De viaje por Orion, virando al norte en Sagitario, haciendo día en Rigel. Los viajes estelares siempre han sonado imposiblemente románticos. La realidad es algo distinta. Uno ocupa su asiento, atrapado en un estrecho cubículo durante semanas, rodeado de extraños que no dejan de cotorrear. Cuando el viaje acaba, apareces en un lugar habitado por cocodrilos salvajes y con una atmósfera enrarecida.
Melinda Tam,
La Vida entre los Salvajes, 2221.
Hutch tomó el puente aéreo de la sobremesa hacia Atlanta, y llegó a Wheel algo después de la una del mediodía —en hora del meridiano de Greenwich, la estándar empleada por todas las estaciones y naves fuera de la Tierra—. Aún le quedaban muchas horas diurnas por aprovechar. Recogió las llaves de su habitación, se duchó y se cambió de ropa. Se puso con cuidado uno de los conjuntos que se había comprado en D. C.: pantalones dorados, blusa blanca con solapas también doradas, un pasador y un pañuelo. Se desabrochó algunos botones, dejando entrever un atisbo de su voluptuosa piel. Debía ser cuidadosa, pues no quería enseñar demasiado, y ya sabía de sobra que era el misterio más que la propia piel en sí lo que realmente contaba.
Aquél había sido un conjunto destinado a los ojos del Predicador. Bueno, ya habría ocasión. Se miró en el espejo. Sonrió. Guapísima.
Lo cierto era que sí, no estaba mal. Al menos podía decirse que estaba lista para competir. Diez minutos más tarde, entró en el comedor de Margo’s, en la planta A.
De Wheel salían y llegaban naves de todos los puntos del globo, nunca descansaba. Las prestaciones de su complejo estaban siempre dispuestas a atender a quien se acercara, y una importante parte de su plantilla estaba presta a ofrecer su ayuda. O a vender recuerdos o caras joyas.
Margo’s nunca cerraba. Estaba dividido en una zona destinada a los desayunos y un bar situado en un ático, que ofrecía entretenimientos virtuales y en directo. La idea era que a la gente que estaba allí desayunando no le apetecería tener al lado otra compañía que empezara en ese momento una juerga nocturna.
Hutch seguía atenta las palabras del presentador del espectáculo cuando escuchó pronunciar su nombre.
—¿Capitana Hutchins?
Un hombre vestido de manera informal, con sonrisa de pillo, se levantó de una mesa cercana, donde había estado cenando solo.
—¿Qué tal? —dijo—. Soy Herman Culp. Uno de sus pasajeros.
Hutch le tendió la mano.
—Encantada de conocerlo, Sr. Culp. ¿Cómo me ha reconocido?
—Es bastante famosa —respondió—. Ése asunto en Deepsix, el pasado año… Seguro que le piden autógrafos en todas partes.
Aquél tipo se mostraba cortés a más no poder, pero aun así se percibía cierta hosquedad en su temperamento. Debía de ser consciente de la impresión que causaba, pensó Hutch, pues se esforzaba sobremanera por sobrellevarla. Por ello, resultaba una persona de modales forzados, sin gracia. Sus palabras le sonaban manidas, y era incapaz de quedarse con ninguna de ellas.
—Soy amigo de George —dijo finalmente.
Hutch aún no había estudiado la lista de pasajeros.
—¿Es usted miembro de la Sociedad del Contacto, Sr. Culp? —intentó decir sin revelar lo ridículo que se le antojaba aquel grupo.
Él, sin embargo, supo leer entre líneas. Aquél tipo era más perspicaz de lo que aparentaba.
—Soy el secretario general —dijo—. Y por favor, llámame Herman.
—Vaya —dijo—. Su puesto debe de darle mucho trabajo, Herman.
Él asintió y miró uno de los asientos que permanecían vacíos.
—¿Puedo sugerirle que me acompañe, capitana?
Hutch le dedicó una sonrisa.
—Gracias —dijo. No le gustaba comer sola, pero Herman parecía una compañía bastante anodina. Sin embargo, decidió tomar asiento. Aquello ya empezaba a parecerse a una misión tediosa.
—He estado intentando dar con George —dijo Herman.
—Yo aún no lo conozco —dijo Hutch.
Aquello pareció confundirlo.
—De modo que… —Entonces se quedó sin saber qué decir, intentando hallar un interés que pudieran compartir—. ¿Está previsto que salgamos a la hora acordada?
—Así es, Herman, al menos según tengo entendido. —El camarero acudió a tomarle nota. Un blue giraffe y queso fundido.
—Hoy pude ver el Memphis —dijo Herman—. Una nave espléndida.
En sus ojos, Hutch interpretó cierta reticencia. Aquél tipo no estaba del todo convencido de hacer el viaje que lo aguardaba, decidió.
—Lo es. Según me han informado, de lo mejor que hay ahora mismo.
Entonces él fijó su vista en Hutch de manera brusca.
—¿De veras hay esperanzas de encontrar algo ahí fuera?
—Sospecho que puede estar más informado al respecto que yo, Herman. ¿Qué piensa?
—Que es posible —dijo.
Vaya, qué convicción.
En otro movimiento forzado, Herman juntó las palmas de sus manos.
—Si me permite la pregunta, ¿es segura esta clase de naves?
—Absolutamente —respondió ella.
—He oído que a veces la gente enferma durante los saltos.
—A veces sucede, pero no es habitual —dijo ella sonriendo y con un tono tranquilizador—. Dudó que vaya a sufrir ninguna inconveniencia.
—Me tranquiliza escuchar eso —dijo.
Entonces llegó lo que había pedido.
—No me gustan las alturas —añadió Herman.
• • •
Una hora más tarde, Hutch se encontró con un segundo pasajero en la piscina.
—Peter Damon —dijo inclinándose ligeramente—. Estuve a bordo del Benny.
Ella, por supuesto, lo reconoció de inmediato. El presentador de Universo. "Subid a una colina, contemplad el cielo nocturno, y estaréis observando un pasado distante, avistando el mundo tal como era cuando los atenienses gobernaban los mares". Reconocería en cualquier parte aquellos ojos oscuros y divertidos, y su voz melosa. Vestía una bata azulada de hotel, y bebía a sorbos un refresco de lima.
—Según tengo entendido, es nuestro piloto.
—¿Viaja con nosotros? —Hutch sabía que había estado en la misión original, pero no había pensado ni por un momento que fuera a participar también en aquella segunda.
—Así es —respondió—. ¿Le parece bien? —dijo suavemente, con muchísima amabilidad. Aquél hombre rezumaba encanto.
—Claro que sí. Solo es que pensaba… —Maldita sea. Lo primero que debía haber hecho nada más llegar debía haber sido echar un vistazo a la hoja de pasajeros.
—¿… que tendría cosas más importantes que hacer que perseguir fantasmas? —Pero antes que ella pudiera responder, continuó diciendo—: He estado esperando este momento toda mi vida. Priscilla, si hay algo esperándonos fuera, quiero estar ahí cuando lo encontremos.
Priscilla. Desde luego, él sí que había hecho sus deberes.
—Mis amigos me llaman Hutch.
—Lo sé. Hutch.
Sentía como si aquel tipo se la estuviera merendando viva. Dios mío, necesitaba desesperadamente salir más a menudo.
—Encantada de conocerte, Peter —le tendió la mano y ocupó un asiento junto a él.
—La Academia trata a esta gente demasiado a la ligera —empezó a decir Peter—. Los tienen alojados en la cuarta planta, junto a las oficinas administrativas. Lo cierto es que albergo muchas esperanzas de que pueda saiir algo de esta misión.
—¿De verás piensas que hay algo importante detrás de todo lo sucedido?
—Probablemente no sea así —dijo—. Pero me encantaría ver a alguien como George rubricando el mayor descubrimiento de la historia de las especies, mientras todos esos culos cómodamente sentados se quedan apoltronados en sus sillones. —Su mirada despedía pasión—. Si existe un Dios —dijo—, esta es Su oportunidad de demostrar que tiene sentido del humor.
La piscina estaba vacía, excepto por un tipo musculoso que, incansable, nadaba un largo tras otro. Hutch lo estuvo observando por unos segundos.
—Ojalá puedas ver realizado tu deseo —dijo.
Peter apuró su bebida y apoyó el vaso en una mesa auxiliar.
—Una persona escéptica.
—Así es.
—Eso está bien. Uno debe mostrarse escéptico. Ése ha sido siempre nuestro problema. Nos sobran los creyentes.
—¿Qué clase de creyentes?
—Creyentes en general.
El nadador alcanzó de nuevo un extremo de la piscina, se dio la vuelta, y volvió a empezar. Era muy veloz. Un camarero vino a tomar nota de la bebida. Una pareja joven entró paseando, echó un vistazo y pareció reconocer a Pete. Se acercaron, miraron con insistencia, y se aproximaron aún más.
—¿Eres Peter Damon? —preguntó la muchacha. Su pareja se quedó atrás, parecía algo avergonzado.
—Sí —respondió Pete.
Ella le sonrió, se mordió el labio y le dijo que ojalá tuviera a mano algo que pudiera firmar. Cuando se fueron, Hutch le preguntó si aquello le ocurría regularmente.
—Bastante a menudo —respondió él—. Viene bien para el ego.
—Imagino —y continuó—: te dará confianza.
—Lo importante es confiar en uno mismo, Hutch. Pero ya lo sabrás.
—¿Qué te hace pensar eso?
—Te conozco. Yo fui quien pidió que vinieras.
• • •
A la mañana siguiente Hutch se levantó tarde, tomó un desayuno rápido y se puso en contacto con el oficial de operaciones. Para entonces ya sabía que había dos nuevos pasajeros en camino: una artista y un director de funerales —de toda clase—. Así, tendría a bordo a otra celebridad más, Alyx Ballinger, que había comenzado su carrera como estrella de musicales para acabar decayendo —o eso pensaba Hutch— hasta interpretar a hermosas heroínas en peligro. Se decía que nadie era capaz de gritar como Alyx. Aquél era un sonido fascinante que, se decía, helaba la sangre y empujaba hasta al último de los hombres a correr en su auxilio.
La salida estaba programada para las siete y media de la tarde. Hutch recogió el plan de vuelo y algunas instrucciones generales, y estaba disponiéndose a firmarlas cuando le llegó la noticia de que la directora Virgil quería comunicarse con ella. La oficial de comunicaciones, una nativa americana, apenas podía disimular su admiración. Condujo a Hutch hasta una sala cercana, la invitó a tomar asiento, la informó de que la directora aparecería en pantalla en unos momentos y luego se marchó, cerrando la puerta a su paso.
Instantes más tarde, la pantalla panorámica de la pared se iluminó, y apareció Virgil.
—Buenos días —dijo—. Antes de que salgas, hay algo que deberías saber. El Oxnard ha estado cerca de la 1107 haciendo algunas averiguaciones. Dispone de un equipo de escaneado bastante bueno. Por ese motivo la enviamos a echar un vistazo.
—¿Y el resultado…?
—Captó algo. Le llevó varios días, y ahora tengo a un capitán inquieto a mis órdenes —dijo sonriendo, como diciendo "sabes bien lo rápido que se inquieta esta gente"—. Realmente parece haber algo ahí fuera.
—¿Se trata de la misma señal?
—De la misma clase. Pero no es idéntica. Posee las mismas propiedades de transmisión y contenido. Pero fue captada a ciento cuarenta grados de las otras dos señales, respecto a la estrella. Y en este caso se trataba de una señal de entrada.
—¿Hacia la 1107?
—Sí.
—¿Ciento cuarenta grados? ¿No uno con cuatro?
—No. No se trata de una señal que esté pasando cerca de la estrella.
—¿Estáis seguros? ¿No podría ser que la estrella de neutrones estuviera curvando esa señal? Ya sabes que hacen ese tipo de cosas.
—Pero no las curvan ciento cuarenta grados.
—Eso significa que hay una estación de repetición.
—Eso es lo que pensamos.
Hutch se carcajeó.
—Y el origen de la señal está vete a saber dónde.
—Aparentemente.
—¿Conocéis ya el origen?
—No. Carecemos de datos suficientes. Necesitamos que seas tú quien lo averigüe.
—Así que esto se está convirtiendo en un asunto serio. ¿Por qué no enviáis una misión regular?
—No nos atrevemos a hacerlo, por motivos políticos. Priscilla, tú eres nuestra misión. Ve allí y comprueba qué está ocurriendo. Infórmanos tan pronto como creas saberlo.
—De acuerdo.
—Pete está contigo, así que no estarás del todo sola.
—Veremos qué podemos hacer.
—Muy bien. Enviaré todos los pormenores a Bill. Y otra cosa, Hutch, tengo entendido que te reunirás con el Sr. Hockelmann y su grupo esta tarde.
—Exacto.
—Perfecto. George es un tanto excéntrico. No le gustan demasiado las bromas acerca de OVNIs. ¿Sabes a qué me refiero?
Hasta una mula podría entenderlo.
—Claro, Sylvia.
—Te agradecería que… —Entonces se interrumpió, parecía violentada—. Solo quería recordarte el aspecto diplomático de la misión.
Hutch no había sido consciente de que había otro aspecto en la misión hasta instantes antes.
—Él aún no está al tanto de esta otra transmisión. Sugiero que seas tú quien se lo comunique. Entrégale todos los datos al respecto. En realidad no hay demasiado. Características de la señal, es todo lo que tenemos. Pero dáselo. Te lo agradecerá.
Algo con lo que entretener al jefe del grupo de investigación de la misión.
—Está bien. Obviamente, ¿seguimos sin tener nada que pueda ser traducido?
—Nada. Nuestra gente dice que no hay texto suficiente. Ésa es otra cosa en la que me gustaría que pudieras concentrar tus atenciones ahí fuera. Conseguir más registros.
—Veré lo que puedo hacer.
—Confío en ti. A propósito, no sé qué clase de experiencia tienes en materia de estrellas de neutrones. El protocolo es muy estricto en cuanto a la distancia hasta la que puedes aproximarte a ellas.
—Estoy al tanto.
—Bill te pondrá al día.
—De acuerdo.
—Dispondrás también de una lanzadera. Solo por si acaso. Obviamente, en la 1107 no te servirá de nada.
—¿Y para qué la quiero entonces?
—En principio tenía pensado que sería difícil que te topases con alguna adversidad en la 1107. Por ello, finalmente, lo más probable será que acabes sumándote al Cóndor. El capitán Brawley tiene instrucciones de llevar a su gente a tierra en caso de que pueda determinar que es seguro, para que puedan bajar a buscar cualquier cosa que pueda interesarles. Lo que sea.
—Muy bien.
—No quisiera que George y los demás pudieran sentirse engañados. Por eso, no dudes en salir de allí y unirte a la fiesta. Apenas estarás a unas pocas horas de distancia.
—Sylvia, ¿quién estará al mando?
—Tú eres la capitana de la nave —dijo torciendo la boca.
—Eso es lo que quería saber. Quiero decir. Soy yo quien tomará las decisiones a bordo.
—Exacto. Técnicamente, el contrato te establece como conductora y consejera. Pero estoy segura de que George y su gente acatarán tus instrucciones.
Estaba bien saberlo. Claro que, por otra parte, ¿en qué clase de problemas iban a poder meterse? La misión no parecía demasiado complicada. Ir hasta la 1107, escuchar posibles señales, grabarlas, intentar dar con un complejo repetidor y puede que, finalmente, unirse al Predicador para inspeccionar un par de paisajes lunares. Todo bastante sencillo.
—Muy bien —dijo.
—Excelente. —Virgil la estudió. No acababa de parecer que las tuviera todas consigo. "Mmh, bueno, esperemos lo mejor para la misión"—. Hutch, mucha suerte —dijo—. Te veré a la vuelta.
• • •
Hutch pasó casi toda la tarde en el depósito de operaciones, describiendo una serie de maniobras virtuales con el Memphis, acostumbrándose a sus particularidades y a sus respuestas, y lo más importante de todo, a sus sensores y sus mejoras respecto a otras naves que hubiera manejado. La Academia había dispuesto una serie de escenarios de gravedad elevada repletos de problemas, para que pudiera operar en ellos. Fracasó en unos cuantos, y en dos ocasiones cayó en las garras de la estrella muerta. En estas últimas perdió el control de los mandos, al tiempo que las luces de alarma parpadeaban y la calmada voz de Bill le comunicaba que estaba siendo despedazada, y sus fragmentos repartidos por la zona.
Hutch tenía sus dudas acerca de que la IA fuera realmente solo una simulación. Estaba programada para reaccionar de manera diferente ante pilotos distintos, de acuerdo con sus perfiles psicológicos. En realidad, Bill nunca hacía nada que no pudiera ser explicado por su programación. Claro que eso mismo podía decirse de los seres humanos.
La capitana podía sentir una verdadera presencia en la IA de la Academia. Sabía que el sistema había sido ideado para inspirar precisamente esa reacción, dado que ocasionalmente constituía la única compañía para un piloto en viajes muy largos. Con todo, era imposible no pensar que había realmente una verdadera naturaleza detrás de la consola.
En cualquier caso, lo primero que Hutch hizo al subir a bordo del Memphis fue saludar a Bill.
—Hutch, me alegra que cambiaras de parecer acerca de tu marcha —contestó—. Te echaba de menos.
—Es solo algo temporal, Bill —dijo ella.
La IA la acompañó en su viaje de reconocimiento por la nave.
—Bonitas cortinas —dijo Bill—. Y las moquetas son extraordinarias. ¿Sabes a qué me recuerda?
—Ni idea.
—Al Los Angeles Regency. —Era un hotel de lujo.
—Muy agudo —dijo—. ¿Pero, cómo lo sabes?
—Mis fuentes de información son insondables.
Los depósitos de alimento, agua y combustible estaban aún siendo llenados. Sin embargo, desde el centro de operaciones le aseguraban que todo estaría listo una hora antes de la hora prevista para la salida.
Hutch comprobó otra clase de suministros y descubrió que iban faltos de algunos artículos de tocador, sobre todo pasta de dientes y champú. Además, no habían sido actualizadas las últimas novedades en simulaciones. Podrían hacer esto último de camino, pero entorpecía los circuitos de transmisión. Además, la reproducción de simulaciones transmitidas nunca funcionaba del todo bien.
A las tres y media del mediodía regresó caminando por los pasillos de la Academia para acudir a la cita acordada con el equipo de la Sociedad del Contacto. Herman y Peter aguardaban para recibirla cuando entró en la sala, y hablaban con Alyx Ballinger. Ésta venía directamente de los escenarios de Londres, donde había estado dirigiendo y actuando en Grin and Bare it.
Alyx era una mujer alta, de interminables piernas, majestuosa, de cabellos dorados y vivos ojos castaños. Hutch le llegaba a los hombros. Herman, con una sonrisa bastante estúpida, se encargó de presentarlas.
—Me alegra conocerla, capitana —dijo Alyx, tendiéndole la mano.
Hutch le devolvió el saludo y sugirió que todos se acostumbraran a tutearse.
—Es un vuelo largo —añadió—. Vamos a alejarnos bastante de la región central.
—Más allá de la frontera —apuntó Herman, que hacía enormes esfuerzos por apartar la vista de Alyx.
—Dime, Hutch —dijo la actriz—, ¿qué piensas de todo esto? ¿Crees que encontraremos algo?
—Es complicado decirlo. Existen esas señales, de modo que supongo que deberá de haber alguna clase de transmisor.
La sonrisa de Pete irradiaba pura alegría.
—No te preocupes por los detalles —le dijo a Alyx—. Solo participar en el vuelo será una experiencia que no podremos olvidar.
La puerta de la sala se abrió, y al grupo se unió un tipo alto y musculoso que parecía un dirigente nato.
—Ah —dijo mirando a Hutch—. Capitana, me alegra conocerla por fin. Soy George Hockelmann.
Ahí lo tenemos. Voz de barítono. Recto como un palo. Algo en él inspiraba confianza al instante. Hutch estudió a Alyx, que no solo parecía hermosa, sino también aparentemente muy lista. A Pete, que había llevado al público en general las maravillas del cosmos, y persuadido a un gran número de ellos para que suministraran fondos a la Academia. A George. Incluso a Herman, que era tan común como cualquier otra persona que pudiera haber embarcado a bordo de alguno de sus viajes. ¿Dónde estaban aquellos fanáticos que había esperado encontrar?
—Aún no estamos todos —dijo Herman.
Hockelmann asintió.
—Nick y Tor —dijo—. Los recogeremos de camino. —Entonces se volvió expectante hacia Hutch.
Empieza el espectáculo.
Hutch frunció el ceño de forma ostensible.
—Alyx, señores —dijo—, partiremos en dos horas. Todos tenéis asignados vuestros camarotes. Creo que encontraréis, gracias a George, las comodidades del Ciudad de Memphis más que satisfactorias.
Entonces siguió un asentimiento con la cabeza y varias palmaditas en la espalda.
—Disponemos de buena comida, una reserva de licores bien abastecida, una extensa biblioteca, un complejo recreativo y un gimnasio. Sospecho que si nunca antes habéis abandonado la atmósfera, encontraréis el ambiente algo más cargado de lo acostumbrado. Como sin duda sabréis, mientras estemos en el hiperespacio cubriremos en torno a los quince años luz por día. El Once-Cero-Siete está a casi setecientos años luz de distancia, y naturalmente deberemos dar un pequeño rodeo para recoger al resto de nuestro equipo. Estamos ante un viaje de siete semanas. Solo la ida. Hay gente, aunque no son muchos, que experimenta problemas durante la transición al hiperespacio. Si podéis estar entre ellos, o sospecháis que podéis estarlo, lo que significa que se os revuelve el estómago fácilmente o que sois dados a sufrir mareos o desmayos, disponemos de medicamentos a bordo. Sin embargo, es necesario tomarlos en dos dosis diferentes, y algún tiempo antes de efectuarse el salto. —Entonces sostuvo a la vista de todos un pequeño bote de liafina—. Si no estáis seguros de cuál podrá ser vuestra reacción, venid a verme una vez acabemos la reunión y empezaremos el tratamiento.
Entonces expuso las restricciones de seguridad, explicando que antes de que tuviera lugar cualquier maniobra de aceleración todos serían informados a su debido tiempo. Por toda la nave había repartidos asientos y arneses con cinturones de seguridad, que se les pediría que utilizasen. Hacerlo sería obligatorio, dijo. Cualquiera que sobreviviera a una situación así sin haber empleado los asientos especiales sería desembarcado de inmediato.
—¿Dónde? —preguntó Herman con una amplia sonrisa.
—Encontraré el lugar —dijo ella.
Cuando hubo finalizado cedió la palabra a Hockelmann, que dio la bienvenida a todos y les advirtió que no pusieran excesivas esperanzas en la misión. Las intercepciones que iban a investigar podían haber sido perfectamente debidas a problemas técnicos. O a alguna clase de fenómeno característico de aquella región. Etcétera, etcétera. Sin embargo, el Oxnard, ¿me permites, Hutch?
Sin duda.
—El Oxnard estaba en la zona, cerca de la 1107, y ha interceptado otra transmisión. Parece que realmente pudiera haber algo allí. No obstante, aún no podemos asegurar que no se trate de alguna clase de fenómeno natural. Por ello, os pediría que no os entusiasmarais demasiado. ¿De acuerdo? Tengamos paciencia.
Era como pedirle a un perro que despreciara un filete.
• • •
Unas carretillas automáticas se encargaron de subir el equipaje a bordo. Diez minutos más tarde, Hockelmann y su equipo bajaron por el conducto de embarque y atravesaron la cámara estanca hasta llegar a la entrada principal. Hutch los estaba aguardando.
La capitana condujo al grupo al salón principal. Pasearon por la sala de ocio, el gimnasio, el holotanque y el laboratorio. En este último, George anunció que aquella estancia, a partir de ese momento, recibiría el nombre de sala de control de la misión. Hutch mostró a todos los asientos y arneses repartidos por la nave, demostrándoles cómo utilizarlos y explicando por qué era tan importante mantenerse con alguna clase de cinturón de seguridad puesto mientras se hacían maniobras o durante los saltos translumínicos.
—¿De veras son tan necesarios? —preguntó George—. Nunca siento demasiado la aceleración.
—Estaremos en un entorno protegido —explicó Hutch—. El mismo sistema que proporciona la gravedad artificial anula los efectos de la aceleración. Pero no del todo. Todo el que no tenga un cinturón de seguridad debidamente ajustado podría sufrir graves daños.
—Vaya —dijo—, solo me lo preguntaba.
Entonces los condujo a todos hasta el puente; les dijo que serían bienvenidos allí siempre que quisieran acercarse sencillamente a decir hola, y que si ella no se encontraba en ese momento, Bill estaría encantado de charlar un ratito con ellos. Entonces, según lo programado, Bill se presentó a todos.
Finalmente, Hutch condujo a la tripulación a sus respectivos camarotes.
—Normalmente —dijo— tendemos a ser bastante cuidadosos en lo que respecta a cosas como la utilización del agua, y se asignan horarios para las duchas, etc. No obstante, somos tan pocos en este vuelo que en esta ocasión podremos despreocuparnos al respecto.
Entonces acabó preguntando si alguien tenía alguna duda.
—Yo una —dijo Alyx. No parecía sentirse especialmente cómoda—. No dudo que estarás en perfectas condiciones físicas. Pero, ¿y si…?
—¿… me pasa algo?
—Sí. Quiero decir, seguro que no ocurrirá nada. Pero, dado el caso, ¿cómo regresaríamos?
—Bill está perfectamente capacitado para traeros de vuelta —dijo—. Todo lo que tendríais que decirle es que me he ido a un mundo mejor, y pedirle que os traiga de nuevo hasta aquí. —Entonces sonrió y miró a un lado y a otro—. ¿Nada más? Si hemos acabado, sugiero que nos instalemos y nos pongamos en marcha.