Capítulo 9

No hay ni diez personas en el mundo que al morir pudieran estropearme la cena, pero hay una o dos cuya muerte me partiría el corazón.

Thomas Babington Macauly,

Carta a Ana M. Macauly,

31 de julio, 1833.

Los detectores de masa no merecían confianza ciega; aunque sirvieran para avisar a una nave a punto de materializarse, por ejemplo, en un planeta, no constituían una gran garantía. La intranquilidad era compañera habitual del salto de vuelta del hiperespacio.

En consecuencia, las superluminares eran más dadas, e incluso así lo requería la ley, a materializarse en el espacio profundo. Las naves que iban camino de la Tierra completaban sus saltos fuera de la órbita de Marte, para pasar entonces varios días completando el viaje hasta su destino.

Pero Hutch no estaba para esos lujos si quería alcanzar las inmediaciones del Cóndor en un tiempo razonable. Así, trazó una circunferencia de medio millón de kilómetros de radio alrededor del planeta y su luna, y dio instrucciones a Bill de administrar la trayectoria.

Era tan difícil que pudiera producirse una catástrofe que no informó al respecto a sus pasajeros. Aprovechó la presencia de la estrella de neutrones para adquirir aceleración más rápidamente de lo que hubiera podido esperar, y así el Memphis logró el salto al hiperespacio transcurridos menos de cuarenta minutos después de la última llamada del Predicador.

En todo ese tiempo, el Cóndor se había mantenido en silencio.

Tras enviar un mensaje a Avanzada, y después que desde allí le asegurasen que no había nadie más próximo que el propio Memphis, Hutch se recluyó en sus dependencias. Para entonces, las primeras horas de la mañana, ya visitaban la nave. La capitana se desenfundó el mono, se metió en la cama y apagó las luces.

Sin embargo, se quedó despierta, con los ojos abiertos en la oscuridad, sin poder perder de vista la cara del Predicador.

Las superluminares no solían sufrir accidentes. No había habido más de un par de casos de motores fuera de control y funcionamientos erróneos de inteligencias artificiales. Éste último caso se pensaba había sido el causante de la pérdida del Venture, que se había disipado en la nada, en pleno hiperespacio, en los albores de la era interestelar. El caso del Hanover había sido distinto; se había volatilizado después que sus sistemas de alerta, inexplicablemente, no hubieran avisado de la presencia de un obstáculo rocoso en su camino. Había habido un par de ejemplos más, pero contrastando las cifras del número de vuelos y las distancias recorridas y comparándolas con los percances, las probabilidades de sufrir un accidente fatal eran ínfimas.

Cualquiera que hubiera sido el problema del Cóndor, su tripulación disponía de la lanzadera de a bordo. Estarían algo apretados, pero bastaría para mantenerlos con vida el par de días que Hutch necesitaba para llegar a la zona.

Viajaron toda la tarde y también a lo largo de la madrugada. A las seis de la mañana las luces de las habitaciones ganaron intensidad, señalando la llegada del nuevo día. Todos se levantaron temprano para el desayuno, y cada uno preguntó al entrar al salón si había llegado alguna noticia durante la noche. ¿Se había encontrado Hutch alguna vez en una situación semejante?

No. Su experiencia le decía que las naves no se desvanecían, y que únicamente perdían la comunicación cuando su equipo se estropeaba, o si se metían en una tormenta de radiación.

—Aquél satélite era una bomba trampa —sugirió Nick.

Parecía que esa era la idea que todos tenían en la cabeza. Hutch había reparado también en esa misma posibilidad, por supuesto, pero no le encontraba sentido. ¿Quién querría fabricar algo así?

—Pura malevolencia —apuntó George—. Tendemos a asumir que aquel con quien vayamos a encontramos aquí fuera va a ser razonable. Y podría ser una idea equivocada.

Hutch siempre había tenido en mente que el razonamiento debía ser una de las exigencias necesarias para construir una nave interestelar. No había bárbaros en el espacio. Los salvajes no encajaban en la plantilla de los viajeros espaciales. Quizá estaba equivocada.

Con todo, la evidencia hasta el momento apoyaba esa interpretación. Los hacedores de monumentos, perdidos hace mucho en el tiempo, habían intentado escudar al menos a dos culturas primitivas de los nocivos efectos de las nubes omega. Y una raza de halcones había hecho todo lo que estaba a su alcance, un par de miles de años atrás, para auxiliar a la poco desarrollada civilización de Maleiva III frente a una era glacial inducida por una atmósfera nublada.

La tripulación ya había acabado su desayuno y seguía sentada, preocupada, asustada, empezando a desear no haberse embarcado en aquella misión. En ese momento, Bill anunció la llegada de un mensaje procedente de Avanzada.

Se trataba de Jerry Hooper, que había estado dirigiendo operaciones en aquel lugar desde que a Hutch le alcanzaba la memoria. Era sumamente serio, nunca sonreía, y parecía como si nunca en su vida se lo hubiera pasado bien. Pero era un excelente profesional.

Hutch —dijo—, nosotros tampoco conseguimos contactar con el Cóndor. No hemos recibido su informe rutinario de movimientos previstos. Estamos preparando un operativo de rescate. Entretanto, en este mismo momento estamos enviando a Bill la aproximación más cercana que tenemos de su última posición. Ya hemos informado a la Academia. Por favor, manteneos en contacto, y sed cautelosos hasta que podamos determinar lo sucedido.

—¿Ellos tampoco han tenido noticias? —preguntó Alyx.

—Aparentemente no más que nosotros.

—¿Y la IA no debería haber mandado una llamada de socorro?

—De haber podido… —dijo Hutch.

La capitana intentaba tranquilizarlos. Fuera cual fuera el problema, sus amigos contaban con el mejor capitán posible. No podían estar en mejores manos. De hecho, todos habían oído hablar de Brawley. Incluso Alyx, que afirmaba haber estado considerando la idea de adaptar a los escenarios alguna de sus hazañas.

Hutch veía cómo arrugaba los ojos, y vio que tenía en mente algo más, que no decía y que la preocupaba.

—Si estuvieran en la lanzadera —preguntó—, ¿no se habrían puesto en contacto con nosotros para decírnoslo?

—La lanzadera no dispone de comunicador a larga distancia. Su equipamiento es limitado.

Al menos por el momento, todos parecieron algo aliviados.

• • •

La tripulación permaneció reunida en la sala de control de la misión, y el silencio que llegaba del Cóndor era la clara evidencia que nadie quería mencionar.

—Puede que aún estén ahí —dijo Herman finalmente.

—¿Quiénes están ahí?

—Quien fuera que construyera la base lunar. El que dispusiera esos satélites. Quizá el Cóndor fue asaltado por nativos.

—¿Tenemos armas? Lo digo por si acaso —preguntó Alyx.

—No —dijo Hutch.

—¿Nada que podamos utilizar para pelear si nos atacan? —inquirió Nick incrédulo.

George se aclaró la garganta.

—Nunca pensé que pudiéramos llegar a necesitar armas. No creo que nunca nadie antes hubiera llevado armas a bordo de una nave espacial —dijo mirando a Hutch, en busca de confirmación.

—Nunca antes ha habido nadie a quien combatir aquí fuera —respondió.

Herman bebía de un vaso de vino. Lo acabó, lo posó y miró a Hutch.

—Hasta ahora —dijo.

Nadie tenía apetito, y por eso todos se saltaron la comida. Atendiendo a una petición de George, Hutch pasó al panel principal la vista exterior. Lo hizo a regañadientes, pues en la visión estaba omnipresente una inquietante bruma. La propia nave se antojaba incapaz de avanzar a través de ella, y la oscuridad era inevitablemente ominosa, lúgubre y siniestra. Sin embargo, la capitana acabó accediendo, y todos se sentaron a ver la bruma pasar frente a sus ojos, como pensando que fueran en un velero a diez nudos. A lo largo de la tarde, la atmósfera en la nave se fue volviendo más fatalista. En tomo a las once, cuando la mayoría de los pasajeros solía empezar a separarse del grupo y encaminarse a la cama, todos estaban ya convencidos de que se habían quedado sin esperanza alguna.

Solo Nick se mostraba aún optimista.

—Estarán bien —dijo—. He leído cosas sobre este chico, Brawley.

Justo antes de la medianoche, Bill informó a la tripulación de que la nave estaba preparando ya el salto de salida del hiperespacio. Hutch dio órdenes a la tripulación de que se pusiera los cinturones, y subió al puente. Tor siguió sus pasos, pero se quedó dubitativo en la entrada.

—Pensé que querrías compañía. —La capitana le sonrió, y le indicó con la mano que tomara asiento en el sillón del copiloto.

Bill dio inició a una cuenta atrás de seis minutos.

—La hora de la verdad —dijo la capitana.

Seis luces verdes se alinearon en la consola. Cinco pasajeros y el copiloto ocupaban sus asientos correspondientes.

—¿Qué piensas tú? —preguntó Tor, calmado, como si al fin ella pudiera confesar sus pensamientos.

—Si consiguieron llegar a la lanzadera —dijo— estarán bien.

La voz de Pete se colaba por el intercomunicador: Dios, por favor

Todos los indicadores del panel de salto se tornaron de un luminoso color ambarino.

Tres minutos —dijo Bill.

Hutch desvió una cantidad extra de energía de la planta de fusión. Las luces del sistema se encendieron verdes. Los niveles de energía de los Hazeltines empezaron a subir. El indicador de masa estaba a cero.

—Yo no soy optimista —dijo Tor.

Entonces se encendió una luz roja. Había algo suelto en la sala de control de la misión.

Mi cuaderno de notas —informó George por el comunicador.

—¿Puedes recogerlo?

Lo estoy haciendo ahora.

Un minuto.

El impulso les hacía a todos flotar hacia el frente.

La luz roja se apagó. El panel indicaba que todo volvía a estar en su sitio.

Las luces de la nave bajaron de intensidad.

Los sistemas de navegación a velocidad sublumínica, que habían estado en modo de ahorro energético, volvieron a activarse. El reactor de fusión se preparó para suministrar la energía. Los sensores externos se encendieron. Los escudos se activaron.

Que haya suerte —dijo una voz.

Y entonces se deslizaron suavemente fuera de la oscuridad. Aparecieron las estrellas, y un pequeño sol floreció a babor. Junto a Hutch, Tor respiró profundamente.

—¿Estás bien? —preguntó ella.

—Un poco mareado.

—Siempre pasa. Cierra los ojos y deja que todo vuelva a su lugar.

—De acuerdo.

—Y no hagas ningún movimiento brusco. —Hutch ya estaba estudiando los paneles, en busca de cualquier señal radiofónica. Si el Predicador y su gente estaban en la lanzadera, estarían emitiendo.

—¿Detectas algo? —preguntó Tor.

—No. —A Hutch se le fue el alma al suelo—. Ni pío. —Los Hazeltines se apagaron—. Está bien, amigos —dijo Hutch—. Podéis levantaros. Por el momento todo estará en calma. —Se sirvió una taza de café, y puso otra para Tor—. Bill —dijo—, ¿dónde estamos?

Estoy en ello.

—¿Detectas algo?

Negativo. Los sensores están limpios.

No eran buenas noticias. Posó la taza de café sin probarla y se quedó mirándola.

Navegar a través de un nuevo sistema después de salir de un salto era siempre fuente de especulaciones. A una distancia de dieciséis años luz, las variaciones entre el destino deseado y el punto de llegada real podían ir a parar hasta las dos U. A. Además, estaba también la dificultad a la hora de dar con los planetas del sistema. Éstos, aparte del sol, solían ser los únicos cuerpos lo suficientemente fiables en los que basarse para establecer la posición de la nave. Por el momento, estaban perdidos.

Tengo una de las gigantes gaseosas —dijo Bill—. La estoy comparando con los informes recibidos desde Avanzada.

—Bill, apresúrate.

Hutch, la distancia del sol parece ser la correcta. Estamos cerca de la órbita de Refugio.

—¡Estupendo! —dijo Tor levantando un puño.

—No te emociones demasiado —dijo Hutch—. Podría ser justo al otro lado del sol.

—¿De veras crees eso?

—Es una posibilidad.

La tripulación empezó a hacer preguntas. ¿Tenían ya señales del Cóndor? ¿Cómo era que no pasaba nada?

—Vayamos ahí a hablar con ellos —dijo la capitana a Tor.

Al aparecer en la sala de control de la misión, todos volvieron hacia ella ojos temerosos.

—¿Realmente no sabemos dónde estamos? —preguntó George con delicadeza.

—Hace falta algo de tiempo —dijo—. Estamos haciendo todo lo que podemos.

Herman frunció el ceño.

—¿No podemos utilizar las estrellas para averiguar nuestra posición?

—Están demasiado lejos —explicó Hutch—. Su aspecto es bastante parecido desde un sistema u otro. —Todos la miraron como si los hubiera perdido en una oscura carretera comarcal—. No tenemos ningún mapa de este sistema —continuó diciendo—. Los planetas son quienes nos marcan el camino a seguir. Pero necesitamos algo de tiempo para encontrarlos.

Pete asintió.

—Es justo lo que les estaba diciendo —afirmó—. Ni siquiera conocemos la ubicación exacta de los planetas respecto a Refugio. O eso supongo —dijo mirando a Hutch.

—Es correcto, Pete —respondió ella—. Estamos intentando orientarnos. Tened paciencia. —Deseaba decir, No os preocupéis, si aún están vivos podremos llegar hasta ellos, pero tenía el presentimiento de que todo iba a ser en vano.

No fue hasta después de las tres del mediodía, cuando Bill anunció que al fin había concretado la posición del Memphis.

Estamos a nueva horas de allí —dijo. Todos los sensores apuntaron entonces a Refugio. La nave fijó un nuevo rumbo y empezó a acelerar.

• • •

Pasaron la noche en la sala de reuniones, soportando aceleraciones y deceleraciones periódicas conforme Bill variaba los suministros de combustible para conseguir la más rápida aproximación posible. Al mediodía, ya habían llegado a las proximidades de Refugio. Estaban todos cansados, exhaustos, deprimidos, desanimados. Existía la remota posibilidad de que el equipo del Cóndor fuera a la deriva a bordo de la lanzadera, con la radio inactiva, pero nadie confiaba en que pudiera ser así.

Hutch envió un nuevo informe a Avanzada, y se retiró al puente para aguardar la llegada de las malas noticias.

El Memphis se aproximaba por la cara oscura del planeta y de su sobredimensionada luna, de modo que lo primero que vieron sus tripulantes fueron las medias lunas a la luz del sol, y luego las brillantes atmósferas de ambos mundos.

—Bill, quiero una exploración a fondo —dijo. No había descartado la posibilidad de que hubiera presentes fuerzas hostiles. Una amenaza de una naturaleza tal era para ella un concepto absolutamente nuevo, uno al que nadie antes había hecho frente en los cuarenta y tantos años que habían transcurrido desde que los viajes en el hiperespacio se habían convertido en una realidad. Se le antojaba absurdo. Pero si había algo, su única defensa sería volar, y necesitaba al menos una hora para acelerar hasta la velocidad de salto—. Busca cualquier objeto no orbital.

¿Perdón?

—Todo lo que no se mueva siguiendo una órbita.

Entiendo el significado de las palabras. Pero esta es una zona planetaria. Siempre hay restos a la deriva.

—Maldita sea, Bill. Si ves que alguien viene a por nosotros, avísame.

Lo siento, Hutch. No era mi intención ofenderte.

—No te preocupes. No lo has hecho. Solo mantén los ojos abiertos. Todos.

Muy bien.

Pudo sentir, más que ver, cómo Bill se materializaba a su espalda, pero no dijo palabra alguna.

—Estoy bien —dijo—. Lo siento. —Qué tontería, disculparse ante un simple programa.

Hutch, todavía hay probabilidades de encontrarlos con vida.

—Lo sé.

La capitana vio crecer el mundo y su luna, hasta ocupar las pantallas al completo.

Presencia de varios satélites artificiales. No son satélites espía. Un estudio preliminar sugiere que son objetos primitivos.

—Ésa fue la conclusión de Matt. —Tuvo que hacer una pausa entre palabras para controlar su voz.

Todos los escáneres daban negativo. Ni rastro del Cóndor. Ni de atacantes. Ni de lanzadera repleta de supervivientes.

Lo siento. Desearía que hubiera algo que pudiera hacer.

—Lo sé, Bill. Gracias.

No te contengas.

Agitó la cabeza, intentó decir que estaba bien. Pero unas lágrimas le bajaron por las mejillas.

Lo superarás.

Un humano podría haber dicho "No será nada".

Hutch escuchó cómo alguien se acercaba a la puerta, y se recompuso justo para ver entrar a Tor.

—¿Seguimos sin tener nada? —preguntó.

La capitana, desconfiando de su voz, negó con la cabeza.

—Me había hecho a la idea de que no sería difícil encontrarlos.

—Solo si están intactos.

—Vaya —tartamudeó—. Debería de haberlo pensado.

—¿Qué hay del satélite furtivo? —preguntó Hutch a Bill—. ¿Conocemos su posición? Si damos con él, quizá podremos encontrar al Cóndor.

No será fácil seguir su pista. No olvides que es muy complicado de avistar.

—¿Y cómo lo encontró Matt entonces? —insistió.

Lo desconozco.

Tor se movía inquieto, sin saber si debía irse o quedarse. Hutch le hizo una señal para que se sentara. El accedió, manteniendo las distancias.

George entró un minuto más tarde.

—¿Hay ya alguna señal de ellos? —preguntó.

—Seguimos buscando.

Clavó sus ojos en una de las pantallas. Estaba llena de imágenes del terreno: agreste campiña, vegetación crecida. Los sensores de largo alcance alcanzaron a ver la línea de costa y unas ruinas que bordeaban un puerto de mar, como otro mal presagio.

Las ruinas quedaron atrás y la vista se adentró en el mar abierto.

Hutch —dijo la voz de Bill, una octava más baja de lo habitual—. Restos al frente.

Una extraña calma se apoderó de la capitana. Parecía como si hubiera abandonado su propio cuerpo y estuviera observando la escena desde lejos, a salvo.

—Pásalos a la pantalla.

Eran los restos de una nave espacial. Los restos de una estructura de circulación de aire y un panel de control anexo, no demasiado distinto de los que ella tenía en aquel mismo momento sobre su cabeza, a bordo del Memphis. Tenía unos seis metros de largo y estaba destrozado por ambos extremos. Chamuscado.

George preguntó qué era. Hutch estuvo a punto de responder "el Cóndor", pero se contuvo y le explicó. Le dijo que parecía haber tenido lugar una explosión.

Otros miembros de la tripulación entraban ya en el puente para mirar las pantallas. Eran Alyx, Pete y Nick.

Hay más. —Bill mostró la caja protectora de tecnología Hazeltine, un fragmento del cuerpo que daba cobijo a los motores de salto. Éste también mostraba señales de fuego y explosiones.

Y más.

Observando los restos, Hutch, con voz temblorosa envió un mensaje a Avanzada, informando que ya habían llegado al lugar establecido y que estaban encontrando restos de un siniestro.

—Enseguida os daremos detalles —dijo en tono solemne.

—Explotó —dijo Pete.

Todos esperaban las palabras de Hutch. Era la experta. Pero no tenía esperanza alguna para ellos.

—Sí —dijo—. Eso parece.

Alguien hipó y se sonó la nariz en un pañuelo.

—¿Cómo pudo suceder? —preguntó Nick. Miró a un lado y otro del puente—. Se supone que estos chismes son seguros, ¿no?

—Son seguros —respondió Hutch.

Un fragmento del casco.

Era de la sección delantera. Los Hazeltines, al otro lado, habían estado en popa. Aquello acababa de despejar dudas. La nave entera había estallado.

Hutch volvió la vista hacia Nick.

—Según creo, esto nunca había ocurrido antes. —Pero era posible. Ambos juegos de motores, ya fueran los Hazeltines o los de fusión, podían explotar ante algún descuido, o por mala suerte.

—Quizá fuera un meteorito —dijo Alyx—. O puede que chocaran con un satélite.

El siniestro sugiere una explosión interna —apuntó Bill.

Hutch asintió.

—Dispara una baliza señalizadora —dijo.

Ejecutando órdenes.

—¿Qué es eso? —preguntó Alyx.

—Enviamos fuera un señalizador radiofónico que pueda ser rastreado por quien quiera que pueda venir a investigar la posición.

Hay algo más —dijo Bill—. Aparentemente orgánico.

Hutch escuchó un lamento colectivo. Se olvidó de todo lo demás y centró su atención en los paneles.

—Chicos, será mejor que vayáis atrás a esperar y os pongáis los cinturones. Vamos a hacer algunas maniobras. Bill, acércanos. —Hutch se levantó de su asiento.

—¿Necesitas ayuda? —preguntó Nick.

El hombre perfecto para el trabajo.

—Sí, por favor.

• • •

Hutch y Nick agradaban junto a la cámara estanca, abierta, mientras Bill maniobraba la nave. El objeto flotaba sobre el cielo tachonado de estrellas, casi espectral bajo el brillo de la peculiar luna de aquel mundo. Las luces de la nave lo alumbraron y Hutch se armó de valor. Era una extremidad. Una pierna. Seccionada a medio camino entre la cadera y la rodilla. Chamuscada y despedazada. La rodilla estaba ligeramente doblada, como indicando que su dueño hubiera estado corriendo cuando le cogió la explosión.

Ninguno de los dos pronunció una sola palabra. Nick respiró profundamente. Hutch sentía que la estaba mirando.

—¿Estás bien? —preguntó.

No lo estaba. Estaba empezando a llorar. La escafandra de su traje espacial creaba espacio suficiente para dejarle respirar pero, al mismo tiempo le impedía limpiarse los ojos.

Distancia, treinta metros —informó Bill.

Suficiente para recogerlo.

—Manténla.

Colocaron la extremidad recuperada en una manta, en la cubierta. La capitana la miró, miró a Nick y se preguntó si podría mantenerse firme. El Predicador había muerto. Todos habían muerto, y ahora ella necesitaba conservar sus fuerzas. Cumplir su cometido. Ya habría luego tiempo para llorar.

Se puso una mochila propulsora.

—¿Dónde lo ponemos? —preguntó Nick.

—En el refrigerador —dijo—, ahí atrás. —Señaló al fondo del muelle de carga, donde también guardaban su lanzadera.

Él empezó a decir algo, pero se interrumpió.

—¿Qué? —dijo ella.

—¿No será donde guardamos la comida, no?

—La sacaremos. Hay espacio de sobra. —Entonces entró en la cámara estanca—. Vuelvo en un minuto.

—Buena suerte. —Parecía que Nick pensara que fuera algo peligroso.

Hutch salió de la nave y se impulsó en dirección a la pierna, empleando un pequeño envite de sus propulsores para corregir su trayectoria.

—Ten cuidado —dijo Nick.

Refugio, envuelto en blancas nubes y vastos océanos azules, brillaba bajo ella. Sin la ayuda de los sensores de largo alcance no podía distinguir rastro alguno de la masacre.

—Es otra Tierra —le dijo a Nick.

Hutch, he encontrado la lanzadera del Cóndor. Está intacta, pero sigo sin hallar rastro alguno de calor.

—De acuerdo. —Punto y final.

Está chamuscada. Ha ardido. No veo modo de que pudiera albergar a nadie vivo en su interior.

—Entiendo. —Lo dejó pasar. Intentó no recapacitar sobre ello.

La pierna rotaba lentamente, una y otra vez. Hutch se dio otro impulso con sus propulsores, alargó la mano reticentemente y la agarró. Entonces se volvió, de forma que la mochila propulsora apuntara en dirección contraria, y volvió a prender la unidad para regresar de vuelta a la cámara estanca.

La pierna parecía un pedazo de hielo.

El Memphis se le antojaba ahora cálido y seguro, como una casa en el bosque en una noche de pleno invierno. Distinguió las luces en las ventanas, y distinguió también la figura de Alyx moverse en una de ellas.

Hutch —dijo Bill— al frente hay más restos humanos.

—Entendido. —Miró a Nick, que estaba de pie en la cámara estanca. Hablame, Nick. Haz lo que has estado haciendo toda tu vida. Dime que todo irá bien.

Pero lo único que dijo Nick fue que estaba aproximándose demasiado rápido.

Y que debía virar un poco a la izquierda. Hutch estudió sus ojos, y llegó a la conclusión de que estaba tan afectado como ella. Con todo, se las apañó para subir el volumen de su voz y alargar la mano para alcanzar el miembro, mientras Hutch subía de nuevo a bordo. La capitana se lo entregó.

—Bill, ¿sigues atento a cualquier posible movimiento inusual a nuestro alrededor? —Hutch sabía perfectamente que seguía estándolo, pero le tranquilizaba preguntarlo.

Absolutamente. Y no hay nada.

Nick y Hutch entraron y se dirigieron a la cámara frigorífica.

—¿Crees que les atacaron? —preguntó Nick.

—Me cuesta concebir de dónde podría haber procedido cualquier atacante —respondió ella.

—Y Bill dijo que la explosión provino del interior.

—Es un análisis, no un hecho. —Juntos sacaron la comida y la trasladaron hasta un contenedor próximo. Entonces Hutch guardó la pierna. Luego se alegró de poder cerrar la compuerta.

• • •

Fue como una pesadilla. Recorrieron la zona recogiendo restos humanos. Solo un cadáver fue recuperado relativamente intacto, y fue el que pertenecía a Harry Brubaker. Incluso este último tuvo que ser identificado por el parche en su vestimenta. George explicó que se había embarcado a regañadientes en la misión. No quería separarse de su familia durante tanto tiempo.

Pudieron ser identificados dos cuerpos más. Uno, el del obispo, el otro de Tom Isako.

Hutch no halló resto alguno del Predicador.

Cuando finalmente todo hubo acabado, Hutch tomó una ducha, frotándose enérgicamente, pero fue incapaz de deshacerse del malestar por el día que acababa de vivir. Incapaz de soportar la soledad de su camarote, se puso ropa limpia, regresó al puente y se hundió en su sillón. Poco a poco fue descubriendo los miles de sonidos de la nave: el aire susurrando por los conductos de ventilación, una puerta que se cerraba en algún sitio, voces en la lejanía.

La imagen del Predicador apareció espontáneamente en una de las pantallas. Bill intentaba ayudar.

Su aspecto era el mismo que había tenido durante la última comunicación. Perplejo, expectante. Veréis que tiene un carácter más furtivo que de disruptor de luz, había dicho.

¿Consideras que el satélite contenía una bomba? —preguntó la IA.

—No se me ocurre otra explicación. ¿A ti?

No. Aunque la idea de que alguien pueda preparar una trampa mortal para entidades con las que no está familiarizada me parece poco razonable.

—Bill, esos tipos estaban en guerra. Quizá el Predicador solo tuvo mala suerte.

• • •

Realizaron una ceremonia en recuerdo de los fallecidos en la sala de control de la misión, presidida por George. Todos los tripulantes tenían al menos un buen amigo a bordo del Cóndor. Las lágrimas estuvieron presentes durante la ceremonia, y las voces sonaban cargadas de tensión. Luego la tripulación se retiró a la sala de reuniones para hacer un último brindis en honor a las víctimas, y para decidir qué iban a hacer a continuación.

—Regresemos a casa —dijo Alyx.

Pete asintió.

—Estoy de acuerdo. —Estaba de pie, con la mirada nublada por la pena y con las manos metidas en los bolsillos de su mono—. La misión ha sido un fracaso. Dimos con una raza capaz de viajar por las estrellas, y está muerta. Alyx tiene razón. Deberíamos dar carpetazo a todo esto y volver.

George miró a su izquierda, donde Tor estaba sentado con los codos sobre la mesa y la cabeza apoyada en sus palmas.

—¿Tor?

No se movió.

—Hemos perdido a muchos. Creo que les debemos averiguar qué los mato.

—Pero no cuando no podemos defendernos de esa misma amenaza —dijo Alyx.

George fijó la vista en Herman.

Estaba sentado, en silencio, mirándose las palmas de las manos.

—Recorrimos un largo camino hasta llegar aquí —dijo transcurrido un momento—. Estoy con Tor. Al menos intentemos averiguar qué sucedió. Si no, sería volver a casa con el rabo entre las piernas.

—¿Nick?

—Yo ya he visto morir a suficiente gente. Por mí, volvería lo antes posible.

George levantó la vista hacia el techo, con una expresión de, Dios, perdónalos porque no saben lo que hacen.

—El Cóndor explotó —dijo pacientemente—. Los accidentes ocurren. —Entonces miró por uno de los tragaluces, contemplando un pacífico cielo. La luna y una parte del sol eran visibles. Era una imagen dolorosamente bella—. Yo voto porque nos quedemos. Porque investiguemos un poco. —Cruzó los brazos—. Así que estamos empatados. —Entonces miró a Hutch—. Depende de ti.

—No —respondió negando con la cabeza—. No es mi decisión. Amigos, esta vez tendréis que ser vosotros los que decidáis.

—Entonces nos quedamos —dijo Pete.

—¿Quieres decir que cambias tu voto? —preguntó George.

—Sí.

—¿Y por qué?

—Porque si regresamos a casa sin tan siquiera haberlo intentado, lo lamentaría. Creo que todos lo lamentaríamos.

—Bien —dijo George reclinándose en su silla, para poder contemplar a todos los presentes—. Entonces está decidido. Hutch, ¿cuándo llegará la nave de apoyo?

—En unos pocos días.

—De acuerdo. Mientras esperamos, al menos aprovechemos nuestra situación. —Tenía los ojos bañados en lágrimas—. ¿Podemos bajar a la superficie a echar un vistazo?

—No sería muy buena idea.

—¿Por qué no?

—Hay toneladas de radiación. El régimen de la Academia prohíbe que nos expongamos a esa clase de entornos. Y también el sentido común.

—¿Pero por qué? Tenía entendido que el traje espacial iba bastante bien contra la radiación.

—Así es. Pero después no será fácil limpiar la lanzadera de radiación. Si estáis seguros de querer bajar, tendréis que conseguir el permiso de la Academia.

—Hutch, la nave es mía.

—Eso no importa, son ellos los que me han contratado, no tú. Por eso el régimen de la Academia es aplicable a la situación.

—En ese caso, pidámosles la autorización.

—Haced lo que queráis.

—Pasarán tres o cuatro días hasta que tengamos una respuesta —dijo Pete—. Sería una pérdida de tiempo demasiado grande.

George frunció la boca.

—¿Se te ocurre alguna alternativa?

—Hay una base en la luna. ¿Por qué no bajar y echarle un vistazo? Ver qué aspecto tiene. Entonces podremos discutir si vale la pena intentar ir a la superficie del planeta. —Su expresión sugería que no sería así. Pero no se pronunció al respecto.

George se volvió a Hutch.

—¿Qué piensas tú?

—Que no es buena idea.

—¿Por qué no?

—Hasta que sepamos qué le sucedió al Cóndor, deberíamos ser prudentes y mantener a todo el mundo a bordo.

George suspiró.

—No sabía que fueras tan prudente, Hutch. —Dejaba entrever un tinte de frustración en su voz—. Escucha, es una oportunidad demasiado buena. Si esperamos hasta estar seguros de que no haya ningún peligro en la zona, entonces nunca bajaremos.

—Haz lo que consideres mejor —dijo Hutch—. Pero debes ser consciente de que estarás arriesgando la vida de cualquier grupo que tome tierra.

—Vamos, Hutch, venga —dijo Herman—, no puede ser tan malo. Ha muerto mucha gente. Les debemos al menos bajar a echar un vistazo.

• • •

Hutch se retiró al holotanque y pasó algunas horas sentada sobre un risco, contemplando un bosque característico terrestre y dejando que la luz de la luna la bañara. En la distancia crepitaba una hoguera, y el cielo se llenaba de nubes. Sin embargo, cuando estas se acercaron Hutch se limitó a disiparlas.

No debes sentirte culpable —dijo Bill.

—Lo sé.

¿Por qué no apagas esto y sales fuera, con el resto?

—Él estuvo ahí cuando lo necesité, Bill.

Pero tuvo la oportunidad de llegar hasta ti. Tú no tuviste ninguna de alcanzarlo.

—También lo sé.

Entonces deja de compadecerte. Ve a pasar algo de tiempo junto a tus pasajeros. Son tiempos difíciles, y te necesitan.