Empecé a levantarme. Harry me agarró la mano.
—¿Adónde vas? —preguntó.
—A hablar con ella.
—¿Seguro que quieres hacerlo?
—¿Qué estás diciendo? Pues claro que estoy seguro.
—A lo que me refiero es a que tal vez quieras que Jesse o yo hablemos con ella primero —propuso Harry—. Para ver si quiere conocerte.
—Jesús, Harry. No estamos en el puñetero sexto curso. Es mi esposa.
—No, John, no lo es —dijo Harry—. Es alguien completamente diferente. No sabes siquiera si querrá hablar contigo.
—John, y aunque lo haga, seréis dos desconocidos totales —intervino Jesse—. Sea lo que sea que esperes de este encuentro, no vas a conseguirlo.
—No espero nada —les aseguré.
—No queremos que salgas herido —dijo Jesse.
—Estaré bien —contesté, mirándolos a ambos—. Por favor, Harry, suéltame. Estaré bien.
Harry y Jesse se miraron el uno al otro. Harry me soltó la mano.
—Gracias —dije.
—¿Qué vas a decirle? —quiso saber Harry.
—Voy a darle las gracias por haberme salvado la vida —le expliqué, y me levante.
A estas alturas, ella y sus dos compañeros habían recibido su pedido y se habían dirigido a una mesita del fondo de la cantina. Me dirigí hacia allí. Los tres charlaban, pero se detuvieron cuando llegué a su lado. Ella estaba de espaldas a mí, pero se volvió cuando sus acompañantes me miraron. Me detuve y la miré a la cara.
Era diferente, por supuesto. Además de la piel y los ojos, era mucho más joven que Kathy: una cara como la de Kathy medio siglo antes. Incluso así, había diferencias: más delgada que la de Kathy, siguiendo la predisposición hacia la forma física instalada genéticamente por las FDC. El pelo de Kathy siempre había sido una melena casi descontrolada, incluso mientras se hacía mayor y casi todas las demás mujeres pasaban a peinados más acordes con su edad; la mujer que ahora yo tenía delante llevaba el pelo corto, a la altura del cuello.
Fue eso lo que me resultó más chocante. Había pasado tanto tiempo sin ver a una persona que no tuviera la piel verde que el color ya no me llamaba la atención. Pero el pelo no era como yo lo recordaba.
—No está bien mirar de esa forma —dijo la mujer, con la voz de Kathy—. Y antes de que lo preguntes, no eres mi tipo.
«Sí lo soy», dijo una parte de mi cerebro.
—Lo siento, no pretendía molestar —dije—. Es que me preguntaba si me reconocerías.
Ella me miró de arriba abajo.
—La verdad es que no —contestó—. Y, créeme, no estuvimos juntos en entrenamiento básico.
—Me rescataste —expliqué—. En Coral.
Ella dio un pequeño respingo.
—¡No jodas! —exclamó—. No me extraña no haberte reconocido. La última vez que te vi, te faltaba la mitad inferior de la cabeza. No te ofendas. Ni te ofendas tampoco por esto, pero me sorprende que sigas vivo. No habría apostado por ti.
—Tenía algo por lo que vivir —dije.
—Eso parece.
—Soy John Perry —dije, y extendí la mano—. Me temo que no sé tu nombre.
—Jane Sagan —contestó ella, aceptándola. La sostuve un poco más de lo necesario. Cuando la solté, ella tenía una expresión levemente sorprendida.
—Cabo Perry —empezó a decir uno de sus acompañantes: había aprovechado la oportunidad para acceder con su CerebroAmigo a información sobre mí—, tenemos un poco de prisa para comer: nos esperan de vuelta en nuestra nave dentro de media hora, así que si no te importa…
—¿No me conoces de otro sitio? —le pregunté a Jane, interrumpiéndolo.
—No —respondió ella, ligeramente fría ahora—. Gracias por acercarte, pero me gustaría comer.
—Déjame que te envíe algo —dije—. Una foto. A tu CerebroAmigo.
—No es necesario.
—Sólo una foto. Luego me marcharé. Por favor.
—Está bien —dijo ella—. Date prisa.
Entre las pocas posesiones que había llevado conmigo cuando dejé la Tierra había un álbum de fotos digitales de la familia, los amigos y los lugares que amaba. Cuando mi CerebroAmigo se activó, descargué las fotos en su memoria, un movimiento inteligente en retrospectiva, puesto que el álbum y todas mis otras posesiones terrenales menos una cayeron con la Modesto. Accedí a una foto concreta del álbum y se la envié. Vi cómo accedía a su CerebroAmigo, y luego se volvía para mirarme.
—¿Me reconoces ahora? —pregunté.
Se movió rápido, más rápido incluso que los FDC normales, me agarró, y me hizo chocar contra una mampara cercana. Estuve bastante seguro de que noté cómo una de mis costillas recién reparadas se rompía. Desde el otro lado de la cantina, Harry y Jesse se pusieron en pie de un salto y corrieron hacia nosotros; los acompañantes de Jane se movieron para interceptarlos. Yo traté de respirar.
—¿Quién coño eres —me susurró Jane—, y qué estás buscando?
—Soy John Perry —gemí—. No estoy buscando.
—No te creo. ¿De dónde has sacado esa foto? —dijo, acercándose y en voz baja—. ¿Quién la hizo para ti?
—Nadie —contesté con voz igualmente baja—. Conseguí esa foto en mi boda. Es… mi foto de bodas. —Casi estuve a punto de decir nuestra foto de bodas, pero me corregí justo a tiempo—. La mujer de la foto es mi esposa, Kathy. Murió antes de poder alistarse. Cogieron su ADN y lo utilizaron para crearte. Parte de ella está en ti. Parte de ti está en esa foto. Parte de lo que eres me dio esto. —Alcé la mano izquierda y le mostré mi alianza, la única posesión terrestre que me quedaba.
Jane rugió, me alzó y me arrojó con fuerza al otro lado de la sala. Resbalé sobre un par de mesas, derribando hamburguesas, bolsitas de condimentos y servilleteros antes de detenerme en el suelo. Por el camino, me di con una esquina de metal en la cabeza; de mi sien manó algo brevemente. Harry y Jesse se libraron de su cautelosa danza con los compañeros de Jane y corrieron hacia mí. Jane intentó acercarse, pero sus compañeros la detuvieron a medio camino.
—Escúchame, Perry —dijo—. A partir de ahora mantente alejado de mí. La próxima vez que te vea vas a desear que te hubiera dado por muerto.
Se marchó. Uno de sus compañeros la siguió; el otro, el que me había hablado antes, se nos acercó. Jesse y Harry se incorporaron para enfrentarse a él, pero extendió las manos en son de paz.
—Perry —dijo—, ¿de qué demonios iba eso? ¿Qué le has enviado?
—Pregúntaselo tú mismo, amigo —respondí.
—Teniente Tagore para ti, cabo. —Tagore miró a Harry y Jesse—. Os conozco. Estabais en la Hampton Roads.
—Sí, señor —dijo Harry.
—Escuchadme, todos vosotros. No sé qué demonios ha pasado, pero quiero dejar una cosa muy clara. Sea lo que sea, no tiene nada que ver con nosotros. Contad la historia que queráis, pero si las palabras «fuerzas especiales» aparecen por alguna parte, voy a ocuparme personalmente de que el resto de vuestra carrera militar sea breve y dolorosa. No bromeo. Os joderé a fondo. ¿Está claro?
—Sí, señor —dijo Jesse. Harry asintió. Yo gemí.
—Que le echen un vistazo a vuestro amigo —le aconsejó Tagore a Jesse—. Parece que acaban de darle una buena. —Se marchó.
—Cristo, John —se lamentó Jesse, tras coger una servilleta y limpiar la herida de mi frente—. ¿Qué has hecho?
—Le envié una foto de boda.
—Qué sutil —dijo Harry, y miró alrededor—. ¿Dónde está tu bastón?
—Creo que junto a la pared donde me estampó —respondí. Harry se levantó para cogerlo.
—¿Estás bien? —me preguntó Jesse.
—Creo que me he roto una costilla.
—No me refiero a eso.
—Sé a qué te refieres. Y en ese aspecto, creo que también algo más se ha roto.
Jesse me acarició la cara. Harry volvió con mi bastón. Cojeamos de vuelta al hospital. El doctor Fiorina se sintió enormemente descontento conmigo.
* * *
Alguien me sacudió para despertarme. Cuando vi quién era, traté de hablar. Ella me cubrió la boca con una mano.
—Silencio —dijo Jane—. Se supone que no estoy aquí. Asentí. Ella retiró la mano.
—Habla en voz baja.
—Podríamos usar los CerebroAmigos —dije.
—No. Quiero oír tu voz. Pero baja.
—De acuerdo.
—Lamento lo de hoy —dijo ella—. Fue tan inesperado. No sé cómo reaccionar ante algo así.
—No importa. No debería haberte abordado de esa forma.
—¿Estás herido?
—Me rompiste una costilla.
—Lo siento.
—Ya está curada.
Ella estudió mi cara, los ojos moviéndose de un lado a otro.
—Mira, no soy tu esposa —dijo de repente—. No sé quién o qué crees que soy, pero nunca fui tu esposa. No sabía que existía hasta que me mostraste la foto hoy.
—Debes de saber de dónde venías —objeté.
—¿Por qué? —preguntó ella acaloradamente—. Sabemos qué nos hacen con los genes de otras personas, pero no nos dicen quiénes fueron. ¿Qué sentido tendría? Esas personas no somos nosotros. Ni siquiera somos clones: tengo cosas en mi ADN que ni siquiera proceden de la Tierra. Somos los conejillos de Indias de las FDC, ¿no lo has oído?
—Lo he oído.
—Así que no soy tu esposa. Eso es lo que he venido a decirte. Lo siento, pero no lo soy.
—Muy bien.
—De acuerdo —dijo ella—. Bien. Ahora me marcho. Lamento haberte arrojado por los aires de esa forma.
—¿Qué edad tienes? —pregunté.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Es sólo curiosidad. Y no quiero que te vayas todavía.
—No sé qué tiene que ver mi edad con todo esto.
—Kathy lleva muerta ya nueve años —dije—. Quiero saber cuánto tiempo se molestaron en esperar antes de explotar sus genes para crearte.
—Tengo seis años —contestó.
—Espero que no te importe si te digo que no te pareces a la mayoría de gente de seis años que he conocido.
—Estoy adelantada para mi edad —dijo. Y luego aclaró—: Era un chiste.
—Lo sé.
—La gente no lo pilla a veces. Eso es porque la mayoría de gente que conozco tiene la misma edad.
—¿Cómo funciona? Quiero decir, ¿cómo es? Tener seis años. No tener pasado.
Jane se encogió de hombros.
—Me desperté un día y no supe dónde me encontraba ni qué estaba pasando. Pero ya estaba en este cuerpo, y ya sabía cosas. Cómo hablar. Cómo moverme. Cómo pensar y combatir. Me dijeron que estaba en las fuerzas especiales, que ya era hora de que empezara a entrenarme, y que me llamaba Jane Sagan.
—Bonito nombre —dije.
—Lo seleccionaron al azar —informó ella—. Nuestros nombres de pila son nombres corrientes, nuestros apellidos proceden en su mayor parte de científicos y filósofos. En mi escuadrón hay un Ted Einstein y una Julie Pasteur. Al principio no lo sabes, claro. Lo de los nombres. Más tarde te enteras un poco de cómo te hicieron, después de que te hayan dejado desarrollar el sentido de quién eres. Nadie que conozca tiene muchos recuerdos. Hasta que no te encuentras con realnacidos no te das cuenta de que hay algo distinto en ti. Y no los vemos muy a menudo. No nos mezclamos con ellos.
—«¿Realnacidos?» —pregunté.
—Es como os llamamos a vosotros.
—Si no os mezcláis, ¿qué estabais haciendo en la cantina?
—Quería una hamburguesa —dijo—. No es que no podamos. Es que no lo hacemos.
—¿No te has preguntado nunca a partir de quién te hicieron? —pregunté.
—A veces —contestó Jane—. Pero no podemos saberlo. No nos hablan de nuestros progies… de la gente de la que estamos hechos. Algunos de nosotros somos mezcla de más de uno, ¿sabes? Pero de todas formas todos están muertos. Tienen que estarlo, o no los usarían para crearnos. Y no sabemos quiénes los conocían. Y si la gente que los conocía está en el servicio, no es probable que coincidamos. Y los realnacidos morís muy rápido aquí arriba. No conozco a nadie que haya conocido a un pariente progie. Ni a un marido.
—¿Le mostraste la foto a tu teniente? —pregunté.
—No. Me preguntó al respecto. Le dije que me enviaste una foto tuya, y que la rompí. Y lo hice, para que la acción quedara registrada si miraba. No le he contado a nadie lo que hablamos. ¿Puedo tenerla de nuevo? ¿La foto?
—Claro —aseguré—. Tengo también otras, si las quieres. Si deseas saber cosas sobre Kathy, también puedo hablarte de ella.
Jane me miró; en la penumbra se parecía más a Kathy que nunca. Dolía sólo mirarla.
—No sé —contestó al fin—. No sé qué quiero saber. Déjame pensarlo. Dame esa foto por ahora. Por favor.
—Te la estoy enviando.
—Tengo que irme. Escucha, no he estado aquí. Y si me ves en alguna otra parte, no des a entender que nos hemos visto.
—¿Por qué no? —pregunté.
—Por ahora es importante.
—Muy bien.
—Déjame ver tu alianza —añadió Jane.
—Claro —dije, y me la quité para que pudiera mirarla. Ella la sostuvo con torpeza, y miró a través.
—Dice algo.
—«Mi amor es eterno. Kathy». Lo hizo grabar antes de regalármelo.
—¿Cuánto tiempo estuvisteis casados? —preguntó.
—Cuarenta y dos años.
—¿La amabas? —preguntó Jane—. A tu esposa Kathy. Cuando la gente está casada mucho tiempo, tal vez siguen juntos por costumbre.
—A veces lo hacen —dije yo—. Pero yo la amé mucho. Todo el tiempo que estuvimos casados. Aún la amo ahora.
Jane se levantó, me miró otra vez, me devolvió el anillo y se marchó sin decir adiós.
* * *
—Taquiones —dijo Harry mientras se acercaba a la mesa donde desayunábamos Jesse y yo.
—Qué mal hablado —lo regañó Jesse.
—Muy graciosa —contestó él, sentándose—. Los taquiones pueden ser la respuesta de por qué los raey sabían que veníamos.
—Magnífico —dije yo—. Ahora, si Jesse y yo supiéramos qué son los taquiones, estaríamos mucho más entusiasmados al respecto.
—Son partículas subatómicas exóticas —explicó Harry—. Viajan más rápido que la luz y van hacia atrás a través del tiempo. Hasta ahora, no eran más que una teoría, porque después de todo es difícil rastrear algo que es más rápido que la luz y va hacia atrás. Pero la teoría de la física del impulso de salto permite la presencia de taquiones en cualquier salto: cuando nuestra materia y energía se trasladan a un universo diferente, los taquiones del universo de destino regresan hacia el universo que queda atrás. Hay una pauta de taquiones específica de cada salto. Si se pueden localizar los taquiones que forman esa pauta, sabes que llega una nave de salto… y cuándo.
—¿Dónde has oído esas cosas? —dije yo.
—Al contrario que vosotros dos, no me paso el tiempo haraganeando —contestó Harry—. He hecho amigos en lugares interesantes.
—Si se conocía lo de esa pauta de taquiones o como se llame, ¿por qué no se ha hecho algo antes? —preguntó Jesse—. Lo que estás diciendo es que hemos sido vulnerables todo este tiempo, y sólo hemos tenido suerte.
—Bueno, recuerda que lo que he dicho sobre los taquiones es que eran algo teórico hasta este momento —recordó Harry—. Eso es quedarse corto como mínimo. Son menos que reales…, son, como mucho, abstracciones matemáticas. No tienen ninguna relación con los universos reales en los que existimos y nos movemos. Ninguna raza inteligente que conozcamos los ha usado jamás para nada. No tienen ninguna aplicación práctica.
—O eso creíamos —objeté.
Harry hizo un gesto afirmativo con la mano.
—Si esta suposición es correcta, entonces significa que los raey tienen una tecnología que está muy por encima de lo que nosotros somos capaces de crear. Estamos por detrás de ellos en esta carrera tecnológica.
—¿Y cómo los alcanzamos? —preguntó Jesse. Harry sonrió.
—Bueno, ¿quién ha dicho que tuviéramos que alcanzarlos? ¿Te acuerdas de cuando nos conocimos, en el transbordador, y hablamos de la tecnología superior de las colonias? ¿Te acuerdas de cómo sugerí que la conseguían?
—A través de encuentros con alienígenas —dijo Jesse.
—Eso es. O comerciamos o lo conseguimos en batalla. Si realmente hubiera un modo de rastrear los taquiones de un universo a otro, nosotros mismos podríamos desarrollar la tecnología para hacerlo, pero eso requeriría tiempo y recursos que no tenemos. Es mucho más sencillo quitársela a los raey.
—Estás diciendo que las FDC piensan volver a Coral —dije yo.
—Pues claro que sí —respondió Harry—. Pero el objetivo ahora no será sólo recuperar el planeta. Ni siquiera será ya el objetivo principal. Ahora nuestro primer objetivo es ponerle la mano encima a su tecnología detectora de taquiones y encontrar un modo de derrotarla o usarla contra ellos.
—La última vez que fuimos a Coral nos dieron una paliza —recordó Jesse.
—No vamos a tener otro remedio, Jesse —explicó Harry amablemente—. Necesitamos esa tecnología. Si se difunde, todas las razas podrán detectar el movimiento colonial. En un sentido muy real, sabrán que venimos antes que nosotros mismos lo sepamos.
—Va a ser otra masacre —dijo Jesse.
—Sospecho que esta vez recurriremos bastante más a las fuerzas especiales.
—Hablando de eso —dije, y le conté a Harry mi encuentro con Jane la noche anterior, que estaba contándole a Jesse cuando él llegó.
—Parece que no planea matarte después de todo —comentó Harry cuando terminé.
—Debe de haber resultado extraño hablar con ella —reflexionó Jesse—. Aunque sepas que en realidad no es tu esposa.
—Por no mencionar que sólo tiene seis años de edad. Tío, sí, es muy raro —dijo Harry.
—Se le nota. Lo de los seis años. No tiene mucha madurez emocional. No parece saber qué hacer con las emociones cuando se enfrenta a ellas. Me lanzó al otro lado de la sala porque no sabía cómo manejar lo que estaba sintiendo.
—Bueno, lo único que le han enseñado es a combatir y matar —dijo Harry—. Nosotros tenemos una vida de memorias y experiencias para estabilizarnos. Incluso los soldados jóvenes en los ejércitos tradicionales tienen veinte años de experiencia. En un sentido real, estos soldados de las fuerzas especiales son niños guerreros. Éticamente, está en el límite.
—No quiero abrir ninguna vieja herida —dijo Jesse—, pero ¿ves algo de Kathy en ella?
Lo pensé un instante.
—Se parece a Kathy, obviamente —contesté—. Y creo que vi un poco del sentido del humor de Kathy en ella, y también un poco de su temperamento.
Kathy podía ser impulsiva.
—¿Te lanzó alguna vez al otro lado de la habitación? —preguntó Harry, sonriendo.
Le devolví la sonrisa.
—Hubo un par de veces en que lo habría hecho de haber podido.
—Punto uno para la genética —dijo Harry.
Gilipollas cobró vida de pronto. Cabo Perry, decía el mensaje. Se requiere su presencia en la reunión con el general Keegan a las 1000 horas en el Cuartel General Operativo del Módulo Eisenhower de la Estación Fénix. Sea puntual. Leí el mensaje y se lo comuniqué a Harry y Jesse.
—Y yo que creía tener amigos en sitios interesantes —dijo Harry—. Nos has estado ocultando algo, John.
—No tengo ni idea de qué va esto —respondí—. Nunca antes he visto a Keegan.
—Tan sólo es el comandante del Segundo Ejército de las FDC. Estoy seguro que no es nada importante.
—Qué gracioso.
—Son las 0915, John —me avisó Jesse—. Será mejor que te pongas en marcha. ¿Quieres que te acompañemos?
—No, por favor, terminad el desayuno —dije—. Me hará bien caminar. El Módulo Eisenhower está sólo a un par de kilómetros. Llegaré a tiempo.
Me levanté, cogí un donut para comérmelo por el camino, le di a Jesse un beso amistoso en la mejilla y me marché.
En realidad, el Módulo Eisenhower estaba más lejos, pero mi pierna había crecido por fin, y quería hacer ejercicio. El doctor Fiorina tenía razón: la nueva pierna era mejor que nueva, y en general sentía que tenía más energía. Acababa de recuperarme de unas heridas tan graves que era un milagro que estuviese vivo. Cualquiera se sentiría con más energías después de eso.
—No te des la vuelta —me advirtió Jane, en voz baja, directamente detrás de mí.
Estuve a punto de atragantarme con el donut.
—Me gustaría que dejaras de aparecer de esa forma —dije, sin darme la vuelta.
—Lo siento. No intento asustarte adrede. Pero no debería hablar contigo. Escucha, esa reunión a la que vas…
—¿Cómo sabes eso?
—No importa. Lo que importa es que accedas a lo que te pidan. Hazlo. Es el modo de que estés a salvo para lo que va a venir. Tan a salvo como sea posible.
—¿Qué va a venir? —pregunté.
—Lo descubrirás muy pronto.
—¿Y mis amigos? —dije—. Harry y Jesse. ¿Tienen problemas?
—Todos tenemos problemas —respondió Jane—. No puedo hacer nada por ellos. Me esforcé por colocarte a ti. Hazlo. Es importante. —Hubo un rápido contacto de su mano sobre mi brazo, y entonces advertí que había vuelto a marcharse.
* * *
—Cabo Perry —dijo el general Keegan, devolviendo mi saludo—. Descanso.
Me habían conducido a una sala de conferencias en la que había gente que sumaba más galones que un velero del siglo dieciocho. Yo era, con diferencia, la persona de rango más bajo de la sala; el siguiente, por lo que pude ver, era un teniente coronel: Newman, mi estimado interrogador. Me sentí un poco inquieto.
—Parece un poco perdido, hijo —me dijo el general Keegan. Como todos los demás presentes en la sala, y todos los soldados de las FDC, aparentaba no tener más de veintitantos años.
—Me siento un poco perdido, señor.
—Bueno, es comprensible —convino Keegan—. Por favor, siéntese. —Señaló una silla vacía en la mesa. La cogí y me senté—. He oído hablar mucho de usted, Perry.
—Sí, señor —respondí, tratando de no mirar a Newman.
—No parece muy entusiasmado con ello, cabo.
—Intento no llamar la atención, señor —dije—. Sólo trato de hacer mi parte.
—Sea como sea, ha llamado la atención —me contradijo Keegan—. Cien lanzaderas consiguieron despegar hacia Coral, pero la suya fue la única que llegó a la superficie, en gran parte debido a sus órdenes de volar las puertas de la bodega y salir de allí pitando. —Señaló a Newman con el pulgar—. Newman, aquí presente, me lo ha estado contando. Cree que deberíamos concederle una medalla por eso.
Keegan podría haber dicho «Newman cree que debería aparecer en la actuación anual del ejército en Swan Lake», y no me habría sorprendido tanto. El general advirtió la expresión de mi cara y sonrió.
—Sí, sé lo que está pensando. Newman tiene la mejor cara de palo de todas las FDC, y por eso hace el trabajo que hace. Bien, ¿qué le parece, cabo? ¿Cree que merece esa medalla?
—Respetuosamente, no, señor —dije—. Nos estrellamos y fui el único superviviente. Difícilmente eso puede ser un servicio elogiable. Además, cualquier mérito por haber llegado a la superficie de Coral es de mi piloto, Fiona Eaton.
—La piloto Eaton ya ha sido condecorada a título póstumo, cabo —dijo el general Keegan—. Un pobre consuelo para ella, estando muerta como está, pero es importante para las FDC que esas acciones sean advertidas. Y, a pesar de su modestia, cabo, será usted condecorado también. Otros sobrevivieron a la batalla de Coral, pero fue por suerte. Usted en cambio tomó la iniciativa y mostró dotes de liderazgo en una situación adversa. Y ya ha mostrado su capacidad para pensar con la cabeza antes. La solución de fuego contra los consu. Su trabajo en su pelotón de instrucción. El sargento Ruiz recalcó especialmente su uso del CerebroAmigo en el último juego de guerra. Serví con ese hijo de puta, cabo. Ruiz no halagaría a su madre por haberlo traído al mundo, si sabe lo que quiero decir.
—Creo que sí, señor.
—Eso pensaba. Así que una Estrella de Bronce para usted, hijo. Enhorabuena.
—Sí, señor —dije—. Gracias, señor.
—Pero no le he pedido que viniera para eso —dijo el general Keegan, y luego avanzó junto a la mesa—. Creo que no conoce al general Szilard, que dirige nuestras fuerzas especiales. Descanso, no es necesario saludar.
—Señor —dije, haciendo un gesto con la cabeza en su dirección, al menos.
—Cabo —intervino Szilard—. Dígame, ¿qué ha oído sobre la situación en Coral?
—No mucho, señor. Sólo conversaciones con los amigos.
—¿De veras? —me espetó Szilard, con sequedad—. Pensaba que su amigo el soldado Wilson le habría hecho ya un buen resumen.
Empecé a darme cuenta de que mi cara de póker, que nunca fue muy buena, lo era aún menos últimamente.
—Sí, claro que sabemos lo del soldado Wilson —continuó Szilard—. Tal vez quiera decirle que sus fisgoneos no son tan sutiles como él cree.
—Harry se sorprenderá al oírlo —dije.
—Sin duda. Tampoco tengo duda de que le habrá informado sobre la naturaleza de los soldados de las fuerzas especiales. No es un secreto de Estado, por cierto, aunque no introducimos información sobre las fuerzas especiales en la base de datos general. Pasamos la mayor parte del tiempo en misiones que requieren secreto estricto y confidencialidad y tenemos muy pocas oportunidades de pasar algún tiempo con el resto de ustedes. Tampoco hay muchas ganas.
—El general Szilard y las fuerzas especiales llevarán la iniciativa en nuestro contraataque a los raey en Coral —explicó el general Keegan—. Aunque intentamos recuperar el planeta, nuestra preocupación inmediata es aislar su aparato detector de taquiones, desmantelarlo, sin destruirlo si es posible, pero destruirlo si es preciso. El coronel Golden también aquí presente —Keegan señaló a un hombre de aspecto sombrío sentado junto a Newman—, cree que sabemos dónde está. Coronel.
—Muy brevemente, cabo —dijo Golden—. Nuestra investigación antes del primer ataque contra Coral mostró que los raey desplegaban una serie de pequeños satélites en órbita alrededor de Coral. Al principio pensamos que eran satélites espía para ayudar a los raey a identificar el movimiento de las tropas en el planeta, pero ahora creemos que es un subterfugio diseñado para localizar las pautas de los taquiones. Creemos que la estación localizadora, que recopila los datos de los satélites, está en el planeta mismo, donde la desembarcaron durante la primera oleada de su ataque.
—Pensamos que está en el planeta porque creen que allí está más segura —aclaró el general Szilard—. Si estuviera en una nave, cabría la posibilidad de que una nave de las FDC la alcanzara durante el ataque, aunque sólo fuera por pura casualidad. Y, como sabe, ninguna nave más que su lanzadera consiguió acercarse a la superficie de Coral. Es una buena apuesta suponer que está allí.
Me volví hacia Keegan.
—¿Puedo hacer una pregunta, señor?
—Adelante —dijo Keegan.
—¿Por qué me están contando esto? —pregunté—. Soy un cabo sin escuadrón, pelotón ni batallón. No comprendo por qué necesito saber esto.
—Necesita saberlo porque es usted uno de los pocos supervivientes de la batalla de Coral, y el único que sobrevivió con algo más que suerte —dijo Keegan—. El general Szilard y su gente creen, y yo estoy de acuerdo, que su contraataque tiene más posibilidades de éxito si alguien que estuvo allí durante el primer ataque aconseja y observa el segundo. Ese es usted.
—Con el debido respeto, señor, mi participación fue mínima y desastrosa.
—Menos desastrosa que la de casi todos los demás —opinó Keegan—. Cabo, no le mentiré: preferiría que tuviéramos a otro en este papel. Sin embargo, tal como están las cosas, no lo tenemos. Aunque la cantidad de consejo y servicio que pueda darnos sea mínima, es mejor que nada. Además, ha demostrado usted capacidad para improvisar y actuar rápidamente en situaciones de combate. Nos será de utilidad.
—¿Qué haré? —pregunté. Keegan miró a Szilard.
—Se le destinará a la Gavilán —dijo Szilard—. Representan a las fuerzas especiales con más experiencia en esta situación concreta. Su trabajo será asesorar al mando de la Gavilán sobre su experiencia en Coral, observar, y actuar como enlace entre las fuerzas regulares de las FDC y las fuerzas especiales si es necesario.
—¿Combatiré?
—Actuará usted de apoyo —respondió Szilard—. Lo más probable es que no se requiera su participación en combate.
—Comprenda que este nombramiento es muy inusitado —añadió Keegan—. Normalmente, debido a las diferencias de misiones y personal, los FDC regulares y las fuerzas especiales casi nunca se mezclan. Incluso en batallas donde las dos fuerzas se enfrentan contra un solo enemigo, ambos tienden a representar funciones separadas y mutuamente excluyentes.
—Comprendo —afirmé. Comprendía más de lo que sabían. Jane estaba destinada en la Gavilán.
Mientras seguía mi cadena de pensamientos, Szilard habló.
—Cabo, tengo entendido que tuvo usted un incidente con uno de los míos… una oficial destinada en la Gavilán. Tengo que saber que no habrá más incidentes como ése.
—Sí, señor —aseguré—. El incidente fue debido a un malentendido. Un caso de identidad confundida. No volverá a suceder.
Szilard asintió a Keegan.
—Muy bien —dijo éste—. Cabo, dada su nueva función, creo que su rango no está a la altura de la tarea. Por tanto, queda ascendido a teniente, con efecto inmediato, y se presentará usted ante el mayor Crick, comandante de operaciones de la Gavilán, a las 1500. Eso debería darle tiempo suficiente para poner sus cosas en orden y despedirse. ¿Alguna pregunta?
—No, señor —dije—. Pero tengo una petición.
—No es habitual —comentó Keegan, después de que yo terminara de exponerla—. Y, en otras circunstancias, en ambos casos, diría que no.
—Comprendo, señor.
—Sin embargo, se hará. Quizá algo bueno pueda surgir de todo ello. Muy bien, teniente. Puede retirarse.
* * *
Harry y Jesse se reunieron conmigo en cuanto pudieron después de que les enviara mi mensaje. Les hablé de mi misión y mi ascenso.
—¿Crees que Jane está detrás de todo esto? —preguntó Harry.
—Sé que lo está. Me lo dijo. Tal vez al final yo sea útil de alguna forma, pero lo que es seguro es que ella sugirió algo. Me pondré en camino dentro de unas horas.
—Volvemos a separarnos —comentó Jesse—. Y lo que queda de nuestro pelotón también se separa. Nuestros compañeros han sido destinados a otras naves. Nosotros estamos a la espera de destino.
—Quién sabe, John —dijo Harry—. Probablemente volvamos pronto a Coral contigo.
—No, vosotros no —aseguré—. Le pedí al general Keegan que os sacara a ambos de infantería general y se mostró de acuerdo. Vuestro primer mandato de servicio se ha cumplido. Los dos habéis sido reasignados.
—¿De qué estás hablando? —quiso saber Harry.
—Se os ha reasignado al brazo de Investigación Militar de las FDC —dije—. Harry, sabían lo de tus indagaciones. Los convencí de que serías menos dañino para ti mismo y los demás de esta forma. Vas a trabajar con lo que traigamos de Coral.
—No puedo hacer eso —dijo Harry—. No tengo el nivel necesario de matemáticas.
—Estoy seguro de que eso no te detendrá —contesté—. Jesse, tú también vas a IM, como personal de apoyo. Es todo lo que pude conseguir con tan poco tiempo. No será muy interesante, pero puedes entrenarte para otras funciones mientras estás allí. Y los dos estaréis lejos de la línea de fuego.
—Eso no está bien, John —dijo Jesse—. No hemos cumplido nuestro tiempo. Nuestros camaradas de pelotón van a volver a combatir mientras que nosotros estaremos sentados allí por algo que no hicimos. Tú vas a volver. Yo no quiero esto. Debería servir el tiempo que me corresponde.
Harry asintió.
—Jesse, Harry, por favor —les rogué—. Mirad. Alan está muerto. Susan y Thomas están muertos. Maggie está muerta. Mi escuadrón y mi pelotón, todos han caído. Todos los que he apreciado de por aquí han muerto menos vosotros dos. Tuve la oportunidad de manteneros con vida y la aproveché. No pude hacer nada por ninguno más, pero puedo hacer algo por vosotros. Necesito que estéis vivos. Sois todo lo que tengo aquí.
—Tienes a Jane —dijo Jesse.
—Todavía no sé lo que es Jane para mí. Pero sí sé lo que sois vosotros. Ahora sois mi familia. Jesse, Harry. Sois mi familia. No os enfadéis conmigo por querer manteneros a salvo. Sólo estad a salvo. Por mí. Por favor.