Una naturaleza extraordinaria revelará su presencia.
Mr. Micawber en David Copperfield
Charles Dickens, 1850.
Tor llevaba ya una semana a bordo del Memphis y no había hecho intento alguno de aproximarse a Hutch con la intención de retomar la relación donde la habían dejado. Nada de sonrisas cómplices, alusiones veladas o paseos solitarios hasta zonas de la nave que ella solía rondar.
Pero eso no borraba de la cabeza de Hutch que ahora tenía a bordo a un antiguo novio. Aquél hecho alteró todo el ambiente hasta entonces establecido, generando una situación bastante incómoda.
Durante los dos primeros días después que Tor subiera a bordo, Hutch pasó menos tiempo junto a sus pasajeros, y casi llegó a recluirse en el puente. Sin embargo, como Tor parecía estar esforzándose por no generar problema alguno, ella fue recuperando de forma gradual sus rutinas habituales.
En los últimos días de su aproximación al 1107, la capitana pasó bastante tiempo charlando con el Predicador. Bueno, quizá charlando no fuera la palabra más correcta. Estaban a un par de horas de distancia, empleando el comunicador, de modo que las conversaciones consistían en largos monólogos y mucha espera. En realidad no era como estar compartiendo la habitación con alguien, e incluso tras años de práctica por ambas partes la experiencia casi siempre terminaba siendo frustrante.
Tiempo atrás, aquel procedimiento había servido para revelar a Hutch los caprichos de la conversación humana: aquello era verdaderamente importante. Y no eran ni siquiera las palabras, o incluso los tonos, sino mas bien las reacciones instantáneas que la gente tenía al encontrarse el uno frente al otro, ese súbito brillo de comprensión en los ojos del interlocutor, el movimiento de mano que acompañaba a la petición de una explicación añadida, la señal de aprobación, de consternación o de cariño que podía suscitar una frase determinada. Qué sentido tenía decirle a una imagen fija, por ejemplo, Me gustaría poder pasar más tiempo junto a ti, para luego tener que esperar más de una hora la llegada de una respuesta.
Por ello Hutch se cuidaba mucho de no decir nunca nada semejante, nada personal. Nada que no pudiera dejar entrever gradualmente, estudiando las reacciones de su interlocutor para saber por dónde progresar. A ella le gustaba el Predicador, le gustaba más que nadie que hubiera podido conocer en mucho tiempo. Disfrutaba pasando horas intercambiando pequeños discursos que iban y venían por el intercomunicador, contándole qué estaba leyendo, y lo nerviosos que estaban todos ahora que se aproximaban al 1107.
Aquéllos intercambios habían sido poco frecuentes al principio, quizá dos veces al día, y se habían centrado sobre todo en los detalles de la misión, en cómo el equipo de contacto del Predicador estaba tan absolutamente excitado como el suyo. El grupo Cóndor constaba de diez integrantes, seis hombres y cuatro mujeres. Cinco eran ejecutivos de empresa; uno el director de la Tienda Mundial de Alimentos; dos rectores de universidad; otro era un importante obispo católico que se había hecho famoso después de haberse enfrentado al Vaticano. Además, tenían también a bordo al festejado comediante Harry Brubaker.
—Harry —dijo el Predicador— afirma que solo se ha unido al grupo para recopilar material.
Su equipo tenía un acento distinto. En lugar de buscar un fragmento de maquinaria, albergaban la remota esperanza de que el sistema planetario del Punto B fuera hogar de alguna civilización avanzada.
—En realidad nadie reconoce pensar que pueda ser así, pero a todos se les ilumina la cara cuando alguien saca el tema. —La presencia del obispo había sorprendido a Hutch—. Hace poco tiempo que se ha interesado en la posibilidad de un eventual contacto —dijo el Predicador—. Piensa que antes o después tendremos una reunión que pondrá en cuestión todas las consideraciones de la humanidad hacia Dios. Que tendremos que decantarnos por una visión más amplia de las cosas. Quiere formar parte de todo ese proceso cuando ocurra.
La capitana comprobaba cómo le brillaban al Predicador los ojos mientras este describía el estado de ánimo de su tripulación.
—Sé lo que estás pensando, Hutch —continuó—. Y es cierto. No me preocupa demasiado el aspecto científico de todo esto, pero habrá cantidad de publicidad si realmente encontramos algo, y eso no puede ser malo para un contratista que va por libre. Me encantaría que ocurriera algo así. Por cierto, hay algo que quería decirte… —Entonces comentó que había pillado in fraganti a dos de sus pasajeros en una de las bodegas—. Intentaban pasar desapercibidos mientras salían a escondidas de sus camarotes… —Uno o el otro había tropezado con una de las cámaras de vigilancia y la imagen fue transmitida entonces a todos los monitores de la nave—. Pero al final todo acabó bien —añadió—. Es un grupo bastante tranquilo.
Con el tiempo, sus conversaciones se fueron haciendo menos impersonales. El vacío del exterior causaba cierto efecto sobre ellas, había un sentimiento de estar aislados juntos en un ambiente hostil, y a menudo Hutch se sentía tentada de decir más de lo que sería prudente. Sin embargo, se contenía.
De noche, cuando a veces se despertaba al escuchar pisadas en el pasillo, a alguien que se encaminaba a tomar algún refrigerio a medianoche o quizá hacia alguna cita furtiva, ella dejaba que su imaginación volara, pensando que sería el Predicador que venía a verla.
• • •
La gente de George aprovechaba al máximo las ventajas del lujoso equipamiento de simulaciones del Memphis. En una ocasión asistieron a una representación en Broadvvay de South Pacific, de aproximadamente 1947, y en la que George apareció como Emile. Alyx saltó voluntaria deseosa de interpretar a Nellie, y Herman hizo el papel de Luther Billis. Hutch, por su parte, representó a Liat, la belleza isleña. También vieron despegar los globos de aire caliente en Alburquerque, en la festejada carrera del "tablero ajedrezado" de 2019. Presenciaron un concierto de Marovitch y otro de los Trapdoors —Pete tocaba el saxo, mientras que Alyx se encargaba de las voces—. Estuvieron presentes, junto con Gable y Leigh, en el estreno en Hollywood de Lo que el viento se llevó, en 1939.
Igualmente, presenciaron un partido de fútbol del siglo XIX entre España e Inglaterra, y otro que enfrentó a Phillies y Cardinals en los años veinte. Éste último a sugerencia de Herman, que tuvo que explicar las reglas a todos. Hutch hacía de primer bateador de los Phillies, y consideraba que le quedaba bastante bien el uniforme. La capitana empezó el partido con un golpeo certero a la primera, directo al centro.
Luego preguntó a Herman por qué al principio todo el mundo empuñaba tres o cuatro bates a la vez, para luego quedarse únicamente con uno en el momento de saltar a batear.
—Al salir ahí empuñando un único bate después de haber cogido varios a la vez —explicó— parece que es más ligero, y puedes manejarlo mejor.
Tor se entretenía haciendo bosquejos a carboncillo de los diferentes participantes: Pete con su saxo, Alyx estrechando su micrófono, Herman como un marinero de la Segunda Guerra Mundial.
Debía de haber escuchado la pregunta de Hutch, pues la dibujó enfundada en el uniforme de los Phillies, en cuclillas sobre el terreno de juego y asiendo cuatro bates.
A Hutch le encantó el dibujo, y lo colgó en el puente.
• • •
Se encontraban a tres días de la 1107 cuando el Predicador informó que el Cóndor había llegado ya al Punto B, y que estaba preparándose para realizar el salto de vuelta del hiperespacio.
—Aquí el nerviosismo es cada vez mayor —dijo—. Éstos chicos están ansiosos por que les dé la salida. Hutch, espero que podamos dar con algo.
—Ojalá lo hagáis, Predicador.
A la mañana siguiente, ya estaba de vuelta con un primer informe.
—Ya hemos llegado. Hemos aparecido en medio de la nada. Estamos intentando dar con los mundos que habitan este sistema. Mi tripulación apenas entiende que pueda haber ahí fuera algo tan grande como un planeta y seamos incapaces de encontrarlo. Intento explicarles que es un barrio bastante grande, pero no lo entienden.
Sus propios pasajeros presenciaron lo sucedido con emociones combinadas. Nunca lo admitirían, pero en realidad no deseaban que sus compañeros tuvieran éxito en el Punto B. Si debía producirse algún descubrimiento, querían que fuera en la 1107. El Punto A.
—¿Cuánto tardarán en conocer la estructura que tiene el sistema? —preguntó George.
—No conseguirán datos de todo el sistema —dijo—. El Cóndor no está diseñado para obtener mapas y cartas de navegación a gran escala. Concentrarán sus esfuerzos para dar con mundos de la biozona, y en intentar ubicar la señal entrante al sistema. Eso puede llevarles un par de días. O más, en caso de que no sean afortunados.
La preocupación mostrada por George era indicativo del modo en que la vida en el Memphis había cambiado toda vez que la nave compañera había comenzado activamente su exploración. Se había acabado el viaje de recreo, y ahora todos esperaban ansiosos noticias del Punto B.
Los mensajes del Predicador reflejaban un estado anímico similar en el Cóndor. No es que Brawley dijera nada de forma directa, pero un tono algo solemne se intercalaba en su voz habitual.
—Seguimos sin encontrar rastro de planetas —decía—. Con sol de Clase-G, deberían de estar por aquí cerca.
Durante la tarde del segundo día de exploración, recibieron algunas novedades.
—Hemos encontrado una gigante gaseosa. Pero parece ser demasiado gélida. No es lo que estamos buscando.
Cuando Hutch se fue a dormir aquella noche, toda su tripulación estaba aún despierta. A la mañana siguiente, el Cóndor aún seguía sin tener nada. Entonces, mientras unos cuantos desayunaban en el Memphis, llegaron noticias: Mundo terrestre. Nubes. Océanos. Pero carece de envoltura electrónica.
Un sonoro suspiro recorrió la mesa.
—Un mundo silencioso —dijo el Predicador.
• • •
A Hutch le encantaba estar en el puente de noche, cuando los pasajeros estaban dormidos y la nave estaba más o menos en calma. Extrañamente, no sentía lo mismo cuando viajaba sola. En cierta manera era importante saber que había otras personas en la nave, como si se tratara de un repentino instinto tribal. La tranquilidad de saber que sus hermanos estuvieran a solo unos pasos del brillo de los paneles de mandos.
Envuelta en la oscuridad, Hutch sonrió.
Había aprovisionado el refrigerador con una amplia reserva de champagne francés destinado a una posible celebración en el momento en que, si finalmente era así, el Memphis tuviera éxito en lo que se proponía hacer. En caso contrario, siempre podrían beberlo en algún otro acontecimiento, como algún cumpleaños, o celebrando la finalización de alguna de las obras de Tor.
Durante la última noche antes de que se dispusieran a salir del hiperespacio, Tor la sorprendió apareciendo en el puente. Desde que había subido a bordo, era la primera vez que estaban solos.
—Resulta extraño —dijo— verte como una figura autoritaria.
—Solo es mi trabajo —dijo Hutch intentando restarle importancia a la idea.
Tor se quedaba rondando la compuerta, sin atreverse a entrar.
—He hecho algunas investigaciones —dijo la capitana—, he visto que te has convertido en todo un artista.
El asintió.
—Gracias. En realidad, bueno, me da para vivir.
—Creo que es mucho más que eso. Estás viviendo la vida que habías soñado. No es algo que nos ocurra a muchos.
—Te sucedió a ti.
—No del todo.
—¿No habías querido siempre ser piloto, y todo eso?
—Sí. Pero al final ha resultado algo diferente a lo que esperaba.
—¿En qué sentido?
—Escucha, Tor, no es tan glamoroso como aparenta.
—Pues lo aparenta. —Miró a su alrededor, asegurándose de que no llegara nadie más, y entonces bajó su voz—. ¿Puedo decirte algo?
Oh, oh.
—Claro.
Entonces fijó su mirada en ella.
—Me entristeció perderte.
Hutch bajó la vista al panel de mandos, sin saber cómo reaccionar.
—No volveré a mencionarlo —dijo entonces Tor—. No querría hacer nada que pudiera hacerte sentir incómoda. Solo quería que lo supieses. —Entonces se quedó mirándola durante un rato—. Buenas noches, Hutch.
—Tor —dijo Hutch al verle darse la vuelta.
Se giró, y pudo ver en su mirada una chispa de esperanza.
—Sé que esto te resultará duro. —Iba a añadir algo como que siempre sería su amiga y podría contar con ella, pero le pareció bastante absurdo y decidió no hacerlo—. Aprecio mucho la postura que has tomado.
El asintió y se marchó. Hutch fue consciente de que aquel último comentario suyo no había sido mucho más inteligente del que utilizó al cortar con él.
• • •
El Predicador volvió aparecer en su pantalla mientras se preparaban para regresar de la hipervelocidad.
—Seguimos sin tener más detalles. Pero sí podemos deciros que el mundo está justo en el centro de la biozona. Vemos cielos azules. Continentes y océanos. El obispo ha sugerido que lo llamemos Refugio. Sin embargo, también tengo malas noticias. Sigue sin haber señal de actividad electrónica, y los rastreos no revelan indicio alguno de luz en la cara oscura del planeta. Quizá aún estemos demasiado lejos. Pero parece estar vacío.
La pantalla cambió entonces a una imagen de un campo de estrellas. La cámara se centró en un punto de luz. Dos puntos de luz.
—Ahí está —continuó diciendo—, tal y como lo recoge nuestro sensor de largo alcance principal. Tiene una luna muy grande.
—Bueno —dijo George—, probablemente tenga razón. Aún están demasiado lejos. O quizá ni siquiera se trate del mundo acertado. ¿No hay otras posibilidades en ese sistema?
Predicador no había mencionado nada al respecto.
—Se lo preguntaré cuando tenga oportunidad, George —dijo Hutch—. Entretanto, lo mejor será que todo el mundo se abroche los cinturones. Ahora nos toca a nosotros comprobar con qué nos encontramos.
Se retiró al puente. Al llegar allí, ya se habían iluminado en el panel de transición seis luces verdes. Sus pasajeros estaban todos protegidos, a salvo en sus arneses.
Hutch los llevó a todos de vuelta al espacio sublumínico, a una distancia prudencial de la 1107. A Alyx y Nick el salto los afectó bastante. Alyx devolvió la comida y Nick sufrió un ataque de vértigo. Aquéllos efectos secundarios eran bastante comunes. Ninguno de los dos había sufrido ningún problema en la entrada, pero el mal de las transiciones tendía a ser impredecíble, un asunto que no parecía demasiado sujeto a las leyes de la ciencia. Incluso la propia Hutch lo sufría de vez en cuando.
—Activa los receptores de larga distancia —ordenó a Bill.
Las pantallas se encendieron mostrando multitud de estrellas, pero nada más. Claro que aquello era bastante más de lo que era esperable encontrar en las proximidades de una estrella de neutrones.
—Parece que está bastante oscuro —dijo Herman, desde la sala de reuniones. Hutch transmitía los resultados de los sensores de largo alcance a las pantallas panorámicas—. ¿A qué distancia estamos? —preguntó.
—Estamos en el quinto infierno —dijo Hutch—. A Ocho U. A.[1] de la estrella de neutrones.
Alyx preguntó cuánto tiempo consideraba que tardarían en dar con la transmisión.
Hutch puso en pantalla una imagen del Memphis, con sus enormes antenas.
—Nos ayudaría tener un poco de suerte. La transmisión no es muy intensa, y además no podremos maniobrar demasiado bien debido a que las antenas de plato podrían venirse abajo. Lo bueno es que tenemos una idea bastante aproximada de por dónde buscar, y eso ayudará.
—¿Cómo puedes establecer nuestra posición? Ahí fuera se hace difícil diferenciar algo.
Hutch puso en pantalla una imagen de uno de los satélites dejados allí por el Benny.
—Usamos esto.
Alyx asintió, aunque no parecía acabar de entenderlo.
—Aún no nos dijiste cuánto crees que nos llevará dar con la señal.
—Con suerte, quizá un par de días.
—Eso era lo que nos decían en la Academia —apuntó Pete—. Pero cuando estuve ahí fuera con el Benjamin Martin, fue imposible dar con la señal. ¿Y si no tenemos suerte?
Entonces el Memphis desplegó cuatro platos de antena que surgieron de sus contenedores, floreciendo desde el casco. Estuvieron girando lentamente hasta estar desplegados por completo, dirigidos hacia la estrella de neutrones. Para Hutch, el Memphis era algo así como un viejo barco del siglo XVIII, ahora con las velas desplegadas.
—Abordando la zona de búsqueda —dijo Bill.
—No hay ninguna garantía —dijo Hutch—. Simplemente es demasiado espacio que abarcar. No obstante, George ha hecho un buen trabajo con el equipo de sensores y de comunicaciones. Además, contamos también con algunos satélites que hemos desplegado. Nos serán de ayuda. Pienso que, si verdaderamente hay algo ahí, lo encontraremos bastante rápido.
Bill dirigió y mostró con parsimonia las maniobras requeridas en las primeras fases del plan de búsqueda. Variar la dirección de las antenas que habían desplegado era como intentar volcar un camión de plataforma cargado de bolas de jugar a bolos.
Hutch consideró la idea de retirar las antenas al final de cada pasada, pero Bill ejecutó una simulación al respecto y se concluyó que iba a ser demasiado trabajoso.
—Éste sistema requiere algunas mejoras —dijo la IA cuando ella estuvo sola.
Se sucedieron un par de falsas alarmas. La estrella de neutrones despedía transmisiones electromagnéticas en todas direcciones. Estaban comparando algunas de ellas con la señal buscada cuando Bill anunció la llegada de una transmisión procedente del Cóndor.
—Hallamos dos mundos más —anunció Predicador, respondiendo a las dudas de George—. Pero ninguno de ellos está en la biozona. Están bastante próximos, pero fuera de rango. Uno debe de ser desértico; el otro un bloque de hielo y roca. A propósito, no sé si os he informado de que el tamaño de la luna de Refugio es aproximadamente un cuarto del planeta. Hemos podido discernir la presencia de atmósfera. Es muy liviana, pero existe. Aguarda un segundo, Hutch. —Entonces se giró, escuchó a alguien que no aparecía en pantalla, y se mostró sorprendido. Hutch lo vio decir "¿Estás seguro?".
Siguieron más asentimientos con la cabeza, y la conversación se prolongó. Entonces el Predicador volvió a miraT a Hutch.
—Vuelvo en un momento, Hutch —le dijo. Y la capitana se quedó contemplando su asiento vacío.
Desapareció durante un par de minutos. Al regresar, sus azulados ojos parecían brillar.
—Hay una especie de avanzada lunar. Hutch, creo que hemos encontrado nuestro oro.
Hutch retransmitió el mensaje a toda la nave y no tardó en empezar a oír vítores. El Predicador, por su parte, recibía palmadas en la espalda, y alguien le pasó una copa. Vio una serpentina volar por los aires.
—Regresaré con más información —dijo Brawley— en cuanto sepamos más.
• • •
Transcurridos algunos minutos, la excitación dio paso al sentimiento de que habían quedado excluidos de aquel descubrimiento.
—Tendríamos que haber ido allí —le dijo Nick a Hutch—. Fuimos detrás de la presa equivocada.
Pero no perdieron tiempo en ver de quién podía ser la culpa.
—Consideré que podría ser nuestra mejor apuesta —dijo George—. Sabíamos que fuera lo que fuera lo que hubiera aquí, aún estaba activo. De veras no creo que nos vayamos a ir de aquí con las manos vacías. —Parecía afectado—. Tienes razón —le dijo a Herman—. La pifié.
Mientras todos parecían sentirse, al mismo tiempo, eufóricos y apenados, una de las antenas de plato se soltó de su soporte. Hutch cogió una mochila propulsora y salió al exterior a repararla, pero apenas había comenzado a hacer los ajustes cuando Bill informó de la llegada de una nueva transmisión del Cóndor.
—Pásala por todos los comunicadores —dijo. Así podrían también escucharla todos sus pasajeros.
El Predicador parecía muy excitado.
—El planeta tiene vegetación —dijo—. Distinguimos algunas estructuras. Ciudades. Canales, quizá. No vemos rastro de nada que lo orbite. La luna tiene agua, creemos. Pero probablemente no se trate de un mundo habitado.
Hutch acabó su tarea, regresó a la escotilla y entró de nuevo a la nave. Todos estaban aguardándola. Parecían estar diciendo que debían dar un giro a la situación.
—¿Cuánto tardaríamos en llegar allí? —preguntó George.
—Unas pocas horas. ¿Es eso lo que queréis que hagamos?
—Sí.
—¿Estáis seguros?
—Claro que sí.
El aspecto de Herman parecía indicar que acabara de perder en una timba que hubiera durado toda la noche. Alyx clavaba su mirada en Hutch, como si hubiera sido ella quien los hubiera llevado al lugar equivocado. Tor contemplaba la escena un poco alejado, a esa distancia a la que solía colocarse cuando las cosas no iban bien. Incluso Pete, quien quizá podría haber sido más consciente de cuál era la situación en realidad, fruncía el ceño. Nick era el único que parecía no estar inquieto. Claro que, pensó Hutch, enfrentarse a situaciones desfavorables era su especialidad.
—De acuerdo —dijo—, pongámonos en marcha entonces.
La imagen de Bill apareció en una pantalla auxiliar, justo frente a sus ojos. Eso significaba que le ofrecía la posibilidad de hablar en privado. Pero se estaba haciendo tarde, y estaba cansada.
—¿Si, Bill? —preguntó—. ¿Qué ocurre?
La IA llevaba una boina, y sonreía. Quizá pretendiera interrumpir el pesimismo reinante.
—Hemos dado en el blanco —dijo.
George levantó el puño. Alyx cayó en brazos de Herman, y Hutch presenció entonces un cambio de humor generalizado y bastante increíble. Intercambiaron apretones de mano y palmadas en la espalda. Tor le dio un abrazo, y luego le guiñó.
—Me he aprovechado un poco —dijo.
Así fue que decidieron permanecer en la región porque quién sabía adonde los podía llevar aquello y, de todas formas, en Refugio solo podrían ser los segundos mejores. ¿Se acordaba alguien de quién había capitaneado la segunda visita a las Américas? —Hutch creía que era también Colón, pero no estaba suficientemente segura para decir nada—. La capitana sacó la champaña y todos levantaron sus copas hacia Bill, que sonrió con timidez, se quitó la boina y dijo con modestia que solo hacía su trabajo.
• • •
La señal parecía proceder directamente de la 1107.
—¿Qué tenemos? —preguntó Hutch.
—Apenas un par de segundos. Pero he ubicado su posición. Volveremos a captarla en menos de una hora. Entonces podremos seguirla hasta su emisor. Si es lo que queréis.
—¿Cómo es? —preguntó George—. La transmisión.
—Soy incapaz de interpretarla. Pero puedo distinguir una pauta. La misma que en la intercepción original.
—¿Podrías traducirla, en caso de que encontráramos una muestra más amplia?
—No tengo forma de saberlo. Es posible. Pero estás asumiendo que tiene un significado.
—¿Y cómo iba a ser si no? —dijo Alyx.
—Podría tratarse de un mensaje de prueba —dijo Hutch. Ella a su vez envió un mensaje al Predicador, informándolo de lo sucedido. Casi al mismo tiempo, recibió una nueva transmisión procedente del Cóndor.
—Grandes noticias. Hemos captado la señal de la 1107. Está dirigida hacia Refugio.
Brawley se despidió, y Bill volvió a pronunciarse.
—Capitana, enviaron los datos de la transmisión.
—¿Y?
—La proporción no concuerda. Y la señal en el Punto B es más intensa de lo que debería.
—Hay otros transmisores en juego —dijo Hutch—. Apenas concibo que no sea así. Las cifras sugieren la existencia de tres transmisiones combinadas, procedentes de diferentes fuentes. Presumiblemente, todas estarán orbitando la estrella de neutrones.
• • •
Aquélla fue una noche de insomnio. Bill volvió a dar con la señal e hizo girar los sensores de largo alcance en dirección al origen de la misma.
—Nada que sea visible —dijo.
Hutch giró el Memphis, aproximándolo a la estrella muerta, dirigiéndolo hacia la transmisión. Veinte minutos después, el Predicador ya estaba de vuelta. Parecía conmocionado.
—Ya estamos orbitando Refugio —dijo—. Y tengo malas noticias. Parece que no pudiéramos haber elegido el nombre menos a propósito. Es un planeta cálido. Es un mundo muerto. Tiene altos niveles de radiación. Multitud de cráteres. Parece como si allí abajo hubiera tenido lugar una guerra nuclear.
Su imagen desapareció, reemplazada por la de un cráter lleno de agua. Toda la zona estaba llena de ruinas. La tierra tenía tonos grises y negros, era estéril, rocosa, yerma, y solo estaba tachonada en ocasiones por parches de terreno cubierto de vegetación.
—Todo es como esto que veis, casi en todas partes.
Se sucedieron las imágenes. Escombros, montañas de desechos, grandes boquetes horadando la tierra. Ciudades muertas. Por aquí y allá, algún que otro edificio en pie. A menudo solo muros o cimientos. Alguna casa.
—No hemos visto rastro alguno de animales terrestres, excepto unas pocas criaturas de largos cuellos, como unas jirafas, y pájaros. Muchos pájaros. Pero eso es todo. Seguiremos rastreando, aunque nadie aquí espera encontrar nada. Parece que ahí abajo hicieron un buen trabajo. Tom quiere mandar un grupo de exploración, pero no va a ser fácil hacerlo con la lanzadera, se impregnará de radiación, así que no voy a permitirlo. Está habiendo roces. El director de la misión ha insistido en hacer llegar una solicitud a la Academia, exigiendo mi cese. No le harán caso, por supuesto. Si alguien muriese, les echarían toda la culpa a los mandamases de allí. La base lunar también parece desierta. Supongo que era de esperar. Por el momento, desconocemos su aspecto original.
Se sucedieron las imágenes, y luego volvió a aparecer el Predicador.
—Nos alegró saber de vuestro éxito —dijo—. No obstante, sea lo que sea lo que estén reproduciendo esos transmisores, no parece que haya ya nadie escuchando aquí.
Todos se sentaron guardando silencio, aturdidos. Hutch sintió a los eyectores encenderse brevemente, ajustando su alineamiento. Entonces abrió la comunicación con el Cóndor:
—Predicador, ¿tenéis alguna idea de hace cuánto pudo ocurrir esa guerra?
• • •
La respuesta tardó algo más de una hora en llegar.
—No en un pasado inmediato —dijo el Predicador—. Algunos de los restos están cubiertos de maleza. No es fácil establecer nada sin antes bajar ahí y tomar muestras. Si me pedís una aproximación, diría que cinco, quizá seiscientos años. Pero es solo eso, un cálculo. No hay indicio de que nadie sobreviviera. Hemos estado buscando señales, pero no hemos visto nada moverse ahí abajo, ni barcos, ni otros vehículos. Nada. Por cierto, ¿os dije que hay carreteras? Autopistas, en realidad. En otro tiempo debieron de estar pavimentadas. Hay cuatro continentes, y algunas de las carreteras cruzan de costa a costa. Parece como una red interestatal a la vieja usanza. Y la mayoría de los puertos son bastante modernos. Hemos visto barcos hundidos.
Más imágenes volvieron a inundar la pantalla. Los barcos recordaban extrañamente a la clase de veleros que habían estado surcando los mares de la Tierra hasta hacía bien poco. Claro que eso tenía bastante sentido, pensó Hutch. ¿Cuántas formas puede haber de construir un barco?
Y allí, inconfundibles, estaban los restos de un aeropuerto. La torre de control había sido volada por los aires, las pistas de aterrizaje estaban llenas de maleza y los hangares y las terminales se habían derrumbado. Aun así, era imposible equivocarse. En un lateral, incluso pudieron distinguir los restos de varios aviones. De hélice.
—Y aquí tenemos la base lunar —dijo el Predicador. Había media docena de estructuras de formas abovedadas, aún en pie, sobre una llanura. Estaban próximas a una depresión que, en otra época, debía de haber sido el lecho de un río—. Hoy mismo, más tarde, bajaremos a la luna a echar un vistazo. —Entonces cambió su expresión. Subió la vista, y Hutch supo que algo en la pantalla que tenía sobre su cabeza había llamado su atención. Su imagen desapareció momentáneamente, y entonces volvió a aparecer—. Espera un segundo. Hemos encontrado un satélite artificial.
De nuevo volvió a abandonar su asiento, y desapareció. Alguien, parecía ser Herman, comentó que estaban obteniendo más preguntas que respuestas.
Tom Isako, el director de misión del Cóndor, apareció en pantalla.
—Cortaremos la comunicación por unos instantes —dijo—. George, parece que ahí fuera tenemos bastantes satélites. Sabemos que están ahí, aunque no podemos verlos. Parecen ser invisibles.
George estaba con la boca abierta. Aquello era demasiado para él. Alyx le palmeó el hombro, recordándole que esperaban su respuesta.
—De acuerdo —dijo—. Mantenednos informados.
La pantalla quedó ocupada entonces por el logotipo del Cóndor.
Bill empezó a hablar:
—Capitana, eso explicaría por qué nosotros aún no hemos podido divisar el transmisor que tenemos localizado.
—¿Serán disruptores de luz? —preguntó Nick—. ¿Qué sentido podría tener? Quiero decir, de todas formas, ahí fuera, ¿quién iba a poder verlos? ¿A quién le iba a importar que estuvieran ahí?