto de Marcos para que pudiese reconocerlo y me pidió que lo supervisara desde el primer día. Intenté que me contara cuál era ese incidente al que habían hecho alusión, pero se cerró en banda.
—Tenga cuidado con las habladurías y los rumores de sus colegas —me advirtió—. Hay mucha leyenda negra en este centro. Y demasiada gente ociosa también.
Salí de aquella reunión con más preguntas que respuestas, así que decidí llamar a Marcos a mi despacho en cuanto me fuera posible. Para que no resultara demasiado obvio, preparé unos cuestionarios que entregaría a los alumnos de Bachillerato durante los recreos. Como necesitaba que Marcos fuera uno de los primeros en hablar conmigo, deseché el criterio de ir curso por curso —él estaba en el E, lo que me obligaba a entrevistar a ciento veinte alumnos antes— y opté por convocarles en grupos de diez por orden alfabético. Su oportuno Álvarez me permitió citarlo en mi despacho aquel viernes por la mañana. Y, como imagino que te será de utilidad, te adjunto una copia de la ficha que me rellenó.
Laura se retrasa. Empiezo a impacientarme cuando recibo un sms suyo en mi móvil. Está atrapada en un atasco, así que me pido otra cerveza y enciendo mi portátil. Navego por la red y me encuentro una y otra vez con la noticia del suicidio de Bárbara. Junto a la crónica, fotos de la adolescente con sus familiares y amigos meses antes del fatal desenlace. Imágenes de una adolescente pletórica y llena de vida que me provocan un nudo en el estómago.
Tal vez alguien vio algo en ese profesor de inglés que pudiera ser sospechoso y, sin embargo, se callaron. Tal vez ese silencio ante la conducta de Eduardo fuera un acto de complicidad con su perversión. ¿No hice yo lo mismo el viernes pasado en el caso de Ahmed y de su (seguramente inmerecido) parte disciplinario? ¿No debería haberle comentado a Sonia la desafortunada actitud de la profesora de religión hacia ese alumno? Por otro lado, tampoco sé si estoy sacándolo todo de quicio. Como me advirtió Álex, el instituto es un microcosmos que parece tener sus propias leyes y, cuanto más me interno en él, más difícil me resulta encontrar la frontera entre sus paredes y la realidad.
Por otro lado, no puedo dejar de pensar en ese incidente del curso pasado que Mayte menciona en su texto y al que Marcos también alude —de forma críptica— en la ficha que me ha escaneado la orientadora. ¿Qué pudo haber sucedido? Curiosamente, ese episodio —del que nadie quiere darme una sola pista— tuvo lugar el mismo año que Eduardo estuvo trabajando en el Darío. El mismo año en que Bárbara, alumna de sus clases de inglés, acabaría cayendo en sus perversas redes. ¿No habrá una conexión entre todos esos sucesos aparentemente aislados? Cada vez estoy más convencido de que esa relación existe, pero necesito que alguien me dé alguna pista más para demostrarlo.
Entretanto, abro el archivo que me ha pasado Mayte y decido aprovechar el tiempo de espera releyendo la ficha de Marcos. A ver si soy capaz de encontrar algo de utilidad en ella, aunque sea entre líneas.
• Nombre: Marcos Álvarez
• Curso: B1E
• Edad: 16
• ¿Has repetido alguna vez?
No, aunque el año pasado estuve a punto.
• ¿Cuál es la asignatura que más te gusta?
Este año, creo que lengua. Sólo llevamos cuatro clases, pero de momento no me duermo… Debatimos mucho y hasta hemos escrito alguna cosa. Pero bueno, estamos empezando, así que ya veremos.
• ¿Cuál es la asignatura que menos te gusta?
Hasta 4.º, la religión (lo mejor es que en Bachillerato ya no hay). Yo prefería hacer M. A. E., como todo el mundo, pero en mi casa son muy creyentes, así que se da por hecho que yo también tengo que serlo. Tampoco me entendía bien con Carmen, la profesora… No sé, yo el tema de Dios no lo veo muy claro, la verdad. Soy más de Darwin.
• ¿Qué te gustaría estudiar en el futuro?
Ni idea. Mi padre quería que hiciese ciencias, como mi hermano mayor, Ignacio. Pero yo me empeñé en coger el Bachillerato de Humanidades (a él le parece que estoy perdiendo el tiempo, claro) y ahora no sé muy bien por dónde tirar. Me gustaría hacer Historia, por ejemplo. O Periodismo. Ya veremos qué escojo al final (y qué me dejan escoger).
• ¿Te gusta leer? ¿Cuál es el último libro que has leído?
Me gustan los cómics, las novelas de terror (Bram Stoker, Anne Rice, Lovecraft, todo eso) y ahora, por culpa del de literatura, me ha dado también por la poesía. Esta mañana Álvaro me ha prestado una antología del 27 que nos enseñó ayer en clase. Se la pedí porque me encantó un texto que nos leyó sobre los muros y las barreras y la adolescencia. (Me suena que el autor es Cernuda, pero no estoy seguro). Hasta esta semana no sabía que hubiera poemas como ésos, la verdad. En los cursos anteriores, aparte de eso del rollo de los pastores de Garcilaso y del tío aquel pegado a una nariz gigantesca, no hemos comentado más que chorradas.
• ¿Cuál es la última película que has visto?
Muchas. El cine es mi mayor pasión. Y la de mis amigos. La última fue Al este del Edén, que nos la recomendó el padre de Raúl (el tío es un cinéfilo), Diego, y nos la vimos en su dvd. Me quedé un poco raro después, la verdad. Cal, el personaje que hacía James Dean, se me quedó grabado. Aún me da vueltas.
• ¿Y tu película favorita? ¿Por qué te gusta?
Imposible… Hay tantas… Me gustó una antigua, de los noventa, que también nos descubrió Diego. Se llama Memento y es alucinante: un tío con una amnesia rarísima que tiene que descubrir un misterio de la leche. Y de las nuevas…, El caballero oscuro, que, por cierto, es del mismo director que Memento. El Joker de Heath Ledger es brutal…
• ¿Cuántas horas dedicas a la televisión?
Ahora, casi nada… Una hora, como mucho. Pero sólo puedo ver «programas autorizados», vamos, lo que mi padre decide que sí se puede ver. Antes, cuando todavía vivía mi madre, me veía muchas series —algunas, con ella— y también me las descargaba en el ordenador y eso.
• ¿Cuántas horas dedicas diariamente a navegar por Internet?
Desde lo del curso pasado, ninguna. No puedo usar el ordenador para nada. Antes había uno en mi cuarto, pero con toda la movida aquella, se deshicieron de él y ahora sólo está el de la habitación de Ignacio (mi hermano mayor), al que no puedo acercarme ni de broma. A cambio, mi padre me ha sacado del trastero una máquina de escribir para que pase a limpio mis trabajos. Es como viajar a la prehistoria, más o menos.
• ¿Qué tipo de actividades y tareas te resultan más sencillas? ¿Por qué?
Las físicas, porque llevo entrenando desde que era un crío. Me gusta el taekwondo y soy muy bueno compitiendo, la verdad. Pero, como desde lo del curso pasado también se ha acabado ir al gimnasio, ahora me conformo con lo que hacemos en Educación Física, que, sobre todo, consiste en dar vueltas alrededor del instituto indefinidamente. Con eso y con no montar mucha bronca, se aprueba la asignatura sin problemas. El profe, por cierto, suele estar en la cafetería mientras nosotros corremos. En el patio se ve que no está cómodo.
• ¿Se te dan bien los trabajos en grupo?
Mucho. Me encantan. Así puedo ir a casa de Raúl o de Sandra a hacerlos. Y, de paso, ver alguna serie o alguna peli, claro. Eso es bueno.
• ¿Qué es lo que menos te gusta del instituto?
Los exámenes. Y la sensación de estar vigilado todo el tiempo. Desde lo de Eduardo, a mí no me dejan ni respirar. Ayer, por ejemplo, fue demencial la que organizaron en el patio.
Y todo porque vino a verme un amigo de fuera. No es justo.
• ¿Y lo que más?
El recreo, claro. Y ver a los colegas. Y saber que estoy un montón de horas fuera de casa.
• ¿Qué valores son importantes para ti?
La tolerancia. El respeto a los demás. El derecho a ser como te dé la gana, sin que nadie te censure ni opine sobre ello.
• ¿Alguna otra observación, idea o sugerencia que puedas aportar?
Me gustaría que se hiciesen más excursiones y salidas fuera del instituto. Que ciertos profesores no nos leyeran el libro en clase (eso ya sé hacerlo yo solito). Ah, y que para rellenar estas encuestas se pudiera emplear el tiempo de alguna asignatura (total, para lo que sirven la mayoría…), porque hoy, entre esto y la reunión con el tutor, se me ha ido todo el recreo.
No me sorprendió la sinceridad de Marcos al responder el cuestionario. En realidad, basta con prestarles un poco de atención para que se abran por completo; lo que me llamó la atención era la cantidad de información que daba en cada línea y, sobre todo, los gritos de auxilio que se percibían en sus respuestas. Aquella ficha era un gigantesco S.O.S. que revelaba un problema grave de comunicación familiar. Nada que no se pudiese resolver empleando los medios adecuados, pero que, desde luego, aconsejaba una pronta intervención. No sabía si comentárselo a Gerardo —ya que tanto interés había mostrado en ese caso—, así pensé que lo más sensato era meditarlo durante el fin de semana y tomar una decisión el lunes a primera hora de la mañana.
Eso —y aquí termina tanto mi informe como mi frustrada participación en esta historia— nunca fue posible.
No me extraña que la orientadora quisiera convocar a su padre a una reunión después de leer esa ficha. Mayte me asegura que estaba decidida a mantener una conversación con Roberto y con Marcos, una especie de cara a cara que, lamentablemente, no pudo producirse.
—Aun así, resulta difícil de entender —me explica Mayte— que los hechos transcurrieran del modo en el que nos los han contado. Llevo varios años en esto y te puedo asegurar que en el cuestionario de Marcos no había un solo indicador de violencia. Se detectaba un problema obvio de convivencia, sí, pero nada que hiciese temer una reacción tan desproporcionada y, mucho menos, contra dos miembros de su familia. Eso es algo impensable, te lo aseguro.
No pongo en duda su juicio —a fin de cuentas, ella es la psicopedagoga— y me limito a constatar dos hechos, de momento, irrefutables:
1. En efecto, el incidente protagonizado por Marcos durante el curso anterior tuvo que ver con Eduardo, el profesor arrestado recientemente por un supuesto delito de pederastia.
2. Álvaro no me ha dado toda la información de la que disponía. Según él, Marcos jamás le entregó un solo trabajo de clase (lo que se contradice con una de las afirmaciones del alumno, que comenta cuánto le motiva escribir para el nuevo profesor de literatura) y tampoco mencionó esa reunión que, curiosamente, tuvo lugar el viernes anterior al domingo negro y en la que, al parecer, le entregó uno de los libros que se encontraron en la biblioteca personal de Marcos. Pero ¿qué interés puede tener Álvaro en ocultarme algo así?
—Vaya, qué ocupado te veo.
La voz de Laura me saca de mi ensimismamiento. La invito a sentarse y, como en un acto reflejo, cierro el archivo. Ya lo releeré en cuanto llegue a casa, de momento es mejor que me concentre en lo que mi nueva entrevistada pueda contarme.
—Veo que tienes aquí tu ordenador.
—¿Nos hará falta?
—En realidad, va a sernos bastante útil… Teclea esta dirección en Internet, por favor.
Escribo la dirección que Laura ha anotado en su agenda y espero a que el wi-fi de mi portátil se digne a mostramos la página. Esta tarde la velocidad de descarga es inversamente proporcional a mi impaciencia.
—Antes de nada, Santiago…
—¿Sí? —Laura baja la pantalla de mi portátil, exigiéndome por un instante toda mi atención.
—Mira, quiero que sepas que no estoy muy segura de lo que estoy haciendo ahora mismo. Tampoco sé si Diego lo aprueba del todo… Hoy hemos hablado del tema de Internet a raíz de lo de esa pobre chica. Bárbara… No la conocíamos, pero resulta imposible no estremecerse cuando eres madre y escuchas una historia así. Diego y yo, a pesar de nuestros miedos, siempre hemos respetado mucho la intimidad de Raúl y ahora se nos hace muy duro romper esa barrera, aunque sea indirectamente.
—Lo entiendo.
—No lo creo, pero bueno, fingiremos que sí. Si te ayudo con esto es porque tanto los padres de Sandra como nosotros estamos destrozados… Queremos mucho a ese chico. A su familia. Son muy diferentes a nosotros, incluso al principio pensábamos que eran del Opus o algo así, por su manía con la Iglesia y esos temas. Nosotros somos más bien agnósticos. Pero salvo cuando salían temas de política o de religión, nos llevábamos bien. Eran buena gente. Igual que Marcos. A veces les sacaba de quicio con sus ideas, porque no estaba de acuerdo con casi nada de lo que decían y a Roberto nunca se le dio bien debatir. Nosotros sabíamos cómo manejarlo y, este verano, hasta conseguimos que dejara que Marcos se fuese cinco días a la playa con Raúl y con Sandra. Los tres lo pasaron en grande… —Necesita hacer una pausa para coger aire—. Por eso quiero intentar buscar alguna explicación a toda esta locura. Por Marcos. Por mi hijo. Y por mí misma.
Levanta la pantalla de mi ordenador y me encuentro con un blog en el que aparecen imágenes medio borrosas y textos entre lo ininteligible y lo indescifrable. Nicks de gente que —por supuesto— desconozco, alusiones a hechos imposibles de adivinar si no se ha estado presente, fragmentos de canciones de grupos diversos y citas de películas ilustradas con algún fotograma del filme del que habían sido extraídas.
—Es de Sandra. Se supone que no sé que existe, pero, bueno, a veces echo un vistazo en el historial de Internet de Raúl. Intento no revisarlo a menudo, pero no puedo negar que me tranquiliza saber por dónde anda… Aunque sea en el sentido virtual.
Me llama la atención el hecho de que todas las fotografías del blog pertenecen a clásicos del cine, lo que coincide con las afirmaciones cinéfilas de Marcos en su cuestionario, así como con parte de lo que la propia Sandra me había contado en una de nuestras entrevistas.
—A Marcos, a Raúl y a mí nos encantaba ir a la Filmoteca —me dijo—. No se lo decíamos a nadie, claro, para no ser los raros de la clase, pero nos encantaba escapamos allí y ver pelis clásicas. Luego, si nos gustaban mucho, nos las descargábamos. Como la de El tercer hombre, que nos pareció estupenda. O las de Hitchcock; las hemos visto todas. Me sé Rebeca casi de memoria. Qué tema más moderno para una peli tan antigua. El rollo lésbico de la prota y todo eso. Me ponen esas historias turbias, no definidas. La única peli que no nos gustó fue Ciudadano Kane. No sé, nos habían hablado tanto de ella que nos pareció un poco bluf. Nos gustó más La dama de Shanghai y Gilda, vamos, el cine negro en general.
En su blog hay también muchas instantáneas de ella y de Marcos en la puerta del cine Doré, esperando a entrar. Enseñando las entradas o los programas de la película. O apuntando al título del film. De vez en cuando Raúl aparece también con ellos. La verdad es que el contraste entre él y Marcos resulta evidente. Todas las fotografías son más o menos idénticas y los textos no aportan ningún tipo de información. Le agradezco a Laura su ayuda, pero tengo la impresión de que no me ha dado nada excesivamente revelador.
—No sé, Santiago. Tú eres el periodista.
Recojo el guante y, una vez en casa, me pongo a analizar el blog de Sandra con mucha más calma. ¿Merecerá la pena mi esfuerzo? Ni idea… En realidad, ya no estoy muy seguro de casi nada. Tampoco de eso. Y entonces, cuando estoy a punto de tirar la toalla, porque no puedo afrontar más dosis de violencia sin sentido, porque no me veo con fuerzas de seguir leyendo entre líneas en los textos que unos y otros me van pasando, porque estoy cansado de que me omitan datos esenciales para este caso…, entonces, cuando quiero mandarlo todo a la mierda —aunque eso suponga rendirme y darle la razón a mi editora—, me doy cuenta de que el material que me ha facilitado Laura no es, ni mucho menos, tan banal.
Tras repasar por segunda vez cada una de las fotos en él colgadas —tarea que me lleva más horas de las que había calculado en un principio—, descubro dos hechos que llaman mi atención. En primer lugar, me fijo en un fotograma que parece fuera de lugar en esa antología de cine clásico. Se trata de una imagen oscura y semiborrosa, tratada —seguramente— con Photoshop y llena de líneas oscilantes que simulan sangre y cicatrices. Todo un poema visual entre gore y neogótico que, además de provocarme cierta hilaridad (la iconografía adolescente no deja de tener su punto kitsch), me dificulta identificar la película. Afortunadamente, algo queda del póster del que ha sido tomada.
En efecto, se trata de una imagen del Joker de El caballero oscuro. De nuevo, ese curioso personaje del universo del cómic vuelve a atravesarse en mi camino. Como no soy un gran admirador de los superhéroes caigo en la cuenta de que tendré que contar con la ayuda de una lectora habitual del género: Gema. En el fondo, es una coartada excelente para volver a disfrutar de su compañía…, aunque esté prácticamente seguro de que no tengo nada que hacer con ella, salvo divagar sobre qué nexo puede haber entre ese villano de Batman y aquella semana tan crucial en la vida de Marcos.
Si lo pienso fríamente, llego a la conclusión de que no hay nada de raro en que a Marcos y a Sandra les guste tanto una película que se había convertido en un clásico instantáneo tras la trágica muerte de su coprotagonista, al que Marcos parecía haber erigido en su ídolo particular. A su edad, recuerdo que no me quité en meses una camiseta de Kurt Cobain después de su suicidio y aún hoy, a los treinta y cuatro, sigo emocionándome como un idiota cuando escucho los acordes de Smells Like Teen Spirit.
Sin embargo, ese fotograma cobra un sentido diferente al comprobar que, entre las imágenes del blog de Sandra, hay otra instantánea igual de oscura y borrosa que las demás en la que se puede ver a un animado grupo de adolescentes celebrando un botellón. No soy capaz de identificar a ninguno de los que aparecen retratados, salvo a Marcos y a alguien muy parecido a Raúl (tal vez no sea él). El flash de la máquina es insuficiente y la foto se tomó de noche. Además, alguien se colocó inoportunamente entre el objetivo y los protagonistas de la foto, así que su espalda ocupa parte de la imagen. Una espalda cubierta por una camiseta negra donde, casualidad entre las casualidades, figura —una vez más— la imagen de Heath Ledger caracterizado como Joker. Justo la misma camiseta que Marcos llevó —como un talismán— durante toda la semana que precedió al asesinato. Tal vez todo esto no sea más que una estupidez, pero necesito comprobarlo.
Lo más rápido —y tal vez, lo más productivo— sería intentar hablar con Sandra, pero no puedo traicionar la confianza de la madre de Raúl. Al menos, desde esta noche cuento con un nuevo camino que, quizá, me conduzca a algún otro sitio que me aleje del horror y del absurdo en el que estoy instalado hasta este momento. Resulta triste depositar toda la esperanza en una simple camiseta y una película de superhéroes, pero —en cierto modo— es lo único de lo que dispongo para convencerme de que ese asesinato no es un hecho tan ilógico —¿me estaré acercando a lo que realmente sucedió?— ni tan arbitrario.