El Dr. Livingstone, supongo.
Henry Stanley, 1871
Tor escuchaba cada vez más horrorizado las explicaciones de Hutch. La capitana se estaba aproximando a demasiada velocidad, iba a sobrepasarle y no encontraría modo de frenarse. Pero no se le ocurría nada más que pudiera intentar.
—Podría subir a uno de esos conductos de propulsión —le dijo ella.
—No creo que funcionase.
—No lo decía en serio.
Tor estaba de pie, junto a la escotilla de salida. Todo parecía estar completamente en calma. Una tranquila noche estrellada.
—Me estoy quedando sin ideas —decía Hutch.
—¿Continúas frenando?
—Sí. Estoy utilizando dos mochilas propulsoras. Tengo dos más para cuando estas se agoten. Pero no creo que vaya a ser suficiente.
Tor volvió la vista atrás, hacia la llanura que había entre las lomas, más allá de la distante figura de los propulsores, intentando avistarla. Las luces de la lanzadera habían ganado intensidad, pero por supuesto no conseguía vislumbrar a Hutch por ninguna parte.
—¿Tú si vas bien de aire?
—Sí. Claro.
—¿Estás segura?
—¿Es que quieres que vuelva?
Ambos se carcajearon, y pareció que hubiera desaparecido la pared que los hubiera estado separando; en ese momento Tor supo que todo había acabado. Al hacerlo, al resignarse a ser consciente de que no iba a sobrevivir, volvió a reír.
—Te saludaré al verte pasar.
Hutch guardaba silencio.
—¿A qué velocidad estarás viajando cuando pases por aquí?
—A unos treinta por hora.
—¿Y tardarás en llegar unos…?
—Trece minutos y contando.
Treinta kilómetros por hora. No iba tan rápido. Sintió una chispa de esperanza y casi creyó lamentarlo. La resignación era más práctica.
—Quizá haya aún un modo de hacerlo —dijo.
—¿Cómo?
—Te darás unos cuantos golpes.
—¿Pero qué forma es ésa? ¿Qué quieres qué hagamos?
—Aguarda un segundo.
Tor se dejó caer pon la escotilla, encendió su linterna y corrió hacia el cruce de la Primera y la Principal.
—¡Dime! —gritaba ella.
—Te lo explicaré en un minuto. Déjame ver primero si es factible. —Corrió pasando al hombre lobo, sintiendo por primera vez que ya se le estaba agotando el aire. Se detuvo junto a la Zanja. El cable aún colgaba hacia las cubiertas inferiores.
Empezó a tirar de él. Era más largo de lo que recordaba. Mejor aún.
—Tor, no quisiera meterte prisa, pero si vas a hacer algo, mejor que sea rápido.
—Intenta acercarte todo lo que puedas. Voy a echarte una cuerda. —Entonces la volvió a escuchar reír, pero en aquella ocasión el sonido hizo que un escalofrío le recorriera la columna—. Lo digo en serio.
—Hazlo —dijo Hutch—. No tenemos nada que perder.
Había cable de sobra. Casi cien metros. Era resistente, intentó girarlo y colocárselo sobre su hombro según lo iba sacando de la zanja, pero era demasiado para hacerlo de forma ordenada. Parecía no acabarse nunca.
—Tor, ¿qué cuerda es ésa?
—En realidad será una red. Tendrá unos seis metros de largo. La pondré justo donde estaba antes.
—¿Una red hecha de qué?
—De cable.
Sin tiempo para encontrar el otro extremo del cable, Tor decidió dejar de tirar en su busca. Echó a correr hacia la escotilla, esforzándose por ir lo más rápido que podía, arrastrando el cable consigo. Trepó por la pasarela, atravesó la escotilla y sacó el cabo a la superficie.
—Ya he gastado el primer par de propulsores —dijo Hutch—. Estoy pasando a los de reserva.
El cable se le enredaba.
Mientras montaba la improvisada red, vio pasar a toda velocidad la lanzadera. Cruzó apenas a un par de metros, hacia un lado. No había direcciones, ni este ni oeste, en la superficie del chindi. Estribor, pensó. Debe de ser a estribor. Mientras la observaba, se apagaron algunas de sus luces.
No pierdas la calma. Aún tienes tiempo. ¿Por qué siempre es más fácil rendirse?
Ton estiró una porción del cable e hizo, lo mejor que pudo, un lazo de unos seis metros de diámetro. Lo ató y luego trazó varias cruces a modo de tnavesaños, que aseguró a la estructura inicial, formando una especie de malla. Era difícil manejar el cable, pues no dejaba de moverse y dispersarse.
Una vez satisfecho, tiró del cable restante hasta sacarlo entero por la escotilla, aproximadamente unos veinte metros, y se ató el extremo recién descubierto alrededor de la cintura,
• • •
¿Una red? Hutch encontraba un cierto déjá vú en todo aquello. No hacía mucho, en Deepsix, ella misma había intentado pilotar una maltrecha lanzadera hasta una red.
Las dos mochilas propulsoras vacías, de las que se había deshecho Hutch tras consumirlas, aceleraban su paso tomándole ventaja.
—Tendrás que acercarte bastante —dijo—. Estará a solo unos metros del suelo.
—Entendido.
—Probablemente no estará demasiado estirada, pero no puedo hacer nada al respecto. Intenta agarrarla al pasar. Si puedes.
—Entendido. —Hutch iba a toda prisa en dirección a los tubos de escape del chindi, y por fin el paisaje rocoso apareció ante sus ojos. Estaba frenando, pero no lo bastante rápido.
—Yo sostendré el otro extremo.
—¿Por qué no lo anclas y me dejas intentar aterrizar sobre él?
—Te darías un golpe demasiado fuerte. Deja que lo intentemos a mi manera.
—No me gusta.
—Ya no importa demasiado.
Al frente, en el paisaje se abrió una explanada. Hutch distinguió unas cuantas lomas a su derecha, que continuaban hasta formar la primera de las cadenas que abrazaban la escotilla de salida. La segunda apareció momentos más tarde.
—Cuando te agarres a ella, seguramente me harás levantar de la superficie.
Tenía razón, pero eso siempre que lo consiguiera. Estaba descendiendo.
—Con suerte, los dos saldremos bien parados del encuentro.
—¿Qué tal vas de aire?
—Suficiente, siempre que no pases de largo.
Hutch seguía avanzando con los pies por delante. Si quería agarrarse a la red, tendría que darse la vuelta, apartar los pies de su camino. Apagó los propulsores.
—… creo que tendrás tres o cuatro segundos hasta que la red se tense baio tu impulso. Hutch forcejeó con la mochila propulsora que tenía abrazada al estómago. Sobrevoló la última fila de lomas: ya estaba sobre una superficie de roca lisa. Vio a Tor al fondo, a unos cien metros. Vio la red. Era desesperadamente pequeña, una frágil telaraña que ondeaba informe frente a ella.
Se deshizo de una mochila impulsora, echándola hacia atrás y abajo. Al hacerlo, empezó a girar alrededor de su centro de gravedad. Poco a poco, fue colocándose con la cara hacia el frente.
—Intenta relajar el cuerpo.
Claro. Muy buena idea. Un chico listo este Tor.
Las dos crestas, dispuestas en ángulo, delimitaban y señalaban la posición de la escotilla de salida. Tor estaba justo a un lado, esforzándose por sostener la red. Tenía un aspecto ridículo.
Cuarenta segundos.
La red se hacía más grande, pero no lo suficiente. En realidad no era una red; apenas eran unos cuantos ramales enlazados y enmarañados. Mientras Hutch surcaba aquel silencioso paisaje, Tor intentaba levantarla, extenderla.
Tras el improvisado artilugio, la superficie del chindi seguía lisa hasta el lugar en qje se encontraban las crestas.
Veía la gris roca deslizarse bajo sus ojos. Se estaba apartando de su trayectoria, e intentó corregirla con un impulso de la mochila propulsora.
—Hutch —la voz de Brownstein sonaba muy lejana.
—Ocupada —respondió.
Tor estaba apoyado sobre una rodilla, viéndola llegar. Intentando guiarla. Sigue como vas. No te desvíes. Un poco más abajo.
Entonces se sentó. Despegando las botas del suelo.
Otro pequeño impulso de los propulsores.
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Desde el punto de vista de Tor, aquella era una situación aterradora. Veía venir a Hutch por el horizonte, con la cabeza hacia el frente, como un meteorito que volara rozando el suelo.
Sentía el aire cada vez más enrarecido, pero aún podía respirar. La miró y miró la roca. Todo parecía discurrir a cámara lenta. El plan era disparatado. Incluso podría acabar matándola, pensó.
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Solo la suerte podría haberla hecho acertar de pleno en la red. Hutch veía que se estaba desviando hacia un lado; pero había escogido una parte que le gustaba, una sección de la red que flotaba libre, lejos de la maraña central de cables. Recorrió los últimos treinta metros concentrándose en su objetivo y apartado todo lo demás de su cabeza. Excepto a Tor, al que veía agachado bajo la red, con cara de espanto. Por fin, Hutch consiguió cogerse al cable y siguió avanzando.
Lo arrastró consigo, asiéndolo con ambas manos, intentando enlazarlo en su brazo.
Tardó más tiempo del esperado, pero el cable acabó tensándose. Hutch sintió un tirón tremendo en un hombro y fue a dar de bruces contra la superficie rocosa de una loma. Se dio en el otro hombro. El mundo pareció oscurecerse por momentos. Se quedó sin aire, quizá el golpe hubiera hecho estallar su depósito de oxígeno. Era incapaz de saber qué había sucedido. Las lomas volvían a separarse. Estaba rebotando, y pudo ver a Tor sobre su cabeza. Ambos se alzaban de nuevo, surcando las lomas.
La capitana sintió un estallido de dolor en un costado, pero intentó ignorarlo. Debía hablar con Tor.
—¿Estás bien?
Lo escuchó decir algo, pero no pudo distinguir qué. Se le nublaba la visión.
Diablos. Volvía a desmayarse.
• • •
Tor se había roto un par de costillas con el brusco despegue. Arrastrado hacia arriba, abandonó la superficie y luego fue arrojado contra la roca y zarandeado de vuelta arriba. Perdió la pista de Hutch nada más salir despedido, pero ahora volvía a verla debajo de él.
Giraban describiendo círculos alrededor el uno del otro, casi al modo en que lo hacían las Gemelas. Hutch parecía inconsciente, pero seguía agarrada al cable. Tor sabía que debía alcanzarla antes de que se soltase.
Poco a poco fue tirando de ella hacia sí, mientras empezaban a planear sobre el límite de rocas que constituía la proa del chindi. Estaba pálida y le brotaba sangre por la boca, pero parecía respirar.
Por fin pudo alcanzarla. Al tocarla, abrió los ojos de repente. Y sonrió. Detrás del vaho de su propio casco pudo distinguir que estaba malherida.
—¿Estás bien? —le preguntó.
—Sí.
Su voz no indicaba exactamente eso. A él, por su parte, le costaba cada vez más respirar.
—Aire —le dijo a Hutch.
Parecía perpleja y desconcertada. Entre lamentos, señaló sus depósitos de aire.
—Tendrás que ayudarme.
Tor se colocó a su espalda y soltó la conexión de su arnés, entonces volvió a girarse para dejar que Hutch le quitara su depósito inservible y lo conectara a su unidad. Al fin, recibió una bocanada de aire fresco.
—Vaya —dijo—, los placeres más simples los damos siempre por descontado. Gracias, Hutch.
Ella le apretó el brazo y tuvo que reprimir un grito de dolor. Le aseguró que no estaba herida, no del todo. Bueno, quizá las costillas. Ya antes le habían dado problemas.
—¿Qué tal estás tú?
—Creo que tengo el mismo problema. —Con cuidado, empleó la cortadora para desprenderse del cable que había formado la red, que se quedó flotando a su lado como una cesta gigante de mimbre.
De repente, Tor fue consciente de que Brownstein les hablaba desde el McCarver.
—No ha habido bajas —dijo Tor—. Pero necesitaremos que paséis a por nosotros.