Nada ofusca más los sentidos que un silencio imprevisto.
Alana Kaspi,
Memorias, 2201
—Hutch, he encontrado el transmisor.
En ese momento, el Memphis celebraba una reunión informativa.
—¿Dónde? —preguntó la capitana.
Bill pasó a la pantalla el 1107, dibujó una órbita, y marcó la posición.
—Parece que el Dr. Isako tenía razón.
—¿Un disruptor de luz?
—Exacto. O algo parecido. Además, también disimula el calor.
—¿Transmite en la dirección convenida? ¿Hacia el Punto B?
—Parecer ser que así es.
Entonces se sucedieron los abrazos y las peticiones de brindar con champaña.
El sobrio grupo que había estado mirando tranquilamente simulaciones y jugando al bridge en las primeras semanas de viaje ahora estallaba en un tumulto. Hutch accedió a las peticiones, mientras se preguntaba cuándo fue la última vez que había visto a un grupo de personas cambiar de humor tan rápidamente.
—Por los Siete de Hockelmann —dijo Nick. George tomó un trago—. Por nuestros vecinos, y por que podamos encontrarlos.
Herman, que estaba especialmente encantador, sugirió un brindis:
—Por nuestra fantástica capitana.
Hutch hizo una reverencia agradecida. Entonces indicó a Bill que trazara la órbita y la trayectoria de la señal hasta el Punto B.
Las luces parpadearon, y un indicador que señalaba la posición de la estrella de neutrones apareció en un extremo de la estancia. El transmisor, representado como una minúscula antena, comenzó a desplazarse describiendo una estrecha órbita alrededor de la estrella. En la otra punta de la habitación, se encendió una estrella de color amarillo.
—El Punto B —dijo Bill.
La antena se hizo más brillante. De ella brotó una línea que se desplazó por la estancia hasta conectar con la estrella.
—El plano de la órbita —dijo Bill— es directamente perpendicular a la trayectoria de la transmisión.
—¿Eso es indicativo de algo? —preguntó George.
—Sin duda. Los satélites siempre tienen camino despejado hasta el objetivo. ¿Cuántos transmisores esperamos encontrar, Bill?
—Tres —respondió—. Dispuestos a lo largo de la misma órbita, de manera equidistante.
George también quería una explicación sobre eso último.
—La transmisión debe recorrer un largo camino —dijo la capitana—. Dieciséis años luz. Se disiparía mucho en tan larga distancia. No es suficiente un único satélite. Ahora ya sabemos que la señal que llega al Punto B es bastante más intensa de la que podría esperarse al proceder de una única unidad transmisora.
—Tres transmisores al unísono, sincronizando las señales de forma adecuada, conceden una resolución considerable, con un gasto de energía bastante económico. Equivaldría a una antena de plato de un diámetro real igual a esa órbita. Lo que hemos detectado, lo que los satélites de la Academia detectaron, es un único lóbulo. Una porción de la señal.
• • •
Transcurrieron dos días hasta que se colocaron en posición para interceptar una segunda transmisión, que fue hallada exactamente donde Bill había predicho. Era algo que habían estado esperando, de modo que todos estaban despiertos y vestidos. Sin embargo, aún siguieron sin tener una imagen del transmisor en sí.
—Bill, envía los resultados al Cóndor —dijo Hutch—. Ahora deberemos decidir —dijo dirigiéndose a George y a su equipo— si vamos a querer hacernos con uno de esos transmisores. Eso nos acercaría un poco más a la bestia, en realidad bastante más de lo que me gustaría. Pero está dentro de nuestras posibilidades.
La capitana había centrado la atención de todos. Y Alyx hizo palabras sus preocupaciones:
—¿Por qué más de lo que te gustaría? ¿Correríamos peligro?
—No —respondió Hutch—. Es solo que, al acercamos, nos aproximamos más al pozo de gravedad. Consumiríamos gran cantidad de combustible para alejarnos luego de su influencia.
—¿Cuánto tardaríamos? —preguntó Herman.
Hutch dejó que fuera Bill quien contestase.
—Toda la operación —replicó— necesitaría de varias semanas.
—¿Crees que es posible que podamos subirlo a bordo? —preguntó George.
—Según lo grande que sea.
—Yo digo que lo hagamos —dijo Nick—. Y en caso de ser necesario, que lo desmontemos. Quiero decir, no estaría mal regresar a casa con un trasmisor construido ahí fuera. ¿No os hacéis una idea del valor que tendría algo así?
Todos lo hicieron, y no hubo dudas de la decisión a tomar.
Minutos más tarde, el rumor de los motores cambió de tono, y el Memphis se encaminó hacia un nuevo rumbo.
—¿Qué hay de esa tecnología disruptora de luz? —preguntó Nick—. En este rincón perdido del universo, ¿por qué meternos en la boca del lobo?
Tor hizo un gesto que indicó que él también había estado sopesando ese problema.
—Puede que sea su equipamiento estándar —dijo—. Quizá se trate del modelo básico.
Herman se irguió y se apoyó en una mampara.
—¿Y por qué iban a dejarlo aquí? —inquirió—. Quiero decir, ¿por qué podría estar alguien interesado en esa cosa?
—¿Por lo mismo que nos interesaba a nosotros? —preguntó Pete—. Es una estrella de neutrones. Tiene unas propiedades fascinantes.
—Pero hay muchas estrellas de neutrones. ¿Por qué ésta?
—Hay que elegir una —dijo Pete—. Puede que sea casualidad.
—¿O puede que…? —inquirió George, invitándole a acabar la frase.
—Sea diferente. —Entonces se volvió hacia Hutch—. ¿Podríamos ver una imagen obtenida a babor, por favor?
Hutch dispuso la imagen hasta obtener lo que le pedían.
—¿Ves la estrella de color rojo? —Era tenue y bastante común—. No recuerdo el número que la cataloga, pero es una gigante roja, tiene catorce planetas conocidos. Once-Cero-Siete apunta en dirección a ella. Finalmente, acabará cogiendo el sistema.
—¿Cuándo sucederá? —preguntó Hutch.
—En diecisiete mil años —dijo Pete con gesto franco—. Año más año menos.
—Vaya —dijo Herman—, una espera algo larga, ¿no?
Bill anunció una nueva transmisión del Cóndor y la pasó a la pantalla.
—Señoras y caballeros —dijo el Predicador, que los miraba con una sonrisa desconcertante—, hemos encontrado el satélite. Estamos colocándonos junto a él en estos momentos, y lo subiremos a bordo en los próximos minutos. Os mantendré informados.
Una imagen del objeto reemplazó a la del Predicador. Flotaba justo al exterior de las puertas del muelle de carga del Cóndor. Tenía forma de diamante, con dos antenas de plato de quizá cuatro veces el tamaño de la unidad central. La superficie tanto de la unidad como de los platos de las antenas estaba tallada en millares de ángulos distintos y peculiares. Tenía también un juego de propulsores. Todo a su vez estaba protegido por una envuelta especular que hacía complicado distinguir el objeto.
—Veréis —dijo— que tiene un carácter más furtivo que de disruptor de luz. Se trata de un camuflaje muy inteligente. La superficie está completamente cubierta por sensores y unidades de visualización. Está construido de forma que la luz que capta un sensor en un lateral es transmitida directamente al otro lado, y proyectada desde allí. No considero que lo haga a una resolución especialmente buena, pero aquí arriba, ¿quién iba a notarlo? Lo cierto es que, a menos que estés justo sobre él, es imposible notarlo.
Hutch no había visto nunca algo semejante.
—Hicimos algunos experimentos parecidos allá por el siglo XXI —dijo el Predicador—. Los fotodeteclores tendrán aproximadamente un centímetro de diámetro, y los emisores de luz pueden alcanzar diez veces ese tamaño.
Hutch preguntó acerca de la fuente de energía. Mientras esperaban la respuesta, estuvieron tomando un refrigerio.
—Aún no hemos podido averiguarlo, Hutch —contestó el Predicador—. No parece disponer de ninguna. Pero claro, no tenemos aquí expertos en la materia.
• • •
Siguieron mirando la pantalla mientras el Predicador salía al exterior con una mochila propulsora, recogía las antenas de plato y las introducía de nuevo en la nave. Hecho esto, el satélite podría atravesar las puertas del muelle de carga. La IA del Cóndor ajustó la alineación de la nave, desconectó la gravedad artificial y entonces activó los propulsores. Hutch y el equipo del Memphis vieron introducirse lentamente el satélite en el muelle de carga.
Ahora recibían imágenes de primeros planos. El Predicador se mantenía al margen mientras el equipo de contacto comenzaba a retirar la cubierta especular, para luego volcarse sobre la estructura, desnudando los bloques negros, girando ejes y accesorios de la unidad. El eje central estaba revestido por una sucesión de extraños símbolos.
Hutch veía a su tripulación aún consternada, alegres de que al fin se hubiera producido un gran avance, pero abatidos porque hubieran tomado el vuelo equivocado.
Los miembros del equipo se turnaban levantando partes del satélite para mostrarlas a la cámara. Harry Brubaker, haciendo uso de la cómica cara de póquer que le había hecho famoso, les enseñaba un cable conector; Tom Isako sostenía una caja negra que servía para Dios sabe qué; J. J. Parker, miembro de la junta directiva de varias importantes empresas, les enseñaba una larga barra plateada.
El obispo empuñaba un par de sensores y Janey Hoskin, la reina de los cosméticos, mostró una esfera del tamaño de un balón de baloncesto, que albergaba tres sensores de largo alcance. Llevaba un sombrero de cumpleaños y no dejaba de reír. Un tipo alto y sonriente, cuyo nombre Hutch desconocía, estaba aguardando su turno cuando la transmisión se interrumpió.
Hutch escuchaba a su espalda un murmullo impaciente.
—Emisión interrumpida en su origen —dijo Bill.
—Tenía que pasar justo ahora —dijo Alyx.
George se carcajeó.
—Se están pasando con la bebida. Seguramente alguien se pondría en medio de…
La imagen volvió por unos instantes. Era una escena de pánico, con gente tropezando, luces parpadeando, gritos.
La tripulación del Memphis murmuraba, cada vez con más preocupación. Estaban asustados.
Entonces volvió a irse la imagen.
—¿Hutch? —Era la voz de Pete, temblorosa por la excitación—. ¿Qué está ocurriendo?
—No lo sé.
La pantalla permanecía a oscuras.
—No recibo ninguna señal —apuntó Bill.
—Traza un plan de acción —dijo Hutch.