—Oh, estás despierto —me dijo alguien cuando abrí los ojos—. Escucha, no intentes hablar. Estás metido en una solución. Tienes un tubo respiratorio en el cuello. Y te falta la mandíbula.
Miré alrededor. Estaba flotando en un baño de líquido, denso, cálido y transparente; más allá podía ver objetos, pero no logré enfocar ninguno de ellos. Como me habían dicho, un tubo respiratorio salía de un panel situado a un lado de la bañera hacia mi cuello; traté de seguirlo hasta mi cuerpo, pero mi campo de visión quedaba bloqueado por un aparato que rodeaba la mitad inferior de mi cabeza. Traté de tocarlo, pero no pude mover los brazos. Eso me preocupó.
—No te preocupes por eso —dijo la voz—. Hemos desconectado tu capacidad de moverte. Cuando estés fuera del baño, volveremos a conectarte. Un par de días más. Sigues teniendo acceso a tu CerebroAmigo, por cierto. Si quieres comunicarte, úsalo. Así es como te estamos hablando ahora mismo.
«Dónde coño estoy —envié—. Y qué me ha pasado».
—Estás en el Centro Médico de Brenneman, sobre Fénix —dijo la voz—. La mejor atención del universo. En cuidados intensivos. Soy el doctor Fiorina, y llevo cuidándote desde que llegaste. En cuanto a lo que te ha pasado, bueno, veamos. Primero, ahora estás en buena forma. Así que no te preocupes. Una vez dicho eso, perdiste la mandíbula, la lengua, la mayor parte de la mejilla derecha y la oreja. Tu pierna derecha se desgajó a la altura del fémur; la izquierda sufrió múltiples fracturas y tu pie izquierdo perdió tres dedos y el talón…, creemos que fueron devorados. La buena noticia es que tu espina dorsal se rompió por debajo de la caja torácica, así que probablemente no sentiste mucho. Hablando de costillas, se te rompieron seis, una de las cuales perforó tu vejiga, y sufriste una hemorragia interna general. Por no mencionar un puñado de infecciones generales y específicas por haber tenido las heridas abiertas durante días.
«Creí que estaba muerto —envié—. O muriéndome, al menos…»
—Como ya no corres riesgo de morirte, creo que podemos decirte que según todos los datos, deberías estar muerto —dijo el doctor Fiorina—. Si fueras un humano sin modificar, lo estarías. Da las gracias a tu SangreSabia por mantenerte vivo: se coaguló antes de que pudieras desangrarte y mantuvo tus infecciones a raya. Estuviste a esto, eso sí. Si no te hubieran encontrado, probablemente habrías muerto al poco rato. Cuando te llevaron a la Gavilán te metieron en un tubo de urgencias para traerte aquí. No pudieron hacer mucho por ti en la nave. Necesitabas cuidados especializados.
«Vi a mi esposa —envié—. Fue ella la que me rescató…»
—¿Tu esposa es soldado?
«Lleva años muerta…»
—Oh —dijo el doctor Fiorina—. Bueno, estabas muy mal. Las alucinaciones no son extrañas en ese estado. El túnel brillante, los parientes muertos y todo lo demás. Escucha, cabo, tu cuerpo aún necesita un montón de trabajo, y es más fácil hacerlo si estás dormido. No tienes que hacer más que flotar. Voy a volver a ponerte en modulo sueño durante un rato. La próxima vez que despiertes, estarás fuera del baño, y habrás recuperado suficiente mandíbula como para mantener una conversación real. ¿De acuerdo?
«¿Qué le pasó a mi escuadrón? —envié—. Nos estrellamos…»
—Ahora duerme —dijo el doctor—. Podremos seguir hablando cuando salgas del baño.
Empecé a elaborar una respuesta verdaderamente irritada pero me asaltó una oleada de fatiga. Perdí el conocimiento antes de poder pensar lo rápidamente que lo estaba perdiendo.
* * *
—Eh, mirad quién ha vuelto —dijo una voz nueva—. El hombre demasiado idiota para morir.
Esta vez no estaba flotando en una tina de moco. Miré y distinguí de dónde venía la voz.
—Harry —articulé lo mejor que pude a través de una mandíbula inmóvil.
—El mismo —contestó él, haciendo una leve reverencia.
—Lamento no poder levantarme —murmuré—. Estoy un poco jodido.
—«Un poco jodido», dice —se burló Harry, poniendo los ojos en blanco—. Cristo en patinete. En tu cuerpo faltaban más cosas que las que había, John. Lo sé. Los vi sacar lo que quedaba de ti de Coral. Cuando me dijeron que todavía estabas vivo, se me cayó la mandíbula al suelo.
—Muy gracioso.
—Lo siento —se disculpó Harry—. No lo he dicho con doble intención. Pero la verdad estabas casi irreconocible, John. Hecho una mierda. No te lo tomes a mal, pero recé para que te murieras. No podía imaginar que pudieran recomponerte así.
—Me alegro de haberte decepcionado.
—Me alegro de haberme decepcionado —dijo él, y entonces alguien más entró en la habitación.
—Jesse —saludé.
Ella rodeó la cama y me dio un beso en la mejilla.
—Bienvenido a la tierra de los vivos, John —dijo, y dio un paso atrás—. Míranos, otra vez juntos. Los tres mosqueteros.
—Dos mosqueteros y medio, por lo menos —puntualicé yo.
—No seas morboso. El doctor Fiorina dice que vas a recuperarte del todo. Tu mandíbula debería estar completamente bien mañana, y la pierna dentro de un par de días más. Estarás por ahí dando saltos en un santiamén.
Extendí la mano y me palpé la pierna derecha. Todavía estaba allí, o al menos lo que quedaba de ella. Retiré las sábanas para echar un vistazo y sí, allí estaba: mi pierna. Más o menos. Justo por debajo de la rodilla, había un bulto verde. Por encima del bulto, mi pierna parecía mi pierna; por debajo, parecía una prótesis.
Sabía lo que estaba pasando. Un miembro de mi escuadrón había perdido la pierna en una batalla y la habían recreado de la misma forma. Adjuntaban un miembro falso rico en nutrientes en el punto de amputación, y luego inyectaban un chorro de nano-robots en la zona de mezcla. Usando tu propio ADN como guía, los nano-robots convertían los nutrientes y materias primas del miembro falso en carne y hueso, conectándose con músculos, nervios, y venas ya existentes. El anillo de nano-robots se movía lentamente por el falso miembro hasta convertirlo en hueso y tejido muscular; cuando terminaban, migraban a través de la corriente sanguínea a los intestinos y los expulsabas.
No muy delicado, pero era una buena solución: no había ninguna intervención quirúrgica, ni había que esperar a crear partes clonadas, ni molestas partes artificiales pegadas a tu cuerpo. Y sólo hacían falta un par de semanas, dependiendo del tamaño de la amputación, para recuperar el miembro. Así era como me habían devuelto la mandíbula y, presumiblemente, el talón y los dedos del pie izquierdo, que ahora estaban allí sanos y salvos.
—¿Cuánto tiempo llevo aquí? —pregunté.
—En esta habitación, un día —contestó Jesse—. Y en la tina una semana.
—Tardamos cuatro días en llegar aquí, y durante ese tiempo estuviste en un tubo, ¿lo sabías? —preguntó Harry. Yo asentí—. Y pasaron un par de días hasta que te encontraron en Coral. Así que has estado fuera de combate más o menos dos semanas.
Los miré a ambos.
—Me alegro de veros —dije—. No me interpretéis mal. Pero ¿por qué estáis aquí? ¿Por qué no estáis en la Hampton Roads?
—La Hampton Roads fue destruida, John —respondió Jesse—. Nos alcanzaron justo cuando salíamos del salto. Nuestra lanzadera a duras penas logró salir de la bodega y dañó sus motores al hacerlo. Fuimos los únicos. Pasamos a la deriva casi un día y medio antes de que la Gavilán nos encontrara. Estuvimos a punto de morir de asfixia.
Recordé haber visto una nave raey disparar contra un crucero cuando éste aparecía; me pregunté si habría sido la Hampton Roads.
—¿Qué pasó con la Modesto? —pregunté—. ¿Lo sabéis?
Jesse y Harry se miraron uno al otro.
—La Modesto cayó también —contestó Harry por fin—. John, murieron todos. Fue una masacre.
—No pueden haber muerto todos. Has dicho que a vosotros os recogió la Gavilán. Y también vinieron a por mí.
—La Gavilán llegó más tarde, después de la primera oleada —dijo Harry—. Saltó lejos del planeta. Fuera lo que fuese que usaron los raey para detectar nuestras naves, no lo hicieron con ella, aunque reaccionaron después de que la Gavilán se estacionara sobre el lugar donde caíste. Estuvo cerca.
—¿Cuántos supervivientes? —pregunté.
—Tú fuiste el único de la Modesto —dijo Jesse.
—Otras lanzaderas escaparon.
—Todas fueron abatidas. Los raey dispararon contra todo lo que era más grande que una caja de zapatos. El único motivo por el que nuestra lanzadera sobrevivió fue porque nuestros motores ya estaban muertos. Probablemente no quisieron malgastar el misil.
—¿Cuántos supervivientes en total? —pregunté—. No puedo ser sólo yo y vuestra lanzadera.
Jesse y Harry guardaron silencio.
—No es posible —dije.
—Fue una emboscada, John —contestó Harry—. Cada nave que aparecía era alcanzada en cuanto llegaba al espacio de Coral. No sabemos cómo lo hicieron, pero lo hicieron, y siguieron cargándose cada lanzadera que pudieron encontrar. Por eso la Gavilán nos puso a todos en peligro para encontrarte: porque aparte de nosotros, tú eres el único superviviente. Tu lanzadera es la única que logró llegar al planeta. Te encontraron siguiendo la señal de baliza. Vuestra piloto la conectó antes de estrellarse.
Recordé a Fiona. Y a Alan.
—¿Cuántos hemos perdido? —pregunté.
—Sesenta y dos cruceros de batalla con sus tripulaciones completas —respondió Jesse—. Noventa y cinco mil personas. Más o menos.
—Tengo ganas de vomitar —dije.
—Lo que se llama una buena metedura de pata a la antigua usanza —prosiguió Harry—. De eso no cabe ninguna duda. Por eso seguimos aquí. No tenemos otro sitio adonde ir.
—Bueno, eso y porque siguen interrogándonos —añadió Jesse—. Como si supiéramos algo. Ya estábamos dentro de nuestra lanzadera cuando nos alcanzaron.
—Se morían de ganas de que te recuperaras lo suficiente como para hablar —me dijo Harry—. Sospecho que muy pronto recibirás una visita de los investigadores de las FDC.
—¿Cómo son? —pregunté.
—No tienen sentido del humor —respondió Harry.
* * *
—Nos perdonará si no estamos de humor para chistes, cabo Perry —dijo el teniente coronel Newman—. Cuando se pierden sesenta naves y cien mil hombres, no te quedan muchas ganas de reír.
Lo único que yo había hecho había sido responder «hecho trizas» cuando Newman me preguntó cómo me encontraba. Pensaba que un reconocimiento levemente irónico de mi estado físico no estaba del todo fuera de lugar.
Supongo que me equivoqué.
—Lo siento —dije—. Aunque no estaba bromeando. Como puede que sepa, dejé una porción bastante significativa de mi cuerpo en Coral.
—Por cierto, ¿cómo llegó a Coral? —preguntó el mayor Javna, mi otro interrogador.
—Recuerdo haber subido a una lanzadera —contesté—, aunque la última parte la hice yo solo.
Javna miró a Newman, como diciendo: «Otra vez con los chistes».
—Cabo, en su informe sobre el incidente, menciona que le dio a la piloto de su lanzadera permiso para volar las puertas de la bodega de la Modesto.
—Así es —dije. Había rellenado el informe la noche anterior, poco después de la visita de Harry y Jesse.
—¿Bajo la autoridad de quién dio usted esa orden?
—De la mía propia —respondí—. La Modesto estaba siendo atacada con misiles. Calculé que un poco de iniciativa individual en ese momento no sería mala cosa.
—¿Es consciente de cuántas lanzaderas despegaron de toda la flota en Coral?
—No —dije—. Aunque parece que fueron muy pocas.
—Menos de cien, incluidas las siete de la Modesto —me informó Newman.
—¿Y sabe cuántas consiguieron llegar a la superficie de Coral? —inquirió Javna.
—Tengo entendido que sólo la mía llegó tan lejos.
—Así es —dijo Javna.
—¿Y?
—Pues que parece que fue muy afortunado por su parte ordenar que volaran las puertas justo a tiempo de sacar su lanzadera para llegar vivo a la superficie —respondió Newman.
Miré a Newman sin pestañear.
—¿Sospecha usted algo de mí, señor? —pregunté.
—Tiene que admitir que es una interesante serie de coincidencias —intervino Javna.
—Y una mierda —contesté—. Di la orden después de que la Modesto fuera alcanzada. Mi piloto tuvo la habilidad y la entereza como para llevarnos a Coral y acercarnos lo suficiente a tierra; sólo por eso pude sobrevivir. Y, si lo recuerda, lo hice por los pelos: la mayor parte de mi cuerpo quedó desparramado por una zona del tamaño de Rhode Island. Lo único afortunado fue que me encontraran antes de morir. Todo lo demás fue habilidad o inteligencia, o bien mía o bien de mi piloto. Discúlpeme si nos entrenaron bien, señor.
Javna y Newman se miraron el uno al otro.
—Sólo seguimos la línea de interrogatorio habitual —explicó Newman mansamente.
—Cristo. Piénselo. Si realmente hubiera planeado traicionar a las FDC, lo habría hecho de un modo que no implicara tener que arrancarme la jodida mandíbula. —Supuse que en mi estado podía gritarle a un oficial superior sin consecuencias.
Tenía razón.
—Continuemos —dijo Newman.
—Adelante.
—Mencionó que vio un crucero de batalla raey disparar contra un crucero de las FDC cuando éste saltaba al espacio de Coral.
—Correcto.
—Es interesante que consiguiera verlo —dijo Javna. Suspiré.
—¿Va a ser así todo el interrogatorio? —dije—. Avanzaremos mucho más rápido si no intenta que en cada pregunta admita que soy un espía.
—Cabo, el ataque con los misiles —dijo Newman—. ¿Recuerda si los misiles fueron lanzados antes o después de que la nave de las FDC saltara al espacio de Coral?
—Creo que fueron lanzados antes —contesté—. Al menos eso me pareció. Sabían dónde y cuándo iba a aparecer esa nave.
—¿Cómo cree que eso sea posible? —preguntó Javna.
—No lo sé. Ni siquiera sabía cómo funciona la impulsión de salto un día antes del ataque. Sabiendo lo que sé, no me parece posible que se pueda conocer de antemano que una nave viene de camino.
—¿Qué quiere decir con eso de «sabiendo lo que sé»? —inquirió Newman.
—Alan, otro jefe de escuadrón —no quise decir que era un amigo, porque sospechaba que pensarían que era sospechoso—, dijo que la impulsión de salto funciona transfiriendo una nave a otro universo igual que el que dejamos atrás, y que tanto su aparición como su desaparición son fenómenos improbables. Si ése es el caso, no creo que se pueda saber cuándo y dónde va a aparecer una nave. Tan sólo lo hacen.
—Entonces ¿qué cree que sucedió en esta ocasión? —preguntó Javna.
—¿A qué se refiere?
—Como ha dicho, no debería haber ningún modo de saber que una nave está saltando —explicó Javna—. El único modo en que podemos explicar esta emboscada, es que alguien les diera el soplo a los raey.
—Volviendo a eso —dije—. Mire, aun suponiendo la existencia de un traidor, ¿cómo lo hizo? Aunque de algún modo consiguiera comunicar a los raey que una flota iba de camino, es imposible que pudiera haber sabido dónde iba a aparecer cada nave en el espacio de Coral: recuerde que los raey nos estaban esperando. Nos alcanzaron mientras saltábamos al espacio de Coral.
—Entonces, una vez más —insistió Javna—. ¿Qué cree que sucedió en esta ocasión?
Me encogí de hombros.
—Tal vez saltar no sea tan improbable como creíamos que era —dije.
* * *
—No te preocupes demasiado por el interrogatorio —me aconsejó Harry, ofreciéndome un vaso de zumo de fruta que había cogido para mí en la cantina del centro médico—. A nosotros nos dieron el mismo tratamiento de «es sospechoso que sobrevivieras».
—¿Cómo reaccionaste?
—Demonios, tuve que darles la razón —dijo Harry—. Es jodidamente sospechoso. Lo curioso es que no creo que tampoco les hiciera gracia esa respuesta. Pero en el fondo no se les puede reprochar. Las colonias se sienten como si acabaran de quitarles el suelo de debajo de los pies. Si no averiguamos qué pasó en Coral, tendremos problemas.
—Bueno, ahí va una pregunta interesante —anuncié—. ¿Qué crees que sucedió?
—No lo sé. Tal vez saltar no sea tan improbable como pensábamos. —Bebió su propio zumo.
—Qué curioso, es lo mismo que dije yo.
—Sí, pero yo lo decía con conocimiento de causa —replicó Harry—. No tengo el nivel de física teórica de Alan, que Dios lo tenga en su gloria, pero todo el modelo teórico sobre el que basamos nuestra comprensión del salto tiene que estar equivocado de alguna manera. Obviamente, los raey tienen un modo para predecir, con un alto grado de precisión, dónde van a aparecer nuestras naves. ¿Cómo lo hacen?
—No creo que se pueda —dije yo.
—Exactamente. Pero lo hacen. Así que resulta obvio que nuestro modelo de cómo funciona el salto está equivocado. La teoría sale volando por la ventana cuando la observación demuestra lo contrario. La cuestión ahora es qué está pasando realmente.
—¿Alguna idea?
—Un par, aunque en realidad no es mi campo —dijo Harry—. No tengo el nivel de matemáticas suficiente para comprenderlo.
Me eché a reír.
—¿Sabes?, Alan me dijo algo muy parecido no hace mucho.
Harry sonrió, y alzó su vaso.
—Por Alan —brindó.
—Por Alan —repetí yo—. Y por todos nuestros amigos ausentes.
—Amén —dijo Harry, y bebimos.
—Harry, dijiste que estabas presente cuando me subieron a bordo de la Gavilán.
—Así es. Estabas hecho un asco. Y no es por ofender.
—No te apures —lo tranquilicé—. ¿Recuerdas algo del escuadrón que me trajo?
—Un poco. Pero no demasiado. Nos mantuvieron aislados del resto de la nave durante la mayor parte del viaje. Te vi en la enfermería cuando te llevaron allí. Nos estaban reconociendo.
—¿Había una mujer en mi partida de rescate?
—Sí —respondió Harry—. Alta. Pelo castaño. Es todo lo que recuerdo ahora mismo. Para ser sinceros, te estaba prestando más atención a ti que a quien te trajo. A ti te conocía. A ellos no. ¿Por qué?
—Harry, una de las personas que me rescató era mi esposa. Estaría dispuesto a jurarlo.
—Creía que tu esposa estaba muerta.
—Mi esposa está muerta —confirmé—. Pero era ella. No era Kathy tal como era cuando estábamos casados, era una soldado de las FDC, con piel verde y todo eso.
Harry pareció dubitativo.
—Probablemente estabas alucinando, John.
—Sí, pero si estaba alucinando, ¿por qué alucinaba con Kathy como soldado de las FDC? ¿Por qué no recordarla tal como era?
—No sé —contestó Harry—. Las alucinaciones, por definición, no son reales. No es que sigan unas reglas. No hay ningún motivo para que no puedas haber alucinado con tu esposa muerta siendo FDC.
—Harry, sé que parece una locura, pero vi a mi esposa. Puede que estuviera hecho trizas, pero mi cerebro funcionaba bien. Sé lo que vi.
Harry permaneció allí sentado en silencio unos instantes.
—Mi escuadrón pasó unos cuantos días en la Gavilán, ya sabes. Nos metieron en una sala de reconocimiento sin ningún otro sitio al que ir y nada que hacer: ni siquiera nos permitieron acceder a los servidores de entretenimiento de la nave. Hasta nos tenían que escoltar al cuarto de baño. Así que Jesse y yo hablamos de la tripulación de la nave, y sobre los soldados de las fuerzas especiales. Y ahora viene lo interesante: ninguno de nosotros conocía a nadie que hubiera ingresado en las fuerzas especiales desde la tropa. En sí mismo, eso no significa nada. La mayoría de nosotros todavía estamos en el primer par de años de servicio. Pero es interesante.
—Tal vez haya que estar en el servicio mucho tiempo —sugerí.
—Tal vez —contestó Harry—. Pero tal vez sea otra cosa. Los llaman las «Brigadas Fantasma» después de todo. —Dio otro sorbo a su zumo y lo dejó junto a mi mesilla de noche—. Creo que voy a investigar un poco. Si no regreso, venga mi muerte.
—Haré lo que pueda, dadas las circunstancias.
—Gracias —dijo Harry, sonriendo—. Y mira a ver qué puedes averiguar tú también. Te quedan por delante al menos otras dos sesiones de interrogatorio. Trata de interrogarlos tú también.
* * *
—¿Qué pasa con la Gavilán? —preguntó el mayor Javna en nuestra siguiente sesión de interrogatorio.
—Me gustaría enviarles un mensaje —dije—. Quiero darles las gracias por haberme salvado la vida.
—No es necesario —concluyó el teniente coronel Newman.
—Lo sé, pero es un detalle de educación. Cuando alguien impide que unos bichos del bosque te devoren los dedos de los pies, lo menos que puedes hacer es enviarles una nota. De hecho, me gustaría enviarles la nota directamente a los tipos que me encontraron. ¿Cómo lo hago?
—No puede —dijo Javna.
—¿Por qué no? —pregunté, inocentemente.
—La Gavilán es una nave de las fuerzas especiales —explicó Newman—. Van por libre. Las comunicaciones entre las naves de las fuerzas especiales y el resto de la flota son limitadas.
—Bueno, eso no parece muy justo —dije—. Llevo en el servicio más de un año, y nunca he tenido problemas para hacer llegar mi correo a mis amigos en otras naves. Cabría pensar que incluso los soldados de las fuerzas especiales querrían saber de sus amigos en el universo exterior.
Newman y Javna se miraron entre sí.
—Nos estamos desviando del tema —dijo Newman.
—Lo único que quiero es enviar una nota —insistí yo.
—Lo pensaremos —respondió Javna, con un tono que decía «Ni hablar». Suspiré y entonces les expliqué, por enésima vez, por qué di permiso para volar las puertas de la bodega de la Modesto.
* * *
—¿Qué tal la mandíbula? —preguntó el doctor Fiorina.
—Plenamente funcional y dispuesta a masticar algo —respondí—. No es que no me guste la sopa con pajita, pero después de un tiempo se vuelve monótono.
—Te comprendo —dijo Fiorina—. Ahora veamos esa pierna.
Retiré las sábanas y le dejé echar un vistazo; el anillo llegaba ahora hasta media pantorrilla.
—Excelente —dijo él—. Quiero que empieces a caminar con eso. La porción no procesada soportará tu peso, y será bueno darle a la pierna un poco de ejercicio. Te prestaré un bastón para que lo uses durante un par de días. Veo que han venido a visitarte unos amigos. ¿Por qué no les pides que te lleven a almorzar o algo?
—No tiene que decírmelo dos veces —respondí yo y flexioné un poco la pierna—. Como nueva.
—Mejor aún —dijo Fiorina—. Hemos hecho unas cuantas mejoras en la estructura corporal de los soldados de las FDC desde que te alistaste. Han sido incorporadas a la pierna; el resto de tu cuerpo sentirá también los beneficios.
—Me pregunto por qué las FDC no llegan hasta el final —dije—. Y sustituyen el cuerpo con algo diseñado totalmente para la guerra.
Fiorina alzó la cabeza de su libreta de datos.
—Tienes piel verde, ojos de gato y un ordenador en el cráneo —dijo—. ¿Quieres ser menos humano todavía?
—Buen argumento.
—Desde luego —convino Fiorina—. Le pediré a un ordenanza que traiga un bastón. —Pulsó su libreta para enviar la orden.
—Eh, doctor —pregunté—. ¿Ha tratado a alguien más que viniera en la Gavilán?
—No. La verdad, cabo, es que lo tuyo ya ha sido un desafío suficiente.
—¿Nadie de la tripulación de la Gavilán?
Fiorina sonrió.
—Oh, no. Ellos son de las fuerzas especiales.
—¿Y?
—Digamos que tienen necesidades especiales —respondió Fiorina, y entonces llegó el ordenanza con mi bastón.
* * *
—¿Sabes qué se puede averiguar sobre las Brigadas Fantasma? Oficialmente, me refiero —dijo Harry.
—Supongo que no mucho —contesté.
—No mucho es una exageración —dijo Harry—. No se puede averiguar nada de nada.
Harry, Jesse y yo estábamos almorzando en una de las cantinas de la estación de Fénix. Para mi primera salida, sugerí que fuéramos lo más lejos posible de las instalaciones médicas. Aquella cantina en concreto estaba al otro lado de la base. La vista no era nada especial (daba a un pequeño astillero), pero era conocida por sus hamburguesas, y la reputación era justificada: el cocinero, en su vida anterior, había fundado una cadena de restaurantes especializados en hamburguesas. Para ser literalmente un agujero en la pared, estaba siempre lleno. Pero mi hamburguesa y la de Harry se enfriaban mientras hablábamos de las Brigadas Fantasma.
—Le pedí a Javna y Newman poder mandar una nota a la Gavilán y me dieron largas.
—No me sorprende —dijo Harry—. Oficialmente, la Gavilán existe, pero es todo lo que se puede averiguar. No hay datos sobre su tripulación, su tamaño, su armamento o su situación. Esa información no existe. Haz una investigación sobre fuerzas especiales o Brigadas Fantasma en la base de datos de las FDC y tampoco encontrarás nada.
—Así que no tenéis nada —resumió Jesse.
—Oh, yo no diría eso —contestó Harry, y sonrió—. No se puede encontrar nada oficialmente, pero extraoficialmente hay un montón de cosas.
—¿Y cómo te las apañas para conseguir información extraoficialmente? —preguntó Jesse.
—Bueno, ya sabes. Mi chispeante personalidad hace maravillas.
—Por favor —dijo Jesse—. Estoy comiendo. Que es más de lo que podéis decir vosotros dos.
—Entonces ¿qué averiguaste? —pregunté, y le di un bocado a mi hamburguesa. Estaba fabulosa.
—Ten en cuenta que todo son rumores e insinuaciones —me advirtió Harry.
—Lo cual significa que, probablemente, será más acertado que lo que podríamos conseguir oficialmente.
—Es posible —concedió Harry—. La gran noticia es que existe un motivo por el que se llaman Brigadas Fantasma. No es una designación oficial, ¿sabes? Es un apodo. El rumor, que he oído en más de un sitio, es que los miembros de las fuerzas especiales son muertos.
—¿Disculpa? —pregunté sorprendido. Jesse dejó de comer su hamburguesa.
—No muertos de verdad, per se —dijo Harry—. No son zombies. Pero hay mucha gente que firma para alistarse en las FDC que mueren antes de cumplir los setenta y cinco años. Cuando eso sucede, al parecer las FDC no se deshacen de tu ADN, sino que lo usan para crear miembros de las fuerzas especiales.
Algo me vino a la memoria.
—Jesse, ¿te acuerdas de cuando murió Leon Deak? ¿Lo que dijo el enfermero? «Un voluntario de última hora para las Brigadas Fantasma». Creí que era una especie de chiste sin gracia.
—¿Cómo pueden hacer eso? —preguntó Jesse—. No es ético.
—¿No? —ironizó Harry—. Cuando haces tu petición para enrolarte, le das a las FDC derecho a usar los procedimientos necesarios para ampliar tu capacidad de combate, y no puedes combatir bien si estás muerto. Está en el contrato. Si no es ético, al menos es legal.
—Sí, pero hay una diferencia entre usar mi ADN para crear un cuerpo nuevo que yo use, y usar el cuerpo nuevo sin que yo esté dentro —dijo Jesse.
—Detalles, detalles.
—No me gusta la idea de que mi cuerpo vaya por ahí por su cuenta —insistió ella—. Creo que no está bien que las FDC hagan eso.
—Bueno, no es eso lo que hacen —dijo Harry—. Sabes que todos estos cuerpos nuevos están profundamente modificados a nivel genético. Bueno, pues al parecer los cuerpos de las fuerzas especiales están aún más modificados que los nuestros. Los soldados de las fuerzas especiales son conejillos de Indias para nuevas mejoras y capacidades antes de que sean introducidas para la población general. Y hay rumores de que algunas de esas modificaciones son verdaderamente radicales… Cuerpos modificados hasta el punto de que ya no parecen humanos.
—Mi médico dijo algo de que las fuerzas especiales tenían necesidades especiales —dije yo—. Pero incluso concediendo que tuviera alucinaciones, la gente que me rescató parecía bastante humana.
—Y nosotros no vimos ningún mutante ni ninguna rareza en la Gavilán —convino Jesse.
—Tampoco pudimos hacer un recorrido completo por la nave —recalcó Harry—. Nos dejaron en una parte y nos aislaron de todo lo demás. Vimos la enfermería y la zona de recuperación, y eso fue todo.
—La gente ve a las fuerzas especiales entrar en combate y andar por ahí continuamente —dijo Jesse.
—Pues claro que sí —respondió Harry—. Pero eso no quiere decir que los vean a todos.
—Tu paranoia está en marcha otra vez, cariño —advirtió Jesse, y le dio a Harry una patata frita.
—Gracias, preciosa —dijo él, aceptándola—. Pero incluso descartando el rumor sobre fuerzas especiales supermodificadas, sigue habiendo cosas de sobra que justifican que John viera a su esposa. Aunque en realidad no es Kathy. Sólo alguien que usa su cuerpo.
—¿Quién? —pregunté.
—Bueno, ésa es la cuestión, ¿no? Tu esposa está muerta, así que no pudieron poner su personalidad en el cuerpo. O bien tienen una especie de personalidad preformateada que meten en los soldados de las fuerzas especiales…
—… o algún otro pasó de un cuerpo viejo a un cuerpo nuevo —acabé yo.
Jesse se estremeció.
—Lo siento, John. Pero da escalofríos.
—¿John? ¿Estás bien? —se preocupó Harry.
—¿Qué? Sí, estoy bien —contesté—. Es que son demasiadas cosas con las que tratar al mismo tiempo. La idea de que mi esposa pudiera estar viva… pero no realmente, y que alguien que no es ella vaya por ahí metida en su piel. Creo que casi prefería haber tenido una alucinación.
Miré a Harry y Jesse. Ambos se habían quedado paralizados.
—¿Chicos? —dije.
—Hablando del rey de Roma —soltó Harry.
—¿Qué?
—John —me advirtió Jesse—, está en la cola de las hamburguesas.
Me di media vuelta, derribando mi plato al hacerlo. Entonces sentí como si me lanzaran directamente a una tina de hielo.
—Santo cielo —exclamé.
Era ella. No había ninguna duda.