Esta novela no habría sido posible sin la contribución, directa o indirecta, de muchas personas y, sobre todo, de muchos amigos. En primer lugar, quiero darle las gracias a mi editora, Miryam Galaz, por su entusiasmo y su profesionalidad. Ojalá éste sea el principio de un largo camino juntos… Gracias también a Belén, por cuidar con tanto mimo de este texto en cada fase del trabajo. Gracias —inmensas y rotundas— a mis amigos —Mercedes, María Jesús, Ana, Lydia, Helena, David, Yol, Pal, Rafa, Ainhoa…—, que han soportado mis dudas e inseguridades a lo largo del complejo proceso creativo de La edad de la ira. Y, cómo no, gracias a Silvia, Paloma, Nuria, Eva, Carol y Alberto, mis armandeños, por tantos años juntos, estrenando e inspirando mis textos teatrales, dándome motivos para seguir escribiendo y soñando.
Todos los hechos de esta novela son ficticios, pero muchas de las emociones expresadas por los personajes están inspiradas en los cafés y recreos —más que reales— compartidos con mis compañeros —Camino, Pilar, Gracia, Marichu, María F., Carmen Y., Amador, Santos, Marta, María J., Vanessa, Tonia…—, colegas en esta lucha quijotesca de la educación. A ellos, a los ideales que nos unen, quiero dedicarles estas líneas.
Y, por supuesto, gracias a mis alumnos, a todos los chicos y chicas a quienes he tenido la suerte de dar clase en estos años. A los adolescentes de los que aprendo cada día y que siguen buscando, igual que nosotros, su propia Ítaca.